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Curiosidades que aprendí viajando a Valladolid

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Urueña (Valladolid)

No cabe duda que viajar es sinónimo de aprender. Los cajones del conocimiento se llenan con cada viaje que realizamos independientemente de si es corto, largo, lejano o más próximo. Son los lugares, sus historias y gentes las que nos llevan por unos vericuetos inimaginables con los que llamar a la puerta de un destino y saciar esa necesidad de saber más. En mi caso, que creía conocía suficientemente los secretos de la provincia de Valladolid, me he vuelto a sorprender de nuevo. Dentro de un recorrido fascinante e inesperado, he seguido recopilando curiosidades que desconocía y que me gustaría mostrar en el presente artículo, quien sabe si para que otros viajeros lo tomen como consejos o propuestas con las que perfeccionar un viaje introspectivo a esa tierra que con suma sapiencia garabateó en los libros el bueno de Don Miguel Delibes.

Para quienes vivimos en Madrid la provincia de Valladolid es una escapada perfecta. Para el día lo más idóneo es seleccionar una zona en concreto, aunque siempre recomiendo quedarse a dormir y abrazar de esa forma más posibilidades. Opciones no nos faltan, empezando por la propia Pucela y terminando por castillos como el de Medina del Campo, Tiedra, Peñafiel o Fuensaldaña, el formidable Canal de Castilla o los viñedos de sus nada menos que cinco Denominaciones de origen (Rueda, Ribera del Duero, Cigales, Toro y Tierras de León) que se engloban dentro de una ruta de enoturismo muy completa. Podría seguir y no terminar nunca, pero no es mi propósito ponerme a descubrir ahora Olmedo, Medina de Rioseco o Tordesillas. En esta ocasión trataré de hilar más fino para compartir y transmitir la sorpresa, la curiosidad y ójala las ganas que tengo siempre de continuar indagando en una provincia que va mucho más allá de una Semana Santa excepcional, los asados y los buenos caldos.

CURIOSIDADES QUE ENCONTRÉ VIAJANDO POR VALLADOLID: 1ª parte

Una iglesia del románico catalán en el corazón de Castilla

Urueña, la primera y única villa del libro en España, es uno de los pueblos más recomendables para visitar en la provincia de Valladolid. No sólo por su concepto cultural que le hace contar con una librería por cada treinta habitantes, sino también por su conjunto urbanístico medieval que abre sus murallas entre Montes Torozos y Tierra de Campos. Pero es precisamente fuera de sus muros donde tiene una peculiaridad que se puede considerar única en Castilla y León. Y es que la ermita consagrada a Nuestra Señora de la Anunciada, del Siglo XI, está construída con los parámetros y técnicas del románico lombardo más propio de Cataluña o Aragón.

Ermita de la Anunciada (Urueña, Valladolid)

Sus arcos ciegos, también llamados lombardos, nos advierten de una iglesia que salvo por el tipo de piedra con la que está hecha, podríamos pensar que es más propia de los Pirineos que castellana. Aunque no se saben las razones exactas de que en Urueña se encuentre una iglesia de estilo románico catalán que además es una auténtica belleza, todo parece apuntar a la descendencia catalana de Don Pedro de Ansúrez, ya que su hija contrajo nupcias con Emengol V, Conde de Urgel. Probablemente los trabajadores que levantaron este templo se basaron en el tipo de construcciones eclesiásticas que eran más usuales en tierras catalanas durante la Edad Media. (Nota práctica: Esta ermita se puede visitar de forma guiada concertándolo en la Oficina de Turismo de Urueña).

Ermita de La Anunciada (Valladolid)

Un caserío vasco para una bodega castellana

Dehesa de los Canónigos en la localidad de Pesquera, muy cerca del Monasterio de Valbuena (actual sede de las Edades del Hombre) es una de las bodegas con más pasado, presente y futuro de la Ribera del Duero. A pesar de comercializar sus vinos desde 1988 cuenta con una larga historia que le lleva a ser el primer repoblador de la vid tras una plaga letal de filoxera que afectó a casi toda Castilla. Estas tierras fueron durante siglos propiedad del clero hasta la Desamortización de Mendizábal. Dehesa de los canónigos es, por tanto, el recuerdo de aquellos tiempos, aunque quede muy poco de aquella época.

Dehesa de los Canónigos (Valladolid)

La Familia Lecanda se hizo con una finca que actualmente cuenta con 600 hectáreas (una hectárea es como un campo de fútbol, para hacernos una idea), a la que le dió forma construyendo un caserío típico vasco-navarro con el que honrar sus orígenes. Ahora son los Sanz quienes se esfuerzan en mantener el mimo que los viñedos y la bodega merecen, y desde que se lanzaran a producir vino no han hecho más que cosechar éxitos nacidos del cariño y el trabajo. Belén Sanz es una de las enólogas con mayor prestigio en la Ribera del Duero y tuve la suerte de descubrir con ella y su familia los secretos que se esconden en sus barricas.

Dehesa de los Canónigos (Valladolid)

Dehesa de los canónigos es interesantísima propuestas enoturística y se pueden visitar sus instalaciones, con ese gigantesco caserío blanco con los entramados de madera por fuera que hace pensar que nos encontramos en las montañas de Euskadi. Durante la época de vendimia hacen rutas en globo y sus plazas se agotan nada más salir.

El delicioso pincho de Traspinedo

Había comido lechazo asado en muchos de los asadores castellanos tanto en Segovia, Burgos o la propia Valladolid. Esta delicatessen apta para los carnívoros de fino paladar entre los que me incluyo es uno de esos monumentos gastronómicos de nuestro país. Lo que nunca había probado es la manera en que lo preparan en Traspinedo, ya que trocean el lechazo y lo encajan en pinchos que se brasean delicadamente con el sarmiento de la leña. En los asadores de este y otros pueblos vallisoletanos preparan esta auténtica delicia, aunque es cierto que el origen y el lugar más indicado para probar el pincho de Traspinedo es, obviamente, Traspinedo, situado a apenas 6 kilómetros de Pucela.

Pinchos de Traspinedo

En el Mesón Los doce arcos (C/ Arboleda 8) nos prepararon una cena a base de pinchos que de tiernos que eran se derretían en la boca. Y es que no se puede negar que el lechazo, que es el cordero de oveja churra que sólo ha tomado leche en su primer mes, tiene a la brasa un sabor que se sale de lo normal. Si lo mezclamos con un aperitivo de espárragos de Tudela de Duero y con una ración de morcilla no existe comensal alguno que se quiera mover de la mesa durante horas…

Pincho de Traspinedo

La última harinera del Canal de Castilla

El Canal de Castilla fue el sueño inconcluso de comunicar Castilla con el Cantábrico, a imagen y semejanza de Francia con el Canal du Midi. De esa manera se facilitaba el transporte del trigo, aunque la llegada del ferrocarril en el Siglo XIX dio al traste con esta costosísima obra hidráulica que se quedó a la mitad. Son muchos los kilómetros navegables que afectan a las provincias de Valladolid, Burgos o Palencia, y en tierras de secano ha beneficiado enormemente al cultivo. En su momento igualmente supuso un antes y un después con la aparición de la industria. Fábricas de papel, molinos o numerosas harineras se levantaron junto al cauce del canal surgiendo en Castilla una auténtica revolución industrial.

Harinas de San Antonio (Medina de Rioseco, Valladolid)

Con la aparición de las comunicaciones en tren o incluso en carretera, la mayoría de estas fábricas cerraron. De hecho la Fábrica de Harinas de San Antonio, junto a la Dársena de Medina de Rioseco, fue de las últimas en cesar su actividad. Desde 2008 es Bien de interés cultural y está considerada como una de las joyas del Patrimonio Industrial en Castilla y León. Se pueden visitar sus instalaciones (entrada 2´5€) y comprobar cómo funcinaba como harinera con máquinas traídas de fuera de España y que cuentan con más de un siglo de antiguedad. Es, para mí, una de las visitas más recomendables que se pueden hacer en la que es una de las cabeceras del Canal de Castilla.

Curiel de Duero, un pueblo con un castillo por cada 60 habitantes

Es fácil rendirse al castillo de Peñafiel, el más grande y famoso de toda la provincia, pero mucha gente desconoce que tan sólo a seis kilómetros del mismo hay un pueblo llamado Curiel de Duero que posee dos. El situado en lo alto tiene más de mil años y se le considera el más antiguo de Valladolid (ahora es un hotel), mientras que el que está junto a la plaza ,y del que queda apenas una muralla almenada con torreones, se trata del viejo Palacio de los Zúñiga (después de los Duques de Osuna) cuyo rico interior se desmantelaría lentamente en el Siglo XX (hay parte de él en Nueva York, en el Alcázar de Segovia e incluso en una finca particular de Torrelodones, Madrid).

Castillo de Curiel (Valladolid)

Lo curioso de Curiel es que con tan sólo 120 habitantes se puede considerar el pueblo con mayor densidad de castillos de todo el mundo. Y apenas uno lo pasa de largo sin caer que se esconde tras una loma la que particularmente debo definir como una de las localidades más hermosas y desconocidas de toda la Ribera del Duero, con una iglesia realizada en gótico mudéjar (excelentes sus artesonados policromados y las caras de rasgos musulmanes en el techo), casas que conservan sus entramados de madera por fuera y una escuela de los años cuarenta junto al ayuntamiento en el que no sólo falta ponerse a recitar de carrerilla la lista de los reyes godos.

Palacio de los Zúñiga (Valladolid)

Traje tantas cosas en «la maleta» de esta escapada que os emplazo a la inminente segunda parte de «Curiosidades que aprendí viajando a Valladolid» con la que juntos seguiremos descubriendo mucho más sobre un destino que tiene propuestas para dar y tomar.

Sele

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