Aventura en Marruecos IV: Chaouen o el Reino Azul

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Chaouen o el Reino Azul (Qué ver y hacer en Chaouen durante una escapada)

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Existe un lugar capaz de trasladarte a otro tiempo, en el que la prisa no está ni se la espera porque dicen que mata, y que trastoca tu ritmo y tus latidos del corazón lo quieras o no. Es un reino de calles azules y blancas, sobre todo azules, que te persiguen con sus estrecheces y juegan contigo para perderte en su laberinto de siete puertas. Cuando cae la tarde y los carpinteros rematan sus últimos trabajos, un olor proveniente de finas pipas de madera abandona las puertas entreabiertas y se cuela por los callejones para perfumar las paredes que esconden el azul del cielo hasta la mañana siguiente. El ruido de tambores de la plaza se vuelve hueco cuando choca con las pieles curtidas que cuelgan de las azoteas. Las almenas de la kasbah salen reforzadas de esta armonía de colores y recuerda las fortalezas y debilidades de un pueblo como ningún otro. Quizás cuando abandones este lento caminar por cuestas y recovecos te darás cuenta que nunca debías haberte marchado.

El reino azul no es mitología ni novela. Se encuentra en Marruecos, escondido en las faldas de las escarpadas montañas que siluetean la cordillera del Rif y más cerca de lo que uno se podría imaginar. Su nombre es Chaouen y se clava en tus ojos y en tu piel como un tatuaje que no tiene vuelta atrás. Utilizando Tánger como salvoconducto, nos fuimos a perder y a enamorar de este lugar que no tiene parangón y que, por suerte para todos…existe. A continuación os muestro lo mucho que hay que ver en Chaouen y por qué se trata de una de las mejores escapadas que se me ocurren en el país africano.

DÓNDE ESTÁ CHAOUEN Y CÓMO LLEGAR DESDE TÁNGER

Chaouen (también se puede leer como Chefchaouen o Xauen) está al norte de Marruecos, en plena Cordillera del Rif. Está relativamente bien enlazada por carretera desde ciudades mayores como Tetuán (60 kilómetros; a una hora en coche o bus) o Tánger (115 kilómetros; a poco más de dos horas en coche o bus). Hay distintas maneras de llegar desde estas ciudades a un precio relativamente reducido bien sea en autobús (de la Gare Routiere salen cada pocas horas, aunque los domingos se reduce su número) o en el transporte típico de Marruecos, el Grand Taxi. Estos son vehículos de la marca Mercedes más antiguos que la Giralda en los que pueden ir hasta siete personas (delante el conductor y dos más, detrás cuatro) a un punto determinado. Se pueden comprar dos o tres plazas (o todas) para ir más cómodos o si se quiere salir más rápido y no esperar a que se llene (algo que normalmente no lleva tanto tiempo). Eso depende de la prisa que tenga el viajero y lo cómodo que quiera estar en el coche. También hay excursiones de un día desde Tánger que te recogen en el aeropuerto o en la terminal de ferries, te hacen una visita guiada en castellano a Chaouen y regresan a última hora.

Nosotros viajamos en un grand taxi que nos vino a buscar al aeropuerto y que contratamos previamente en nuestro hotel en Chaouen (Casa Perleta). Obviamente siempre sale más caro, pero en el caso de que no se cuente con demasiado tiempo por ser un viaje corto o porque se quiere llegar lo antes posible, puede ser una buena opción. Desde la Estación de buses de Tánger la cosa puede salir a 400-500 Dirhams. Habrá que añadirle mínimo 100 más si se va desde el Aeropuerto.

La carretera es relativamente buena de Tánger a Tetuán, pero a partir de esta ciudad hay que indagar más por las montañas, lo que hace que comience una larga sucesión de curvas más agradecidas durante la mañana que durante la noche, ya que por allí no hay casas ni iluminación alguna.

Lo mejor de todo es que una vez llegas a Chaouen te olvidas del coche. El único vehículo que cabe por las calles de la medina es el burro que se utiliza para transportar mercancías (llevan hasta las bombonas de butano a las casas). Sólo parece apta para viandantes.

¿QUÉ VER EN CHAOUEN? UN LABERINTO AZUL Y BLANCO

PRIMERAS IMPRESIONES

Cuando llegamos a Chaouen después de algo más de dos horas de viaje, Mohamed, el conductor del viejo taxi beige en el que íbamos, nos señaló dónde estaban las casas de los militares y jerifaltes españoles en tiempos en los que el Rif formaba parte del Protectorado de España en Marruecos. Nos habló de «el barrio español» y los indicativos de pensiones o cafés con nombres de ciudades como Valencia o Madrid como síntomas de aquel período que duró algo más de cuarenta años (1913-1956). De hecho Chaouen fue la última ciudad que retiró la bandera española cuando la Independencia de Marruecos era prácticamente un hecho. El Rif aún posee esa influencia que recuerdan los lugareños sin demasiado rencor, como una parte más de esa historia de idas y venidas de la corriente peninsular. Muchos de ellos hablan todavía el castellano con sorprendente soltura. Y es que Chaouen, fundada en 1471 por Moulay Ali Ben Rachid, fue uno de los receptores de judíos y moriscos expulsados por los Reyes Católicos y por monarcas posteriores. Muchos de ellos, andalusíes, llevaron a las faldas de dos montañas rematadas en pico (Chaouen significa «los cuernos»), lo que muchos reconoceríamos como el típico pueblo blanco andaluz enclavado en una serranía. El característico color azul, añadido más tarde, se cuenta fue una idea de los sefardíes para repeler a los mosquitos.

El azul es indiscutiblemente la seña de identidad de Chaouen y uno no tiene más que mirar a su alrededor para darse cuenta que salvo las telas y alfombras colgadas por los comerciantes, amén del ladrillo de algún minarete, todo es un juego blancoazulado.

La noche no era óbice para revisar el lento pero constante trasiego de vida de esta ciudad. Primeras impresiones y primeras preguntas del tipo, ¿por dónde se va a la plaza?. A la calle principal (algunos dicen que recta, pero de recta no tiene nada) le salen miles de bifurcaciones y cuesta saber cuál tomar. Aunque siempre a la Plaza principal, a Uta el Hammam, se llega se vaya por donde se vaya. Si no es por el azar será por perseguir el ruido de los tambores o a algún turista menos despistado que tú. Los mapas no valen de mucho en Chaouen…

En la Plaza, sentados en una terraza para cenar las típicas brochetas (lo que en España llamamos pinchos morunos) y saborear el primer té a la menta del viaje, los paseantes chauníes y no chauníes no nos quitan el ojo mientras custodian en sus bolsillos alguna que otra piedra de hachís a la que tienen que dar salida. Aunque rápidamente se dan cuenta que no estamos entre su Público Objetivo y buscan mejor suerte en otras mesas. El consumo y la venta de quif está a la orden del día en esta zona y es mucha la gente que participa en este juego. Las autoridades suelen tomarse este tema con cierta relajación, aunque conviene no fiarse porque si las drogas nunca son buenas, las consecuencias estando fuera de tu país pueden ser peores.

CASA PERLETA: NUESTRO HOGAR EN CHAOUEN

Me gustaría dedicar unas líneas a la que fue nuestra base de operaciones en Chaouen, Casa Perleta. Su nombre delata que sus dueños no son marroquíes sino españoles. Perleta es «perlita» en catalán. Esta casa típica chauní de color azul y un pequeño patio en el centro que nos vuelve a traer a la mente a los de las casas andaluzas fue la mejor entrada posible a la ciudad. Decorada con la mejor artesanía tradicional, habitaciones amplias, y una terracita en la azotea donde relajarse con un buen té… La mejor manera de comenzar toda expedición a Chaouen. Ese era el lugar en el que recargábamos las pilas para todo el día.

Este hotel que reservamos por internet (55€ la habitación doble por noche, desayuno incl.) está regentado por Begoña, una gallega adorable que nos atendió como si estuviésemos en nuestra casa. Siempre atenta para que todo estuviera perfecto, nos explicó las intríngulis de una ciudad que conoce al dedillo, nos dio consejos para rutas en la medina, para compras, comidas, y nos conseguiría un transporte económico para la vuelta a Tánger. No hay mejor guía escrita sobre Chaouen que lo que suponga charlar con ella durante diez minutos. Ni sitio más bonito para desayunar. Volveremos, queda prometido!

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PIÉRDANSE Y DISFRUTEN EN LA MEDINA

No voy a recargar el texto con monumentos e historias para no dormir. Porque ese no es el secreto de Chaouen que, salvo la Kasbah y algún museo suelto, no tiene una Koutoubia como Marrakech, o un mausoleo de Moulay Ismail como en Meknès. Para descubrir Chaouen lo mejor es dejarte perder en la medina, sin mapas ni más objetivos que los de caminar con el rumbo que dicten tus pies. Una calle estrecha o una puerta marcará tu camino sin que te des cuenta. Comprenderás entonces, que la ciudad no es un lugar físico sino mental, una hipnosis que te aleja de la rutina.

En Chaouen los relojes no funcionan. El tiempo lo marca la fuerza con que el Sol ataca los impredecibles senderos azulados. Las luces y las sombras modifican los latidos de una calle que pasa de estar solitaria a concurrida. La percepción del espacio y el tiempo se pierden, al igual que tú. Un minuto no es un minuto, una hora no es una hora. De nada sirve pensar en manecillas ni correas abrazando tu muñeca. Basta con escuchar los golpes de martillo de un carpintero o de un curtidor poniendo a secar sus últimos trabajos en piel.

El laberinto chauní nace de cientos de calles angostas, de recodos que al tomarlos no tienen salida, de escalinatas que te invitan a bajar por sus peldaños y te llevan a un nuevo rincón dominado por el índigo que tiñe paredes y portones.

Chaouen es también la ciudad de los gatos. Infinidad de miradas felinas vuelan de tejado en tejado, de casa en casa, con sus silencios cautivos, con la elegancia de unas siluetas que se ven dueñas de un territorio que parece pertenecerles por derecho. Finos estilistas de lomo negro y ojos verdes, chauníes de siete vidas, dominan la escena con gestos y maneras presuntuosas.

Los amantes de la fotografía disponen de un curso acelerado y gratuito entre decorados tan increíbles como reales en los que surgen millones de instantáneas hermosas. Sólo hace falta llevar la cámara y ser incansables para rastrear todo lo que vaya saliendo al paso. Es de esos sitios en los que hay que salir a divertirse, porque los objetivos van y vienen solos como nuevas oportunidades para hacer esa foto que tanto te gusta.

La sangre, sudor y lágrimas de los moriscos y judíos que levantaron este entramado de callejones tiñe de azul la práctica totalidad de Chefchaouen. La pasión e inspiración andalusí brota en cada uno de los pasos que nacen de la improvisación más absoluta. Poco tiempo se necesita para huir de las nociones de una vida normal y sentir este lugar no como una visita corriente sino como un retiro espiritual.

Hay sitios que parece han estado siempre contigo, que los sientes como tuyos aunque no los conozcas. Chaouen lo reconocí como algo propio y me vi con la ilusión de algún día quedarme más tiempo, sin fecha de cierre. Me sentía tan cómodo, tan como pez en el agua, que en numerosas ocasiones me prometí a mí mismo que vendría aquí a vivir una larga temporada.

Rebeca caminaba a mi lado muy tranquila, trayendo para sí otro mar de sensaciones coincidentes en cuanto a lo bueno de Chaouen. A juego con el escenario, actuaba como en una de sus obras de teatro, «camaleonizándose» en lo que el papel le requería.

Por unos instantes abandonamos el laberinto a través de una de las siete puertas de la medina, Bab Onsar,P1210500 dirigiéndonos a Ras el-Maa, donde las mujeres aprovechan el curso del río desde hace siglos para lavar frotando contra la piedra al modo tradicional (Que por otra parte es el mismo que utilizaban nuestras abuelas). A partir de estos lavaderos nace un sendero que se mete en la montaña y que va hasta las ruinas de pequeña mezquita de color blanco llamada Jemaa Bouzafar levantada por los andalusíes. Lo seguimos, teniendo siempre a la vista es pequeño templo musulmán que si estuviera en Andalucía sería la ermita de cualquiera de los pueblos blancos. Es por ese camino donde percibimos Chaouen como una pequeña colmena abarrotada de edificios superpuestos que no dejan apreciar la calzada de una sola calle.

Probablemente allí estén las mejores panorámicas de Chaouen y de esa porción del Rif que parece no tener final. La curiosidad sobre cómo sería la vida en los pueblecitos de alrededor sirvieron como anotación para futuros viajes a una Marruecos más rural y desconectada totalmente del más mínimo atisbo de turismo.

EL PARAÍSO DE LAS COMPRAS

Sin ser un aficionado a las compras, reconozco que en este viaje uno de los objetivos era llevarnos un pedacito de Chaouen en la maleta. Surgió cuando estábamos empezando a decorar la casa de alquiler en la que llevábamos viviendo poco menos que un mes. A sabiendas de que Marruecos en cuanto a artesanía y precios es excepcional, por las veces en las que habíamos podido estar allí, ese billete de avión tenía que ser un empujoncito a hacer esa casa más nuestra, con un aire más viajero de la que ya le habíamos dado hasta el momento.

Chaouen es un lugar excelente para comprar artesanía. Hay verdaderas obras maestras a pie de calle que podrían estar en cualquier museo y que tienen unos precios realmente asequibles. Telas, dagas, cajas lacadas, lámparas, cerámica, cuero, cofres, alfombras, collares, pinturas, juegos de té, jaulas, mesas, portavelas, cojines, objetos con incrustaciones de piedras semipreciosas y un larguísimo etcétera que forma parte de los zocos de la medina y en los que los dirhams se caen solos al suelo. Siempre aparecerá el Mohamed o Hassan de turno con un castellano perfecto que ni el de Cervantes y te tratará de vender lo que necesites comprar… y lo que no.

Bajando por la Rue Granada hasta la pequeña Plaza Kenitra, reconocible por su fuente, y continuando hasta la emblemática Plaza Uta el Hammam por un pasillo arqueado, hay más tiendas de las que se pueden asumir en un solo día. Cualquier lugar es bueno para exponer el género y darle aún más animación a un entorno absolutamente vivo y recomendable para el que le gusta mecerse en el ambiente.

P1210525Begoña, nuestra anfitriona de Casa Perleta, nos recalcó antes de marcharnos a pasear por la medina, que en Chaouen los comerciantes no son tan insistentes como en otras ciudades grandes tipo Fez  o Marrakech. «El chauní es muy tranquilo» – nos dijo. «El que es de aquí, probablemente no te invite a entrar a su tienda ni participe en juegos de regateo».  Y tuvo total razón. Muchos de los sitios en los que fuimos a comprar tuvimos que ir nosotros a buscar al vendedor y nos pareció complicado conseguir una rebaja, por muy pequeña que fuera. Y los que resultaron más «perseverantes» e inflaban los precios para que luego los bajaras, era gente venida de otros lugares de fuera.

En Chaouen se conserva un Fondouk casi a las puertas de Uta el Hammam (noroeste, viniendo por Rue Granada), el P1210519único que sobrevive de todos los que hubo en la ciudad. Un Fondouk es un Caravansar, lugar de acogida de mercaderes que venían a vender sus productos después de un largo viaje (en caravana). Este símbolo nómada, cuya utilidad original se ha perdido en muchos países en los que era todo un habitual, funciona todavía como antes. Abajo hay un pequeño bazar en la que los artesanos trabajan ajenos a quienes pasan dentro. En la planta de arriba hay habitaciones para los comerciantes que quieran descansar, al igual que en los últimos cinco siglos. En el patio, recargado por numerosos objetos que parecían estar casi abandonados, pudimos ver trabajar a un chico que lijaba cofres de madera preciosos que después se ocupaba de pintar minuciosamente. En ningún momento nos dijo nada, fue a lo suyo. Le preguntamos por el precio de uno de los cofres que acababa de terminar y nos dió un fijo del que no se movió. Ahora lo tenemos en casa, en nuestra habitación. Pertenece al alma aún nómada que se vive en este rinconcito del Rif.

Esa actitud es parte del espíritu chauní, caracterizado por cierto sosiego y las buenas maneras que te conquistan muy rápidamente. Ayuda también el conocimiento del castellano de los vendedores, que hace sentirse más seguros a los turistas que se embarcan por primera vez en una aventura marroquí.

De Uta el Hammam hacia el Hotel Parador hay muchas más tiendas, en las cuales nos hicimos con un montón de cosas que difícilmente iban a cabernos en la maleta. Por ejemplo una lámpara de techo que parecía salida de las Mil y una noches, un juego de tetera y bandeja, un puf, tarros de cerámica, posavasos curtidos en piel… y no sería lo único. La lástima es que la lámpara llegara a Madrid hecha pedacitos por el maltrato de la maleta en el aeropuerto, pero todo lo demás ya está dispuesto y prácticamente colocado en nuestra casa cosmopolita, que tiene cosas de aquí y de allá.

Más adelante nos haríamos con una colcha para la cama, cubrecojines cosidos en telares de más de cien años, portavelas… como para montar un mercadillo.

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Ir de compras a un bazar de Chaouen es menos estresante que en otras ciudades del país. Las cosas parecen ponerlas mucho más fáciles. Me repito en la idea de que es otro ritmo, son otras maneras.

UTA EL HAMMAM

Es LA PLAZA DE CHAOUEN, con mayúsculas. Puede haber otras muchas tanto dentro como fuera de la Medina, pero ninguna es lo suficientemente emblemática para compararse a Uta el Hammam. Su nombre significa Plaza de los Baños, que viene de su viejo hammam. Es el centro de reunión de locales y forasteros, que a la sombra de una enorme y vieja araucaria, charlan, cantan, tocan el tambor, venden souvenirs, fuman tabaco y lo que no es tabaco… La ciudad palpita desde este lugar las veinticuatro horas del día. De un lado las mesitas donde van y vienen los tés a la menta, los tajines y trapicheos varios. Del otro la antigua kasbah (en rifeño kasaba… al – kasaba si le ponemos el artículo, quedando españolizado el término «alcazaba») brota de sus muros ocres a unas almenas sospechosas que ocultan sus tiempos como Palacio, como cuartel general de los españoles, del rebelde Abdelkrim o como cruenta prisión de seguridad.

La Kasbah está abierta a las visitas por un precio de 10 Dirhams (aprox 1 euro). Resulta interesante, sin más, las prisiones, subir a la torre almenada (cuando dejan) y el museo de arte andalusí que hay en uno de los pabellones, al igual que los jardines, a los que les han dejado crecer demasiado. Lo más tétrico las mazmorras que conservan sus grilletes colgados de la pared y que no hace tanto tiempo tuvieron gente presa, tanto españoles como marroquíes. Una visita que no deja huella pero que tampoco debe pasarse por alto, pues es parte importante de la Historia de la ciudad.

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En la Plaza Uta el hammam marca las oraciones religiosas la mezquita andalusí Yamma el Kebir (S. XV), de cuyo minarete parten las primeras llamadas a los fieles para acudir a rezar. Hay que destacar que en Chaouen los almuedines no ponen las grabaciones de los cantos sino que lo hacen «en vivo y en directo», aunque siempre utilizando la megafonía. Primero suena en Yamma el Kebir y después en todas las demás. Los cánticos resuenan cada día y en el mismo momento en la cadena montañosa del Rif, adentrándose a las aldeas más minúsculas que cuentan con su propia mezquita.

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Utta el Hammam es el sitio típico donde comer a precios económicos. De hecho nos hicimos amigos del camarero del Pikin, que engatusaba como nadie a todo un público para atenderlos en sus mesas. Allí fuimos a cenar la noche del viernes y del sábado.

Aunque para comer elegimos el Restaurante Aladdin, recomendación de Begoña, cuya terraza da precisamente a la Plaza y que por dentro recuerda al Palacio que sale en la película de Disney. Comimos muy a gusto arriba del todo, en la azotea, dos buenos tajines de kefta (carne picada) y de gambas. De postre, el enésimo té a la menta del viaje (aunque aún quedarían unos cuantos más).

MARATÓN FOTOGRÁFICO DE CHAOUEN

Bien saciados por el tajine correspondiente salimos de nuevo a divertirnos, es decir, a perdernos de nuevo en la medina y, si era posible, captar momentos y colores. Enganchado a la cámara, retraté el índigo y el blanco que seguía todos nuestros pasos. Y creo que me quedé corto porque Chaouen da para todo un maratón de fotografía.

Aquí van algunas imágenes más de la villa chauní:

Y entre fotos, callejones sin salida, saludos y niños jugando al escondite…consumimos las horas de un sueño en otro rincón de este mundo en el que me vendría a retirar cuando decidiera quedarme quieto de una vez. Pero como para eso queda mucho, o al menos eso espero, trataremos de regresar en cuanto podamos a nuestro paraíso de color azul.

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Si quieres hacer una visita guiada en castellano partiendo de Tánger y volviendo a última hora del día existen excursiones privadas para ello.

MARRUECOS, UN PAÍS AL QUE SIEMPRE ME GUSTA VOLVER

Mi idilio con Marruecos viene de largo. Ya de pequeño, cuando viajar era sólo un sueño lejano, jugaba a imaginarme qué me encontraría más allá del estrecho. Creía que casi todo era desierto y es que a esas edades debió afectarme mucho la película de Aladdin. No sería hasta el invierno de 2007, recién inaugurado el segundo de los dos paros laborales que he vivido, cuando me decidí a viajar a Marruecos por primera vez. De Marrakech a las dunas de Merzouga en solitario con una Renault Kangoo como única compañera de viaje… Me adentré en los palmerales, visité una docena de Kasbahs, me perdí en el Atlas y pasé la nochevieja y el año nuevo en el mar de dunas que prácticamente limita con Argelia en sus fronteras arenosas. Fue increíble, un flechazo certero al corazón. Me podría ir de Marruecos pero Marruecos jamás se iría de mí.

Aventura en Marruecos por ti.

Menos de un año después regresé ya con mi novia, Rebeca, para conocer tres de las ciudades más importantes del país alauíta. Fez, Meknès y Casablanca fueron nuestros objetivos. Allí tocamos con las manos el esplendor de siglos de ciudades realmente míticas. Sobre todo Fez, que tiene probablemente la medina más grande y mejor conservada del mundo.

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En 2009 no pasamos por allí. Sería ya en 2010, en los albores del verano, cuando utilizara una buena oferta para pasar un fin de semana en la capital marroquí, Rabat, menos mencionada que otras pero con lugares realmente interesantes y un ambiente excepcional. Casablanca sirvió de enlace y, aunque no sea una ciudad que me enamore, reconozco que la Mezquita de Hassan II es una de las obras maestras del arte marroquí.

Y en 2011 año, buscando vuelos baratos en internet casi al azar, me dio por mirar Tánger. Pretendía encontrar un avión que fuera desde Madrid el viernes por la tarde y volviera a última hora el domingo. Y lo había. Nada menos que por 26 euros… y facturando maleta con la compañía Easyjet. Estaban estaban en pleno auge las revueltas en el mundo árabe. Con estas cosas ya se sabe que el turismo se resiente fuertemente, aunque en ese caso lo vi una oportunidad y decidimos a invertir. Creo que es fue precio realmente bueno, casi más barato que salir de Madrid en tren, y que podíamos matar dos pájaros de un tiro: Pegarnos un buen weekend viajero y conocer dos ciudades como Chaouen y Tánger.

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Sobre Chaouen había oído hablar en incontables ocasiones. Las fotos en revistas o en internet me parecían espectaculares y ese pueblo con aires andalusíes de color blanco y azul podía ser una perfecta y económica opción para un fin de semana que rompiera en pedazos la rutina. Pensamos entonces en combinarlo con Tánger (Chaouen tarde-noche del viernes y todo el sábado; Tánger desde el domingo por la mañana hasta que tuviéramos que regresar al aeropuerto) y aprovechar al máximo el tiempo del que disponíamos. Podía ser divertido este último viaje planteado antes de partir a Uzbekistán y las Repúblicas Bálticas justo un mes después. Y además, era una oportunidad ideal para a hacer algunas compras de artesanía típica y darle un toque más exótico a la casa de alquiler en la que vivimos.

Puedo decir que Marruecos lo disfrutamos siempre que podemos. Son ya cuatro las «aventuras» en el país alauíta, y siempre seguiremos teniendo un buen motivo para regresar.

Hasta pronto viajer@s!!

Sele

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