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Nacido para ser un patas azules

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Si existe un ave que se le pueda considerar el icono de Galápagos por su originalidad y simpatía no se me ocurre otro mejor que el piquero de patas azules. Este tipo de alcatraz que pesca su alimento lanzándose al agua como un auténtico misil, y que bien parece diseñado por la factoría Disney, es una de las fotografías más buscadas de las islas encantadas. Su largo pico y el color de sus curiosas patas pintadas de azul celeste le confieren un carácter amigable y es símbolo identidad de un lugar en el que la cotidianidad se viste de naturaleza insólita.

Patas azules de un piquero de patas azules (Islas Galápagos, Ecuador)

A pesar que durante nuestro viaje a islas Galápagos lo habíamos podido observar en múltiples ocasiones, no éramos capaces de estar próximos a él y fotografiarlo como sí habíamos hecho con pingüinos, leones marinos, tortugas, iguanas u otras muchas especies que habitan el archipiélago. Hasta que en los túneles de lava de isla Isabela, tras una angustiosa navegación en lancha, alcanzamos unas rocas utilizadas por los piqueros de patas azules para anidar y alimentar a sus crías. Aquel sería el lugar en el que no sólo podríamos contemplar esta especie en calma y en absoluta cercanía sino también donde presenciaríamos la llegada a este mundo de un polluelo que lentamente fue rompiendo su cascarón para nacer delante de nuestras narices.

LA EXPERIENCIA DE VER Y FOTOGRAFIAR PIQUEROS DE PATAS AZULES EN GALÁPAGOS

No son raras las veces en que uno no se siente inmerso dentro de un documental de National Geographic cuando se encuentra en las islas Galápagos. Resulta sorprendente la cercanía con la que se puede ver y fotografiar toda clase de fauna en tierra, mar y aire. El miedo al hombre no parece haber afectado a los animales, los cuales se aproximan y hacen su vida como si nosotros fuésemos transparentes o, más bien, parte del escenario. Ese tú a tú tan evidente en cualquier instante es el gran valor añadido de un destino peculiar como pocos donde no se puede hablar de safari sino de convivencia pacífica y armoniosa. El marcador entre el ser humano y la capacidad de alterar y destruir habitats se pone a cero por una vez para coexistir con la naturaleza que le rodea. Y el premio, nada más y nada menos, es poder formar parte de un equilibrio en el que todos, aunque sobre todo el planeta, salimos ganando.

Sele fotografiando una tortuga de Galápagos

Ver a los piqueros de patas azules surcar por aire las costas de todas y cada una de las islas Galápagos es algo tan sencillo como mirar por encima de nuestros zapatos. Tras la silueta recurrente y negra de las fragatas que planean vigilantes para atrapar o, más bien, robar la comida de otros (no se meten al agua por no tener el plumaje adecuado para ello, por lo que tienen que recurrir a esperar que los demás les hagan el trabajo sucio) siempre aparece el vuelo veloz del piquero actuando en solitario. Esta ave marina presente no sólo en Galápagos sino también en parte de la costa pacífica peruana o ecuatoriana (aunque menos multitudinaria) basa su éxito en localizar previamente su presa, normalmente peces pequeños como las sardinas, y no quitarle el ojo hasta iniciar su ataque. Tras dar varios rodeos por una playa o un acantilado y fijar un objetivo se tira en picado al agua como si fuese un avión kamikaze de la II Guerra Mundial. Aunque en vez de estallar lo que hace es permanecer varios segundos bajo el mar para salir con su premio engullido que no se lo puedan robar otras aves como las mencionadas fragatas, consideradas las verdaderas piratas del aire en Galápagos.

Piquero de patas azules (Islas Galápagos, Ecuador)

Cierto es que cuando se trata de capturar «fotográficamente» hablando a los piqueros, la canción es otra. Al menos durante nuestro viaje en que se nos escapaba una y otra vez, e incluso cuando lo llegábamos a encontrar ocultaba tras las rocas sus cotizadas y hermosas patitas azules que le dan nombre. Y si no la luz no era adecuada, se marchaba volando a toda velocidad para continuar su pesca diaria o, simplemente, se deslizaba a nuestro lado en el momento justo en que no llevábamos la cámara con nosotros o preparada para disparar. En definitiva, no había manera de fotografiar con la mínima decencia al piquero de patas azules ni en San Cristóbal, Santa Cruz, Santa Fe, Plaza Sur o la inhóspita Bartolomé. Sólo nos quedaba una opción en un lugar con un buen número de colonias de piqueros como era Isabela, la isla más grande y casualmente menos explorada de las Galápagos.

Piquero de patas azules (Islas Galápagos, Ecuador)

El último día de viaje, tras numerosos intentos fallidos, nos dirigimos a una zona conocida como «los túneles» (o simplemente túneles), en la que las rocas de lava forman amplias bahías de aguas quietas y, sobre todo transparentes, en las que se puede observar fauna marina y, sobre todo, hacer un snorkeling de gran calidad. Las distintas formaciones parecen originar un laberinto rocoso que da cobijo a tortugas, tiburones de aleta blanca (tintoreras) y multitud de especies de Galápagos. Subidos a cualquier roca y con la paciencia por bandera, y sin necesidad si quiera de ponerse gafas, tubo o aletas, es posible distinguir con suma nitidez la silueta de los habitantes de los túneles, que son muchos.

Hicimos desembarco en la pequeña lancha en que viajábamos justo en una zona más firme y continuada de rocas en las que se podía caminar. Y la casualidad, la suerte, o qué se yo, nos llevó a un área de anidación de los maravillosos piqueros de patas azules. En silencio, muy despacio, nos situamos alrededor manteniendo las distancias, para disfrutar, fotografiar y emocionarnos con lindísimas escenas de piqueros macho, hembra y crías revoltosas nacidas haría un par de semanas. En torno a ocho animales adultos y cinco crías constituían el marco perfecto de un panorama que no hubiésemos imaginado ni en nuestros mejores sueños.

Colonia de piqueros de patas azules en islas Galápagos

Las hembras, reconocibles de los machos por sus pupilas bien dilatadas, ayudaban a cambiar el plumaje de los más pequeños, aún blanco inmaculado. Las patitas de éstos aún eran de un blanco grisáceo, muy lejos de la tonalidad azul intensa que tan famososo hacen a sus papás y que se debe a la alimentación y no sintetización de los pigmentos carotenoides de algunas plantas o algas. Por otro lado dicho color sirve para atraer la atención de las hembras mediante un baile de cortejo en el que se dejan llevar por sus pies palmeados a lo Fred Astaire.

Cría de piquero de patas azules (Galápagos)

Para alimentar a sus crías, tanto la madre como el padre acumulan comida la cual regurgitan para introducírsela boca a boca (o mejor dicho pico a pico) a los pequeños aún demasiado frágiles para volar, y mucho menos para salir a pescar. Eso explicaba precisamente cómo les temblaba el cuello y esa especie de trance con el que ponían en práctica un proceso muy propio de algunas aves marinas como, por ejemplo, los pingüinos.

Piqueros de patas azules en islas Galápagos

Aquella colonia de piqueros de patas azules apenas se inmutó de nuestra llegada, considerándonos pacíficos testigos de la más pura vida familiar. Caminaban a nuestro lado, se rascaban con las patitas, las crías de un tamaño como el de sus padres estiraban las alas y emitían un sonido similar al del llanto de un bebé. Alrededor silencio, aguas quietas, algún que otro pelícano husmeando y nosotros sin creernos todavía que estábamos en un momento semejante. Podría haber asegurado que nos hallábamos en el centro exacto del mundo, en uno de los latidos más hermosos de la Madre Naturaleza.

Piquero de patas azules de Islas Galápagos

Y cuando no creíamos que podíamos ser más afortunados, una hembra que permanecía completamente sentada, dejó entrever un huevo debajo de ella. Cada vez que abría las alas y levantaba un poco sus características patas palmeadas nos percatábamos de que el cascarón estaba rompiéndose. Y qué sorpresa la nuestra cuando un polluelo minúsculo, del tamaño de un dedo pulgar y de color rosáceo, despertaba a la vida a poco más de metro y medio de nosotros.

Piquero de patas azules de Galápagos (Ecuador)

Ella cuidadosamente lo alojó en una de sus patas y lo abrigó con su plumaje blanco y castaño. Cada medio minuto aproximadamente fue comprobando si seguía bien el recién nacido, como si cada instante supusiese un triunfo, una posibilidad más para la ansiada supervivencia. Uno de los problemas que tienen los piqueros al nacer es no resistir los primeros instantes (generalmente de cada dos huevos hay un éxito del 50%, sobre todo porque el hermano mayor ejerce de Caín y trata de matar a su hermano pequeño) ni escapar del ataque de los gavilanes que los tienen entre sus platos preferidos.

Cría recién nacida de piquero de patas azules (Galápagos, Ecuador)

Asistir a un acto de amor semejante en el mundo natural y ser partícipe o, más bien, testigo de la llegada de un nuevo ser, es algo indescriptible. Nunca hubiese pensado que la primera vez que pudiera fotografiar con éxito al precioso piquero de patas azules estaría en el momento exacto de un nacimiento. En realidad me hubiese quedado allí todo el tiempo del mundo. De hecho en ese área pasó nadando en armonía una fila de tortugas marinas que no logró interrumpir la atención de quienes allí nos encontrábamos. En realidad nuestro centro era aquella familia, aquella colonia de pies palmeados de color azul convertidos hoy día en los reyes de Galápagos.

Fotografiando un piquero de patas azules en isla Isabela (Galápagos)

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