No me gustan los aeropuertos

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No me gustan los aeropuertos

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No me gustan los aeropuertos. ¡Ya lo he dicho! Lo pienso desde siempre, y me da exactamente igual haber estado en incontables ocasiones y ser, al fin y al cabo, la lanzadera a casi todos mis viajes. Los considero un inevitable daño colateral dentro de cada aventura. Como la diarrea, el mal de altura, los taxistas timadores y quienes te enganchan del brazo para que veas el género de su tienda en cualquier zoco del mundo. Para mí un aeropuerto es como un café con mal sabor que se bebe en vaso de plástico y te lo cobran como el oro. Pero un café que hay que beberse por narices y con el que hay que llevarse bien porque sin él, muchas veces, no llega la recompensa final.

Hoy me he puesto el disfraz de gruñón y tengo intención de poner los puntos sobre las ies. Desenmascararé a los aeropuertos del mundo con las razones que hacen que no me lleve del todo bien con ellos. Nos miramos de reojo pero no nos hablamos. Porque sencillamente no siempre el roce hace el cariño.

En estos momentos me bato en duelo con todos y cada uno de los aeropuertos que he pisado y pisaré en mi vida. Tengo la espada afilada y cargada de porqués. Vamos allá:

– EL SÍNDROME DEL SOSPECHOSO HABITUAL: Esto creo que nos pasa a casi todos los que tenemos la sana o insana costumbre de tomar un avión de vez en cuando. Los controles de equipaje, de metales, de documentación… A veces me llego a poner nervioso creyéndome que llevo un kilo de cocaína en la mochila o un explosivo camuflado en el champú. Me llega a latir el corazón más rápido e incluso me vienen sudores fríos de culpabilidad. Temo que salga un perro policía a recibirme y me registren en una habitación insonorizada. He debido ver demasiadas veces «El Expreso de medianoche» o quizás es la pose de anti-amabilidad que pone el guardia de seguridad que gira su cuello para vislumbrar ese gran peligro en su pantalla de rayos x que no es otra cosa que un bote de desodorante o una botellita de cristal con colonia barata. La norma de controlar hasta el máximo los líquidos en el equipaje de mano es una de las mayores absurdeces que he visto en mi vida y espero algún día la quiten. Quizás entonces dejaré de creer que el apellido Bin Laden tenga algo que ver conmigo. Por no decir que no puedes meter algo que sea de cristal por ser un «arma potencial», pero sí comprar botellas o cubertería fina de acero dentro del Duty Free de turno. ¡Vaya timo!

– EN EL QUINTO PINO: Hay aeropuertos que están tan lejos de las ciudades que representan que se tarda mucho más en ir del centro a la terminal que el vuelo en sí. Y sin son aeropuertos de Ryanair probablemente estén fuera incluso de la provincia de la que dicen estar (Es el caso del Aeropuerto Frankfurt Hahn que se encuentra en Renania-Palatinado, a 120 km de la ciudad de Frankfurt, en el Estado Federado de Hesse). Sea como fuere llegar o salir de ellos resulta una odisea convertida en trenes costosísimos, autobuses que dan mil vueltas o taxis con carrocería de oro. A la mayoría le resultan más cansados los traslados al aeropuerto que los viajes en sí. Esa lejanía extrema tiene la explicación (y mi comprensión) de que los molestos aeropuertos deben estar apartados de los lugares habitados para evitar ruidos, pero resulta que después aparecen de la nada promociones urbanísticas que se olvidan de ese aspecto y finalmente acaban estando prácticamente pegados a la ciudad. Surge entonces la idea de que nos vuelven a tomar el pelo como siempre.

– VENGA USTED CON SUFICIENTE ANTELACIÓN: No basta con tener el aeropuerto casi fuera del mapa sino que además te dicen que estés en la terminal con tiempo suficiente. Algunos te exigen un mínimo de dos incluso de tres horas (si se viaja a USA directamente es mejor quedarse a dormir en un control). Si contamos el larguísimo trayecto de ida, ese «tiempo muerto» esperando en la terminal y el inevitable retraso del vuelo… al final nos vemos casi medio día de viaje a ese lugar maravilloso llamado Aeropuerto. Es entonces cuando buscar acomodo se convierte en una nueva aventura.

– WIFI, GRATIS NO, GRACIAS: Los aeropuertos, así como los hoteles de categoría, se aferran todavía a que el acceso a la información a través de la red no debe ser gratuita ni para todos. Son muchos los aeropuertos del mundo que cobran un suculento extra por conectarse a internet con el teléfono móvil, con la tablet o con el ordenador portátil. Por fortuna empieza a haber algunas benditas excepciones (Aeropuerto de Doha, Qatar) que se salen de esos rezagados que buscan hacer negocio de absolutamente todo. El acceso a internet gratis debería considerarse un servicio de valor añadido en un lugar en el que pasamos muchas horas. Quizás así las antelaciones y retrasos sean menos desagradables.

Wifi con coste

– CARO CARÍSIMO: Una botella de agua, un souvenir, una bolsa de patatas fritas… se convierten en auténticos artículos de lujo para quienes visitamos con asiduidad los aeropuertos. Los precios se duplican, triplican o cuadriplican en cuanto cruzamos esa línea imaginaria entre la calle y una terminal. Si fuera una botella de agua cuesta 1€, en la cafetería de la terminal 1, 2, 3, A, B o C son 3€, y además se invierte proporcionalmente la cantidad de líquido que tiene en su interior. Si un simpático imán de nevera de una tienda del centro cuesta 3€, en el aeropuerto puedes llegar a encontrarlos por 10€. ¿Puede ser que vean la última oportunidad de sacar los cuartos al personal antes de marcharse? Directamente no se cortan. Y ni Duty Free ni nada. Sigue siendo todo caro carísimo.

– MISS Y MISTER SIMPATÍA: En estas ciudades llamadas aeropuertos del mundo en los que tantas horas pasamos suele haber algo en el ambiente que hace que la gente esté especialmente irritada. La gente se cabrea por estar allí mucho tiempo, más cuando les dicen que su vuelo se retrasa «porque sí», y en los stands de las aerolíneas la amabilidad suele brillar por su ausencia porque es un verdadero «marrón» tener que dar explicaciones a unos clientes enfadadísimos. Hay quien se olvida que se va de vacaciones al Caribe o pasa de largo toda la tranquilidad que ha tenido en el lugar del que acaba de venir. Es llegar al aeropuerto y comienzan las prisas, la desesperación de tenerse que desvestir en un control de metales y el mosqueo por corroborar que una vez más el avión que esperabas viene una hora tarde.

– LARGAS COLAS, ¿PARA QUÉ?: Esto es algo muy típico en España y que jamás comprenderé. Estás sentado cerca de la puerta de embarque. Tienes tus asientos asignados en tu billete por lo que tu sitio durante el vuelo está completamente asegurado. De pronto ves que media hora antes de que esté previsto embarcar la gente se empieza a levantar y forma una larguísima fila esperando ser los primeros en subirse al avión. Entonces me pregunto, ¿qué más da? Si tienes tu asiento fijado me parece estúpido tener que estar 30 minutos formando una cola absolutamente innecesaria. Hay casos de low cost en que no te asignan tus asientos y corres el riesgo de no poderte sentar donde tú quieres o con quién tú quieres si te quedas demasiado rezagado. Pero fuera de estos ejemplos lo normal es tener escrito en tu billete que te vas a sentar en los asientos X de la fila Y. ¿Por qué se forman colas para embarcar? ¿Acaso nos gusta estar de pie esperando?

– FRÍOS, IMPERSONALES, INTERMINABLES: No me siento cómodo en los aeropuertos. Es como si un halo de frialdad y apatía invadiera cada una de las salas. Sobre todo en el caso de los más grandes, en los que podrías no llegar a saber si estás en Londres, Frankfurt, París o Nueva York. Porque son siempre las mismas tiendas, las mismas escenas, las mismas voces en megafonía, la misma sensación de ser un terrorista o un narcotraficante cuando te registran en busca de algo no susceptible a subirse a un avión como un cepillo de dientes con el mango más afilado de lo normal. Y cómo olvidar esos pasillos kilométricos que hacen que buscar tu puerta de embarque sea otro viaje dentro de tu viaje… ¿Os he dicho alguna vez que odio la T4 del Aeropuerto de Madrid-Barajas?

 LOS ODIO…PERO NO PUEDO VIVIR SIN ELLOS

Es cierto que no me gustan los aeropuertos, que se tarda mucho en llegar a ellos, que las esperas se me hacen interminables, que facturar es, en ocasiones, una odisea, que beberse una coca-cola es un lujo, ver salir tu maleta un alivio, y que lidiar con la policía aduanera es tan apetecible como recibir una patada en el trasero. Pero al fin y al cabo son parte necesaria de algo maravilloso que hay detrás llamado viaje. En cierto modo estas «lanzaderas» que requieren aún de muchas mejoras son la antesala a lo que vivimos después.

Y aunque no me gustan los aeropuertos sé que es buena señal cuando estoy en uno de ellos porque se supone estoy haciendo lo que más me gusta en la vida. Tiene, además, su intríngulis ver gente de todas partes del mundo yendo a un lado u otro. A veces me invade la curiosidad y me pregunto, ¿de qué país serán?, ¿hacia dónde irán?, y reconozco me gusta quedarme mirando los paneles donde vienen reflejados los destinos de los aviones que aterrizan o despegan.

En resumen, no me gustan pero en el fondo me encanta saber que nos vamos a volver a ver.

Y a vosotros, ¿os gustan los aeropuertos?, ¿hay algo que detestéis de ellos y que cambiaríais de inmediato?

Sele

 

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