India 2009: Crónica de un viaje iniciático 1 (Jaipur, la ciudad rosa)

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India 2009: Crónica de un viaje iniciático (Capítulo 1)

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Cabecera Viaje India por ti.

9 DE ABRIL: UN DÍA EN LAS NUBES (Esto parece que empieza)

Se terminaron las conjeturas, las dudas, los temores, las gestiones de última hora. La fase siempre enriquecedora del pre-viaje puso su final durante la madrugada del 8 al 9 de abril donde sólo debía esperar que llegara la hora para marchar. Mi primer vuelo del día, Madrid-Ámsterdam (KLM) estaba previsto para las seis de la mañana, por lo que debía estar en el Aeropuerto aproximadamente dos horas antes para facturar. Eso nos lleva a las cuatro. Las calles aún sin poner y yo con un sueño que no me tenía en pie.

Barajas estaba realmente solitario, irreconocible. Aburrida espera, impaciencia por subirme al avión y poder dormir al menos un rato antes de llegar a Schiphol, el Aeropuerto Internacional de Ámsterdam, mi escala.

Y llegaron las seis. Entré a un avión no demasiado lleno en cuyas primeras filas me encontré un personaje de actualidad, Pedro Solbes, Ministro de Economía de España recién relevado unas horas antes. Portada en los periódicos de aquel día por unas críticas a Zapatero y excusando su actuación en el Gobierno en una de las peores crisis económicas que se recuerdan. Se le veía al hombre con bastantes ganas de irse bien lejos y perderse a cualquier lugar donde pudiera pasar desapercibido hasta que arreciara un poco la tormenta.

Yo tenía tanto sueño que ni Solbes, ni ZP ni demás fauna política me importaban un carajo. El despegue se retrasó cerca de media hora porque Amsterdam estaba amaneciendo con una densa capa de niebla. Mi conexión era a las 11:15, por lo que podía permitirme esa tardanza. De esa forma podía dormir más y no estar demasiado tiempo en el Aeropuerto.

A eso de las nueve y cuarto de la mañana llegué a Schiphol, el cual estaba lleno de viajeros. Este es un aeropuerto bastante grande por lo que para ir de una punta a otra se necesita mucho tiempo. A su favor hay que decir que la señalización es excelente y que cuenta con muchos medios con los que perderse es un delito. Pero ya digo que es tan grande que caminando tranquilamente y parándome a echar un ojo a las muchas tiendas que tiene, llegué a la puerta de embarque con el tiempo justo. Otro control de metales y líquidos y sin darme casi cuenta ya estaba sentado en mi butaca desde la que comprobé que la mayor parte del pasaje era de India. Muchos de los hombres llevaban ceñidos turbantes y las mujeres estaban enfundadas en preciosos saris de colores. Un pequeño adelanto de lo que me esperaba.

Durante las ocho largas horas que duró el vuelo tuve tiempo de ver tres películas, dar paseos por el pasillo y asomarme a la ventanilla para ver el paisaje. Cruzamos países como Turkmenistán, Afganistán y Pakistán antes de que, ya con la noche cerrada, aterrizáramos en el Aeropuerto Indira Gandhi de Nueva Delhi, bastante moderno y adecentado que nada tiene que envidiar a los de muchos países occidentales.

Después de que llegara mi mochila sana y salva me fui a una de las Oficinas de Cambio, la Thomas Cook, para cambiar euros por rupias. En ese momento 1 euro equivalía a 64 rupias, fluctuación que se llevaba manteniendo, rupia más, rupia menos, en los últimos meses. Aunque tal y como está la economía en estos momentos no está de más comprobar si el valor de la moneda india ha variado. Pongo pues un enlace para estar al día.

CAMBIO EUROS-RUPIAS INDIAS

rupias por ti.

Pasé la puerta de aduanas y caminé por un estrecho pasillo en cuyos lados había un montón de indios sosteniendo cartelitos con nombres de persona. Miré a izquierda, a derecha y… allí estaba un JOSÉ MIGUEL REDONDO bien grande y claro. Parecerá una tontería pero después de tantas horas y con mucho sueño acumulado, es genial que te vayan a buscar para ir al hotel.

El alojamiento que había reservado por internet y que ofrecía este servicio de recogida incluido (pick-up service) en el precio (1600 Rs) era el Hotel Ajanta (www.hotelajanta.com), muy próximo a la Estación de trenes de Nueva Delhi (5 minutos caminando). Estas fueron las razones por las que lo contraté. Tenía un tren destino Jaipur a las seis de la mañana y si quería descansar aunque fuera un poco no podía perder mucho tiempo en los desplazamientos. Me figuro que mucha gente que viaja a la India, sobre todo los no primerizos, huyen de Delhi nada más llegar. Yo así lo haría, aunque dejaría tiempo para el final porque aunque no es, ni mucho menos, la ciudad más acogedora y encantadora del país, tiene bastantes atracciones de interés, algunas de las cuales están clasificadas dentro de la lista del Patrimonio de la Humanidad.

Antes de subirme al coche del hotel salieron a mi paso decenas de taxistas preguntándome si tenía quien me llevara. Afortunadamente, al menos por esa noche, no tenía que ponerme a negociar. La verdad que no tenía fuerzas ni para eso. Eran las doce de la noche, me tenía que levantar a las cinco, y aún quedaba un trayecto aproximado de una hora hasta el Hotel Ajanta.

En esos minutos tuve tiempo de asistir a mi primer Rally sobre las carreteras indias. Sin dejar de escuchar el claxon sonando a la vez en todos los vehículos, sin motivo ni razón aparente, el conductor fue sorteando obstáculos, otros coches y rickshaws, utilizando la dirección contraria cuando lo veía conveniente. Era de locos. Aunque más lo fue cuando de repente apareció un grupo de cinco vacas, que con toda la tranquilidad del mundo se pusieron delante de la carretera provocando que decenas de vehículos nos detuviéramos a esperar que pasaran. «Sele, tío, despierta, que estás en la India, cambia el chip…» me dije a mi mismo boquiabierto. Sabía de sobra que las vacas en la India son sagradas, pero no deja de sorprender verlas tranquilamente en medio de una ciudad superpoblada como lo es Delhi. Y vaya, eran las primeras con las que me topaba. No tenía ni idea de que a lo largo de aquel viaje iban a ser cientos de animales los que iba a ver como parte del paisaje urbano. El choque cultural-cívico-animal es evidente desde el primer minuto. Y eso es algo que me gusta. Mucho.


¿POR QUÉ LAS VACAS SON SAGRADAS EN LA INDIA Y CAMINAN LIBREMENTE POR LAS CIUDADES?

Esa es una de las cuestiones que más curiosidad despierta tanto a los que viajan a la India como a los que no. La imagen de este animal cruzando una carretera, en la puerta de una casa o dormitando en una mediana como si nada es algo que parece incomprensible pero que tiene su explicación (religiosa, claro).

Desde muy antiguo, y hablamos de siglos antes del nacimiento de Jesucristo y de muchas de las religiones existentes en el mundo, los hindúes tienen prohibido tanto matar a estos animales como comer su carne. Esto se debe a varias razones que pasan por considerar a esta especie como un símbolo de la maternidad, de la vida y de la generosidad. Proporciona nutrientes casi sin límites y da leche después que las mujeres terminen de amamantar a sus hijos. Incluso sus excrementos se utilizan como fertilizantes y combustibles para cocinar.

Pero además influye la creencia hindú de la reencarnación o la transmigración de almas. Todo ser vivo asciende o desciende en busca del Nirvana, y la vaca está tan solo a un paso de que su alma sea humana. Incluso en los escritos sagrados se dice que en este animal moran infinidad de Dioses.

Y esa es la razón por la que las vacas moran tranquilamente en medio de una ciudad. Muchas de ellas no tienen dueño y las que lo tienen y no pueden ofrecer leche, acaban siendo abandonadas porque es preferible esto antes que acabar con su vida y dar marcha atrás con el ciclo de reencarnaciones.
Para alguien que no profese la religión hindú todo esto parece un sin sentido, pero son sus ideas y hay que limitarse a observarlas, con magna curiosidad y descrédito, pero con mucho respeto.

Es por estas razones y muchas más que seguro desconozco las que explican que la figura de la vaca forma parte de la silueta habitual de una ciudad india.


Sea como fuere, con vacas por el camino, autorickshaws y ciclorickshaws conduciendo al límite por el ajado asfalto, con el sonido del cláxon bien metido en mi cabeza, llegamos a las puertas del Hotel Ajanta. En la calle había muchísima gente durmiendo en el suelo. Quizás demasiada. Lamentablemente no había visto nada aún.

La habitación que me dieron era interior, con un aspecto absolutamente normal y corriente. Nada de lo normal pero aparentemente limpia. Apagué el aire acondicionado para evitar el efecto «Polo norte» durante la noche y lo sustituí por el ventilador, más ruidoso pero más inofensivo. Había que cuidarse muy mucho de no ponerse enfermo porque iba a ser un viaje en el que se requería el mejor estado posible.

Mi despertador sonaría en cuatro horas. Era poco tiempo para dormir pero el suficiente. Debía esperar a la noche siguiente para poder cargar energías. Me iban a hacer falta.

10 DE ABRIL: JAIPUR, LA VIDA EN ROSA

Nueva Delhi aún estaba oscura cuando desperté con el tiempo suficiente para vestirme, echar la mochila a la espalda y marcharme rápidamente a la Estación de trenes. De camino a tomar mi primer tren indio me topé con dos de las realidades más absolutas de este país, una curiosa y otra desagradable. La curiosa es que a las cinco de la mañana las calles están repletas, plenamente activas. La desagradable es que no necesité más que dar dos pasos desde la puerta del hotel para comprobar que mucha de esa gente que estaba en la calle tan temprano eran pobres que habían pasado la noche allí, que no tenían cuatro paredes para refugiarse, que no tenían más hogar que las sucísimas aceras.

Camino que seguí del Hotel Ajanta a la Estación de Nueva Delhi

El olor también llamaba la atención y no precisamente por ofrecer un aroma perfumado. Era como una mezcla explosiva de humo de tubo de escape, sudor, orín y basura. La primera vez que se huele se nota bastante aunque con el tiempo el olfato se va acostumbrando a un hedor demasiado palpable en las ciudades indias.

Entre un tumulto que me observaba con recelo pero con respeto entré a la vieja Estación de Nueva Delhi, sorteando a quienes yacían en el suelo junto a gran cantidad de equipaje mientras esperaban noticias de su tren que iba con un retraso de varias horas, algo muy normal por otra parte. En un gran panel luminoso comprobé que al menos el mío iba a salir a la hora prevista, las seis de la mañana, por lo que me fui al andén correspondiente.

Mi mirada se detuvo ante un convoy a punto de salir, compuesto por todas y cada una de las clases que comenté en el capítulo introductorio. En los Vagones Sleeper Class y sobre todo en la 2ª clase sin aire acondicionado había plena ocupación, superando muy mucho la capacidad de asientos que disponía el tren. Algunas de las ventanas no llevaban cristal aunque no les faltaban sus característicos barrotes.

La gente que se subía a dicho tren comprobaba que el asiento que aparecía en su billete se correspondía con la asignación definitiva de los paneles encabezados con el letrero «Reservation Chart» o de las mismas puertas de cada vagón, sobre las cuales había colgadas hojas con los nombres de todos y cada uno de los pasajeros. Este es un proceso que se ha de seguir para asegurarse del lugar que ha tocado por si ha habido cambios de última hora.

Yo me busqué en el panel de reservas de mi andén y ahí estaba mi nombre junto a la información de vagón y asiento, que era la misma que aparecía en el billete impreso de internet días atrás. El Vagón A1, de primera clase con aire acondicionado, sería mi lugar de esparcimiento durante algo más de cuatro horas.

El tren llegó diez minutos antes para dar tiempo a subir a todo el pasaje y así salir con estricta puntualidad a las 6:00. Mi asiento, que era de ventanilla, lo cedí a una parejita india que me pidieron cambiarlo para así poder ir ellos juntos. En realidad no me quedó más remedio porque lo que quería era situarme junto a la ventana para así entretenerme con el paisaje y poder tomar fotos. Pero cuando alguien te pide ese tipo de cosas hay que ser ante todo educado porque además alguna vez tú puedes necesitar que te hagan el favor.

A mi lado se sentó un chaval bastante simpático de al menos dos metros de altura con el que estuve hablando durante gran parte del viaje. Era un londinense de origen indio que estaba recorriendo el país de sus padres por su cuenta, en plan mochilero. Precisamente la capital inglesa es una de las ciudades del mundo con más residentes que proceden de la India. Ciudadanos ingleses de pleno derecho pero que aún siguen manteniendo su cultura y sus costumbres varias generaciones después.

Los encargados del vagón nos dieron tanto una botella de agua como algo de desayunar. Digamos que nos tenían bastante atendidos, aunque yo, que soy bastante culo inquieto, desaparecía en cuanto podía para moverme por el tren.

También aprovechaba las paradas que iba haciendo en cada estación o apeadero para observar e inmortalizar lugares, momentos y, sobre todo, a la gente.

Las mujeres con saris totalmente distintos los unos a los otros, de colores, con figuras, con estampados o planos pero brillantes son verdaderamente las que añaden al entorno un sinfín de tonalidades allá donde estén.

No llevaba ni ocho horas en la India y todo me parecía diferente, todo llamaba a mi atención. Y ni siquiera había llegado a Jaipur, la capital de uno de los Estados con más personalidad, carácter e historia del país, el Rajasthán, del que me había empapado en libros, revistas y documentales. Su propio nombre quiere decir «Tierra o Estado de los Rajputs», haciendo referencia a esta clase o casta de guerreros que autoproclamándose «Hijos de reyes» manejaron durante siglos los designios de dichos reinos. Soportando las acometidas mogoles (musulmanes procedentes de Mongolia) en las que peligró su poder tuvieron finalmente que doblegarse ante las exigencias británicas durante el Siglo XIX para sobrevivir. De ahí que numerosos reinos se unieran para formar un Estado dentro de una India independiente desde 1947. Aunque los Maharajás rajputs (Linaje de Reyes/Gobernantes) siguen existiendo y disfrutando de grandes privilegios y riquezas, su poder ha descendido para acercarse al menos un palmo a la realidad de los nuevos tiempos. Su papel es honorófico pero siguen siendo respetados como parte de la herencia que trajo la Historia al Rajasthán, uno de los Estados más visitados de la India por la conservación de grandes y valiosos Fuertes y Palacios.

Para hacernos una idea de las dimensiones e importancia del Rajasthán simplemente habría que compararlo en extensión a un país como Polonia pero con cerca de 60 millones de habitantes. Por eso muchas veces cuando se viaja a India es como decir que se viaja a Europa por diez, quince o veinte días. Realmente una minucia para la cantidad de lugares que tiene para ofrecer. Pushkar, Jaisalmer, Jodhpur, Udaipur, Bikaner, la propia Jaipur, son quizás los destinos más conocidos de una tierra que cuenta con uno de los desiertos más duros del Planeta como es el de Thar, o con Parques Naturales como Ranthambore donde aún quedan tigres habitando sus bosques. Y es que realmente Rajasthán de por sí merece un viaje por sí solo. Nunca faltarán motivos para regresar.

Y Jaipur, la capital del mismo, posee suntuosos Palacios, imponentes Fortalezas, cenotafios reales, un sinfín de templos hinduistas además de extensos bazares o el cine más grande de toda la India, razones por las que suele entrar siempre en los itinerarios de aquellos viajeros que deseen internarse al Rajasthán, y más los que lo hacen por primera vez. Es un importantísimo nudo de comunicaciones que le hace estar relativamente próxima a Delhi (por aire, carretera y ferrocarril) y servir de enlace a otros destinos en el propio Estado. Para quienes como en mi caso vayan con el tiempo justo, Jaipur no puede escapársele de sus planes. Un par de días son suficientes para darle un buen repaso y continuar hacia otro lugar. Y qué mejor que hacerlo en tren…

Suena en la megafonía una voz de mujer hablando en inglés. Miro a mi compañero de butaca. «Parece que hemos llegado ya» me dice. Así era. Pasadas las diez y media de la mañana, algunos minutos más tarde de la hora prevista, Jaipur estaba lista para descubrirse como mi «primera ciudad india». Un agobiante calor seco me recibió a la salida de la Estación junto a un conductor del hotel que tenía reservado, el Umaid Mahal, quien sostenía un papelito mientras esperaba que alguien se le acercara pronunciando las palabras mágicas «It´s me». Me despedí del indio grandullón que me había acompañado en este trayecto y tras desearnos lo mejor en nuestros respectivos viajes, nos subimos cada uno a un coche para dirigirnos al hotel.

Desde la Estación hasta el Umaid Mahal hay apenas siete minutos de camino en medio del caos de tráfico. No eran muchos pero sí necesarios para que el conductor tratara de venderme tours por Jaipur, por India y por la Conchinchina si era necesario. Su empeño era no hacer ese trayecto en balde y conseguir que le contratara el transporte y el alojamiento para todos los días que duraba mi viaje. Incluso intentó meterme miedo diciendo que los Rickshaws eran muy peligrosos y que podían estafarme y llevarme a lugares para nada deseables. Pero el hombre había dado con una roca muy dura y no logró venderme ni una tacita de té. Le dije que a mí me gustaba moverme a mis anchas, razones para él no del todo válidas, por lo que para terminar la conversación le tuve que confesar que había quedado con amigos y que ellos ya lo tenían todo preparado. Serio y desconfiado no tuvo más remedio que no decir nada más al respecto y darme su tarjeta por si acaso cambiaba de opinión.

Llegamos al Umaid Mahal, un palacio de más de cien años de antigüedad Patrimonio Nacional, cuya función actual es la de servir de Hotel. La fachada es hermosísima, ornamentada con delicados azulejos.

Una finamente tallada puerta dorada con motivos hindúes sirve de acceso a un vestíbulo pequeño y elegante. Después de hacer el check-in en recepción y esperar que me prepararan la habitación me percaté de que muchos de sus trabajadores eran menores de edad. Esta es una lamentable realidad en la India donde los derechos del menor se quebrantan día a día.

 

La habitación era espectacular, decorada con muy buen gusto y absolutamente limpia, muy a tono con todo el hotel. 1800 rupias en un alojamiento en la India es un precio muy superior a mejores gangas que se pueden encontrar, pero una doble de esas características a 14€/persona (yo pagaba lo de dos personas al ir solo) no me parece algo desmedido. Y más cuando en las dos noches siguientes mi cama iba a ser una litera dura de tren.

Dediqué apenas unos minutos a preparar la mochila pequeña para que no faltara una botella de agua, alguna de las guías de la India que disponía (Guía Visual del País Aguilar para temas «teóricos» como Historia o Arquitectura de los lugares a visitar, y Lonely Planet para información de mayor índole práctica), un mapa de bolsillo que había conseguido en el hotel, gorra para que el calor no me derritiera el cerebro e incluso crema solar porque a mediodía la cosa ardía en Jaipur. Preparados, listos…vámonos!!

Nada más salir por la puerta del hotel se detuvo un Rickshaw ofreciéndome un tour de varias horas. Yo le dije que tan sólo quería que me dejara a las puertas del Hawa Mahal (Palacio del Viento) en el corazón del casco histórico, al que los indios llaman Pink City (Ciudad rosa). Pero el conductor al parecer buscaba algo más duradero que un simple trayecto de diez o quince minutos y prefirió no llevarme y esperar otros clientes que sí aceptaran sus condiciones. No fue el primero que lo hizo, ni el segundo, así que al final no tuve más remedio que recurrir a un taxi proporcionado por el hotel que no quiso bajar de las 200 rupias. O eso o pelearme a regatear con otros tuk tuk a casi cuarenta grados de temperatura. Preferí invertir el máximo tiempo posible en visitar la ciudad a pie. Y es que para recorrer los puntos principales del núcleo histórico de Jaipur no es necesario el transporte, sino caminar. Para otros lugares más alejados si tenía que hacer uso ya sea de autorickshaws, ciclorickshaws o camellos si era necesario.

De camino al destino contratado (Hawa Mahal), en medio de un caos de tráfico exagerado, el taxista en un inglés un tanto confuso, quiso refrescarme muchos de los datos que ya conocía de la historia de Jaipur, y que son importantes para comprender, entre otras cosas, por qué se le llama la Ciudad Rosa o qué conserva del esplendor rajput de siglos atrás. A bocinazos, acelerones, frenazos y esquivando de todo menos vehículos normales, el hombre parecía estar bien enterado de los vericuetos más antiguos de su ciudad.


HISTORIA DE UNA CIUDAD QUE NUNCA DEJÓ DE MIRAR LAS ESTRELLAS

El Marajá de Amber, Jai Singh II (1699-1723) fundó la ciudad de Jaipur en 1727 cuando la fortaleza, al igual que el poder Mogol, fue decayendo y perdiendo su sentido inicial. Se dice de él que además de dominar el conocimiento militar fue un alumno aventajado en disciplinas más científicas como las matemáticas y sobre todo la Astronomía, su verdadera pasión. Aplicado y constante en el estudio de los cuerpos celestes, creía en la aplicación práctica de su conocimiento, razones que le llevaron a construir Observatorios Astronómicos no sólo en Jaipur sino en otras ciudades indias como Delhi, Benarés o Mathura y logrando muy buenos resultados. El Jantar Mantar (Observatorio Astronómico) de Jaipur es probablemente el más impresionante y más importante de los realizados en Asia durante el Siglo XVIII.

Los intereses intelectuales del Marajá sirvió de imán para atraer a la flor y nata de numerosas regiones no sólo de India sino de otros lugares del mundo, por lo que alrededor de la corte se generó una importantísima concentración de científicos. Aunque no fueron los únicos en aterrizar en la ciudad que Jai Singh II había querido construir basándose en antiguos tratados arquitectónicos hindús, ya que pronto aparecieron pintores, artesanos, poetas, escultores y un gran número de arquitectos que dejaron su impronta personal a lo largo de las primeras décadas de vida de la ciudad. Así dentro de un conjunto amurallado que correspondía a los dominios del Palacio del Marajá, se construyeron sus edificios más emblemáticos.

No sería hasta finales del Siglo XIX cuando la ciudad recibiera definitivamente el apelativo de ciudad rosa. Y es que con motivo de la visita del Príncipe de Gales Eduardo VII, el Marajá Ram Singh ordenó volver a pintar Jaipur con sus tonos rosáceos originales, relacionando además este color con la hospitalidad y la cordialidad.

Jaipur hoy en día, a pesar de encontrarse en un estado de mayor deterioro y desorden que en su primer siglo de vida, viene señalado en el mapa no sólo como capital del conjunto de Reinos Rajputs que conforman el Rajasthán sino como uno de esos lugares que el viajero no debe perderse, y menos en un primer acercamiento al país.


Y después de ilustrarme con la Historia de Jaipur, el taxista me hizo la sugerencia de que si quería, me esperaba a las puertas del Hawa Mahal para hacer un recorrido de un día por la ciudad. Pero sus consejos quedaron en eso, en meras recomendaciones, porque como Don Erre que Erre me negué a no hacer por mi cuenta lo que estuviera en mi mano, es decir, a no seguir mis planes de hacer «el casco histórico» (la Pink City) a pie. Sabía también que más tarde iba a necesitar transporte, pero no podía decirle ninguna hora en concreto, así que le dije que tan sólo deseaba que me dejara en la entrada al Palacio de los Vientos. Cosa que hizo apenas unos minutos después de atravesar una rectilínea y ajada avenida atestada de tráfico a motor, animal y de gente cruzando sin mirar por el medio de la carretera.

Con un «Goodbye and good luck» se despidió el letrado taxista entre la multitud de vehículos que hacían sonar su claxon de forma simultánea. Fue ahí cuando de verdad comencé a moverme por los entresijos de la pink city, a disfrutar en un recorrido asequible y fácil a pie por los principales monumentos que están prácticamente anexos los unos o los otros.

Y es que antes de irme a comer pude visitar muy tranquilamente y en el siguiente orden tres de los highlights de Jaipur:

EL PALACIO DE LOS VIENTOS (HAWA MAHAL)

Es la seña de identidad más evidente de la Ciudad Rosa. Sin duda la fotografía que más veces acompaña a todas las reseñas de Jaipur es la de la fachada delantera de un lugar que de por sí tiene un nombre sugerente. Porque decir «El Palacio de los vientos» es pensar en viejas Leyendas y cuentos de la infancia, es trasladarse a una época indeterminada, es dejarse llevar por la magia dentro del caos actual que gobierna la India.

Levantado en 1799 por expreso deseo del Marajá Sawai Pratap Singh y diseñado por Lal Chand Usta, estaba considerado como una extensión o añadido al ya existente Palacio de la Ciudad. En realidad fue concebido con la intención de aumentar el tamaño del harén (cámara donde residían las esposas y concubinas del Marajá) y permitir a estas mujeres observar la vida de la calle (sobre todo las celebraciones religiosas) sin que nadie las pudiera ver desde fuera.

La fachada, que en realidad es lo único que se conserva en la actualidad, se asemeja a la cola de pavo real o a la corona de Krisna, a quien el Marajá tenía una gran devoción. Arquitectónicamente hablando se puede decir que es una estructura piramidal de cinco plantas en la que las dos últimas se estrechan.

Pintado de color rosáceo (arenisca rosa) y con incrustaciones blancas realizadas en óxido de calcio soporta un total de 953 pequeñas ventanas, desde las cuales las mujeres del harén se asomaban sin ser vistas.

A través del dichas ventanas entra el aire de la calle, manteniendo un ambiente fresco incluso en los meses más calurosos, de ahí que se le conozca como el «Palacio de los Vientos».

Realmente la visión del frontal desde la calle es majestuosa, sobre todo a primeras y últimas horas del día cuando el Sol modifica los tonos rosáceos envolviéndolo en una atmósfera legendaria. Quizás le reste encanto el estar en una calle siempre ajetreada por el tráfico, algo que no se espera antes de ir. Ocurre como las Pirámides de Egipto, que uno se las imagina en medio del desierto y alejados del mundanal ruido, y en realidad se encuentran prácticamente engullidas por la ciudad. Pero en realidad es solo un pequeño factor en contra que no empequeñece en absoluto un lugar magnífico y realmente fotogénico.

Uno tiene la posibilidad de asomarse por una de las casi mil ventanas con que cuenta el edificio. Para ello hay que ir a la entrada trasera a la que se accede desde Tripolia Bazaar (Entrada con cámara de fotos: 30 rupias extranjeros, 10 rupias indios) y atravesar un portón profusamente decorado que lleva a un amplio patio.

A los pisos superiores se asciende mediante un sistema de rampas laterales, desde los cuales además de la las clásicas ventanillas que dan a la calle, se puede ver al otro lado el Jantar Mantar (Observatorio Astronómico) de Jai Singh II. Quizás lo mejor de subir está ahí, en las vistas, pero nada comparable con observar una fachada sencillamente sublime que representa la mejor cara de Jaipur.

JANTAR MANTAR (OBSERVATORIO ASTRONÓMICO)

Desde Tripolia Gate, la Antigua Puerta por la que se entraba al Palacio de la Ciudad, se llega al Observatorio de Jai Singh II. En realidad tiempo atrás ambos formaban un conjunto único junto al Hawa Mahal, pero actualmente para el turismo son tres entidades bien distintas y que, por supuesto, se pagan aparte.

P1040988Jantar Mantar es la recreación obsesiva de la pasión del Marajá por medir el Sol, la luna y las estrellas. Esta especie de Parque Temático de la Astronomía construido en 1728 es quizás el más destacado de los cinco que construyó Jai Singh II. Su intención era obtener beneficios prácticos de la medición de las sombras que proporcionaba el Sol, así como observar los movimientos de las estrellas. Dichos beneficios pasaban por predecir cómo iban a venir las cosechas ese año, las temperaturas medias que se podían esperar en verano, el tiempo exacto de la salida y la puesta de sol cada día del año, la duración de los monzones o si se esperaban grandes inundaciones. Datos que aunque parezca mentira, se obtuvieron con la construcción del Jantar Mantar.

Este área se compone de 16 grandes instrumentos hechos en piedra, algunos de ellos de gran tamaño, que fueron restaurados en el Siglo XX para garantizar su conservación y adaptarlos a los sistemas de medición actuales.

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Aquellos que entran al complejo sin saber qué es todo lo que hay allí, pueden pensar que es una exposición de arte moderno, y no imaginar para nada que se trata de precisos aparatos de más de trescientos años de antiguedad.

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En la misma puerta se apelotonan los falsos guías, quienes por unas rupias te explican qué utilidad tenía cada uno de los instrumentos de medición, información que viene bien para complementar las escasas indicaciones en inglés que hay junto a ellos. Yo me serví de un artículo en español bastante completo que encontré en la red y me proporcionó datos mucho más precisos y concretos de cada aparato. Lo pongo a vuestra disposición en el siguiente enlace:

«Jantar Mantar de Jaipur: Un observatorio astronómico en la India del Siglo XVIII».

Sólo de esta manera pude enterarme un poco más de las asombrosas funciones de este espléndido observatorio astronómico, sin duda el más completo de todo el país. Un ejemplo absoluto del conocimiento técnico de aquella época, donde no contaban con demasiados medios pero les sobraba ingenio. Por un precio de 10 Rs. + 50 RS (suplemento cámara) se puede entrar a comprobarlo.

PALACIO DE LA CIUDAD

Avanzando aproximadamente cien metros desde Jantar Mantar y después de sortear una legión de Rickshaws y falsos guías se llega a la entrada de este inmenso Palacio, en su mayor parte abierto al público (9:30-16:30, 150 Rs.), excepto el edificio en que reside actualmente el Marajá de la ciudad (Chandra Mahal). El complejo palaciego es tan grande que ocupa una séptima parte de la Ciudad vieja, por lo que requiere su tiempo si se quiere visitar con tranquilidad.

La obra la inició Jai Singh en el primer cuarto del Siglo XVIII con objeto de trasladar la tradicional Residencia de Amber al interior de los muros de la nueva ciudad de Jaipur y atraer también a toda la Corte de su Reino. Desde entonces hasta bien entrado el Siglo XX se han ido haciendo añadidos y modificaciones en una estructura donde no faltan amplios patios y suntuosos jardines, que dan espacio a recargados edificios mezcla de la arquitectura rajasthaní y mogol.

Los adornos se retuercen en esbeltas columnatas, dando color y forma a los portones y a las salas que demuestran la majestuosidad y el exotismo de la ciudad rajput. El Palacio de la ciudad es un compendio de detalles exquisitos donde el exotismo y el lujo se transforman en recios elefantes de mármol secundados por la guardia del Marajá, todos vestidos de blanco, con turbantes rojos y delirantes mostachos al viento. Todo este halo mágico desaparece cuando los propios guardas extienden su mano para reclamar unas rupias por tomarles una fotografía.

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Un recorrido lógico por el Palacio suele llevar nada más entrar a tener de frente en mitad de un gran patio al Mubarak Mahal, antiguo Palacio de recepciones, que se utiliza actualmente como Museo del Traje del Marajá y su corte a lo largo de la Historia. Esta especie de Guardarropa Real expone numerosos vestidos que han sido utilizados en la vida cotidiana de los «Reyes Rajputs» de Jaipur, así como en celebraciones políticas o religiosas. Destaca el traje de seda del Marajá Madho Singh I, que tapaba un cuerpo que no pasaba para nada desapercibido, ya que a sus dos metros de altura le acompañaban 225 kilos de peso. Eso es lo que viene a llamarse, un figurín.

Justo a la derecha del Mubarak Mahal se encuentra una hermosa Puerta flanqueada por elefantes de mármol (Rajendra Pol) desde la que se observa perfectamente una galería que asoma al segundo patio de Palacio, que también posee otro edificio en su centro, Diwan-i-Khas. Un pabellón de columnas muy propio de la arquitectura mogol que guarda en su interior dos gigantescas urnas de plata en la que Madho Singh transportó agua del Ganges al viaje que realizó a Inglaterra en 1901. Él, que no podía tocar a ningún extranjero y que quemaba la ropa que se ponía si había tenido que recibir a un foráneo, cargó hasta Londres con estas urnas, que están inscritas en el Libro Guinness de los Records como los objetos de plata más grandes del mundo.

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Girando a la izquierada del Diwan-i-Khas hay una fachada de cuatro plantas con arcadas, una de las más fotogénicas del Palacio. Dirigiéndonos hacia allí se llega a un portón (Riddi-Siddi Pol), que es la vía principal de entrada a Pritam Chowk, en español «Patio de los amantes». Este pequeño patio es probablemente el más ornamentado y llamativo de todo el recinto palaciego. Posee cuarto puertas que representan a las cuatro estaciones, destacando sobre todas a la que se refiere al monzón veraniego simbolizado por Pavos reales esculpidos delicadamente y que conjunta los colores azul y verde.

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El patio de los amantes recibe sombra de la parte del Palacio que no se visita, Chandra Mahal, un edificio de siete alturas pintado de amarillo donde vive el actual Marajá. Cada planta tiene un nombre relacionado con su función y es el más elevado no sólo del complejo sino de la ciudad vieja.

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Saliendo de nuevo por Riddhi-Siddhi Pol y dejando atrás el pabellón de las urnas de plata se puede entrar al Salón de Ceremonias (Diwan-i-Aam), con rasgos más occidentales, aunque con algunos objetos indios de interés. Allí se encuentra el trono de plata del Marajá, junto a cuadros, antigüedades y valiosas alfombras dignas de reyes.

El Palacio de la Ciudad cuenta con otras muchas dependencias abiertas al público tales como la Armería, una Galería de Tiendas o un Museo de Carruajes. El verlas con mayor o menor profundidad dependerá del tiempo que se tenga.

Después de terminar las tres visitas reales de Jaipur me fui a dar una vuelta por los alrededores de Badi Chaupar, la Gran Plaza que hay entre el Hawa Mahal y el término de Tripolia Bazaar, la avenida principal que cruza la ciudad vieja. Allí se encuentra la mayoría de bazares donde se vive el día a día más comercial. Separados por zonas: tejidos, cerámica, aparatos de cocina, fruta, flores y un largo etcétera son un regreso a la actividad gremial llevada a cabo generación tras generación.

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Durante un buen rato por la zona no me topé con ni un solo restaurante cuando el hambre ya empezaba a hacerse un hueco en el estómago. Excepto un par de puestos callejeros de dudosa higiene (dudosa por no decir inexistente) no hubo manera de encontrar un sitio para comer. Traté de indagar por muchas de las calles de la ciudad antigüa pero no hubo suerte. En mi «aventura» entablé conversación con un sinfín de comerciantes, turistas, mendigos, falsos guías y rickshaws (tanto los auto como los ciclo) y conocí algunos de los vericuetos de la caótica Jaipur. Una ciudad absolutamente descuidada, sucia y polucionada, que como muchas otras urbes indias, mezcla podredumbre con tesoros del Arte y la Arquitectura. Difícil mezcla pero evidente.

Finalmente después de charlar con un conductor de autorickshaw terminé subiéndome con él para que me llevara a un restaurante cercano, limpio y con precios no subidos de tono. Él me aseguró que conocía uno que estaba bien y que si no me gustaba, podía levantarme e irme. Hice caso y creo que no me equivoqué porque el lugar al que me acercó resultó salir bueno. Los camareros muy amables y atentos, un menú de comida hindú bastante variado y precios económicos donde había platos principales que no superaban los dos euros.

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No me compliqué mucho la vida a la hora de decidir qué comer: Pollo Tandoori con arroz blanco. El pollo lo pedí poco picante, algo recomendable sobre todo para los primeros días, donde el estómago se resiente de tanta especia. Es por ello que si existe la posibilidad conviene decir «Non Spicy» si no se quieren ardores posteriores. Aún así te lo traerán picante, pero no tanto como en la receta original.

Tandori hace referencia al horno cerrado de arcilla (Tandoor) donde se cocina la carne o incluso el pan en cuestión utilizando carbón o leña como combustible para calentar. El pollo tandoori es la estrella que nunca falta en los restaurantes indios, herencia de la cocina mogol.

Durante la comida negocié con el conductor del Rickshaw para que me pudiera llevar a varios lugares por la tarde, en unas tres horas aproximadamente, y así poder ver un poco mejor la ciudad así como sitios más apartados a los que no se puede ir fácilmente a pie. Le indiqué lo siguiente: Jal Mahal, Cenotafios reales (Gaitor), circuito por los entresijos de la ciudad rosa, Govind Dev Temple y regreso al hotel. Finalmente eliminamos los cenotafios, ya que cerraban a las 16:30 y nos los íbamos a encontrar sino cerrados, a punto de hacerlo.

Acordamos un precio de 300 rupias y si quedaba satisfecho repetiríamos al día siguiente en que tenía pensado ir al Fuerte de Amber, a los cenotafios y al Templo de los Monos en Galta, entre otras cosas donde veríamos si había tiempo. El conductor, que respondía al nombre de Sonu, me pareció un tipo bastante sensato con el que era fácil hablar y negociar.

Y por tanto por la tarde comenzó la operación «Jaipur a golpe de tuk tuk», una loca carrera automovilística por las calles de la capital rajasthaní donde limé las pocas asperezas de Occidente que me quedaban. A la tercera vaca sobrepasada y a los dos primeros adelantamientos en dirección contraria me di cuenta definitivamente de que la fabada de la abuela o la tele antes de acostar estaban demasiado lejos. La realidad se llamaba India y allí todo parecido con mi vida corriente era pura coincidencia.

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Abandonando la ciudad amurallada y tomando el camino recto que lleva al Fuerte de Amber llegamos a un lago (Mansagar) en cuyo centro brotaba un pequeño palacio de color amarillo, el Jal Mahal, cuyo nombre quiere decir precisamente eso «Palacio del Agua». A pesar de que la mejor época para verlo y retratarlo es tanto en el monzón como en los meses posteriores, en pleno mes seco de abril el edificio construido a mediados del Siglo XVIII por Madho Singh I se asemeja a un barco a la deriva, que flota sobre las calmadas aguas de un Lago, que lejos de ser el Pichola de Udaipur, recrea asombrosamente una silueta legendaria. Esa fue la intención del Marajá cuando quiso que se alzara sobre Jaipur un emblema mágico que le recordara a los años de su infancia en su amada Udaipur, ciudad de obligada visita en el Rajasthán si se cuenta con el tiempo suficiente. En el momento en que yo pude observarlo flotando en el Mansagar, no era posible visitar su interior ya que se estaba acondicionando para ser en los próximos meses uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad.

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Regresé al tuk tuk una vez tomé las suficientes fotografías del Palacio. Me esperaba Sonu, que después de arrancar y salir disparado a buscar un lugar para dar la vuelta me dijo que mirara hacia atrás. Fue lo que hice, con la sopresa que a apenas a tres metros de nosotros, en medio de la carretera se aproximaba gente subida a un gigantesco elefante y a un camello. El elefante despertó mi atención por encima de todo porque creo que nunca había estado tan cerca de uno, ni siquiera en el zoológico. Este hermoso a la vez que inmenso animal siempre me ha parecido un superviviente prehistórico de aspecto adorable, aunque bien es sabido que no hay que fiarse de su gesto simpático porque cuando se pone nervioso es capaz de «liarla parda», como se dice hoy en la calle. Sonu me dijo que si quería que hablara con los dueños para montar un rato pero preferí dejarlo para el día siguiente donde sí o sí tenía previsto cumplir ese otro sueño a lo grande, subiendo al imponente Fuerte de Amber.

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Cuando nos proponíamos a regresar a la ciudad rosa, para hacer una visita panorámica desde el tuk tuk y detenernos en algunos de los rincones por los que no había pasado por la mañana, Sonu propuso ir a ver un «lugar muy interesante con cosas muy bonitas de los mogoles». Como me lo dijo en un inglés muy raro (inglés hindi complicado de comprender) creí que hablaba de un barrio antiguo y le dije que Ok, que fuésemos para allá. Pero aquello no era un barrio mogol sino que era el inicio de un tour por los comercios de la zona para que al comprar objetos artesanales mi queridísimo conductor se llevara una comisión.

De forma cortés visité el establecimiento donde vendían figuras, cajitas, dagas y hasta una trompa de cartón piedra del Dios Ganesh para declinar todo ofrecimiento achacando que no era mi intención hacer compra alguna durante mis primeros días de viaje. Después como vi que Sonu quiso llevarme a otro sitio de similares características, alegando que podía adquirir souvenirs a buen precio para mi madre, mi novia y hasta mi vecina si hacía falta, tuve que hablar seriamente con él. Le dije que no había venido a comprar y que si no se lo pedía yo expresamente, no me llevara ni a joyerías, ni a anticuarios, ni a alfarerías, ni a fábricas de alfombras ni a ninguna clase de tiendas. Él insistió nuevamente con que todo era muy bueno, bonito y barato pero yo, sin perder un segundo la sonrisa, le pedí que, por favor, hiciéramos el recorrido que habíamos planteado porque por muy pesado que se pusiera no iba a comprar nada. Terminó aceptándolo aunque fueron muchas más las ocasiones en que amagó con llevarme a esa clase de establecimientos hechos para turistas, con precios mucho más elevados que en la calle, en los se me hace siempre muy incómodo decir que no cuando me han sacado todo el muestrario.

Tanto por ese día como por todos los demás, al igual que por los repetidos comentarios de otros viajeros que han ido a India, es una constante el que los conductores o guías traten de llevar a sus clientes a mil y un comercios o factorías de artesanía y regalos. Por eso mismo si no se quiere perder tiempo o pasar mucha verguenza cuando te han sacado ya más de diez alfombras que no piensas llevarte ni por asomo, lo mejor es dejarle las cosas claras a la persona que te está guiando en tu viaje. Pero no claras a medias, MUY CLARAS. Serán muy insistentes, y más cuando está en juego la comisión que reciban cuando te hagas, por ejemplo, con un sari o una figurita de Buda. Es lo mejor para evitar situaciones incómodas. Como diría un amigo mío que conocí en Montenegro, «Turistadas las justas». Pues eso, dicho queda.

Callejeando por Jaipur con el rickshaw, en pleno centro, apenas a 200 metros del Palacio de los Vientos, cruzamos por caminos llenos de baches que dejaban ver el deterioro de la ciudad. La basura rebosaba y era difícil no verla y, sobre todo, no olerla. De ella comían las vacas sagradas, que a pesar de serlo están abandonadas a su suerte. Aunque lo que más me impactó fue ver a los oscuros y peludos cerdos, que engullían papeles, cartón y plásticos a gran velocidad. No es la mejor dieta precisamente para un animal del que en India, al contrario que en España, no se aprovecha nada. Qué lejos quedan los jamones de Jabugo si se observan las famélicas patas de estos puercos callejeros que viven en la más absoluta de las inmundicias. Lo de la basura desperdigada en todas partes es un problema serio de las urbes indias, que además de malolientes, son un foco de infección constante. Es por ello que nunca recomendaré viajar al país a personas que no soporten la falta de higiene en las calles y se vengan abajo rápidamente con mal olor.

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En una cada vez más poblada y surrealista carretera, las vacas descansaban plácidamente en la mediana, sintiéndose totalmente a salvo de la algarabía de vehículos de tracción manual y a motor, que a ritmo de cláxon, jugaban a adelantarse los unos a los otros. Y dentro de todo el caos, que reconozco me diviertía, el Palacio de los Vientos demostraba cómo la luz juega con su color, dándole un aspecto mucho más agradecido que en pleno mediodía. (Ver video)

Sonu atravesó como pudo la infernal rotonda de Badi Chaupar, la más concurrida de la Pink City, y se detuvo junto a P1050050un pequeño mercado de flores que se vendían al peso. Las guirnaldas son adquiridas como ofrenda a las numerosas deidades que los hindúes adoran, y que tienen su representación en los templos, como no podía ser menos. Allí mismo hay uno bastante pequeño dedicado a Laskshmi, esposa de Visnu, y Diosa de la Fortuna, el crecimiento y la prosperidad. Para llegar hasta él tuvimos que subir una escalinata desde la que apreciamos unas hermosas vistas del centro, de su locura, y por supuesto de los complejos que crecieron a partir del Palacio de la Ciudad. Ya en el propio templo había sentados varios hombres vestidos de naranja, que observaron cómo no perdía detalle de las coloridas pinturas del techo y las ofrendas de flores y dinero presentes en el altar mayor. Fue mi primer templo hindú, pero en absoluto sería el último.

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Porque justo después me llevó a otro del que por mucho que lo intente no recuerdo ni el nombre ni dónde estaba, ya que no presté atención en ese momento de la dirección que seguía el Rickshaw de Sonu. Éste parecía más moderno aunque tenía una interesantísima colección de estatuas de los Dioses más venerados de la India (Además de la Trimurti: Brahma, Visnu y Shiva, estaban sus consortes, y los siempre recurrentes Ganesh y Hanuman, que se representan con cabeza de elefante y mono respectivamente). La gente que se dirigía al altar a rezar entraba justo después de hacer sonar una campana. La primera vez lo hicieron a centímetros de mi cara sin yo darme cuenta y me pegué un susto que provocó las risas entre los indios que allí estaban. Aún me pitan los oídos…

P1050065 por ti. Cuando el sol comenzó su andadura hacia el oeste fue el momento oportuno para ir al que probablemente es el Templo hindú más visitado y venerado de Jaipur, el Govind Dev Ji, dedicado al Dios Krishna, que se podría decir que es algo así como el «Patrón» de la ciudad. La imagen de Krishna fue traída de Vrindavan por la Familia Real cuando se abandonó el Fuerte de Amber con motivo de la nueva construcción de la ciudad. Durante más de un siglo la escultura se guardó en Palacio, pero a partir de 1890 se construyó un inmenso Templo dedicado a esta adorada deidad.

Aquella tarde una gran multitud, sobre todo del género femenino, acudía a rezar al Templo. Con unos vistosos saris anaranjados, las mujeres caminaban sonrientes después de cruzar un control de metales y comprar flores para su Dios. Hare Krishna se repetía hasta la saciedad por megafonía al mismo tiempo que un gran número de monos correteaban sobre los muros y ventanales, ajenos a las ceremonias y a las rituales de los devotos.

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La presencia de estos animales en la vida diaria de las ciudades indias es tan constante como extraña bajo una mirada occidental para nada acostumbrada a compartir su espacio con multitud de primates.

Siempre ágiles y rápidos, esperan hacerse con algo de comida para continuar jugueteando a sus anchas por los edificios. También sagrados, son la viva imagen del Dios Hanuman, representado siempre con rostro de mono. A las afueras de Jaipur se encuentra un Templo dedicado a esta Deidad en la que moran miles de éstos, pero esta excursión la había planteado para el día siguiente.

Bajo un soportal que protege al santuario de Krishna permanecían sentados numerosos grupos rezando y entonando cánticos. Muchos de ellos daban la vuelta al muro en cuyo interior descansa la escultura traída por el Marajá de Vrindavan. Además de mí no había ni un solo turista recorriendo el área. Quizás las horas, cercanas al anochecer, no eran las más propicias para las visitas de los grupos organizados.

Las siluetas de los monos fueron obviando su forma para convertirse en meras sombras aguardando la noche. Aún no conocen el silencio porque ni Jaipur ni la mayoría de las ciudades indias son capaces de estarse quietas un solo segundo.

Justo lo que necesitaba yo en ese momento era permanecer quieto sobre la cama y recuperar horas, ponerme al día. Así que le pedí a Sonu que me llevara al hotel para poder dormir. Quedamos a la mañana siguiente para hacer Amber y el Templo de los monos entre otras cosas. Sin jet lag, sueño ni gaitas.

Sele

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