Crónica de un viaje a Camboya y Singapur 2: Jungla y asfalto de Singapur

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Crónica de un viaje a Camboya y Singapur: Capítulo segundo

21 de marzo de 2010: VIAJE A LA JUNGLA TROPICAL Y URBANA DE SINGAPUR

Se suele identificar siempre a Singapur con muchas cosas como sus rascacielos, las calles abarrotadas, los templos de distintas religiones, los pubs y discotecas más fashion, las tiendas de marca, los food center, el visitadísimo Merlion Park y las luces nocturnas de los Teatros de la Bahía. Son más o menos las señas de identidad de una ciudad grandiosa que para seguir creciendo no tiene más remedio que robarle espacio al mar. Pero nadie o muy pocos recuerdan que la Isla de Singapur fue hasta hace un siglo una isla cubierta de vegetación propia de climas tropicales húmedos. Un P1120543bosque en toda regla con una destacada variedad de flora y fauna. Había, por ejemplo, una amplísima población de tigres que tenían atemorizados a los locales que vivían en las áreas costeras y no se atrevían a adentrarse en las espesura. A pesar de ser una isla separada de la península malaya por el Estrecho de Johor, la representación de animales, árboles y plantas de las áreas más tropicales Sudeste asiático era más que evidente. Un arca de Noé viviente que se ocuparon de vaciar los británicos a su llegada cartucho a cartucho, disparo a disparo. Y así fue muriendo lentamente este mar verde de raíces bien arraigadas hasta eliminar de la lista a decenas de especies que habitaban la isla. De hecho el último tigre fue abatido en 1902 en las proximidades del Raffles Hotel. A partir de ahí surgió algo bien distinto, un conglomerado urbano que invadió cielo, mar y bosque con todos esos elementos que enumeraba en las primeras líneas de este capítulo. Singapur desde entonces es otra cosa. Pero, ¿queda algo de todo aquello que fue?

La respuesta es que sí. Aún resta en el centro de la isla un resquicio de biodiversidad que ha sobrevivido al tiempo y a la especulación. Son 163 hectáreas en torno a una colina tapizadas de puro bosque primario del que se asegura que hay más especies de árboles y plantas que en toda Norteamérica. Obviamente ya no hay tigres, pero sí que hay rastro de algún leopardo revoltoso que no se resigna a desaparecer. La Reserva Natural de Bukit Timah, que significa en lengua malaya «Colina de estaño», representa al último guerrero que habita la Isla de Singapur desde hace millones y millones de años. Y ese viaje a la selva aún es posible. No es demasiado conocido para los turistas, pero sí para los singapurenses que quieren huir del stress y el olor a asfalto. A tan sólo 10 kilómetros del bullicio reside la paz, el silencio importunado por los chillidos de los macacos y el aleteo de los pájaros e insectos que se esconden del sol. No es el Amazonas, pero sí la única oportunidad de desprenderse del ruido de una ciudad y sentir por un instante que estás en una selva húmeda donde no hace tanto nadie se atrevía a pasar.

Mis planes del día pasaban, por tanto, por conocer, sin solución de continuidad, dos facetas de Singapur. Su pequeñísima «jungla vegetal» de Bukit Timah, y regresar a la «jungla urbana» de Orchard Road, el paraíso de las compras más exclusivas, para terminar la jornada en el Barrio Chino «más chino» del mundo. Al fin y al cabo Singapur es todo eso y mucho más.

BUKIT TIMAH, ÚLTIMO REDUCTO DE SELVA VIRGEN EN SINGAPUR

A eso de las ocho y media pasadas me levanté a desayunar y antes de las nueve ya estaba esperando un taxi en la puerta del hostel. En Jalan Besar, al igual que en toda la ciudad, pasan decenas a cada minuto, por lo que no necesité esperar demasiado ni explicar demasiado el destino al taxista. To Bukit Timah Nature Reserve, please. 15 minutos y 10 SGD (5€) después me encontraba en el parking de entrada a la reserva donde ya había mucha gente preparada para hacer trekking o pasear tranquilamente. Es decir, preparada para «dominguear», aunque sin tortilla de patata, vasos de plástico ni suegra embutida en el asiento de atrás. Aprovechando un día soleado, los locales estaban dispuestos a respirar algo de aire fresco en compañía de la familia. Afortunadamente hay sitio para todo el mundo, almas solitarias incluídas. Sólo basta desear un poco de Naturaleza para aprovechar ese pedacito de jungla que habita en el área central de la isla. Y no saltarse alguna de las muchas normas cuyo incumplimiento desembocaría en una jugosa multa (Como, por ejemplo, no alimentar a los monos o salirse de los trails/senderos señalizados).

En la entrada a la reserva hay una cabaña de madera que funciona como Centro de Interpretación de la Naturaleza donde hay información sobre Bukit Timah como puede ser su Historia, las especies animales presentes y extintas, la flora más típica además de mapas con todos los caminos por los que se puede transitar. De la misma parten cinco rutas de mayor o menor complejidad (incluyendo una para bicicletas) diferenciadas por colores y que serpentean por distintos recovecos de la reserva. Y no es necesario estar en forma o ser Indiana Jones para transitar la reserva, ya hay recorridos que son accesibles a todo tipo de personas. Si se quiere sudar la gota gorda y «agotarse», también hay trails perfectos para ello. Todo es elegir, aunque de principio el camino principal y asfaltado, que se inicia en una buena pendiente, es el más utilizado y donde menos sensación de soledad se puede encontrar.

Como no quería que pareciera que estaba dando un paseo por el Parque del Retiro de Madrid, me desvié en el primer P1120504sendero estrecho que encontré (a mano derecha), por el que apenas había algún que otro excursionista despistado. En el mismo instante en que me separé varios metros de la gente que subía por el camino asfaltado, me vinieron recuerdos de cuando estuve en Costa Rica hacía ya tres años. En Bukit Timah huele a selva, suena a selva, y el calor es de pura selva tropical. La humedad convirtió mi camiseta en un adhesivo y el sudor no tardó un segundo en extenderse por todo mi cuerpo. Si se me ocurría abrir la cámara de fotos o la de vídeo tenía que limpiar el objetivo con un paño porque se nublaba enseguida. Mientras tanto los insectos proyectaban sonidos chirriantes que retumbaban en los oídos. O los traviesos macacos de cola larga balanceándose en las lianas y buscando sin cesar algún fruto que llevarse a la boca. Realmente ellos son los Reyes de Bukit Timah.

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En una visita a la reserva, la probabilidad de toparse con alguno de estos macacos es del cien por cien. Son alborotadores natos y no hay que fiarse del todo de su imagen infantil porque cuando quieren tienen muy mala leche. Conviene no molestarles demasiado mientras efectúan sus saltos de trapecista de circo y juegan a pegarse como si estuvieran en un ring. Aunque reconozco que es realmente atractivo no quitar ojo a sus cuitas bajo y sobre los árboles.

Durante la marcha a través de los senderos de Bukit Timah evidencié los datos que pude leer en el Centro de Interpretación de la Naturaleza donde decía que la reserva cuenta con 840 especies de plantas (más que en toda Norteamérica). Esto en un espacio tan minúsculo es una cantidad realmente asombrosa. Impresionan sobre todo los árboles más grandes cuyas copas taponan la luz y de los cuales nacee otro tipos de vegetación que cierran definitivamente un universo propio donde cada milímetro está lleno de vida. Helechos infinitos que tapizan el suelo, enredaderas rebosantes que atrapan la última gota de lluvia…exhuberancia pura con la que regresar a los orígenes de una isla virgen hace menos de dos siglos.

Un aspecto menos reconfortante para la gente que visita este lugar es la excesiva presencia de mosquitos que atacan con suma voracidad toda piel sin cubrir correctamente. En un principio no caí que fuera a ser así pero rápidamente me di cuenta que me estaban acribillando las piernas. Por fortuna no me había olvidado de poner en la mochila un antimosquitos extrafuerte que terminó siendo mano de santo, porque no volvió a acercarse insecto alguno a picotear donde no le llamaban. El calor, insoportable en algunos momentos, es otro de esos lastres que te van dejando seco. Por ello es recomendable ir bien surtido de agua, sobre todo si se tiene pensado hacer un trekking medianamente largo.

Mi intención desde un principio era llegar a la cima del punto geográfico más alto de la isla de Singapur, la colina de Bukit Timah, que mide nada más y nada menos que… 164 metros de altura. Suena ridículo, ¿verdad? Ya sé que no es precisamente el Everest, pero qué le vamos a hacer si en este país no hay lugares más elevados que ese. Aquí la gracia no está en la altura sino en ir siguiendo los senderos que bordean Bukit Timah. Y para llegar a este punto de referencia se puede hacer por la ruta 1, 3 y 4. Como la primera es la asfaltada y la que utiliza el 90% de las personas que se encuentran en la Reserva, lo más idóneo si se quiere más soledad e interacción con la naturaleza son las otras dos. O mejor aún, hacer un poco de las tres entre la idea y la vuelta. Esa es la opción que escogí, aunque algunas cuestas con tanto calor y humedad se hacen un poco pesadas. Pero nada, más, muy accesibles todas las alternativas (la ruta 1 la hace hasta un bebé gateando) y una buena manera de sentir la jungla, aunque a tamaño reducido.

Mucha gente se interesa por la fauna de este lugar, pero no es de esperar ver algo más allá que no sean los macacos de cola larga, distintas especies de aves con llamativos colores, o insectos que se mimetizan con el lugar que están pisando. Conviene saber que no hace mucho se supo del rastro de varios leopardos, aunque el último que se avistó fue un macho despistado que salió a la carretera y murió atropellado. Lo que es seguro es que ningún turista se ha topado con uno de estos con vida. Es algo realmente improbable. Aunque si se intenta y se cuenta con suerte es posible ver algún lemur volador (mamífero nocturno del tamaño de un gato y capaz de planear hasta 70 metros para ir de un árbol a otro) que esté aletargado o incluso una serpiente pitón, de las que sí hay constancia de su presencia y que son un claro aviso de que salirse de los senderos señalizados puede ser algo imprudente. Hay tantas ramas que luego resultan no serlo, que más vale no hacer locuras.

Invertí aproximadamente tres horas en Bukit Timah. Más o menos hasta el mediodía cuando el sol apretaba con mucha más fuerza. No quedaba ni rastro de las copiosas lluvias del día anterior. La sensación era de estar constantemente en una sauna, aunque sin toalla ni ramas de abedul. A la bajada me detuve a descansar y beber algo P1120551en el Centro de Interpretación de la Naturaleza, donde se pasaban los macacos a ver si les caía algo de comida. En una de estas que me debí acercar demasiado a un grupo resultó que uno de ellos debió sentirse molesto y comenzó a chillar e incluso salió corriendo detrás de mí. Reconozco que en ese momento me asusté un poco. Son bonitos y parecen buenecitos, pero tienen unos colmillos y unas uñas que más vale no tentar a la suerte. En Zimbabwe, meses atrás, por tomar una foto de cara  de un macaco casi me llevo un viaje (Al menos la fotografía salió bien y la utilicé para la Exposición de Olías del Rey). Con Bukit Timah van dos. Espero no haya una tercera. No sé si por suerte o por desgracia estos episodios no han conseguido que me dejen de gustar estos animales. Lo mejor es observarlos tranquilamente pero saber tus límites y no ponerles nerviosos. No se debe olvidar que son salvajes.

Con monos y sin ellos mi experiencia en la Reserva Natural más importante de Singapur fue muy positiva. Está claro que con menos «paseantes» hubiera sido mucho mejor, pero fue un aperitivo selvático más que interesante. Y que para el que viaje a Singapur entre dos y tres días, recomiendo. A no ser que de allí se vaya a Borneo, al Parque malayo de Taman Negara o a la Selva del Amazonas. En ese caso iría como mucho para ir adaptándome al calor y a la humedad, que esa sí que va a ser la misma.

Como no veía ningún taxi en el parking, me bajé a una terraza donde había un grupo grande de malayos cristianos que estaban estudiando los Evangelios. Me recordó a la catequesis de mi niñez pero al aire libre. Al menos a mí me sirvió para beber dos litros de agua y picar algo de comer antes de continuar mi camino a la otra jungla de Singapur. Otra sin macacos ni pitones camufladas en el ramaje. Más bien sería un bosque de bolsos Gucci y pijas con gafas de sol más rápidas que Billy el Niño con sus tarjetas de crédito: Orchard Road.

ORCHARD ROAD: LA QUINTA AVENIDA VERSIÓN SINGAPUR

P1120558Un taxi me llevó a la puerta del Singapura Plaza (12 SGD), uno de los muchos centros comerciales que pueblan la kilométrica Orchard Road. Mis pintas eran poco apropiadas para el ambiente que allí se respiraba (yo iba despeinado y aún con mucho sudor proveniente de la Reserva Natural). Pero como tampoco iba la Semana de la Moda de Milán, me daba completamente igual mi aspecto. Desde el taxi ya me había hecho una idea de lo que me iba a encontrar y dado que es una de las zonas más recomendables de la ciudad, quise recorrer la calle comercial de Singapur por antonomasia de principio a fin. Luego me di cuenta que era demasiado larga como para seguir dicho pensamiento a rajatabla, pero sí al menos hacer gran parte de la misma. Es algo ineludible, yo diría que vital, en esta ciudad.

Lo que la Quinta Avenida a Nueva York, el distrito de Ginza a Tokyo, los Campos Elíseos a París u Oxford Street a P1120560Londres. Eso es lo que es Orchard Road a Singapur, la principal Avenida de las compras, una línea continua de centros comerciales, boutiques y hoteles 5 Estrellas. Un hormiguero de gente con sus bolsas en las manos, taxis a las puertas, megapantallas anunciando nuevos productos y carteles publicitarios de modelos y famosos conocidos mundialmente. Las firmas internacionales acribillan al peatón al igual que cuando las puertas automáticas se abren descargando su enfermizo aire acondicionado. La plasmación más perfecta y exacta del consumismo exagerado y de la oferta de ocio favorita para muchos y muchas, las compras. Ciudadanos de Singapur y turistas por igual, todos buscando algo que llevarse y quitar el polvo a sus Visas, Master Card y American Express. Los mercaderes del Siglo XXI hacen su agosto cada día y cada hora, embolsándose un millón tras otro a miles de kilómetros de distancia.

Porque allí está Armani, Gucci, Dolce&Gabanna, Carolina Herrera, Dior, Yves Saint-Laurent, Valentino, Paco Rabanne, Chanel, Louis Vuitton, Kenzo, Rolex, Cartier, Prada, Calvin Klein, Bulgari, e incluso la española Zara utilizando la imagen de la bella actriz Scarlett Johansson. Y así decenas y decenas de marcas más que ahora no me vienen a la cabeza pero que ilustran rótulos luminosos, etiquetas, bolsas, camisetas e infinidad de productos que buscan comprador desesperadamente.

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Su nombre hace referencia a la gran extensión de huertos que ocupaban el terreno asfaltado actual. Durante el Siglo P1120578XIX se registraron no pocos ataques de tigres a la población, eminentemente campesina, que trabajaba allí. Paulatinamente las clases adineradas fueron construyéndose sus mansiones y así se fue componiendo un entramado de lujo y exclusividad cada vez mayor. Incluso el Presidente tiene allí su residencia (Istana). Así hasta finales del XX cuando la calle creció a lo alto y quiso compararse a las más importantes arterias comerciales del mundo. Aparecieron los centros comerciales, las tiendas de alto standing y los hoteles de mayor valoración. La inversión para convertir Orchard Road en la Quinta Avenida fue elevadísima, pero se consiguió crear una fábrica de dinero que funcionara como motor de la isla. Hoy en día la imagen de la ciudad tiene más que ver con los negocios y el comercio que con otra cualquier otra faceta.

Entre Armani, Hilton, Marriott hay hueco, afortunadamente, para tiendas más pequeñas, regentadas mayoritariamente por chinos. Yo mismo me compré en una mesa callejera un colgante con mi signo del horóscopo P1120596chino, el mono, que llevaría puesto durante todo el viaje, esperando me diera suerte. Me gusta irme haciendo con amuletos más o menos sencillos que representen algo. Unos los llevo puestos y otros los guardo sin más. Es de lo poco que me gusta adquirir en mis viajes a no ser que me tope con algo que me parezca muy pero que muy especial. En ese caso sí que soy capaz de transportar verdaderos lastres. Aún recuerdo que recorrí más de dos mil kilómetros con unos cuernos de reno sobre la mochila traídos de Nordkapp hasta Estocolmo donde los terminé mandando por correo. O que de Sudáfrica me traje una máscara tradicional que con el tocado y las plumas medía cerca de un metro. Pero no era esa precisamente mi intención en el viaje a Camboya y Singapur. Cuanto menos pese el equipaje, mejor que mejor…

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Me recorrí Orchard Road casi de arriba a abajo como una hormiguita a contracorriente de una tropa de termitas. En ese momento era uno más, aunque sin intención de comprarme nada, de los miles y miles de singapurenses que brotaban de la nada y cruzaban por los pasos de cebra oscureciendo toda raya en el asfalto. Mirara donde miraba alguien me vendía algo. Federer un reloj, George Clooney una cafetera o Cristiano Ronaldo unos calzoncillos. Claro, a mí y a toda la algarabía que guardaba siempre un cierto orden para no tropezarse ni chocarse con el de enfrente. Es precisamente el orden en el caos en la multitud algo que nunca me deja de sorprender de Asia. Cierto es que Singapur está bastante occidentalizado pero no deja de ser un país asiático, por lo que ese tipo de cosas no fallan.

CHINATOWN: UN VIAJE A LA REPÚBLICA POPULAR CHINA SIN MOVERSE DE SINGAPUR

Se estaba nublando tanto el cielo como mi estómago, por lo que decidí abandonar Orchard Road en un suspiro tomando un taxi que me dejara en Chinatown (6 SGD = 3€). Quería comer en un típico food center como el de mi P1120605primera noche en la ciudad y en el Barrio Chino de Singapur están los mejores. Le pedí al taxista me dejara lo más cerca posible del MRT – Chinatown y así hizo. Sin saberlo también me había dejado a la entrada del People´s Park Food Center, por lo que ya tenía un lugar para sentarme a comer tranquilamente algo «bueno, bonito y barato». Casualmente a mi P1120609llegada los nubarrones se tornaron en una tormenta tremenda que duró no más de cinco minutos. Me impactó que el agua de la lluvia estuviera casi ardiendo. Era como si el calor que había hecho durante la mañana hubiera hervido las nubes venideras. Incluso salió vapor del suelo durante unos segundos. Por mucha ciudad que haya, el clima húmedo y lluvioso de la selva tropical sigue siendo el mismo que cuando por allí moraban los tigres a sus anchas. Sea como fuere, aquel momento de jarreo de agua fue el ideal para darse un capricho gastronómico entre todos los puestos de comida oriental que había allí dispuestos. Muchos más que en Lavender. Al igual que mesas y sillas, donde me costó encontrar sitio.

Escogí una de las combinaciones que más utilicé durante mi viaje a Japón en julio de 2008: Sopa miso (caldo de pescado y pasta de soja) + Pollo curry con arroz + Té verde frío. Y el precio, 5´50 SGD, algo menos de tres euros. Tenía muchas opciones para elegir y llevarme a la mesa, pero me apetecía revivir algunas sensaciones del que fue uno de los viajes en solitario que más he disfrutado. Además tenía todo un sabor idéntico a los que probé en Tokyo, Kyoto o Hiroshima. De hecho el puesto era japonés y estaba regentado por una señora japonesa. Arigato Gosaimás!

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Sin lluvia ni impedimento alguno me aventuré a conocer uno de los barrios con mayor personalidad de la ciudad, P1120611Chinatown. En Singapur cerca del 80% de la población es china. El resto de se divide en indios, malayos y una pequeña proporción de occidentales. Es por ello que el distrito chino de la ciudad no puede ser simplemente uno más. De hecho pasa por ser un lugar que late con corazón propio, en el que parecen revolotear los dragones y donde Emperadores de antiquísimas Dinastías tienen su huella de una forma u otra. Porque entrar a Chinatown es hacerlo a P1120617China, pero sin pasaporte ni visado. En cientos de ciudades del mundo hay barrios chinos más o menos peculiares. El de Singapur, probablemente, sea el más fiel de todos ellos. Incluso hay tiendas donde aceptan yuanes como moneda de pago. Por esto y muchas cosas más debe protagonizar sí o sí parte del tiempo invertido en esta ciudad del sudeste asiático. Eso mismo fue lo que pretendía, así que abandoné el Food Center y pasé de Eu Tong Sen Street a New Bridge Road donde había un puente que cruzaba a la parte más característica y tradicional del distrito «amarillo». Asomándome a él observé una callejuela donde colgaba una infinidad de faroles rojos de papel que daban la bienvenida a esta importante sucursal de la República Popular China.

Caminé hacia Smith Street, una de las calles más llamativas y tradicionales del barrio chino en la que las shophouses coloniales estaban profusamente decoradas a todo color con ornamentos que aún se conservaban de las celebraciones llevadas a cabo en el primer día del Año del Tigre.

P1120622El rojo pintaba puertas y ventanas de madera, en consonancia con los farillos y bandas que se retorcían en toda la calle, al igual que en las aledañas. Una parte de Smith Street tiene cabida para los automóviles y los camiones de carga/descarga. El resto es absolutamente peatonal, dando prioridad a los paseantes y a las mesitas de madera en las que sirven comidas y cenas «chinas» hasta la madrugada. A ambos lados todo tiene un sentido puramente comercial entre tiendas de recuerdos y bares. Toda esta es una zona ideal para adquirir artesanía y souvenirs a buenos precios. Made in China, por supuesto. Seguro que hasta tienen bustos de Mao Tse Tung. De fondo resonaban canciones populares del país acordes a una muchedumbre de ojos rasgados y zapatos negros con calcetines blancos (fijaros, los chinos siempre los llevan, aunque encima tengan puesto el pantalón de chándal).

Junto a Smith Street destacan otras calles como Temple Street, Pagoda Street y, sobre todo, Trengganu Street, más P1120625bulliciosa pero a la vez con una estética de puro lejano oriente. De cada uno de los tenderetes recibía un saludo invitándome a pasar a ver el género que pasaba desde los llaveros, las camisetas con luces o delicadísimos jarrones chinos. Cuando no era para probar el pato laqueado o el cangrejo y beber un licor típico de Hangzhou. Es algo así como un mercadillo chino pero en el que se cumplen las rígidas normas que establece el Gobierno de Singapur. Eso quiere decir, entre otras cosas, que no se escuchan los escupitinajos con gargajo previo tan característicos en la República Popular. Las tradiciones se cumplen hasta un cierto límite que case bien con lo que se permite o no en la ciudad. Si tirar un papel al suelo conlleva una buena multa, escupir seguro que tiene que estar penado. Son chinos, pero ciudadanos de Singapur, por lo que las normas las tienen que cumplir como el primero.

De Pagoda Street salí hacia South Bridge Road con objeto de ver el más destacado de los Templos hindúes de la ciudad, el Sri Mariamman, levantado en 1862. Es el que recomiendan todas las guías, muy por encima de los existentes en Little India y que visité el día anterior. Pero lamentablemente me lo encontré cerrado por obras y el gopuram cubierto por los andamios.

Entonces volví al entorno de Trengganu para sumerirme de nuevo en el ambiente de China. No tenía prisa por nada. P1120632Ni siquiera observaba mapa alguno porque no me había puesto ninguna exigencia más para ese día. Aunque el azar me llevó a descubrir un Templo erigido hace pocos años en honor a «La Reliquia del Diente de Buda» con el estilo de las construcciones religiosas de la Dinastía Tang. El tamaño del edificio es considerable y destaca tanto su fachada exterior como la cantidad de detalles de las salas interiores. Tuve la suerte de asistir a una multitudinaria ceremonia religiosa en la que se ofrecían cánticos al Buda Maitreya (el que será sucesor de Sidharta Gautama, el actual Buda histórico). Dos monjes con hábito naranja eran secundados por un público que abarrotaba la Sala y cantaba casi al unísono. Decenas de figuras de budas en los laterales observaban la escena desde sus vitrinas hasta que el acto tuvo su fin con el abandono por el pasillo central de los dos monjes que habían comandado la ceremonia.

 

La tarde se fue cerrando y me di cuenta que necesitaba ir a la habitación del hostel a descansar un poco. No a dormir, pero sí a estar recogido y más o menos tranquilo. Eran precisamente esos los momentos los que aprovechaba para dejar mensajes en la página y subir alguna foto a internet para conseguir ese efecto de «en vivo y en directo» con el que lograba sentirme un poco más acompañado. En los viajes en solitario se tiende a echar de menos el compartir vivencias con los demás. Mi interlocutor para subsanar esta carencia terminó siendo mi Netbook recién comprado con el que pude transmitir sensaciones a la gente que seguía mis avatares en el Sudeste Asiático. Sería mi moleskine virtual del Siglo XXI.

Horas después acudí a cenar al Lavender Food Center, el que fuera mi primera aproximación a Singapur el viernes a mi llegada. Sopa de miso y pato laqueado con arroz por 3´20 SGD (1´60€) fue mi sustento nocturno. Desde allí caminé para bajar la cena hasta el Santuario hindú de Sri Srinivasa Peruman en el que había una ceremonia en la que la gente cantaba a viva voz y saltaba enloquecida. Hasta las figuras monstruosas de la torre (gopuram) parecían cobrar vida y unirse a sus cánticos. Aquellas fueron las últimas imágenes que me llevé antes de dormir bajo cuatro paredes de papel que se estremecían con el más mínio movimiento. Cuando un camión amenazaba con quebrar mis tímpanos pensaba… «Tranquilo, Jose, que mañana estarás en Camboya». Y con los templos de Angkor me quedaba profundamente dormido. Al fin y al cabo eran sueños muy cerca de ser cumplidos.

CONTINUARÁ EN CAMBOYA…

Sele

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