Crónicas de un viaje a Bulgaria y Macedonia 3: Veliko Tarnovo
9 de noviembre: VELIKO TARNOVO O VIAJAR A LA BULGARIA DE LOS ZARES
A mediados del Siglo XIII casi toda la península de los Balcanes se había sacudido el dominio bizantino y sus designios eran dictados por los Asen, la Dinastía de Zares del conocido como II Imperio Búlgaro. Sus fronteras superaron la actual Bulgaria así como parte de Rumanía, Grecia, Albania, Macedonia e incluso llegaron a abrazar territorio serbio, más allá de las puertas de Belgrado. Los caballeros búlgaros, guardianes de la religión ortodoxa y la cultura eslava cada vez más lejanas del poder de los Papas de la Iglesia Católica, mantuvieron a raya a sus enemigos que daban siempre con hueso duro. La red de fortalezas y castillos construidos a lo largo y ancho del Imperio sirvió para contener los ataques externos y mantener de una forma relativamente estable una cultura floreciente que tuvo su reflejo en ciertas facetas artísticas. Tarnovgrad, actualmente llamada Veliko Tarnovo, fue la capital de este Imperio. Los Asen se habían hecho fuertes en Tsarevets, un bastión amurallado situado en una de las colinas de la ciudad, inexpugnable a oídos de Roma y de los turcos. Pero fueron finalmente estos últimos quienes se hicieron con lo que parecía imposible y conviertiendo a Bulgaria en una provincia más del Imperio Otomano cuyo control lo llevaba Constantinopla.
Veliko Tarnovo es para los búlgaros el recuerdo de su mayor gloria. Aunque en la actualidad la capital del país se encuentra en Sofia, los muros de la Fortaleza de Tsarevets son fiel reflejo de una época esplendorosa y, por tanto, conservan los rasgos de una capitalidad ficticia y soñada por los más nostálgicos. Esta ciudad, que se asoma sin vértigo alguno al Río Yantra y que decidió crecer libremente en el filo de un precipicio, es una de las visitas más interesantes y recomendables con la uno puede entrar por la puerta grande a la Historia de Bulgaria. Muy cerca suyo se encuentra un pequeño pueblo llamado Arbanasi que fue habitado por comerciantes ricos procedentes de Albania los cuales estuvieron protegidos por los otomanos, quienes les permitieron alzar iglesias ilustradas en su interior de un valor artístico sin igual como la de la Natividad, que con todo derecho se puede decir que es la mayor obra pictórica del medievo que se conserva en este país. Motivos y más motivos por los que montar aquí nuestra base y salir a descubrir estos tesoros búlgaros.
En este capítulo recorremos de arriba a abajo las empinadas cuestas de Veliko Tarnovo, izamos la bandera búlgara en la vieja Fortaleza, bajamos al barrio con más personalidad de la ciudad, Asenova, nos escapamos a varios kilómetros hasta una Arbanasi en la que no esperaban a nadie aquel día e incluso tenemos tiempo para visitar un monasterio sumido en el frío olvido. Lugares ideales para adentrarnos en la Bulgaria de los Zares viajando muy atrás en el tiempo…
HOJA DE RUTA
En esta jornada nos centramos absolutamente en Veliko Tarnovo, dejando los alrededores para el día siguiente. Nuestra ruta por la vieja capital del II Imperio búlgaro la podemos dividir en tres partes, que aunque tienen unión las unas con las otras, se pueden considerar una entidad aparte:
+ Tsarevets: Fortaleza y Ciudadela amurallada como mayores restos de la Edad Media.
+ La Veliko Tarnovo de los Siglos XVIII, XIX y XX que creció fuera de las murallas y se asoma al acantilado.
+ El Barrio de Asenova: Bajo la Fortaleza, el barrio de artesanos y clérigos del medievo tiene un encanto especial
Las tres partes, absolutamente asequibles a pie por completo, tienen a las cuestas como su rasgo más característico (un suplicio para algunos). En ocasiones más vale olvidarse de los mapas porque los que hay no son demasiado buenos. Recomiendo perderse en las calles y descubrir paulatinamente una ciudad que puede verse casi por completo en uno o máximo dos días.
DELICIOSA REPOSTERÍA PARA EMPEZAR CON BUEN PIE
Lo primero que hice nada más despertar fue salir a la terraza. Nuestra habitación pertenecía a una de las muchas casas colgantes de Veliko Tarnovo, por lo que echar un vistazo era la mejor manera de conocer la estructura de una ciudad muy particular que observan desde arriba los cortes y las curvas del gran Río Yantra, llamado así por los tracios hace más de dos mil años. La estatua comemorativa de la Dinastía Asen, los Zares del II Imperio búlgaro, la teníamos justo enfrente del hotel. A los lados se elevaban los edificios y casas agrupados sin apenas separación que tanto caracterizan al crecimiento urbano de la ciudad moderna.
Justo al lado del hotel, en la Calle Stambolov, una de las principales arterias de la ciudad, no pocos miradores se encuentran abiertos al público y ofrecen una visión panorámica mucho más global de esta especie de laberinto cincelado en las colinas. Es muy típico ver durante el día a la gente asomándose a dichos miradores . La noche, como pudimos atestiguar nosotros, tiene su foco en las parejitas que aprovechan dicha condición para refugiarse entre miles y miles de lucecitas, creyendo estar solos y desempolvando ciertas dotes de romanticismo juvenil.
Dado que no teníamos desayuno en el hotel, salimos a la calle a buscar un sitio para cargar las pilas y salir a la conquista de Veliko Tarnovo. Al igual que como sucedió en el Restaurante de la noche anterior, la suerte nos hizo que a la primera fuera la vencida. Saliendo de las puertas del Hotel Stambolov y caminando no más de 100 metros a mano izquierda, justo detrás de una estatua del propio Stefan Stambolov, encontramos por pura casualidad un Café que se vanagloria de ofrecer la mejor repostería de Veliko Tarnovo. El Café Confitería Stratilat (Кафе сладкарница Стратилат), en el número 11 de Ul. Rakovski (Раковски), sirve a buen precio unas tartas increíbles y una bollería recién hecha que está para chuparse los dedos. La tarta de queso es de matrícula de honor, así como los batidos de chocolate y los croissants. Aunque la carta es variadísima y da para cientos de desayunos. Aquel fue un buen sitio para inagugurar nuestra ruta por la vieja capital búlgara.
CRUZAR SAMOVODSKA CHARSHIYA SIN SABERLO
El propio Café Stratilat es perfecto para iniciar caminata en Veliko Tarnovo. Nosotros, que queríamos ir en primer lugar hacia la fortaleza, tomamos la estrecha y hermosa calle peatonal de Rakovski (Раковски) sin saber que era el principal punto de acceso a Samovodska Charshiya, el viejo bazar. Tiempo atrás fue un lugar que reunía a comerciantes y a los mejores artesanos de la ciudad. En la actualidad las viviendas, reformadas unas y levantadas otras al modo del Resurgimiento Nacional del Siglo XIX, poseen locales en los que se venden productos de artesanía (iconos, alfarería, metal, etc…) y antigüedades.
Más tarde lo identificaríamos como el bazar y regresaríamos más tranquilos, ya que a esas horas de la mañana todos los comercios estaban cerrados a cal y canto. Samovodska Charshiya se encontraba totalmente vacío. No hallamos un alma viva salvo un gato holgazán que dormitaba delante de un escaparate. Quedó pospuesto comprobar in situ (y funcionando) una de las zonas con más encanto de Veliko Tarnovo.
LA CASA SARAFKINA: ELEGANCIA COLGANTE
Unas escaleras nos devolvieron a la ul. Stefan Stambolov justo en el punto en que se convierte en ul. Nikola Pikolo. Las casas señoriales ansiaban una nueva capa de pintura con la que devolver el brillo al color pastel de sus fachadas. En todas o practicamente todas ellas ondeaba la bandera búlgara. Cierto es que Veliko Tarnovo le pertenece un poco del blanco, verde y rojo de la tricolor búlgara. Sus matices históricos pesan lo suficiente para que exista un sentimiento mucho más aguerrido de Nación. Y cierta nostalgia de haber sido capital y no gozar hoy en día de dicha condición.
A la altura del Museo Arqueológico tomamos una callejuela peatonal en la que apenas cabían los coches y que guardaba las partes traseras de las casas más típicas de Veliko Tarnovo, es decir, no más de dos plantas mirando a la calle cuando en el frontal que va a dar al acantilado quedan a la vista al menos cuatro plantas. Esto se aprecia, sobre todo, cuando uno está al otro lado del Río Yantra, porque en la propia calle las viviendas no parecen ni la mitad de grandes de lo que son en realidad. Son residencias muy pudientes, levantadas mayoritariamente en el Siglo XIX con el blanco inmaculado de sus paredes y robusta madera en vanos y tejadillos. Su uniformidad y esbeltez arrebatan los rayos de sol dejando el empedrado en sombra y frío. De casi todas las puertas cuelga al menos una esquela de quien ya no es habitante sino deshabitante con sus huesos en el cementerio pero con el recuerdo impreso de su paso por la casa.
El número 88 de ul. Gurko corresponde a una de las viviendas más elegantes del vecindario: La Casa Sarafkina. A priori su clásica estructura de muro de piedra en la parte baja y pared lisa y blanca hacia arriba no se diferencia de ninguna de las casas próximas. Pero el interior, que está abierto como casa-museo, es perfecto para comprender cómo era una buena casa señorial del Resurgimiento Nacional al poco de construirse a mediados del siglo S.XIX. Perteneció a Dimitur Sarakfina, un importante mercader procedente de Turquía, y su familia, que era lo más granado de Veliko Tarnovo. Las paredes, suelos y techos de madera crujían con nuestros pasos y cada una de las habitaciones nos mostraron el mobiliario de la época así como objetos de museo de corte etnográfico de la localidad y alrededores (cerámica, forja, instrumentos de los agricultores, etc..). Las paredes estaban llenas de fotografías de la familia Sarafkina y de Veliko Tarnovo en blanco y negro. La luz, la decoración y la madera en todas partes nos trajo a la memoria la casa de la película Los Otros de Alejandro Amenábar. Tampoco en esta casa hay que dejarse engañar por lo que se ve desde la puerta de entrada. Aunque parece que son dos plantas, en realidad posee cinco, pero tres de ellas dan justo al río y no se aprecian desde la calle.
El precio de entrada a la Casa Sarafkina es de 6 leva, aunque nosotros diciendo que éramos estudiantes nos las dejaron a 2 leva (Un buen consejo: Si no se es estudiante y no se dispone de dicho carnet no es problema. Basta con mostrar cualquier otro y decir que es de la Universidad. Y conviene guardar la cámara al menos a la entrada porque en muchos sitios cobran por tomar fotos).
TSAREVETS: FORTALEZA, CIUDADELA Y BASTIÓN DEL IMPERIO
Desenvolvimos el lazo del camino recorrido callejeando de nuevo hasta el edificio del Museo Arqueógico y retomando ul. Nikola Pikolo que iba en constante descenso hasta encontrarnos directamente con el principal y único punto de acceso a Tsarevets (en búlgaro y cirílico: Царевец), la gran fortaleza medieval donde se puede decir que nació la ciudad. La pasarela amurallada por la que se entra es quizás la imagen más reconocible de Veliko Tarnovo y no sólo eso, la más interesante de todo el fuerte. Un león sosteniendo un escudo deja paso a una hermosa cuesta de piedra con distintos portones almenados que se cuela hasta la pedregosa colina rematada en pico por la torre del campanario de la Iglesia Patriarcal.
Antes de emprender el camino de subida a Tsarevets nos ocupamos de hacer el correspondiente pago de la entrada, utilizando la misma estratagema que en la Casa Sarafkina minutos antes. Si el precio de un ticket era de 6 leva, mostrando un carnet cualquiera (valía hasta el del videoclub…), pagamos tan sólo 2 leva cada uno. Entonces sí que estábamos listos para internarnos en la inmensa ciudadela de los zares…
Paso a paso fuimos acercándonos a la colina, rodeada casi al 100% por el velocísimo Río Yantra, imaginándonos centinelas apostillados en portones permitiendo o denegando el acceso a quienes venían a la ciudad cada día en ese tramo de dos siglos (entre el XII y el XIV) que fue en el que Veliko Tarnovo y, por tanto, Tsarevets, pasaron a la Historia como capital y bastión infranqueable del Gran Imperio Búlgaro que retenía las amenazas más importantes en el norte, sur, este y oeste. Las murallas, como auténticas cicatrices de piedra en la colina, guardaron el alma de los Zares de la Dinastía Asen hasta que el fuego otomano echó por tierra la Leyenda poniendo fin a un período vital de Bulgaria.
Eso es precisamente Tsarevets, Historia y Leyenda..
Bien es cierto que esta colina sirvió de fortaleza para tracios, romanos y bizantinos antes de que Pedro IV fuese coronado como Zar de los búlgaros y designara a Tarnovgrad (Veliko Tarnovo) como su capital en el año 1185. Estratégicamente era el lugar perfecto para imponer un fuerte defensivo que fuese imbatible. De hecho fue la envidia tanto de Constantinopla como de Roma quienes sabían que la misión de derrocar el nuevo Imperio iba a ser realmente costosa (finalmente los turcos se llevarían el gato al agua). Por sí misma la frontera natural que suponía el Río Yantra, así como la situación de la colina, arropada también por su gemela Trapezitsa, le otorgaba ese carácter rocoso difícil de franquear. Una vez le fueron añadidas altas y gruesas murallas (algunas de más de 3 metros de altura), portones y torreones, no hubo mejor protección posible para Tsarevets.
Más de cuatrocientos edificios y dos decenas de iglesias compusieron la ciudadela medieval de Tarnovgrad. Pero las distintas guerras, el incendio provocado por los otomanos para derrotar a los Asen y el abandono posterior convirtieron a la colina en un inmenso repositorio de ruinas, muros rotos y viejos cimientos con los que tan sólo se puede recrear mentalmente cómo fue Tsarevets. El Siglo XX sirvió para recomponer por medio de trabajos que continúan en la actualidad todo este puzzle del medievo. Es tremendamente complicado encontrar edificios civiles de la gente de a pie de aquella época, aunque no tanto restos pertenecientes a la faceta militar que sí ha logrado sobrevivir. Así la Puerta de Asenova, por la que entraban los clérigos y artesanos procedentes del barrio del mismo nombre, o la Torre de Balduino, nombrada de tal forma porque en el S. XIII estuvo encarcelado el Emperador Balduino de Flandes, me parecen los restos más agraciados intramuros.
Tsarevets es un lugar agradable para pasear a pesar de que en días ventosos como el que nos encontramos el aire rompiera contra todo lo que se cruza en su camino. Aunque no me cabe duda que es un lugar mucho más impactante visto desde otros ángulos más distanciados (como por ejemplo desde la puerta principal o desde Trapezitsa) porque se aprecia mucho más su valor estratégico y militar.
El Palacio Real, que en su día habitaran los zares búlgaros, permanecía en un estado de «semi-reconstrucción». La bandera tricolor de Bulgaria parecía que iba a salir volando de un momento a otro hacia el cielo gris que no pasó de ser una mera amenaza nunca fructificada. Entre andamios logramos subir a lo alto del Palacio para contemplar fantásticas vistas de la propia ciudadela y de los alrededores de bosque oscuro e impenetrable, otro de los mejores regalos de Tsarevets (aunque superado por la cima de la Iglesia Patriarcal).
Nos sorprendió que apenas fuéramos no más de diez o doce personas las que nos encontráramos desperdigadas en la totalidad de un complejo que es bien grande y que recorrerlo más o menos bien puede llevar como mínimo una hora. El tema de la temporada baja estaba siendo clave para disfrutar «casi a solas» de los principales monumentos y atractivos turísticos de Bulgaria (No hay más que leer sobre el Monasterio de Rila, aunque nos sucedería lo mismo en la etapa macedonia). Fuera del verano países como estos son ideales para quienes no quieran compartir una foto con dos mil turistas mirando por detrás. Desconozco lo que durará esta situación, pero por mi parte recomendaría venir hasta aquí antes de que se conviertan en lugares tan vendidos al turismo que terminen perdiendo su personalidad.
Desde el palacio y utilizando como escaleras los desperdigados muros de piedra subimos al punto más elevado de la ciudadela, la Iglesia del Patriarcado. Dicho templo cristiano, aún siendo del Siglo XIII, está reconstruido en su totalidad y, aunque su fachada guarda las formas correctamente para no salirse de la estética general del conjunto, el interior está decorado por completo con frescos extremadamente modernos que no son los que uno espera encontrarse en un lugar como este. Estos toques de los años ochenta no hacen demasiada justicia a la cúspide física y monumental de Tsarevets en la que, por fortuna, siempre restarán las mejores vistas panorámicas 360º del lugar desde el que se gobernó uno de los Imperios más fuertes del medievo en el Sureste europeo.
Sin Tsarevets no se puede comprender Veliko Tarnovo, o lo que es lo mismo, Tarnovgrad. Porque fue la cuna de lo que ha crecido a desmano a su alrededor. Tras la visita a la fortaleza, volveríamos por unas horas al centro de la ciudad habitada, que aún tenía muchas más cosas que contarnos.
SEGUIMOS DESCUBRIENDO VELIKO TARNOVO
Bajando la cuesta por donde habíamos accedido a Tsarevets, una bonita estampa de la Veliko Tarnovo que creció justo a las puertas de la ciudadela se nos puso de frente. De todos los edificios destacaban dos cúpulas de bronce reverdecidas por el tiempo que habían pasado desapercibidas en el trayecto de ida. Rebuscando entre las hojas de la guía supimos que era nada menos que la Catedral de la ciudad consagrada a Sveta Bogoroditsa (La Santa Madre) en el Siglo XIX, ya que la Iglesia del Patriarcado había sido abandonada al igual que toda la fortaleza.
Nos acercamos a ella para apreciar más de cerca su claro estilo neobizantino semejante muchas de las iglesias importantes de Bulgaria y accedimos a su interior donde apenas cuatro o cinco mujeres con pañuelos en la cabeza besaban iconos, ponían velas o rezaban a Dios juntando sus manos. Los murales de la Catedral de Sveta Bogoroditsa fueron pintados por los artistas tanto de Veliko Tarnovo como de alrededores. No está ni siquiera entre los diez lugares más visitados de la ciudad, pero los locales le tienen mucho cariño puesto que fue levantada por completo tras juntar fondos quienes serían sus feligreses. Es pues, deseo del pueblo que sus cúpulas verdes destaquen en el cielo de Veliko Tarnovo. El esbelto campanario de 30 metros de altura lleva repicando las campanas desde que Bulgaria aún tenía que ver (y mucho) con Turquía, por lo que tiene tras de sí cierto simbolismo.
La misma calle, a nuestra derecha, se asomaba a otra de las colinas en las que las casas permanecían arremolinadas, invadiendo terreno al bosque para crecer y algunas incluso colgar de él. Quien pretenda encontrar en Veliko Tarnovo una ciudad absolutamente llana como lo es Sofia, estará muy equivocado. Es todo lo contrario, ya que se necesita subir y bajar empinadas cuestas o tomar largas escaleras de piedra para acceder a muchos de los sitios importantes de la ciudad. Es parte de la personalidad de esta región ciertamente accidentada en su geografía.
Aparecimos nuevamente en la Calle Stefan Stambolov, casi a las puertas del hotel donde estábamos hospedados. Avanzamos unos cien metros más, pasando delante de otra vivienda ilustre de Veliko Tarnovo, la conocida como Casa del Monito por la estatua del animal que posa en su fachada delantera. Construida en 1849 por un arquitecto que fue prolífico en la ciudad, Kolyo Ficheto, tiene a pie de calle una bella e interesante tienda de antigüedades, aunque estas no son precisamente de mercadillo, por lo que sus precios son más altos que otras muchas que permanecen abiertas en los alrededores. Es decir, que nos fuimos con las manos vacías de aquí, algo que no sucedería en otros sitios…
De la Casa del Monito el desnivel pasó a ser descendente, algo que agradecieron nuestras piernas por unos minutos. Ul. Stambolov se convirtió en Nezavisimost, una larga avenida incuestionablemente rectilínea para lo que estábamos acostumbrados a ver en Veliko Tarnovo y quizás la mayor colección de banderas búlgaras de la ciudad ondeando en los balcones.
Nezavisimost es un área eminentemente comercial y en ella percibimos un cierto aire occidental mucho más fuerte que en otras zonas. Quizás por contar con franquicias internacionales que muchos reconoceríamos en nuestras ciudades. Aunque basta con alejarse de aquí, bajar unas escaleras o meterse en una calle más estrecha para regresar a ese espíritu mucho más provinciano y, a la vez, saludable.
Dado que lo malo de estar en noviembre y casi en invierno es no gozar de muchas horas de luz, aprovechamos para comer algo rápido (tipo pizza o kebab) y solventar así el hambre hasta que se hiciera más tarde. Teníamos pensado volver a cenar en «nuestro restaurante» preferido de Veliko Tarnovo descubierto un día antes, donde si que nos apetecía detenernos más tranquilamente y disfrutar de la deliciosa gastronomía búlgara.
CALLEJEANDO POR VAROSHA Y DE COMPRAS EN EL VIEJO BAZAR
Tras engañar al estómago por 4 leva fuimos hasta la Casa del Monito, pero a su parte trasera. Se puede decir que allí se esconde uno de los lados del encantador barrio de Varosha, el mismo al que pertenece el bazar Samovodska Charshiya. De cuestas inquietantes, silencios incómodos y soliloquios frente a los cientos de esquelas que invaden paredes puertas y vanos atascados. Antes hablaba del espíritu provinciano de Veliko Tarnovo pero en calles sin nombre como estas pervive un alma mucho más agazapada, alejada de un Reino de película, en la que la imaginería popular continúa viva como en los pueblos tradicionales más diminutos y perdidos.
Las imágenes de los que no están vagan como el viento y el papel desgastado resiste como puede las acometidas del clima y de los años. Da igual que se hayan marchado hace un mes o diez años, continúan perennes en fotografías sin dueño con responsos ya olvidados. Un solemne respeto a los difuntos une no sólo a esta ciudad sino a toda Bulgaria que puerta con puerta, pared con parded, tiene un emocionado recuerdo de quienes abandonaron el tiempo presente.
Terminamos apareciendo en Samovodska Charshiya, que en esta ocasión si tenía sus puertas abiertas. Rebeca fue a completar su ilimitada lista de regalos (hay quien dice que es el cuarto Rey Mago) y yo, para no variar, me quedé enfrascado en las tiendas de antigüedades. Tenían toda clase de artilugios entre los que destacaban los relacionados con el mundo militar (mucho soviético y de la II Guerra Mundial). Auténticas joyas de coleccionista a precios de saldo. Bulgaria para eso es realmente especial. Y no lo pasamos por alto.
Dada la gran cantidad de tiendas de antigüedades, de artesanía y recuerdos, nos volvimos con alguna que otra bolsa. No es que seamos de leva fácil, pero esta parte de la ciudad es perfecta para darse más de un capricho y hacerse con regalos para llevar a la vuelta. Incluso diría que las compras son lo de menos. Samovodska Charsiya es por sí misma una visita ineludible en Veliko Tarnovo.
EL BARRIO DE ASENOVA
Ya que el hotel lo teníamos justo a unos pasos del bazar, aprovechamos para dejar las bolsas en la habitación y planear tranquilamente lo que íbamos a hacer después. Tirarnos en la cama al menos unos minutos sirvió de efecto balsámico puesto que no habíamos parado desde temprano. Pensamos entonces ir al Barrio de Asenova, en la parte baja de la ciudad y que nos quedaba a los pies de la fortaleza. Contábamos con tiempo suficiente para darnos una vuelta por allí y, al terminar, acudir a la Estación de autobuses de Etap Adres para cerrar los billetes de vuelta a Sofia del día siguiente. Así que prácticamente a unos metros del hotel tomamos un taxi que nos bajó hasta Asenova. La carrera nos costó 1´80 leva (aprox 90 cts. de euro).
El barrio de Asenova (Асенова), etimológicamente hablando, hace referencia a la Dinastía Asen, los renombradísimos Zares del II Imperio Búlgaro. Es en esta época cuando goza de su mayor fama, ya que en él residían los artesanos, comerciantes y clérigos que después daban su servicio en Tsarevets. De hecho, antes he mencionado la existencia de una Puerta por la que estos accedían a la fortaleza, y que precisamente es una de las más llamativas con las que se encuentra el viajero hoy en día. Este distrito, cortado por el Río Yantra aunque con las orillas unidas por dos puentes (uno de piedra y otro de madera), tuvo en 1913 su mayor desgracia cuando un terremoto asoló las casas y los templos religiosos, algunos de ellos de importancia artística e histórica inigualables. Casi un siglo después de la catástrofe, Asenova, custodiada por los muros altos de la fortaleza, es probablemente el barrio de Veliko Tarnovo que más nos sorprendió en positivo tanto a Rebeca como a mí.
Aunque bien parece que Asenova sea un pueblo aparte que poco o nada tenga que ver con la ciudad que invade las colinas. Porque la sensación que tuvimos paseando por sus calles fue de estar en otro lugar distinto a Veliko Tarnovo. Por sí mismo tiene mucha más historia que la nueva metrópoli puesto que vive en la orilla del Yantra casi desde el mismo momento en que lo hacen las ruinas de Tsarevets. Y si no, no hay más que echar un vistazo a la Iglesia de los Cuarenta Mártires (църква «Св. Четиридесет мъченици» ), que fuera construida en 1230 para conmemorar una victoria sobre los bizantinos del Zar Ivan Asen II, la cual vio el esplendor de aquella época, enterró temporalmente a uno de los santos serbios más aclamados (San Sava), cobijó la boda del Primer Ministro Stambolov e incluso escuchó la proclamación de plena Independencia de Bulgaria por parte del Zar Ferdinand I. Con razón lleva un estandarte tricolor en su fachada. Porque ha sido y es Historia de este país.
De 5 leva que costaba la entrada pagamos tan sólo 1 lév por decir, y ni siquiera mostrar, que éramos estudiantes (Ojo: Cobran por las cámaras. Mejor llevarlas guardadas). La visita tiene mucho que ver con la arqueología, ya que se siguen haciendo excavaciones, y viene todo correctamente explicado. Es una iglesia restaurada casi en su totalidad (reabrió en 2006 después de muchos años en obras), aunque en su interior aún se conservan fragmentos de los murales medievales que fueron encalados por los otomanos cuando hicieron de ésta una mezquita. Son frecuentes las menciones honoríficas a los zares búlgaros y al Santo serbio (San Sava) que no debió estar más de un año enterrado en la iglesia (se conserva la oquedad) y que por ello fue objeto incluso de peregrinaje por parte de sus compatriotas.
La Iglesia de los Cuarenta mártires fue la única que permanecía abierta al público ese día. Y fue una lástima porque otras como la de Pedro y Pablo, la Dormición o Sveti Georgi, nos hubiera gustado verlas puesto que poseen frescos realmente antiguos. Nos conformamos con llegar caminando hasta Sveti Dimitur, consagrada nada menos que en 1185, y cuya fachada bizantina de ladrillo destacaba sobre el perfil de este barrio encantador.
Pero Asenova no nos enamoró por sus iglesias sino por cómo es, por su carácter humilde y sus connotaciones casi rurales. Tiene un puente de madera bastante largo, que aún cruje al paso de la gente que sortea el Yantra por unos metros, y el cual tiene la capacidad de contar los minutos mucho más despacio, como si el que se sube a él retrocediera en el tiempo no se sabe hasta cuándo.
Desde dicho puente observamos la belleza de lo sencillo, de lo tradicional sin aditivos, conservantes ni colorantes. Lo cruzamos en más de una ocasión para sentirnos partícipes de la autenticidad de un pueblo que deseaba caminar a otro ritmo.
El secreto mejor guardado de Veliko Tarnovo no creo que esté en la vieja Fortaleza. Ni mucho menos. Se encuentra en los maderos de este puente. Se encuentra en Asenova.
La luz fue decreciendo tanto que quisimos marcharnos de allí antes de que nos sorprendiera la noche. En parte a pie y después utilizando un taxi donde no pasaba casi ninguno vacío (precio 3 leva), invertimos la tarde-noche en completar algunas gestiones que nos faltaban por hacer. Como por ejemplo ir a la Estación de buses de Etap Adres a adquirir los billetes a Sofia y así tener control sobre tiempo que dispondríamos en la jornada del miércoles. De todos los que salían (mínimo uno a la hora) nos decantamos por el de las 17:15 (precio: 18 leva, aprox 9€ cada uno) para llegar sin apreturas a Sofia y cenar allí antes de tomar el bus de medianoche a Skopje, en Macedonia. Trámite fácil. Más difícil sería decidirnos por los platos a degustar en el Restaurant Shtastliveca (en cirílico Ресторант ЩАСТЛИВЕЦА), que nos harían viajar una y mil veces más sin movernos de la silla.
Entre unas cosas y otras se nos hizo realmente tarde, aunque no quisimos despedir un nuevo día sin acercarnos a las puertas de la Tsarevets iluminada por los focos. En verano, al parecer, realizan unos espectáculos de luz y sonido fabulosos, aunque quizás por ser un tímido martes del mes de noviembre, nosotros dos nos convertimos en los únicos espectadores de aquella noche.
Las estrellas remataban el cielo de Veliko Tarnovo. Presagio del buen día que nos esperaba…
10 de noviembre: VIAJE A ARBANASI Y AL MONASTERIO DE LA TRANSFIGURACIÓN
La forma en cómo nos movilizamos el miércoles para salir en marcha a nuestro nuevo objetivo fue muy similar a la del martes. Es decir, a las ocho estábamos arriba e incluso escogimos para desayunar el mismo Café Repostería. Y por mi parte la misma tarta de queso. Es de estas cosas en las que pienso que si algo está bien, ¿por qué cambiarlo? Lo diferente estaba en el lugar en el que habíamos puesto el punto de mira, Arbanasi (Арбанаси), situado a no más de cuatro kilómetros de Veliko Tarnovo y donde llegaríamos tomando un taxi en un santiamén (precio: 3´50 leva, aprox 1´25€). De tan fácil que fue no tuvimos ni que pelear con el taxista para que encendiera su taxímetro ni negociar la carrera.
ARBANASI, LA TIERRA DE LOS ARNAVUTS
De cómo un pueblo de no más de 1500 habitantes pudo atraer tanto nuestra atención para posicionarlo dentro del viaje como un highlight que no se iba a sustituir en ningún modo, tuvo mucho que ver la fase documental del mismo. Cuando ya habíamos incluido en la ruta a Veliko Tarnovo se me ocurrió buscar lugares atractivos que podía haber alrededor para tratar de alargar nuestra estancia al menos un par de días. Muy pronto apareció el nombre de Arbanasi, del cual no encontré demasiada información en la red, pero sí la suficiente como para pensar que podía ser más que interesante hacer una visita de al menos una mañana.
Arbanasi (también escrito en algunas ocasiones como Arbanassi) es tan particular como su propio nombre. Significa en albanés «hombre de campo». Y es que sus habitantes eran cristianos procedentes de Albania, traídos «a la fuerza» por los otomanos para trabajar estas tierras. En turco existe precisamente el término Arvanut para referirse a los albaneses que residen fuera de su país. Arbanasi, entonces, se convirtió en una tierra labrada por arvanuts a quienes se les permitió mantener sus creencias cristianas. Después, en el Siglo XVI el gran Sultán Suleiman el Magnífico, regaló Arbanasi y alrededores a su yerno, el Visir Rustem Pasha, quien además concedió al pueblo una exención de impuestos que no hizo más que atraer grandes riquezas y la proliferación de una actividad comercial realmente importante. Se sabe que durante siglos hubo mercadeo con países de Europa y Asia Menor, además de otros tan lejanos como India a quien exportó pieles, entre otros productos que tuvieron mucho calado.
La bonanza económica de estos comerciantes y la protección del Visir hacia Arbanasi fue consecuencia directa de que se construyeran casas grandiosas, realmente preparadas para defenderse ante la inestabilidad de un territorio muy propicio para guerras y saqueos. Y la libertad religiosa para los Arvanuts conllevó asimismo que se levantaran numerosas iglesias y monasterios en los que no se reparó en gastos. Trabajaron en ellos los mejores artesanos de la región, quienes dejaron su impronta en algunos templos como el de la Natividad, el de los Arcángeles San Miguel y San Gabriel, San Jorge y otros muchos. A finales del Siglo XVIII y primeros del XIX los tratos de favor desaparecieron y finalmente Arbanasi sufrió severos ataques por parte de los turcos, lo que hizo no sólo que gran parte de la población emigrara a otras ciudades (sobre todo a Veliko Tarnovo) sino también que todo el esplendor económico se fuera al traste. Por fortuna quedó un estilo arquitectónico en las viviendas muy particular y que ha sobrevivido hasta nuestros días, y una de las mejores iglesias no sólo de Bulgaria sino de la Península de los Balcanes (la Natividad). Actualmente Arbanasi es un lugar que atrae muchísimo turismo durante la época estival y a la vista está por la gran cantidad y calidad de alojamiento que ofrecen y anuncian en todas partes.
SOLITARIO ARBANASI
Pero nosotros, al no haber viajado en verano a Arbanasi, no nos encontramos un parking lleno de autobuses y de turistas invadiendo las calles. Directamente nos cruzamos con dos o tres comerciantes y a unos obreros que acudían a trabajar a algún hotel que aprovechaba la entrada del invierno para hacer reformas. Si digo que en las horas que pasamos en este pueblo no vimos ni un solo turista no estaré exagerando lo más mínimo. Como tampoco voy a negar que no me alegrara de que así fuera. Aunque esto tenía una contrapartida que tenía que ver con que muchas de las iglesias que teníamos pensado visitar estuvieran cerradas.
Caminamos por las calles de este pueblo «casi fantasma» en principio sin un rumbo fijo. Tampoco es que sea demasiado grande como para perderse. Las primeras impresiones de Arbanasi tuvieron que ver más que nada con sus casas, algunas de entre tres y cuatro siglos de antigüedad, y que guardan una particularidad sólo vista en esta parte de la región. El primer piso es de piedra mientras que los superiores son de madera, algo que tiene origen en su doble función de casa-fortaleza, que le otorgaron sus dueños para defenderse de los posibles ataques. Su tamaño es desproporcionado pero necesario para albergar cómodamente a una familia que lo normal es que fuera numerosa además del personal de servicio y los jornaleros que se dedicaban a cuidar tanto a los animales como a lo que se terciara en el campo. No hay que olvidar que muchas de estas viviendas pertenecieron a comerciantes que tenían una situación económica envidiable.
Todas las casas, con sus grandes parcelas, estaban resguardadas de la calle no por medio de unas simples vallas. Para estar acorde a su faceta ultradefensiva no les faltaba protección gracias a unos gruesos muros de piedra. No eran las murallas de Tsarevets pero poco les faltaba.
Arbanasi nos pareció a todas luces un pueblo precioso. Un lugar donde cada casa era un castillo y el olor a las ascuas de la leña consumida durante la noche se convertía en la más pura de las esencias no podía ser menos que un placer para dos viajeros vagabundeando por tierras búlgaras en pleno noviembre. Y eso que aún no habíamos visto lo mejor…
LA IGLESIA DE LA NATIVIDAD: LA CAPILLA SIXTINA DE BULGARIA
De repente, en plena caminata por las laberínticas y amuralladas calles de Arbanasi nos detuvimos ante la puerta de lo que parecía una iglesia. Aunque también estaba protegida por un muro de piedra, no parecía a primera vista más que una sencilla ermita. Al acercarnos a la puerta nos encontramos con un cartel que donde decía que era la Iglesia de la Natividad y que salvo los sábados y domingos de 10:00 a 16:00 que permanecía abierta al público, el resto de la semana había que llamar por teléfono al número +359885105254 para poder concretar una visita. Supongo que esto cambia totalmente en los meses de verano, pero en la época en que nosotros estábamos era lo que había. Puesto que había leído maravillas de la Iglesia de la Natividad y no queríamos marcharnos sin verla me dispuse a llamar a dicho número y tras hablar con una mujer a quien le advertí de que nos encontrábamos justo en la puerta, esta nos pidió tan sólo esperar dos minutos a que ella llegara. Y eso hicimos.
Justo en esos dos minutos apareció la mujer «ama de llaves» de la Iglesia de la Natividad, una vecina que tenía su casa próxima al templo y que en temporada baja se ocupaba de abrir a los pocos turistas que allí se presentaban y se ponían en contacto con ella. Dirigiéndonos hacia la puerta propiamente dicha (la anterior era la de fuera) medité sobre cómo ese pequeño, modesto e incluso insípido edificio de piedra podía ser el lugar de mayor interés de Arbanasi. Mis dudas, inocentes y estúpidas, no pudieron más que alejarse corriendo y con un gran sonrojo en el momento en que la mujer nos abrió, encendió las luces y nos invitó a pasar a la «coqueta iglesita» (Precio: 6 leva, 2 leva para estudiantes) recordándonos la prohibición irrevocable de no tomar ni fotografías ni vídeos. Entonces desapareció dejándonos solos y nos quedamos durante unos segundos boquiabiertos en la entrada porque no podíamos dar crédito ante la belleza sublime de lo que estaban viendo nuestros ojos.
El interior de la Iglesia de la Natividad está pintada de arriba a abajo. Desde las paredes a los techos abovedados. Toda una larga galería se encuentra provista de murales de entre finales del Siglo XVI y mediados del XVII. Dichos murales contienen centenares de escenas bíblicas y aproximadamente dos mil figuras tanto de personajes humanos como de animales. Sin duda teníamos ante nosotros la más hermosa Biblia ilustrada que jamás existió en las montañas y valles del país. De hecho uno de los apodos informales de este templo cristiano ortodoxo es el de la Capilla Sixtina búlgara. No fue Miguel Ángel Buonarroti su autor, claro está, pero sí las manos de grandísimos artistas bien anónimos o insuficientemente conocidos para ser correspondidos con el reconocimiento eterno. Las condiciones económicas de una Arbanasi más que próspera durante los primeros siglos del dominio otomano no sólo se vio reflejado en riquezas individuales sino también en los tesoros que, como el de la Iglesia de la Natividad, han quedado para la posteridad. Y para el gozo de todo el que llega hasta ella.
Gracias a que la mujer que guardaba las llaves desapareció y que no esperábamos a nadie más, pudimos permanecer el tiempo suficiente en la iglesia sin escuchar ni un solo ruido y empaparnos de la magia onírica que se percibía en el interior del templo. Incluso tomé una serie de fotos furtivamente (pero sin flash) con las que retratar la obra cumbre del Arte búlgaro. Y así capturar humildemente las hermosísimas escenas conservadas en sus muros como si hubiesen sido pintadas tan sólo un día antes.
Pero si queréis estar de verdad ahí dentro y recorrer cada baldosa de la Iglesia de la Natividad tal y como lo hicimos nosotros, lo mejor es que no os perdáis este vídeo:
¿Verdad que es impresionante?
LA CASA KONSTANTSALIEVA
La señora de las llaves apareció justo al final de nuestra visita y con ella salimos de nuevo a la calle, dejando el candado de la puerta totalmente cerrado a la espera de la próximas personas que pudiesen acercarse a ver la iglesia. Nos contó que en la época en la que estábamos, y más en un día laborable, no solía ir casi nadie a Arbanasi. Aunque recalcó que en los meses de verano el pueblo se convertía en una olla a presión (obviamente no utilizó estas palabras, directamente por que no las hubiésemos comprendido). Le preguntamos sobre las demás iglesias del pueblo así como alguna casa-fortaleza que pudiese estar abierta al público ese día y nos contestó que los únicos edificios religiosos a los que podríamos entrar seguro era a los monasterios (Sveta Bogoroditsa y Sveti Nikolai) y de casas a la Konstantsalieva, que era la más importante y mejor conservada de todas.
Nos señaló un camino al final del cual encontraríamos dicha casa-museo y nos explicó que debíamos llamar a la puerta para que nos abrieran y nos la mostraran. Así que allá fuimos y, aunque todas las casas de Arbanasi son espectacularmente grandes, la Konstantsalieva era de traca. Tarea sencilla reconocerla. Y es que más que una casa parecía una fortaleza. La estructura era la típica del pueblo, es decir, murallas en vez de vallas, prácticamente la mitad inferior de la vivienda con paredes de piedra y la mitad superior de madera. Y espacio suficiente para jardín, taller e incluso granja en la que podía vivir un buen número de animales.
Tras hacer toc toc en tres ocasiones nos abrió la puerta una chica joven que debía vivir en una parte de la casa. Nos pidió abonásemos 6 leva cada uno por entrar y abrió la planta de arriba, la que guardaba las habitaciones originales de la vivienda. Nos dejó también bastante libertad de recorrido marchándose a otra parte, probablemente a la tienda de souvenirs que había en la parte baja. Los dormitorios, así como salones y salas de estar, estaban muy decorados «a la turca», con alfombras y camas bajas repletas de cojines, así con una decoración muy propia con shishas típicas de Turquía y otros muchos países de Oriente Medio o el Norte de África. La casa Konstantsalieva, del Siglo XVII, es el mejor museo de etnografía y costumbres de Arbanasi, ya que tanto por fuera como por dentro se puede observar nítidamente cómo podía ser la vida tanto en ella como en otra cualquiera de las que hay alrededor. Muy interesante la cocina, pero más curioso el váter en agujero cuyos restos caían directos a la pocilga donde malvivían los pobres gorrinos.
Más de un amigo mío diría la frase, «viendo una se han visto todas». No creo que sea cierto casi nunca, pero en este caso puede que fuera una de las mejores maneras de indagar en una vieja casa de Arbanasi, de las de verdad.
BREVE VISITA A SVETI NIKOLAI
Arbanasi, el grandioso pueblo-museo, nos vio recorrer de arriba a abajo todos sus senderos y asomarnos a otras mansiones gigantescas, muchas de ellas convertidas en casas de huéspedes. De los dos monasterios que había nos acercamos al de San Nicolás (Sveti Nikolai) al ras de una colina desde la cual podíamos observar con nitidez la ciudad de Veliko Tarnovo y el Fuerte Imperial de Tsarevets.
En el monasterio, los monjes ortodoxos no parecían contar con que nadie (y menos un par de extranjeros) apareciera para hacerles una visita. Con el negro riguroso de sus sotanas, sus barbas largas y un pesado crucifijo colgado al cuello, estuvieron todo el tiempo pasando de lo que debían ser sus celdas a un edificio donde parecía que debían reunirse.
La única mujer de Sveti Nikolai la encontramos en el interior de la iglesia del monasterio, quien nos sostuvo bien en corto para que no pudiésemos movernos demasiado. Por ejemplo, no nos dejó penetrar a una pequeña salita en la que estaba la tumba del último Obispo de Veliko Tarnovo que, al parecer, era una persona ciertamente idolatrada. Llamó nuestra atención ver pastelitos puestos junto a los iconos, como si la Santísima Trinidad, el Bautista y compañía fueran a comérselos. Unas ofrendas más que dulces, cierto es.
El monasterio no dio para mucho más, por lo que decidimos darnos la vuelta e ir donde nos había dejado el taxi para pensar un par de cuestiones: Dónde y cómo salir de Arbanasi. Pero como creo no debemos pensar bien con el estómago vacío, nos sentamos cómodamente en la terraza del Restaurante Mehana Arbat donde nos prepararon una tortilla riquísima. A la luz del sol y con un aperitivo que nos mantendría vivos durante unas cuantas horas más, saqué el netbook y aprovechando que el restaurante tenía conexión Wi-fi (qué inventazo!), leímos en internet sobre otros lugares que podían resultar relativamente interesantes y no nos llevara demasiado tiempo. No nos apetecía volver tan pronto a Veliko Tarnovo y quien sabe si podía haber otra sorpresa preparada.
MONASTERIO DE LA TRANSFIGURACIÓN (PREOBRAZHENSKI MANASTIR)
Localizamos muy cerca, a no más de 6 ó 7 kilómetros de Veliko Tarnovo, un monasterio bastante antiguo, del Siglo XI, que por lo que vimos en las fotos, creimos podía estar bien para el tiempo con que contábamos. El Monasterio de la Transfiguración (Preobrazhenski Manastir, en cirílico Преображенски манастир) es uno de los cuatro más grandes de toda Bulgaria y probablemente uno de los menos visitados. Curiosidad y ganas había por nuestra parte. Necesitábamos, entonces, un medio de transporte. La única forma que teníamos de llegar rápido desde Arbanasi era tomar un taxi y como precisamente en la Plaza donde estábamos había uno, nos levantamos a hablar con el conductor para proponerle que nos llevara al monasterio, nos esperara fuera en torno a media hora, y nos dejara finalmente en Veliko Tarnovo. Dado que este no era un servicio “al uso” de taxímetro, tuvimos que negociar un precio total con él. Pero el entendimiento llegó pronto: 20 leva (aprox. 10€) y todos tan contentos.
Para llegar al monasterio tuvimos que cruzar Veliko Tarnovo para tomar una carretera sentido norte y cruzar un bosque. A los lados había montañas con espigados muros de piedra caliza calvos de vegetación. El Monasterio de la Transfiguración se encontraba al cobijo mismo de la montaña, la cual había dejado caer algunas de sus rocas junto al camino y, por lo que supimos después, a los edificios religiosos de la Orden monacal que allí vivía. El taxista se quedó fuera y nosotros subimos una cuesta no muy empinada hasta llegar a lo que era la iglesia perteneciente a dicho monasterio. Esta tenía las paredes exteriores completamente decoradas con las pinturas por un artista como Zahari Zograf, el mismo que participara en el Monasterio de Rila a mediados del S. XIX.
Preobrazhenski no es el espectáculo de Rila, por supuesto, pero sí es poseedor de un misticismo similar. No sé si lo sentimos de tal forma por estar tan escondido, por visitarlo sin ver a ni una sola persona y en el más estricto silencio o porque la magia de las pinturas de Zograf provoca un gran deleite. Porque la Rueda de la Vida pintada en la fachada, que marca las Estaciones y los meses del año, y que expulsa a los pecadores a una criatura con guadaña, es una verdadera obra de arte.
La fortuna de la temporada baja dejó que pasáramos al interior del templo sin pagar un solo lév porque, aunque tenían puesto un cartel con el coste de la entrada, no había nadie esperando cobrarla. Y eso que lo de dentro era una continuación de las escenas religiosas (infinidad de demonios haciendo perrerías) historiadas en paredes, techos y columnas que bien hubiera valido pagarla si hubiese sido necesario.
Aquello parecía estar abandonado a su suerte y pienso que pocos lugares he visto tan apropiados para una vida contemplativa, de meditación y soledad. Desconozco cuántos serán los monjes que habitarán el Monasterio porque ya digo que no vimos ni uno solo. Mientras su residencia palidecía ante los fuertes rayos de sol a la vez que unos viejos carros de color azul esperaban ser enganchados de nuevo a la fuerza motora de caballos, mulas o bueyes que ya no estaban.
Hay que decir que la ubicación del monasterio que pudimos ver se encuentra a unos pocos metros de donde se fundara en la Edad Media, ya que las incursiones y fuegos otomanos no fueron tan generosos como, por ejemplo, en Arbanasi. Los edificios actuales corresponden a la época del Resurgimiento Nacional búlgaro, aunque tampoco se encontraron ni se encuentran a salvo de otras calamidades en forma de rocas caídas de la montaña y que supongo habrán ocasionado más de un destrozo. Preobrazhenski resiste las distintas embestidas de la Historia y la Naturaleza y muestra a quien quiera llegar hasta él (algo que no hace mucha gente) parte del encanto del que es uno de los mejores Monasterios que guarda Bulgaria.
He aquí un vídeo en el que os mostramos más a fondo el Monasterio de la Transfiguración, una de las más bonitas y emocionantes sorpresas que uno puede traerse de una excursión desde Veliko Tarnovo:
DESPEDIMOS VELIKO TARNOVO DESDE EL MONUMENTO A LOS ZARES
El taxi nos devolvió a Veliko Tarnovo donde disfrutamos las últimas horas de un día fantástico que parecía más propio del final de la primavera que de lo que nos esperábamos en noviembre. Y no quisimos abandonarla sin bajar mil y una cuestas de vértigo hasta el Monumento Asenid, la esculturas ecuestres de cuatro Zares del II Imperio búlgaro rodeando un obelisco, que tan claramente veíamos desde nuestro hotel colgante, para encontrarnos con la mejor panorámica de lo que es realmente esta ciudad, una colmena de edificios desafiando a la altura cuando se sujeta al filo mismo del acantilado. Símbolos ambos, el de los zares y el de las viviendas asomándose al Yantra, que definen Veliko Tarnovo, la vetusta Tarnovgrad que fuera temida por los poderes de Roma y Constantinopla.
Las casas colgaban del precipicio como nuestro viaje colgaba de su próxima y última fase, la correspondiente a un nuevo país como Macedonia que nos iba a prestar otra serie de imágenes y momentos inolvidables. Nosotros ya estábamos preparados (y encantados) para vivir esta nueva etapa en el pequeño país nacido en pleno corazón de los Balcanes.
De Veliko Tarnovo a Sofia y de Sofia a Skopje de madrugada…largos trayectos en bus. Y un nuevo sello en el pasaporte que os aseguro nos lo ganamos a pulso.
7 Respuestas a “Crónicas de un viaje a Bulgaria y Macedonia 3: Veliko Tarnovo”
¡Buenas!
Nos está encantando el diario de viaje a Rum… a Bulgaria 😛 Los monasterios nos han traído gratos recuerdos, y la casa del Monito debe ser prima de la casa del Ciervo de Sighisoara jaja
Hoy nos has hecho viajar a un sitio mágico que desconocíamos por completo y que nos ha parecido una auténtica joya. Muchas gracias y espero que no pierdas un instante en escribir el siguiente capítulo, porque este relato nos está enganchando especialmente 🙂
Un abrazo!
Edu & Eri
Coincido con Edu y Eri que estoy recordando muchisimo mi viaje a Rumania y los monasterios de Bucovina, ademas me encanta el arte bizantino y por tanto todo el este de Europa. Un abrazo
Hola Sele,
Me ha encantado el relato, en especial la iglesia de la Natividad y el Monasterio de la Transfiguración, espectaculares !!
Un abrazo.
Increíblemente, bien narrado el viaje. Yo co, nozco muchos lugares del mundo, pero está parte no y es mi mayor deseo. Tomaré en cuenta, todas sus maravillosas, explicaciones. Les mando un abrazo, desde México.
Muy interesante, pero me da pena vuestro alarde a la hora de engañar a los pobres bulgaros, queriendo ahorrar un par de euros en los museos haciendos pasar por estudiantes o haciendo fotos en las iglesias cuando no se permite, ¿acaso los españoles somos gente especial o superior y nos podemos saltar las normas que los demás sí tienen que cumplir?… Hay muchos búlgaros en España que saben español, a los que lo lean, lo siento, pero no todos los españoles somos así…
Muy bueno el blog , Saludos.
[…] ha estado de viaje por Bulgaria y Macedonia. En este momento nos está contando su viaje por Veliko Tarnovo, y el ambiente zarista de otras […]