Crónicas de un viaje a Sri Lanka 1: Anuradhapura y el choque

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Crónicas de un viaje a Sri Lanka (1): Anuradhapura y «el choque»

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Una de las cosas que más disfruto de los viajes es lo me gusta llamar «el choque». Con esta palabra me refiero a cambiar un mundo por otro en cuestión de horas. Pasar de la rutina de la ciudad a jugar en un tablero de juego con unas reglas completamente distintas. No cabe duda que entre España o cualquier país occidental y Sri Lanka, hay más diferencias que las horarias. Bajarse del avión nos trasladó en un santiamén a un scalextric de tuk tuks, bueyes invadiendo la carretera, un 90% de humedad, monjes resguardándose en sus paraguas naranjas, niños bañándose en el río al caer la tarde, un mar de palmeras y cierto olor a curry. Un constraste apasionante que se vio reflejado en el que sería nuestro primer campamento base en la vieja Ceilán: Anuradhapura. En la primera de las capitales de un Reino antiquísimo (nacido en el Siglo V antes de Cristo) se expandió el Budismo a la isla. Muchos son los restos arqueológicos de más de dos milenios de vida dispersos entre estanques y lagunas invadidas por las garzas. Casi a partir del esqueje del árbol en que Buda obtuvo la iluminación, vino a nacer una ciudad en la que la religión se encuentra implícita en todas partes, tanto como el blanco que hace relucir a las dagobas que esconden algo más que reliquias.

El fervor de un pueblo que entrega su fé a los símbolos y a estatuas de piedra es el cultivo de Anuradhapura y de otras ciudades Patrimonio de la Humanidad de Sri Lanka en los que la arqueología tiene que ver mucho con la religión. Iniciábamos una etapa en un nuevo país dentro de lo que se conoce como el Triángulo cultural, el alma vestido de raíces dentro de la sugerente lágrima derramada por India. Se puede decir que probablemente todo comenzó en este lugar donde creímos mejor dar nuestros primeros pasos y vivir ese «choque».

16 de abril de 2011: AQUEL RINCONCITO DEL AEROPUERTO DE DOHA

¡Me voy con la mochila a otra parte! – exclamé aquella mañana de sábado en la que nos marchábamos de viaje. En dicha ocasión, mi compañera de aventuras se quedaba en Madrid, y era mi gran amigo Pablo el que se incorporaba a la expedición. Él estaba entusiasmado, puesto que después de varias intentonas infructuosas para que se viniera a otros viajes como India o Camboya, lograba por fín formar parte esta historia en Sri Lanka que. Se había marcado este viaje como un reto, puesto que era su primer país lejano, y yo estaba convencido de que la compenetración iba a ser perfecta. Son muchos años pasados de vacaciones en Galicia, tantos que ambos hemos crecido en las adorables fauces de un hotel que sólo nos ha dado cosas buenas y donde hemos conocido decenas de buenos amigos.

Un viaje planeado un par de meses atrás en unos días convulsos en los que pudimos comprar billetes a los países más variopintas, tenía su fecha de comienzo: sábado 16 de abril. A eso de las 15:25, un vuelo Qatar Airways (precio total vuelos ida y vuelta: 750€) de seis horas entre Madrid y Doha, con una escala nocturna en el aeropuerto árabe, y otro vuelo en la mañana del día siguiente hasta la capital de Sri Lanka con nombre de detective, Colombo, nos arrancaría de nuestra ciudad por los aires en busca de sensaciones nuevas.

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Las mochilas, menos cargadas que otras veces, nos abrazaron por última vez en España y no las veríamos hasta llegar a Sri Lanka. De por medio teníamos no pocas horas de vuelo. Unas 11 ó 12 entre unas cosas u otras. Aunque en los aviones de Qatar Airways, similares a los de Emirates en los que había tenido la ocasión de montar en varias ocasiones, uno no está tan apretado como en otras compañías. Nada mejor que una buena pantalla en el asiento con el que ver películas hasta hartarse y las comidas, meriendas y cenas que tan amablemente surten las azafatas de sonrisa imborrable. De esa forma las seis horas se nos pasaron a los dos de un plumazo.

¡A LOS SACOS!

Del avión a la terminal de tránsitos después de un viaje en autobús de unos diez minutos. Eran recurrentes las indicaciones en megafonía explicando que con billetes de color amarillo, había que bajarse en «Tránsitos» y que quienes lo tuvieran color azul debían bajarse en la terminal de llegadas (Doha Arrival). Nos juntamos pasajeros de varios vuelos y se formó una cola de aproximadamente 45 minutos para pasar un control de metales. A nosotros no nos hacía ninguna gracia porque teníamos la intención de ver en «alguna televisión perdida» del aeropuerto el Real Madrid-Barça de liga que se jugaba esa misma noche. Pero cuando quisimos darnos cuenta estábamos consultando en internet (hay Wi-fi gratis en las instalaciones aeroportuarias de Doha) la información que se publicaba de los últimos minutos de encuentro. La suerte nos iba a ser esquiva en cuanto a los Clásicos del fútbol, sobre todo en Sri Lanka donde éste es un deporte totalmente residual y el interés al respecto es mínimo.

El de Doha es un aeropuerto del que parte gente a los destinos más variopintos. Era inevitable preguntarme dónde iría un pasajero u otro. Y es que más que nunca, en un lugar como este, uno se da cuenta que cada persona es un mundo, un compendio de historias y experiencias variopintas, y que nuestro Planeta es demasiado grande como para asimilarlo (aunque pequeño en cuanto a casualidades). Un aeropuerto de este tipo es algo así como una radiografía a nivel mundial de los seres humanos que poblamos la Tierra.

Entre la medianoche y las dos de la madrugara la terminal de tránsitos era un hervidero, pero a partir de ahí la frecuencia de vuelos disminuyó tanto que dejó de haber demasiada gente y demasiado ruido. Aprovechamos entonces para buscar un lugar donde tumbarnos e intentar dormir. Dimos un par de vueltas antes de encontrar el sitio definitivo, un pequeño recordo custodiado por sillas vacías y un cristal donde no parecía fueran a molestarnos demasiado. Allí, tapando algún que otro acceso con un carrito para llevar maletas construimos el que sería el hotel más barato del viaje… dos sacos de dormir sobre el frío suelo del edificio de tránsitos del Aeropuerto de Doha.

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El sueño haría el resto…

17 de abril de 2011: WELCOME TO SRI LANKA

El avión a Colombo de pasadas las nueve de la mañana fue extremadamente puntual. Con las legañas en los ojos y cara de haber pasado una larga noche en el aeropuerto, nos abrochamos los cinturones en el Airbus que nos dejaría en Sri Lanka en no más de cinco horas. La aeronave era mucho más pequeña que su predecesora, pero a esas alturas (nunca mejor dicho) no nos importaba nada más que llegar a nuestra isla de Índico y comenzar a andar por lo que hasta el momento sólo habíamos visto a través de una pantalla o de la hoja de un libro. Entre película y película fui aprovechando para dar un último repaso a las guías que nos habíamos comprado para la ocasión (La de Lonely Planet en inglés, la Guía Azul y otra de Laertes adquirida el día antes de partir) y comprobar el perfecto funcionamiento de las cámaras. Todo en orden, llegaron turbulencias que convirtieron el avión en una batidora y desde la ventana comenzamos a apreciar una alfombra de palmeras que no parecía tener fín. Ya estábamos en Sri Lanka.

El golpe de calor que tuvimos el propio finger que conectaba el avión con la terminal de llegadas del Aeropuerto Internacional Bandaranaike nos hizo comentar que lo íbamos a tener con nosotros hasta que volviéramos a casa. Más de 30º y entre un 90% y un 100% de humedad cubrió nuestro encuentro con la isla. Había que irse acostumbrando, aunque reconozco que soporto el calor. Más que Pablo, que lo sufriría en sus carnes en una mayor proporción.

Los trámites en el aeropuerto fueron realmente rápidos. Nos sellaron los pasaportes (ya en la Guía Práctica de Sri Lanka comenté que no era necesario visado para estancias inferiores a 30 días), recogimos las mochilas y salimos a cambiar dinero (aproximadamente 1 euro equivalía a 157 rupias. Ver cotización actual aquí). Ya fuera nos esperaba el conductor que nos había de llevar a Anuradhapura, Nimal, quien sin saberlo sería una parte importante de nuestro viaje. Este simpático gordinflón que tan bien nos cayó a Pablo y a mí sujetaba un cartelón que decía «Welcome to Sri Lanka. José Miguel Redondo – Mr Sele». Estrechamos nuestras manos y nos subimos a su minivan para hacer un trayecto de unos 141 km para las cuales necesitaríamos casi cinco horas. Mi amigo se sentó atrás y yo fui en el asiento del copiloto (a la izquierda, ya que conducen «a la inglesa»). Ante la pregunta retórica de «¿No funciona el cinturón de seguridad?» Nimal respondió «In Sri Lanka, no problem». Mucho más tranquilo – pensé. Nada mejor que circular sin cinturón en un país con un elevasídimo índice de accidentes de tráfico. ¡Qué demonios…!, el tablero había cambiado. ¡Ya dije antes que jugábamos con otras reglas!

En la carretera bastaron un par de adelantamientos alocados para disfrutar la adorable esencia del caos asiático. No podía estar más feliz viendo pasar todos aquellos tuk tuks, sentirme dentro de mi querida Asia en una aventura que no había hecho más que comenzar. Tantos planes, tantas expectativas, tantos preparativos… y ya estábamos viviendo el sueño de Sri Lanka.

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El Sol se cayó en los palmerales a eso de las seis de la tarde. Aún quedaban varias horas de viaje, demasiadas para no ser una distancia a priori tan grande. Pero cuando quedaban treinta kilómetros el asfalto nos abandonó, quedando a merced del barro y a avanzar a paso de tortuga. Una tormenta eléctrica iluminaba el horizonte con potentísimos rayos y truenos que rompían toda aquella oscuridad. El aguacero no redró a Nimal de bajarse a rezar un par de minutos ante la estatua de un Buda que se veía desde la carretera. Juntando las manos y agachando la cabeza movió los labios recitando unas palabras. Cuando regresó al vehículo rodeó el volante con las palmas de sus manos, sin tocarlo, y nos miró sonriendo. Ya había terminado su rezo y podía continuar.

Aunque además de demostrarnos su fe religiosa Nimal no perdió el tiempo y nos enseñó fotos de los principales lugares de Sri Lanka por si queríamos contratarle como conductor para todo el viaje. Y aunque no descartábamos contar con él para unos días en los que sí que podía venirnos bien, preferimos esperar para decidirlo. Sí que acordamos que nos moviera en su tuk tuk por el inmenso complejo arqueológico de Anuradhapura por un precio de 4000 Rupias. Y ya después, si estábamos a gusto, podíamos llegar a un trato. Él insistía siempre en la misma frase: «If you are happy, I am happy» (Si tú eres feliz, yo soy feliz). Un buen eslogan para venderse a futuros clientes. Y en cierto modo no debe irle mal, porque con nosotros, terminaría consiguiéndolo.

Llegamos a nuestro destino, el Milano Tourist Rest de Anuradhapura, aproximadamente a las nueve de la noche. Era el único hotel que llevábamos reservado con antelación. Costaba 3100 rupias la doble con aire acondicionado por noche (18€ total, 9€ por persona, desayuno no incluido) e íbamos a quedarnos un par de noches. Nos despedimos de Nimal hasta las 7:00 de la mañana del día siguiente para salir a la conquista de Anuradhapura. Mientras tanto nos quedamos descansando unos minutos en nuestra enorme habitación antes de bajar a cenar y comer unas gambas agridulces y una tortilla de verduras riquísima. El restaurante del Milano es de los mejores de Anuradhapura y agradecimos tenerlo tan a mano. Después de casi dos días de viaje estábamos agotados y no queríamos más que darle un poco de vidilla a los estómagos e irnos a dormir. Yesta vez en una cama blandita y cómoda, no muy parecida al suelo del aeropuerto de Doha.

Estaba deseando despertar fresco y con fuerzas para seguir viviendo ese choque tan excitante.

18 de abril de 2011: ANURADHAPURA Y LAS RAÍCES DEL BUDISMO EN LA ISLA

Si a las seis y media de la mañana bajábamos a desayunar tostadas y huevos revueltos, a las siete en punto estaba el bueno de Nimal esperándonos en su tuk tuk color rojo. A pesar de las horas tempranas en las que estábamos hacía calor, aunque ni la cuarta parte de lo agobiante que podía ser tan sólo un par de horas después. En este tipo de países de clima tropical merece la pena levantarse pronto si no se quiere sudar la gota gorda desde el minuto uno. Y, por supuesto, aprovechar mejor las horas de luz, ya que anochece a eso de las seis de la tarde. Conviene siempre adaptarse a los horarios locales para no andar demasiado desubicados.

Así que marchamos a conocer uno de esos lugares esenciales con los que comprender el por qué de un país…

UN POCO DE HISTORIA

Anuradhapura está divivida en lo que se conoce como ciudad vieja y ciudad antigua. Normalmente el viajero que llega hasta allí tiene interés en conocer los restos arqueológicos de la que fuera primera capital de Sri Lanka desde el Siglo IV antes de Cristo hasta el IX d.C, correspondiendo a uno de los periodos más estables en la isla. Desde la proclamación de su capitalidad por el Rey Pandukabhaya hasta la entrada del budismo pasó en torno a un siglo, aunque este momento fue vital no sólo para el crecimiento a la ciudad de Anuradhapura sino para lo que sería, es y será ese país llamado Sri Lanka.

Muchos cingaleses fechan el verdadero nacimiento de la Nación en el instante en que en la cercana colina de Mihintale  (a unos 11 km de Anuradhapura) el Rey Devanampiya Tissa (307 a.C – 277 a.C) , al que nos referiremos como Tissa, se encontró cuando estaba de caza con Mahinda, el hijo del Emperador indio Ashoka que había viajado hasta la isla para propagar el budismo. Apenas unas palabras hicieron falta al joven monje para que el Rey Tissa se convirtiera a esta nueva religión venida de tierras indias que ponía patas arriba el Hinduísmo imperante y establecía como básicos los principios aprendidos y promulgados por Sidharta Gautama, Buda, aproximadamente dos siglos antes.

No tardaría en oficializarse el Budismo (de la rama Theravada) en la isla. Bajo el mandato del propio Tissa sería plantado en Anuradhapura un esqueje del Árbol en el que Buda obtuvo la iluminación (Sri Maha Bodhi), regalo del Emperador Ashoka. Y crecío, atrayendo a un buen número de peregrinos que viajaban hasta la ciudad, hasta hoy, estando considerado como el árbol plantado más antiguo del mundo. Dos mil años y algún que otro siglo lo avalan…

Anuradhapura creció alrededor de lagunas artificiales, jardines y palacios. Dada su importancia ante la nueva religión se cubrió de templos, monasterios budistas y, sobre todo, enormes dagobas, construcciones esenciales en Sri Lanka de formas acampanadas que, como estupas, guardan reliquias de Buda o distintos objetos de veneración. Así hasta el Siglo IX aproximadamente cuando su importancia decayó, la capitalidad se trasladó a Polonnaruwa y quedó sumida en el olvido y tapada por la Naturaleza más salvaje, como sucedería en tantas civilizaciones y reinos (véase Angkor) por todo el mundo. Los británicos la «redescubrieron» en el Siglo XIX y la arqueología devolvió a la vida a unos restos antiquísimos que, en ocasiones, superaban los dos milenios de vida. Su importancia básica para la religión budista en la isla hizo el resto y hoy en día esta ciudad Patrimonio de la Humanidad es un imán para peregrinos que recorren todos y cada uno de los lugares sagrados. Exactamente los mismos que íbamos a conocer nosotros en nuestro «primer gran día» de viaje a Sri Lanka.

CONSIDERACIONES SOBRE LA HOJA DE RUTA

El área monumental de Anuradhapura es suficientemente extenso y, con el calor que suele hacer, no es para hacerlo a pie, ni mucho menos. Lo recomendable es alquilar un vehículo (tuk tuk mejor y más barato) para todo el día por un precio que vaya entre las 3000 y las 5000 Rs (18€-30€). Nosotros pagamos 4000 Rs (aprox 24€). Y si se va con tiempo no es mala idea hacerlo en bicicleta, aunque con el sol pegando fuerte y estando expuesto a una repentina lluvia tropical puede no ser tan gozoso.

Los principales monumentos y restos arqueológicos de Anuradhapura pueden llevar mínimo 4-5 horas. Pueden combinarse con una visita a la cercana Mihintale o con algo de la ciudad nueva, así como simplemente pasear por alguno de sus lagos.

He aquí un mapa con la ruta que realizamos nosotros:

TEMPLO-MONASTERIO DE ISURUMUNIYA

El tuk tuk del bueno de Nimal dejó atrás la ciudad nueva para dejar que se impusiera una llanura de color verde, con árboles, lagunas y charcas nacidas en la tormenta de la noche anterior. El ruido de los pájaros era ensordecedor y el olor a hierba mojada era aún respirable, puesto que el fortísimo calor de las horas centrales aún tenía un rato más de guardia. Dejamos a nuestra derecha una moderna figura de un Buda sentado y nos dirigimos al primer punto de la ruta que íbamos a realizar ese día en Anuradhapura. Justo en el extremo suroeste del complejo arqueológico, a no demasiados metros del Tissa Wewa, estanque artificial que por su antigüedad nos daba la impresión que había estado allí desde siempre, había una calzada de piedra que el conductor nos pidió que siguiéramos. Llevaba al acceso principal del Templo Monasterio de Isurumuniya (Isurumuniya Vihara), en el cual se cuenta que el mismo Rey Tissa, tres siglos antes del nacimiento de Cristo, llevó a vivir a la comunidad de monjes budistas que acompañaban fielmente a Mahinda. Un pequeño edificio incrustado entre dos rocas, una pequeña estupa de color blanco contrastando desde las alturas y otros edificios menores esparcidos en una planicie, además de un pequeño estanque, se mostraban ante nuestras narices.

Pagamos un precio de 200 Rupias (aprox 1´20€. No es válido el Ticket del Triángulo cultural) y nos descalzamos para entrar. Es norma en todos los recintos sagrados, tanto interiores como exteriores, dejar el calzado a la entrada y quitarse la gorra, si es que se lleva puesta. Las estrecheces en la vestimenta, sobre todo en las féminas, no están bien vistas y puede ocasionar alguna reprimenda por parte de los guardas de los templos o monumentos religiosos. Aunque verdaderamente lo más molesto es lo de ir descalzos, sobre todo cuando vas pisando suelo que está al aire libre y que puede tener tierra mojada, hierba o una piedra a la que le ha estado dando el Sol toda la mañana. Mi recomendación es llevar siempre los calcetines puestos y tener en la mochila unos de repuesto, para en el caso en que estos se mojen. Además el pie va más protegido y se evita el posible contagio de hongos, ya que son miles de personas las que han caminado descalzas por allí.

P1190698Isurumuniya es el único monumento de su especie, que aprovecha las rocas y sus cavidades, de Anuradhapura, que no de Sri Lanka, ya que es sabido que a los primeros monjes venidos de la India les gustaba meditar en cuevas, al igual que los Sadhus u hombres santos del Hinduísmo. Nos dirigimos primeramente al edificio que se internaba dentro de una de estas rocas, a través de unas escaleras de piedra. Dentro no había más que una figura desgastada de Buda que los lugareños adoraban juntando sus manos y meciendo ligeramente sus cabezas buscando el pecho. El olor a flores frescas hacía indicar que tiempo antes de llegar nosotros, alguien había podido depositar pétalos.

Justo a la derecha de la entrada al pequeño santuario nos llamó la atención la figura de un hombre y un caballo esculpida en el saliente de la roca. A este misterioso relieve, que se calcula tiene 1500 años de antigüedad, se le presume con el Dios de la lluvia hindú. Bajo sus pies, a un paso de las aguas quietas del estanque, las siluetas de varios elefantes rasgan la roca con sus trompas. La tradición dice representan a las nubes. El budismo y el hinduísmo siempre han tenido tradiciones conexas, puesto que la primera se origina a partir de la segunda. Por ello hay una cierta mezcolanza de Dioses, espíritus, demonios y cierta ritualística con la que se supera cualquier dogma.

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El edificio central de Isurumuniya Vihara, ya posado sobre el suelo, es más reciente pero si es el primero que se visita en Sri Lanka, como fue nuestro caso, no pasa desaparcibido. Un interior de vivos colores tenía como protagonista a una grandísima figura de Buda tumbado en la que se conoce como «posición del león». La cabeza apoyada en una almohada de loto, auxiliada por la mano de buda, y las piernas estiradas hasta ver juntos los pies, es tal cual como se presume que Buda falleció. En Sri Lanka se recuerda esta pose en miles de ocasiones, aunque las más original, preciosista y perfecta, modelo para los demás que se realizaron con posterioridad, es la que se encuentra esculpida en la roca de Gal Vihara (Polonnaruwa).

Nos detuvimos en dicha sala para leer y comprender los dibujos de la vida del propio Buda y otras historias contadas como si de un cómic de la época se tratara. El silencio y la quietud se rompió cuando esquivamos un «objeto volador no identificado» a primera vista que pasó a pocos centímetros de nuestras cabezas. ¿Qué ha sido eso? – nos preguntamos el uno al otro. La respuesta la obtendríamos nada más abandonar la puerta de salida, que dejaba a la vista una cavidad que siglos atrás había sido utilizada como morada de los monjes y que en ese momento era la morada de cientos y cientos de murciélagos que boca abajo se agarraban a la piedra para ocultarse de la luz exterior. Sus sonidos agudos rebotaban hasta lo más profundo de la cueva y alguno que otro salía y entraba de forma constante, quizás incómodo por nuestra presencia.

Dejamos a los murciélagos a lo suyo y visitamos un pequeño museo con obras escultóricas pertenecientes a Isurumuniya. Una de ellas me sonaba de haberla visto en más ocasiones, quizás en las propias guías que llevábamos. Se trataba de «Los enamorados», la escultura de una pareja de no se sabe si deidades o personajes de la realeza (un príncipe llamado Saliya que se casó con una mujer de casta inferior) del Siglo V d.C y que se considera uno de los trabajos figurativos cumbre en Sri Lanka.

Por último ascendimos por unas escaleras hasta acercarnos a la pequeña estupa de color blanco y atisbar las vistas magníficas que había a nuestro alrededor. Empezaba a entrar más gente, turismo local y religioso, y no empezaba a hacerse estrecho aquel lugar en la cumbre de la roca. Abandonamos Isurumuniya y nos encontramos de nuevo con Nimal para continuar nuestra ruta.

Podéis ver un vídeo de varios minutos que tomamos en Isurumuniya Vihara, un lugar más que recomendable en todo recorrido que se precie por Anuradhapura:

UN MUSEO ARQUEOLÓGICO CON URINARIOS Y BIDÉS DE ÉPOCA

El tuk tuk comenzó a buscar vertientes más septentrionales dentro del inmenso complejo arqueológico que es de por sí la ciudad vieja. Los monos saltaban de rama en rama y, alguno de ellos se jugaba la vida ante el paso de los vehículos. Una pequeña base militar (en Sri Lanka hay prácticamente en todas partes, no hay que olvidar sus tres décadas de guerra con los Tigres Tamiles) dejaba al descubierto las secuelas de una herida que se está cicatrizando pero que aún necesita tiempo. Nos detuvimos ante la entrada del Museo Arqueológico, donde pudimos comprar unos tickets que creo son esenciales a la hora de visitar el conocido como Triángulo Cultural (Cultural Triangle Round Ticket), ya que agrupan muchas de las visitas de los lugares Patrimonio de la Humanidad de Anuradhapura, Polonnaruwa y Sigiriya. Como me parece importante este tema, me detendré a ese resecto unas líneas más adelante.

Ya que nos hacíamos allí con esos billetes, aprovechamos para dar una vuelta por las instalaciones que custodiaban un sinfín de restos arqueológicos rescatados en los descubrimientos por parte de los investigadores británicos de finales del Siglo XIX y primeros del XX. Había un sinfín de estatuas antiquísimas, restos de columnas y otros objetos de piedra a los que mereció la pena echar un vistazo más o menos rápido.

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Pero lo más curioso de todo lo que allí observamos tenía muy poco de monumental y/o religioso. Eran los restos arqueológicos «más humanos» que habíamos visto en la vida. Y es que, por una parte, se conservaba perfectamente una hilera de «bidés de piedra» donde los sacerdotes podían limpiar sus partes agachándose sobre ellos.

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Y por otra, una agrupación de «urinarios» realmente explícitos donde los mismos hacían sus aguas menores. Los había de distintas formas, pero en la fotografía que pongo a continuación podéis ver uno que deja muy visible lo que viene a ser la representación en piedra de unos genitales.

Muy apañados estos monjes y muy originales estos recuerdos en piedra de algo más mundando y menos religioso que nos encontramos en las viejas capitales de Sri Lanka.

Ahora sí, os cuento mejor lo del Ticket del Triángulo Cultural.

TICKETS DEL TRIÁNGULO CULTURAL / CULTURAL TRIANGLE ROUND TICKET

Si se tiene planteado visitar las ciudades históricas de Anuradhapura, Polonnaruwa, la roca de Sigiriya y ahondar en museos y otros monumentos del país ciertamente importantes, debéis saber que el coste de las entradas a los sitios es bastante elevado. Por ejemplo, subir a Sigiriya cuesta 25 dólares o 2750 Rupias cingalesas. Lo mismo sucede con el complejo arqueológico de Polonnaruwa o de la propia Anuradhapura que tienen idénticos precios. Por ello hay que saber que existe un ticket (Cultural Triangle Round Ticket), que se compra en las oficinas de cualquiera de estas ciudades e incluso en Colombo, que agrupa las entradas a todos estos sitios y que tiene un coste de 50 dólares / 5500 Rupias, el cual nos valdrá para nuestro viaje a Sri Lanka. Este Round ticket incluye los lugares Patrimonio de la Humanidad de Anuradhapura (salvo Isurumuniya ni tampoco la cercana Mihintale), Polonnaruwa, Sigiriya, Medirigiya, Nalanda, Ritigala y Museos como el de Katagarama, Kandy, Dambulla (que no las cuevas) o de la tantas veces mencionada Polonnaruwa.

Y, aunque creo que debería incluir más lugares que los que tiene (sobre todo lo digo por las cuevas de Dambulla, que cuestan 1200 Rs), con que se visiten un par de sitios ya merece la pena hacerse con él. Y además te lo piden en numerosas ocasiones, por lo que si ya se lleva consigo, mucho mejor.

Sobre dónde comprarlo, no hay más que ir a las Oficinas del Triángulo cultural que hay en estas ciudades o incluso en las taquillas de los principales monumentos de las mismas es posible adquirirlos sin ningún problema.

LA MAGIA DE LOS ESTANQUES

P1190723Anuradhapura está cubierto de preciosos estanques con flores de loto convertidas en auténticos islotes. A su alrededor los árboles oscuros y espesos ocultan las ruinas de la ciudad vieja. Así las dagobas (enormes stupas) sobresalen unos metros dejando el resto a la imaginación del viajero que será el que tenga que ir a descubrirlas acercándose a ellas. El agua y, en este caso, los estanques o lagunas artificiales, responden a la representación del mundo dentro de un gigantesco Océano. Esta simbología que nos habla del universo, se puede ver numerosas construcciones o ciudades asiáticas de la antigüedad en las que imperaron el budismo, el hinduísmo o ambas.

El cosmos, ese espejo de agua, es una constante que se asume en Anuradhapura con tan sólo levantar la vista del suelo.

NOS PONEMOS A LA SOMBRA DEL ÁRBOL DE LA ILUMINACIÓN

El tuk tuk se detuvo en un aparcamiento con más pose de mercadillo. Pero no de souvenirs sino de flores, velas, incienso, collares, bandejas de fruta y toda clase de ofrendas religiosas. Lugar sagrado a la vista. De hecho, siguiendo un corredor de aproximadamente 300 metros alcanzaríamos el espacio más sacralizado de Anuradhapura con diferencia: Sri Maha Bodhi. O lo que es lo mismo, el árbol que creció hace más de dos mil años desde un esqueje del considerado como auténtico árbol de la iluminación (Bodhi), en el que tras 49 días de meditación Siddharta Gautama derrotó al Demonio tentador Mara, alcanzó la verdad de la existencia y pasó a ser Buda.

Los budistas en Sri Lanka, deben rezar ante este árbol al menos una vez en su vida, y por ello el pasillo que deja a un lado la gran dagoba Ruvanvelisaya y estáP1190726 flanqueado por vegetación, charcas, garzas buscando pescado y monos saltando de un árbol a otro, siempre está lleno de peregrinos que portan sus ofrendas hasta los pies del Sri Maha Bodhi. Aquel camino que hicimos muy lentamente y bajo un Sol que agudizaba sus calores supuso un paso más hacia el «choque» que buscábamos, ese cambio radical de panorama, gentes, sabores y olores. Monjes con sus inconfundibles túnicas naranjas, mujeres con cestas de flores iniciando sus oraciones en voz baja, familias enteras arribando a su objetivo con la felicidad dibujada en los labios. Y pocos, o por no decir, ningún turista cubriendo esa distancia. En ese instante éramos testigos de la fé desparramada por el suelo de un sendero que llevaba directo a la iluminación…

Una vez en Sri Maha Bodhi nos pusimos prácticamente a la sombra del árbol. Unas escaleras e infinidad de banderas de vivos colores rodeaban el lugar sagrado que no paraba de recibir a más y más gente. La emoción se ponía a flor de piel a todos quienes iban llegando a lo que no consideran como un lugar físico en absoluto, sino un espacio absolutamente espiritual e incluso mental.

Si uno observa el árbol protegido con unos muros y lleno de santuarios o pequeñas capillas donde ir depositando las ofrendas, desde un punto de vista objetivo y aséptico, no encontrará nada frente a él. No es un lugar de hermosura inenarrable ni un prodigio monumental. Si se busca eso se verá tan sólo un árbol de unos 2200 años, el más antiguo que el hombre ha podido documentar. Nada más. Pero si se abren bien los ojos y se comprende la importancia que sí le ven los fieles a la religión mayoritaria en Sri Lanka, el significado que va más allá de la racionalidad… se puede llegar a comprender todo ese sentimiento e incluso involucrarse en él.

He aquí unos textos recogidos de la tradición del budismo en India y en el Tibet, con el que saber qué es el árbol de la iluminación. Buda, después de derrotar a Mara en el árbol, comienza una larga fase de meditación:

<< Durante la primera parte de la noche Siddhartha entendió que el sufrimiento tiene causa, y expresó esa comprensión. Durante la parte central de la noche entendió cómo destruir el sufrimiento y expresó esa comprensión. Por último, durante la tercera parte de la noche, describió cómo se alcanza la iluminación en el mismo momento en que el sol iluminaba el cielo>>.

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<<Después de cuarenta y nueve días de meditación, durante la última parte de la noche Siddhartha despertó, como de un sueño, y estaba iluminado. Según la tradición del norte, al darse cuenta de su condición de Buda exclamó: «¡Qué maravilla! ¡Qué milagro! Todos los seres poseen plenamente la sabiduría y el poder del Tathagata (Buda). Por desgracia, los seres humanos no son conscientes de ello, a causa de la persistencia de sus apegos. >>

<<Antes de la iluminación todas las cosas del mundo exterior son engañosas y nos confunden. Después de la iluminación lo vemos todo como sombras chinescas, y todas las cosas objetivas pasan a ser amigos útiles. >>
(Textos obtenidos de la web 1001 enseñanzas del Budismo)

Aquella Higuera sagrada (ficus religiosa), como escalera espiritual, subió a Siddharta al Nirvana. Y aunque la original fue destruida, este esqueje del original plantado en Anuradhapura el 288 a.C., es un puro imán de veneración para quienes creen firmemente en las enseñanzas del Budismo. Así los rezos de cientos de personas esculpían una melodía de cierta armonía, así las flores de agua refrescaban el aire y el incienso lo perfumaba, así las estatuas de piedra parecían sonreir con todo aquello. He ahí cuando las creencias y la fé de las personas se miran desde una vertiente para nada racional, que un árbol es algo más que un árbol…

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Para nosotros dos y, sobre todo para Pablo, que era la primera vez que presenciaba algo similar, la iluminación venía de un país llamado Sri Lanka, el cual nos estaba recibiendo con los brazos abiertos en la ciudad más antigua de su territorio. No podíamos estar más que alegres por estar dentro de ese tablero de juego y haber comenzado a comprender sus reglas, sus movimientos…

Podéis tocar el Sri Maha Bodhi en unos minutos de vídeo grabados en aquella calurosa mañana:

P1190749Antes de marcharnos y calzarnos de nuevo, encendimos una vela frente a las los restos del Brazen Palace del que quedan 1600 columnas. Se dice que alojó a monjes en más de mil habitaciones. Pero esta joya del Siglo II a.C. es tan sólo un esqueleto al que hay que echarle más que imaginación para verlo con vida. Anuradhapura es demasiado viejo para dejarnos unos restos tan clarividentes como los que mucha gente espera encontrarse. Todo es más figurado, más supuesto. Pero igualmente especial.

LA DAGOBA RUVANVELISAYA

Antes comentaba que para ir al Sri Maha Bodhi había que dejar pasar una inmensa dagoba llamada Ruvanvelisaya. La habíamos querido reservar por completo para la vuelta. Ni si quiera la habíamos mirado para retardar unos minutos más el factor sorpresa. Siempre tengo la costumbre (o manía) de hacerlo ante lugares grandiosos para gozar al menos de unos segundos de puro asombro. Me encanta esa sensación de sobrecogimiento ante la grandeza de ciertos lugares. Y tengo que decir que el primer parpadeo ante Ruvanvelisaya lo vivimos como algo asombroso. El agua detenida en el tiempo de una charca aledaña potenció los efectos de un monumento cuyo color blanco se desprendía más allá de las palmeras o del mismo cielo.

Lo mejor para apreciar una dagoba en todo su esplendor es observarla desde todos sus ángulos. Y puede llegar a parecer más hermosa a una distancia más o menos lejana. Las de Anuradhapura son probablemente las más impresionantes, quizás por su tamaño y por ser las originales, las primeras de Sri Lanka. Aunque, a toro pasado, hay alguna que otra en Polonnaruwa que también es de aúpa.

P1190771Una dagoba es en Sri Lanka exactamente lo que en en India, Tibet o Nepal una estupa. Son monumentos de origen funerario (se dice que se construyeron varios sobre las cenizas esparcidas de Buda), pero que tiempo después evolucionaron a lugares de peregrinación que envolvían reliquias de buda, objetos de veneración o las propias doctrinas del Maestro. Su diseño, sus formas y su ubicación gozan de un sentido absoluto para quienes sabían o saben leerlas sin necesidad de una sola palabra. Si en el cristianismo las Catedrales e iglesias se conviertieron en la Biblia de los iletrados, las dagobas recogieron la sabiduría de la religión budista. De hecho representan el cuerpo y la mente de Buda…

Algo visible en Ruvanvelisaya, que aprovecho para tomar como ejemplo para explicar lo que es una dagoba, es la plataforma sobre la que se sucede toda la construcción semiesférica. Esto tiene que ver con la «fase terrenal» de la que parte un inmenso y redondeado cuerpo celestial. Lejos de ellos, más arriba, en un rectángulo está la divinidad, la única certeza, que sostiene el punto superior, el eje del universo. Es, asímismo, el camino hacia la verdad, hacia la iluminación…hacia el Nirvana.

Este universo en piedra se recorre de izquierda a derecha, en el sentido de las agujas del reloj. Que es simbólicamente el mismo recorrido que siguen las estrellas en el cielo. Los peregrinos tocan las piedras, se detienen en los pequeños santuarios o figuras contenidas en pequeños casetones, realizan sin más un camino hacia esa pefrección de la que hablaba Buda.

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Ruvanvelisaya, construida en el Siglo II antes de Cristo, siendo Detugemunu monarca en Anuradhapura, tiene una altura de 55 metros de la base hasta el remate final. Se dice que en su origen pudo ser el doble de grande, pero las posteriores «destrucciones-reconstrucciones-restauraciones» la dejaron tal y como la vemos en la actualidad. Totalmente encalada, recibe la fuerza de los rayos de Sol haciéndola brillar extremadamente ante los cielos despejados, aunque por las tardes se vuelve del color de la arena, dorándose ante esa simbiosis monumento-naturaleza que nos hace confundir si forma parte más de la una o de la otra.

Una particularidad de Ruvanvelisaya copiada con posterioridad en una amplia representación de templos y demás construcciones religiosas en la isla es una de las ideas de un monarca que decidió levantar un muro con cientos de figuras de elefantes. Desconozco el significado, pero ya digo que no sería la última vez, ni mucho menos, que los veríamos a lo largo del viaje.

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Sin duda nos encontrábamos ante uno de los monumentos más significativos y bellos de Anuradhapura. Y ni el Sol, ni los treinta y tantos grados de temperatura, ni la humedad, ni los pies descalzos al rojo vivo ante la calidez de la piedra podía desprendernos de una sonrisa casi permanente. Teníamos que disfrutarlo al máximo, comprender mil y un porqués, responder ante los gestos de amabilidad de las personas que nos trataban con sumo respeto.

THUPARAMA, PROBABLEMENTE LA DAGOBA MÁS ANTIGUA DEL MUNDO…

Muy cerca de Ruvanvelisaya, unos 300 m. dirección norte, se alza otra dagoba de dimensiones más modestas pero igual o más elegante. Thuparama es del S. III a.C., de los tiempos del Rey Tissa y está considerada la dagoba más antigua de Sri Lanka. Y muchos historiadores aseguran que no es más joven que las estupas que se conservan en India, Nepal, Tibet o China, por lo que muy probablemente también estemos hablando de una antigüedad a un nivel mucho más global. A no ser que la Arqueología lo desmienta con algún descubrimiento…

Thuparama custodia la clavícula izquierda de Buda y, por ese motivo, cuenta con el respeto y la admiración de los cingaleses. Nimal, nuestro conductor, decía de ella que era su «dagoba preferida no sólo de Anuradhapura sino de Sri Lanka». Quizás por su historia, porque contiene una reliquia muy apreciada por los budistas y, por supuesto, por la delicadeza de formas de una figura acampanada perfecta.

En la restauración realizada en 1840 se la pintó de blanco, rejuveneciéndola por completo. Destaca la conservación de una estructura circular de columnas denominado vatadage (la más famosa se sitúa en Polonnaruwa), que viene a ser un tipo de construcción que antecede y decora a las dagobas más importantes.

A pleno Sol hicimos la cuenta del reloj, de izquierda a derecha, asomándonos a las pequeñas capillas que había en el monumento y que correspondían a cada uno de los puntos cardinales. Sólo en uno de ellos daba la sombra. Aprovechando esta ventajosa coyuntura, aproximadamente una docena de fieles sentados en el suelo tenían juntas sus manos. A aquellas voces que yacían como susurros se les unía un grupo de mujeres que en pasos cortos se dirigían hacia la dagoba con ramos de flores de agua recién recolectadas. Todas ellas vestían de blanco. El único contrapunto de color correspondía al naranja de la túnica y la sombrilla de un sacerdote que parecía estar absolutamente concentrado en sus oraciones.

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ABHAYAGIRI Y LOS RESTOS DE LOS PALACIOS DE PIEDRA DE LUNA

A la etapa de Thuparama le sucedió el devenir de nuestra ruta hacia el norte de Anuradhapura, donde los muros y restos de una ciudadela imaginaria de columanatas, escaleras y estatuillas sugieren un esplendor en la Antigüedad que aún sigue rescatando la Arqueología. En esta parte de la ciudad vuelan más las letras de los historiadores y los dibujos mentales e imaginativos que una realidad más palpable por el visitante, en ocasiones mal acostumbrado a ciertas perfecciones arquitectónicas y artísticas de otros lugares históricos.

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Aquí estuvo el Palacio de Mahasen, o el del Rey Vihayabahu I rezaban los carteles mientras caminábamos por un universo de columnas rectangulares subidas a pedestales que quemaban del Sol que las estaba dando. Estos complejos arqueológicos guardan, eso sí, sorpresas en forma de Piedra de luna, nombre que reciben las formas semicirculares (en media luna) situadas a la entrada de los templos que representaban para los cingaleses la samsara, o lo que es lo mismo, el ciclo de la vida, muerte, reencarnación y el fin de dicho ciclo roto por el nirvana. Este tipo de piedras, hechas de una sola pieza, se ven únicamente en las ciudades de Anuradhapura y Polonnaruwa.

P1190790También son los estanques sagrados o las figuras de ninfas danzantes las que se cuelan en este mar de Arqueología que no hace mucho formaban parte de una maraña selvática perdida en el tiempo y que se pensaba no era más que pura mitología. Como Angkor (Camboya), Petra (Jordania) , Borobudur (Indonesia), Prambanan (Indonesia) y muchos otros sin salir si quiera de el país en el que nos encontrábamos, se fueron deshaciendo los enigmas después de muchos siglos (incluso milenios) de abandono irremediable. Por eso mismo me gusta imaginar la cara de sorpresa de los exploradores que llegaron por primera vez hasta allí y miraron a los ojos a las imágenes esculpidas en piedra, que volvían a sonreir ya regresadas del olvido.

A la dagoba Abhayagiri, por ejemplo, la hierba había cubierto de arriba a abajo sus aproximadamente 75 metros de ladrillo (llegó a superar los 100 m. en su origen) haciendo creer a los lugareños que se trataba de una de las muchas colinas que había dispersas en el bosque. Una vez se vió más allá de la vegetación pudieron iniciarse las investigaciones, descubriéndose que esta enorme dagoba tenía su origen en el año 88 a.C., reinando Vattagamini Abhaya, aunque tras quedar destruida volvió a levantarse tres siglos más tarde con un tamaño mayor. La tradición sitúa a la misma sobre una huella atribuida a Buda.

Aunque Abhayagiri no puede reducirse únicamente a una dagoba, ya que fue un complejo budista theravada de primer orden. Alrededor suyo hubo palacios, monasterios y numerosas construcciones relacionadas con el que fuera un centro de poder político y religioso volcado a toda la isla, no solamente a Anuradhapura. También se puede decir que tuvo una influencia dogmática dentro de un Budismo casi en pañales que tuvo en Sri Lanka uno de sus mayores propulsores.

Abhayagiri es otra de las dagobas imprescindibles de Anuradhapura (van tres si sumamos Ruvanvelisaya y Thuparama, por lo que falta otra grandiosa de la que hablaré unas líneas más adelante…) pero , fue una pena verla prácticamente cubierta por una capa de andamios. Aunque tuvo para un buen rato si le sumábamos los restos arqueológicos que había a su alrededor y unas pequeñas compras que le hicimos a unos artesanos que trabajaban la piedra.

ESTATUA DEL BUDA SAMADHI: LA CONCENTRACIÓN EXPRESADA EN PIEDRA

P1190802Muy cerca precisamente de donde estábamos visitamos a una estatua esculpida entre los siglos IV y V de nuestra Era que representaba a Buda en uno de los estados más avanzados de la meditación, el Samadhi. Es la una de las más apreciadas figuras de Buda que se tallaron en Sri Lanka (junto al de Aukana o a los de Gal Vihara) y resulta extraordinaria la serenidad que le supo dibujar el artista en el rostro. Un antiguo líder del Independentismo Hindú en tiempos de las colonias, Pandit Nehru, dijo que en su dura estancia en prisión pudo mantener la calma gracias a una fotografía de esta estatua de Anuradhapura porque le transmitía buenas sensaciones.

Dada la preocupación de las autoridades cingalesas sobre su exposición a las inclemencias del tiempo y su posible deterioro, se decidió levantar un tejadillo para cubrirla. Probablemente se logre dicho propósito pero la impresión que deja al viajero no goza de la cercanía o emoción que sí se podía tener años antes cuando estaba completamente al aire libre.

Una curiosidad que aprendimos en el Samadhi Budha de Anuradhapura es que está completamente prohibido hacerse una fotografía dándole la espalda a la estatua. No hay problemas si uno se pone de lado, pero nunca de espaldas. Si alguno de los vigilantes te sorprende en esa «posición prohibida» te reprenderá y te pedirá que borres la foto, ya que lo consideran como una falta de respeto.

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Este Buda en piedra de más de mil quinientos años es otra de esas hermosas sorpresas que nos deparó Anuradhapura, aunque no habíamos visto aún otros que lo superaron más tarde…

JETAVANARAMA, LA DAGOBA A LA QUE SÓLO LE HACÍAN SOMBRA LAS PIRÁMIDES DE EGIPTO

Siguiente parada en el noreste de la ciudad vieja, Kuttam Pokuna, dos piscinas «gemelas» (entrecomillo porque hay diferencia de tamaño entre ambas) que se construyeron para las abluciones de los bhikkus (monjes budistas). De nuevo parte la idea de el agua como elemento purificador y esencial del Universo y, aunque no son pocos los estanques y canales de irrigación los existentes en Anuradhapura, en éstas pudimos ver los ejemplos más destacados y ornamentados de la gran capital de la Antigüedad en Sri Lanka.

Las piscinas gemelas fueron nuestro último objetivo del norte de la ciudad vieja. Con el tuk tuk de Nimal atravesamos el eje nordeste-suroeste para llegar a la cuarta y última dagoba del día, pero no por ello la menos impresionante. De hecho, Jetavanarama (también llamada Jetavanaramaya) cuando se erigió en el Siglo III a.C. por orden del Rey Mahasena fue, con sus 122 metros de altura, la construcción de mayor altura con diferencia realizada por el hombre en el continente asiático. En el mundo sólo le superaban las Pirámides de Keops y Kefrén (Egipto), y así sería hasta varios siglos después. Sólo por este hecho (aunque ahora tenga 75 m, más o menos lo mismo que Abhayagiri) esta dagoba que dice guarda un cinturón de tela usado por Buda y en un estado realmente perfecto (se había restaurado muy recientemente) nos dejó con la boca abierta desde el mismo momento en que la vimos «aparecer» desde el lado derecho del tuk tuk.

Esta montaña de ladrillos (se necesitaron más de noventa millones) rasga el paisaje de una manera asombrosa. Yace la estupa en una plataforma recargada y convierte a las personas en seres absolutamente insignificantes. Cuesta imaginársela cubierta de hierba, pero no que fuera confundida con la propia Naturaleza cuando la hierba pintaba de verde las piedras ocultas durante más de dos mil años. Una vez más pudimos sentir que nos encontrábamos ante algo grandioso, percibíamos todo el peso de la historia por encima de nuestras cabezas.

Así que dejamos nuestras zapatillas en el último escalón que daba a la dagoba y comenzamos a caminar, aunque con el sufrimiento añadido de estar abrasándonos los pies en las partes donde no daba la sombra. La regla de descalzarse en los lugares sagrados, sobre todo exteriores, me parece ridícula pero no queda más elección que tomarla o dejarla. Por mi parte, si para disfrutar de cerca de uno de los monumentos más indiscutibles de Sri Lanka hay que ir en calcetines y «calcinarse» las palmas de los pies durante unos minutos, se hace sin rechistar.

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Aunque en las horas centrales del día sólo unos pocos se envalentonaban para caminar por la piedra casi incandescente. Y a excepción de nosotros, no eran precisamente del género humano. Saltaban, jugaban y nos miraban con cara de no comprender qué demonios hacíamos por allí.

«Estos jóvenes no hacen más que quejarse. Dices tú de mili…»

A mitad del recorrido no tuvimos remedio que continuar el rodeo al monumento desde la hierba, sin importarnos que estuviera alta y pudiera haber arañas, alguna que otra serpiente o un lagarto de esos tamaño XL con los que tantas veces nos encontraríamos en el viaje.

ADORABLES SORPRESAS

Próxima la hora de comer nos marchamos de vuelta al hotel y dimos por concluida la visita al complejo arqueológico de Anuradhapura. A medio camino nos detuvimos en una plataforma techada en la que reposaba tranquilamente un buen grupo de langures de cola larga. Podía haber cerca de veinte, entre machos, hembras y crías. Algunas de ellas tan pequeñas que podían tener no más de unos días de vida y que aún guardaban la inocencia más absoluta en sus ojos redondos, grandes y negros.

La fauna de Sri Lanka es siempre parte del viaje y prácticamente cada día de la expedición protagoniza una o varias escenas remarcables. Incluso cuando parece que el protagonismo va para otro lado, los animales aparecen repentinamente y hacen su show. Y no hay que irse a la selva o hacer un safari para que eso suceda. Por ejemplo, cuando estábamos descansando un rato en el hotel nos percatamos de que un ave de la familia de los cálaos muy parecida a un tucán, estaba jugueteando fruta con su largo pico amarillo junto a nuestra ventana. ¿Quién necesita poner la televisión cuando hay tanta vida delante de tus narices?

MIHINTALE: MISIÓN «INTERRUPTUS»

Una vez hubimos comido y descansado en el hotel, apareció Nimal con el que habíamos quedado a eso de las tres de la tarde para ir a Mihintale, la colina sagrada en la que vivieron Mahinda y sus discípulos, y donde se produjo el trascendental encuentro con el Rey Tissa que traería el Budismo a Sri Lanka para los siglos de los siglos. Son 11 kilómetros los que separan Anuradhapura de esta colina que muy a menudo se saltan las agencias turísticas, con lo este lugar tan emblemático para los cingaleses queda a la vista mayoritariamente para peregrinos y visitantes del país. Ya que habíamos aprovechado bien el tiempo en la ciudad, sí creíamos que un par de horas para subir a la colina sí que le podíamos dedicar. A sabiendas de que lo haríamos a lo largo de tres etapas y la no desdeñable cifra de 1840 peldaños.

No más de un cuarto de hora necesitamos para llegar hasta allí. El calor asfixiante de antes había bajado, pero por contra eran muchas las nubes que se cerraban sobre la colina y sus alrededores. Iniciamos la subida a los cerca de dos mil escalones con determinación e ilusión de ir descubriendo por el camino viejos monasterios, dagobas, pabellones e incontables restos budistas de los tiempos de Mahinda (se conserva la que se dice que fue su cueva) y posteriores, levantados por los monarcas que quisieron honrar este «lugar sagrado».

Pero no podríamos más que hacer un tramo ridículo… Porque comenzó a llover de forma escandalosa. El agua caía de forma incontrolada como una tropa de afilados aguijones y la oscuridad del cielo no presagiaba que fuera a ser algo corto. Era un tormenta tropical en toda regla y si no queríamos vernos calados (ni a nosotros ni a las cámaras) teníamos que regresar de inmediato al tuk tuk de Nimal.

Después de buscar distintas alternativas no tuvimos más remedio que regresar a Anuradhapura. Era imposible ir a ningún lado con esa lluvia. El trayecto en tuk tuk fue la mejor visión de una tormenta que habíamos tenido en la vida. Los relámpagos vaticinaban truenos que asustaban al propio Nimal, quien no podía evitar agachar la cabeza cuando pensaba iban a caer. Los rayos caían muy cerca, favorecidos algunos por los viejos estanques de la ciudad vieja. Y el agua formaba riadas en la carretera que engullían las ruedas de los vehículos que tratábamos de llegar a nuestro destino. Visibilidad nula, explosiones atronadoras provenientes de aquellos nubarrones obscenos. Pablo y yo mientras comentando la jugada y tratando de que no entrara el agua al tuk tuk de un Nimal que amenizaba la carrera comentando lo cerca o lo lejos que había caído el último rayo. Parece una tontería pero lo pasamos estupendamente e incluso dimos la tarde como bien empleada. Eso era vivir un país y un viaje con todas sus circunstancias… Y no siempre las cosas tienen van de cara. Lo mejor es aceptarlas como vienen y sacar partido de ellas.

La tormenta duró en torno a las dos horas, pero cuando acabó ya era totalmente de noche. Estuvimos en el hotel, dimos una vuelta alrededor del Lago que había al lado y estuvimos negociando con Nimal la posibilidad de que fuera él el que nos llevara en su minivan durante un período de 3 días en los que nos iba a venir muy bien. En una mesa, con una deliciosa taza de té de Ceilán (el primero de muchos que tomaríamos) tuvimos un ir y venir de precios que tuvo una duración de lo menos treinta minutos. Nimal pedía 30000 rupias (aprox 180€) y terminamos dejándolo en 22000 (aprox 132). Eso incluía transporte, gasolina, mantenimiento del conductor y posterior regreso en solitario desde Kandy (a 6 horas de Anuradhapura). Tres días completos con conductor de la mañana a la noche por 22€ por persona/día creo que no era mal negocio para todos y podía hacer que nos cundiera mejor el tiempo (ir a sitios con transportes menos recurrentes, ir a ver varios alojamientos antes de seleccionar uno, et.c) . Al menos para la parte del Triángulo cultural. Así que le pasamos la hoja de ruta de los posibles planes (también cambiantes y escogiendo nosotros hoteles/restaurantes) y nos despedimos hasta el día siguiente.

La aventura en Sri Lanka había empezado bien, a pesar de la tormenta, y las sensaciones irían en crescendo a medida que fuera pasando el tiempo. El choque no hacía más que generarnos entusiasmo por momentos.

CONTINUA EN EL CAPÍTULO 2

28 Respuestas a “Crónicas de un viaje a Sri Lanka (1): Anuradhapura y «el choque»”

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