Aventura en Marruecos III: Rabat y Casablanca

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Aventura en Marruecos III: Rabat y Casablanca

 

Cualquier excusa es buena para volver a Marruecos. Y si dicha excusa se llama «Billete de avión a Casablanca para un fin de semana por 40 euros», pues mucho mejor. Tras dos viajes al país magrebí en 2007 y 2008, estaba deseoso de regresar, aunque fuera el tiempo suficiente para dar unos sorbitos de té a la menta, escuchar la llamada a la oración de las mezquitas, regatear en los zocos o perderme un rato en una medina diseñada como el más perfecto de los laberintos.

Las fechas: Del viernes 4 de junio al domingo 6 de junio de 2010; La compañía: Mi buen amigo, a la vez que vecino portal con portal, Pablo, compañero de muchas más incursiones en los últimos años; ¿Y el lugar? Rabat, la capital de Marruecos, una ciudad Imperial que ha permanecido siempre a la sombra de Marrakech, Fez o Meknès, y que por unas causas u otras se suele pasar por alto en gran parte de los viajes que se hacen en Marruecos. Aunque como presentía y he podido corroborar después, cuenta con numerosos motivos como para no pasarla por alto. Es como una cajita de madera que guarda pieza a pieza el puzzle de las esencias de un país realmente fascinante del que no dejaré de decir que supone el más cercano de los viajes lejanos. ¿Me ayudáis a abrirla?

No te pierdasEsta es una de las zonas que aparecen en la selección de «20 lugares fascinantes que ver en Marruecos»

4 de junio: SABOR A MENTA

Todos los fines de semana viajeros deberían tener una serie de requisitos para ser completos y bien aprovechados. El primero, que los vuelos tengan buen horario tanto de salida como de regreso, sobre todo de cara a tener más tiempo en los destinos. El segundo, que su precio global (billete más costes adicionales como comidas, visitas y traslados) sea lo más ajustado posible y, muy importante, que el lugar escogido abarque un área muy concreta que sea factible para hacer en sólo un fin de semana. Este viaje reunió todos esos conceptos clave: Se inició un viernes por la tarde, justo después de salir de trabajar y finalizó un domingo por la tarde para tener el tiempo justo de cenar en casa y caer rendido en la cama. El precio de los vuelos fue bastante asequible (40€ i/v Madrid-Casablanca con Easyjet). Los gastos asumidos fueron realmente reducidos, ya que Marruecos es aún un país relativamente barato. Y el lugar elegido para este viaje fue una ciudad no demasiado grande que se puede recorrer en un día o día y medio como mucho. Rabat es más que abarcable y, además, un rincón de Marruecos donde perderse puede resultar fascinante.

A dos meses exactamente de mi regreso de Camboya me veía otra vez subiendo a un avión. Había quedado con Pablo en la salida de la estación de metro del Aeropuerto de Barajas a eso de la tres, de forma que me diera tiempo a salir del trabajo y comer algo rápido. Controles de equipaje, clásicas esperas por un retraso que por rutinario no deja de parecerme frustrante y un «Bienvenidos a Casablanca» anunciado en la megafonía del avión. Habíamos traspasado esa grieta oceánica que nos separa de África en algo menos de dos horas. Sin apenas habernos enterado, habíamos superado una frontera cercana, pero a su vez muy lejana en todos los sentidos.

En el Aeropuerto Mohammed V, dedicado al primer Rey de una Marruecos Independiente, nos sellaron nuestros pasaportes junto a una gigantesca fotografía del actual monarca del país, Mohammed VI, nieto del más aclamado de la antiquísima Dinastía de los Alaouitas. Cientos de chilabas y velos se mezclaban con el atuendo moderno de los jóvenes marroquíes, estampa que explica muy bien la doble vertiente marroquí. Cambiamos dinero allí mismo, euros por dirhams, la moneda oficial, cuyo cambio estaba como siempre: 10 Dirhams (A partir de ahora DH) equivalían a 1 euro (€) aproximadamente.

DE CÓMO FUIMOS DEL AEROPUERTO A CASABLANCA

Cada hora, a «las en punto», sale un tren desde la propia Estación del Aeropuerto Mohammed V a la Estación más importante de Casablanca, CASA VOYAGEURS (no confundir con CASA PORT). El billete sencillo para 2ª clase (corriente y moliente) tiene un precio de 40 DH (4€). Allí mismo se pueden conseguir directamente los pases a otras ciudades conectadas por tren como por ejemplo Marrakech, Fez, Meknès, Kenitra, Tánger o la propia Rabat, aunque siempre cambiando de tren en la Estación Casa Voyageurs. En nuestro caso, como queríamos marcharnos a Rabat, le añadimos al coste del trayecto ordinario otros 35 DH. Total, por tanto, la ruta Aeropuerto Mohammed V-Casablanca-Rabat nos salió a 75 DH (7´5€).

Tomamos el tren del aeropuerto de las 19:00 horas por pura casualidad. Cuando nos estábamos disponiendo y mucha gente estaba apelotonada en los accesos, cerraron las puertas cayera quien cayera. Si no hubiera sido por los gritos de una mujer que se quedó atrapada al cerrar y se puso a gritar, nos tendríamos que haber esperado una hora más. Afortunadamente no fue necesario y pudimos sentarnos en las dos únicas butacas libres de todo el vagón.

Recorrimos la distancia entre el aeropuerto y la ciudad en aproximadamente treinta y cinco minutos, en los que no quitamos ojo a nuestra respectiva ventanilla desde la cual se proyectaron imágenes de campos de cultivo abarrotados de gente. Incluso más que de ganado pastando, que hubiera sido lo corriente. Algunas casas roídas por no llevar bien los años y el minarete de las mezquitas se alternaban con las cometas voladas por los niños y los carros tirados por burros. Siempre he pensado que Marruecos hace de lo ordinario algo extraordinario, y para comprobarlo no hace falta más que prestar un poco atención.

DE CÓMO FUIMOS DE CASABLANCA A RABAT

Cuando llegamos a Casa Voyageurs, antes de tomar el otro tren a Rabat, hicimos tiempo en el Café de la Estación. Allí tomaríamos nuestro primer té a la menta del viaje y algo de comer (25 DH). Personalmente creo que el té a la menta es mi droga perfecta, un veneno que logra seducirme por su aroma y su sabor. Un sorbito me devuelve a la vida, dos me hacen suspirar y tres son suficientes para atraparme de por vida. Siempre que he estado en Marruecos he encontrado tan magnífico elixir. Incluso Pablo, que para nada es aficionado a los tés, se convirtió desde entonces en un devoto más. Ya no había ni hay vuelta atrás.

Nuestra partida a Rabat prevista para las 20:15 se retrasó 45 minutos en los que nos quedamos esperando de pie en el andén. El tren proveniente de Marrakech y destino Fez llevaba acumulado un buen retraso, algo bastante común en las escasas tres líneas ferroviarias de la ONCF. Pero finalmente llegó, habiendo ya oscurecido. Durante la hora que duró el trayecto estuvimos viendo una película en el netbook, atrayendo la atención de unos cuantos curiosos. Una secuencia que incluía una muñeca hinchable nos hizo temer alguna escena subidita de tono, cosa que nos hubiera puesto en un compromiso un tanto cómico sin comerlo ni beberlo. Afortunadamente, falsa alarma.

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La megafonía del tren pronunció el nombre de Rabat Agdal como parada inminente. Esta es una de las dos Estaciones principales de la ciudad, pero no la más céntrica, que es Rabat Ville y hacia la que nos dirigíamos. Mucha gente comete el error de bajarse en Agdal, dándose cuenta después de que no debía haberlo hecho. Por tanto, conviene prestar atención para no meter la pata. Nosotros ya íbamos aleccionados al respecto gracias a la información recopilada en internet para este viaje.

La Estación de Rabat Ville, en la Place des Alaouites, va a parar a la Avenida Mohammed V, la más importante de la ciudad, que une la antigua Medina con la Nouvelle Ville de la época colonial francesa. Allí mismo, a dos minutos de «la Gare», habíamos reservado nuestro alojamiento para las próximas dos noches, el Hotel Balima. Pagaríamos 250 DH (25€) por cada día que estuviéramos (desayuno incluido). Probablemente hace dos o tres décadas fuera uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad, pero ahí se quedó, con unas instalaciones que han permanecido intactas en todos los sentidos durante mucho tiempo. Como dicen los chanantes de hoy, se ha quedado algo «viejuno», aunque la verdad que no necesitábamos nada más. Y porque lo retro siempre se lleva… Ya sólo por las risas que nos echamos en su pintoresco ascensor-discoteca, mereció la pena quedarnos allí.

PRIMEROS SORBOS DE RABAT

Creo que no invertimos ni un minuto en la habitación antes de marcharnos a la calle. Lo justo para tirar las mochilas al suelo y cerrar la puerta para inmiscuirnos de lleno en la multitud que estaba «de viernes». Bajamos toda la Avenida Mohammed V con la intención de acceder al verdadero Marruecos que se encuentra en la Medina de Rabat, rodeada de antiquísimas murallas. Allí las casas de estilo colonial dan paso a otras construcciones más viejas que no dejan de recibir del humo de las brasas, el olor fresco de las hojas de menta y la venta insistente y a viva voz de toda clase de productos. El griterío de la gente, el soniquete de radiocasetes repitiendo una y otra vez las mismas canciones en árabe y el «bueno, bonito y barato» vestido de chilaba marrón y capucha, sirvieron para quebrar definitivamente el más mínimo ápice de la rutina diaria que pudiera quedarnos. Definitivamente, habíamos llegado a nuestro destino.

El sinfín de olores nos llevó a una casa de comidas cualquiera, de la que ni me quedé con el nombre, donde aprovechamos para cenar unas deliciosas brochetas de pollo con patatas fritas, arroz y una salsa roja picante para untar con el pan. Y de beber, zumo de naranja natural. El alimento nos supo más que bien, aunque más nos satisfizo el precio de la cena, 25 Dirhams. ¡Dos euros y medio! El momento surrealista vino debido a una breve pero extraña conversación de móvil que tuve. Un amigo del barrio me llamó desde Rumanía para preguntarme por la edad de Karim Benzemà, el delantero francés del Real Madrid. No sé que me sorprendió más, que pensara que soy una Base de Datos futbolística, que lo hiciera desde Rumanía o quizás las dos cosas. Por cierto, tiene 22 años (Acerté!)

Después de cenar subimos entera la Avenida Mohhamed V que también forma parte de la medina y dimos la vuelta por Rue Sidi Fatah, dos grandes calles paralelas de la que parten infinitas ramificaciones de color blanco y puertas arqueadas. Salvo algunos, quedaban ya muy pocos negocios abiertos. Quienes tenían clientela eran los que ofrecían salchichas y carne a la brasa, que te cocinaban en la misma calle. La humareda se colaba por las ventanas sobre las que colgaban poblados maceteros. Varios hombres se encontraban sentados de cuclillas junto a la puerta de una mezquita. Así a grandes rasgos la primera impresión que me dio la medina es que no es tan laberíntica como la de Fez (la verdad que esta es insuperable), pero que sí es posible perderte si te sales de las avenidas principales. La vi muy «andaluza», y es que las Historias de Andalucía y Rabat están muy entrelazadas, así que es normal encontrarse con este aire andalusí.

Pero la Medina y otros muchos sitios de Rabat los descubriríamos más de lleno durante el sábado, cuando teníamos previsto madrugar para darle un buen repaso. Nos fuimos a dormir a eso de la una de la mañana si queríamos resistir lo que se nos venía encima, que era mucho…

5 de junio: RABAT, UNA CIUDAD BLANCA Y ANDALUSÍ

Duele levantarse un sábado a las siete de la mañana pero si se quiere aprovechar bien el tiempo es lo que hay. En un viaje tan corto como este, madrugar era indispensable para poder abarcar lo que queríamos. Afortunadamente Pablo es de los míos y no es de los que pone pegas cuando suena el despertador. Además se moviliza con bastante rapidez por lo que de la cama a la mesa del desayuno pudimos pasar en un santiamén. Sea como fuere, a las ocho ya estábamos en la fuente de la Avenida Mohammed V, esa especie de bulevar absolutamente francés con jardines, que respeta a rajatabla el estilo del protectorado de la Nouvelle Ville.

Habíamos comprado un mapa por 45 DH en un kiosko de prensa cercano porque ya que no llevábamos ni guía, queríamos hacernos una composición de lugar y señalar qué es lo que veríamos y en qué orden. Esa parte ya se llevaba relativamente preparada desde Madrid aunque doy fe que de Rabat hay mucha menos información que de otras muchas ciudades de Marruecos. Así que un plano nos vino de miedo.

Mientras le dábamos tiempo a despertarse a la Medina, nos propusimos como primer destino la Torre de Hassan / Mausoleo de Mohammed V. Para ir hasta allí, ya que no estaba cerca caminando en ningún modo, tomamos un petit taxi. En una ciudad con escasas líneas de autobuses lo mejor para moverse en trayectos que a pie serían largos es tomar uno de estos pequeños Fiat de color azul. En Marruecos los taxis se dividen en dos: Petit Taxi y Grand Taxi. Los petit taxis son siempre más baratos y se utilizan para trayectos cortos en una misma ciudad. Además funcionan con taxímetro. El Grand taxi, que suele ser de Mercedes, se utiliza para recorridos más largos, la tarifa se negocia directamente con el conductor y se llena con más pasajeros que acudan al mismo destino o que éste les pille de paso. Por ejemplo, lo lógico para ir a ver un monumento de Rabat estando en el propio Rabat es tomar un petit taxi (en Rabat son de color azul). Mientras que para cruzar a la vecina Salé o marcharse a Casablanca o Meknès, se debe utilizar un gran taxi (color blanco).

Pagamos por ir a la Torre de Hassan 7 DH, que en euros no son más que 70 céntimos. Compensa en precio sin lugar a dudas.

LA TORRE DE HASSAN Y EL MAUSOLEO DE MOHAMMED V

Primer objetivo: Torre de Hassan. Probablemente el icono más reconocible de Rabat, no sólo por su antigüedad sino también por ser visible casi desde cualquier punto de la capital marroquí. Supuso una representación evidente de los P1140454delirios de grandeza del Rey almohade Yaqub al-Mansur (en España conocido como Almanzor, el Victorioso), que en 1197 instó a la construcción de una mezquita que restara protagonismo a las más grandes que había en la época. Él mismo se había encargado de levantar tanto la Giralda de Sevilla como la Kutubiya. Pero en Rabat quería una mayor que las otras dos, con una planta rectangular de 183 metros de largo por 139 de ancho y un alminar mayúsculo que pudiera alcanzar los 80 metros de altura. Se iniciaron las obras del conjunto pero la muerte del Rey supuso también una muerte lenta para su sueño en Rabat. Se abandonó el proyecto cuando la torre alcanzaba los 44 metros, y aún quedaba mucho por concluir en toda la estructura. El desgaste por el tiempo, distintos saqueos, incendios y el Terremoto de Lisboa de 1775 trasformaron la mezquita en ruinas.

Hoy día la Torre de Hassan, como se le conoce al conjunto de Minarete + Mezquita, es un bosque de columnas circulares de color blanco que se agrupan junto a una enorme mole de ladrillo, símbolo de una dualidad esplendor-decadencia que caracterizó al tiempo de los almohades.

Este cementerio arquitectónico es realmente llamativo. Puede que la ruina y el abandono terminaran de componer un espacio armonioso como pocos, que no parece haberse formado al azar. No fue cincelado únicamente por los obreros de la época sino también por los rigores de la meteorología, la destrucción del fuego, el temblor de un terremoto brutal y la dejadez de quien no quiso culminar el proyecto del gran Almanzor.

Madrugar y escoger a éste como el primer lugar a visitar en Rabat tuvo su recompensa, ya que Pablo y yo pudimos disfrutar de su estampa estando absolutamente solos. A las 8:30 ya estaba abierto, y salvo los soldados que flanquean las entradas, no había un solo turista. Fortuna de soledad y silencio en un lugar imponente a la vez que desolador, reflejo de lo que pudo ser y no fue.

Justo enfrente de la Torre de Hassan se levanta el Mausoleo de Mohammed V (ambos con entrada gratuita), la última morada del considerado como Padre de la Independencia de Marruecos. El monarca alauíta más querido por el pueblo marroquí descansa junto a su hijo Hassan II (máximo impulsor de esta construcción) y su hermano Abdallah, en un edificio muy hermoso con forma de cubo y coronado por un tejado verde que cae por cuatro lados.

Vigiladas día y noche por la Guardia Real, las tres tumbas se pueden observar por los visitantes desde arriba, aunque no son precisamente lo que más destacan, ya que es la ornamentación de todo el edificio la que haga que compense entrar, a no ser que se sea fan de la Dinastía de los Alauítas y se acuda allí por una extraña devoción monárquica. Las paredes están profusamente decoradas, al igual que la cúpula, en la que se han añadido incluso luces para tener el interior del mausoleo siempre iluminado. Al parecer la tumba de Hassan II está previsto sea trasladada a «su mezquita» de Casablanca, aunque aún no se han concretado fechas para que esto se lleve a cabo.

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Abandonamos la Torre/Mausoleo saliendo a la calle por una puerta custodiada por dos soldados a caballo. Como nuestro próximo destino no estaba cerca de allí, precisamente, requerimos de otro petit taxi azul, que por 13 DH (1´3€) nos llevó hasta él.

LA KASBAH DE LOS OUDAYAS

Al norte de la medina, en la desembocadura del Río Bou Regreg, se encontraba el siguiente objetivo que nos habíamos propuesto en Rabat, y probablemente el que más logró encandilarnos: La Kasbah de los Oudayas. Esta kasbah es una pequeña ciudad amurallada, la clásica fortaleza situada en un punto estratégico, la cual ejerció de baluarte defensivo contra las tropas enemigas de los almohades cuando se inició su construcción en el Siglo XIII. Ya en sí sus murallas almenadas son un claro signo de la inexpugnabilidad de una ciudadela que dio mucho de que hablar en el Magreb y que sobrevivió a todo lo que se le echó encima. Incluso sobrevivió a ella misma. Su población corsaria, de la que aún hay huella, no era en absoluto originaria precisamente de Rabat sino de un poco más arriba…

Y es que esta ciudad fue una de las máximas receptoras de los últimos moriscos expulsados de España por Felipe III (edicto proclamado en 1610), mayoritariamente de Andalucía y de Extremadura (muchos de Hornachos, en Badajoz), los cuales formaron a la práctica una especie de República independiente más allá de los muros de la Kasbah e incluso de la Medina. Miles de ellos se recluyeron en Rabat, así como en otros muchos puntos del Norte de África, aunque no para pasar desapercibidos precisamente, ya que desde entonces dieron «mucha guerra» a los navíos procedentes de España, a quienes atracaban literalmente siempre que podían. La Kasbah de los Oudayas, así como la población vecina de Salé, fue un reducto corsario de primer orden que dio muchos quebraderos a la cabeza a la Corona Española, quien había potenciado la mayor diáspora desde la expulsión de los judíos de 1492, en tiempos de los Reyes Católicos.

Es por ello que el interior de la kasbah sea un claro exponente de la arquitectura civil andalusí. Los colores blanco y azul (dicen que con objeto de evitar el calor e incluso a los mosquitos) tiñen unas casas con enrejados y maceteros, o con patios interiores muy similares a los que se pueden ver en los pueblos de Andalucía. La mezcla del blanco con el azul se puede encontrar también en la población de Chaouen, al norte del Rift o en Sidi Bou Said, en Túnez, siendo muy evidente la influencia de la arquitectura y el arte de Andalucía en aquella época.

La Kasbah de los Oudayas por dentro es un pequeño pueblo que parece regirse de forma diferente al resto de la ciudad. Sus calles empinadas y estrechas pierden al que no las conoce, embaucan con sus colores al que camina por ellas, silencian al que no las escucha y hacen hablar al que calla.

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No hay tantos gatos en toda la ciudad de Rabat como los que pueden verse en la ciudadela morisca. El blanco y el azul marcan el límite de sus dominios. La silueta felina se contonea en las paredes y aguarda paciente bajo la ventana.

El blanquiazul nos transportó por su calzada de piedra como un río a las aguas que lo discurren, que simplemente se dejan llevar. Es un alegato a la sencillez y a la pureza donde conviene detenerse y no esperar nada salvo que el tiempo transcurra para no cambiar absolutamente nada.

Hay un Café que se asoma a la desembocadura del río y a la contraria ciudad de Salé que se autodenomina «Café del Moro» donde corre una brisa deliciosa. Nos encontramos con una estudiante que aprovechaba a ojear sus apuntes sentada en una sillita de madera. Habráse visto mejor biblioteca que aquella…

Otro rasgo andalusí lo pudimos desentrañar en sus Jardines Andaluces que olían a Alhambra y Generalife, a Córdoba  y sus claveles, a Sevilla en cualquier día de primavera. Sobre los espinos moriscos de Rabat aún corre sangre española.

He aquí un video de varios minutos en la kasbah:

LA MEDINA DE RABAT

Salimos de la Kasbah de los Oudayas y cruzamos la carretera «a la siria», es decir, teniendo fe de que los coches se detuvieran al vernos pasar, para entrar a la Medina. Con la palabra medina uno siempre se refiere al casco antiguo y P1140493tradicional de una ciudad musulmana, el corazón del día a día más arraigado y cotidiano donde aún no han podido penetrar los diseños arquitectónicos occidentales. En Marruecos, que fue colonia tanto francesa como española a lo largo de los siglos, es muy palpable esta dualidad de ciudad-nueva y ciudad-vieja en la práctica totalidad de los municipios del país. O lo que es lo mismo, Nouvelle Ville y Medina. Mientras en las nouvelle ville imperan las anchas avenidas, los edificios relativamente altos, las fuentes y las plazas, en las medinas afloran las estrecheces de la vía, la peatonalización de las mismas de forma casi absoluta porque directamente no caben los vehículos, una estructura laberíntica sólo conocida por los propios locales, y un conglomerado de casas-tienda y mercados de fuerza incansable que viven al son del canto de las pequeñas mezquitas incrustadas en sus muros.

La medina de Rabat, rodeada por «La Muralla de los Andaluces» (otra muestra de la presencia morisca en la ciudad), no está entre las más grandes ni conocidas de Marruecos. No es Fez, pero es que ninguna lo es en realidad. Dispone de cuatro calles anchas de la que parten pequeñas callejuelas estrechas que ni los mapas son capaces de reflejar. Muchas de estas se retuercen hasta no encontrar salida mientras que las más afortunadas terminan de nuevo en una calle ancha.

El eje principal de la medina de Rabat lo compone la Rue de les Consuls ó Calle de los Cónsules, que recuerda que en ésta se encontraban muchas casas de los diplomáticos enviados a Rabat por las distintas naciones durante el protectorado francés, y que actualmente es un inmenso mercado de artesanía y regalos. De la Rue des Consuls se puede bien salir en línea recta al Mellah (antiguo barrio judío) o girar a mano derecha a la Rue Souika, más ancha y especializada en ropa (aunque hay toda clase de comercios). La primera calle ancha importante que parte a la derecha de ésta es Rue Sidi Fatah, dedicada casi por entero a la alimentación, y la segunda en la misma dirección es la ya mencionada parte de la Avenue Mohammed V que se interna hasta el final de la medina. Lo que surge a partir de ellas es simplemente imposible de trasladar por escrito, aunque quizás sea ese su encanto.


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Probablemente la más interesante de los ejes principales de la medina me pareció la dedicada a la alimentación (Rue Sidi Fatah). Las clásicas tiendas donde te matan la gallina antes de llevártela a a casa, los puestos donde venden las especias y el arroz con sus coloridos y característicos estantes, las pescaderías o las carnicerías en las que cuelgan al sol toda clase de género, por muy rebuscado que parezca.

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Os presento un vídeo que grabamos caminando por esta calle donde podréis olisquear puesto por puesto:

A partir de mediodía se puso todo a rebosar y nos costó avanzar, por lo que nos trasladamos al azar de las calles pequeñas, que siempre nos esperaban con un precioso arco incrustado en la pared, una diminuta casa de oración o un solitario vendedor de hojas de menta con que aderezar los tés que pasan de un lado al otro en la bandeja plateada soportada a duras penas por las manos de un niño.

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El blanco inmaculado de las paredes forzaban que los rayos del Sol rebotaran en cuanto tocaran con ellas, dejando una temperatura realmente agradable con la que sobrellevamos de la mejor manera nuestra travesía por los rincones y viejos recovecos de la medina de Rabat.

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Aprovechamos para hacer unas pequeñas compras de artesanía en unas tiendas con mejores precios de los que había podido encontrar en Marrakech o Fez en años anteriores. Pero en general nuestro devenir en la medina consistió a deambular sin ruta ni sentido alguno, con la única pretensión de perdernos y mezclarnos con la gente. Porque más que los atractivos meramente turísticos, priman las las escenas normales del día a día, fotografías de una rutina para nosotros exótica.

Nos tomamos un descanso marcado al ritmo de un té a la menta que acompañó a unas crepes (25 DH) con las que recargamos el depósito al máximo nivel. Después de caminar tanto rato necesitábamos darnos esa pausa para resistir lo que aún nos quedaba de día, que no era precisamente poco.

Ya después del té nos reenganchamos al trasiego de la medina para disfrutar desde dentro de la llamada a la oración. Desde cada minarete se alzaba una voz por megafonía animando a los fieles a acudir a rezar a las mezquitas con las clásicas proclamas de «Alá es grande» o «No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta». El instante en el que se recitan los cantos del almuecín me resultan muy especiales. Los he vivido incontables veces en muchos países integrantes del mundo musulmán y no por ello dejan de impresionarme. Cada uno es diferente, único, capaz de rellenar con voces profundas y apasionadas los huecos de cada calle y cada casa.

CEMENTERIO CON VISTAS AL OCÉANO

Abandonamos la medina por Mohammed V continuando de seguido hasta ver dónde nos llevaba. Una tapia abierta nos ofreció la solución. Tras ésta se encontraba uno de los cementerios más antiguos de Rabat, el Cimètiere As-Shouhada´, que desciende a través de un cerro inmenso que se alarga hasta bien cerca de las olas del Atlántico. Aquel mar de tumbas y mausoleos tienen como límites el agua y un faro que advierte a los pescadores de las consecuencias de una mala faena.

Las últimas moradas de miles y miles de marroquíes, muchos de ellos descendientes de los españoles que se tuvieron que marchar de España siglos atrás, permanecían semiabandonadas en un terraplén de tierra seca y polvareda que, aunque parezca mentira, más de uno atravesaba tranquilamente como un mero atajo por el que ir a la playa.

Nosotros los cruzamos de parte a parte para salir hasta el faro y llegar al paseo marítimo que estaban construyendo a apenas dos metros de las sepulturas. Entre medias asistimos sin comerlo ni beberlo a un entierro. Decenas de hombres portaban una tumba por encima de los hombros para dirigirse hacia un foso que ya estaba preparado para alojar a su próximo visitante. Les seguía un buen séquito dispuestos a dar otro adiós más en sus vidas. Y más allá el Océano para una casa con vistas que ninguno querríamos habitar…

BUEN ALMUERZO EN UNA TERRAZA POR 5 EUROS

Nos escapamos del sepelio por la puerta trasera de aquel cementerio. En segundos cambiamos esa visión macabra y triste de la vida por otra más alegre con el mar, los bañistas buscando pasar un buen día de playa y la amurallada P1140544kasbah de los Oudayas de fondo. Aunque a esas horas más que turismo nos apetecía sentarnos tranquilísimamente a comer, que ya lo necesitábamos. Entramos de nuevo a la medina siguiendo el cartel de un restaurante que supuestamente guiaba hasta él en el interior del laberinto. Sigan de frente, P1140545izquierda, derecha, de frente de nuevo, giren otra vez… Y en medio de nuestro despiste apareció un señor marroquí que nos dijo que el restaurante en cuestión estaba cerrado ya que sólo abría por las noches para espectáculos nocturnos típicos de danza del vientre, músicos y esas cosas que tanto demandan los turistas. La verdad que aunque tenía toda la pinta de estarnos metiéndonos una buena trola, pudimos corroborar en la misma puerta del restaurante que así era. Se ofreció, por tanto, a llevarnos él a otro «mucho más económico» ya que hay pocos restaurantes en la medina (cosa que es cierta) y podíamos tardar en encontrarlo. Tenía una cara de comisionista que echaba para atrás, pero vaya, le seguimos. Mientras tanto nos fue mostrando otros rincones escondidos de la ciudad-vieja que no habíamos podido ver en anteriores incursiones.

Tenía datos para todo, época, materiales de construcción, etcétera. Y mientras tanto fue alargando nuestra llegada al restaurante. Le insistimos que nuestros estómagos rugían de modo que ya costaba escucharle y que fuéramos P1140543directamente al grano. Aceleró el paso y nos llevó hasta una puerta de un Riad. Yo ya me temía la jugada del sitio «bueno, bonito y barato», así que pedí entrar y ver la carta. Era un patio precioso, un palacete en toda regla regado de detalles muy de las Mil y Una noches. Pero la carta nos echó para atrás. Un menú muy normalito, tildado con el adjetivo de «turístico» nos iba a costar más de 20 euros por barba. Así que salimos bien rápido de allí porque en Rabat sabíamos que se podía comer bien en muchos sitios y, sobre todo, mucho más barato. Le agradecimos la compañía a aquel hombre y le dimos una propina, bastante aceptable, pienso yo, aunque no le debió parecer así porque refunfuñó entre dientes cuanto pudo pidiendo mucho más. Quería cinco veces más de lo que cobraba un taxista por una carrera normal por habernos recomendado un restaurante y llevado hasta él en diez minutos. Algo que, obviamente, no le dimos.

Al final, en la salida de la medina que casi hace cruzar Avenue Mohammed V con el Boulevard Hassan II, P1140552encontramos un restaurante con terraza en la azotea en la que pudimos comer a un precio más asequible, 50 dirhams por persona o, lo que es lo mismo, 5€. Con un tiempo extraordinario, en un lugar con vistas al mercado, degustamos el clásico tajine de pollo con limón confitado y verduras que se cuece a fuego lento en una característica cazuela de barro con forma cónica presente de norte a sur en todo marruecos. También nos pusieron en un plato una salsa roja deliciosa para acompañar, además arroz y dos platos de patatas fritas de sartén que estaban para chuparse los dedos. Era exactamente lo que queríamos y lo que nos estaba costando encontrar. En Fez de esos había miles, pero en Rabat fuera de los muros de la medina, no tuvimos la suerte de ver más que ese, cuyo nombre anoté: Restaurante Al Alam. Sencillo, normal y con comida tradicional marroquí a buen precio.

LA NECRÓPOLIS DE CHELLAH

15 DH fue el precio de una nueva carrera en taxi para ir de una punta a la otra de la ciudad, una vez tuvimos nuestras barrigas llenas. Nuestro siguiente propósito en Rabat era el Chellah, más allá de las murallas no sólo de la medina sino incluso del Palacio Real y las dependencias ministeriales y militares que lo flanquean. Chellah está en pleno campo, más cerca del ganado que de los automóviles y sus insistentes claxons, así que para llegar lo que hay es eso, el petit taxi azul por fortuna omnipresente. Desconozco la razón pero es un lugar para nada promocionado en la ciudad, y eso que sin lugar a dudas es rincón con mayor Historia de Rabat y alrededores. Sólo la puerta con dos torretas octogonales como único acceso tras su muralla es suficiente motivo para pagar los 10 DH que cuesta la entrada.

Los fenicios la fundaron como una importante escala entre Tánger y Mogador (la actual Essaouira), aunque allí poco tardaron en aparecer los cartagineses y romanos, quienes fundaron la Colonia Sala, una de las ciudades con más P1140577habitantes del Norte de África. Ésta además marcaba el punto más al sur del Imperio, y por lo que se sabe, dispuso de todas las comodidades y servicios de una urbe digna de ciudadanos romanos de primer orden. Con la caída de Roma fue abandonada y transformada en ruinas hasta que cientos de años más tarde, en el Siglo XIII el Sultán decidió convertir la antigua Colonia Sala en un complejo funeriario tanto para él como para sus descendientes. Por tanto mandó erigir varios mausoleos además de una mezquita y una madrasa (escuela donde se enstudia el Corán). En el fondo Chellah, como pasó a llamarse, era una especie de oasis en mitad de un secarral y el Sultán lo encontró como el lugar perfecto para que sus almas partieran hacia el paraíso. Aunque como ocurrió con las construcciones romanas, este conjunto de mausoleos de la Dinastía benimerín cayeron en el olvido dejándose desgastar por los siglos de los siglos… hasta hoy.

Chellah es un parque arqueológico en el que las piedras aún respiran tiempos pasados. Es como si el reloj se hubiese detenido sin que nadie jamás osara a no dejar las cosas se las encontró. Los únicos que ha logrado ajar los monumentos no han sido otros distintos a la lluvia o el viento. Un anciano minarete decidido a soportar cuanto fuese necesario se ha erigido como protagonista de un conjunto en el que aflora la nostalgia y el romanticismo.

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Y además de arqueológico, Chellah se podría definir como «ornitológico», si se atiende a la colonia de cientos y cientos de cigüeñas que anidan allá donde han encontrado un mísero hueco entre sillares devencijados. El sonido que emiten estas aves, el crotoreo, está provocado por constantes y rítmicos golpes de pico sobre la piedra o la madera que rebotan como el eco. Durante el tiempo que allí estuvimos su soniquete era lo único que se podía escuchar de forma incesante. Sin duda alguna son las verdaderas guardianas de este lugar desde que hace siglos fue abandonado.

El minarete mudo sin su almuecín, la madrasa sin libros ni alumnos, el foro romano oculto entre columnas partidas y los mausoleos cerrados a cal y canto custodiando silenciosos huéspedes… ese es el Chellah, donde mereció la pena detenerse en aquella tarde calurosa que empezaba a nublarse.

UN PEQUEÑO CAMBIO DE PLANES

En principio la idea de Pablo y mía para la tarde era movernos por Salé, la ciudad vecina y a la vez rival de Rabat, que la separa de ésta el Río Bou Regreg. Pero por unas cosas u otras como no encontrar taxi que nos llevara hasta allí (los petit taxis no pueden acceder a Salé, aunque sí los Grand Taxis), que íbamos con poco tiempo como para meternos a otra medina de tamaño superior a la de Rabat, y que nos apetecía algo más tranquilo que no requiriera tanto caminar, nos decantamos en dejar pasar la tarde en la ribera del río, viendo las últimas horas de los pescadores y disfrutando de las últimas horas de sol del día.

A mitad de camino al río, con la sed desecando nuestras gargantas, nos detuvimos en un puestecillo de naranjas donde preparaban zumos naturales. Pedimos uno para cada uno y nos los pusieron en vasos enormes de cristal. Nos supieron tan buenos que pedimos otra ronda. Venga Pablo, que pago yo – le dije. Pero sin mérito alguno, ya que los cuatro zumos tan sólo rasgaron 15 DH de mi bolsillo (1´5€). Así también invito yo, pensaría mi amigo en sus adentros. Razón no le faltaba …

CRUZANDO EL BOU REGREG, RÍO CALMADO QUE MUERE EN EL ATLÁNTICO

Revitalizados por completo nos dirigimos a la orilla del río donde había unas cuantas barcas de pesca color azul recién amarradas. Los pescadores trasladaban en una cadena perfecta las redes de un lado a otro para que quedaran bien recogidas y preparadas para su próximo día de trabajo. Sin duda aquella era una escena muy colorida espejo del lugar en que nos encontrábamos.

Las casas blancas de la medina se asomaban tímidamente al Bou Regreg. Y de fondo la rígida Kasbah de los Oudayas se recogía de los vientos que se estaban levantando, que aunque eran fuertes, no lograban turbar las aguas del río.

Yo estaba como loco por montar en una de esas barcas y por eso nos quedamos allí rígidos esperando que alguien nos dijera si nos llevaba a algún lado. Y así ocurrió. Un señor de bastante edad se acercó a nosotros y nos ofreció una vueltecilla en barca hasta la Kasbah. Le pregunté cuánto nos iba a cobrar por media hora aproximadamente. Pidió 50 DH, yo le ofrecí 30 DH y la cosa se quedó en 40 DH. Cuatro euros a repartir entre dos. Supongo que fue un buen trato para todas las partes. Para la nuestra, sin duda, fue un premio seguro disfrutar de la brisa de aquel paseo en barca que habíamos conseguido de forma improvisada.

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A Pablo no se le quitó la cara de gustillo en todo el trayecto. Creo que fue el momento en que más feliz le vi en el viaje. Era un signo inequívoco de que las cosas estaban saliendo bien. Íbamos tan relajados que hasta nos adueñamos del sombrero de paja de nuestro barquero particular.

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Montar en barca es otra forma distinta de descubrir una ciudad apasionante como Rabat, se mire donde se mire, se grite donde se grite…

SE APAGAN LAS LUCES

A punto de marcharse la tarde aprovechamos para regresar al hotel antes de que se hiciera de noche para darnos una buena ducha y descansar. Atravesamos la medina por enésima vez donde parecía haber el doble o el triple de público que por la mañana. Era una verdadera olla a presión por la que casi ni se podía pasar y en la que no faltaban los personajes más variopintos habidos y por haber.

Parte de la tarde noche la pasamos en el hotel. Dejé descargando las cámaras de vídeo y fotos y me tiré después de ducharme en la cama. Así hasta bien pasada ya la hora de cenar en un restaurante que tenían todo tipo de comida en la Place des Alaouites. Aunque entre medias dejamos cerrado el transporte a Casablanca para el día siguiente yendo a las taquillas siempre abiertas de la Estación de trenes. Cada billete Rabat Ville – Casa Voyageurs en 2ª clase nos costó 35 DH (3´5 €). La hora de salida temprana, a las 07:45 horas (ya sabéis que los horarios y precios de las rutas en tren se pueden consultar en la web de ferrocarriles marroquíes www.oncf.ma).

Madrugar no importaba en absoluto, y más cuando se tiene la intención de visitar una de las Mezquitas más espectaculares del mundo.

6 de junio: CASABLANCA…ESTE ES EL COMIENZO DE UNA HERMOSA AMISTAD

El día 6 de junio de 2010 fue prácticamente un calco del 7 de diciembre de 2008 (Aventura en Marruecos II). Consistió, al igual que aquella vez, en dejar para el final del viaje, como guinda del pastel, a Casablanca. Esta ciudad es la más moderna y poblada de Marruecos, y casi carente de atractivos turísticos, salvo la Mezquita de Hassan II, que si es digna de ver. Casablanca nos trae a la mente a Bogart, Ingrid Bergman, es decir, al clásico de Michael Curtiz que ganó tres Premios Oscar en 1943. Sin duda, un referente en el mundo del cine que sigue y seguirá estando vigente. Es por ello que aunque no sea un lugar excepcional, merece todas las oportunidades posibles. Y más cuando tiene una mezquita como la que tiene…

No quería que Pablo se la perdiera y yo deseaba volver, y si era posible visitar su interior, algo que no había podido hacer en la otra ocasión en que estuve, así que esa fue la razón de madrugar tanto y tomar uno de los primeros trenes de la mañana, el de las ocho menos cuarto. Una hora de trayecto en un vagón semivacío y listos, ya estábamos en Casa Voyageurs. Antes de salir fuera nos aseguramos nuestro billete al aeropuerto (40 DH, abierto a cualquiera de los del día. Siempre sale a las «y siete»–> 13:07, 14:07, etc..)

Cuando salimos de la Estación nos asaltó un buen grupo de taxistas. Nos subimos al primero de ellos, pero nada más arrancar me fijé que no había encendido el taxímetro. Le pregunté si no pensaba ponerlo en marcha. Reaccionó deteniendo el vehículo en seco contestándonos que para llevarnos hasta la Mezquita le teníamos que pagar 5 euros. Nuestra contestación fue bajarnos inmediatamente del taxi y marcharnos unos metros más adelante de la Estación donde terminamos subiéndonos a otro que sí encendería el taxímetro y nos cobraría 15 Dirhams (1´5 euros), menos de la tercera parte de lo que nos pedía el primero. En los petit taxis de las ciudades es obligatorio encender los taxímetros, por lo que es el derecho del viajero reclamarlo siempre (no así en los grand taxis que como he explicado más arriba, funcionan de otra manera). Cierto que no es mucho dinero el que piden, pero si accedemos, seremos partícipes de esta quiebra de las normas del juego. Esto es muy habitual que ocurra en las Estaciones de los lugares turísticos, por lo que el que lea mis palabras, está avisado. No hay que transigir a pequeñas estafas de este tipo. Nunca.

LA MEZQUITA DE HASSAN II, EL TRONO SOBRE EL AGUA

Nos bajamos en la Mezquita de Hassan II, que volvió a impresionarme exactamente igual que la primera vez. Pablo se quedó boquiabierto porque no iba prevenido y no se la esperaba tan monumental. No me extraña porque de hecho es la segunda más grande después de la de Medina, en Arabia Saudí. Su minarete mide 200 metros y tiene espacio para albergar a más de 100.000 fieles entre dentro y fuera. Se construyó para ser el emblema de Marruecos, el regalo de Hassan II a sus ciudadanos y a todo el mundo, aunque a costa de un vaciado importante de las arcas de un país quizás más necesitado para otras cosas (tuvo un coste de medio billón de euros).

Se ganó terreno al Océano Atlántico para cumplir a rajatabla una sentencia del Corán donde dice que «El trono de Dios se halla sobre el agua» y se preparó para soportar toda clase de desastres naturales. Se utilizaron los mejores materiales, tanto traídos de Marruecos como de otros países (Turquía o Italia, por ejemplo), y se combinaron milimétricamente las técnicas tradicionales como las existentes a finales del Siglo XX. La Mezquita de Hassan II se construyó entre 1985 y 1993 con el trabajo de 2500 obreros y 10000 artesanos. Inmenso faro del Islam no falto de detalles que muestran grandeza en cada centímetro de piedra.

El minarete es sencillamente espectacular, pero no menos lo son sus inmensos portones de acceso al templo o las galerías de arcos. En sí todo el conjunto es como un libro que conviene leer de principio a fin, capítulo a capítulo, para poderlo comprender. Y que por muchas veces que se pueda hacer, siempre se descrubre algo nuevo.

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Nos asomamos a leer el cartel de horarios y precios de entrada, que ya no recordaba bien, y vimos que había visitas guiadas a las 9:00, 10:00, 11:00, 12:00, 13:00 y 15:00 por 120 DH (12€) la entrada general y 60 DH (6€) la entrada de estudiantes. Pienso que es caro, pero de alguna manera hay que sufragar ese medio billón de euros que costó. De una forma u otra, después de habérmela perdido la primera ocasión, no iba a haber una segunda en que me quedara sin entrar (aquella vez fue asomarse una par de minutos previa propina a un guardia).

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Las visitas duran en torno a 45 minutos y las hay en varios idiomas, así que tuvimos la suerte de que nos explicaran en español las particularidades de la mezquita, algo muy de agradecer. Aunque lo importante es poder admirar un interior que no desmerece la majestuosidad de una fachada ya de por sí deslumbrante. Madera de cedro, un techo retráctil que se abre para airear las salas o cuando hace mucho calor, mármol de carrara, puertas que se levantan por un sistema automático camuflado, así como decenas de altavoces que pasan desapercibidos porque al fin y al cabo la Mezquita es una construcción realmente moderna, adaptada al siglo XXI, en la que se han utilizado los mismos materiales que cinco siglos atrás. Ese es el secreto de su éxito.

Ramadán o las ceremonias especiales en que interviene la Realeza son circunstancias que permiten abarrotar tanto la sala de oración como las instalaciones del exterior. En días de diario, tan sólo el viernes puede acercar a una mayor masa de gente.

En la planta baja se encuentra la mayor Sala de Abluciones que he visto jamás. Normalmente las fuentes donde los fieles se purifican con el agua como previo indispensable al rezo, suelen estar fuera. Pero en esta mezquita se revoluciona ese concepto con un espacio en el subsuelo de la sala de oraciones que posee nada menos que 41 fuentes en forma de flor de loto. Su agua procedente del mar, pasa justo por debajo de ellas. Dicen que en 10 minutos pueden utilizarlas más de mil personas. Y que pase el siguiente…

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Otra apuesta revolucionaria de la Mezquita de Hassan II es alternar dependencias no religiosas en su interior. Posee dos grandes hammams o baños públicos, uno turco y otro marroquí, que simbolizan el aspecto más tradicional de la vida en los países musulmanes. Actualmente sólo está pensado para las visitas y no parece haber sido utilizado nunca, aunque el guía nos contó que estaban pensando adecuar los horarios para que la gente pueda venir a bañarse. De los dos hammams tan sólo nos mostró el turco, y daban ganas de tirarse al agua y quedarse en ella hasta que la piel se nos pusiese como una pasa.

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Tras la visita son sentamos en un muro que daba a un mar que rompía con fuerza sobre las rocas. Queríamos absorber cada minuto que nos quedaba en esta incursión breve pero intensa a Marruecos. Así pudimos permanecer más de media hora charlando y contemplando de arriba a abajo el enorme y bello edificio musulmán.

EL RICK´S CAFE, GLAMOUR DE HOLLYWOOD

Ya dije que esta segunda vez en Casablanca estaba bastante calcada de la primera. Sólo disponíamos de una mañana, centrada en absoluto en la Mezquita de Hassan II. Pero como buen final no podíamos dejar de repetir el temprano almuerzo en el Rick´s Café ó el Café de Rick, el basado hasta el más mínimo detalle en la película Casablanca. Nos llevó a su puerta un petit taxi por 5 DH (antes nos salieron unos cuantos que no quisieron activar el taxímetro y pedían 20 DH) pero, a diferencia de la vez anterior, aprovechamos unos minutos para caminar por el ala sur de la medina de Casablanca, que no tiene absolutamente nada que ver con las demás. Más moderna y diáfana, también más estropeada. Pero no le niego cierto encanto.

Una vez entramos al Rick´s Cafe dejamos de ser mochileros por unos minutos para ser galanes de película, o al menos ser tratados como si lo fuéramos. Probablemente éste sea el bar más exclusivo de la ciudad y sus precios no son marroquíes en absoluto, pero una vez aquí uno es capaz de respirar el glamour de Hollywood y olvidarse de sumar dirhams. En realidad la película de Casablanca fue rodada por completo en Los Ángeles, algo que mucha gente desconoce. Durante décadas los turistas venían a la ciudad buscando el Café de Rick. Afortunadamente a un millonario se le ocurrió construir uno similar al del filme y he aquí el Rick´s Cafe de Casablanca.

Es un capricho que merece la pena, por sus lamparitas de la época, el piano de Sam, su sala de juegos, sus cocktails, el trato exquisito y el ambiente relajado de sus mesas. Sin olvidarnos de su comida, deliciosa.

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Creo que no pudimos tener mejor despedida del viaje que esa. Cierro este relato parafraseando a Bogart cuando dijo… «Este es el comienzo de una hermosa amistad«. Para mí, sin duda, lo es.

Sele

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