Crónicas de Tierra Santa (5): Qumrán y Jericó
9 de diciembre: PALESTINA DE IMPROVISO
¡El primer autobús a Jerusalén sale a las ocho y media! exclamé a Rebeca después de mirar en el tablón de recepción los horarios de los buses Egged a la capital de Israel. En la información que me descargué en internet venía claramente que era a las ocho. Que son sólo treinta minutos de nada, pero suponía que no podíamos enlazar el siguiente autobús que se dirigía desde Jerusalén a la ciudad palestina de Hebrón, lo que suponía que como pronto llegaríamos a nuestro destino a las dos menos cuarto de la tarde. Contando que anochece pasadas las cuatro se nos reducía considerablemente el tiempo a pasar allí. Y particularmente Hebrón era un lugar en el que había volcado bastante interés. Era una gran oportunidad de observar en primera persona la crudeza del conflicto palestino-israelí.
Nos subimos al autobús sin saber que hacer. Si ir a Hebrón previo paso por la Estación Central de Jerusalén (con un paréntesis de dos horas) con tan poco tiempo o si dejarlo para otro día y volver sin más a Jerusalén, donde podíamos complementar nuestra visita a otros sitios a los que no habíamos ido ni el domingo ni el lunes. Realmente ninguna de las opciones me gustaba, sobre todo la primera, pero es que no habíamos pensado otra alternativa.Cuando ya llevábamos un rato bordeando el Mar Muerto le sugerí a Rebeca que hiciéramos algo improvisado… Se me ocurrió que podíamos bajarnos en Qumrán, donde se descubrieron los manuscritos del Mar Muerto, y dirigirnos posteriormente a Jericó, que no lo teníamos nada lejos. Pero eso no era como bajarse al lado del cine o de la panadarería. Qumrán es una zona de ruinas y cuevas en pleno desierto y además no hay transporte alguno a Jericó, aún siendo ambas partes de Cisjordania (Palestina). Todo consistía en encomendarse a la suerte, encontrar alguna opción para ir de un lugar a otro y ver qué nos deparaban los lugares elegidos. Porque de Jericó sabía la historia bíblica de las trompetas desmoronando sus murallas, que es la ciudad habitada más antigua del mundo y que fue la primera en ser gobernada por la Autoridad Nacional Palestina. Pero sobre lo que había para visitar, o cómo volver a Jerusalén desde allí, nada de nada. Qumrán y Jericó eran dos puntos en un mapa y debíamos decidir qué hacer antes de que fuera demasiado tarde.
Le planteé a Rebeca esta cuestión: «Esto será ir a la aventura. Puede salir bien o puede salir mal, pero creo que valdrá la pena. ¿Nos bajamos en Qumrán o seguimos hasta Jerusalén?». Ella se lo pensó porque es bastante más racional que yo, pero aceptó poniendo una condición: «Con que podamos llegar a Jerusalén por la noche me vale» (teníamos el alojamiento reservado y las mochilas allí). «Dalo por hecho» , le contesté. Cuando el bus llegó a Qumrán y el conductor dió el aviso por el altavoz los dos nos miramos y nos fuimos corriendo a la puerta para salir. A los segundos de marcharse un enorme silencio invadió aquel desierto de piedra en el que nos habíamos quedado. En ese momento no sabía si lo que habíamos hecho era o no lo más acertado, pero ya sólo la emoción que sentí y esa incertidumbre por no saber cuáles iban a ser los siguientes renglones de esta historia, era suficiente.
QUMRÁN
Una señal en la carretera indicaba que detrás de una pendiente se encontraban las ruinas de Qumrán. Por lo tanto, seguimos dicha señal para acceder al centro de visitantes que se adivinaba al final de una pequeña loma. Empezaba a hacer calor y con esa cuesta llegaron los primeros sudores. Íbamos dejando atrás las aguas del Mar Muerto para ponernos de cara a las áridas montañas clásicas del Desierto de Judea. En ese momento me vino a la cabeza la fascinación que ha suscitado este lugar, el antes y el después del considerado como uno de los hallazgos más importantes de la Historia. Muchos dicen Qumrán, pero realmente quieren decir «Los Manuscritos del Mar Muerto». Palabras mayores, no cabe duda.
En este lugar de durísimas condiciones, habitó hace más de dos mil años una comunidad judía muy cerrada, los Esenios. Ésta era prácticamente una secta formada eminentemente por hombres que estaban en contra de la helenización del Templo de Jerusalén y que decidieron alejarse al desierto para preparar la inminente llegada del Mesías. Sus miembros eran sumamente piadosos y consideraban inútil los bienes materiales, de los cuales debían despojarse quienes quisieran sumarse a ellos. Vivían en comunidad, compartiendo escenarios para la meditación, los baños rituales y los escasos alimentos del día a día. Sus normas eran extremadamente rígidas y pasaban incluso por tener largas horas de silencio absoluto, oraciones en común, cumplimiento del sabbath a rajatabla sin efectuar la mínima actividad (no podían ni defecar…) y en fin, una actitud religiosa ante la vida que compartían con los demás. Su disciplina era tan férrea como su intención de realizar minuciosas labores de escritura día tras día. Utilizaban la piel curtida de los animales además de otros medios como el papiro para inmortalizar las reglas de la comunidad, textos bíblicos (por supuesto del Antiguo Testamento), distintas interpretaciones de los libros sagrados y un largo etcétera que se ocuparon de guardar convenientemente en tinajas. Ante la revuelta judía que llevó a la destrucción del Templo por parte de los romanos y su posterior llegada a la zona reflejada en el definitivo asalto a Masada, los esenios y en sí los habitantes de Qumrán, decidieron esconder dichas tinajas en cuevas con objeto de preservar su amplia obra.
Veinte siglos más tarde, en el año 1947, varios pastores beduinos que buscaban una cabra que se había perdido por la zona, se toparon con un agujero en el suelo casi al borde de un precipicio por el que pensaban que el animal podía haberse despeñado. Tiraron una piedra al fondo del orificio y escucharon un ruido que no esperaban. No era precisamente un balido de cabra sino más bien el crujir de una vasija de barro. Volvieron al día siguiente y entraron por un hueco para encontrarse con varias tinajas, dos de ellas rotas, con manuscritos enrollados y perfectamente preservados a pesar de su larga vida. Las condiciones climáticas de un área absolutamente seca, y la utilización de materiales que evitaran la entrada de insectos por parte de los esenios obró el milagro. El material fue sacado para ser vendido en Belén a un anticuario y dió vueltas durante años hasta que en 1954 muchos de estos rollos de piel de oveja con textos de una época contemporánea a la de Jesús, fueron comprados por un filántropo estadounidense de origen judío. A este descubrimiento le siguieron otros por la zona, llegando tanto a Masada como al lado jordano del Mar Muerto, constituyendo una importantísima colección documental de en torno a ochocientos pergaminos. Estos escritos son los más antiguos conservados en lengua hebrea que muestran una versión de numerosos textos del Antiguo Testamento mil años más antiguos que los existentes hasta el momento. Cómo era la vida en el período del Segundo Templo, una riquísima literatura bíblica y extrabíblica, e infinidad de datos históricos y religiosos que sesenta años después de su descubrimiento se siguen interpretando. ¿Tuvieron algo que ver Jesucristo y Juan el Bautista con los Esenios?, ¿Por qué ha habido tanto ocultismo al respecto por parte del Vaticano y del Rabinato judío?, ¿El rollo de cobre conservado posee un plano con los tesoros del Templo de Jerusalén?. Como véis, esta historia ha dado para bastante y aún dará para mucho más.
En el Qumrán físico no se pueden ver in situ los distintos rollos y fragmentos procedentes de las tinajas. La mayor parte de ellos se exponen en el Santuario del Libro de Jerusalén. Aquí lo que se visita son los restos excavados desde los años cincuenta de las dependencias utilizadas por los esenios para llevar a cabo su vida en comunidad, además de tener una privilegiada panorámica de las cuevas en que se encontraron los manuscritos del Mar Muerto. En un horario de 08:00 a 17:00 (de octubre a marzo cierran una hora antes) y por 20 shekels se puede entrar a este complejo gestionado por la Autoridad de Parques Nacionales de Israel. Sí, a pesar de encontrarnos muy claramente en territorio palestino, tanto este como muchos yacimientos o monumentos de Cisjordania están controlados básicamente por el Estado israelí.
Tras un hollywoodiense y breve documental en torno a la vida de los Esenios y del hallazgo de los Rollos del Mar Muerto seguimos una ruta definida por excavaciones que aún siguen realizándose. Lo digo de forma literal porque allí estaban trabajando a destajo los arqueólogos destapando nuevas áreas que quizás den un poco más de luz sobre este asentamiento que pudo albergar a unas doscientas personas al mismo tiempo. Y que sería un preludio más bien «emitaño» de los primeros monasterios, aunque en versión judía.
El yacimiento arqueológico ha sacado a la luz las distintas dependencias que utilizó esta comunidad tan cerrada creada por el llamado «Maestro de Justicia», el cual escogió estas secas y duras tierras para retirarse con sus seguidores. Se ha encontrado lo que dos mil años antes fue la cocina, el almacén, el refectorio, los lavaderos y la sala donde se reunían para escribir y, por tanto, elaborar los riquísimos manuscritos que han pasado a la posteridad.
Estas ruinas no se caracterizan precisamente por ser demasiado grandes. Son además muy poco intuitivas a primera vista, convirtiendo en imprescindibles los folletos que entregan con los tickets para ubicar qué es cada cosa. Para el que no ame la Historia y la Arqueología pueden llevarle a decepción, sobre todo si se ha estado en otras excavaciones antes como por ejemplo Masada, que es realmente extraordinaria. En ese caso hay que mirar más allá y apreciar el entorno que rodea el yacimiento, los palmerales del fondo cambiando el color perenne de las montañas y ese cielo azul que no falta casi nunca a su cita. Y si eso no vale, dejarse llevar por razones puramente sentimentales, pensando que se está en un lugar hasta hace poco remoto en el que vivió gente coetánea a Jesucristo que ejerció una labor documental indiscutible. Que aquí se llevó a cabo un hallazgo de película del que aún se sigue hablando y que probablemente en ese mismo lugar estén enterrados los descubrimientos del siglo que viene.
Cierto es que resultaría sumamente interesante poder penetrar a alguna de las cuevas cosidas a la piedra en las que fueron escondidas cuidadosamente los manuscritos. Pero como no se puede, hay que limitarse a observar en la distancia los sugerentes vanos naturales que hay detrás del acantilado. Quien fuera Indiana Jones para adentrarse en la roca y desenvolver mil y un misterios.
MISIÓN JERICÓ: UN BUS QUE NUNCA LLEGÓ Y LA SOLUCIÓN AUTOSTOP
Tras la visita a Qumrán volvimos a la carretera nº90 trazada en el lado oeste del Mar Muerto. Después de preguntar a los trabajadores del Centro de Recepción de visitantes sobre si había alguna manera de llegar a Jericó desde allí y que no nos dieran ninguna solución (los israelíes no comprenden qué es lo que uno puede ir a hacer en Palestina), sólo contábamos con una opción para ir a esta ciudad. Esta pasaba por esperar el siguiente autobús que se dirigiera a Jerusalén (el 486 debía pasar a las once de la mañana según los cálculos que habíamos hecho con la información que anotamos en Masada), y una vez dentro pedir al conductor que nos dejara en la intersección conocida como «Jericho Junction» (a aproximadamente 20 km.). En este lugar sabíamos que lo normal es que hubiera taxis palestinos que nos acercaran a la ciudad, a unos ocho kilómetros de allí. Es una intersección que separa la autopista israelí de una carretera puramente palestina, por lo que de una forma u otra llegaríamos a Jericó. O al menos eso era lo que pensaba en ese momento.
La cuestión es que en aquella solitaria parada de buses de Qumrán no pasó ningún autobús. Ni a las once, ni a las once y cuarto, ni a las once y media… Vamos, que los únicos vehículos que veíamos por esa carretera eran de israelíes o de turistas que iban al Mar Muerto. Realmente las cuentas ya nos empezaron a fallar cuando se hicieron las doce y no había señal de ningún Egged que nos llevara a la dichosa intersección de Jericó. Cuando nuestros ánimos empezaban a flaquear y veíamos que «nuestra improvisada aventura» estaba abocada al fracaso se detuvo un coche negro. Me acerqué a él y le puse ojitos de corderito a Rebeca, que me correspondió echando rayos y centellas con la mirada porque me conocía y sabía lo que iba a suceder . El tipo que conducía el vehículo, que era judío y que vivía en un pueblecito cercano a Qumrán, se dirigía por trabajo a Tel Aviv, por lo que tenía que pasar necesariamente por la Jericho Junction. Cuando le comentamos nuestra situación se ofreció muy amablemente a llevarnos y fue imposible decirle que no. Vale que hacer autostop no era la idea que teníamos, pero sin duda era la única opción que disponíamos si queríamos salir del desierto de Qumrán y aprovechar las suficientes horas en Jericó.
De esa forma en quince minutos llegamos a esa intersección de carreteras donde el hombre nos dejó para proseguir con nuestro camino. Al fondo se veía un edificio grande que al parecer durante la guerra sirvió como refugio de francotiradores, tal y como nos contó sin entender qué podíamos querer hacer en una ciudad como Jericó. Después de las despedidas y agradecimientos nos quedamos en aquel cruce solitario. Estuvimos unos instantes en un arcén buscando dónde situarnos correctamente. De un lado, dirigiéndose a Jerusalén, había una parada de autobús de los clásicos verdes de Egged. Del otro, enfilando hacia Jericó, había otra parada, en este caso destartalada en la que uno no se podía ni sentar. Obviamente acudimos a la segunda y comenzaron a pasar viejos taxis de color amarillo (al igual que la matrícula), que eran los palestinos, aunque estaban todos ocupados. De repente nuestras caras gesticularon incredulidad cuando de fondo vimos pasar el dichoso bus que habíamos estado esperando durante más de una hora. Aunque de nada servía lamentarse porque nuestro objetivo primero lo habíamos conseguido de una forma u otra. Lo que queríamos era llegar a Jericó. No llevábamos en la parada ni cinco minutos cuando apareció un taxi conducido por un chico negro con una mujer al lado que nos preguntó dónde queríamos ir. Le contestamos que a Jericó y aceptó llevarnos por diez shekels. Nos pareció un buen precio a pesar de que el coche estaba en un estado bastante penoso. Para nada eso fue un impedimento. Con que el motor funcionara nos valía. Y más después de que en Zimbabwe meses atrás nos subiéramos a un vehículo que parecía estar recién salido del desguace y que nos dejó tirados en medio de la carretera por no tener gasolina. A su lado el taxi palestino era un Rolls Royce.
JERICÓ, EL ECO DE LAS TROMPETAS Y LAS BALAS
Los ocho kilómetros de carretera a Jericó supusieron un cambio radical de un mundo a otro. Las aseadas autopistas israelíes dejaron paso a un asfalto quebrado por las zanjas y los baches. Hay restos de los checkpoint israelíes que hasta hace muy poco ahogaban a la ciudad, aunque lo que sí permanece todavía es una base militar con estrellas de David ondeando junto a un edificio castigado por la metralla. No es el único, ya que a las afueras de Jericó son muchas las huellas de las balas, rastro de las repetidas contiendas entre Israel y Palestina. Los oscuros agujeros fueron dando paso a las paredes desgastadas de una periferia desfavorecida.
Jericó es una huella viviente de acercamientos y alejamientos sucesivos de los frentes abiertos en Oriente Próximo. La ciudad bíblica es mucho más antigua que las que nacieron junto al Tigris, el Eúfrates y el Nilo, y es testigo de mil horrores y algunos pocos aciertos a lo largo de su convulsa historia. Esta población al oeste del Río Jordán, en el que Jesús fue bautizado según el Nuevo Testamento, estará siempre ligada a dos hechos. Al capítulo de las trompetas milagrosas que echaron abajo sus murallas en tiempos de Josué para que sus soldados arrasaran la ciudad y acabaran con la vida de sus habitantes (según los textos bíblicos, por supuesto). Y a ser la primera consecuencia de los Acuerdos de Oslo firmados por Isaac Rabin y Yasser Arafat en 1993 como un principio de intenciones entre Israel y los Territorios Palestinos. Jericó fue la primera ciudad (y región) cuyas competencias fueron transferidas a la Autoridad Nacional Palestina. Son dos, pero realmente hay tantos aconteceres en este lugar que se necesitarían tantas vidas como un gato para contarlos todos.
Cuando alcanzamos nuestro ruidoso taxi amarillo el centro de la ciudad recibimos un soplo de vida. Las calles estaban muy animadas por el trasiego de personas que iban de un lado a otro, los comerciantes vendían a puro grito todo tipo de cosas y los coches se sumían en un caos circulatorio. Pero todo en pequeña escala, asumible e incluso divertida. El taxi se detuvo en el punto de referencia de la Jericó moderna, distanciada a un tres kilómetros de kilómetros de Tel es Sultan, el yacimiento arqueológico de la Jericó que nació hace más de diez mil años. Esta es la Plaza Mayor de la ciudad, donde una gran rotonda rodea un amago de parque con palmeras, y donde algunas instituciones públicas como el Ayuntamiento o la Comisaría de Policía tienen sus sedes. Las banderas palestinas colgaban de los tendidos y los transeúntes portaban los clásicos pañuelos blancos y negros o rojos y negros.
Antes de pagar los diez shekels de la carrera tratamos de decirle al jovencísimo conductor que podíamos llegar a un acuerdo para que nos llevara un par de lugares interesantes que me había dado tiempo a señalar en la guía en los tiempos muertos de Qumrán cuando estuvimos esperando el bus. Eran en realidad tres, aunque dos de ellos estaban juntos: Las ruinas excavadas de la antigua ciudad (Tel es Sultán) donde la Biblia relata el episodio de las siete trompetas que derribaron las murallas (noroeste), el Monte de las Tentaciones en el que Jesús pasó cuarenta días (noroeste), y por último, el Palacio omeya de Hisham (norte). Estos tres sitios se encuentran a más de tres kilómetros de la Plaza mayor, por lo que nos convenía tener un medio que nos transportara a ellos. Nuestro amigo el taxista no entendió ni papa de lo que le dijimos. Creo que en inglés sólo sabía contar hasta diez y poco más. Sonreía y sonreía pero no hubo manera de que comprendiera nuestras intenciones. Fue entonces cuando otro taxista que estaba parado al lado se bajó de su vehículo y como sabía un poco de inglés terminó llevándose el gato al agua y negociando personalmente con nosotros lo que pretendíamos. Que si doscientos shekels por aquí, que si yo te doy cincuenta, que si eso es muy poco así que os lo cobro en ciento cincuenta, que si no se preocupe usted que ya preguntaremos a otro conductor, que si ciento veinte está bien y que si lo cerramos definitivamente en cien. Trato hecho, de taxi a taxi y tiro porque me toca.
«¿Dónde vamos primero?» preguntó. Le pedimos que a Hisham y por último a la parte de las ruinas y el Monte de las tentaciones, que se pueden ver prácticamente juntos. Queríamos estar de regreso a la Plaza en un par de horas, tres como máximo, con objeto de tener tiempo suficiente para darnos una vuelta, comer y desenvolvernos por nuestra cuenta junto a los lugareños. Y ya al anochecer trataríamos de volver a Jerusalén como fuera. No me informé para nada de los transportes que había para llegar a la frontera de Cisjordania con Jerusalén Este, pero tenía plena confianza en que no nos costaría mucho trabajo encontrar taxis tanto compartidos como privados de sobra que nos resultaran rápidos y económicos. Digo confianza que no certeza.
EL PALACIO OMEYA DE HISHAM, UNA VENTANA A LAS ESTRELLAS
Hisham ibn Abd al-Malik fue uno de los primeros y más importantes Califas Omeyas, que dejó su rastro en Jericó en forma de espléndido Palacio de invierno. Este lugar ubicado a las afueras de Jericó (unas guías dicen 2 km del centro y otras 5 km, me inclino por esta última) representa el mejor ejemplo de Arquitectura Civil Islámica, cuando esta religión estaba apenas empezando a caminar (aunque a paso fuerte, porque en cien años se habían convertido en un auténtico Imperio). Fue edificada sobre unas termas romanas muy antiguas y decorado con el mejor material, sus suelos regados con magníficos mosaicos y las paredes de estuco decoradas con gran profusión de detalles. Había numerosas habitaciones, una mezquita, salas de baño, almacenes y un enorme patio centrando este espacio de formas cuadradas y convenientemente amurallado. Hisham gobernó entre el año 723 hasta el 743. Después de la muerte del Califa, la vida del Palacio se agotó a los cuatro años, cuando un terrible terremoto lo arrasó, sumiéndolo en un estado ruinoso irrecuperable. Muchas de sus piedras fueron empleadas para realizar otras construcciones en la ciudad hasta que a partir de 1930 se tuvo conciencia de su importancia histórica y artística, y se comenzaron las excavaciones y los trabajos de restauración. Con la ayuda de varias naciones el Palacio de Hisham está abierto al público como un monumento que muestra los trabajos de este conjunto arquitectónico islámico que es prácticamente un «incunable». Abre diariamente de ocho a cinco de la tarde y su entrada cuesta 10 Shekels.
Las ruinas altomedievales de Hisham necesitan de aproximadamente treinta minutos para verlas bien. Hay un sinfín de columnas, ventanas y estructuras pertenecientes a distintas estancias que no sucumbieron al terremoto y sobrevivieron durante mil trescientos años para formar parte de este conjunto que, con suerte, se visitará en absoluta soledad. Algo que a nosotros nos sucedió y que realmente agradecimos.
Hay numerosas áreas interesantes que visitar en el Palacio, pero de todas ellas hay una que sin duda es la más hermosa. Justo en el Patio Central, al que se entra por una pasarela flanqueada por un largo pasillo, se ha dispuesto una ventana que tiene la forma de estrella de seis puntas envuelta en un círculo perfecto. Esculpida hasta lograr lo sublime, esta ventana es una clara señal de lo que debió ser este lugar antes de su destrucción. Milagrosa superviviente y símbolo de todo el Arte Islámico.
Las ruinas se extendían más allá de donde llegaban nuestros ojos y gracias a un mapa un tanto complicado de entender, fuimos caminando por aposentos, arcadas, columnatas y ventanales y demás restos de la mezquita del Califa. El taxista mientras, nos estuvo esperando fuera dormitando en su coche amarillo. Nos lo tomamos con relativa calma, animados por un viento silencioso que parecía ser nuestro único guía en Qsar Hisham.
En el lado norte del Palacio hay un pequeño edificio que se utilizó como «Diwan» o Sala de Recepciones, que conserva uno de los mejores mosaicos que se pueden ver a este lado de Jordán. Se sube por una escalera trasera para poder ver mejor una escena con un gran significado, sobre todo para el Califa y sus invitados. Un árbol ubicado en el centro separa dos grupos de animales. Uno de esos grupos lo componen dos gacelas comiendo tranquilamente, y el otro a un león devorando una gacela, que obviamente no está tan tranquila sujeta a las fuertes fauces del felino. Esto es una manera de contar que los que estén al lado del Califa y se porten bien, podrán vivir plácidamente y sin miedos, mientras que los que lleven a cabo malos actos en contra del máximo gobernante, recibirán un castigo que no podrán evitar. Este mosaico ha sido de los pocos que se han quedado aquí, ya que muchos fueron llevados al Rockefeller Museum de Jerusalén.
Definitivamente Hisham nos gustó a los dos, aunque sigo diciendo que esta es una opinión que viene de alguien que desde pequeño devoró los libros de Historia y quiso ser Arqueólogo. Pero las escasas oportunidades y salidas que tienen estos estudios le hicieron replantearse dejarlas como una mera afición. Quizás viajar sea su manera de «descubrir» y cruzar la delgada línea del tiempo…
EL MONTE DE LAS TENTACIONES Y TEL ES SULTÁN
En el noroeste de la ciudad de Jericó hay una escarpada montaña a la que los árabes llaman Jebel Quruntul, nombre que procede de la denominación que le dieron los cruzados de «Monte de la Cuarentena», aquel en el que Jesús ayunó durante cuarenta días y fue tentado por el diablo.
Evangelio según San Mateo (4, 1 y siguientes): «El Espíritu condujo a Jesús al desierto para que el Diablo lo pusiera a prueba. Jesús ayunó cuarenta días con sus noches y al final sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que las piedras éstas se conviertan en panes». Le contestó: «Está escrito: No de solo pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios con su boca». (…) Después se lo llevó el Diablo a una montaña altísima y le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor, diciéndole: «Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje». Entonces le replicó Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: Al señor tu Dios rendirás homenaje y a él sólo prestarás servicio».
Hoy día se puede subir tanto a pie como en funicular hasta alcanzar prácticamente la cima del Monte de las Tentaciones. A pie es un poco duro porque la pendiente es sencillamente criminal. Es por ello que el funicular que funciona desde hace poco tiempo se ha convertido en la opción más rápida, aunque no en la menos económica (50 shekels por persona, lo más caro que pagamos en cualquier visita de Tierra Santa). Se vanagloria de ostentar del Record Guiness de ser el funicular «mas bajo del mundo» porque asciende desde una ciudad como Jericó que se encuentra a 370 metros por debajo del nivel del mar.
Rebeca, muy poco aficionada a las alturas y a los cacharros que se tambaleen en el aire, prefirió esperar abajo y que fuera yo. Subí por tanto en solitario en el funicular (que más bien diría que es un simple y ligero teleférico), que ciertamente se movió en demasía durante el viaje. Lo más interesante de subir en él son las vistas que se aprecian desde sus ventanas, las cuales se pueden abrir y cerrar como quieran para poder tomar fotografías. En primer lugar pasamos lentamente por encima de las ruinas de Tel es Sultán, que son mucho más antiguas que las Pirámides de Egipto y único recuerdo urbano de la Jericó de la Biblia. Los yacimientos sobresalen de la tierra hacia el fondo por lo que avistarlas desde el funicular puede ser una buena opción para no perder detalle de los trabajos arqueológicos que están desenmascarando el pasado de la ciudad vencida por las trompetas de Josué. Si se quieren visitar «a pie» se puede hacer de 8:00 a 17:00 horas pagando 10 shekels. Aunque en este caso son más complicadas de «disfrutar» porque no sobresalen hacia afuera sino que lo hacen hacia dentro.
En lo alto del Monte, a medida que se va subiendo (lentamente, casi diez minutos de duración) se aprecia el Monasterio Ortodoxo Griego adosado a la roca. Sin duda que a los monjes que iniciaron su construcción a mediados del Siglo XIX (aunque ya hubo iglesias antes) les gustaba retar a la gravedad y realizar sus oraciones en lugares realmente complicados. No es el único caso de Tierra Santa. Me vienen a la cabeza Mar Saba y San Jorge, aunque son muchos más los que poseen esta capacidad de agarrarse a los paisajes abruptos de montaña. El Monasterio del Monte de las Tentaciones parece una serpiente decorando la roca. Sus cúpulas blancas advierten al viajero de reminiscencias puramente griegas.
Hay un momento del trayecto en el que no se sabe si mirar hacia arriba (a las rocas y el monasterio) o hacia abajo, donde los palmerales y las casas se extienden hasta el Valle del Jordán y el Mar Muerto. En la mitad del recorrido el teleférico bajó su velocidad hasta prácticamente detenerse y donde hasta un mosquito podía moverlo. La segunda parte ya fue más rápida y en apenas tres minutos ya estaba en lo alto del Monte.
Se ha desarrollado una parafernalia turística con restaurante-mirador y tiendas en las mismas cuevas o hendiduras donde anónimos ermitaños pasaron gran parte de su vida. Lo mejor sin duda alguna es el panorama que se observa desde allí. En el rato que permanecí en aquel lugar no vi a ni un solo turista, razón por la cual muchos de los vendedores se dirigieron a mí con el cebo del fútbol español, del Madrid y del Barça, para que les comprara algún souvenir.
Hay un camino de piedra que rodea la montaña y llega hasta las puertas del Monasterio Ortodoxo. Según la guía que llevaba (Una Rough Guide en español bastante vieja) se permite la entrada de 9:00 a 13:00 y de 15:00 a 16:00 (hasta las 17:00 en verano). No era la una de la tarde todavía y allí no había signo de que se pudiera acceder tras los muros de esta comunidad cristiana que decidió habitar el Monte de la Cuarentena. Así que tuve que conformarme con no poder entrar.
Si uno se pone a imaginar cómo debía ser vivir allí todo el año cuando no había funicular ni nada, cuesta pensar en otra forma más dura de aislamiento. Aunque sin duda las hay, y muchas de ellas también se encuentran en suelo palestino e israelí, con tanto significado religioso que siempre fueron prolijos a la presencia de eremitas y ermitaños que abandonaban todo placer terrenal.
Con el Monasterio cerrado y después de recorrer tranquilamente la pasarela que lo une con el funicular, me decidí a bajar de nuevo. Cuando fui a montar uno de los encargados me dijo que debía esperar diez minutos, ya que la persona que lleva los mandos de control se había ido a rezar. Finalmente cuando pasó ese tiempo retomé el descenso para encontrarme con Rebeca, que ya se había ocupado de hacer «unas compras» para la familia. Debería llevarse a los viajes el baúl de la Piquer para que le cupieran todos los regalitos que va haciendo.
DOS PASEANTES EN LA CIUDAD DE JERICÓ
Desechamos la opción de visitar Tel es Sultán y sin más dilación le pedimos a nuestro amigo el taxista que nos llevara a la Plaza principal de la ciudad. Ya de vuelta estuvimos hablando con él un rato y se mostró bastante simpático con nosotros. Según su teoría (y la de muchos más locales que conocimos durante el viaje) los españoles somos muy solidarios con los palestinos. Y creo que lleva algo de razón. Es posible que en España haya un movimiento más favorable a Palestina que a Israel. Al menos eso se vislumbra en los medios de comunicación.
Cuando llegamos a la Plaza se ofreció a llevarnos a la frontera cisjordana con Jerusalén (Al-Quds en árabe) cuando quisiéramos. Para ahorrarnos postreras búsquedas aceptamos que a las 16:30, al anochecer, quedáramos en el mismo sitio y nos marcháramos juntos. Él, por ser palestino y carecer del pasaporte israelí, no podía entrar a Jerusalén y, por tanto, dejarnos en nuestro hotel. Pero en la frontera es sencillo conseguir transporte, ya sea por medio de buses o taxis que se mueven por Jerusalén Este. Acordamos un precio final de 100 shekels y nos bajamos de su vehículo. No teníamos ni la menor idea de dónde íbamos a ir en ese momento, pero realmente no era algo que tuviera demasiada importancia. Queríamos simplemente pasear por las calles normales de una ciudad palestina normal. Sólo eso.
Anduvimos un rato tanto por la Plaza como por las calles aledañas que son realmente mercados callejeros porque no hay edificio que no posea su respectivo comercio. Nos llamó la atención ver muchos establecimientos que vendían plátanos. Jericó es la ciudad de las palmeras, pero nunca había oído que estuviera tan bien surtida de árboles bananeros. Lo que sí que se oía muy claramente era la música tradicional árabe procedente de viejos transistores que proyectaban la banda sonora más apropiada para esos instantes de paseo. La gente que pasaba a nuestro lado nos miraba con curiosidad, pero siempre de forma respetuosa. Realmente éramos los únicos foráneos que había en el centro de la ciudad en esas horas. Llegamos hasta una mezquita nueva con dos minaretes y una cúpula dorada y retrocedimos lentamente hasta vernos de nuevo en la Plaza Mayor de Jericó.
Como ya teníamos hambre buscamos un sitio para comer. Atraídos por el olor de los shawarmas y los pollos asados que preparaban a pie de calle nos metimos al Esawi Restaurant. Éste posee dos plantas y una amplia terraza donde poder comer al fresco. Un camarero amabilísimo en todo momento nos ofreció distintas carnes al grill y la verdad que era lo que más nos apetecía. Aunque ya se sabe que en esta parte del mundo nunca faltan los mezzes o aperitivos de verduras y humus que se huntan con el pan y que siempre resultan perfectos para abrir boca. Por supuesto que pedimos la bebida revelación del viaje, el zumo de granada, que casualmente sólo hemos probado en Tierra Santa y que no nos cansamos de tomar.
Comer allí fue realmente agradable, sobre todo por poder estar sentados tranquilamente en una terraza observando la vida en el corazón de la ciudad. Nos lo tomamos con calma y disfrutamos de las cálidas temperaturas invernales de Jericó. Un té a la menta fue el mejor culmen a una comida exquisita. Nunca me cansaré de decir que para mí uno de los placeres de la vida es tomarse relajadamente, sorbo a sorbo, un té a la menta «de los de verdad» mientras se charla animadamente. Y si además se hace bajo el canto del almuecín llamando a la oración a sus fieles, la sensación es sencillamente indescriptible.
Pagamos al camarero un total de 50 shekels por los dos (aproximadamente 5€ por persona) y volvimos a la calle. Nos fijamos en la cantidad de banderas palestinas que había en todas partes al igual que carteles pegados a las paredes con la efigie de Yasser Arafat, que allí es verdadero ídolo. El partido de Al-Fatah, el cual fundó el propio Arafat, es el más votado en Cisjordania. Su moderación contrasta con Hamás, votado democráticamente en Gaza, de un carácter mucho más radical (se declaran yihadistas). Ambos tienen durísimos enfrentamientos que están haciendo cada vez más evidentes las diferencias entre los propios palestinos. Es decir, no sólo hay un problema entre Palestina e Israel sino que también lo hay entre Palestina…y Palestina. Veremos cómo se resuelve.
Desde la Plaza tomamos una larga avenida llamada Sharia Ein Al-Sultan por donde avanzamos en torno a 200 metros para ir hasta otro lugar que aparece en el Nuevo Testamento, el Árbol de Zaqueo. Éste es un sicomoro de más de dos mil años sobre el cual versa un episodio que cuenta San Lucas (19, 1-19) en torno a un recaudador que se subió a él para ver a Jesús:
Habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había allí un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los cobradores del impuesto y muy rico. Quería ver cómo era Jesús, pero no lo conseguía en medio de tanta gente, pues era de baja estatura. Entonces se adelantó corriendo y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por allí.
Cuando llegó Jesús al lugar, miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa.» Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Entonces todos empezaron a criticar y a decir: «Se ha ido a casa de un rico que es un pecador.» Pero Zaqueo dijo resueltamente a Jesús: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más.» Jesús, pues, dijo con respecto a él: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de Abraham. El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»
El árbol que la tradición identifica como el bíblico se puede visitar. Alrededor de él, sabiendo que es objeto de la veneración por parte de peregrinos, había varias personas que vendían estampitas, postales y demás souvenirs. Nosotros nos hicimos con un pañuelo palestino de recuerdo para cada uno, mucho más grueso que los que tengo de países como Siria o Emiratos Árabes. Aquel gigantesco sicomoro fue testigo de una de las poquísimas compras que hice durante el viaje. ¿Obró el milagro?
Una hora más estuvimos vagabundeando por Jericó, donde nos dio tiempo a pasarnos por otra mezquita y ver a lo lejos una Iglesia ortodoxa griega. Así la tarde se fue cerrando sobre nosotros para ir mellando un sol entre nubes. Y la vida cotindiana seguía en este baluarte palestino que respira bastante tranquilidad dentro de su apasionante desorden. Más relajada que por la mañana, la ciudad empezó a vaciarse lentamente hasta no quedar demasiada gente en la calle. Para hacer tiempo antes de que viniera el taxista que nos tenía que llevar hasta la frontera de Cisjordania con Jerusalén, nos fuimos al mismo restaurante en que habíamos comido, para tomarnos otro té a la menta. Desde allí incluso le veríamos llegar al hombre a su hora. Ya estábamos listos para abandonar territorio palestino…por unas horas, ya que al día siguiente nuestro plan era ir a la ciudad de Belén. Y el viernes a Hebrón, uno de los mayores objetivos del viaje.
REGRESO A AL-QUDS, REGRESO A JERUSALÉN
El taxista utilizó las carreteras donde tenía permitido circular. Nos contó que llevaba muchos años sin ver su amada Jerusalén. Desde que existe el muro de la discordia construído por los israelíes para separar Cisjordania de sus territorios. Actualmente sólo pueden moverse con cierta libertad los palestinos que poseen el pasaporte israelí. El resto está excluído de cualquier posible paso. Muchos vivieron en Jerusalén antes, o en algún pueblo dentro de la demarcación actual de Israel. Pero ahora sólo pueden moverse por un terreno cada vez más limitado, sobre todo por la construcción de los asentamientos judíos en los que tienen totalmente prohibido el acceso.
Vimos a multitud de militares apostados en las carreteras de «sólo judíos» que comunicaban las distintas colonias que hay antes de llegar a Jerusalén. Nos llevó hasta un barrio fronterizo donde pasó uno de los buses palestinos que tienen permitido cruzar la frontera. Las casas eran muy pobres y para aliviar el frío que estaba empezando a hacer, había gente calentándose las manos en barriles ardiendo. Afortunadamente no tuvimos que esperar de pie a que llegara el bus, ya que el taxista se ocupó de que nos pudiéramos subir directamente a él. Se portó bien con nosotros y se llevó una muy aceptable propina.
El autobús, que era el 36, tuvo que detenerse en un control militar israelí. Dos personas armadas nos hicieron bajar a todos para mostrarles los pasaportes y entonces volver a nuestros asientos. Estaban asegurándose que entre los ocupantes todos tuviésemos la documentación en regla para pasar a Israel. Desde ese control hasta la Puerta de Herodes de la Ciudad Vieja necesitamos poco más de diez minutos. Y de la Puerta de Herodes al Muro de los Lamentos cinco más.
Fue realmente curioso pasar rápidamente de la primera ciudad gobernada por la Autoridad Nacional Palestina al lugar más sagrado para el judaísmo. De los pañuelos y turbantes a los sombreros negros con bucles. Las distancias son tan cortas y las diferencias son tan grandes que cuesta asumir que se ha estado en un lado y en otro en un mismo día. Dos universos que se odian a apenas un paso.
Volvimos al hotel donde nos recibieron con los brazos abiertos y con un té calentito servido en la habitación. No se habían tomado a mal que me llevara sin querer las llaves. Sobre todo porque éramos sus únicos clientes. La 514 volvió a ser nuestra más deseada morada, la misma sobre la que caen los rezos de la noche y las luces de la Explanada de las Mezquitas se reflejan en los ventanales. Estaba contento, creo que la apuesta fue fuerte y los dos ganamos de sobra. Había valido la pena bajarnos a lo loco en Qumrán. Y es que a veces improvisar es acertar…
CONTINUARÁ…
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10 Respuestas a “Crónicas de Tierra Santa (5): Qumrán y Jericó”
«La cuestión es que en aquella solitaria parada de buses de Qumrán no pasó ningún autobús. Ni a las once, ni a las once y cuarto, ni a las once y media……
… se detuvo un coche negro. Me acerqué a él y le puse ojitos de corderito a Rebeca, que me correspondió echando rayos y centellas con la mirada porque me conocía y sabía lo que iba a suceder»
Jajajajaj, lo cierto es que es de las mejores aventuras improvisadas que he leido. Eso si, no se porqué me da Sele, que este día te ganaste alguna que otra colleja, jejejeje
Genial! Como siempre, jejejeje
Alguna colleja sí…jejej pero al final reconoció que se lo había pasado GENIAL, así que el autostop desértico fue lo más acertado. Siempre me dice «nunca te pasa nada hasta que te pase». Espero siga sin pasarme nada jejej
Venga chavetas, nos vemos. ¿Os animáis a lo de la charla de Olías del Rey?
Sele
Mucha presión nos metes ultimamente… jejejej… si ya tuve que descartar Cambridge por los motivos que ya sabes, estamos en las mismas para ahi. Que conste que me parece una iniciativa genial!! Ya te leere que tal fué todo pero habia que empezar a hacerte un busto porque gracias a todas tus iniciativas cada dia es más grande la «scene viajera» española (o como se diga)
Vuelvo a decirlo… OLEEE POR ESE AUTOSTOP DESERTICO 😛
Saludos desde tailandia campeon..
un abraz..
Jejeje Sele, me ha gustado. Como siempre, haces que cada viaje tuyo se convierta en un destino deseado para mí, y seguro que para más de uno. A eso yo lo llamo «el don de contagiar»
Mi pregunta del millón, y espero que me contestes: ¿lo ves un destino factible para hacerlo con Martí?
Un abrazo!
PD Dile a Rebeca, que siempre os pasa igual: ella te frena un poco, al final ganas tú como siempre, y como siempre también acaba viviendo una buena experiencia. Un beso Rebe!!!
Hola Carme,
Pues dependiendo a que zona vayas sí que puede ser factible para ir con niños. No a Hebrón o a Nablús, pero sí a Jerusalén, Masada y mil sitios más. Yo de verdad me sentí seguro. Quizás yo esperaría a que el niño comprendiese más la Historia que está pisando. Con ella aprovecharía más este viaje.
Rebeca es el lado razonable y lógico de la pareja por lo que es normal que haya cosas que no las vea igual que yo, que estoy un poco grillado.
Ciao!
Sele
Como dice carme, cada viaje tuyo se convierte en un viaje deseado para nosotros!!!
Otro relato fantástico! Qué pasada de paisajes, tanto en Jericó como en las ruinas de Massada del anterior capítulo!!!!
Me gusta que improvisarais, supongo que en una situación así tienes dudas de si estás haciendo lo correcto, pero si sale bien, te sientes muy orgulloso!
Buenas!
He descubierto tu blog recopilando información sobre Israel, ya que voy a viajar dentro de unos días.
Había pensado visitar Qumran, el mar muerto y Masada por mi cuenta, cogiendo el 444 desde Jerusalén. He visto que en caso de Qumran, te para en la carretera y ya uno tiene que subir. ¿Lo recomendáis? Después me gustaría bajarme a Masada pero no sé si pasan muchos buses.
Un saludo!
Hola Roberto,
Han pasado unos años y no lo tengo tan fresco como entonces. Lo mejor es que vayas a Masada y de vuelta puedas bajarte en Qumrán. Luego encontrarás quien te acerque a la parada de buses a Jericó (está bien para pasar un día). O incluso quien te acerque a una parada que te lleve de vuelta a Jerusalén. Probablemente incluso las cosas han cambiado desde entonces y ya haya una mejor comunicación.
Saludos desde China!
Sele
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