Bailando con las ballenas en el Estrecho de Magallanes

Blog

Bailando con las ballenas en el Estrecho de Magallanes

Print Friendly, PDF & Email

Cuando se escucha por primera vez el soplo de una ballena puede parecer un sonido tosco y rugoso fuera del mar, o quizás, la más hermosa y genuina de las melodías que uno puede alcanzar a apreciar en su vida. Y si son tres, cuatro o incluso seis soplos los que se producen en un mismo instante, rompiendo la quietud de un agua mecida por islas tan vírgenes como inhóspitas, nace una canción irrepetible, tan llena de fuerza que jamás se retirará del todo de tu mente. Subirme al buque inglés M/N Forrest y navegar durante tres días por las corrientes más inaccesibles y solitarias del estrecho de Magallanes me regaló la experiencia de observar, e incluso participar, en el baile de las ballenas jorobadas que se aposentan en estas aguas en busca del alimento que les de la vida. Seguir sus pasos en popa o en proba, a babor o a estribor, o incluso en una pequeña zodiak, me permitió descubrir ese milagro de la naturaleza que se remonta a millones de años.

Aleta caudal de una ballena jorobada

La Expedición Fitz Roy, que nace en las aguas chilenas del Estrecho de Magallanes, suma la labor de investigación de quienes protegen el recién nombrado Parque Marino Francisco Coloane y, a su vez, ofrecen una experiencia única a un grupo reducido de pasajeros que se convierten, sin saberlo, en otro granito de arena que ayuda a que las ballenas sigan mostrando sus aletas y sus soplos en un rincón del que hace veinte años se les presumía haber desaparecido.

Esta es una de las diez experiencias imprescindibles que vivir en Chile, al menos, una vez en la vida.

BIENVENIDOS A BORDO

La embarcación M/N Forrest fue construída en el año 1967 por los astilleros ingleses con la única función de servir de transporte de ovejas entre las Islas Malvinas y el continente. Resulta curioso que casi medio siglo después esta labor de traslado ganadero se haya sustituido por llevar a bordo a científicos, fotógrafos u oceanógrafos que vigilan la Isla Carlos III y alrededores, en el corazón mismo del primer Parque Marino de Chile, el Francisco Coloane. La observación de la presencia de ballena jorobada y otras animales marinos únicos que también habitan la zona, permiten la catalogación, el análisis, el estudio y el seguimiento de una especie que está volviendo a su lugar después de que un número ingente de empresas balleneras las llevaran al mismísimo borde de la extinción.

El buque M/N Forrest

Durante tres jornadas recorrimos rincones de Naturaleza absolutamente salvajes, en las que quizás los kaweskar o alcalufes, una de las tribus indígenas que recorrían estas aguas hasta ser exterminados por el hombre blanco, pudieron descansar alguna vez al abrigo de una playa y una hoguera. Hoy en día es territorio de rotunda soledad, marcado por las cimas nevadas de montañas sin nombre y gobernado desde las alturas por los incansables cóndores que planean una escena de caza.

Mapa de la navegación del M/N Forrest en aguas del Estrecho de Magallanes

Allá donde vimos morir glaciares de islas extrañas y heladas, el nado veloz de los leones marinos y los pingüinos magallánicos que iniciaban su viaje al norte… allá donde no tienen sentido los teléfonos móviles, los ordenadores, ni mucho menos internet. Allá donde podía estar terminándose el mundo sin uno saberlo. Hacia allá precisamente fue donde nos llevó el legendario M/N Forrest, el mismo en el que la nieta de Jacques Cousteau rodara un documental siguiendo los pasos de uno de los más grandes amantes de la Naturaleza Marina.

Desembarcamos en más de una ocasión, aprendimos de las palabras de una tripulación ya experta en ese mundo que no demasiados han podido ver con sus propios ojos, viajamos con la mirada y con la mente de una Expedición que, hasta el momento, ha dejado su huella en mis recuerdos de una aventura excepcional.

EL BAILE DE LAS BALLENAS JOROBADAS

Pero hoy no quiero hablar de glaciares o lagunas de diamante, ni de cóndores o albatros. Hoy deseo mostraros el cómo, el cuándo y el porqué de la ballena jorobada que se nos mostró hasta límites insospechados, como si quisiera que presenciásemos su baile por las aguas más olvidadas del Estrecho de Magallanes. Por fortuna, traigo imágenes fotográficas y videográficas de ese baile indescriptible que tuvo lugar en un área muy específica, al sur de la Isla Carlos III, en el Paso de Shag. Como si de un escenario se tratara, empezaron a surgir los contoneos, los coletazos y esos soplos convertidos en música para nuestros oídos. Uno de los mayores espectáculos del mundo…

La ballena jorobada es uno de los animales marinos más viajeros que existen en nuestro Planeta. Escogen a sus parejas en mares tropicales próximos a la línea del Ecuador buscando aguas calmadas y, sobre todo, que no haya lugar para depredadores como las orcas, sus enemigos del mar. Allí pueden criar antes de realizar una larga travesía de miles de kilómetros hacia la Antártida en el verano austral para aprovechar la riqueza de sus aguas y poder alimentarse durante varios meses de plancton o krill, muy abundante en estas latitudes. Pero algunas de ellas hace siglos, o quizás milenios, descubrieron que internándose por el Estrecho de Magallanes tenían un área perfecta para hacerlo sin necesidad de avanzar más. La mezcla de nutrientes del Atlántico y el Pacífico, la cantidad y calidad del alimento, además de la tranquilidad de estar entre islas que detienen la fortaleza de los vientos , son algunas de las razones por las cuales estos animales de aspecto preshistórico deciden estacionarse aquí. Además, las leyes conservancionistas del Medio ambiente, en este caso chilenas, hacen que su caza sea ilegal proclamándolas Patrimonio Natural protegido. Eso explica que éste sea uno de sus reinos donde pueden nadar y pescar con mayor calma y seguridad.

Se calcula que a partir de noviembre empiezan a llegar estos cetáceos que vienen a medir en torno a 15 metros de longitud. Mientras que su presencia es absolutamente abundante en los picos de enero y febrero, inician su viaje de regreso al Ecuador en torno a finales de abril y principios de mayo. Si hace unos veinte años apenas no se veía una sola ballena en el área, actualmente se sabe que más de un centenar de ellas escoge el Estrecho de Magallanes para alimentarse y, por supuesto, venir acompañadas de sus ballenatos. Se sabe además, a ciencia cierta, que las que prueban las aguas ricas del Estrecho jamás vuelven a la Antártida, separándose de los grandes grupos que se forman allá en Centroamérica.

Todo esto se sabe gracias a las labores de investigación llevadas a cabo, en muchas de las ocasiones, en el Forrest. Dado que la cola de la ballena, conocida como aleta caudal, es algo así como nuestra huella dactilar (no hay dos iguales), se ha podido hacer un seguimiento de numerosos ejemplares, identificar a los nuevos y conocer mejor uno de los más largos viajes que realiza una especie animal. A través de las fotografías y los vídeos realizados por científicos, tripulantes y algunos pasajeros, y de la actualización posterior de un catálogo, los estudios son mucho más concretos y concluyentes. Por eso éste es algo más que un viaje de placer, dado que permite participar del análisis que se hace a bordo. Y, por supuesto, aprender sobre el terreno.

Desde que observamos la primera ballena, allá a mediodía del sábado, no me moví apenas de la cubierta del barco. Cada soplo era un nuevo latido, cada aleta captada con nitidez era un premio, cada metro de más que se acercaba un cetáceo era una explosión de júbilo.

Y cuando eran varias ballenas a la vez las que podíamos observar en un radio de pocos metros, la sensación de fortuna e incredulidad se acrecentaba, la sonrisa gobernaba en proa y en popa, y las exclamaciones incontrolables surgían en dirección del viento.

Cuando me embarqué en el Forrest podía imaginarme ver algún ejemplar lejano, contando no más de cinco o seis en varias horas. Pero la realidad fue la evidencia de que aquello escapa a los pronósticos más esperanzadores. En otra ocasión se superaron todas las expectativas, costándome asimilar todo lo que teníamos frente a nuestras narices.

Hubo momentos en los que no sabía si quiera dónde dirigir la mirada. Aparecía una al este, dos de frente y otras dos detrás. Llegamos a tener una fila de seis prácticamente juntas. Las veíamos saltar, dar coletazos, rezumar ese aire vaporoso como si un volcán hiciera erupción desde el fondo marino. Estábamos en su hogar y ellas, como si conocieran nuestro barco y se fiaran absolutamente de él, nos abrieron sus puertas invitándonos a pasar dentro, a ser huéspedes más que testigos de lo que ocurre cuando se las deja vivir en paz, lejos de arpones y balleneros sin escrúpulos que les importa un bledo hacerlas desaparecer para siempre de nuestros mares.

No sé si alguna vez había contado que uno de mis grandes sueños viajeros era ver ballenas en libertad. Y eso fue algo que se me resistió a lo largo de los años. En una ocasión hice un intento en el sur de Sri Lanka, subiéndome a un barco pesquero que se fue dos horas mar adentro porque conocían de un paso que utilizaba, precisamente, la ballena jorobada. Dos escenas lejanas en un mar totalmente embravecido fueron apenas imágenes de un segundo que recuerdo de forma borrosa. Entre los movimientos de aquel barco y el fortísimo mareo que me provocó estar en él, nunca consideré que había visto ballena. Fue tan sólo un intento fallido, una mota negra en el horizonte del Índico.

Pero en el sur de Chile me saqué la espina, de tal forma que desconozco si alguna vez en mi vida lograré superar lo vivido en el Forrest. Para hacernos una idea, cuando examiné el material con Francisco, el guía de la Expedición y conocedor de este animal hasta límites insospechados (se sabía de memoria el catálogo de Biomar e identificaba ejemplares con mirar un segundo su aleta caudal), comprobamos que sólo con mi cámara había captado con nitidez diecisiete ejemplares distintos, tres de los cuales no habían sido vistos jamás hasta entonces. Y repito, sólo con mi cámara… Haciendo cuentas determinamos que el número de ballenas en total que habíamos podido observar en dicho viaje era fácilmente de unos veinticinco ejemplares. Algunos de los cuales se mostraron, además, en numerosas ocasiones.

Unas más juguetonas, otras más antisociales y asustadizas, otras exhibicionistas o presumidas. Son, al fin y al cabo, como nosotros. Cada una tiene su carácter y da cuenta de él en su forma de nadar, de pescar, de alejarse o incluso situarse a un palmo del casco de la embarcación. Llegamos a presenciar saltos, más de treinta coletazos seguidos de una misma ballena o incluso dar vueltas sobre sí misma como si estuviese retozándose sobre un colchón marino. Las escenas fueron tantas durante unas horas que resultaría difícil contarlas todas.

RODEADOS EN LA ZODIAK

Pero sin duda recuerdo con absoluta emoción un instante concreto en el que algunos pudimos sentir más de cerca la grandiosidad de estos animales. Cuando ya estaba terminando la tarde, alguien de la tripulación propuso bajar en zodiaks para aproximarse a una lobería. Era tal la cantidad de leones marinos (en Sudamérica se les llama lobos marinos) tanto en las rocas como en el agua que podía resultar interesante aproximarse a ellos en estas pequeñas lanchas inflables. La verdad que eran cientos los que estaban nadando en aquellas aguas, aprovechándose además de los movimientos de las ballenas que no hacían más que aproximar el alimento a la superficie.

Bajamos entonces a observar los leones marinos y tomar algunas fotografías de los mismos, que curiosos no nos quitaban la mirada de encima. Hasta que, de repente, empezaron a surgir soplos a nuestro nado. Nada más y nada menos llegamos a tener cuatro ballenas a escasísima distancia, incluso pasando por debajo de la liviana embarcación. No es lo mismo, ni mucho menos, mirar cómo pasan desde la cubierta de un buque que hacerlo desde una zodiak.

Estábamos situados exactamente en mitad de su paso. Ya no fueron cuatro, fueron muchas más las que nadaron al ras o por debajo nuestro. Al fondo el Forrest y las islas montañosas que ofrecen cobijo a este hogar estacional de ballenas. Fueron incontables los soplidos vaporosos de las ballenas volando a nuestro alrededor. Y nosotros detenidos totalmente en una zodiak. Cierto es que la ballena es absolutamente inofensiva (por tener no tiene ni dientes, ya que son barbas las que filtran su alimento), pero uno no podía controlar un movimiento inoportuno o una brusquedad en plena mar. Un salto cercano o un mero fallo de cálculo en su rumbo podía hacer peligrar la estabilidad con la que disfrutábamos.

Aunque, la verdad, en ese momento las palabras de la mayoría pasaban por alabar la inmensidad de la escena. Recuerdo con gracia la frase de uno de mis divertidos compañeros de expedición, John Daily, que preguntó con su sorna habitual – “¿A quién se le ha ocurrido esta idea?”- . Desconozco quien lo hizo, pero muchos no tardamos un segundo en tomar la decisión. Quisimos bajar a las zodiaks y allí estuvimos durante bastantes minutos antes de retornar a la seguridad infranqueable del Forrest.

EL VÍDEO DE UN ESPECTÁCULO FABULOSO

Me cuesta todavía dar crédito a todo lo vivido, a haber gozado de una experiencia ciertamente irrepetible. Y con la que no contaba en absoluto para este viaje. Pero la casualidad y la espera en Punta Arenas había tenido su recompensa final, no sé si merecida pero sí aprovechada al máximo. La belleza de los paisajes, las ballenas mostrándose libres, una tripulación volcada en hacernos aprender y apreciar un lugar semejante y, por supuesto, unos compañeros de expedición excepcionales y con el buen humor por bandera, formaron parte de un pedacito de mi vida que, aseguro, no caerá en el olvido.

Y para completar esta magnífica historia, he preparado un vídeo con las mejores imágenes de las ballenas con que nos encontramos durante la navegación. En él podréis ver saltos, coletazos y, por supuesto, escuchar el murmullo de la ballena jorobada cuando se aproxima a la superficie. Además de el “momento Zodiak” que acabo de relatar.

Chile proporciona al viajero la posibilidad de observar lugares vírgenes, de una belleza incontenible y soprendente. La Naturaleza en este país se abre camino sin más, sin aditivos ni colorantes desvirtualizando su realidad. Sostenida por las cumbres de los Andes y regada por el Pacífico, muestra auténticas postales de una rotunda hermosura.

Alguien me dijo durante este viaje que no me perdiera la Patagonia chilena, que allí iba a encontrar esa sensación de inaccesibilidad, de rincones que no han sido tocados un ápice por el hombre. No podía tener más razón. Así es Chile, ni más ni menos…

Sele

+ En Twitter @elrincondesele

+ Canal Facebook

* Después de subir en el Ferry Navimag más de 2000 km de canales patagónicos durante varios días, recalé en Isla de Chiloé, un lugar mágico y diferente, que vive despacio y feliz. Además es tremendamente bello. Ahora es momento de moverme por la región chilena de los Lagos y presenciar algunos de los más imponentes volcanes de la Cordillera de Los Andes.
* Recuerda que puedes seguir todos los pasos de este viaje en MOCHILERO EN AMÉRICA

27 Respuestas a “Bailando con las ballenas en el Estrecho de Magallanes”

  • Deja un comentario