La colonia de pingüinos de Stony Point en Sudáfrica
Cientos de pingüinos africanos alternan su refugio rocoso de Betty’s Bay con las frías aguas del océano. No muy lejos de ellos ya se sabe que merodea el gran tiburón blanco, que no pierde de vista a uno de sus snacks favoritos con los que a duras penas lograría engañar a su propio estómago. Nos situamos en concreto en Stony Point, una rompiente que hasta los años treinta estuvo ligada a la caza de ballenas, y donde se encuentra uno de los mejores lugares de Sudáfrica para ver pingüinos en libertad. A tan sólo noventa kilómetros de Ciudad del Cabo, representa un gran atractivo para los amantes de la naturaleza que acuden a visitar a estas simpáticas aves marinas.
Hacía poco más de una hora que habíamos dejado atrás Cape Town después de tomar la mítica carretera R-44 con la que fuimos bordeando los acantilados de la parte más austral del continente negro. Las rutas panorámicas de Sudáfrica son magistrales cuando la costa está por medio y nuestro camino a Grootbos estaba resultando de lo más espectacular. Los últimos coletazos de África, y no sólo en el Cabo de Buena Esperanza, ten llevan por carreteras que quitan la respiración. Cuando circundas horizontes australes como éste no puedes evitar engancharte a las montañas y sentir la fiereza de las olas que esparcen su espuma hasta pintar de blanco todo el litoral.
Stony Point, la pingüinera de Betty’s Bay
Nos desviamos a un pueblo pequeño pero de casas grandes. Cuanto más nos acercábamos a la orilla veíamos con mayor frecuencia los carteles que indicaban que estábamos próximos a la colonia de pingüinos africanos de Stony Point. A pocos metros de una pasarela de madera que evitaría pisáramos las rocas dejamos el coche aparcado. No hizo falta caminar demasiado, sino simple y llanamente abrir las puertas del vehículo, para percibir un olor extraño no hacía buena mezcla en la nariz. «Es guano» – nos comentaron sonriendo. «¿Guano? Es decir, excrementos de pájaro» – contestamos. En efecto, el aroma que éramos incapaces de sacarnos a menos que hiciéramos pinza con los dedos era mierda de pingüino. Pero cuando uno mira al fin del mundo desde nada menos que África, hay cosas que dejan de importar. ¿O acaso vamos a pedir ahora que los pingüinos vayan a dormir todas las noches con una gotita de Chanel número 5? Seguro que nosotros olemos peor para ellos…
Los restos de un barco encallado y los hierros oxidados de recuerdo de la industria ballenera, afortunadamente extinta en estas tierras, nos recordaron que no siempre habían sido tiempos fáciles en Betty’s Bay. La llegada del hombre europeo machacó una naturaleza que tiende a reponerse en el sur, el cual a pesar de todo todavía sigue siendo recio, con la aspereza propia del África austral más indómito. Pero la concienciación medioambiental pujante, y no olvidemos el turismo, hace que hoy día podamos caminar junto a los pingüinos en lugares del mundo como el que os hablo de Sudáfrica. Después de adquirir una entrada que apenas cuesta 10 rands, que al cambio no supone más que pagar 1 euro, y avanzar por la pasarela de madera que rodea Stony Point vimos a mano izquierda un enorme grupo de pingüinos que nos dibujaron una enorme sonrisa.
Los últimos pingüinos africanos
La mayoría posaban hieráticos sobre las rocas grises dejándose sacudir por el viento de la tarde. Los más inquietos se hurgaban con el pico entre las plumas, puesto que estábamos en época de cambio de plumaje. Algunos estaban totalmente despeluchados como por ejemplo las crías que siendo tan grandes como sus padres parecen de una especie completamente diferente. Mientras tanto otros entraban y salían del agua como el que recoge el pañuelo en un juego de relevos. Todo lo torpes que parecen los pingüinos caminando, dejan de serlo cuando están en el mar. Allí se vuelven veloces como un corredor de fondo y ágiles como si fueran soldados de una guerra que no pueden perder. El enemigo de siempre les espera dentro del agua, aunque en los últimos siglos el ser humano ha ocupado ese podio haciendo que la población de pingüino africano merme de tal manera que sólo quedan en la actualidad en torno a 50.000 ejemplares (cuatro veces menos que en el año 2000 y un 99% menos que a principios del siglo XX).
La especie que podemos ver no sólo en Stony Point sino también en toda Sudáfrica y la costa de Namibia es el Spheniscus demersus, más conocido como pingüino de anteojos o de El Cabo, el cual que posee una estrecha relación en cuanto a género con especies como el pingüino de Magallanes, el pingüino de Humboldt o el de Galápagos, todos ellos en el continente americano y que tuve antes la suerte de ver en Patagonia, Perú y el singular archipiélago ecuatoriano respectivamente. Su parecido físico, no sólo en cuanto tamaño, es evidente. Todos ellos poseen unos rasgos comunes que llevan a reconocerlos de inmediato dentro de los Spheniscus. Como por ejemplo una banda negruzca que recorre su cuerpo a la altura del pecho, la forma del pico, puntitos negros en la barriga y las características manchas rosáceas en la piel de la cara. También su diminuto tamaño, muy alejado del pingüino Emperador y del pingüino Rey, forja cualquier descripción física que hagamos. Ninguno de ellos, además, es antártico. Y son supervivientes a muchas especies dentro del mismo género que sufrieron la extinción que ahora les echa el aliento en el cogote.
Tal como hacen sus congéneres americanos, los pingüinos de El Cabo excavan en la tierra para poner sus huevos. Si éstos sobreviven a los robos de distintas aves marinas o incluso de algunos mamíferos que se acercan al litoral, se rompen para permitir la vida de unas crías que tardan mucho en parecerse a sus padres. Como en el cuento del patito feo, requieren de tiempo para ser hermosos y elegantes, alejándose de esa de esa pose tan vulnerable que les caracteriza. Es enternecedor ver cómo el padre y la madre se turnan para incubar los huevos y salir a buscar comida. También cuando las crías son demasiado jóvenes y el riesgo se vuelve demasiado grande para dejarlas solas. Los pingüinos se comportan como una gran familia y demuestran cómo todo el sufrimiento que padecen es por regalar vida permitiendo engendrar un nuevo miembro de su especie. Alguien dijo una vez que si se observa de cerca la vida de los pingüinos, encontramos uno de los mayores actos de amor del mundo animal. No es fácil ser pingüino. Y mucho menos sobrevivir.
Las otras especies animales que merodean en Stony Point
El sendero de madera abandona la línea recta para poder asomarse a mar abierto. Para continuar seguimos a mano derecha y, con tenemos suerte, observamos de cerca que se encontraban más tipos de aves en las rocas. Por lo menos dos o tres especies diferentes de cormoranes como el coronado con su cresta característica o incluso el de El Cabo, que podíamos distinguir gracias a una mancha naranja junto al pico que corresponde a su saco gular así como por unos prodigiosos ojos más azules que el propio mar. Todos ellos se puede decir que ya están en riesgo de extinción, debido a que el número de parejas reproductoras ha disminuido de forma tan radical que se teme sigan sobrevolando las aguas del África austral mucho más tiempo. Parecen llevarse bien con los pingüinos, o al menos no estorbarse, como si fuesen conscientes de su excepcionalidad.
Otros huéspedes invitados a la función son los damanes roqueros o de El Cabo, popularmente conocidos como dassies, que tienen el aspecto de marmotas aunque lo más curioso es que los científicos los definen como «los parientes vivos más cercanos al elefante». Habría que rebuscar mucho para incluso imaginarlo, pero no soy quien para desdecir las razones genéticas o morfológicas que dictan una de las grandes curiosidades de la naturaleza. Estos animales son unos auténticos clásicos en la península de El Cabo y, en general, en todos los paisajes rocosos de Sudáfrica. Su rostro cómico hace que sea uno de los animales al que más cariño tienen los sudafricanos, que comparten pic-nic con ellos cada día en lo más alto de Table Mountain, la maravilla natural de Cape Town. Y en Stony Point son legión.
También era fácil ver corretear por las rocas a pequeños lagartos color azul que resultaban totalmente fotogénicos. Aquel día sólo nos faltó encontrarnos con el leopardo de El Cabo, que ocasionalmente ronda por la zona, más cerca de las montañas que del mar, en busca de presas fáciles. Pero eso ya hubiese sido un milagro.
En definitiva, la de Stony Point nos pareció una parada obligada en el camino entre Hermanus/Gansbaai/Grootbos y Ciudad del Cabo. Y, aunque Boulders Beach es una de las pingüineras más conocidas del país, la situada en Betty’s Bay está menos frecuentada y los que la hemos visitado recomendamos la experiencia. Eso sí, a partir de las tres de la tarde hay más pingüinos para ver, ya que la mayoría regresan de su larga jornada de pesca mar adentro. Lamentablemente echan el cierre a las cinco y minutos antes no permiten el acceso a más público, por lo que conviene apresurarse si no queremos quedarnos sin pasar un buen rato entre pingüinos, cormoranes, dassies y lagartos de piel azul. La que aquí se ofrece es una de las mejores propuestas de naturaleza en libertad que tenemos en la costa austral de Sudáfrica.
Si quieres ver contonearse a estos pingüinos no te pierdas el vídeo que recogen divertias escenas en Stony Point. VER VÍDEO.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
+ Canal Facebook
PD: Un viaje a Sudáfrica contada en 10 latidos y otros relatos más sobre el país sin pinchas en la imagen.
2 Respuestas a “La colonia de pingüinos de Stony Point en Sudáfrica”
[…] mitad de camino entre Ciudad del Cabo y Gansbaai las playas y acantilados rizan el rizo en Betty’s Bay, habitada por una colonia de más de 6000 pingüinos africanos. Nos aproximamos, de esa forma, a un mundo en el que la fauna marina es la protagonista de todo lo […]
[…] del Índico y surge el Overberg, una región salvaje modelada en bruto en la que lo mismo se dejan ver los pingüinos de El Cabo como lo hacen ballenas o una de las mayores poblaciones de tiburón blanco del planeta. En este […]