Colonia del Sacramento, brisa de plata uruguaya

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Colonia del Sacramento, brisa de plata uruguaya

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Pequeñas casas con paredes lisas de colores amables rivalizan con los muros de piedra y las enredaderas bañadas en flor de cada verano. Ningún otro lugar del Uruguay cuenta con tanta Historia ni, probablemente, con tanto sabor colonial. De hecho la ciudad recibió el nombre de Colonia del Sacramento por parte de los portugueses que, comandados por Manuel de Lobo, quisieron contrarrestar el poder de España al otro lado del Río de la Plata, en la actual Buenos Aires. Fundada en 1680 es hoy en día Patrimonio de la Humanidad, por ser un ejemplo absolutamente único de la más rica arquitectura colonial situada en territorio uruguayo.

Para llegar a Colonia tan sólo me bastó saltar de orilla a orilla un río inmenso, retrasar una hora el reloj con respecto a Argentina y mirar con los ojos de un viajero de hace trescientos años. De esa manera me encontraría cara a cara con la brisa de plata que revuelve el agua reflejada en la rambla.

LLEGANDO A COLONIA EN BUQUEBÚS DESDE BUENOS AIRES

El lunes 27 de febrero por la mañana tenía una cita ineludible en el Terminal de Buquebús de Buenos Aires, lugar del que parten muchos de los ferries que pasan al otro lado del Río de la Plata, tanto a Colonia como a Montevideo, ambos en Uruguay. Hay otras compañías que hacen este recorrido, como Colonia Express, pero la más clásica es la de Buquebús. Con opciones para ir rápido (1 hora) o lento (3 horas), variando entonces el precio del billete. En mi caso tuve la mala suerte de que ese día era feriado y se me puso en más de 300 pesos (casi 50€) cuando podía haberme valido más de la mitad si lo hubiese reservado con suficiente antelación. Ir a Colonia, incluso en el día, es algo muy típico para los porteños, por lo que para fines de semana y festivos conviene reservar con tiempo.

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Colonia se encuentra a 40 km en línea recta de Buenos Aires, lo que en un Ferry express no conlleva más de 60 minutos sentado tranquilamente. Salí a las 8:45 de la mañana  por pura casualidad, ya que cuando íbamos en coche hacia el Puerto nos paró la policía por cometer una infracción. Aunque eso de ir con un sacerdote hizo mucho para salir indemnes de allí y llegar apenas 10 minutos antes del embarque.

Sea como fuere, llegué justo a tiempo. A las 10:45 hora uruguaya me encontraba en el Puerto de Colonia del Sacramento, donde me esperaba Nátaly, la chica que me hospedaría en su casa por medio de Couchsurfing. Casualmente era yo su primer invitado, cosa que le agradezco muchísimo por la confianza depositada en mí desde que me puse en contacto con ella y con su amigo Andy. Me acompañó a cambiar dinero y después a comprar el primer billete de bus de la mañana siguiente a Montevideo (220 pesos uruguayos, algo menos de 10€), por lo que una vez tenía los deberes hechos, nos marchamos a su casa a dejar las cosas y salir cuanto antes a ver Colonia.

RECORRIENDO COLONIA DEL SACRAMENTO

Cuando se llega de una ciudad inabarcable como Buenos Aires, Colonia, con no mas de treinta mil habitantes, se convierte en un pequeño tablero de ajedrez por el recorrer todas sus casillas es un juego muy sencillo. Caminando un par de minutos desde la casa de Nátaly nos adentramos en la ciudad vieja, reconocible por sus suelos empedrados y sus coquetas casitas de estilo colonial. Ese es el secreto principal de la que fuera la Plaza Fuerte levantada por Manuel de Lobo y que pasaría de manos lusas a españolas varias veces en plena competencia por el comercio en el Río de la Plata. Por tanto, su toque colonial mezcla estilos traídos de ambas naciones de la Península Ibérica, junto a un ligerísimo toque anglosajón, ya que la Corona inglesa también llegó a controlar la ciudad durante unos años antes de ser definitivamente de una Uruguay independiente.

La Basílica del Santísimo Sacramento, también llamada Iglesia matriz, fue la primera edificada en territorio uruguayo. En el primer asentamiento europeo el templo cristiano más antiguo es del mismo año en que Lobo puso sus pies allí, de 1680. De color blanco inmaculado, sus dos torres coronadas por sendas cúpulas se erigen entre los árboles, dejando debajo una construcción caracterizada por una sobriedad excelsa. Recuerda quizás a alguna iglesia de un pueblo cualquiera portugués al otro lado del Río Tajo, aunque se encuentre a más de diez mil kilómetros de la costa lusa.

Desde la Basílica hay apenas unos metros a la Plaza Mayor donde destaca entre las ruinas de un viejo convento fransciscano la figura elevada del faro que en los siglos XIX y XX guió a las embarcaciones que arribaban a esta parte del Río de la Plata. Es la Punta de San Pedro, la imagen más repetida de las postales editadas sobre Colonia del Sacramento.

Por 15 pesos uruguayos (aprox 60 cénts de euro) se puede subir hasta lo alto y, de hecho, en la segunda ocasión que pasamos por él así lo hicimos. Las vistas de la costa y de la pequeña ciudad de Colonia merecen la pena los aproximadamente 100 escalones que hay que subir para llegar arriba. Lo más sorprendente es ver un faro en un río, pero cuando se conocen las increíbles magnitudes del Río de la Plata (del que dicen es el más ancho del mundo) es sencillo confundirlo con el mar.

Desde el faro a mano derecha, se avanza por San Pedro hasta arribar a la la callejuela con más personalidad e hipótesis de todo Colonia. Hablo de la Calle de los Suspiros, cuyo nombre ya de por sí suscita alguna que otra historia. Como que por aquí pasaban los esclavos traídos de distintos barcos y suspiraban por su pena. Más picante es lo que se cuenta de un viejo prostíbulo desde el cual procederían otra clase de exhalaciones.

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Hoy día nadie se marcha de Colonia del Sacramento sin inmortalizarse en la Calle de los Suspiros, que parece no haber sido apenas tocada por la varita del tiempo, sobreviviendo para hacer creer que uno se encuentra en una pequeña aldea hispano-lusa de un siglo que no es precisamente este.

Subiendo por «Los Suspiros» y dejando a mano izquierda la Plaza mayor llegamos hasta el Portón de Campo y la muralla del viejo bastión portugués, recuerdo en piedra de la Fortificación que todos ansíaban controlar. Una puerta con puente levadizo y un escudo grabado en piedra marca otro de esos puntos históricos claves para comprender Colonia.

Después de eso y algún museo de los muchos que hay en la ciudad (Municipal, Del azulejo, de los indígenas, español, portugués…) lo que ofrece Colonia es dejarse perder por sus callejuelas empedradas convertidas en museos al aire libre. Con el aroma de las plantas que rodean los enrejados de las ventanas, la pintura intacta de algunos de los edificios coloniales el camino se hace la mar de agradable. Ideal para pasar unas horas, para dar un golpe certero a la rutina del ruido, el tráfico y las avenidas masificadas. Colonia decelera el pulso por sí misma. Sólo por eso merece siempre la pena.

Curiosa es la presencia de coches de época, muchos de ellos de los años 50, como si toda la urbe fuese un Museo del Automóvil. Cuando le pregunté a Nátaly al respecto me contestó algo evidente: «En un lugar tan chiquito, los autos pueden durar lo que uno quiera. Porque además son realmente caros». Una vuelta de tuerca más para no perderse Colonia del Sacramente por nada del mundo.

CHIVITO, PLATO TÍPICO URUGUAYO

En mi estreno viajero en Uruguay no me perdí saborear uno de los platos más célebres del país. Inventado en los años 40, el chivito está en todos los menús que se precien ya sea en Montevideo, Colonia, Punta del Este o el último pueblo fronterizo uruguayo. Nátaly, junto a su amiga Analía, me llevaron al Restaurante Mercosur para probar este plato contundente basado en carne de lomo de ternera, mozarella, bacon y un huevo frito por encima. Todo aderezado con patatas fritas y ensalada. Lo que viene a ser una bomba de relojería para el aparato digestivo, pero tan típico que se hace extraño abandonar Uruguay sin al menos probarlo. Y delicioso, no cabe duda…

 

ARMANDO UN MATE EN LA RAMBLA, MIRANDO DE FRENTE AL RÍO DE LA PLATA

Después de comer y volver a pasear por las calles de Colonia llegó la tarde, con el Sol buscando otros horizontes y el viento más agradable en el que había sido un día de bastante calor. Andy se unió al grupo y, siendo cuatro, marchamos con las motocicletas a las afueras de la ciudad, bordeando las orillas vestidas de playa en el Río de la Plata. Compramos unas facturas (bollos) y llevamos el omnipresente mate con nosotros. Muchos jóvenes de Colonia se sentaban mirando hacia los coches, quizás para saber quién pasa por delante y tener un nuevo tema de conversación. Como en los pueblos en los que es imposible pasar sin ser visto.

La playa cayendo la tarde se había vestido precisamente de color plata. Una imagen a la que no era posible escapar salvo que uno se tapara los ojos por cualquier tipo de inconsciencia. O quizás por ser consciente de que después cualquier cosa puede parecer vulgar…

Buscamos una loma de hierba desde la cual quedarnos charlando tranquilamente y seguir el ritual preferido de los uruguayos. Armar y, por tanto, saborear un buen mate. Para mí, que soy un absoluto desconocedor de lo que para muchos es un arte, fue productivo seguir la norma y costumbre del mate de la mano de quienes llevan preparándolo toda la vida. No basta con echar agua caliente y sorber sin más. Esas tan sólo son unas ligeras etapas. Son muchos más los procederes para optimizar al máximo el sabor que deja esta hierba (a la que me voy haciendo poco a poco). Yo me limité a prestar atención y formar parte de este auténtico acontecimiento social.

Si no ves el vídeo en pantalla pincha aquí para verlo en Vimeo

Por cosas como ésta pienso que Couchsurfing  se erige como un instrumento valiosísimo dentro de un viaje. No es únicamente una manera de dormir gratis bajo techo. Esa quizás es la excusa. Sin duda couchsurfear es acercarse a la realidad de un lugar de la mano de gente local, de no ser sólo turista y compartir dos formas distintas de ver la vida.

Hasta el momento mis experiencias con Couchsurfing han sido inmejorables. Mi intención es que siga formando parte de esta aventura. Porque conocer a los demás es la mejor manera de comprender qué es lo se tiene delante y no pasar de puntillas en un viaje. Con Nátaly, Analía y Andy me sentí realmente a gusto en todo momento. Ellos me mostraron algunos de los secretos de una ciudad maravillosa como Colonia, que se convirtió en la mejor antesala de mi paso por la capital uruguaya, Montevideo, desde la cual escribo estas líneas en el silencio de una habitación parroquial.


Un atardecer en el Río de la Plata no es un atardecer cualquiera…

De esa forma le pongo por hoy un punto y aparte a una ruta en  la que apenas hay unas pocas huellas marcadas.

Salud y viajes!

Sele

PD: Hasta el domingo 4 de marzo estaré visitando las Cataratas de Iguazú, tanto desde el lado brasileño como desde el argentino.
* Recuerda que puedes seguir todos los pasos de este viaje en MOCHILERO EN AMÉRICA

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