Qué ver y hacer en Asilah: La medina del Atlántico

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Aventura en Marruecos V: Asilah, la medina del Atlántico

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El indómito Atlántico rompe sus olas en los muros defensivos que los portugueses alzaron hace siglos para proteger la ciudad de piratas y demás embestidas procedentes del otro lado del estrecho. Las costas españolas, demasiado cerca para ser imposible la paz en tiempos complicados, eran la referencia de los conquistadores lusos que se hicieron fuertes en la antigua Arcila, ahora llamada Asilah. Aunque ellos serían uno de muchos que pasaron por esta ciudad frecuentada desde antiguo por fenicios, cartagineses, romanos y los propios árabes, que le dieron la forma definitiva. Más adelante los españoles unirían este nudo de comunicaciones a su protectorado de Marruecos dejando ligeros toques de su presencia. En unas calles laberínticas vestidas de blanco y azul de la medina más bella del Atlántico (competiría con Essaouira, con la que guarda cierto parecido) los aires de bohemia y vanguardia de principios del Siglo XX en el norte del país alauíta, y más concretamente en Tánger, recubren de arte, poesía y pintura las paredes de las casas que aguardan el brillo del Sol cada mañana. Allá, donde el pescado más fresco vuelve en pequeños botes cada mediodía, sigue deteniéndose el tiempo en la paz de unos callejones bordados de silencio, abrazados por una muralla que los protege de sí mismos más que del propio Océano.

Asilah parece un rincón lejano del mundo, pero está más cerca de lo que todos nos imaginamos. El bajo coste de los vuelos nos permitió hacer una breve incursión de fin de semana a esta ciudad del Marruecos más septentrional separada de Tánger por apenas cuarenta minutos de playas aún vírgenes (aunque por poco tiempo). Si queréis saber qué ver o hacer en Asilah, quitaos vuestros relojes, olvidaros de las prisas y acompañadnos por sus calles durante un instante.

No te pierdasEsta es uao de las ciudades que aparecen en la selección de 20 lugares fascinantes que ver en Marruecos.

DÓNDE ESTÁ ASILAH Y CÓMO LLEGAR

Asilah se encuentra en la Costa Atlántica marroquí, a poco más de 40 km al sur de Tánger. Su cercanía al puerto de entrada más importante del país (Ferrys con Algeciras y Tarifa), que ahora además cuenta con las llegadas y salidas de los aviones de aerolíneas importantes además de las pujantes low cost (por ejemplo vuelan Ryanair, Easyjet y Air Arabia Maroc), hace de éste un destino muy usual para los españoles. El verano, gracias a sus extensas playas, es un filón para el turismo que encuentra un lugar tranquilo a la vez que exótico para pasar las vacaciones. En pleno noviembre, cuando fuimos nosotros, los visitantes extranjeros de Asilah los contábamos con los dedos de las manos, por lo que podemos apostar que éste no deja de ser un lugar sumamente apetecible en cualquier época del año.

Si llegar a Tánger desde España y otros destinos europeos es fácil, hacerlo desde esta ciudad marroquí a Asilah es coser y cantar. En un tiempo inferior a una hora se puede ir a precios muy populares en tren, en autobús o en taxi (en la ciudad el precio es más negociable y en el aeropuerto está regulado en 300 Dirhams, que son cerca de 30 euros). Si se viaja en coche propio hay dos carreteras, una secundaria que bordea la costa y una auropista de peaje (10 DH) casi paralela a ésta. Obviamente se tarda algo menos en la de peaje, pero la secundaria es más vistosa y se puede aprovechar a comprobar cómo es tener larguísimas playas sin apenas construcciones que las roben su estado semisalvaje.

Para visitar Asilah de manera organizada (con guía en español) se puede reservar con antelación una excursión de un día desde Tánger.

En nuestro caso llegamos a Asilah volando con Ryanair a Tánger por alrededor de 50€ cada uno de viernes a domingo para después tomar un taxi a la ciudad atlántica. Hay ocasiones en los que incluso es más barato, pero para el fin de semana que teníamos disponible era lo que había y no dudamos en reservarlo. Siempre hay motivos para regresar a Marruecos y no me importaba en absoluto haber estado ya conociendo Chaouen apenas cinco meses antes. Este país siempre depara una aventura, una experiencia que cambie de forma radical una rutina puramente europea. Me encanta cambiar el chip de vez en cuando y aquí es posible hacerlo con sólo cruzar el estrecho de Gibraltar por mar o por aire.

EL ALOJAMIENTO EN ASILAH

La oferta de hoteles, guesthouses o apartamentos en Asilah es importante, sobre todo en el período estival. No nos costó demasiado encontrar un lugar donde dormir, aunque ciertamente los precios que vimos por internet superaban la media de otros lugares de Marruecos en los que había estado antes. Finalmente acabamos reservando en Christina´s House, fuera de la medina pero a cinco minutos caminando de la misma, y aunque la casa tenía su encanto, la habitación era bonita y era posible sentirse cómodo, allí nos llevamos un buen chasco en cuanto a que no nos obsequiaron con la más mínima seriedad ni profesionalidad. No suelo ser demasiado crítico con los hoteles a los que voy, ni mucho menos, pero presentarnos a cerca de las cuatro de la tarde y que tuvieran las puertas cerradas y nadie se dignara a abrirnos hasta pasadas las ocho, hizo que nos desquiciáramos un poco bastante. Al parecer su dueña, Christine, «la inglesa» como la conocen en el pueblo, se marcha largas temporadas a su tierra dejando al mando de la casa a otras personas que se ocupen de gestionar la llegada de clientes. Y ahí está el problema, que la atención a la clientela deja mucho que desear y que te tengan en la calle con el equipaje porque quien debía darnos la llave estaba «viendo el fútbol en Tánger» (literal) es algo capaz de mosquear a cualquiera.

Digamos que el comienzo no fue con el mejor pie posible, pero las ganas de viaje que llevábamos encima nos hizo ser más positivos, no tomárnoslo tan mal y dedicarnos en cuerpo y alma a conocer Asilah. No iba a haber nadie que nos fastidiara el viaje. Ni mucho menos.

ASILAH A FONDO: LA MEDINA QUE SE ASOMA AL ATLÁNTICO

Asilah es prima hermana de Essaouira, a pesar de la distancia de más de 400 km que la separa a la una de la otra. Y no hablo únicamente del pasado portugués que comparten sino de sus formas, sus aires artísticos latiendo al mismo ritmo, su manera de asomarse al mar y ese olor a pescado fresco que se cuela junto al puerto. Quizás Essaouira, la antigua Mogador, sea algo más grande y más abierta a tierra, ya que Asilah se refugia justo donde golpea el agua. Pero ambas tienen algo que hace que al viajero le suene una cuando está en la otra. Quien conoce las dos será imposible no caer en las comparaciones ni en los símiles.


A la izquierda Essaouira. A la derecha Asilah.

Cierto es que si nos vamos a Asilah, que es donde enfocamos nuestros esfuerzos ahora, evidenciaremos una clara influencia española. Los restaurantes más conocidos de la ciudad son Casa Pepe, Casa García y Restaurante Sevilla, y los platos más demandados son las frituritas de pescado, al igual que los que se puedan pedir en la mismísima Costa del Sol. El castellano lo comprende un porcentaje amplio de la población, acostumbrada no sólo porque ya lo usaron sus antecesores en tiempos de colonias, sino porque el turismo procede mayoritariamente de nuestra piel de toro. Con eso lo digo todo. Pero que nadie se lleve a engaño, Asilah conserva fuertes sus raíces y por mucho que haya recibido aires foráneos, nos encontramos en Marruecos para lo bueno y para lo malo. Lo que viene a ser el «choque cultural» que se lleva cualquiera que cruce el Estrecho está totalmente garantizado.

Y entonces, ¿cómo es Asilah? ¿Qué tienen sus calles que conforman una de las medinas más bellas de Marruecos?

Basta con cruzar los muros lusos que resguarda la medina al oeste con el mar y al este con las vastas tierras que se extienden por todo el Magreb. A primera vista parece estrecha, y de hecho lo es, pero cuando uno se encuentra dentro de ella surgen las dudas de si seguir de frente o tomar la bocacalle de la derecha o el callejón irregular de la izquierda. Ese ligero aroma a laberinto surge paso a paso, aunque también es cierto que perderse por completo como uno podría hacerlo, pongámosle en Fez, es algo realmente imposible. Las dimensiones son minúsculas si hacemos comparaciones, pero nadie dijo que el secreto de Asilah fuera ese. Creo que lo más bello lo encontramos en su sincronía con el Océano, cuya brisa se siente y se respira a cada paso, como si fuese un entramado urbano que representase al propio mar que se bate con la muralla.

Predomina el blanco sobre el azul, el verde y el barniz de la madera que nutre puertas primorosas. Los detalles de algunas calles, con arcos que comunican edificios enfrentados, ventanales labrados minuciosamente y la caricia continua de un cielo siempre acompasado con la medina de Asilah, enlazan las piezas de un puzzle que el visitante se ocupa de colocar poco a poco hasta que llega a sostener la ciudad con la palma de la mano.

Las primeras horas de una mañana de un «invierno» que se presenta con al menos veinte grados de temperatura reflejan la soledad y el silencio de unas calles en los que el ritmo de la vida es aún mucho más pausado que en extramuros. Tanto que a veces da la sensación de haber cambiado no sólo de país sino también de siglo. Hay calles en los que el paso del tiempo no se nota en absoluto, y esa es una de las cosas que nos fuimos a buscar a Marruecos para romper con la rutina y el ruido áspero de la gran ciudad.

Otra de las particularidades de Asilah se encuentra en esos elementos de los Siglos XV y XVI que nos hacen pensar durante un segundo si nos encontramos en una pequeña villa portuguesa, a tenor de las murallas y, sobre todo, el torreón (Torre el-Karma) que domina la plaza más grande de la medina (Sidi Ali ben Hamdush). Alrededor suyo la vida va surgiendo minuto a minuto, sobre todo tras la apertura de esas tiendecitas de artesanía tan encantadoras con que cuenta la ciudad. Esta torre cuadrada que parece salir de un castillo medieval de tierras ibéricas, es la clara dominadora de Asilah en los últimos quinientos años. Sin duda nos encontramos ante el punto de mayor altura en una ciudad de corte bajo.

Aunque el baluarte luso más característico de la medina está, por supuesto, en las murallas que protegen la ciudad blanca del oleaje del mar y que en su día lo hicieron de conquistadores y saqueadores. Prácticamente en el extremo sur de la ciudad vieja, siguiendo en línea recta el extremo más próximo al mar (aunque es verdad que todos los caminos llevan hacia allí) surge un lugar espectacular para disfrutar de una panorámica realmente significativa de Asilah con sus muros a tono aguardando la llegada de las olas. Allí turistas, locales y demás curiosos se reúnen como en ningún otro punto de la ciudad. Quizás por ser el más sugerente, por poder mirar cara a cara al Atlántico, por poder recibir su brisa y los reflejos blancos de unas casas neoárabes capaces de deslumbrar al más pintado.

Eso es precisamente Asilah, un balcón de color blanco completamente amurallado que hace lindar la bravura caprichosa de las mareas con la suavidad y lentitud de unas calles paralizadas en pura armonía.

 

Allí vivimos una buena anécdota. Aunque más que una anécdota diría que fue una suerte. Porque llegar y escuchar una voz decir: «Seeeleee» estando de viaje me sigue sonando extraño. Y es que había un grupo de cuatro personas, comandado por una chica cuyo nombre es Mafalda, quien puedo decir es una de las mayores lectoras de este blog (y que hace poco se ha animado a hacerse uno, Entre el cielo y el suelo), los cuales se conocían además bastante bien todas nuestras aventuras y desventuras viajeras. David, Javi, María y la propia Mafalda forman un grupo de amigos extraordinario con tremendas ganas por recorrer mundo juntos. A Víctor y a mí nos alegró muchísimo poder conversar con ellos sobre viajes y sobre la propia Asilah que estábamos descubriendo casi a la vez. Era su primera vez en Marruecos y todo les chocaba demasiado, en el sentido positivo. Apresuro volverán pronto y en más de una ocasión. Quien viene a este país suele regresar hechizado a su casa.

Encontrarse gente a la que le gusta lo que haces y lo que escribes siempre es una maravilla. Y si además congenias con todos ellos es fácil sentirse cómodo. A las buenas personas se las caza rápidamente y tengo la impresión de que, al igual que en Asilah e incluso en el Aeropuerto de Tánger, donde nos vimos varias veces, serán más las ocasiones en las que coincidamos a lo largo del tiempo. Sería divertido que continuáramos charlando de aquí y de allí.

Ese lugar, esa especie de espigón simulado que muestra las casas de Asilah apiladas tras las murallas, es un lugar al que recurrimos al menos un par de veces. Para disfrutar de las vistas, del perfume del Océano y de detalles como los de los «buscadores de pulpos» que aprovechaban la marea baja con objeto de traer el alimento que después termina en mercados y restaurantes.

Pero la medina nos volvía a llamar una y otra vez. Los susurros de sus calles nos guiaban casi sin darnos cuenta, involucrándonos en el entramado urbano más delicioso y delicado del noroeste marroquí. De hecho Asilah se ha llevado muchos premios por contar con la medina más limpia y cuidada del país. Basta con caminar y fijarse en los detalles para darse cuenta que es así. Y en temporada baja, sin marea de turistas, ésto directamente es una gozada.

Me gusta esa sensación de acceder a un lugar que no conozco y decidir por dónde moverme casi a impulsos. Es decir, dejar que sea la intuición la que guíe nuestros pasos. Aunque cuanto más estrecho sea el callejón y menos idea de dónde nos va a hacer aparecer, mucho mejor. El concepto de «perderse en la medina» es ese, olvidarse de tomar rumbos con sentido y hacer caso únicamente a la improvisación y al instinto. El destino ya viene marcado en aquellas calles. Basta con dejarse llevar.

Otra de las caras que hacen de Asilah realmente especial es ser un punto de encuentro de artistas venidos de todo el mundo. Existen festivales cada verano que reúnen pintores, músicos y poetas. En algunas ocasiones hay casas que se prestan a dejar colorear sus paredes para contar con los murales más originales. Es modernidad dentro de lugares antiquísimos, pero con gran gusto, cambiantes cada año, y perfectamente acompasados con la medina. Se crea una sincronía extraña pero inmensamente atractiva que recuerda a cada paso que Asilah es una de las capitales de la cultura en todo el Norte de África. La huella de bohemios y artistas se queda plasmada en la piel blanca de una calle, como si ésta fuese el más puro y amigable de los lienzos del Siglo XXI. Hay ejemplos de ésto que os cuento a lo largo y ancho de la medina. Descubrir ese arte es otro de los imprescindibles de todo el que pasa por esta hermosa ciudad atlántica.

Aquel día fue mucho de idas y venidas a la medina, tés a la menta incluídos en algún café en los que es imposible ver a una mujer (la de los Cafés sólo de hombres es algo tan típico en Marruecos como la chilaba) y compras pequeñas en los comercios de artesanía de la ciudad. Comimos tajín de pollo (guiso a fuego lento con verduras y patatas) en un «Restaurant populaire» para mezclarnos con la gente local y huir de los muchos restaurantes típicos en los que sólo comen turistas y por eso inflan la carta con precios «poco o nada populares». Con salirse de la avenida que nace paralela a la muralla, basta para encontrar sitios donde comer bien, a buen precio y con un trato fantástico. Mezclándose con lo real, uno encuentra la pureza de los lugares que visita. Sonrisas y gestos de verdad… esos son los que valen.

Bebiendo té a la menta en AsilahTajín de pollo

Tener la habitación bien situada nos sirvió para acudir a recargar las pilas alguna que otra vez, desabrigarnos un poco por el calor de las horas centrales del día e incluso descansar unos minutos después de comer para volver con energías a seguir desempolvando el cajón de las esencias de Asilah, que fue cogiendo aún mucho más color. Las tiendas con un mayor alboroto, los niños saliendo felices del colegio mientras que sus pacientes madres las esperaban fuera, las escenas clásicas de una ciudad con una sorpresa en cada esquina. Asilah en estado puro, el objetivo de la mirada de una cámara. Sobran las palabras…

Me alegró mucho ver que mi amigo Víctor estuviese pasándoselo en grande descubriendo Asilah en su primera experiencia marroquí. Creo que ambos formamos un buen equipo en esta expedición de fin de semana en el que siempre ha sido uno de mis países preferidos. ¿Qué tal un vídeo en el que ambos contáramos qué tal nos estaba pareciendo este pequeño viaje?

Pero si algo nos sobra a los dos es el buen humor, las ganas de pasarlo bien y reir siempre que sea posible. Por eso no escondemos una selección de tomas falsas relacionadas con el vídeo anterior. A veces, por unas cosas u otras no se graba a la primera lo que uno quiere… y pasa lo que pasa. ¡¡Dentro vídeo!!

ATARDECER DESDE EL PUERTO

Ver morir el día al otro lado del puerto de Asilah es otra actividad indispensable para rematar faena y terminar de llevarse una imagen única y emocionante de la medina del Atlántico. Tras las rocas, el horizonte marino atrapa el Sol poco a poco para ir desdibujando la silueta de una ciudad que ver partir el barco de la vida. Las ventanas son plañideras de una despedida inevitable e irreversible. Se pasa una nueva página a la Historia de los días que guardan todas aquellas murallas recias, inexpugnables, únicas capaces de retar a los siglos que se les vienen encima.

Mientras el Sol termina de esconderse, los colores rosados se difuminan sobre la ciudad hasta irlos confundiendo en la maraña de la noche. Aunque para eso hace falta aún más tiempo.

Y en el puerto, los botes amarrados aguardan una nueva jornada de pesca. Antiguamente el de Asilah fue uno de los nudos de comunicaciones atlánticos más importantes, aunque en las últimas décadas Casablanca abarcó mayores responsabilidades dejando en este muelle las herramientas de los pescadores de bajamar.

Es normal entonces que cerca del muelle y caminando cerca de aquellos botes se ponga a la venta el pescado fresco que después pueden cocinarte al gusto para terminar de disfrutarlo en la mesa. En verano esta oferta de «pescado a la carta» se multiplica en todos los rincones de Asilah y por ello surgen improvisadas terrazas junto al mar. Ahí sólo cabe decir si frito o a la plancha y un más que sincero… ¡Que aproveche!

NOCHE CON FÚTBOL, TÉ Y PESCAÍTO FRITO

En invierno la noche llega con las cinco y media de la tarde, seis a lo mucho para necesitar la iluminación de linternas y faroles colgados de las paredes. Aquel sábado se jugaba un Real Madrid – Atlético de Madrid y queríamos ver el partido no en la televisión del guesthouse sino en un Café típico marroquí con gente local que vive el fútbol apasionadamente. No me equivoco ni un ápice si digo que en Marruecos se sigue la Liga Española con mucho más fervor que en España. Son realmente forofos del deporte del balompié y se saben todo de los equipos que siguen. Banderas de Madrid y Barça se mezclan en los bares y las televisiones se ponen a todo volumen para hipnotizar a unos seguidores que no se despegan de la silla ni un momento. Café y un vaso de agua sobre la mesa y los ojos puestos frente al televisor. El balón es el único protagonista de todas sus discusiones. Un auténtico show que tuvimos la suerte de vivir en un bar cualquiera de Asilah.

La sala estaba dividida entre madridistas y barcelonistas que, en ese partido, hacían de afición del Atleti. Víctor y yo seguimos el encuentro con sendos tés a la menta y observando esas escenas de pasión futbolera que desprendía aquella gente. Los niños entraban y salían para ver cuál era el resultado y los goles, que fueron llegando, hacían que el bar doblara su capacidad durante unos instantes. Unos contentos, otros no tanto. Así es el fútbol y la rivalidad. Quienes no hacían ni siquiera amago de entrar eran las mujeres, tan difíciles de ver en un café como una aguja en un pajar. También nos encontramos con el paso de una manifestación pacífica de los votantes del Partido Islamista Moderado que acababa de barrer en las Elecciones al Parlamento marroquí.

Victoria madridista y cena posterior para rematar la faena. Pedimos unas brochetas y una buena bandeja de fritura de pescado que, cuando terminamos, nos quisieron cobrar el doble de lo que ponía en la carta. Afortunadamente resistimos ese amago de estafa y pagamos lo que teníamos que pagar después de quejarnos al encargado y negarnos a levantarnos hasta que no nos cobraran lo que era justo. A veces hay que estar atento a posibles timos que no hacen más que dar una pésima imagen. Eso es algo que en Marruecos deberían solucionar cuanto antes. No se puede tener al turista pendiente de no ser estafado en todo momento. Hay ciudades y zonas más «corruptas» que otras, sobre todo las muy turísticas.

Una vez todo estaba solucionado nos fuimos a la Guesthouse para pasar las últimas horas antes de irnos a acostar. El domingo sería otro día en el que retornaríamos lentamente a Tánger para tomar el avión de vuelta a casa (veríamos las Grutas de Hércules y el Cabo Espartel, de los que os hablaré algún día). Lo que se quedaría con nosotros es la figura siempre atractiva de una ciudad como Asilah que se había ocupado de cautivarnos desde el primer momento. Su medina, surgida como por arte de magia, nos hipnotizo y nos exigió que no dejáramos jamás de viajar a Marruecos. Esa es una promesa que no dejaré de cumplir mientras pueda.

Asilah, la ciudad que se asoma al Atlántico, fue un buen motivo para romper la barrera de lo corriente y entrar por la puerta grande a un mundo extraordinario.

No me cansaré de volver a Marruecos mientras viva,

Sele

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* Recordad que son cinco los viajes realizados a Marruecos y que tenéis a vuestra disposición, junto a éste de Asilah, todos los relatos relativos a este país:

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