Crónicas de un viaje a Indonesia 9: Flores y el Kelimutu

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Crónicas de un viaje a Indonesia 9: Flores y el Kelimutu

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16 de julio: DE BALI A FLORES HAY ALGO MÁS QUE LA LÍNEA DE WALLACE

El galés Alfred Russell Wallace se dio cuenta a mediados del Siglo XIX de que en el Archipiélago malayo (Malasia e Indonesia) había entre islas relativamente cercanas unas diferencias radicales en lo que a orografía y sobre todo, fauna y flora se refería. Entonces plasmó una línea imaginaria que dividía islas a izquierda y derecha de Borneo, Sulawesi y Lombok, y estipuló que en el lado occidental (Java, Sumatra, Bali, etc…) la vegetación y las especies animales eran puramente asiáticas mientras que en el lado oriental (Komodo, Flores, Papúa, Timor, etc …) lo eran más propias de Oceanía. La conocida como Línea de Wallace forma parte de una teoría comunmente aceptada en la que se separa biogeográficamente Eurasia de Australasia. Es una frontera natural, nunca política, debida probablemente a una fosa submarina que pudo ser una barrera impenetrable para especies animales y vegetales autóctonas que evolucionaron por separado. Así Komodo, Flores o Papúa tienen muchas más similitudes a Australia que a la propia isla indonesia de Java. De ese modo cuando uno traspasa esta línea, en realidad está cruzando geográfica y biológicamente Asia y Oceanía.

La Isla de Flores, bautizada así por los portugueses que atracaron sus barcos en ella a principios del Siglo XVI, es un claro ejemplo de este «factor Wallace», de pertenecer a un mundo aparte de lo que habíamos visto durante el viaje. La orografía, las lenguas autóctonas, las creencias, las etnias y razas, las construcciones, las tradiciones e incluso la flora y la fauna son diferencias más que evidentes que nos hicieron comprender que iniciábamos una nueva etapa en nuestra aventura por Indonesia que poco o nada tenía que ver con las anteriores en Java, Borneo y, sobre todo, Bali. Flores, que recorreríamos en coche desde Maumere hasta Labuanbajo, antes de utilizarla como lanzadera marítima a las míticas islas de Komodo o Rinca, se nos mostraría exultantemente bella y en absoluto explotada por el turismo de masas. Su autenticidad no pasó desapercibida para nosotros, que tratamos de implicarnos al máximo para conocer más profundamente unos cambios que denotan que hay de por medio «algo más que la línea de Wallace».

La «Fase de Flores» estaba completamente huérfana de preparación alguna por nuestra parte. No llevábamos planificados los transportes o visitas ni, por supuesto, reservados los alojamientos donde pasar la noche. Teníamos conocimiento de los días con que contábamos, con ciertos lugares que queríamos ir a ver y que en cuanto pusiéramos los pies en la pista del Aeropuerto de Maumere debíamos buscarnos la vida para irnos moviendo en dirección oeste para llegar a las costas occidentales de la Gran Isla. De cómo saliera todo dependíamos absolutamente de la suerte, de lo que Flores estuviese dispuesto a ofrecernos. Que iba a ser mucho, aunque nadie dijo que fuera a ser fácil.

GOODBYE BALI!!

No puedo negar que me diera pena, mucha pena, abandonar Bali. Tenía revolviendo mi estómago una sensación de impaciencia y expectación ante lo que iba a acaecer a partir de entonces. Echamos un último vistazo a la bonita habitación que habíamos disfrutado desde la noche del sábado anterior y, con las mochilas a la espalda, mucho más pesadas por el peso de las compras realizadas en la isla, salimos a la calle a negociar con cualquier persona de la calle que nos llevara al Aeropuerto Internacional Ngurah Rai de Denpasar por un precio módico. El primero al que vimos se llegó el gato al agua por 120.000 rupias y nos esperó incluso a que desayunáramos algo en el hotel (huevos revueltos con verdura, un batido de plátano y algo de fruta). Íbamos sobradísimos de tiempo puesto que hasta dentro de algo más de tres horas (11:55 h) no teníamos que tomar nuestro avión a Maumere, la ciudad más importante de la Isla de Flores.

P1160355Una vez a bordo de aquel coche funcionando de taxi ilegal (como la mayoría) le prestamos atención a una esvástica que había colgada del espejo y estuvimos charlando con el conductor del matiz tan sumamente diferente que tiene este símbolo en un país budista o hinduísta si lo comparamos con que se le da en los países occidentales. Era algo que ya conocíamos por otros viajes en los que es muy recurrente ver a un Buda con la cruz gamada en la frente o, como en Bali, un coche portándolo con orgullo en su espejo retrovisor. Y es que la esvástica es probablemente  uno de los símbolos más antiguos que existen. Su significado no tiene nada que ver con el que asociamos a Hitler y al nazismo. Muy al contrario, representa valores como bienestar, salud, buena fortuna y protección. Y no la intolerancia del totalitarismo que gusta de apropiarse de los símbolos que ya existían. Pero aún así no voy a negar que resulta chocante encontrársela expuesta en muchos lugares y no pensar en algún momento en la referencia más reciente y desgraciada que tenemos de ella.

Las conversaciones con el conductor fueron mucho más allá de la cruz gamada, ya que aquel hombre sabía absolutamente de todo. Pero todas sus buenas maneras desaparecieron cuando nos exigió pagáramos el ticket del parking del aeropuerto y le razonamos que dicho coste ya venía incluido en el precio que habíamos acordado. En ese momento se terminó la cháchara y a nuestra llegada al Aeropuerto ni nos ayudó a sacar las mochilas del maletero. Adiós muy buenas y cada mochuelo a su olivo.

Nuestro olivo no era otro que la Terminal de vuelos domésticos del Ngurah Rai donde nos tocó esperar media hora más de la cuenta por un retraso, aunque no tuvimos la mala suerte de los pasajeros a Lombok, que más les hubiera valido ir en barco porque su avión tardaría mucho más que el nuestro en iniciar despegue. De todas maneras ese sería el único vuelo no puntual que tomaríamos en todo el viaje. Y hoy en día decir media hora es nada. Creo que todos firmaríamos que cuando se retrase un vuelo lo haga durante un máximo de treinta minutos.

Nuestro avión de Batavia no era la avioneta que más de uno nos había contado que tendríamos para ir a Flores. En absoluto, puesto que era grande y en un mejor estado de lo previsible. Si podíamos tener algún temor sobre los aviones indonesios, de los que hay una mala fama realmente bárbara, este viaje sirvió para quitarnos de la cabeza ese tópico debido, entre otras cosas, a que Europa ha prohibido durante años que las compañías indonesias operen en sus aeropuertos por no cumplir sus exigencias de seguridad.

El vuelo a Maumere tuvo una duración de aproximadamente hora y cuarenta minutos y no hubo una sola turbulencia que pusiese nerviosa a mi sufrida compañera de aventuras enemiga de todo lo que vuele a más de un palmo del suelo. El cielo despejado nos dejó ver un goteo de islas minúsculas rodeadas de aguas extremadamente claras. Es sabido que las islas de la Sonda (Archipiélago de Nusa Tengara) cuentan con un excelente fondo marino que atrae a muchos amantes del buceo. Nosotros lo atestiguaríamos en cuanto recorriéramos Flores por carretera, porque queríamos dejarnos caer en alguna isla perdida para hacer snorkelling, ya que quienes no tenemos el permiso internacional PADI, tenemos que conformarnos con ver a los peces con gafas, tubo y aletas.

Ya habiendo traspasado largamente la Línea de Wallace el avión aterrizó en una pequeña pista muy cerca del mar. Habíamos llegado por fín a Maumere. Comenzaba una nueva historia en la Isla de Flores.

LOS ACUERDOS DE MAUMERE

En cuanto pusimos los pies en el suelo de Flores sentimos en primer lugar una brisa más fresca y agradable que la de Bali. Aunque mucho más benévola que la que podríamos tener en Moni, en las faldas del volcán Kelimutu, en tan sólo unas horas, si es que llegábamos primero. Entramos a la minúscula Terminal del Aeropuerto a esperar el equipaje, la cual contaba únicamente con unas pocas sillas, una cinta transportadora y un par de váteres cochambrosos donde había que taparse la nariz para entrar. Aquello en vez de un aeropuerto parecía la caseta del perro, primera señal de las infraestructuras que esperábamos en Flores, con cierto desarrollo turístico en Labuanbajo y pocos lugares más. En Maumere, la ciudad más poblada de la isla con aproximadamente 70.000 habitantes, sus construcciones son más humildes aún si cabe teniendo en cuenta que en el año 1992 fue el epicentro de un potentísimo terremoto en el que en torno a un 90% de los edificios fueron devastados.

Nuestra idea no pasaba por quedarnos en Maumere en absoluto sino marchar en cuanto pudiéramos a Moni, el pueblo más cercano a las faldas del Kelimutu, que lo teníamos a un viaje de mínimo 3 horas. En realidad, aunque no contáramos con nada planificado con antelación, habíamos identificado varios lugares que no queríamos perdernos como el propio Volcán Kelimutu, las aldeas de la etnia Ngada en los alrededores de Bajawa, Ruteng a ser posible, unos arrozales con forma de tela de araña que me habían recomendado y, por supuesto, Labuanbajo como acceso a las islas donde moran los dragones de Komodo y se hace snorkelling de calidad. Teníamos intención de hacer dichos highligts escalonadamente en coche con conductor, ya que de Maumere a Labuanbajo teníamos cerca de 20 horas de carretera, muchas más en el caso de recurrir al transporte público basado exclusivamente en bemos en los que tienen sitio hasta las cabras. Pero como no sabíamos si podíamos llegar a un acuerdo por un precio no demasiado alto con algún conductor que en varios días (mínimo 4) nos hiciera dicho recorrido, no teníamos muy claro qué iba a suceder exactamente.

No perdí tiempo y mientras esperábamos salieran las mochilas por la cinta transportadora comencé a tantear a varias personas que allí se encontraban con objeto de que me dieran un coste aproximado para ir a Moni únicamente o de hacer de principio a fin el recorrido que nosotros deseábamos hacer. Las cifras variaban entre 400.000 Rp (cerca de 36€) el traslado ipso facto a Moni donde tendríamos que buscarnos la vida para seguir avanzando, a las más de 3.6000.000 Rp (aprox 320 €) que pedían por cuatro días de viaje en los que ya estaría incluido el coste de la gasolina, el alojamiento y la comida del conductor. Aún estábamos lejos de lo que pretendíamos, por lo que debíamos ser muy pacientes y duros con quienes entabláramos negociación alguna.

Una vez nos hicimos con las mochilas salimos a las puertas del aeropuerto donde nos quedamos practicamente solos junto a una tropa de taxistas ofreciendo sus servicios, pero no cesando en su intención de hacer el agosto con nosotros. Uno de ellos nos pidió ir a negociar al Gardena Hotel, del cual precisamente tenía anotado que ofrecían circuitos y coches con conductor a sus clientes, por lo que me pareció una buena mesa para plasmar nuestras intenciones y salir, si era posible, de camino a Moni. Nos subimos, por tanto, a dicho automóvil, y llegamos al Gardena en no más de cinco minutos. Allí en recepción nos saludaron amablemente y nosotros le dimos en consonancia una tarjeta de visita de elrincondesele.com para tratar de hacernos valer como responsables de una página web de viajes independientes. Nos pidieron entrar dentro, a una especie de salón de paredes blancas, y nos acomodamos en unas sillas. Trasladamos nuestros planes (4 días de viaje entre Maumere y Labuanbajo deteniéndonos en los lugares destacados que teníamos señalados) e hicimos saber que no contábamos con un presupuesto demasiado boyante. En ese momento se inició una negociación en toda regla que cualquiera que nos viera podía pensar que estábamos negociando por la compra de una empresa o el fichaje de Kaká.

Rostros serios, tomando notas los unos y los otros, dejando claros todos los aspectos del posible acuerdo, subrayando cifras ellos, tachándolas nosotros, desapareciendo durante unos minutos de la reunión para meter más presión, negando con la cabeza, suspirando… Ellos habían empezado fuertes, pidiendo nada menos que 4 millones de rupias (aproximadamente 357€) y nosotros muy al contrario bajamos a los 2 millones (aprox. 178€), a sabiendas de en ningún momento llegarían a aceptarlos. Los indonesios entonces jugaron a bajar el precio pero eliminando cubrir la gasolina y los gastos del conductor, algo que rechazamos rotundamente. En nuestra cabeza nos movíamos en un baremo que quizás nos llevara a aceptar los 3 millones de rupias pero estábamos convencidos que podíamos ponernos cabezones y bajarlo hasta lo que asumíamos como justo, 2.400.000 – 2.500.000. Desde que dijéramos nuestro primer precio no volvimos a dar una sola cifra hasta que ellos disminuyeran sus pretensiones ostensiblemente cerca a lo que en realidad estábamos dispuestos a pagar.

Llegaron entonces los desplantes, los levantamientos de la mesa negando y jurando en arameo (o en este caso mejor dicho en indonesio) y los instantes en los que parecía que las negociaciones se habían roto definitivamente. Nosotros no desesperábamos sino que aguantábamos en nuestros sitios con suma tranquilidad, confiados en el fondo de que todo aquello era un teatro bien montado con el que trataban de encarecer un futuro acuerdo. Mientras iban apareciendo nuevos personajes que se incorporaban a nuestra improvisada reunión y un consecuente baile de cifras que ya pasaba por los 3 millones. Pero seguimos diciendo que no y el asunto se fue alargando aunque ya estábamos los unos y otros moviéndonos en un terreno cada vez más próximo. Y tras cuarenta y cinco minutos en los que incluso llegamos a pedir que nos llevaran a la estación de autobuses para marcharnos por nuestra cuenta a Moni ellos dieron a la tecla necesaria. «¡2 millones seiscientas mil rupias, último precio!» – espetaron vehementemente. Entonces escribí sobre un papel la cifra de 2  millones quinientas mil rupias y les aclaré que si lo aceptaban nos subíamos al coche en cuanto saliéramos de allí. Tras unos segundos de silencio, una de las últimas personas en haberse unido a las negociaciones dijo «OK, hecho».

En ese momento nos levantamos todos de la mesa y uno por uno estrechamos nuestras manos eliminando toda la tensión posible que había formado parte del papel que desempeñamos en el Gardena Hotel. Más que un coche con conductor por cuatro días parecía que nos habíamos comprado un chalet. Finalmente el acuerdo había sido lo más justo para ambas partes: 2.500.000 Rp (224 euros en total, 112 por barba) que incluían coche + conductor + gasolina + alojamiento del conductor + comidas del conductor para cuatro días, respetando siempre la ruta que especificásemos y la elección de los hoteles donde pasar la noche al igual que los restaurantes donde comer o cenar. Cuando aún estábamos celebrando el trato fueron dejando nuestras mochilas en el maletero del coche de quien sería nuestro compañero de viaje en Flores, un señor con un nombre muy de Barrio Sésamo, Eppy. Y de allí partimos, previo paso por la casa del propio Eppy, que en cinco minutos había preparado una mochila con algo de ropa para los días que iba a estar de camino. Le adelantamos 1.500.000 rupias, dejando el último millón para Labuanbajo, e iniciamos una ruta de aproximadamente tres horas o tres horas y media a Moni. No había tiempo que perder puesto que teníamos que aprovechar al máximo las horas de luz que le restaban al día.

RUMBO A MONI

Eppy era un buen tipo. Tranquilo y muy respetuoso, utilizaba siempre las palabras adecuadas con el tono adecuado. Su inglés no era muy bueno pero se hacíaP1160367 entender, que a veces es incluso más importante que conocer el propio idioma. Era muy moreno, de ojos redondos nada similares a los de los de la raza malaya a la que pertenecen muchos de los ciudadanos indonesios. Y es que en Flores cuanto más nos alejemos de la vertiente occidental, nos encontraremos que la gente posee rasgos propios de la raza melanesia. Y es que la línea de Wallace parece que no sólo hace una separación en lo que a flora y fauna se refiere, sino que en la isla sus habitantes se asemejan en mayor medida a los oceánicos que a un javanés de la mismísima Yakarta. Eppy pertenecía a la etnia Sikka, una de las cuatro predominantes en Flores. Las otras son la Ende, Ngada y Manggarai, correspondientes a las regencias de la isla de este a a oeste respectivamente.

De Maumere a Moni hay 95 kilómetros que se hacen en 3 horas aproximadamente a través de la Trans-Flores Highway, que es como se llama a una sucesión de curvas interminables de una carretera de asfalto desgastado que trata de unir los dos extremos de la isla durante aproximadamente 650 km. La orografía de Flores es montañosa de principio a fin, lo cual ha favorecido un cierto aislamiento y una enorme dificultad en desarrollar una red de ifraestructuras para el tráfico rodado medianamente dignas. Eso explica que para hacer seiscientos kilómetros uno pueda necesitar de cerca de 20 horas.

 

Aquel día no comimos sino que compramos unos cacahuetes y unas galletas con las que ir tirando. Ya cenaríamos más contundentemente cuando llegáramos a Moni. Lo principal era salvar las horas de Sol que teníamos por delante y disfrutar de un paisaje embriagador de montañas verdes y ondulantes que se movían más allá del cristal del coche. Empezamos un contoneo múltiple de adelantamientos de riesgo, sorteo de bemos con gente subida al techo y superación de baches y zanjas que agujereaban un camino en ocasiones complicado. Llevábamos poco tiempo pero Flores me estaba resultando deliciosa…

 

Deseaba aprender más sobre la isla en la que aún existen tribus indígenas viviendo como antaño, en la que habitó hace miles de años gente tan pequeña que se les compara con los Hobbits de Tolkien, en la que aún quedan unas pocas decenas de dragones de Komodo desperdigados, en la que los volcanes poseen lagos de colores o en la que la gente te mira a la cara como una exótica novedad que visita su hogar. Deseaba compartir ese descubrimiento de una isla no demasiado transitada con Rebeca, a quien le tocaba como a mí olvidarse del síndrome de Bali y asumir que se había terminado la cama limpia de los bungalows. No sabíamos lo que nos iba a deparar Flores, pero sí que íbamos a salir de allí entusiasmados por haber estado en una tierra de semejante pureza.

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El paisaje era sumamente hermoso, poseedor de una frondosidad extraordinaria y de casas humildes de madera de las cuales los niños salían disparados hacia nosotros para poder dedicarnos las dos palabras que más escucharíamos en la isla: «Hello Mister«.

En las aldeas por las que pasábamos con el coche había pequeñas iglesias, ya que en Flores la mayoría de la población profesa el cristianismo. Los colonizadores portugueses, como todo el que conquista un lugar, trajeron su religión y, al contrario que la mayoría de las islas de Indonesia, se terminó quedando. Aunque hay una amplia porción de fieles del Islam, que no olvidemos es la Religión Oficial del Estado indonesio, es mayoritaria la presencia del catolicismo a un lado y otro de la isla. Pero en muchos pueblos, sobre todo los de las etnias que han mantenido sus tradiciones con más fuerza, conservan aún muchas de las creencias animistas que estaban antes de que llegaran aquí los portugueses. Como, por ejemplo, en las aldeas Ngada que teníamos subrayadas fuertemente en nuestra Hoja de Ruta por Flores.

P1160370Eppy quiso que presenciáramos los últimos coletazos de un atardecer que unía en color rosa el cielo y el mar que teníamos de fondo, por lo que nos detuvimos durante unos minutos en una aldea de no más de diez casas en la que la gente se nos quedó mirando muy fijamente mientras cubría sus cuerpos con ikats, tejidos con estampados que son tradición en esta zona, porque empezaba a hacer algo de frío. El interior de Flores, al ser tan montañoso, es fresco desde que anochece y eso lo notamos en cuanto nos bajamos del vehículo. Junto al sonido de los cerdos y las gallinas no hubo palabras para describir otro de esos atardeceres dignos de apuntar en una libreta de momentos inolvidables. Sin duda aquel lo fue.

Y entonces nos agarró la noche durante la última hora de viaje en la que realizar un solo kilómetro era un premio en este improvisado Rally Flores 2010 en el que el mismísimo Luis Moya (Trata de arrancarlo, Carlos. Trata de arrancarlo, por Dios. Izquierda ras, derecha y curva ras…) se hubiese vuelto loco. Porque las carreteras son de espanto, la iluminación no existe y además la gente camina por los andenes como si tal cosa. Entendía que hacer la Trans-Flores Higway llevara tanto tiempo. Y es que debían entregar un premio a quien llegara a la meta sano y salvo. Como, por ejemplo, a nosotros…

MONI Y EL HOTEL DE LOS HORRORES

Moni es un pequeño pueblo que por su proximidad con el Volcán Kelimutu sirve de base para los viajeros que quieran ascender temprano al cráter y poder disfrutar de sus vistosos lagos de colores. Si no fuera por este hecho pasaría desapercibido como una más de las poblaciones que hay junto a la carretera. No tiene nada en especial salvo algunas habitaciones de hotel disponibles y unos cuantos restaurantes en los que los pocos viajeros que se animan a visitar de la isla algo más que Labuanbajo, muy lejos de allí, tienen un sitio donde estar antes de ir a la caza del gran volcán.

No llevábamos nada reservado pero tampoco pensábamos que lo fuéramos a necesitar. Lo único que sabíamos, por lo que habíamos leído, es que la calidad de los alojamientos era una de las más bajas de la isla.  Eppy paró en el primer hotel por el que pasamos y confirmamos este aspecto en cuanto bajamos del coche para ver las habitaciones, que eran un auténtico nido de mosquitos, apenas había luz y las sábanas tenían más años que los lagos del Kelimutu. Nos pidieron 150.000 rupias pero preferimos seguir mirando más sitios. El segundo hotel tenía un poco de mejor pinta pero no había ni un solo cuarto libre. El tercero era horrendo. Ya cansados nos paramos en el Hotel Sao Ria Wisata, que contaba con algunos bungalows asomados en una pequeña colina a las afueras del pueblo. La guía Lonely Planet decía de este sitio que disponía de «bungalows con terraza bien conservados» y aunque no nos gustaron demasiado decidimos quedarnos y dejar de dar tantas vueltas. Nos habían ofrecido una habitación doble por 120.000 rupias (aprox 11€), lo que al menos nos venía bien en presupuesto. Eppy se quedó en el cuarto de al lado.

Dejamos el equipaje y sin apenas un minuto para mirar bien la habitación nos marchamos a cenar algo puesto que estábamos habrientos de no haber comido ese día entre el vuelo, la negociación en el Gardena y no haber querido perder más tiempo para salir. Lo hicimos en el Cafe Restaurante Bintang donde nos encontramos con dos parejas de turistas holandeses y personalmente pude saborear unos deliciosos spaguettis con tomate de los que me había antojado. Hacía dos semanas que habíamos salido de Madrid y en ocasiones me gustaba alternar la comida oriental con la que me recordara al menos un poco a mi casa. Rebeca prefirió seguir apostando por el recurrente Nasi Goreng. La misma elección tomó Eppy.

Rebeca, que se había enamorado literalmente de Bali y le importa mucho el lugar donde duerme, le estuvo en la cena dando vueltas y más vueltas al hotel donde íbamos a pernoctar. Era pasar de la cara a la cruz en lo que a confortabilidad se refería y tenía que hacerse a ello. Yo traté de transmitirle que se lo tomara como una experiencia más, algo divertido, y que en los viajes como el que estábamos haciendo debíamos comprender que para poder permitirnos ciertos lujos teníamos que prescindir de otros. Y más cuando no había elección como era el caso.

Puede que la charla que tuvimos en la cena sirviera porque cuando regresamos al Sao Ria Wisata, Hotel Wisata para los amigos, hicimos un examen a conciencia del lugar en el que no paramos de reirnos. Sobrevivimos a la nube de mosquitos que había junto a la puerta y revisamos una por una las camas húmedas y un tanto sucias cubiertas por unas antiestéticas sábanas azules con dibujos de girasoles. Las paredes habían sido devoradas por la mugre y aunque en su día fueron blancas habían empezado a oscurecerse. El baño era sencillamente deleznable. Un auténtico nido de insectos con arañas bailoteando encima de una taza del váter en la que para «tirar de la cadena» era necesario utilizar un cubo de agua. Tenía una ventana rota y en la puerta había una enorme apertura por la que podían colársenos todos los bichos que quisieran. De película de terror. Aquel era nuestro particular Hotel de los Horrores y allí debíamos dormir. Sin darle más vueltas…

No os perdáis un vídeo bastante divertido en el que se pueden ver algunas de las particularidades de la habitación del pánico antes de que nos fuéramos a dormir:

Otra cosa es si podríamos hacerlo y si sobreviviríamos a este hotel cuando la alarma nos levantara a las 4:00 h. para subir el Kelimutu. Como decía la pegatina que había junto al espejo del lavabo, era un Hotel Special for you

17 de julio: LA NIEBLA NO LOGRÓ ARRANCARNOS LA SONRISA

Rebeca, la más reticente con el hotel, casualmente se quedó dormida en dos minutos. Yo tardé algo más en hacerlo porque por un lado tenía mucho calor y por otro me importunaba el ruido producido por los bichillos que merodeaban por dentro y por fuera la habitación. No quería ni imaginarme lo que tenía que haber deambulando por el cuarto pero finalmente caí rendido en los brazos de Morfeo y no me desperté hasta que sonó el despertador… a las cuatro de la mañana. Terrorífico madrugón y terroríficas babosas trepando por la pared dejando un viscoso reguero. Como cucarachas rojas como el diablo subiéndose por el cristal de la ventana. Qué bella estampa de madrugada!!! (¿Queréis ver el vídeo del «Después»? Aquí lo tenéis)

ASCESO AL KELIMUTU CON NOCTURNIDAD Y NIEBLA ESPESA

A las cuatro y media nos esperaba Eppy para llevarnos en su coche al sendero donde se iniciaban las caminatas al Volcán Kelimutu. Sentíamos algo de fresco pero nada que no bastara con una manga larga fina. Ni mucho menos lo que nos habían contado, que cualquiera diría que íbamos a subir al Everest a menos cuarenta grados. Con la noche cerrada aún como testigo iniciamos una sucesión de curvas que serpenteaban por una de las laderas más pobladas de vegetación del Kelimutu. Si queríamos ver amanecer desde arriba y presenciar cómo el Sol daba sentido al color de sus tres lagos era necesario madrugar de esa manera ya que la recompensa podía valer mucho la pena. Pero entre curva y curva apareció algo con lo que no contábamos, la niebla. Sin duda, un personaje que no había sido invitado y se había presentado por sorpresa.

Costaba avanzar con el coche porque no se veía más allá de dos o tres metros y además había muchas vacas sueltas por la carretera. No queríamos pensar en ello pero en el fondo lo hacíamos. Si teníamos esa niebla a esas alturas, ¿no sería lo mismo o peor cuanto más arriba estuviésemos? Preferimos no darle demasiadas vueltas al asunto y ser optimistas. Aún era demasiado temprano y podía ser que la neblina no se hubiese agarrado aún al cráter.

A mitad de camino del parking donde dejar los coches tuvimos que firmar en el libro de registro de visitantes y pagar el precio de la entrada al Kelimutu National Park: 20.000 rupias por persona + 6000 por permitir el paso al vehículo. Sólo había firmado una pareja antes que nosotros, lo que indicaba que no tenía pinta de que fuésemos a compartir la subida a los tres lagos con demasiada gente. ¿Sería porque no había muchos turistas o porque no era el día propicio para intentarlo?

Eppy subió con el coche hasta donde pudo, en un parking a esas horas vacío. Un señor con bigote adhirió su cara en la ventanilla derecha, cual pagatina. Este era uno de los tipos que hacen diariamente el ascenso a lo alto del Kelimutu para vender después un café o un té calentito, que siempre viene bien. En cuanto salimos formuló una pregunta que nos haría en muchas ocasiones a lo largo de la mañana: Coffee or tea?

Iniciamos, por tanto, la subida a través de una red de senderos para llegar al mirador de los tres lagos en aproximadamente una hora con el paso que llevábamos. Tuvimos que utilizar nuestras linternas frontales en el primer tramo puesto que aún la noche era cerrada. Había que mirar bien al suelo mojado e ir adentrándonos más y más en un banco de niebla denso como la piedra. La visibilidad, incluso cuando empezó a haber algo de más luz, era prácticamente nula. Vamos, que no se veía un pimiento.

Los peores augurios se estaban confirmando y cada vez teníamos más probabilidades de llegar a nuestro objetivo y que la niebla no sólo continuara con nosotros sino que lo hiciera con mucha más fuerza. Subiendo una escalinata vimos un cartel que indicaba que a nuestra izquierda teníamos a la vista uno de los lagos, pero como si nos decían que estaba el mismísimo Taj Mahal. Menos mal que nos lo estábamos tomando con humor porque en realidad era muy mala suerte llegar a un lugar tan lejano, plantear un itinerario en Flores en el que el volcán era uno de los mayores baluartes y correr el riesgo de quedarnos…en blanco.

CON TODOS USTEDES, LA GRAN PALMADA

Llegamos por fín al mirador y en vez de lagos teníamos una gruesa pared de niebla que en absoluto parecía fuera a remitir. Ya había más gente en lo alto, incluyendo dos amigos del Coffee or tea, a quienes les encargué dos vasitos de té calentitos a 5000 rupias (40 cts de euro) cada uno. Porque me apetecía y porque me daba pena que para cuatro gatos que estábamos nadie les pidiera nada. Eran las seis y cuarto de la mañana y el esperadísimo amanecer de los tres lagos en sus respectivos cráteres se estaba convirtiendo en «la gran palmada» del viaje. Con palmada me refiero a un imprevisto negativo o una decepción desmesurada, que suele dejarse caer en los viajes al menos una vez. Y el Kelimutu tenía todas las papeletas para ser la nuestra.

Permanecimos a la espera durante más de una hora y en vez de amainar, la niebla se fue fortaleciendo. Aquella era la mayor barrera que nos había querido interponer la naturaleza y lo único que podíamos hacer era rezar para que desapareciera del todo o marcharnos con la música a otra parte. Nos daba tanta rabia que incluso planteamos bajar y regresar a lo largo de la mañana, pero los  Coffee or tea no nos animaron demasiado. Eran mucho más pesimistas que nosotros, que no queríamos asumir que habíamos subido en balde al Kelimutu.

Pero después pensé que, aunque la suerte nos había sido esquiva en ese sentido, sí que habíamos podido vivir otras cosasP1160376 gracias a ella, al azar que en ocasiones sorprende positivamente. Y, ¿las risas que nos habíamos echado en el hotel del terror? o, ¿los pasos que habíamos dado entre la niebla para llegar hasta allí? Todo, lo bueno y lo malo, forma parte de las aventuras y desventuras de quien asume desde el principio que viajar de forma independiente no consiste en subirse a una noria en la que todos los movimientos están previstos. Hay muchos factores que no podemos sostener con las manos, y los relacionados con la Naturaleza menos aún. Lo importante es abrir la puerta, salir e intentarlo. Y seguro que son más los parabienes que las decepciones. No siempre habrá niebla en el camino…

Así que utilizamos el mejor recurso en estos casos en vez de lamentarnos demasiado, el buen humor. He aquí la versión cutre salchichera del anuncio del «No tiene precio»: 

 

De modo que retornamos a la casilla de salida escuchando el hermoso piar de pájaros que conservaban su anonimato bajo la niebla y nos encontramos de nuevo con un Eppy convencido de que allí arriba nos había caído la moneda en cruz y no en cara. Ya en el coche fueron varias personas las que se detuvieron a nuestro lado para preguntarnos cómo habíamos visto el asunto. Y la respuesta no fue otra que «Blanco, muy blanco«.

Una vez bajamos todo lo que tuvimos que bajar la niebla abrió claros en un precioso valle de arrozales como premio de consolación por el esfuerzo. «Tomad un paisaje por las molestias» – nos susurró el volcán al oído. Algo es algo, ¿no?

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P1160386Aquel era un arrozal mucho más en bruto. Tanto que parecía haber surgido de forma salvaje sin ayuda de ningún ser humano. Seguíamos sorprendiéndonos de las fascinantes panorámicas que minuto a minuto nos estaba mostrando Indonesia. Sólo los lugareños, con sus ikats a cuestas, lo sobrellevan como algo absolutamente normal. Al igual que a un ciudadano de Tokyo le son rutinarios los rascacielos, los neones, el karaoke y el manga. El efecto choque sólo lo tienen las personas que son de fuera y viven estas cotidianeidades por primera vez. Por eso mismo cuando viajamos a Asia sentimos una inmensa explosión de diferencias en absolutamente todo.

Fuimos entonces al hotel a recoger las mochilas que habíamos dejado en la habitación, las cuales podían tener serio riesgo de ser aniquiladas por las polillas y lo que no eran polillas, para después desayunar algo rápido y marcharnos. Lo malo de esta operación a priori tan sencilla fue que el desayuno estuvo muy acorde con el Hotel Wisata en sí. Sentados en la mesa y esperando nos sirvieran vivimos un momento ahora divertido, entonces espeluznante. Teníamos a nuestra derecha un cristal tras el cual estaban todos los platos, tazas, cubiertos, etc… En una de las tazas apelotonadas merodeaba una inmensa cucaracha de color rojo chillón y unas patas larguísimas que parecía un Alien. Temimos lo peor, sobre todo cuando vimos aparecer una mano buscando alcanzar tres tazas para Eppy, para Rebeca y para mí. Dicha mano «inocente» estuvo a apenas un milímetro de traernos la cucaracha pero un movimiento inesperado evitó semejante trago. ¿Que si desayunamos? Por supuesto, aunque a sabiendas de que por nuestros cubiertos, tazas y platos había pasado absolutamente de todo.

RUTA MONI – ENDE – BAJAWA

Ya que se nos había escapado vivo el Kelimutu y en la zona llovía a mares no pudimos hacer má que abandonar el pueblo y el propio Hotel Wisata, a quienes les obsequiamos con un recuerdo de nuestro paso por allí, para hacer el largo camino que nos esperaba a Bajawa, base para hacer al día siguiente las aldeas tradicionales Ngada. Dicho recorrido lo haríamos muy tranquilamente, deteniéndonos en distintos lugares como un mercado, arrozales e incluso en la propia ciudad de Ende. Disfrutando, sin prisa pero sin pausa, de lo que la isla estuviera dispuesta a darnos, aunque para ello aún debía mejorar bastante el tiempo, que a esas horas era horroroso.

De Moni a Ende teníamos 53 kilómetros de carreteras un tanto complejas ya que gran parte de la zona, sobre todo la más próxima a Moni, se encuentra muy elevada, por lo que las curvas son mayores y el clima mucho peor. Toda la Isla de Flores, salvo en sus áreas costeras, se caracteriza por estar cubierta por una cadena volcánica bañada de frondosa vegetación. Y ya se sabe que a los volcanes la niebla gusta amarrar. Por eso dependería de si estuviésemos en altura o no para ir pasando de un microclima a otro. Dos kilómetros en Flores pueden considerarse un mundo.

UN MERCADO DE FRUTAS Y HORTALIZAS EN MEDIO DE LA CARRETERA

Como salido de la nada, porque no habíamos ni siquiera pasado una aldea hacía un rato, nos encontramos con dos hileras de puestos de frutas y hortalizas en un lado y en otro de la carretera. Ni que decir tiene, que al estar más próximos a Moni que a Ende, que es ciudad con puerto, la niebla dominaba el aire. No era tan opaca como en el Kelimutu pero sí intensa llegando incluso a mojarnos. Nos bajamos del vehículo y dimos una vuelta entre puesto y puesto, convirtiéndonos probablemente en la atracción de la mañana, ya que no es un lugar al que acostumbren a pasearse los turistas, que suelen pasar de largo.

Nosotros no teníamos ninguna prisa. Ya que el Kelimutu nos había dejado tiempo para detenernos donde nos diera en gana, qué mejor que un mercado situado en plena montaña para captar ese carácter aún auténtico de Flores y de sus gentes, cubiertas de arriba a abajo con ikats que abrigaban bien. Había quien incluso llevaba dos, uno en el cuerpo y otro amarrado a la cabeza para evitar una humedad constante que dejaba el pelo empapado en dos segundos. Sin duda los ikats en Flores son lo que los sarongs en Bali. Omnipresentes, toda una seña de identidad de distintos pueblos e incluso distintas etnias que varían las técnicas y los dibujos en los tejidos.

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Los colores vivos de las verdulerías y fruterías los matizaba el blanco, dando un toque sugerente a este rincón remoto de Flores en el que nadie entiende ni palabra de inglés ni sabe lo que es el turismo de otras islas cercanas como puedan ser Bali y Lombok. Mejor que mejor.

Escenas de vida de lo corriente, lo cotidiano, de gente normal pasando de un puesto a otro y llevándose el género que más le interese, por muy grande que este sea.

ADIÓS A LA NIEBLA!!

Faltando aproximadamente una hora para llegar a la ciudad de Ende fuimos dejando atrás las zonas más elevadas, divisando las montañas desde mucho más abajo, lo que provocó que definitivamente la niebla nos dejara de incordiar. El cielo volvió a ser completamente azul y la visibilidad de un 100%. Y se agradecía. Ya necesitábamos ver cómo la energía de los rayos del Sol rompían las opacas barreras blancas y grises que nos habían hecho prescindir de paisajes hermosos como el que nos encontraríamos a apenas un minuto de regresar al mundo de la las luces.

La armonía de las terrazas de arroz llevando sus aguas a lo más profundo de un valle resplandeciente y casi virgen debía ser la obra maestra de un genio capaz de modelar la Naturaleza a su antojo, infundiendo la belleza más pura e infinita a la tierra trabajada durante siglos y más siglos por los ende. Los arrozales que teníamos delante de nuestros ojos actuaban como espejos nítidos y relucientes de aquella mañana de julio.

El Reino de la luz que gobernaba las tierras bajas nos demostraba que por mucho que el Kelimutu nos hubiera dado esquinazo, recorrer de este a oeste la isla de Flores había sido una idea genial y de la que estábamos dispuestos a sacar el máximo partido.

LAS CURVAS QUE NO CESAN

La célebre TransFlores Highway no tiene precio. Es más raro ver una recta en condiciones que a una abeja con alergia al polen. Conviene agarrarse fuerte a los vaivenes a izquierda y derecha y asumir que todo el camino va a ser idéntico, sobre todo en las zonas de interior. Eppy nos dijo que en Ende y alrededores la carretera se volvía mucho más normal, pero que para llegar a esta ciudad aún quedaba un buen trecho de…15 kilómetros. ¿Cómo se le puede llamar buen trecho a 15 km? Eso me preguntaría yo en el caso de no haber hecho en mi vida esta ruta, pero como no es el caso sí que puedo afirmaros que esa distancia en Flores no es moco de pavo.

Quienes se mareen con facilidad en los coches no habrá biodramina que les consuele…

EL PUENTE COLGANTE DE INDIANA JONES

A muy pocos kilómetros de superar «el buen trecho» a Ende en el que íbamos siguiendo el curso de un río nos percatamos deP1160416 la existencia de un puente que separaba ambas orillas a una altura interesante. Pero eso era lo de menos. Lo llamativo estaba en que era de esa clase de puentes colgantes y estrechos de madera sostenido por cuerdas que tanto nos recuerdan a los de las películas de aventuras en las que tantas veces se venían abajo o se rompían en el momento menos afortunado dejando a quienes osaran cruzarlos al límite de las afiladas bocas de cocodrilos hambrientos u otras criaturas no demasiado amigables. Y una cosa tenía muy clara, no estaba dispuesto a marcharme de allí sin atravesar a pie aquella pasarela liviana que bautizamos como «El puente colgante de Indiana Jones» porque era idéntico al de algunos filmes de la que es mi saga favorita.

Rebeca hizo el amago de seguirme pero, a sabiendas de su escasa afición a las alturas, decidió quedarse y esperar. Total, iban a ser unos minutos entre ir, ver que había detrás y regresar. Así que me agarré a los pasamanos e inicié a paso lento el P1160419camino que me llevaría de un extremo al otro del puente. Cada movimiento que hacía le sucedía un consecuente crujido de la madera y una fuerte tensión de las cuerdas que formaban parte de una barandilla muy poco segura. En ocasiones miraba para abajo pero no era la mejor idea porque entonces aparecía de la nada un repentino e incómodo vértigo que no me hacía ningún bien. Había zonas del suelo y de los pasamanos que estaban sueltas y por momentos tuve la sensación de que dicho puente no debía soportar demasiado peso. Pero pensé que por lógica debía ser un cruce que utilizaran día tras día muchas personas y que no tenía que ser precisamente conmigo cuando se pusiese en huelga. Y poco a poco, pasito a pasito, lo superé en aproximadamente tres minutos. ¡Misión cumplida!

En ese otro lado en el que me encontraba había más arrozales y pastos donde pacía el ganado, así como algunas casitas de madera. Retorné caminando por el puente, pero menos agarrotado que en la ida, quizás confiado en que eso tenía más aguante del que uno puede ver a priori.

UN STOP EN ENDE

Y tras jugar a Indiana Jones volvimos al coche para hacer una pausa en Ende y comer algo, ya que en el resto del camino aP1160421 Bajawa no íbamos a encontrarnos con restaurante alguno. En esta ciudad portuaria, de donde parte un buen número de ferries que viajan a otros puntos de la isla e incluso a otras islas como Timor (hay varias embarcaciones que unen Ende con Kupang, en el sector occidental de Timor) o la propia Java (Surabaya una vez a la semana) hay tantos o incluso más habitantes que en Maumere. Aquí la mezcolanza entre melanesios y malayos está al 50%, al igual que de católicos y musulmanes. Es probablemente una de las urbes con más vida de Flores, pero su prácticamente nulo interés turístico la convierte en una mera escala para los viajeros que en ocasiones tienen que pasar aquí la noche o, cargar las pilas en algún restaurante como nosotros.

Y por ende, valga la redundancia, fue lo que hicimos, parar a comer en un local dividido en dos partes, restaurante/tienda de alimentación china y peluquería. Compartían un cuarto de baño de agujero en el suelo y olor a concentrado. Pero en su defensa tengo que decir que lo que nos sirvieron nos supo muy bien, sobre todo un plato de gambas fritas con salsa de soja realmente delicioso. Creo que salimos a unas 10.000 rupias (ni 1€) cada uno, por lo que de una forma u otra fue un acierto para el bolsillo.

Después de comer abandonamos Ende entre el tráfico de coches y motos. Y dejamos atrás un alboroto que por primera vez observábamos en la isla. En el siguiente vídeo podéis ver un poco cómo es esta ciudad:

TRES HORAS Y TREINTA MINUTOS A BAJAWA

P1160426Desde Ende la carretera nos dejó tener el azul del mar a nuestra izquierda durante bastante rato. Pequeños retazos turquesas se dejaban ver a la par que algún que otro barco de pescadores. A unos veinte o treinta minutos de haber salido de la ciudad nos detuvimos en una de ellas. Era larga, de arena oscura y fina, absolutamente solitaria durante kilómetros sin más construcciones detrás suyo que las de los árboles y arbustos que enraizaron junto a ella. Pensé en lo diferente que es el concepto de «ir a la playa» para unos u otros. Ni una sola persona paseando, ni nadie que se hubiese aprovechado de esa condición de incólume de la misma para montar un hotel o un negocio. Y es que, aunque Flores empieza a ser más conocida, aún no absorbe el turismo suficiente para tener que conquistar todas y cada una de sus playas.

Para mí una playa cuando está en completa soledad…es otra cosa. Mucho más bella, mucho más sublime.

Aunque pronto abandonaríamos el sendero costero mucho más recto que lo que nos esperaba después, ya que regresaríamos nuevamente a la sucesión de curvas infinitas e infernales que atraviesan las montañas. La TransFlores Higway es realmente traviesa en todo su recorrido pero es a través de esta vía cómo uno puede hacerse a la idea de dos cosas. La primera, cómo es la isla. La segunda, cómo debía ser la isla antes de tener esta carretera. Orográficamente semejante, por supuesto, pero las formas de vida mucho más ancladas en el pasado y desconocedoras del significado del turismo. Todo porque la carretera alejó del aislamiento a gran parte de la población de la isla, aunque fuera de ella aún se encuentran poblados indígenas como los que a uno le vienen a la cabeza.

Durante las tres horas y treinta minutos que separaban Ende de Bajawa, ya que Eppy iba siempre a bastante buen ritmo porque los bemos invierten fácilmente cinco horas o cinco horas y media, hubo tiempo a que habláramos muchas cosas, a ver un sinfín de paisajes hermosos y, por supuesto, a quedarnos con alguna anécdota graciosa.

Como por ejemplo cuando unos tipos se subieron a una moto sosteniendo caña de bambú de lo menos cinco metros de longitud para llevar a alguna obra que debía estar a cierta distancia del bosque donde la obtuvieron (que, por cierto, en Flores hay unos bosques de bambú asombrosos). El tipo que iba de paquete portaba con toda la tranquilidad del mundo su caña cual lanza de Don Quijote, que además se le movía a los lados estando realmente cerca de tirar a otras motos y provocar un buen accidente.

Esas son algunas cosas que nos encontramos en las carreteras de Flores, sin olvidarnos de los Bemos con cabras atadas al techo, niños jugando en medio de la carretera (algunos incluso lo hacían sentados), gallinas, cerdos y perros suicidas que cruzaban en los momentos más inesperados o los mil y un socavones quebrando el asfalto. Pero eso también tiene su gracia. Si se sale ileso, claro.

BAJAWA, CAPITAL NGADA. FIN DE RUTA 

P1160433Aproximadamente a las cuatro menos cuarto de la tarde llegamos a Bajawa, la ciudad más importante de los Ngadas. Nos hospedamos en el Hotel Korina, situado casi a la entrada viniendo desde la carretera de Ende. La habitación doble nos costó 150.000 Rp (en torno a 14€) con desayuno incluido. No era la octava maravilla pero sí estaba bastante más limpia que la del inolvidable Hotel Wisata de Moni. Por supuesto, no se salía de la línea de mediocridad de los alojamientos usuales de la Isla de Flores. Tenían cuartos más baratos pero eso era comprar bastantes papeletas para coger piojos o dormir en compañía de una tropa compuesta por más de un millón de chinches.

Salimos a dar una vuelta por la ciudad, que en realidad es como un pueblo. Aunque no tiene nada del otro mundo sí resulta agradable pasear. Sobre todo por el Mercado donde había bastante animación.

Aunque lo que más nos llamó la atención fue la gran cantidad de personas que escupían líquido rojo al suelo y después sonreían con unos dientes del mismo color pero carcomidos. Si mirábamos el suelo estaba lleno de escupitajos y no había mujer que no poseyera tan característica como desagradable mandíbula. Eso era algo de lo que me había percatado en algunos viajes a Asia como India y Camboya. Investigando al respecto averigué que se trataba de nuez de betel, que al masticarla resulta ser estimulante y además es adictiva como cualquier droga. Tiene mucha afición en numerosos países asiáticos. Es, además, la causante de un buen número de cánceres orales y de convertir en las sonrisas en auténticos estropicios…


Soy consciente de que esta foto que tomé en Flores puede revolver el estómago a más de uno.

Pero por fortuna el mercado no era únicamente un nido de desdentados, sino un lugar alegre, de vaivenes, fruta fresca y mucha guindilla con la que hacer que las comidas piquen de verdad.

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En fin, lo que es un mercado tradicional en toda regla y que no dudamos en recorrer allá donde estemos. En Flores no iba a ser menos.

Aprovechamos para conectarnos a internet por 2000 rupias y saber lo que pasaba en el mundo desde un lugar tan remoto y, como siempre, ponernos en contacto con la gente a través de esta página. Aunque la intimidad brilló por su ausencia puesto que lo menos diez chavales se pusieron detrás de nosotros para ver dónde navegábamos. En favor de Bajawa tengo que decir que me encontré con una velocidad de conexión realmente buena en comparación con la que había visto hasta ahora.

Lo mejor estaba por llegar. Aquel era un impass ante uno de los días que más sensaciones podía depararnos de todo el viaje. Porque Bajawa no fue más que un mero enlace con las aldeas tradicionales Ngada que se esconden bajo las faldas del Volcán Inerie, que por la tarde nos nos mostró su cráter reluciente exento de nubes. Las chozas de los indígenas y sus altares a los espíritus aún emocionan porque están vivas. Los Ngadas aún conservan su fe y su cultura dentro de una burbuja que alienta los caminos de los viajeros que sueñan con encontrarse un poco de autenticidad en sus aventuras.

Contaba los segundos para poder poner los pies en el suelo de aquellas aldeas y sentir toda su magia. Era la razón más grande por la que invertir tantas horas en cruzar la isla. Y lo que nos iba a hacer olvidar definitivamente el desdén del Kelimutu que nos había burlado esa misma mañana.

CONTINUARÁ…

* Puedes ver un SELECCIÓN DE FOTOS pertenecientes a este capítulo.

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