Crónicas de Tierra Santa (2): Jerusalén, Santa e inmortal

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Crónicas de Tierra Santa (2): Jerusalén, Santa e inmortal

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6 de diciembre: PRIMERA INCURSIÓN A LA CIUDAD VIEJA DE JERUSALÉN

Lo primero que hicimos al despertar fue correr la cortina y tener de frente la panorámica de la ciudad antigua. Dicho acto fue secundado con un «ohhhhh» prolongado ante semejante imagen. Las murallas abrazaban una colmena de viejas casas de piedra que parecen superpuestas las unas sobre las otras. De ellas emergían espigados campanarios y minaretes a la par que cúpulas que clausuran iglesias, mezquitas y sinagogas, lugares de culto y oración de las tres religiones que cincelan la estructura física y psíquica de esta ciudad.

De entre todas las construcciones la protagonista era la reluciente Cúpula de la Roca, cuyos dorados se alimentaban de los rayos del Sol. Unos metros más a la derecha estaba también la cúpula oscura de la Mezquita de Al Aqsa. Y a medida que íbamos rebuscando más hacia adentro con la mirada se distinguían las terminadas en cruz de la Basílica del Santo Sepulcro. A la derecha del todo las cúpulas, en cambio, correspondían a las sinagogas del Barrio Judío. Retirado ya de las murallas estaba el Monte Sión con el Edificio del Cenáculo y la Iglesia de la Dormición, dos santos lugares más entre decenas.

Si desde nuestra habitación veíamos todo aquello, desde la planta sexta del hotel donde se servían los desayunos, la panorámica se completaba con el Monte de los Olivos y con la totalidad de Jerusalén Este. El comedor estaba totalmente acristalado, proporcionando una vision casi de 360 grados. Más que un lugar donde tomar pan y café tenía la apariencia de un mirador. Cierto es que el desayuno «buffet» (y destaco las comillas) era tan flojo que más valía recrearse en las vistas que en la comida en cuestión. Las cuatro rodajas de chopped y el pan del día anterior no eran dignos de restar protagonismo al espectáculo que emergía detrás de esas ventanas. Todos los focos estaban puestos en Jerusalén, una ciudad que nos estaba esperando de forma inminente.

LOS CUATRO BARRIOS Y LAS OCHO PUERTAS DE LA CIUDAD VIEJA

Reconozco que no sabía dónde empezar, cuál iba a ser el itinerario concreto a realizar intramuros. Y es que en lo que no llega a ser ni un kilómetro cuadrado hay tantas cosas que visitar que es complicado señalar un primer punto en el que comenzar a dar tus pasos. La ciudad amurallada de Jerusalén consta de ocho grandes puertas de acceso como son: Puerta de Yaffo, Puerta Nueva, Puerta de Damasco, Puerta de Herodes, Puerta de los Leones (o de San Esteban), Puerta Dorada, Puerta de la Basura (Dung) y Puerta de Sión. De todas estas la única que está cerrada es la Dorada. Y es que fue sellada por los musulmanes porque la religión judía dice que cuando llegue el Mesías entrará por aquí. Para la tradición cristiana precisamente fue la que atravesó Jesús.

Y estas puertas se abren a los cuatro barrios que componen la Ciudad Vieja, perfectamente delimitados: Barrio Musulmán, Barrio Judío, Barrio Cristiano y Barrio Armenio. El de más tamaño es el musulmán y el menor es el Armenio, pero todos ellos indistintamente contienen numerosos lugares de interés histórico, arquitectónico y religioso.

El día iba a estar dedicado en cuerpo y alma a la Ciudad Vieja, pero creo que en este caso las previsiones no valían de nada. Veríamos dónde nuestros pasos nos iban a llevar porque quizás sería ella misma la que nos dijera por donde debíamos caminar.

PRIMEROS INSTANTES, PRIMERAS IMPRESIONES

Dejamos el hotel y apenas unos metros después, en la rotonda Ras al-Amud, ya que este barrio árabe-palestino se llama así, esperamos a subirnos en uno de tres autobuses de la línea palestina (blanca y azul) que desde allí van hacia P1100069las murallas y se detienen en dos Puertas como son la de los Leones y la de Herodes. En recepción nos habían dicho que el 36, el 63 o el número 5 nos valían indistintamente. El primero no tardó ni un minuto en llegar, por lo que nos subimos al mismo después de pagar los 4 shekels que costaba el trayecto. Ya iba lleno porque es mucha la gente de Jerusalén Este la que utiliza estas líneas y además no son vehículos demasiado grandes. Más bien son minibuses si les comparamos con los grandes Egged verdes que se mueven en el área metropolitana y por todo el país. Pero ir apretados no fue suplicio alguno porque en apenas cinco minutos ya nos habíamos bajado junto a la Puerta de Herodes (última parada junto al Rockefeller´s Museum), que con la de Damasco y la de los Leones, da acceso al Barrio Musulmán. Cruzar aquella puerta supuso sumergirnos en un apasionante entramado de callejuelas estrechas de arcos y de escalinatas.

Lo único que nos recordaba estar en el Siglo XXI fueron las cámaras de vigilancia que había colocadas en prácticamente todas las calles. Por lo demás aquello era un perfecto paisaje urbano medieval, un laberinto empedrado de colores uniformes. La población de este barrio es principalmente musulmana (salvo las casas ocupadas por los colonos judíos) y dedicada mayoritariamente al comercio. Bajamos toda la calle Aqabat Darwish topándonos con nuestros primeros velos y nuestros primeros pañuelos palestinos, tan característicos.

LA VÍA DOLOROSA

La cuesta abajo nos llevó casi hasta la Puerta de los Leones, que precisamente es el inicio de la ruta más conocida de la Ciudad Vieja, la Vía Dolorosa. Así se llama al recorrido que la tradición cuenta que siguió Jesús con la cruz hasta el Gólgota o Monte del Calvario. Desde el momento en que es flagelado y condenado en el Palacio de Pilatos hasta que es crucificado y enterrado en el Santo Sepulcro. La Vía Dolorosa está dividida en etapas que marcan cada una de las catorce estaciones que reflejan los hechos narrados en los Evangelios sobre el tortuoso tránsito de Jesucristo con la cruz a cuestas.

La Vía Dolorosa atraviesa de oeste a este la Ciudad Vieja, y recibe la visita de turistas y peregrinos devotos que sienten una gran emoción por seguir los pasos de Jesucristo. Se sea cristiano, budista o ateo, este es un recorrido que siempre resulta indispensable en todo viaje a Tierra Santa. Si no es por Fe y sentimiento religioso, es por viajar dos mil años en el tiempo e imaginarse la Jerusalén de la época de Herodes, por visitar esos lugares históricos y por atravesar el corazón de una ciudad milenaria.

Cada una de las Estaciones de la Cruz aparecen bien indicadas a lo largo de la calle mediante placas con números romanos. En ocasiones están muy escondidas, sobre todo cuando se adentran en los zocos. Es recomendable para que no se escape ninguna llevarlo bien señalado en un mapa o en una guía.

He aquí cada una de las 14 Estaciones del Vía Crucis que comienzan a 300 metros oeste de la Puerta de los Leones y finalizan en la Basílica de Santo Sepulcro (las cinco últimas se encuentran en este punto):

1. Jesús es sentenciado a muerte en el Palacio de Pilatos.
2. Jesús es flagelado y condenado a morir crucificado. Pilatos le muestra a los judíos y proclama «Ecce Homo» (He aqui el hombre). Comienza a cargar la Cruz.
3. Jesús cae por primera vez
4. La Virgen María se encuentra con su hijo cargando la Cruz.
5. Simón el Cirineo le ayuda a Jesús a llevar la Cruz.
6. Verónica limpia el rostro de Jesucristo con un sudario.
7. Segunda caída de Jesús.
8. Jesús consuela a las mujeres piadosas que lloran por él.
9. Tercera caída de Jesús.
10. Jesús es desprovisto de sus ropas.
11. Jesús es clavado en la Cruz.
12. Jesús muere en la Cruz.
13. Jesús es bajado de la Cruz.
14. El cuerpo muerto de Jesús es depositado en su tumba.

Normalmente la gente camina por la Via Dolorosa por su cuenta o utilizando guías turísticos. Los viernes a las 15:00 horas los visitantes tienen la oportunidad de seguir una procesión liderada por los Padres Franciscanos que se inicia en el Centro de Recepción de Peregrinos, a 300 m. de la Puerta de los Leones, donde se encuentra la Primera Estación. Hay quien utiliza la Vía Dolorosa para «hacerse daño» y cargar con una cruz de alquiler. Las tienen hasta de cuarenta kilos de peso y no son pocas las demandas para los más devotos. Hasta ví coronas de espinas vendidas como souvenir.

Nosotros lo hicimos por nuestra cuenta y, aunque reconozco que una o dos Estaciones se nos escaparon la primera vez por el gentío que había y el camuflaje de algunas de las placas, vivimos con intensidad el Vía Crucis. Son las etapas de la Pasión de Cristo pero también es una incisión hermosa por las entrañas de Jerusalén.

Desgranémoslas paso a paso:

PRIMERA ESTACIÓN

En la Madrasa de al-Omariya, una escuela coránica, se cree que dos milenios atrás estaba situada la Fortaleza Antonia, el lugar donde tuvo lugar el juicio de Poncio Pilatos a Jesús. La madrasa sigue ejerciendo de escuela y se puede visitar ocasionalmente aunque no conserva nada de la época romana. Normalmente si se prueba por las tardes puede haber suerte.

SEGUNDA ESTACIÓN

En la segunda Estación Jesús recibe numerosos latigazos y es conminado a cargar con la Cruz. Prácticamente al frente de la Madrasa de al-Omariya hay un Monasterio Franciscano que recuerda aquel hecho. Entrando el mismo, a la derecha se alza la Iglesia de la Flagelación, donde según la tradición los romanos golpearon repetidamente a Jesucristo. Y a la izquierda la de la Condenación donde supuestamente fue obligado a portar la Cruz.


Iglesias de la Condenación y Flagelación respectivamente

Estos santuarios franciscanos son relativamente modernos (S. XX) levantados sobre templos medievales. Y estos a su vez sobre el lithostrotos, que es el pavimento de la época de Jesús. En la Capilla de la Condenación se puede ver parte de dicho suelo, aunque no es tan grande como el conservado en los bajos del Convento de las Hermanas de Sión, unos metros más adelante.

Este Convento de las Hermanas de Sión se le conoce también como el del Ecce Homo y es el antecesor del Arco del mismo nombre en ese primer tramo de la calle, construído en la época de Adriano. La fotografía más característica de la Via Dolorosa se encuentra precisamente en este lugar que recuerda cómo Pilatos presenta al pueblo a un Jesús flagelado y con la corona de espinas en su cabeza pronunciando «Ecce Homo» que quiere decir «He aquí el hombre». Era una forma de decir que con aquel castigo era suficiente y no había necesidad de ajusticiar con la muerte a alguien que para él no había hecho nada malo más que autoproclamarse Rey de los Judíos.

Evangelio de San Juan (cap. 18): «Entonces Jesús salió fuera, con la corona de espinas y el manto de púrpura, y (Pilato) les dijo: <<¡He aquí al hombre!>>. Los sumos sacerdotes y los satélites, desde que lo vieron, se pusieron a gritar: <<¡Crucifícalo, crucifícalo!» >>Pilato les dijo: <<«Tomadlo vosotros, y crucificadlo; porque yo no encuentro en Él ningún delito».>>

Nos pareció realmente interesante la visita a las dependencias subterráneas del Convento de las Hermanas de Sión (20 Shekels) donde hay conservado parte del lithostrotos del lugar del juicio a Jesucristo. Se distinguen distintas marcas en el pavimento que correspondían a juegos de la época. Los más devotos muestran esas señales hendidas como las realizadas por los soldados romanos cuando se jugaron sus ropas. Además del suelo de hace 2000 años se puede acceder a través de galerías a las Cisternas como la de Strouthion que en los años de Herodes se ocupaba de surtir agua al Templo. Es un viaje a los subsuelos donde hay restos de la ciudad de hace dos mil años.

Sobrepasando el arco y hechando un vistazo a la Iglesia del Ecce Homo, con restos de la antigua Puerta de P1100085Adriano, hay otra parte que también corresponde a la Segunda Estación del Vía Crucis. Y es una prisión de los tiempos de Jesús convertida en una misteriosa y oscura Iglesia Ortodoxa en la que se puede caminar entre húmedas y tétricas grutas. En una de ellas en la que hay que agachar la cabeza y seguir la luz de las velas se llega a una pequeña dependencia con una capilla repleta de iconos que tiene un banco de piedra con dos surcos en los que a los presos se les hacía meter las piernas para luego ponerles cadenas en los pies. Los ortodoxos dicen que ese fue el lugar exacto en que estuvo encarcelado Jesús, mientras que otra más grande correspondería a la del ladrón Barrabás, que fue liberado. Desconozco si fue el exagerado olor a incienso o la luz tenue del lugar pero sentí una enorme paz allí dentro. Y mucha gente lo pasa de largo porque no lo ve.

TERCERA ESTACIÓN

Al final de la calle hay un cruce con viviendas, comercios y una mezquita (Calle al-Wad). Siguiendo el mapa tuvimos claro que teníamos que ir a la izquierda, ya que subiendo la cuesta de la derecha se va directo a la Puerta de Damasco. Además no es necesario caminar más que dos pasos para ver una diminuta capilla polaca que conmemora el momento en que Jesús se cae por primera vez con la cruz.

CUARTA ESTACIÓN

Unos metros más adelante, casi adyacente, está el Patriarcado Católico Armenio y la Iglesia de Nuestra Señora del Espasmo (1881), que reflejan la cuarta estación del Vía Crucis, correspondiente a la escena en que Jesús se encuentra con su afligida madre.

QUINTA ESTACIÓN

Mateo 27: 32. «Al salir hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a este obligaron a que llevara la cruz.»

Abandonamos al-Wad en la primera callejuela que sube por la derecha. Justo donde se inicia esta cuesta hay una pequeña capilla franciscana del Siglo XIX en el lugar en que la tradición dice que Simón de Cirene le ayuda a Jesús a llevar la Cruz instigado por los soldados romanos. En la pared se ve borrosa marca de una mano sobre una roca que los peregrinos tocan creyendo que es la del propio Jesucristo, aunque es algo realmente improbable.

En este punto nace una empinada subida que se dirige al Monte de la Calavera o Gólgota del que nos hablan los Evangelios. Esta calle, como muchas de las de la Ciudad Vieja, está flanqueada a ambos lados por comercios de artesanía y souvenirs. Al ser estrecha en los días de mayor afluencia turística el paso se hace mucho más lento y pesado, aunque no cabe duda que es otro tipo de «Calvario» más agradecido que otros.

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SEXTA ESTACIÓN

En ese mismo tramo ascendente, cuando se lleva la mitad del camino, hay otra iglesia en cuya paed hay una placa con un seis en números romanos. Es la Iglesia de Santa Verónica. Desde la Edad Media se dice que fue aquí donde Verónica utiliza su velo para secar la cara de Jesús a su paso con la Cruz, quedando grabadas milagrosamente las facciones de su rostro. El santo sudario o santo paño de la «imagen verdadera», que es lo que viene a decir el nombre de Verónica (Vera icon en latín) se conserva en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

SÉPTIMA ESTACIÓN

La calle se corta por la Cristian Quarter Street, que señala el final del Barrio musulmán y el principio del cristiano, ya muy cerca del Santo Sepulcro. Unos metros más hacia delante, en la calle que sigue hacia arriba se recuerda que ese fue el lugar en que Jesús cae al suelo por segunda vez. Hay una pequeña capilla católica que recoge este hecho.

OCTAVA ESTACIÓN

Sin salirnos de esa calle, apenas unos pasos de la séptima estación hay una placa con un VIII sobre las paredes del Monasterio griego de San Charalambos que recuerda que allí fue donde Jesús consoló a las mujeres que lloraban por él.

NOVENA ESTACIÓN

Retrocedimos nuestos pasos y tomamos la Cristian Quarter Street sentido derecha. Esta calle tiene los techos cerrados y se nota un aumento considerable de las tiendas de motivos cristianos. Coronas de espinas, tierra santa en bolsitas, crucifijos de madera, rosarios, iconos ortodoxos y un largo etcétera que enmarca este espíritu comercial mezclado con la religiosidad de las gentes que transitan la calle. Bueno, bonito y barato a dos pasos del lugar más sagrado de la cristiandad. De repente vimos una bajada con escalones que según el mapa teníamos que tomar. Aquí supuestamente teníamos que haber visto un IX donde la tradición sitúa la tercera caída de Jesucristo con la cruz a cuestas, pero al parecer esta parte es un poco confusa y pasamos directamente a la décima, ya en la Basílica del Santo Sepulcro.

DE LA DÉCIMA A LA CATORCEAVA ESTACIÓN: BASÍLICA DEL SANTO SEPULCRO

Una callejuela se retuerce hacia abajo y hacia la izquierda, un camino demasiado humilde y enrevesado para ser el P1100101que lleve al templo más sagrado de la Cristiandad, la Basílica del Santo Sepulcro, por encima de San Pedro del Vaticano y de cualquier otro. Y es que Santa Elena, madre del Emperador Constantino, cuando viajó a Jerusalén identificó a éste como el Gólgota descrito en los Evangelios que se había ocupado de jalonar siglos antes el Emperador Adriano con un templo pagano dedicado a Venus con el que soliviantar las presiones de el «peligroso» e incipiente movimiento cristiano. Es aquí donde se sitúan las últimas cinco Estaciones del Vía Crucis, tras los muros de una Basílica de fachada románica que se construyó en el Siglo IV y se reconstruyó en tantas ocasiones que es difícil llevar la cuenta. Pocos sitios han tenido tanta controversia como este que ha sido pasto de las llamas y que ha caído una y otra vez, muchas veces por el afán de destruir nacida de la intolerancia.

Ya digo que la fachada no parece a primera vista ser la más acorde para un lugar tan sagrado. Es sencilla, humilde y encajonada entre callejones. Rebeca y yo entramos a la Basílica por una puerta menos ornamentada que cualquier catedral europea y nos percatamos de que a pesar que es un edificio mantenido por las distintas ramas del cristianismo (Iglesia Ortodoxa griega, Iglesia Ortodoxa rusa, Iglesia Católica, Iglesia Latina, Iglesia Jacobita Siria, Iglesia Etíope, etc…) la influencia mayoritaria es de la ortodoxia a tenor de la iconografía dibujada en las paredes y de las pequeñas lámparas colgadas con cadenas del techo. La luz natural era muy escasa, penetrando apenas por recovecos, puertas u óculos como el que hay destacado sobre la Rotonda en la que está el Santo Sepulcro en cuestión. Pero antes de llegar a este paso subimos unas escaleras que teníamos a la derecha y que habíamos visto nada más entrar por la puerta principal. Este es el supuesto ascenso a la cima del Gólgota y contenedor de cuatro Estaciones o etapas de la Pasión o Muerte de Cristo: X Jesús es desnudado, XI Jesús es crucificado, XII Jesús muere y XIII Jesús es bajado de la Cruz.

Los techos y paredes están pintados de azul oscuro imitando a un cielo sin apenas luz. Ángeles y angelotes cubren el espacio físico en el que se ubican varios altares. El de la 10ª y 11ª Estación es un altar católico romano no muy llamativo. Es más bien el situado en el centro el que más hace «sentir» a los más devotos. Un disco de plata en el suelo con un agujero indica el punto exacto donde se colocó la cruz de Cristo. La gente fue pasando poco a poco agachándose para tocarlo. Algunos aprovechaban la coyuntura y el largo viaje para rezar y hacer sus ruegos a Dios. Un rumor de susurros y caminares sobre la piedra se escuchan en un escenario de luz ténue que se cuela por las lámparas de plata y el altar del Siglo XVI realizado por Domenico Portigiani por petición del Cardenal Ferdinando de Médici. Pero casualmente este espacio actualmente está bajo la jurisdicción de la Iglesia Ortodoxa griega y son los popes los que lo custodian. La decoración y el ornamento alrededor es muy propia de esta Iglesia que, repito, se deja ver mucho más que la católica, apostólica y romana.

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Bajamos las escaleras para abandonar «la roca del Gólgota» y nos encontramos con otra de esas reliquias únicas que la gente toca y besa con fervor. Es una losa pulida de color rosáceo que hay en el suelo pero que está ornamentada por encima con lámparas. La conocida como Piedra de la Unción es, según la tradición católica, la misma sobre la que yació el cuerpo muerto de Jesús mientras fue limpiado y perfumado por la Virgen y por María Magdalena antes de ser depositado en el sepulcro. Los griegos, en cambio, la identifican con el descendimiento de la Cruz.

Las discusiones con escaso fundamento histórico y sin importancia son muy comunes en el más Sagrado Templo de la Cristiandad. Porque curiosamente la Basílica del Santo Sepulcro es algo así como un propiedad de todos y P1100133propiedad de nadie complicado de comprender. Muchas áreas tienen distinta jurisdicción cristiana. Hay representadas Iglesias que la mayoría de los que acuden no han oído hablar en sus vida (yo me incluyo). Y los representantes de cada una de ellas vigilan y organizan su espacio como si de su Reino de Taifas se tratara. Cuentan que hay trifulcas hasta de quien barre qué parte. Muchos lo llaman «La Guerra Fría del Santo Sepulcro». Incluso se quedan por las noches, cuando la Basílica está cerrada al público, para velar y, sobre todo, vigilar que «al vecino» no se le ocurra hacer nada extraño. Algunos se quejan de que antaño los cristianos xxxx les habían robado su capilla o que habían hecho obras sin pedir permiso. Y no es eso lo más bizarro que se ocurre allí desde hace siglos. Hay algo aún más curioso todavía. Quienes se encargan de clausurar y abrir el portón de la Basílica del Santo Sepulcro desde los tiempos Saladino (S. XII) son los miembros de una familia musulmana, los Nuseibe. Esta medida se cumple por las diferencias entre las distintas facciones cristianas que custodian el interior del templo. En resumen, las llaves de la cristiandad están en manos de los musulmanes. Si es que es de locos.

Si se sigue de frente desde la Piedra de la Unción se llega hasta un vasto área circular que recibe la luz desde el óculo de una gran cúpula. Aquí nos encontramos en la Rotonda, la única parte que conserva la estructura de del edificio que había en la época de Constantino (S. IV). Y es en el centro exacto de la Rotonda, flanqueada por columnas, donde se encuentra el Santo Sepulcro. Aunque éste no está a primera vista, ya que la que fuera tumba de Jesús para los cristianos desde el tiempo en que Santa Elena descubrió el Monte del Calvario, está recubierta por un tabernáculo rectangular de 8 x 6 metros, el edículo. Esta estructura ennegrecida por el humo de las velas sustituye desde 1808 a la que hubo desde el Siglo XI (que a su vez fue la que sustituyó al edículo del Emperador Constantino, destruído por el Califa egipcio al-Hakim).

El edículo guarda en su interior la joya de la corona, la tumba de Jesús que se lleva adorando cerca de dieciséis siglos. Para poder entrar y verla tuvimos que esperar una larga fila de un grupo organizado de turistas rusos, los más numerosos en Israel con diferencia. El espacio interior donde se ubica la tumba es bastante pequeño por lo que van dejando pasar de cinco en cinco, aunque en turnos bastante rápidos, llamando la atención a quien se le va la mano con el tiempo, que no es extraño que suceda. Cuando nos tocó a nosotros nuestra estancia en el edículo fue inferior a dos minutos. Antes de entrar en la cámara mortuoria hay un vestíbulo conocido como la Capilla del Ángel por la piedra que se expone en el mismo lugar en la que según los Evangelios se sentó el Ángel que anunció a las Santas mujeres que Cristo no estaba en la tumba, que había resucitado. Allí mismo atravesamos una puerta de apenas un metro de largo para estar por fín a solas en la sala pequeña que tiene una lápida recubierta de mármol. Esta lápida, al igual que todo el edículo, es una cebolla en capas de todas las épocas. Pero realmente el final es este, el espacio minúsculo que recuerda la muerte y resurección de Jesús, y que sin duda alguna para un cristiano convencido y con Fe le embargará la emoción de estar aquí. Aunque ese momento tan especial lo romperá un religioso desde fuera diciendo que los demás también quieren entrar. Lástima.

El interior de la Basílica es un tanto caótica y lamentablemente no hay indicación alguna de qué es una cosa y qué es otra, lo que provoca que la mayoría de los viajeros desconozcan el significado de muchas de las dependencias que están visitando. Para evitar esto y vivir al máximo las excelencias y oscuridades de este lugar es muy recomendable llevar un mapa lo más detallado posible. Haciendo clic aquí podéis descargaros uno muy completo y en español.

Hay capillas escondidas por todas partes, aunque recomiendo que nadie se pierda la diminuta Capilla Copta (Iglesia de Egipto) en la parte trasera del edículo que está custodiada por un religioso de dicha confesión. Es quizás el ejemplo más evidente de que la Basílica del Santo Sepulcro es en realidad, mil sitios dentro de uno solo. Algo así como una Iglesia-Ciudad. El que vaya lo comprenderá.

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EL MORISTÁN Y EL LEVE CAMINAR SIN RUMBO QUE NOS LLEVÓ HASTA EL CHECKPOINT DEL MURO DE LAS LAMENTACIONES

Cuando abandonamos el Santo Sepulcro nos dirijimos no por donde habíamos venido sino hacia el sur. Muy próximo se encontraba un pequeño vecindario al que se le llama el Moristán, que en persa significa «hospedería». Esa es una alusión muy adecuada a lo que en su día fue el barrio donde se hospedaban los peregrinos venidos de muchas partes del mundo. Hoy en día es una araña de calles muy comercial en cuyo centro hay una fuente que se ha restaurado recientemente. Tiendas y cafés se abren al turista en este espacio más diáfano y menos apretado de lo que es normal en Jerusalén. Una de las Iglesias más destacadas es la de San Juan Bautista, que es la más antigua de la ciudad (S. V), aunque la más visible de cara al exterior es la luterana del Redentor. Ambas permanecían cerradas a cal y canto, por lo que emplazamos nuestro regreso al Moristán para otro día.

Entonces lo que hicimos fue dejarnos perder por los zocos, tomar una calle allí, girar por allá, bajar escaleras. En fín, lo que viene a ser caminar sin rumbo fijo, disfrutar de un entramado laberíntico muy interesante. Todo en un ambiente aparentemente tranquilo muy contrario a la imagen de inseguridad que tantas veces nos muestran los medios de comunicación.

El callejeo nos llevó de nuevo al barrio musulmán, el más grande de la Ciudad vieja. Un ir y venir de ancianos con el característico pañuelo palestino cubriendo la cabeza y símbolos islámicos pintados en las paredes de las casas nos indicaron claramente que habíamos abandonado el distrito cristiano. Basta con observar las escenas del día a día de una ciudad para emprender el mayor viaje posible. Disfruto con la mera contemplación de un barbero afeitando a sus clientes, de un tendero mostrando sus productos, de los niños regresando del colegio o de una radio antigua de la que emergen cantos populares árabes que un viandante tararea.

Cuando uno se adentra en la parte en el que el Barrio musulmán linda con el judío es muy curioso ver esa mezcla de población caminando en un sentido y en otro. La Calle Al-Walid, cuando está próxima a una de las entradas al Muro de las Lamentaciones, es un trasiego de judíos ortodoxos de traje negro y pobladas barbas que acuden raudos a rezar cruzándose en su camino con los bordados de los pañuelos palestinos. Es en ese punto cuando el paisaje ciudadano nos proporciona escenas de contrastes que te hacen olvidar por un instante que hay un grave conflicto entre judíos y musulmanes que hay varias viviendas ocupadas por colonos judíos ultraortodoxos o que un mes antes una lluvia de piedras cayó sobre la policía israelí. Es como si de repente todo eso quedara atrás esperando nuevos acontecimientos, como si hubiera treguas de convivencia. Ya digo que en ocasiones es muy complicado comprender las cosas.

A escasos diez metros del checkpoint de una de las entradas a la zona del Muro de las Lamentaciones desapareció toda presencia árabe. Estábamos a punto de entrar al lugar más importante y sagrado de la Religión judía y todas las precauciones posibles son tomadas por parte de los soldados que se ocupan en cada momento de controlar los accesos al mismo. Los rostros y los atuendos cambiaron en un segundo. Éramos bienvenidos a otro de esos sitios que nunca se olvidan.

EL MURO DE LAS LAMENTACIONES

Cuando superamos el control de metales caminamos entre diez y veinte metros más hasta llegar a una vasta explanada. Nuestra mirada se desvió a la derecha y ahí estaba el famosísimo Muro de las Lamentaciones en el P1100159cual había un grupo de fieles rezando. Por un lado los hombres y por otro las mujeres, aunque cabe destacar que el muro reservado para ellas es mucho más pequeño que el que utilizan los varones para llevar a cabo sus oraciones. Los judíos ultraortodoxos consideran que rezar en el Muro de los Lamentos es cosa de hombres, pero afortunadamente esas asperezas se han limado y hoy en día hay libertad al respecto. Allí acude todo el mundo, ya sea a formular sus ruegos a Dios, o ya sea a simplemente observar cómo lo hacen los demás. Y doy fe que es un lugar con una atmósfera ideal para quedarse horas mirando. Aquella fue la primera vez que teníamos delante el Muro pero no sería la única, ya que volveríamos en incontables ocasiones durante el viaje. Cierto es que para volver al hotel siempre nos venía muy bien la Dung Gate y por ello muchas de nuestras jornadas en Israel finalizaron en este punto.

A esas horas de la mañana no había demasiada gente y se respiraba una tranquilidad absoluta. La mayor parte de los judíos que acudían al rezo eran ortodoxos, distinguibles por sus trajes y sombreros negros, aunque los había también P1100165que únicamente llevaban la kipá en la cabeza, el gorro tradicional con el que entrar a lugares sagrados, sinagogas o cementerios, entre otros. Aunque en Jerusalén los hay quienes van siempre con la kipá (de lana o de tela) cubriendo su coronilla. Al fin y al cabo es otro de sus emblemas. Los más curioso de ver son los ultraortodoxos, por sus vestimentas negras que parecen de otro tiempo, por sus sombreros gigantescos que son en ocasiones estrambóticos y circulares, y los tan característicos rizos o bucles que caen de los laterales de la cabeza (y que explicaré más adelante porqué se los dejan). Realmente en Jerusalén se ve a muchísima gente con este aspecto, bastantes más de los que me podía imaginar. En esta ciudad la Fe religiosa no parece tener medias tintas y cuando hay tres distintas, el conglomerado poblacional es realmente llamativo.

Mucha gente sabe que el Muro de las Lamentaciones es el Lugar más Sagrado del Judaísmo pero son menos los que conocen las razones por las cuales esto es así. ¿Qué es exactamente el Muro?, ¿Qué representa? son algunas de las preguntas que más de uno se hace. Os daré una explicación muy breve y concisa que soliviante las dudas al respecto:

En realidad el muro es el único resto que se conserva del Segundo Templo de Jerusalén (y del que hablé en el Capítulo anterior). Lo que todos vemos es un vestigio de los muros de contención que en la época de Herodes se crearon para poder llevar a cabo la tan ansiada ampliación. Cuando fue totalmente derribado por Roma tan sólo quedó visible esta parte para que el Pueblo Judío pudiera recordar y lamentar no sólo la destrucción de su Templo y de toda la ciudad, P1100292sino también su posterior diáspora (exilio). Los judíos atribuyen su conservación a la promesa de Dios de que quedara en pie al menos una parte del Templo Sagrado con objeto de ser un símbolo de la Unión del Pueblo Elegido. El Muro Oeste es además el más cercano al Sancta Sanctórum, el lugar del Templo de Salomón que guardaba el Arca de la Alianza, y por tanto el más sagrado de todos. Pero esa parte, que en realidad sería la más importante de todas (El Monte Moria o Explanada de las Mezquitas), está vedada para los judíos (por su propia religión, ya que sólo podía hacerlo el Sumo Pontífice), siendo el Muro occidental el más accesible para todos ellos. En el mismo no sólo se lamenta la destrucción del templo sino que se realizan distintas ceremonias religiosas, se lee la Torá y se hacen alabanzas y ruegos a Dios. Para esto último en los huecos que hay entre los sillares es tradicional depositar papelitos con peticiones y demandas al Altísimo.

Rebeca y yo nos fuimos cada uno a nuestro lado para ver de cerca al Muro y a la gente en plena oración. En la parte masculina es obligatorio cubrirse la cabeza por lo que para el que no lleve nada con que hacerlo proporcionan gratis kipás de cartón. En la femenina sólo se cubren las mujeres judías que estén casadas, por lo que las turistas pueden no hacerlo si así lo estiman.
Si uno se acerca verá cómo las grietas y huecos del muro son utilizados como un tablón de anuncios a Dios y cómo los que van allí a rezar se balancean como en constante acto de alabanza. Algunos cubren sus ojos con los brazos como si lloraran e incluso muchos besan la piedra antes de marcharse caminando hacia atrás para no dar la espalda a su lugar más sagrado.

Hombres vestidos de negro, porque para el judaísmo es el color de la pureza, con sus clásicos sombreros y sus característicos bucles, no pasan desapercibidos. Mis dudas acerca de por qué se dejan esos rizos me las solucionaría días después una mujer española en Masada que me remitiría al Levítico 19:27 donde dice: «No contornéis el extremo -peot- de vuestras cabezas, y no destruyáis el extremo de vuestra barba«. Esto supone no raparse los costados de la cabeza, aunque hay un mínimode longitud para poder cortárselos. Pero los Jasidim y otros ultraortodoxos consideran hacer más de lo que la Ley Estipula y no se los cortan nunca, dejando caer de los laterales estos rizos que se han convertido en símbolo judío. En Jerusalén es muy fácil ver estos bucles y a los más pequeños colgando largas hileras del pelo que nace por encima de las orejas.

Es realmente fascinante este lugar porque no se deja de aprender en él en ningún momento sobre una religión y una cultura como la judía. Después de permanecer allí bastante tiempo y emplazándonos a volver de nuevo, nos marchamos subiendo las escaleras de la derecha (si miramos desde el muro) para ir hasta un mirador que se puede ver desde la propia Plaza del Muro de las Lamentaciones donde pone «Kollel Chabad. Free Kitchen for the needy». Allí mismo hay una barandilla desde la que doy fe se hay unas maravillosas vistas. La excelente panorámica del Muro se completa con la Explanada de las Mezquitas y con el brillo áureo de la Cúpula de la Roca.

En Jerusalén hay varios puntos con vistas (Monte de los Olivos, Ciudadela, Campanario de la Iglesia del Redentor, etc.) a los que vale la pena subir y que son más completas que la que hay aquí. Pero ninguna permite observar tan de cerca el Monte Moria donde se construyó el Templo Sagrado de Salomón, convertido actualmente en la Explanada sagrada para el Islam y el el Muro sagrado para el Judaísmo. Sorprendentemente son dos universos antagónicos que provienen de uno solo.

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Y tras las vistas y las horas que llevábamos en pie no hubo un reparador mejor que un plato de Falafel (croquetas de garbanzos típicas en los países de Oriente Medio) y pan de pita para mojar en distintas ensaladas y humus (puré de garbanzos con limón y aceite), todo ello aderezado con un espectacular zumo de granada natural que nos prepararon al instante. Un tentempié con el que aguantar un buen rato más y así poder perdernos por el inconfundible Barrio Judío de Jerusalén.

VUELTA Y VUELTA EN LA JUDERÍA, EL BARRIO MÁS PRÓSPERO DE LA CIUDAD

Habíamos decidido dejar la Explanada de las Mezquitas para el día siguiente para poder estar más tiempo, ya que si lo hacíamos en ese momento sólo tendríamos una hora para hacerlo (Abre al público de 7:00 a 10:30 y de 12:30 a 13:30) por lo que cambiamos nuestro recorrido para visitar otro de los distritos de la ciudad. Tomando como punto de partida la Dung Gate junto al propio Muro de los Lamentos fuimos dando un rodeo a la muralla de la época de Suleyman el Magnífico para adentrarnos en el área sudeste de la ciudad vieja y que corresponde al barrio más moderno y cuidado, el Judío. A pesar de que por esa parte (Batei Mahasse Street) hay que salvar una mayor pendiente que en otros accesos, las vistas del Monte de los Olivos y de Jerusalén Este son una amable compensación sensitiva.

Llegamos a un amplio aparcamiento y detrás había varios edificios pulcramente pulidos. Es aquí donde se encuentra un área relevante para la comunidad judía que habita la Ciudad Vieja: Las Cuatro sinagogas Sefardíes de la calle HaKehuna. Los judíos sefardíes son los descendientes de los que sufrieron la expulsión de Sefarad (la actual España) en tiempo de los Reyes Católicos (1492), y junto con los Askenazíes (del Centro y el Este de Europa) configuran los dos brazos más fuertes de la diáspora. Y es en la calle HaKehuna donde las sinagogas del Rabbi Yohanan Ben Zakkai, Emtza´i, Stambuli y Eliyahu HaNavi y las muchas escuelas de la Torá (Yeshivas) donde se respira un fuerte aroma religioso. A esas horas muchos niños y niñas, por separado ya que los colegios religiosos no son mixtos, inundaban las calles y plazas para jugar los unos con los otros. Mientras tanto los profesores, bajo la estética particular de la ortodoxia judía, acompañaban a los más pequeños.

El barrio judío fue probablemente el que sufrió mayores daños a lo largo de la Historia, aunque fue entre 1948 y 1967 (Formando parte del territorio de la Liga Árabe Transjordana) cuando más se hizo sentir el dolor de los disparos, las bombas y los derribos, afectando a sus edificios y calles. Pero tras la Guerra de los Seis días y hasta el momento la inyección económica de los lobbys judíos, americanos mayoritariamente, se nota en cantidad porque aquí se encuentran los edificios de viviendas más cuidados, un mayor número de restaurantes (de comida Kosher, adaptada a los preceptos de la religión judía) y de comercios de alto nivel. La infraestructura en incluso la limpieza en este barrio son un claro contraste con los otros distritos de la Ciudad Vieja. La judería es elegante, está bien equipada y es más cara. No hay más que pasear por ella para darse cuenta.

Tan sólo algún que otro minarete ha sobrevivido a los siglos como exponente de la cultura musulmana que tiempo P1100222atrás convivió con la judía. Pero en estos tiempos de incomprensión e intolerancia étnica y religiosa eso se ha terminado. El Gobierno israelí ha promulgado Leyes que prohiben a los musulmanes adquirir viviendas e implantar negocios en este barrio. Son medidas, cuanto menos, discriminatorias, que se suman a otras muchas que no han sabido ponerle el tacto suficiente a una ciudad habitada por distintos grupos. Desde fuera, sin vivir aquí, es complicado comprender muchas cosas aunque sí hay que tener los ojos y los oídos bien abiertos para escuchar las distintas teorías de unos y otros. La amistad entre las comunidades es cada vez más lejana y sólo cabe esperar (y soñar) que algún día las cosas se solucionen y se pueda convivir en PAZ en una Tierra en la que ya se ha sufrido demasiado.

Olvidándonos de polémicas modernas y retornando a la Arqueología, una de las partes más interesantes del Barrio Judío es la que contiene los restos del Cardo Máximo de la época romana (132 d.C) en que Jerusalén fue llamada Aelia Capitolina por el Emperador Adriano. Esta era la Calle principal de la ciudad, flanqueada al completo por columnas y que unía la Puerta de Damasco con la Puerta de Sión, es decir, el Norte y el Sur, tal y como se estructuraban las ciudades del Imperio romano. En el mosaico-mapa de Mádaba (Jordania), el mejor y más grande conservado de Jerusalén y alrededores, se distingue perfectamente esta Avenida que fue en parte modificada por los Bizantinos y los Cruzados. Una de sus partes está al aire libre, aunque mayoritariamente permanece cubierta en el interior de una galería abovedada de hace aproximadamente nueve siglos que actualmente cumple una función de zoco o centro comercial tradicional.

Las banderas blanquiazules con la estrella símbolo de Israel nos llevaron precisamente hasta la Calle de David, que une (o separa) el Barrio Judío del Cristiano. Ese es otro de los puntos de mezcla judeocristianamusulmán en los que es posible vez sombreros negros, pañuelos palestintos y alzacuellos sacerdotales. Esta larga calle finaliza en la Jaffa Gate y en una especie de plaza oblicua donde se sitúa la Ciudadela o Torre de David, la cual fuimos a visitar no sin antes almorzar en un restaurante libanés aledaño unas deliciosas brochetas de cordero.

LA CIUDADELA Ó TORRE DE DAVID: UNA FORTALEZA QUE HA VENCIDO A LA HISTORIA

Mirando un mapa de Jerusalén no sabría si ubicar este lugar dentro de los límites del barrio armenio o del judío, P1100265aunque finalmente parece que acertaría si eligiese el primero. Aunque para nada la cultura armenia ha intervenido en la construcción de esta infranqueable Fortaleza que se levantó en primera instancia siglos atrás del nacimiento de Jesucristo. Macabeos, asmoneos, romanos, cruzados, árabes y turcos fueron levantando murallas y torreones de una Ciudadela rodeada de un foso (actualmente seco) con clara apariencia altomedieval digno de la imaginería que se tiene de los tiempos de las Cruzadas. Caminando alrededor de sus murallas es sencillo volver atrás para ver centenares de jinetes en sus caballos negros traspasando el puente levadizo o las banderas blancas con cruces rojas ondeando por el viento que acostumbra a azotar en Jerusalén. Y si se tiene un día poco imaginativo no hay problema, porque en este Museo de Historia los montajes, las maquetas y hasta los hologramas son capaces de traspasarnos por ellos mismos a las distintas épocas de la vida de esta ciudad. Todo por 35 shekels por persona.

A la ciudadela también se le conoce como Torre de David, por extensión de uno de sus torreones del que emerge un antiquísimo minarete. Siglos atrás se pensó que aquí se encontraba el Monte Sión, y a la postre Palacio y Tumba del Rey David. Pero ese lugar se encuentra al Sur de la ciudad vieja, fuera de sus murallas, aunque la tradición no ha echado atrás esta errónea nomenclatura.

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Cierto es que es realmente interesante conocer de primera mano la Historia de la ciudad y pasear por las ruinas de esta fortificación. Pero más emocionante es tener la suerte de echar una ojeada a la ciudad vieja desde este punto estratégico y elevado justo a la hora en que las Mezquitas llaman a sus fieles a la oración. En ese momento sólo vale mirar, escuchar y sentir.

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Pincha sobre la imagen para ver video de la llamada a la oración desde la Ciudadela

EL BARRIO ARMENIO

Su supervivencia se puede considerar casi como un milagro después de ser un grupo étnico masacrado a lo largo de los siglos. Se dice que a Jerusalén llegaron en el Siglo I d.C y lo que no cabe ninguna duda es que fue el primer Estado en declarar el Cristianismo como religión oficial. En su día este barrio sudoccidental de la Ciudad Vieja tuvo muchos más moradores armenios de los que hay ahora. Son aproximadamente dos mil miembros de este grupo étnico los que viven en este barrio al que poco a poco se lo está comiendo el distrito judío con el que linda al este. Por eso más bien son supervivientes, descendencia viva de la Iglesia Apostólica Armenia que tiene su cabeza en esta ciudad en la que particularmente me pareció el Templo Cristiano más hermoso que hay intramuros: La Catedral de Santiago.

Esta Catedral está unida a un complejo amurallado que tiene un monasterio donde viven aproximadamente 500 religiosos, una Biblioteca e incluso un Museo de Arte e Historia Armenia. El interior de la misma es sencillamente hermoso y por ello sorprende que no sea una de las más visitadas de la ciudad. Quizás sean sus caprichosos horarios de apertura y cierre, y que estos estén enfocados únicamente a las ceremonias religiosas sin contemplar para nada el turismo. Rebeca y yo fuimos los únicos extranjeros durante nuestra visita. El resto eran sacerdotes armenios que no nos quitaron ojo ni nos dejaron tomar una sola fotografía. El templo está dedicado a Santiago el Mayor y a Santiago el Menor, aunque en más medida a este último, quien fue el Primer Obispo de Jerusalén. Se estructura en una nave central de planta cuadrada bajo una cúpula sostenida por cuatro pilares y dos pequeñas naves laterales. El suelo está recubierto por alfombras y las paredes son preciosos azulejos de motivos geométricos y vegetales en los que domina el azul, el verde y el blanco. La Iglesia es oscura pero tremendamente bonita, que no tiene nada que envidiar a las muchas que hay en todo Jerusalén. Su atmósfera es la misma que la que había en tiempos de los primeros cristianos. Incluso continúan con una tradición que cuenta con más de mil años, la de golpear un madero llamado nakus para avisar a los feligreses, ya que durante la época musulmana estuvo prohibido el repicar de las campanas.

El barrio armenio de Jerusalén, que parece una fortaleza en sí mismo, está lleno de carteles que recuerdan el genocidio al que les sometieron los turcos en la I Guerra Mundial. En ellos se pueden leer proclamas junto a mapas y fotografías de víctimas de los campos de concentración que había en Turquía, en los cuales se segó la vida de cientos de miles de personas pertenecientes a esta minoría tan vilipendiada por la Historia. Un maltrato que nunca tuvo el reconocimiento de Europa cuando fue una masacre étnica en toda regla. Es por ello que los armenios de Jerusalén lo recuerdan en sus paredes, para que se sepa qué sucedió y nadie lo olvide.

EL MONTE SIÓN

Cuando se nos terminó la calle principal del Barrio Armenio, en el extremo sudoeste de la Ciudad Vieja, salimos de la muralla a través de la Puerta de Sión (totalmente tiroteada), que separó en tiempos de Suleyman a la colina sagrada para judíos y cristianos: El Monte Sión. En este dos edificios resaltan muy por encima de los demás. A la derecha (poco después de salir por la Puerta) un edificio inmenso de techo negro en foma de cono: La Abadía de la Dormición; A la izquierda el edificio donde la tradición cristiana sitúa la Última Cena de Jesús con sus discípulos y donde la judía ubica el lugar donde fue enterrado el Rey David.

Nos dirigimos primero al edificio de la izquierda. En la planta baja los judíos rezaban sobre en cenotafio (que no tumba) de David. Y subiendo unas escaleras, sin encontrarnos a una sola persona, accedimos a una sala de arcos góticos, el Cenáculo o Sala de la Última Cena (Entrada Gratuita).

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«Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: -Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía» Del mismo modo el cáliz después de haber cenado, diciendo: -Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros (Lucas 22).»

Sin duda esta Sala no es lo que cualquiera tendría en mente ya que fue convertida en Basílica Bizantina primero (S. IV), sufrió gravísimos daños siglos después por los persas y pasó a ser una Basílica Cruzada a la que más tarde remodelarían los franciscanos. Por tener, incluso tiene un mihrab señalando a la Meca porque durante la etapa mameluca sirvió como Mezquita.

Saliendo de la misma por otra puerta hay una escalera estrecha que lleva hasta una azotea desde la que se puede ver a la perfección el Monte de los Olivos y más allá la separación de los barrios de Jerusalén Este del Territorio Palestino distinguiéndose con claridad el serpenteante Muro de Hormigón, también llamado «de la vergüenza» y que fue prohibido por el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya.

Lamentablemente la Iglesia de la Dormición (principios S. XX) estaba cerrada a esas horas, por lo que no pudimos visitar uno de los varios lugares que los cristianos identifican como el que murió la Virgen María. Aún así la fachada y su torre cónica vale la pena contemplarlos porque se han convertido en santo y seña de la silueta de Jerusalén.

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LOS ÚLTIMOS RAYOS DE LUZ EN EL MURO DE LAS LAMENTACIONES

La tarde fue abrazando cada vez más los resquicios de un Sol que comenzaba a apagarse. Lamentablemente en Israel los días invernales son muy cortos, terminándose a eso de las cuatro o cuatro y media. Los últimos rayos de Sol golpearon las Cúpulas de Al Aqsa y de la Roca que se resistían a la venida de la oscuridad.

Quisimos ver cómo era el ambiente de un domingo por la tarde en el Muro de las Lamentaciones por lo que retornamos a la zona pasando los pertinentes controles de seguridad que hay en todos y cada uno de los accesos a este Lugar Sagrado. El gentío era mucho mayor que el de por la mañana constituyéndose una amalgama de trajes y sombreros negros que apenas dejaban hueco entre los sillares para poder realizar sus plegarias a Dios. Algunos cantaban salmos, otros se balanceaban con vehemencia y más de uno se echaba literalmente a llorar contra la pared. Más que el muro en sí, es el paisaje humano el que da pie a crear una atmósfera aparte sobre la que uno puede estar horas y horas. No es necesario ser judío ni siquiera pertenecer a una religión determinada. Simplemente basta con ser curioso, observar y desear aprender.

Rebeca se marchó al lado femenino y yo me puse la kipá de nuevo para poder acercarnos a la gente y ver muy de cerca la expresión de aquellas caras entregadas por completo a su Dios. Para muchos ir al muro es además un acto social y de relación entre los miembros de la comunidad.

Este fue uno de los sitios donde más fotografías he podido hacer en mi vida, no sólo porque allí están muy abiertos a que se les tome imágenes de ellos rezando, sino porque en cada segundo hay cientos de rostros y expresiones que merecen ser inmortalizadas para el recuerdo. Ya digo que el Muro de los Lamentos da para mucho.

EL TÚNEL DEL MURO OCCIDENTAL

Hay otra forma de ver el Muro de las lamentaciones y es hacerlo a través de unas excavaciones realizadas en la década de los noventa que pasan al ras del Monte del Templo hasta la Vía Dolorosa. En realidad son galerías de más de dos mil años que ya estaban construídas con anterioridad pero que se han acondicionado para recibir visitas. Fue su salida a la Vía Dolorosa y la ejecución de obras sin permiso a los responsables islámicos que controlan la Explanada de las Mezquitas las que alimentaron más aún si cabe el conflicto existente en la zona. La crisis en la que unos se sintieron libres para hacer lo que les diera la gana con los fondos recibidos de Estados Unidos y en la que otros vieron peligrar los cimientos de la Mezquita de Al Aqsa, forzó graves enfrentamientos entre israelíes y musulmanes dejando unas cifras desoladoras: 80 palestinos y 14 soldados judíos muertos y más de mil heridos entre ambos bandos. Un precio demasiado alto.

Hay que reservar rutas guiadas (en inglés y en hebreo) en las taquillas que hay junto a los cuertos de baño de la Plaza. Una excursión de una hora y cuarto cuesta 25 shekels y conviene tenerla contratada con antelación, ya que es una atracción turística muy solicitada. Nosotros contratamos un tour que salía a las 19:30 y realmente puedo decir que vale la pena hacerlo. No sólo porque ofrecen detalladísimas explicaciones (con maquetas, imagen y sonido) de cómo era Jerusalén en tiempos del Primer y Segundo Templo Sagrado, sino por atravesar galerías y pasadizos tan antiguos como la propia Historia. Hay sillares de varias toneladas que parecen imposibles de ser trasladados desde las canteras (descubiertas recientemente, por cierto), cisternas y calles de la época de Herodes. Si uno no tiene claustrofobia recomiendo la visita.

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CONCLUSIONES Y CIERRE DE UN DOMINGO AJETREADO

Jerusalén estaba siendo más de lo que me había imaginado. Aún faltando infinidad de cosas que ver, ya había superado todas mis expectativas. Es muy complicado encontrar tanta Historia en un lugar tan pequeño. Cada piedra, cada trozo de suelo, cada pared y cada casa tenían algo que contar. Repican las campanas, se oyen lamentos en el muro, llaman a orar a las mezquitas. Se cierran las puertas por hoy de la ciudad más controvertida del Planeta.

Jerusalén Este, nuestro barrio durante el viaje, dormía plácidamente esperando un nuevo día que esperaba ser tan fascinante como el anterior.

17 Respuestas a “Crónicas de Tierra Santa (2): Jerusalén, Santa e inmortal”

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