Mecidos por el altiplano en Bolivia: De San Pedro a Uyuni
Hay rutas que te sacan de tu mundo como si tal cosa. Durante días desapareces por completo, no existes salvo para ti y los que te acompañan en el camino. Ni cobertura, ni conexión de red, ni la confortabilidad del hogar o de un hotel con sábanas limpias. Nadie te observa, sólo respiras tu aventura estando a expensas de la fortuna y de tus propios recuerdos. Cuando estuve haciendo el viaje de mochilero en América viví algunas experiencias de este tipo, aunque probablemente una de las que más se adecúen a lo que deseo expresar fue el recorrido que realicé en varias etapas entre San Pedro de Atacama y el Salar de Uyuni. Cuando se atraviesa el altiplano de Chile a Bolivia (o viceversa) no sólo se cruza la frontera, se despliega un mundo de contrastes inmenso, de noches gélidas y volcanes ardientes, de puro desierto y lagunas de colores recubiertas de vida, donde lo inhóspito se vuelve hermoso y lo hermoso se vuelve cruel, donde el cielo te quita el aire y a cambio te ofrece un campo de estrellas relucientes. Los paisajes altiplánicos son lo más parecido a nada que jamás haya podido contemplar. El polvo del camino se mezcla en ocasiones con bloques de hielo incapaces de derretirse, con las suaves vicuñas corriendo hacia ninguna parte y con las rodadas de un 4×4 que se guía con un criterio que poco tiene que ver con los que rigen en una carretera corriente. Todo ello a más de cuatro mil metros de altura y con la sensación de que, efectivamente, vivimos en un Planeta Solitario.
Mecidos por el altiplano es la historia de esa ruta y de cómo, junto a otros viajeros que resultaron cruciales en este viaje, alcanzamos Uyuni desde el Desierto de Atacama pasando por lugares que no tienen parangón con nada que hubiésemos visto antes.
Para mí fue una pena despedirme de San Pedro y todos los amigos que había hecho en el recóndito pueblo atacameño. El paisaje, el ambiente de mochileo, las conversaciones hasta tarde en el Export o sus cielos estrellados me habían atrapado durante unos días que recuerdo con especial cariño. Pero había que proseguir el viaje, nada más y nada menos que hacia Bolivia, con ciertos lugares anotados en letras mayúsculas como el Salar de Uyuni, Potosí, Sucre o el Lago Titicaca. Allí iniciaría una nueva fase de a saber cuántas semanas y experiencias. Tenía ganas de comenzar e intriga por saber qué me depararía mi paso por el país andino. El comienzo ya era para frotarse las manos, cruzar el Altiplano superando los 3600 metros de altura constantemente y llegar hasta Uyuni, que podría considerarse como El Dorado de la Naturaleza ihóspita.
RUTA Y ALGUNOS CONSEJOS (Mal de altura, qué llevar, etc.)
Jorge y Diego Sepúlveda, padre e hijo, habían sido mis manos en San Pedro de Atacama, y con ellos, que poseían la Agencia IncaNorth Tours (Calle Toconao 441), preparé mi marcha de Chile en todoterreno en una aventura que tenía previsto durar tres días (65000 pesos chilenos, aprox 100€). Dos para pasar la frontera y detenernos en las lagunas altiplánicas bolivianas, así como en geisers y demás espectáculos naturales, y el último día para hacer el Salar. No iba a ser un recorrido lógico, teniendo que pasar previamente por Uyuni pueblo, ya que las carreteras (sin asfaltar, por supuesto) se habían estropeado por las últimas lluvias de la temporada húmeda. Pero era una simple contingencia superada por la ilusión de emprender un viaje a Bolivia como siempre había soñado.
A continuación os muestro un mapa con la ruta total:
Tenía todo dispuesto para partir. Lo más importante que no podía faltar era disponer del abrigo suficiente para soportar las bajas temperaturas que podía hacer por la noche. Era esencial contar con ropa de montaña o material idóneo para no pasar demasiado frío. Dormiríamos en un refugio pero ya me habían avisado que la calefacción o los radiadores allí ni existían ni se les esperaba y que por muchas mantas que nos pusieran íbamos a pasar un frío de los buenos. En esa parte del Altiplano podemos hablar de una oscilación de temperaturas de 20º de día y -20º de noche. Así, sin más.
Otro elemento que iba a ser útil, sobre todo de cara a vencer al temido mal de altura iban a ser las hojas de coca. Se pueden conseguir en San Pedro pero sale más a cuenta comprarlas ya una vez cruzada la frontera boliviana (por cantidad, calidad y precio). Mascar hojas de coca o la infusión de hojas de coca es el mejor remedio natural para aliviar la falta de oxígeno, el cansancio o las migrañas que suelen ir relacionadas con estar en lugares altos. Otro es, sin duda, no obsesionarse con ello y olvidarse de la altura, ya que hay mucha gente que se sugestiona de tal manera que acaba pasándolo bastante mal.
Reconozco que el de la altura era un tema del que me preocupé en exceso antes de llegar, pero que por fortuna superé in situ. De hecho no tuve ni el más mínimo dolor de cabeza. Me bastó con seguir la siguiente receta: hojas de coca + no pensar en ello + no realizar demasiados esfuerzos + no comer grasas los primeros días + beber mucha agua. Simplemente es aplicar lógica y un poco de psicología. Nada de obsesionarse.
Hay un refrán muy sabio para el soroche (como se le conoce al mal de altura en países como Bolivia): <<Camina lentito, come poquito y duerme solito>> Y yo soy de las personas que hacen mucho caso de la sabiduría popular, por lo que me lo apliqué enseguida.
Por último en un viaje de este tipo hay que comprar suficiente agua para llevar en el coche (yo me hice con un par de garrafas en una tienda de alimentos de San Pedro) y tener algo de moneda local (por ejemplo el pase para la Reserva de Fauna Andina Eduardo Avaroa se paga con pesos bolivianos. Y los cambios que aplican en Bolivia con el peso chileno son muy malos). Es obvio que no hay ni cajeros ni bancos en la que es un área deshabitada bastante grande.
A LA SOMBRA DEL VOLCÁN LICANCABUR CRUZAMOS A BOLIVIA
Salimos temprano de San Pedro de Atacama. Aún el aire de la mañana buscaba su sitio para hacer inútil la ropa de abrigo. Un todoterreno conducido por un chico boliviano iba a ser nuestro transporte hasta la frontera. Después tomaríamos otro vehículo para ir hasta Uyuni. Éramos tan sólo tres viajeros y los tres habíamos dormido en el mismo hostal durante las últimas noches. Mis compañeros de viaje se llamaban Sheila e Iván, ella española de Barcelona y él chileno de Santiago, una pareja muy divertida y dicharachera con la que ya había compartido un día alucinante en las Lagunas altiplánicas y en el Salar de Atacama. Se habían conocido en México y ahora vivían juntos en Santiago de Chile, por lo que estaban aprovechando unos días para entrar a Bolivia, en la cual nunca habían estado al igual que yo.
A las afueras de San Pedro se encontraba el puesto fronterizo de Chile. Mucho más hacia adelante (kilómetros que no metros) el boliviano. Tuvimos que esperar una larga cola para sellar la salida en nuestros pasaportes y podernos ir hacia Bolivia. Justo detrás de nosotros había un chico estadounidense que no había cumplido ni los veinte años y que estaba tratando de ver si se podía unir a algún grupo con el que llegar a Uyuni. Era el estereotipo del gringo despistado que se había presentado en la frontera por casualidad y se estaba dando cuenta de que para lo que quería hacer necesitaba alguien con quien ir. Y esos fuimos nosotros. Disponíamos de una plaza libre en el coche y le animamos a venirse, pero tenía que arreglar precio con los bolivianos y así hizo, aunque le acabaron cobrando de más. Por tener no tenía ni dinero local, pero serían cuitas que iría solventando no sin llevarse las manos a la cabeza una y otra vez. Eben, que así se llamaba, era un auténtico desastre. Pero un desastre divertido, que sería una pieza importante para el grupo no sólo en esta ruta sino mucho más adelante. Este californiano que llevaba unos meses vagando por Sudamérica había encontrado a la horma de su zapato sin darse cuenta.

Las áridas laderas del Licancabur, el volcán que mejor se aprecia desde San Pedro de Atacama y que lo comparten tanto Chile como Bolivia, eran las empinadas cuestas sin asfaltar que en algo más de media hora nos llevarían al puesto (o caseta) fronterizo boliviano. Licancabur, que en kunza, antigua lengua atacameña, quiere decir «Montaña del Pueblo», es el nombre de el coloso volcánico que por muy poco no llega a los 6000 metros de altura. La ascensión al cráter donde se encuentran el 5º lago a mayor altura del Planeta (5920 m) es una de las actividades preferidas de avezados alpinistas que sueñan con llegar hasta la cima.
La frontera de Bolivia no dejaba de ser una casucha de cemento en mitad de la nada. Si no se le pueden poner puertas al mar tampoco se puede con aquel aguerrido desierto altiplánico, conocido por ser uno de los accesos utilizados por contrabandistas que pululan entre los dos países limítrofes. La mayoría que estábamos allí íbamos a lo mismo, a que nos sellaran la entrada de nuestros pasaportes. Como español no necesitaba visado alguno, pero sí nuestro amigo norteamericano recogió un permiso para recoger su visa en la comisaría de Uyuni nada más llegar (previo pago de 100 dólares), ya que allí no podían tramitársela. Por cierto, Eben el gringo, pasó a llamarse Jaime. Lo decidió él, ya que decía que nadie pronunciaba bien su nombre y que así le respetarían más… que sería menos gringo.
Era una frontera para verla. Más sencilla y tranquila no podía ser. Nada de policía militar y exhaustivos registros, nada de cambistas pesados o alambradas amenazantes. Una caseta, el esqueleto de un autobús abandonado que servía de improvisada letrina para los viajeros, y unos cuantos todoterrenos esperando a la gente venida de San Pedro de Atacama para iniciar uno de los recorridos más apasionantes de Latinoamérica.
Para nosotros teníamos un Land Cruiser rojo bastante trasnochado. Lo conduciría un joven boliviano de la zona que respondía al nombre de Florentino y que era bien tímido. Un buen tipo, serio y responsable. En esta ruta hay muchas historias de conductores borrachos y un tanto caraduras, por lo que dar con uno profesional es positivo. Florentino era más quechuahablante que hispanohablante. No hay que olvidar que Bolivia es el país de Sudamérica con el mayor porcentaje de población indígena (en torno a un 60% dividido en su mayoría por Quechuas y Aymaras).
Juntos haríamos un equipo en el que se juntaría la pasión por viajar y, sobre todo, el buen humor. Importantísimo para «soportarnos» durante los días venideros…
LAGUNAS, DESIERTOS, POLVO Y MONTAÑA EN EL ALTIPLANO
El vehículo comenzó a andar por lo que podía llamarse cualquier cosa menos carretera. Las rodadas de otros vehículos suponian la única señal que aún no había logrado llevarse la erosión. No son caminos fáciles, sobre todo cuando llueve y más aún cuando nieva, pero eso hace aumentar la sensación de libertad, soledad y adrenalina que da estar un lugar semejante. Es como ir de excursión a otro planeta sin avisar, sin posibilidad alguna de que suene tu móvil o alguien te despierte de forma brusca. No, amigos, aquí no hay ni señal, ni calles… Sólo lagunas heladas, desiertos, polvo y montañas. ¿He dicho solo? ¡Acabo de perder la cabeza! Aquí no había nada… pero estaba todo lo que buscaba.
El altiplano es como una meseta, pero a más de 3000 metros. De hecho en esta ruta se suelen sobrepasar con frecuencia los 4000. Esto hace que el viento sea un cuchillo con lo que tiene delante, sobre todo los cráteres, las piedras volcánicas desperdigadas sin más razón que la del tiempo. Es un desierto árido pero en el que salen flores con cuatro gotas, un desierto con lagos de hielo, sal y, a veces, de colores. La presencia de minerales en una tierra aún viva hace que se de un paisaje de extrañas características, vasto hasta la extenuación e inhóspito para las personas pero no para un buen número de fauna que se deja ver alrededor tales como vicuñas, llamas, gatos andinos o tres tipos distintos de flamencos que anidan en grandes colonias. De hecho esa zona corresponde a lo que viene a llamarse Reserva de Fauna Andina Eduardo Avaroa, gozando de unas condiones mínimas de protección (y digo mínimas porque no hay demasiado control a pesar de tener que pagar 150 pesos bolivianos, aprox 15€, y porque se quieren desarrollar proyectos energéticos perjudiciales para el Medio Ambiente).
Muy pronto alcanzamos la conocida como la Laguna blanca, donde reposaban algunos bloques de hielo que muchos pensamos que era sal. Ésta comunicaba con la Laguna Verde, llamada así por los minerales (magnesio, plomo, arsénico, etc..) que colorean sus aguas jugando con la intensidad de los rayos de Sol. Cierto es que nosotros no nos la encontramos verde esmeralda precisamente puesto que no había demasiado caudal, pero aún así dibujaba un paisaje espectacular. No me cansaré de decir que estábamos viendo algo de otro Planeta.
La silueta del Volcán Licancabur, más lejano que antes, se reflejaba en el agua. El Sol golpeaba a esas horas, aliviando el difícil frío de las primeras horas del día. Se estaba muy a gusto allí, bajo esa estampa inspiradora que nos hacía valorar dónde nos estábamos metiendo. De hecho una cierta euforia rodeaba al grupo y no era debido necesariamente a que Florentino nos había conseguido una bolsa repleta de hojas de coca con las que obtener energías y olvidarnos del estúpido mal de altura.
Avanzamos por lo que nuestro conductor decía le llamaban «El Desierto de Salvador Dalí», algo que me hizo gracia y que entendí puesto que no sólo ahí sino en todo el camino uno tiene la impresión de estar dentro de un cuadro del genio catalán. Al día siguiente, en lo que se conoce como «árbol de piedra», no pude evitar imaginarme a Dalí y a su querida Gala mirándonos desde el cielo como si contemplara con orgullo una de sus obras. El adjetivo «daliniano» es, más que nunca, aplicable al Altiplano de Bolivia.
AGUAS TERMALES DE POLQUES (LAGUNA CHALVIRI)
El coche se detuvo y nos fijamos en que teníamos otra laguna a nuestra derecha, algo que no era novedad, pero a diferencia de las otras había gente bañándose prácticamente a la orilla. Dado que el bajo el suelo y el interior de las montañas altiplánicas se puede decir que hay un cocedero de ríos de lava ardiente y humo, en este lugar concretamente se da el caso de que el Cerrro Polques deja fluir corrientes de agua hirviendo que se mezclan con los bordes de la Laguna Chalviri, salada y con trozos de hielo flotando en ella. Eso permite que uno pueda darse un baño calentito a unos cuatro mil metros de altura y sabiendo que por las noches el termómetro rompe todos los números negativos.
No nos los pensamos ni un segundo. Cada uno nos las arreglamos como pudimos para cambiarnos e ir corriendo a lo que parecía una poza termal habilitada para quien quisiera darse un bañito. Acabábamos de encontrar una especie de jacuzzi puramente natural en un lugar en el que no nos lo hubiésemos imaginado. No éramos los únicos viajeros que hacíamos esa parada en el camino. De hecho, casualidades de la vida, me encontré allí mismo con un inglés, Henry, con el que había compartido habitación de hostel meses antes en la ciudad argentina de El Calafate en plena batida de glaciares y témpanos de hielo.
El baño nos dejó como nuevos, como si nos hubiesen dado un masaje en el mejor spa del mundo. Pero había que continuar…
SOL DE MAÑANA: GÉISERES Y FUMAROLAS EN UN PLANETA NACIENTE
Seguimos internándonos por el altiplano boliviano con el objetivo de llegar a por la tarde a nuestro refugio en Laguna Colorada. Relajados, haciendo piña nuestro grupo de cuatro más el conductor, llegamos a un lugar que no nos esperábamos ninguno. Se le conocía como «Sol de mañana» y era un área desértica con una actividad volcánica destacable en géiseres, fumarolas y barro meclado con lava haciendo pompas y saltando como si una cazuela se hubiese pasado de tiempo en el fuego. Los cuatro habíamos tenido la suerte de estar en el campo de géiseres más grande de América, el Tatio, en el Desierto chileno de Atacama, pero esto nos resultó mucho más impactante.
En un entorno frío de por sí un gran número de agujeros desprendían humo, olor a azufre e incluso saltaban al aire distintos pedacitos de barro hirviendo. Era como si hubiésemos viajado cientos de millones de años atrás para ver cómo se estaba creando la tierra, cómo nacían las montañas y todo lo que teníamos a nuestro alrededor. Sol de Mañana es tocar el origen de la Tierra, caminar por un suelo que vibra, del que brota más calor del que nos podamos imaginar.
Los saltos de humo y agua, como el gas que se escapa de una olla a presión, nos daba bastante impresión, pero nada parecido a los agujeros en la tierra donde se veía perfectamente cómo hervía el barro junto a la lava, volviéndolo gris o rojo según donde nos pusiésemos. Era como entrar directamente al imaginario que se tiene de las profundidades del averno…
Había que andar con cuidado ya que el suelo no era demasiado estable, y si te acercabas demasiado tenías la posibilidad de que te saltase barro hirviendo, como me ocurrió en alguna ocasión en la que me salvó la ropa. Las primeras horas de la mañana y la noche son los mejores momentos para apreciar este fenómeno, ya que el contraste de temperatura es mayor que a mediodía.
Merece la pena ya de por sí, aunque sólo fuese por escuchar los sonidos burbujeantes que vienen del interior de la tierra, los mismos que aún siguen dibujando la geografía de nuestro planeta, aunque a veces no los sintamos. El Altiplano tiene estas cosas, nada es estable, todo está en movimiento. Y los viajeros tenemos la oportunidad de verlo en persona.
LOS CAMINOS DEL ALTIPLANO
Regresamos al vehículo para avanzar por el camino sin camino de este remoto extremo de Bolivia. Lo de camino sin camino se explica con que no hay carretera alguna sino los restos de las rodadas de otros coches que han pasado previamente por allí. Florentino, que había podido hacer el mismo viaje más de cien veces, se conocía todo de memoria, aún así decía que muchas veces se quedaba atrancado con el coche por la arena acumulada, el barro, el hielo o las nieves que en no pocas ocasiones caen allí.
Para nosotros el disfrute era tener ese paisaje a la vista y no dejar de emocionarnos por saber por dónde estábamos avanzando. Era un viaje en el que no importaba el destino, que era el Salar de Uyuni, sino el viaje en sí mismo. Eran esos momentos, la sensación de adentrarnos a un lugar mágico, y la compenetración entre nosotros, la que nos había echado definitivamente de toda rutina que se hubiese quedado en nuestro cerebro. Desconectados del mundo pero más cerca del mundo de lo que habíamos estado nunca.
La Banda sonora de esta aventura la ponía el bueno de Florentino en el radiocasette del Land Cruiser. Era música local, la que se estaba escuchando en Bolivia en esos momentos. Nos acabamos aprendiendo todas, pero una por encima de las demás, una popular Morenada (estilo musical patrio) interpretada por «Idilio de Maria Juana» que decía algo así como «el año que viene volveré a bailar por tí, el año que viene volveré a soñar por tí…» Queríamos que la pusiese una y otra vez para no dejar de cantarla. Quién me iba a decir a mí horas antes que una de las canciones que me llevan a recordar todo el viaje americano fuera una «morenada boliviana». Ya entonces estaba enganchado totalmente a Sudamérica, a ese aire que se respira, a ese ritmo…
Montañas, desierto y lagos helados recomponían ese puzzle que iríamos completando hasta llegar a nuestro campamento base en el Altiplano, un refugio a unos 200 metros de Laguna Colorada.
LAGUNA COLORADA, PUNTO Y SEGUIDO
Llegamos por fín a Laguna Colorada, más concretamente, al refugio donde pasaríamos la noche. Era una fila de casas adosadas la una a la otra con habitaciones grandes y compartidas para los viajeros que realizan esta ruta. Una fonda de cemento en medio de la nada que tenía lo indispensable, un comedor comunal, baños y lugar donde echar una cabezadita. Los techos eran placas onduladas sostenidas por piedras donde supusimos el frío entraría a sus anchas. Ni el más mínimo de los lujos, a no ser que se le considere como tal a una colección de mantas con estampados tan suaves como un guante de esparto. Y la calefacción ni estaba ni la esperábamos, por lo que esas mantas serían la salvación de todos. Y es que esa noche las temperaturas bajarían muchísimo de cero grados.
Personalmente no me importaba un pimiento que el alojamiento fuese así o asá. Lo importante era dónde estábamos, que allí las estrellas se podrían ver cómo nunca, las conversaciones hasta altas horas… Incluso ya me había olvidado por completo de que el mal de altura le da por presentarse por la noche, cuando te alcanza tumbado. Estaba tan contento de estar allí que sólo quería salir a seguir viendo cosas.
Almorzamos en el comedor, sin pasarnos para seguir las tres reglas del soroche que comenté anteriormente, y me tomé una infusión de coca para estar lo más despierto posible. Hicimos amistades con otros viajeros que también pasarían allí la noche, la mayoría estadounidenses disfrutando de su año sabático. Hay muy buen ambiente entre la gente que se junta en esta ruta, que es algo así como uno de los embudos por el que pasamos muchos que visitamos los países andinos.
Después de la comida y los mates de coca nos acercamos en el todoterreno a las orillas de Laguna Colorada. Allí había tal cantidad de flamencos (de tres especies distintas) que es una maravilla simplemente quedarse a contemplar cómo se mueven. Lo de colorada hace honor a cómo se ve, sobre todo en la lejanía, cuando el agua se vuelve como la sangre. Depende de las horas y las épocas del año (como sudece con la verde), pero independientemente de esto siempre proporciona una visión de otro mundo.
Fuimos dando un rodeo a la Laguna por la orilla hasta cuando pudimos, puesto que es bastante grande, al compás de los flamencos que parecían flotar en el agua con sus delgadísimas patitas. La intención era marcharnos en cuanto el Sol se escondiera tras las montañas, momento en el que el frío pasaría de ser moderado a gélido.
Fui a mirar el teléfono móvil para saber la hora (no suelo llevar reloj de pulsera ) y más que por comprobar qué minutos llevábamos del día me alegré por ver, o mejor dicho, no ver rayita de cobertura alguna. Ahí me dí cuenta que si se liaba la III Guerra Mundial no me iba a enterar de nada. Me encantaba percibir esa sensación de soledad, de estar perdido sa saber dónde y cortar de raíz por unos días cualquier contacto con el exterior. A veces nos olvidamos de desconectar lo que deberíamos, yo el primero. Es el mejor ejercicio mental que podamos llevar a cabo en muchas ocasiones en los que la cabeza parece explotar. Hacer paréntesis puede servir, entre otras cosas, para darnos cuenta de lo que tenemos delante y que muchas veces no vemos.
Tras dejar atrás una vicuña muerta y semidescompuesta por el camino, regresamos hacia el coche. Hacía ya bastante frío y se iba a hacer de noche enseguida. Era momento de ir al Refugio.
Cena ligera y conversación hasta tarde. Al final terminamos todos saliendo a ver las estrellas, buscando como locos la Cruz del Sur y apreciando uno de los cielos más bonitos que habíamos visto nunca. No obstante estábamos a 4280 metros de altitud, sin ciudad alguna a muchos kilómetros ni la maldita contaminación lumínica. Era como estar dentro de una de esas estrellas y tener la Galaxia más cerca que nunca. Una vez alguien me dijo que a quienes vivimos en ciudades «nos han robado las estrellas». Y, por desgracia, tiene toda la razón del mundo. Por eso, quizás, sucede que cuando nos encontramos con un paisaje celeste tan limpio y perfecto nos quedamos atontados mirando hacia arriba. Ese es otro ejercicio, como el de desconectar, que creo ayuda mucho a sentirse mejor.
Cuando me alcanzó el sueño me fui a dormir. Hacía tanto frío (cerca de – 17º) que me metí en la cama con más capas que una cebolla, además de tener los pies dentro de un saco de dormir. Tenía tantas mantas encima que parecía me había acostado con un mamut. Pero era la única manera de no padecer los rigores de una noche gélida que más de uno la sufrío sobremanera. Me desperté en incontables ocasiones, pero al fin y al cabo pude descansar, que era lo que necesitaba.
De madrugada escuché, al igual que mis compañeros, un ruido de motores. Lo comentamos bastante extrañados, puesto que supuestamente todos los ocupantes del refugio se habían ido a dormir. Por la mañana comprenderíamos a qué se debían dichos sonidos procedentes de coches que había fuera. Pero esa era otra historia a la que para llegar hacía falta seguir soñando un poco más en el refugio de Laguna Colorada.
UN COCHE ROBADO EN UNA NOCHE ALTIPLÁNICA
Nos despertamos y tras desayunar salimos fuera a las 9:00 de la mañana tal y como nos había emplazado Florentino. Con las mochilas listas y ganas de seguir descubriendo rincones altiplánticos nos dimos cuenta que faltaba un coche y un conductor, el nuestro. Pasaron los minutos, pasó mas de una hora, hasta que llegó uno de los conductores de otra agencia que resultaba ser el primo de Floren. Nos contó algo que nos dejó alucinados a todos.
Al parecer alguien había robado nuestro coche durante la noche. Supimos que había sido un conductor de otra compañía turística que hacía la ruta entre San Pedro y Uyuni, quien totalmente ebrio abrió el vehículo y se lo llevó a varios kilómetros para hacer trompos y dejarlo totalmente tirado. Una de las mujeres del refugio que se ocupan de la limpieza y preparar la comida vio unos coches alejarse, por lo que avisó a los conductores que descansaban allí, entre ellos Florentino, de que algo había pasado. Cuando éste se dio cuenta de que era el suyo, salió con otros coches a buscar el Land Cruiser robado antes de que llegara demasiado lejos, y más cuando iban con la gasolina justa para hacer esta ruta. Finalmente le alcanzaron al conductor borracho, pero ya se había pulido mucha gasolina y había puesto perdido el coche de barro, tanto dentro como fuera. No nos contaron si le dieron una buena paliza pero supusimos que así había sido. El problema estaba en que no había demasiado combustible como para proseguir el camino, por lo que Florentino había tenido que regresar a San Pedro de Atacama de madrugada a repostar. Y por eso aún no estaban ni él ni su coche allí.
No se hablaba de otra cosa en el refugio hasta que nuestro amigo llegó con una cara de mala uva tremenda y, sobre todo, con ojeras por no haber podido dormir en toda la noche. Le pedimos se quedara descansando un rato, pero se negó. Lo único que le preocupaba era justificar todo lo sucedido a las personas para las que trabajaba, ya que tenía miedo no le creyeran y tuviera que pagar la gasolina de su propio bolsillo (cosa que no ocurrió finalmente). Así que en unos minutos guardamos todo en el coche y continuamos con nuestro camino. Ni que decir tiene que si nos cruzábamos con el conductor borracho y ladrón le íbamos a decir cuatro cosas, pero el muy listo había salido temprano para que nadie se le echase encima. Había huído con «sus turistas» como las ratas en cuanto salió el primer rayo de Sol. Y, al parecer, con algún que otro puñetazo haciéndole sobra en un ojo.
EL ÁRBOL DE PIEDRA
Tras esta locura surrealista volvimos al vehículo para iniciar la segunda etapa del viaje hacia Uyuni. Teníamos un largo trecho que continuar aún y, por tanto, algunos rincones nuevos que conocer. Dejamos atrás la Laguna Colorada y avanzamos durante kilómetros por un desierto inmenso con piedras desperdigadas por doquier. Formaban parte de un antiquísimo estallido volcánico que las había desplazado hasta allí, pareciendo totalmente fuera de lugar. Este desierto responde al nombre de Siloli y el símbolo que mejor define a un conjunto de piedras volcánicas erosionadas es el conocido como «Arbol de piedra».
Aunque más que un árbol me parecía más apropiado denominarlo seta u hongo, no cabe duda que es uno de esos hermosos caprichos de la erosión que hacen de lo ordinario una obra maestra. Más arriba comentaba que podía tratarse perfectamente el decorado de un cuadro del Dalí, donde no resultarían del todo extraños relojes derritiéndose, elefantes de seis patas u hombres tan altos como el cielo. Llamémosle un lugar descontextualizado en el que la imaginación vuela demasiado rápido.
LAS LAGUNAS PERDIDAS
El viaje continuó sucediéndose por esta amalgama de imágenes poco realistas. Un largo camino nos acercaba a distintas lagunas de enorme belleza donde los flamencos formaban ordenadísimas filas que se reflejaban en el agua como si de un espejo se tratase. No cabe duda de que si hay que mencionar un ave en el altiplano, este debe ser el flamenco, que forma inmensas colonias apenas con que haya un mísero charco en el que poder estacionar su vuelo rosado. Ellos colaboran en gran medida en perpetuar la fotogeneidad de los lugares por los que uno va pasando.
Ocasionalmente la fauna que se deslizaba tras las ventanillas del vehículo tenía que ver con los distintos grupos de vicuñas que pasaban muy cerca nuestra, los más pequeños y cotizados camélidos al otro lado del charco. Entre los guanacos, llamas, alpacas y vicuñas son estas últimas las que cuentan con el pelo más suave y, por tanto, más caro para hacer prendas. En la Reserva Eduardo Avaroa, que abarca una enorme extensión, todas ellas corretean en absoluta libertad gozando de toda protección. Su mayor enemigo, además del hombre que lo caza furtivamente, es el puma, aunque no hay demasiados en la zona, lo que favorece que existan grandes grupos de vicuñas y sean muy fáciles de ver.
Se les puede ver cerca de las áreas con agua, que no son pocas, aunque algunas de ellas, como la Laguna Hedionda, tengan altas cantidades de azufre, lo que explica perfectamente su nombre. Independientemente de esta u otras sustancias los animales se siguen posando en las mismas. Particularmente «La Hedionda» me pareció una de las más impresionantes para retratar, aunque ciertamente es complicado elegir entre tantas panorámicas por las que fuimos pasando.
Hacíamos infinidad de paradas para realizar fotos, sentarnos a contemplar el paisaje o simplemente respirar el poco oxígeno, aunque puro, que allí arriba se ve como un regalo. Kilómetro a kilómetro aprendíamos cosas nuevas, absorbíamos distintas sensaciones, saboreábamos el sinfín de imágenes que se colaban frente a nosotros. Mis pensamientos se alejaban cada vez más de mi mundo para volar hacia la vasta llanura andina. El altiplano nos estaba meciendo continuamente, generando un espíritu nuevo y más optimista, aunque haciendo disminuir nuestro tamaño hasta ser simples partículas en un inmenso desierto. Esas son las consecuencias que suelen acariciar al viajero que llega a ciertos lugares inhóspitos y perdidos. Al fin y al cabo lo que muchos buscamos porque simplemente necesitamos vivir esas sensaciones.
VILLA ALOTA
Estuvimos un largo rato sin detenernos. Nuestro propósito era llegar a un pequeño pueblecito donde quedarnos a comer. Pudimos hacer casi dos horas de camino en la que algunos dieron alguna que otra cabezadita, a pesar de la música y de los vaivenes que dábamos al pasar por baches y zigzaguear en los tramos más arenosos donde hacía cierto riesgo de quedarnos atrancados. Teníamos la máxima confianza en Florentino, a quien no parecía pesarle en absoluto el no haber dormido en toda la noche, teniendo que recuperar su coche robado y hacer un pesado y solitario viaje de ida y vuelta desde San Pedro.
De pronto alcanzamos nuestro objetivo, Villa Alota, que viene a ser un minúsculo y solitario pueblo en mitad de la llanura. Una sucesión de casas bajas de barro y paja se alineaban en cuadras, siguiendo a rajatabla los cánones urbanísticos del Nuevo Mundo. De vez en cuando se veía alguna persona caminando por la calle, pero el adjetivo animado no era el que más pudiera definir al pueblo. En realidad estuvimos allí de paso, para sentarnos a comer antes de ir hacia Uyuni, que aún quedaba suficientemente lejos como para haberlo hecho del tirón desde Laguna Hedionda.
En pueblitos como este el idioma castellano es prácticamente residual, ya que la mayoría se defiende en quechua. Si el porcentaje indígena en Bolivia es alto de por sí, en este lugar podía decirse que si no llegaba al 100% poco le faltaba. Sin carreteras, tan sólo caminos y calles arenosas, perdido en la nada…
SAN CRISTÓBAL
Aunque pensábamos que el viaje a Uyuni lo íbamos a hacer definitivamente del tirón, nos equivocamos. Apareció el asfalto en la carretera cuando menos lo esperábamos y tuvimos que tomar un desvío en otra población también humilde pero mucho más grande que Villa Alota como era San Cristóbal. Ésta localidad divide su actividad en la minería en mayor medida, la agricultura y el comercio, siendo uno de los nudos de comunicaciones en esta parte del Altiplano. Desde que habíamos salido de Chile no habíamos pasado por un lugar tan poblado como aquel, aunque dudo que tuviera más de cinco o seis mil habitantes.
Estuvimos un rato paseando por allí, tiempo que nos dió para asomarnos a su pintoresca iglesia jesuíta del Siglo XVIII o, mejor aún, a un mercadillo tradicional donde las mujeres ponían a la venta los distintos productos agrículas, así como textiles u hojas de coca. Aquí ya se notaba que estábamos en Bolivia. No había más que fijarse en los clásicos bombines, las trenzas o los anchísimos faldones que envolvían por completo su cintura. Aquí la gente no era muy amiga de las fotografías, como si las cámaras fuesen aparatos que sirvieran al mismísimo Diablo. En este pueblo se palpaba la personalidad de Bolivia, donde la gente es aún bastante tímida con el extranjero. Y más aquí, utilizado como una mera parada antes de partir a Uyuni.
Nos llevamos hacia Uyuni a una muchacha joven y a su madre que habían viajado hasta allí para vender hojas de coca. La madre tendría unos treinta y cinco años pero aparentaba lo menos sesenta. A la chica, de unos dieciséis, ya se le apreciaban dos o tres dientes de oro en la boca. Ambas no dejaban de mascar coca ni un solo instante. En realidad mucha de la gente que nos íbamos encontrando en el camino lo hacía, aunque más pacientemente de cómo lo masticábamos nosotros. Formaban una pelota en uno de los mofletes y se quedaban con ella durante horas. A mí, por ejemplo, no me duraba más de diez o quince minutos. Eben, el gringo, se comía las hojas como si fuesen pipas. Tanto que muchas veces sus dientes se veían verdes de lo que no había podido quitarse.
BIENVENIDOS A UYUNI
Cien kilómetros separaban a Uyuni de donde nos encontrábamos, los cuales hicimos en aproximadamente hora y media, ya que la carretera se encontraba en unas condiciones aceptables. Cuando llegamos nos encontramos con una ciudad algo destartalada sin demasiada gente en la calle, ya que era 1 de mayo, Día de los trabajadores, y muchos se encontraban en sus casas. Salvo algunos locales de comida no había nada abierto. Esta localidad, de unos veintemil habitantes, es el punto de partida o final para esas rutas que tienen al Salar de Uyuni como protagonista. En nuestro caso debíamos haber visto antes el salar para terminar aquí , pero dada las condiciones de los caminos por los que se accede a éste normalmente, tuvimos que hacer parada y fonda en la ciudad y salir al día siguiente a ese gran objetivo, ese gran sueño…
Nos hospedamos en el Hotel La Roca, a pocos metros de la torre del Reloj, una alojamiento modesto pero limpio. El precio del mismo lo teníamos incluído con el total que pagamos a la agencia donde contratamos el vehículo, el guía y el hospedaje y las comidas, que eran 65000 pesos chilenos (aprox 100€). Días antes había estado leyendo comentarios de hoteles en Bolivia, que me sirvió para valorar los alojamientos en cuanto a opiniones de clientes. Y por lo que pude ver en el pueblo, en condiciones normales un alojamiento de este tipo no superaba los 5 euros (baño compartido).
Cenamos en uno de los locales que había debajo del hotel donde nos dieron un filete tipo suela de zapato con unas patatas fritas y una bebida. Los americanos de otros grupos no probaron ni bocado, por lo que se tuvieron que ir a la cama con mucha hambre. Allí es donde ya empezamos a hablar de lo que nos esperaba al día siguiente, el fin último de la ruta, el Salar de Uyuni.
Los cuatro amigos absolutamente compenetrados, con nuestros diálogos humorísticos y las acaloradas discusiones sobre política, fútbol, colonialismo y un sinfín de asuntos, nos estábamos dando cuenta que esa aventura en común estaba por terminarse, pero que aún quedaba la guinda del pastel.
Pero el Planeta Uyuni es otra historia, que además ya os conté desde la propia Bolivia y que os animo a leer para que sepáis cómo y dónde terminó una de las rutas más apasionantes que he hecho en mi vida…

A veces el destino no es lo más importante. En realidad lo es el aprendizaje que obtenemos con cada uno de nuestros pasos. Y en el Altiplano cada minuto sienta cátedra.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
14 Respuestas a “Mecidos por el altiplano en Bolivia: De San Pedro a Uyuni”
ya vi el video el un artículo anterior, y es muy bueno.
lo que me gusto mucho eneste artículo son las imágenes, yo que deberías sacarlas para fondos de patalla, son muy buenas imagenes
Hola Sele, primero de todo muchas gracias por publicar toda la info y vivencias..hace tiempo que voy leyendo articulos tuyos y me gustan mucho.
te queria preguntar acerca d bolivia..pues me gustaria hacer la ruta del salar de uyuni a san pedro de atacama..es decir como tu pero en el sentido inverso. Sabes si esto es posible? por otro lado he abierto la web de north inca que sugieres y ls precios que dan son desorbitados..10000 US..etc..no se si es la misma web a la que te refieres..
el tema es que querria bajar hasta san pedro..para volver a subir y ya ir hacia titicaca y peru..he mirado la opcion de volar a santiagode chile..pero el tema esta dificil y bastante mas caro..es una idea muy descabellada?muchas gracias por tu ayuda de antemano..
Hola Eva, gracias por tu mensaje. Me alegra que seas una asidua de este rinconcito viajero.
Sobre lo que me preguntas, sí se puede hacer en sentido inverso pero creo que contratándolo en el propio Uyuni. De hecho podrías hacerlo sobre la marcha porque salen 4×4 a diario. Sobre los 10000US me temo que puede referirse a pesos chilenos. Para que te hagas una idea, no llega a costar ni 100 euros todo ese paquete. Escríbeles de todas maneras a ver qué te dicen.
Haz esta ruta en coche, que te encantará. Y tranquila, la podrás hacer sobre la marcha.
Suerte!!!
Sele
Muchas gracias Sele!pues me pondré en contacto con ellos para preguntarles..
Hola Sele!necesito una ayudita…el tema es que no sabemos como montar la ruta..pues queremos hacer Bolivia y tambien subir a ver el Machu Pichu. Y para que esto sea posible habiamos pensado hacer una circular de tal manera que una vez llegado a San Pedro de Atacama..subir hacia Arica y de ahi cruzar a Arequipa para de ahi llegar a Cusco y volver a la Paz por el lago Titikaka.. Solo tenemos 23 dias efectivos ya descontados los de vuelo, crees que es posible esta idea o es muy arriesgada en el sentido de que no nos de tiempo?pues son muchas horas de bus i tendriamos q ir parando para descansar en los sitios que te he comentado..es decir..la cosa quedaria asi:
26julio aclimatacion en La Paz
27 desplazamiento a uyuni
28 Uyuni tour hasta el 31
31 llegada a san pedro y pasamos el 1 i el 2
el 3 salida a Arica y pasar el 4 y 5
6 bus a Arequipa y pasamos el 7 y el 8
9 viaje a Cuzco
10 Cuzco
11 Aguas Calientes
12 Machu pichu
13 vuelta a Cuzco
14 viaje de Cuzco a Puno
15 a 16 Lago Titikaka
17 o 18 marchar a La Paz
para volar el 19 de agosto .
esta seria una opcion..la otra opcion seria desde san pedro volver para arriba a la paz lo que nos da un poco de palo i desde ahi subir hacia Cusco y volver parando en donde nos diera tiempo de peru..fuera arequipa o nasca o lo que sea y volver a casa desde Lima. Quizas no hariamos tanta vuelta y ahorrariamos dias, pudiendo parar mas tranquilamente en los sitios….Asi que tenemos un buen lio …
Te agradeceria si nos pudieras ayudar…
Muchas gracias y un saludo
Hola Eva,
Aunque es cierto que es una ruta apretada, a mí me gusta la primera opción sobre todo. El día de Aguas Calientes recuerda meter Pisac y Ollantaytambo para ir. Y Cuzco mínimo dos días completos. Le puedes recortar a Arica.
Es un viaje muy chulo, la verdad. Un buen círculo. Pero otra vez te tienes que dedicar más a Bolivia para ver Potosí o Sucre.
Suerte!!!
Sele
Muchas gracias Sele!pues a ver como lo monto pues oOllaytambo y Pisac..lo puedo hacer el dia q subo a Aguas calientes?
Perfectamente Eva. Salen muchas rutas organizadas desde Cuzco que hacen ambas ruinas para terminar más tarde en Aguas Calientes. Y así al día siguiente dedicarlo por completo a Machu Picchu y volver.
Mucha suerte!
Sele
Muchísimas gracias por tu ayuda!bueno..pues ya te explicare a ver como sale todo..un saludo!!
Hola Sele, vuelvo a ser yo…jejje…mira, tengo una duda sobre si llevarme euros o dolares…pues si llevo dolares debere hacer doble cambio..aki en España en dolares y luego alli a lo que sea..pesos chilenos..bolivares..o soles..no se si llevarmelo todo en euros ..dolares..o un poko d todo..pues no se, si sale mas a cuenta cambiar esas monedas de dolares..o no…por otro lado pienso q quizas alli los dolares me los pueden aceptar tb directamente…tu que crees?
muchas gracias!
Eva
Hola Eva,
Llévate dólares y luego cambias allí. El dólar en Latinoamérica hace más que el euro. Aunque es cierto que te lo cambian en todas partes, pero quizás en peores condiciones que el US$
Saludos!!!
Sele
Muchas gracias Sele!!!que nervios…espero todo vaya bien..esto de cambiar de continente me estresa un pokito…jejejje!!!gracias de nuevo!
Eva
[…] + 9 de septiembre de 2013: Mecidos por el altiplano en Bolivia (de San Pedro a Uyuni) […]
[…] poco os relataba cómo fui mecido por el Altiplano andino en Bolivia al hacer la ruta entre San Pedro de Atacama y el Salar de Uyuni en un todoterreno. El paisaje altiplánico fue algo más que una frontera entre dos mundos, la […]