Chiloé y la magia que me atrapó
Hace apenas unos meses si me hubiesen preguntado por el Archipiélago de Chiloé, en Chile, me hubiese costado decir poco más que borrosas divagaciones. Y ahora, que puedo echar la mirada atrás y contar a ciencia cierta las sensaciones reales de mi experiencia chilota, no puedo dejar de ensalzar un destino absolutamente auténtico e imprescindible en todo viaje a tierras chilenas. Pero, ¿qué tiene Chiloé que te envuelve en su maraña de misterios y mitos del bosque y el mar? ¿Por qué logra seducir a todo el que toma un barco de veinte minutos desde Puerto Montt? ¿Cómo es capaz de hacerte saltar en el tiempo y en las formas, y dar un vuelco a todo lo que habías visto en el camino? Son tantas cosas las que lo hacen ser especial que buscar razones es una parte más del viaje que lleva a darse cuenta de que su secreto está en la sencillez.
Preguntas y respuestas de Chiloé, cuestiones y afirmaciones nacidas de unos días recorriendo su rutina, su paso cambiado, su alma…
EL REINO DE LA MADERA
Una de las muchas cosas que me llamaron la atención de Chiloé fue que apenas existen construcciones en piedra. Absolutamente todo está hecho en madera y, lo que no, recubierto de chapa para detener la lluvia, que es abundantísima en las islas durante todo el año. Por ello surgen preciosas y coloridas casas con la madera como protagonista. La técnica del tejuelado (tejas incrustadas) define muchas de las fachadas en las poblaciones chilotas.
Aunque el mejor ejemplo de que Chiloé es el Reino de la madera tiene que ver con la cantidad de Iglesias de los siglos XVIII y XIX que hay en la Isla. Como parte de la evangelización jesuítica y franciscana en esta área lejana del cono sur, se levantaron numerosos templos utilizando este material. De todas ellas un grupo de 16 forma parte de la lista del Patrimonio de la Humanidad. Otro aliciente más para no pasar por alto esta parte de la Región de los Lagos.
LOS PALAFITOS DE COLORES
No hay que olvidar que Chiloé es un archipiélago compuesto por Isla Grande y numerosas islitas de pequeño tamaño en su litoral oriental. Eso nos advierte desde el principio en que el mar es absolutamente básico. Playas, bahías y rías jalonan un paisaje accidentado que se aprovechan para edificar casitas chilotas de bastante encanto. Muchas de ellas están levantadas del suelo marino por pilotes de madera, lo que hace nacer avenidas de palafitos de gran belleza. Y aunque este tipo de construcciones se ven a lo largo y ancho de Chiloé, fue en Castro, su capital, donde encontré los mejores ejemplos.
Resulta realmente atractivo observar esta serie de palafitos y comprobar cómo se plasman sus reflejos sobre el agua. Probablemente junto a las célebres iglesias de madera ofrecen el recuerdo más fotografiado de Chiloé.
LAS COCINERÍAS… Y EL CURANTO
Una de las cosas que aprendí en Chiloé es que para comer bien y económico uno debe recurrir a las conocidas como cocinerías, las cuales se encuentran casi en cada pueblo. Son una especie de mercados cubiertos en los que en sus puestos se ofrecen distintos platos que te cocinan en el momento. Basta con escoger uno que esté libre y tomar asiento, normalmente en la barra, para pedir alguno de los muchos platos típicos de la gastronomía chilota, basada sobre todo en los productos obtenidos en el mar.
Yo me animé a comer en la Cocinería de Dalcahue, que a las tres de la tarde estaba absolutamente repleta de gente, sobre todo local, lo que siempre incita a pesar que la cosa está bien. Soy de los que sostiene que si en un sitio hay gente del lugar es que es bueno. Total, mejor que ellos no lo conoce nadie.
El plato estrella de Chiloé, el que nadie se marcha sin probar, es el curanto. Tan antigüo que nadie sabe su origen, se basa en la mezcolanza de mariscos (sobre todo mejillones y almejas), pescado, patatas, carne de cerdo… y lo que en cada sitio sea habitual, para calentarse a fuego lento. Y aunque el que suelen servir está hecho en olla, el más tradicional (y que se encuentra también) es el curanto en hoyo, que se diferencia en que la cocción se hace en un agujero en la tierra que tiene al fondo piedras calentadas al máximo y se tapa durante horas con unas hojas grandes llamadas pangue. Al parecer hay islas polinésicas que emplean la misma técnica, por lo que los investigadores no descartan cierta conexión entre ambas partes del mundo.
Para los amantes de los frutos del mar y de este tipo de platos contundentes es muy recomendable, aunque aviso, creo que aún no he hecho la digestión del curanto que probé en Dalcahue.
DONDE ME LLEVE EL DESTINO… O EL PRIMER BUS
Son muchas las aldeas con encanto que posee tanto Isla Grande de Chiloé como las menores que conforman el Archipiélago. Por tanto son variadas las opciones tanto de turismo rural como patrimonial, incluso natural, ya que al igual que todo Chile, no se queda coja en este sentido. Lo mejor es tratarse de organizar una o varias rutas en función del tiempo que se tenga pensado estar en las islas. Lo que traté de hacer fue informarme de lugares interesantes y, sobre todo, de cómo llegar a ellos. Pero la mejor idea fue plantarme en la Terminal Rural de Castro (una vez había visitado esta ciudad) y tomar el primer minibús a… cualquier lugar.
Toda la isla está bien comunicada con Castro, por lo que no es difícil acceder a muchos puntos, incluso isleños, ya que es habitual la conjunción bus + ferry. En mi caso marché primero a Dalcahue, un pueblecito porteño interesante y, sobre todo, muy tranquilo a primeras horas de la mañana. Un bus de línea que va parando casi donde le digas me costó en torno a 700 pesos, que es poco más de 1€. De esa forma llegué a un nuevo destino. No sé si la intuición o más bien el azar, me señaló un sitio bonito, que me serviría de base además para pasar a una isla próxima como es Quinchao.
De ahí preguntando a los lugareños terminaría tomando otro minibús con ferry incluido a esta Isla llamada Quinchao, con unos paisajes sorprendentes y aún más rural que lo que había visto en Isla Grande. Aquí conocí las aldeas de Achao y Curaco de Vélez, con su marcado corte pesquero y sus clásicas casitas de madera.
Informarse sobre el transporte, subirse a él y seguir moviéndose. Esa es la alternativa más económica a alquilar vehículo en Chiloé, algo que sale por no menos de 35.000 pesos chilenos al día (aprox 50€).
Otro día haría lo mismo, me subiría al azar y terminaría primero en un pueblo llamado Chonchi, con otra iglesia que forma parte de las 16 del Patrimonio de la Humanidad, para después terminar en el precioso Lago Cucao, ya a las puertas del Parque Nacional de Chiloé (entrada 1500 pesos).
Aunque la temporada baja se dejaba notar el bajón de actividades posibles en la zona, siempre hay cosas que hacer por aquí. Me resultó muy atractivo recorrer el sendero tepual (un bosque húmedo donde crece el tepú) prácticamente a solas y observar gran cantidad de aves, ya que esta es una zona muy rica para el disfrute de los ornitólogos.
En fín, que hay rutas y alternativas para dar y tomar, que yo no sé si escogí las mejores o las peores, pero la cuestión es que creo que capte al menos un poco el espíritu peculiar de Chiloé, buscando ver su capital, algunos de sus pueblos y el Parque Nacional que posee junto a las aguas del Pacífico y que el mismísimo Darwin conoció personalmente en su viaje en el Beagle.
CRIATURAS, MITOS Y CUENTOS DE UNA CHILOÉ LEGENDARIA
Que Chiloé es un punto y aparte en la República de Chile es un hecho. Al igual que la mayoría de la gente del país son católicos, pero las historias de los nativos aún circulan por el imaginario colectivo. De esa forma aparecen en la maraña de un bosque inundado por la niebla criaturas monstruosas como el Trauco, enano deforme que con su magia atrae a las doncellas para robarles su virginidad, un unicornio o incluso un barco fantasma conocido como el Caleuche, que quien se lo encuentra navegando en aguas chilotas significa que muy pronto va a morir.
La riqueza mitológica chilota ha dado para muchos estudios. Y es que el pasado Hueliche y Chona nunca se ha olvidado. De hecho la gente de Chiloé, sobre todo en los pueblos, es bastante supersticiosa y capaz de rezar a Jesús como de hablar del monstruo que se esconde debajo de los pozos o de una sirena, la Pincoya, que a quien se le aparece puede indicarle si la mar viene abundante de peces o todo lo contrario.
¿A QUÉ LUGAR ME RECUERDA CHILOÉ?
Cuando visité Chiloé me vinieron recuerdos de esa tierra a la que amo profundamente que es Galicia. Puede ser porque sus paisajes son bastante similares, por ese aferramiento a la mar, por las imágenes de los mariscadores aprovechando la marea baja, por esos adorables paralelismos en su mundo rural, campo adentro (en las granjas chilotas aún funcionan con trueque) e incluso por ser portadora de historias y leyendas sobrenaturales que sobreviven a la razón (El Caleuche es una versión más de la Santa Compaña).
Por supuesto en Galicia las casas son de piedra y no de madera, uno no se encuentra leones marinos o pingüinos magallánicos en sus costas ni se come curanto al hoyo. Pero quien ha estado alguna vez aquí sabe a lo que me refiero. ¡Si incluso los españoles que llegaron en el Siglo XV la bautizaron como Nueva Galicia! Y es que existen similitudes en muchos aspectos, aunque se esté a 12.000 kilómetros de distancia.
Sea como sea… algo hay que me recuerda a Galicia. De ahí otra razón por la que estas islas han resultado ser especiales para mí.
Chiloé es uno de los 10 lugares que ver en Chile al menos una vez en la vida. ¡Averigua cuáles son los demás!
AL OTRO LADO DE PUERTO MONTT ESTÁ OTRO MUNDO
El mero hecho de cruzar con el ferry desde Puerto Montt hasta Chiloé (paso de Chacao) es ya toda una aventura. Leones marinos nadando por el agua, pelícanos pasándote por encima, cormoranes imperiales organizándose para su pesca sub-acuática… y al fondo Isla Grande con un paisaje completamente diferente al que uno puede encontrarse al otro lado.
Chiloé tiene sabor a auténtico, funciona a otro ritmo y además tiene una gente realmente amable esperando abrirte sus puertas.
Una deliciosa sorpresa…
Sele
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8 Respuestas a “Chiloé y la magia que me atrapó”
Tiene pinta de ser un lugar increíble y que me apunto para cuando vaya para allá aunque espero no encontrarme con el barco fantasma ese, jejeje. El Dalcahue seguro que me encanta, menuda pinta tiene!!! Un abrazo. 😉
Tengo una postal de este lugar en mi cuarto que me la mandó un chileno.
Ya queda menos para encontrarnos! Iremos hablando…
Grande Sele 😉
Pues … tiene una pista estupenda!!, lo estás pasando en grande y yo también siguiendo tu super aventura.
Un saludo.
Se podría decir que Chiloe ha sido un alto en el camino para simplemente relajarse, disfrutar de las vistas, caminar y pensar. Uno de esos sitios para plantearse muchas cosas y conocerse mejor.
Me inspiran paz y tranquilidad esas fotos que acompañan a un acertado relato como siempre, debe ser único encontrarse por allí 🙂
Debo reconocer que es la primera vez que oigo (leo) hablar del Archipiélago de Chiloé. Hasta ahora no conocía su existencia, después de leer tu relato y ver estas magnificas fotos ya tengo un nuevo lugar donde me gustaría ir en el futuro… parece un lugar muy autentico y nada turístico. Perfecto para perderse unos días.
Un saludo,
Sonia.
Recien llego a mi casa en Las Palmas, despuès de estar en Argentina y en Chile. Pasè la frontera de Bariloche hasta Puerto Montt, y dos dìas despuès a Chiloè. Como gallego de nacimiento, es cierto, hay un aire en el paisaje gallego, sobre todo en los diferentes verdes, sus rias islas etc. Despuès de recorrer varias islas cada una diferente y sobre todo sus iglesias como la de Castro, regreso a Bariloche y Buenos Aires justo el dìa que es nombrado Papa Francisco; èsto fuè un aliciente màs en mi tercera visita a Buenos Aires ciudad de la que estoy enamorado junto a San Petesburgo. Pasear por Buenos Aires a pesar de estar toda destrozada y sin presupuestos para arreglar, es siempre una ciudad para mi monumental, familiar ya y sobre todo tanguera. Recomiendo comer en La Estancia en la calle Lavalle y alejarse a toda velocidad de Las Lilas en Puerto Madero. Saludos
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