Crónica de un viaje a Camboya y Singapur 3 (Phonm Penh)

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Crónica de un viaje a Camboya y Singapur: Capítulo tercero

22 de marzo de 2010: ENTRADA A CAMBOYA POR PHNOM PENH, UNA CIUDAD CON LUCES Y SOMBRAS

No tomaba un rickshaw desde hacía un año cuando viajé por primera vez a la India. Esa especie de motocicleta con carruaje detrás forma parte de la idiosincrasia de muchas ciudades de Asia, inundando carreteras y rasgando el sonido con sus ruidosos tubos de escape. En Camboya esto no es menos, y junto a las motos, son los vehículos que más se ven a lo largo y ancho de toda su geografía. Por tanto qué mejor manera que ir desde el Aeropuerto al hotel que había reservado en Phnom Penh junto a la venerada colina de Wat Phnom que en este medio de transporte eficaz y, sobre todo, económico. Es tan loco que resulta incluso divertido ver cómo el conductor sortea mil kamikazes que circulan a contracorriente, a un peatón cruzando sin mirar o a un perro callejero que no teme al peligro. Pero el ser incauto no significa perecer en el intento, por lo que lo que uno debe hacer es santigüarse, agarrarse bien fuerte y no quitar ojo de todas esas escenas urbanas que se despliegan ante tí.

Adoro el caos y Phnom Penh es caos. Una ciudad que tiene lo peor y lo mejor de Asia, que mucha gente obvia como un mero paso intermedio a Angkor, pero que es capaz de deslumbrar por sí misma y mostrar al mundo sus maravillas…y también sus miserias. Ambos contrapuntos son la definición más evidente de esta ciudad, rodeada de claros y sombras que reflejan sus dos pasados, el más glorioso y el más ruín. El primero están comenzando a ensalzarlo y el segundo a dejarlo atrás lo antes posible, aunque para esto aún hace falta tiempo.

Tan sólo harían falta unos minutos para comprobar esta impactante dualidad y sumergirme en una nueva ciudad, un nuevo país y una nueva forma de ver la vida. El viaje tomaba una nueva dimensión. Subido a un tuk tuk , como se le llama oficiosamente a los rickshaw, iniciaba un apasionante aventura en Camboya.

MI SALIDA DE SINGAPUR Y ENTRADA A CAMBOYA

Pero para pisar por primera vez suelo camboyano tuve que madrugar y hacer el check-out del hostel a las cinco de la mañana, para posteriormente tomar un taxi que me dejara en el Aeropuerto de Singapur en aproximadamente treinta minutos (precio: 20 SGD = 10€). Facturé mi equipaje en el stand de Silk Air (Imprescindible mostrar la tarjeta de crédito con la que se realizó la compra por internet) y tomé un capuccino en el Starbucks para espabilarme un poco además de hacer tiempo. El vuelo tenía prevista su salida a las 8:15 de la mañana y fue absolutamente puntual. Antes de entrar al avión nos dieron tres solicitudes para rellenar y entregar en destino (solicitud de entrada, solicitud de visado e información para aduana) para sí tener todo listo a nuestra llegada a Phnom Penh. Mucho mejor, así ahorraría tiempo y podría dedicarme cuanto antes a visitar la ciudad.

El vuelo tuvo una duración de 90 minutos y tengo que decir que el funcionamiento de Silk Air y el trato de sus azafatas fue absolutamente ejemplar. Esta compañía es una de las pocas que conectan Singapur con Camboya y si se reserva con antelación por internet se pueden encontrar buenos precios. Mi billete de ida y vuelta me costó 100 euros. Nos dieron de desayunar y nos pusieron en la televisión un programa que mostraba bromas con cámara oculta (estilo Just for Laughs). Aunque casi todo el tiempo lo dediqué a charlar con un chico camboyano que venía de hacer un postgrado en Manchester y regresaba a casa después de un largo año bajo la lluvia y el frío inglés. Tenía palique para dar y tomar, y me sometió a un profundo interrogatorio en torno a ruta, expectativas o mi vida en España. Cualquiera hubiera dicho que era un espía del Gobierno más que un empollón, que es lo que de verdad parecía.

El avión aterrizó en Phnom Penh a eso de las diez de la mañana. Tuve que retrasar el reloj una hora respecto a Singapur, ya que Camboya sigue el horario GMT + 7. Tras los ajustes horarios gestioné mi visado entregando las hojitas que me dieron anteriormente, además de una foto tamaño carnet (imprescindible, si no se lleva te la hacen ellos necesitando más tiempo de gestión y un ligero aumento del precio del visado) y, por supuesto, los 25 dólares americanos que tuve que poner uno tras otro sobre la mesa. Un trámite de no más de 2 minutos que precedió a la recogida del equipaje sano y salvo junto a un monje budista vestido con la característica túnica naranja, a la que me debía ir acostumbrando. En Camboya se cuentan por miles…

Era momento entonces de emprender la marcha y dirigirme al hotel. Algo bueno que tiene el Aeropuerto de Phnom Penh es que el precio de los rickshaws y los taxis al aeropuerto están fijados con 7 y 11 dólares respectivamente, por P1120641lo que se evitan más facilmente los timos y no es necesario ponerse a negociar. Con lo que sí hay que tener cuidado es con que no quieran llevarte al hotel que les digas contándote la milonga de que están completos o diretamente cerrados para después llevarte al de su primo. En esa situación hay que obviar sus palabras y especificar firmemente que tienes que ir hasta donde le has pedido y que de lo contrario tomarás otro transporte. Reconozco que no fue mi caso en absoluto, puesto que el conductor de mi rickshaw incluso se molestó en llamar al hotel que yo tenía contratado (Me Mates Place) para saber llegar hasta él. Y así lo hizo, rompiendo el tráfico denso y desordenado de la ciudad repleto de motoristas y otros tuk tuks, muchos de ellos con mascarillas en la cara para aliviar mínimamente la excesiva polución, más evidente en la temporada seca y extremadamente calurosa que acompaña normalmente a Camboya durante los meses de marzo, abril y mayo, precedentes al monzón.

Durante el camino advertí el destartalado caos de Phnom Penh, ciudad ruidosa donde las haya, que suponía un cambio radical respecto a Singapur. Ni rectitud ni limpieza sino más bien todo lo contrario, aunque sin llegar a lo de la India, que es mundo aparte. Puestos callejeros a raudales, mujeres soportando cestones enormes sobre sus cabezas, niños pidiendo en los semáforos, monjes sosteniendo parasoles caminando sin rumbo fijo, claxons… Bienvenidos a Camboya.

ALOJAMIENTO Y MARCHA INMEDIATA

El tuk tuk me dejó en el Hotel Me Mates Place, ubicado en la calle nº 90 a 100 metros máximo de Wat Phnom, una colina coronada por una enorme stupa y que marca el lugar de origen de la ciudad. Me pidió hacer una ruta turística con él pero preferí decidir más tarde, después de que dejara mis cosas y concretara mi transporte a Siem Reap con la gente del hotel. Así que se marchó y apareció un chaval joven de recepción que me ayudó con el equipaje y con quien hice el check-in. La habitación que me dieron estaba realmente bien. Y más por 10$ noche, que es lo que pagué. Limpia, con cama grande, un baño más grande todavía, aire acondicionado y TV por cable. Y además el hotel tenía bar con zona wi-fi y, como en la mayoría de alojamientos de toda Camboya, ayudaban con la contratación de excursiones y medios de transporte. Una vez me ubiqué no quise perder más tiempo y cerré dos asuntos con el espabilado recepcionista, Monty, a quien todo el mundo saludaba efusivamente:

Billete de ida a Siem Reap: Monty me mostró todas las compañías y horarios de buses que salen a la ciudad base para hacer los templos de Angkor. Son tan numerosas que terminé escogiendo la que tenía su salida más cercana al hotel (Paramount). Los horarios eran en todos los casos (da igual la compañía que sea) entre las 06:30 y las 13:30. Escogí el del miércoles 24 a las 07:30 de la mañana por un precio de 8$. El hotel siempre infa más el coste, pero te evita tener que desplazarte y además incluye el traslado al  punto de salida del bus en rickshaw. Ellos se ocupan siempre de todo.

– Ruta para hacer durante ese día: Yo ya tenía muy claro qué quería ver en Phnom Penh en esa jornada y necesitaba un transporte para ello. En el hotel me ofrecieron distintas posibilidades pero terminé escogiendo hacer en motocicleta el Killing Field más importante, Choeung Ek (centro de exterminio de los Jemeres Rojos ubicado a 15 km del centro), la Prisión de Seguridad de Tuol Sleng (otro recuerdo del horror de las huestes de Pol Pot) y, por último, el Palacio Real y la Pagoda de Plata, por este orden. Ya sólo visitar los lugares que muestran las atrocidades de los jemeres me llevaría toda la mañana. Después haría una parada para comer y marcharía al complejo real. A mi salida aún quedarían algunas horas de luz para ir a algún sitio más, pero ya vería cuáles. El precio que me ofreció Monty para llevarme a todo ello y esperarme lo que fuese necesario fue de 12 dólares. Me pareció razonable porque serían varias horas, aunque probablemente lo hubiese sacado por menos dinero negociando con alguien de la calle.

DE PAQUETE EN UNA MOTO

Monty se puso un peculiar casco rosa, se subió a la moto y yo fui tras él, agarrándome bien fuerte. Las motos no son lo que más me gusta en este mundo precisamente, pero era una buena manera de moverse por la ciudad.  Nuestro primer destino, Choeung Ek, se encontraba a quince kilómetros, y para sobrepasarlos había que tirar de paciencia e incluso casta para vencer las tropas incontables de moteros y moteras que conducen sus motocicletas en Phnom Penh. Entramos a más de una calle en dirección contraria, e incluso nos incorporamos al revés a varias rotondas, sin ser, ni mucho menos, los únicos. Creo que como en todas estas ciudades caóticas, al final hay menos accidentes que en muchos países occidentales. Es como si los camboyanos se hubiesen acostumbrado al peligro y se sortearan todos milagrosamente, protegidos sabe Dios cómo. Yo me hacía creer a mí mismo que si no se la había pegado ya, podía aguantar al menos un día más.

trafico de phnom penh

En los trayectos en moto por Camboya recomiendo ponerse gafas de sol porque entra arenilla a los ojos, e incluso diría que no está de más un pañuelo que tape la boca y la nariz, porque la contaminación del aire es horrible. Tanto humo negro no puede ser bueno. Hasta los propios camboyanos utilizan mascarillas. Por algo será.

Los 15 km de distancia los cubrimos en algo más de media hora en la que dejamos atrás otras motos con hasta cinco ocupantes. En una de ellas me pareció ver un cerdo amarrado atrás. Me planteé al principio si era mi imaginación o si mi cabeza se había vuelto loca por el calor. Pero me temo que no era así, ya que no sería ni mucho menos el último cochino atado en la parte trasera de una moto que vería. Debía asimilar cuanto antes que me encontraba en Camboya y que todo es lo que parece, por muy bizarro que sea.

APUNTES SOBRE EL GENOCIDIO DE LOS JEMERES ROJOS

Cuando ví el cartel de entrada al Killing Field de Choeung Ek me vino a la mente todo lo que había leído y había visionado en reportajes y películas (Los gritos del silencio) que narran el triste período de los Jemeres rojos, quienes gobernaron Camboya entre 1975 y 1979 bajo el mandato de Pol Pot, y que fueron responsables directos de la muerte de algo más de dos millones de personas. Esta etapa ha marcado, marca y marcará el devenir de un país que ha sufrido y continúa sufriendo hasta las últimas consecuencias estos infaustos años de rencor y crueldad extrema. Mucha gente ha oído hablar de Pol Pot (El Hermano Número 1) y sus secuaces, pero no llegamos a ser conscientes de lo que sucedió realmente en Camboya, un país que se convirtió en el Auschwitz asiático. Voy a ofrecer unas pequeñas nociones de todo aquello para situarnos en lo que fue literalmente una masacre sin fín y así comprender un poco lo que significaron lugares como Choeung Ek y Tuol Sleng. ¿Quiénes eran los Jemeres Rojos?, ¿Qué pretendían?, ¿Qué es lo que hicieron realmente?

El 16 de abril de 1975 los Jemeres Rojos entraron triunfantes a la capital de Camboya, Phnom Penh, siendo recibidos como héroes después de acabar con el gobierno del General Lon Nol, puesto a dedo por Estados Unidos cinco años antes. Pero lo que era visto como un triunfo para una población camboyana harta de guerras bombardeos norteamericanos como parte de la contienda con Vietnam, terminó convirtiéndose en una auténtica pesadilla en tan sólo unos minutos. Pol Pot, líder de los Jemeres Rojos, comunistas maoístas radicales, que había estudiado en París P1120670donde se inició en el comunismo, y residido una temporada en la China de Mao Tse Tung, extremó una ideología y un sistema político, económico y social que rompería absolutamente con todo lo establecido hasta el momento. Dio inicio al Año Cero en el que Camboya daría un nuevo rumbo en el que cortaría todo lazo con lo anterior (Pasó a llamarse Kampuchea Democrática). Evacuó todas las ciudades del país, vació Phnom Penh en menos de 48 horas, para llevar a todos los ciudadanos al campo, quienes se convertirían en puros esclavos. Eliminó todo rastro de intelectualidad matando a médicos, abogados, profesores, estudiantes, ya que los consideraba «contaminados por las ideas capitalistas». Incluso a la gente que llevaba gafas se la marcó como un enemigo a batir porque era un indicio de haber leído o estudiado. Quienes no eran asesinados en el acto eran llevados a prisiones de seguridad (Tuol Sleng fue la principal) para ser torturados o a los Killing Fields, los Campos de la Muerte, donde eran exterminados hombres, mujeres y niños día a día.

En el campo se exigía a los «nuevos campesinos» trabajar jornadas de catorce horas, racionándoles además la comida P1120669y castigándoles con la muerte por cualquier motivo, por nimio que pareciera. Tomar un puñado de arroz clandestinamente, no poder trabajar por ponerse enfermos, hablar mal del nuevo Estado o, simplemente, ser delatados por alguien, aunque fuera de forma injusta. Se lavó el cerebro de la gente para inculcar los nuevos valores del Movimiento (Angkar) proclamando, entre otras cosas, la inexistencia de Dios y de cualquier lazo afectivo. No se podía confiar en absolutamente nadie, ni en la propia familia. Así a los niños, que se les consideraba puros por no haber recibido ningún influjo capitalista, se les permitía decidir a quien se debía matar o torturar. Se dieron cientos de casos en los que delataron a sus propios padres. Como dijeron algunos supervivientes al genocidio, los Jemeres Rojos aniquilaron el amor. Sólo existía el odio y el miedo.

Sembraron toda la Kampuchea Democrática de minas, muchas de las cuales siguen activas hoy día, para evitar que nadie pudiera escapar de los campos de trabajo. Destrozaron los vehículos a motor y revitalizaron el uso del burro y del carro de bueyes como principales medios de transporte. Por supuesto que las escuelas y universidades desaparecieron. No existían las llamadas «profesiones liberales». Ni médicos si quiera. Cerraron las farmacias puesto que confiaron en la medicina tradicional obtenida por parte de las plantas, tal y como se había hecho siglos atrás. El hambre propició más de un episodio probado de canibalismo. El país se convirtió en un infierno al que la sociedad occidental había dado la espalda completamente.

La situación duró tres años y nueve meses. En noviembre de 1979 las tropas vietnamitas entraron a Camboya y sacaron del poder a estos crueles verdugos, que se retiraron a la selva, donde continuaron sembrando el terror hasta finales de los noventa (Pol Pot moriría en 1998). Dejaron un país completamente roto, con un saldo que superaba los dos millones de muertos (en torno a una tercera parte de la población que había en 1975), cientos de miles de mutilados, índices de pobreza extrema, y una carencia de profesionales que pudieran lograr cualquier progreso posible. Sin arquitectos, médicos, ingenieros, profesores o estudiantes en toda Camboya, era prácticamente imposible prosperar. Pero los milagros parecen existir. Treinta años después de todo aquello el rastro macabro de los Jemeres Rojos es evidente, aunque cada vez menor. Poco a poco se está superando esa fase que acarreó el Año Cero, y las inversiones procedentes sobre todo del turismo, están ayudando a salir de los infiernos. Aún Camboya tiene muchas carencias y sigue luchando para eliminar todas las minas antipersonas que tiene en su territorio. Continúan siendo pobres, pero no igual que hace veinte, diez o cinco años. Van hacia arriba. Ya no se les da tanto la espalda y hay que confiar en que saldrán adelante.

Para conocer más de este nefasto período recomiendo leer un artículo escrito en el diario El País por Marta Rivera de la Cruz titulado «El Genocida de Camboya«. Si ya queréis profundizar y haceros una mejor idea de lo que os he contando, no os perdáis la película Killing Fields (traducida en España como «Los gritos del silencio«) dirigida por Roland Joffé en 1984 y ganadora de tres Oscars de Hollywood. Refleja la odisea de un periodista camboyano que sobrevivió al genocidio utilizando su ingenio y, sobre todo, sus agallas. Es espléndida aunque dura en algunos momentos.

VISITA AL KILLING FIELD DE CHOEUNG EK

Monty detuvo la motocicleta y me dijo que me esperaba allí mismo, que estuviese el tiempo que quisiese en el Memorial Choeung Ek, el lugar en el que se calcula ejecutaron a 20.000 personas. Fui a la taquilla y pagué los 2 dólares que costaba la entrada. Era momento de recorrer un lugar horrible con una historia aún más horrible. A Choeung Ek no se le puede considerar un Campo de Concentración como Auschwitz o Dachau. Allí no llevaban a los inocentes a trabajar para ir matándoles poco a poco. En el que es uno de los principales Killing Fields de Camboya se traía a la gente apilada en camiones para acabar con sus vidas durante la noche justo después de excavarse ellos mismos sus propias fosas. Lo mejor que les podía suceder es que les dieran un tiro en la cabeza o en la nunca para acabar cuanto antes con el sufrimiento. Porque para no derrochar munición muchos de ellos fueron asesinados a palos, a cuchillo, hacha o atravesados con aperos de labranza. Hoy día es un lugar para el recuerdo de todas estas víctimas, un trago amargo de ácido capaz de quebrar la garganta y llegar a lo más profundo del alma. Una stupa budista es el edificio más representativo del memorial, y no sólo por ser una hermosa y espigada torre apuntando al cielo.

Esta stupa se construyó en 1988 para albergar un total de 8000 calaveras encontradas en distintas fosas comunes de P1120651este Campo de la Muerte. Ya en las primeras excavaciones salieron cadáveres por todas partes. Y si se calcula que pudo haber 20.000 víctimas en Choeung Ek, no se descarta para nada encontrar nuevas fosas. Este imponente edificio religioso contiene los cráneos ordenados por edad en distintos estancos de cristal, además de ropajes de los camboyanos masacrados por los Jemeres Rojos. Visitar su interior es estremecerse en cada paso porque allí están todas esas calaveras, algunas con agujeros de bala, rodeadas de un silencio únicamente interrumpido por música budista que sirve para honrar a tantas y tantas personas que perdieron su vida en ese lugar. Cada una de ellas tiene una historia diferente pero todas coinciden en su triste y sangriento final. Y allí están, para que el mundo no olvide el que fue uno de los mayores genocidios de la Historia y que episodios como este no se vuelvan a repetir jamás.

Se dice pronto eso de ocho mil calaveras. Por mucho que lo intenté no podía verlas únicamente como meros huesos, meras sustancias inertes. Las veía como niños que corrían y jugaban en la calle, como a madres que les llamaban desde la ventana, como a las enfermeras que atendían a sus pacientes, como a los maestros que escribían la lección en la pizarra de un colegio. Eran personas como tú y como yo. Lo fueron hasta que la intolerancia se cebó con todos ellos y les arrancaron sus vidas sin que éstos llegaran a comprender porqué.

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Fuera de la stupa el entorno es más duro aún si cabe. En pleno campo hay varias fosas excavadas en la tierra que recuerdan que allí se encontraron reunidos 100, 200 y hasta 500 cadáveres, muchos de ellos descabezados, con los ojos vendados y con evidentes signos de tortura realizados en las dependencias de la Prisión de Seguridad S-21 (Tuol Sleng), en el propio Killing Field, o en ambos. Porque la mayor parte de los ejecutados en Choeung Ek pasaron antes por Tuol Sleng (la próxima visita prevista para Phnom Penh) para ser interrogados y sometidos a severos castigos, que otros muchos ni siquiera lograron aguantar. Los 15 kilómetros que separan ambos lugares definieron durante cuatro años la ruta más macabra del último tercio del Siglo XX. Sólo Hitler y Stalin habían llegado igual o más lejos durante la primera mitad de éste. Pol Pot hizo verdaderos méritos para estar en su mismo podio y, ójala, esté ahora pudriéndose para siempre en el mismo infierno.

En un árbol leí un cartelito que decía que sobre el tronco que estaba viendo fueron golpeados hasta morir decenas de bebés. Los verdugos jemeres les agarraban por las piernitas y les arrojaban con fuerza contra el propio árbol para que no sobrevivieran al primer impacto. Son algunos los testigos que así lo han asegurado. ¿Y por qué bebés y niños pequeños si se les consideraba puros por no haber mamado cualquier influencia extranjera? Los jemeres rojos consideraban que si mataban  a una persona por subversiva o traidora, debían acabar también con sus hijos para que después no clamaran venganza.

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Hay un pequeño museo que explica el funcionamiento de Choeung Ek y que expone las armas mortíferas utilizadas por los jemeres rojos, así como la vestimenta típica de color negro y pañuelo blanco y rojo de estos demonios que nacieron sin corazón, conciencia ni decencia. Mapas señalizando el rápido y eficaz vaciado de las ciudades, la presencia de Killing Fields en la que fuera Kampuchea Democrática  y paneles con los testimonios tanto de víctimas como de verdugos son algunas de las cosas que se pueden encontrar en este museo de los horrores.

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Aunque el regusto amargo y el dolor anímico de Choeung Ek no tiene ni punto de comparación con lo que sentí en Tuol Sleng, un lugar que de sólo mencionarlo se me pone la carne de gallina.

TUOL SLENG, UNA PRISIÓN DE SEGURIDAD CONVERTIDA EN UNA MÁQUINA DE MATAR

Retorné a la moto de Monty para continuar nuestro camino. El calor era más fuerte en las horas centrales del día, pero aún soportable. En unos veinte minutos dejamos el Campo de la Muerte para volver a la ciudad y visitar la Prisión de la Muerte, más conocida como Tuol Sleng o S-21. Una puerta de hierro anunciaba la entrada al Museo del Genocidio camboyano. Alrededor de ésta y de los muros que rodean el recinto se retorcían los alambres de espino, que durante el funcionamiento de esta cárcel estuvieron electrificados. A dos metros de la misma se encontraba la taquilla y me hice con un ticket de entrada por 2 dólares, el mismo precio que había pagado anteriormente en Choeung Ek. Nada más cruzar esa temible puerta me dieron escalofríos, aunque para nada comparables con los que debieron tener los cerca de 15.000 prisioneros que se calcula fueron allí encerrados, a muchos de los cuales se les arrancaban las uñas de las manos como recimibimiento. Lindezas como esta son una constante durante toda la visita por lo que no lo recomiendo demasiado a personas muy sensibles. Aunque considero que estas cosas conviene conocerlas por muy duras que sean.

La Prisión S-21 era en origen un colegio de cierto prestigio donde estudiaba la gente pudiente. En 1975 con la llegada de los Jemeres Rojos se convirtió en una cárcel de seguridad para los considerados «traidores», que no eran otros que quienes consideraban colaboracionistas con el Gobierno anterior, que al final lo eran todos. Ya comenté más arriba que llevar gafas era un posible motivo de castigo, por lo que sólo hacía falta respirar para formar parte de las purgas jemeres si se consideraba necesario. En el caso en que se detuviera a un tipo, con él venía toda su familia, niños incluídos. Y ninguno de ellos se libraba del tormento al que los carceleros y torturadores sometían a estas presas fáciles.

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Los edificios están ordenados en torno a un patio. Cada uno de ellos albergaba una función diferente. El primero que P1120688visité dirigiéndome a la izquierda del todo, disponía de los cuartos donde se interrogaba a los detenidos. En cada planta hay una hilera de aulas convertidas en verdaderas salas de tortura, con ventanas enrejadas y un interior sobrecogedor. Cuando se pasa a una se han visto todas, porque son todas prácticamente idénticas, salvo que hay unas más grandes que otras. Entre cuatro paredes amarillentas que se han ido apagando con el tiempo está el esqueleto metálico de una cama sobre la que se infringieron las torturas. Algunas aún contienen la cadena con la que cientos de presos tuvieron enganchada a sus pies para no escapar. Y una foto en blanco y negro colgada en la pared con la imagen del un cuerpo ensangrentado de una persona que pereció en esa misma cama. Los jemeres rojos fotografiaban a sus víctimas desde la entrada hasta su salida, la mayor parte de las veces con los pies por delante.

Los interrogatorios estaban sometidos a reglas, por supuesto que para los interrogados. Un cartel del patio recogía algunas de estas normas que muestran la infinita crueldad de los verdugos jemeres. He aquí tres de ellas:

– Debes contestar de inmediato todas mis preguntas, sin tiempo para reflexionarlas.
– Si me desobecedes te llevarás diez latigazos o cinco descargas eléctricas.
– No puedes llorar cuando recibas latigazos o descargas eléctricas.

Recorrí el edificio de las torturas de arriba a abajo. Cada foto me parecía más estremecedora y en ocasiones las camas estaban chamuscadas, ya que se dieron casos en que se quemaron vivos a los reos. Lo que era una sencilla aula con pizarras (algunas se pueden ver aún) pasó a ser una celda de castigo donde se infringieron métodos de tortura que hacen a la Inquisición española o a los nazis unos simples aficionados.

P1120695Otro de los edificios lo tienen adecuado como Exposición de fotos y objetos que explican lo sucedido en la S-21. Hay numerosos paneles con fotografías de las caras de aquellos que pasaron por la prisión. Su director, Kaing Guek Eav, más conocido como Duch, juzgado recientemente por ser el máximo responsable de Tuol Sleng, era metódico hasta la extenuación, y ordenó se documentara todo el proceso por el que pasaba un detenido. Por tanto se hacían fotos de cara y de perfil, se anotaba información de todos ellos, y las descripciones de las torturas e incluso ejecuciones. Por ello se ha podido conocer todo lo sucedido en este lugar y demostrar que S-21 no fue un mito como muchos creían. De lo contrario poco se hubiera sabido, ya que se calcula que tan sólo doce personas lograron sobrevivir a la cárcel demoníaca de Tuol Sleng.

Hay rostros que reflejan el dolor y la desolación más absoluta. Muchos de ellos reflejan los golpes recibidos y otros tantos la mirada de los niños que dejaron de ser inocentes para ser directamente culpables sin cargos pero sí con castigo. Incluso se muestran fotografías de cadáveres envueltos en charcos de sangre que te revuelven el estómago y lo más profundo del alma. Además se conserva una pila de grilletes junto a un busto semidestruído del Hermano Número 1, Pol Pot.

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Viendo todas esas cosas, leyendo los testimonios de torturados y torturadores, haciéndome una composición de lugar de lo que allí se vivió (o más bien murió) durante cuatro años, llegué a sufrir la misma sensación de desazón, tristeza y abatimiento que en otros infiernos que presencié en dos viajes como fueron el Campo de Concentración de Auschwitz-Birkenau (Polonia) y el Museo de la Bomba Atómica de Hiroshima. Desde ese día, veintidós de marzo de 2010, Tuol Sleng formaría parte también de mis peores pesadillas y de mi esperanza perdida en el género humano.

Por último visité las celdas donde se hacinaban a los presos en espacio minúsculos, sin apenas hueco para respirar y donde se multiplicaron las enfermedades infecciosas ocasionadas por la suciedad. Algunas de ellas no tenían ni siquiera luz. En la primera planta son de madera y en la segunda son simples muros de ladrillo levantados de forma improvisada con que dividieron las antiguas aulas para ser una de las peores cárceles que se han construído jamás. En el edificio de la prisión pura y dura, que es el tercero (a mano derecha de la entrada), se puede ver cómo por fuera está cubierto de alambre. La razón por la que se hizo esto fue para evitar que los presos se suicidaran. Sin duda era la mejor salida.

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Un pequeño museo guarda pinturas realizadas por un superviviente de Tuol Sleng con escenas cotidianas en la prisión, mayoritariamente de tortura, además de instrumentos ideados por los jemeres rojos para llevar a cabo un trabajo que hacían sin pestañear. Años después muchos de los verdugos y torturadores de la S-21 que fueron preguntados por qué hicieron todo este daño contestaron al unísono que sólo se limitaban a cumplir órdenes de arriba y reconocieron que impartieron castigos atroces a sus detenidos, muchos de ellos mujeres y niños. La lista de tormentos es larga, pero ya he dado demasiados detalles como para tener que profundizar más. Hasta lo inimaginable vivió toda aquella gente cuyo único delito había sido querer vivir en libertad.

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Yo realmente lo pasé bastante mal en esta visita en la que invertí alrededor de dos horas, pero creo que era algo que debía conocer y ver en persona. A veces por suceder las cosas muy lejos nos evadimos como si no fueran con nosotros. Y sí que nos van. La Historia de la Humanidad es realmente dura en muchos de sus episodios. Pero hay que saber de ellos para poder aprender e intentar por todos los medios que nunca se repitan. Aunque a veces me da la impresión de que hay demasiada necedad para no vivir en un constante bucle de maldad a nuestro alrededor. Y eso es algo que reconozco me da verdadero miedo.

DEJANDO ATRÁS LAS MALAS VIBRACIONES. ES NECESARIO CAMBIAR DE TERCIO

Tuol Sleng me dejó tocado anímicamente por lo que salí disparado de allí y caminé sin rumbo por algunos callejones para dejar atrás cuanto antes todas aquellas historias de sangre y sufrimiento. El excesivo calor y la insistencia de numerosos conductores de tuk tuk sy motocicletas para que utilizara sus servicios y recorrer Phnom Penh hizo que terminara refugiándome en un bar y así hacer un breve paréntesis. Aún quedaban tres cuartos de hora para que Monty viniera a recogerme así que aproveché para comer en el Boddhi Tree Café & Restaurant, justo enfrente de la entrada a la vieja prisión jemer. Su ubicación tan próxima a un destino turístico de primer orden en la capital propicia que los precios sean de todo menos «camboyanos». Pero a su favor tengo que decir que la comida me resultó deliciosa. Mi primera incursión a la gastronomía jemer consistió en una fuente de pollo con curry rojo. Un plato algo picante que alivié con dos zumos de fruta tropicales.

Cuando terminé de comer me quedé leyendo un rato la guía de Camboya para saber un algo más de mis próximos destinos en Phnom Penh: el Palacio Real y la Pagoda de Plata. De repente apareció Monty con su característico casco rosa. Momento en el cual volví a subirme a su moto y abandonar los aledaños de Tuol Sleng.

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En el camino Monty trató de venderme una actividad turística que se ha puesto muy de moda en Camboya, disparar. El desarme de los jemeres rojos propició que hubiera una cantidad ingente de armas, muchas de las cuales fueron destruídas. Otras muchas han quedado para el uso y disfrute en salas de tiro medianamente clandestinas donde por 40 dólares se puede vaciar el cargador de un kalashnikov. Por lo que supe hay todo tipo de armas para elegir, desde revólveres hasta metralletas pasando por granadas. Se sabe de millonarios que han comprado coches de desgüace para explosionarlos con artillería pesada.

Los precios que piden no son aptos para bolsillos camboyanos, por lo que sus clientes predilectos son, por supuesto, los turistas. Reconozco que tuve curiosidad al respecto, pero terminé negándome a ir porque no me apetecía estar en un lugar donde la gente se desfogara pegando tiros. Monty insistió varias veces pero comprendió finalmente que me iban más los tesoros de la Historia y el Arte que las armas. Creo que cuando vi por primera vez asomar las enrevesadas cubiertas del Palacio se terminar la conversación para mí. Así que le pagué lo acordado y le agradecí haber sobrevivido al caos de tráfico. Ahí se ponía fin a la ruta en moto porque el resto lo podía hacer perfectamente a pie.

EL PALACIO REAL Y LA PAGODA DE PLATA

La joya más reluciente y exquisita de Phnom Penh ocupa una gigantesca manzana amurallada y separada por 100 metros de la confluencia de los Ríos Tonlé Sap y Mekong. Pertenece a la realeza desde que Su Majestad el Rey Norodom decidió en 1866 fijar allí mismo la Sede de la Monarquía en lo que antiguamente fue una ciudadela del medievo. Phnom Penh recogió, por tanto, la capitalidad relegando a un segundo plano a Oudong, que había sido la ciudad principal en los dos siglos anteriores. Y así hasta ahora en la que es la Residencia del actual monarca, Norodom Sihamoní, hijo de Sihanouk, el conocido e idolatrado como Padre de la Patria por ser uno de los impulsores de la Independencia de Camboya que abandonó su condición de colonia francesa. Sihanouk sigue vivo ( 88 años de edad en el momento en que se redactó este relato), pero abdicó en 2003 en favor de su hijo, que es el Jefe del Estado (Camboya es una Monarquía Constitucional). Al ser el hogar del Rey y su familia, no está abierto totalmente al público, aunque sí una gran parte que puede necesitar fácilmente dos horas para poderla ver con tranquilidad. El Palacio real, junto a la Pagoda de Plata se visitan juntos. El precio es de 25.000 Riels, lo correspondiente a aproximadamente 5 euros. 100% recomendable. Cabe decir que cierra al mediodía para abrir de nuevo un par de horas a partir de las tres de la tarde. Una visita en la que basta asomarse al patio para quedarse boquiabierto.

Nunca he ido a Bangkok pero mucha gente que sí que ha estado encuentra múltiples similitudes entre el Palacio Real de Phnom Penh y el de la capital thailandesa. Desconozco sí es así o no. Espero poder comprobarlo personalmente algún día porque doy por hecho que a Thailandia iré con total seguridad. Es un país al que le tengo especiales ganas. Y si su ciudad más importante tiene tesoros tan impresionantes o más que éste, no me lo puedo perder por nada del mundo.

Ambos recintos están cortados por un muro, por lo que, a pesar de ser lo mismo, son entes que conviene diferenciar:

EL PALACIO REAL

Representa el área institucional, el Estado en sí, la política y la Monarquía como un todo que envuelve a Camboya con su bandera. Ocupa la parte más grande de todo el recinto amurallado y es lo primero que visitan los turistas que pasan por la taquilla. No todo es visitable, ya que alberga la residencia de los Reyes y un palacete preparado para acoger invitados ilustres. Aunque a estos lugares es complicado llegar, ya que están separados por un poblado cordón de seguridad. Como mucho se pueden ver a lo lejos, bien en los jardines o bien subidos a una azotea de los pisos de tres y cuatro plantas que hay alrededor.

El edificio más célebre y hermoso de Palacio es el Salón del Trono, reconstruído a principios del Siglo XX, y utilizado para las coronaciones y recepciones oficiales a los más altos dignatarios de todo el mundo. Los camboyanos la conocen como el Asiento Sagrado del Juicio, ya que era aquí donde el Rey y sus hombres de confianza tomaban decisiones importantes en el Gobierno y la Administración del Estado. Esa función ya no se realiza en dicha sala, obviamente, aunque sí la de la celebración de otras ceremonias importantes.

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Las torres en espiral que emergen de los tejados dorados recuerdan a las levantadas un milenio antes en los templos de Angkor. En concreto la del Salón del Trono trae a la mente la estructura del prasat del Bayon. Pero es así en prácticamente todos los pabellones de todo el área real, en las que se retuercen los dorados para buscar el cielo.

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El esplendor de una renovada Arquitectura Jemer se muestra con todo lujo de detalles en el corazón de Phnom Penh. De hecho es el lugar más visitado de la ciudad con diferencia. Detrás, aunque por poco, quedan los museos del genocidio donde acababa de estar. Esta es, sin duda, una parte más alegre y esperanzadora. Un verdadero milagro por haber sobrevivido a una legión de cafres que afortunadamente no les dio por emprenderla a palos con estos monumentos, a pesar de ser de la realeza, a la que detestaban con todas sus fuerzas.

Dejando a un lado el Salón de Ceremonias accedí a la otra parte del complejo, que armoniza a la perfección con Palacio y donde esperaban aún más sorpresas en forma de belleza.

LA PAGODA DE PLATA

La Pagoda de Plata y sus aledaños correponden a una vertiente más religiosa en comparación con la oficialidad y el ceremonial de corte político del Palacio Real. Es por ello que aparecen las stupas, las figuras de Buda e incluso un mural que rodea todo este área en la que se recrea por medio de la pintura la Leyenda épica hindú del Ramayana (durante la mayor parte del período Angkor se profesaba el hinduismo en los que es la actual Camboya). Hay un sinfín de detalles que reflejan la Historia más antigüa del país, aunque también la más reciente, ensalzando la figura monárquica, sobre todo, de Norodom (cuyo cenotafio se encuentra allí mismo).

Como por ejemplo en el Templo principal, la Pagoda de Plata, llamada así porque el Rey Sisowath mandó incluir nada menos que 5000 baldosas de plata que pesan en torno a un kilogramo cada una. Este es el pabellón más importante y ornamentado de todo el complejo, incluyendo el Salón del Trono, sobre todo en lo que a su interior se refiere (está prohibido hacer fotografías y vestir «de forma impúdica»). Y no sólo por sus baldosas (las visibles, ya que la mayor parte se encuentran tapadas) sino también por albergar al Buda Esmeralda (moldeado en cristal en el S. XVII) y al Buda de Oro con casi 10.000 diamantes honrando su cuerpo. En realidad tanto por fuera como por dentro es una absoluta maravilla que da gusto contemplar.

P1120787Al igual que da gusto contemplar sus jardines en los que sobresale la stupa del Rey Norodom entre otros muchos secretos en flor que se balancean en el agua de las fuentes. Por muy cerca que pase una carretera, allí no penetra el ruido de coches, motocicletas y tuk tuks. Es como si todo fuera un mundo distinto, apartado del ajetreo y formando parte de dimensiones lejanas mucho más calmadas. Si resistió a la barbarie de los jemeres rojos es porque debe haber un muro infranqueable en este espacio que logre separar la estulticia de la pureza. Lástima que no sucediera lo mismo en otros lugares que un día fueron maravillosos y en los que no quedó piedra sobre piedra. Que se han convertido en meros recuerdos de tiempos mejores.

En este entorno de arte y religiosidad es absolutamente recurrente la figura del Buda sentado con mirada compasiva y sonrisa alegre. Aunque la presencia también de motivos puramente hindúes es como en Angkor, un mestizaje de religión al cien por cien. Son sólo reminiscencias, porque la Fe budista es mayoritaria en Camboya, pero ejemplos claros de convivencia histórica de dos religiones que brotan de un mismo manantial.

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Entre hora y media y dos horas es el tiempo que se puede invertir en el Complejo de Palacio y la Pagoda de Plata si se quiere ver tranquilamente. Doy fe que caminar bajo las sombras de los tejadillos retorcidos de los pabellones y recibir el frescor de los jardines bien regados es no sólo una obligación sino más bien un placer.

SISOWATH QUAY, EL PASEO RIBEREÑO MÁS ANIMADO DE PHNOM PENH

El ala oeste del Palacio se asoma a la ribera concurrida de Sisowath Quay, donde se encuentra concentrada la mayor P1120809parte de los hoteles y hostels de precio económico y medio de la ciudad. Es el lugar de paseo predilecto tanto de los camboyanos como de los turistas que visitan Phnom Penh. Las banderas de todos los países del mundo (o más bien la mayoría) adornan el bulevar para darle un toque más internacional. Dichos estandartes ondean bajo la brisa proveniente del Río Tonlé Sap en el punto en que se fusiona con el mítico a la vez que inmenso Mekong, el octavo río más largo del mundo, con cerca de 5000 kilómetros. Desde que nace en el Tibet atraviesa países como China, Myanmar, Thailandia, Laos y la propia Camboya antes de fenecer en la costa de Vietnam dividido en nueve partes. De hecho una de las acepciones más conocidas del Mekong es la del Dragón de nueve colas, que hace referencia a cómo llega al Delta para soltar definitivamente toda su agua en el mar.

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Sería la primera vez que viera el Mekong, pero no la última, pues formaría parte de más de un episodio durante el viaje. A menos tardar al día siguiente y a más cuando hiciera mi intentona para ver los últimos delfines que navegan por sus aguas en las próximidades de Kratie. Pero esas son historias que ya tendrán su momento.

En Sisowath Quay hay toda clase de personas. Desde el típico turista inglés con la piel de un cangrejo por no soportar el poderoso Sol que cae en Camboya pasando por vendedores, mendigos, niños jugando o familias enteras dándose un paseo por allí. Esa tarde todos estaban disfutando de las últimas horas de la tarde. Incluso un grupo de monjes budistas que daban su toque espiritual y «naranja» a ese lugar en el que se conjugan los ríos más importantes de Camboya.

P1120806Me senté en el borde a observar el atardecer y se me acercó un un chaval camboyano que me dijo estar estudiando inglés y que quería simplemente practicar el idioma. Así que sin comerlo ni beberlo tuvimos una clase improvisada de un English mitad carabanchelero mitad jemer. Por muy extraña que pareciera esta mezcla varias personas se animaron a participar puesto que también deseaban conocer mejor la lengua de Shakespeare y de paso preguntar cosas sobre España, un país que por mucho que me pese, tenían totalmente desubicado. Nunca pensé que mi primer ocaso en Camboya viniera de la mano del «My taylor is rich» y el «To be or not to be». Basta una caída de hojas al suelo para tener un motivo para conversar. Y a los camboyanos el bla, bla, bla les va mucho. Ciertamente como a mí, que me lío a hablar hasta con las persianas si hace falta.

LENTAMENTE SE APAGÓ LA LUZ DEL PRIMER DÍA EN CAMBOYA

El Sol desapareció al igual que la pléyade que me acompañó a verlo marchar. Me despedí de ellos y decidí seguir caminando por Sisowath Quay y pararme a tomar algo en alguno de los muchos Restaurantes y Cafés que había por la calle. En el camino pasé por un pequeño monasterio budista en activo llamado Wat Ounalom donde varios monjes departían sentados en una escalinata. No pasé dentro puesto que prefería verlo más tranquilamente al día siguiente. Donde sí que no me quedó más remedio que parar es en uno de los cientos negocios de venta de libros fotocopiados que hay en Phnom Penh y yo diría que en todo el país. Tenía mucha curiosidad. Lo que vi muy claro es que Lonely Planet tiene un grave problema en Camboya porque no hay ni una sola de sus guías en inglés que no estén copiadas. Y por 10$ es posible hacerse con dos de estas. Muchos viajeros que se están recorriendo el Sudeste Asiático se hacen aquí con los libros que no han adquirido en las librerías de sus respectivos países. La información es la misma y la diferencia de precio es evidente al menos para pensárselo.

Me senté a tomar algo en el Café El Mundo (nº 219 C de Sisowath Quay), de estilo colonial, y en el que refresqué la garganta con un delicioso y helado zumo de mango. El aire de los ventiladores sirvió también para aliviar el calor que tenía.

Volvería al hotel en moto por 1 dólar. Allí todos se sirven como medios de transporte no oficiales porque para ellos trasladar a los turistas les supone un sobresueldo. Para que luego no digan que Camboya no es un país fácil para moverse. El que no llega donde necesita es porque no quiere.

Me dormí anotando en el netbook un pequeño guión de todo lo que había hecho durante ese día. Antes de eso cumplí con los lectores de la web dejando un comentario y subiendo una fotografía tomada en el Palacio Real de Phom Penh. Esa era una rutina que servía para relajarme y a su vez estrechar lo máximo la larga distancia que me separaba de mi gente. Afortunadamente el wifi gratuito del hotel era un medio perfecto para conseguirlo. Al menos durante un rato, porque aún estaba más para túnicas budistas, arquitectura jemer o tuk tuks que para cosas más mundanas.

No se puede decir que el primer día en Camboya no fuera intenso. Había sido un viaje a las luces y a las sombras de una ciudad como Phnom Penh que nunca pasa desapercibida. Para bien y para mal.

CONTINUARÁ

* Pincha aquí para ver una Selección de Fotografías de este capítulo.

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