Crónicas de un viaje a Indonesia 3: Borobudur y Meseta Dieng

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Crónicas de un viaje a Indonesia 3: Borobudur y Dieng Plateau

7 de julio: BOROBUDUR O EL CAMINO A LA VERDAD; DIENG O LA CHIMENEA DE AZUFRE

Para mí un lugar GRANDIOSO con mayúsculas, es aquel que logra arrebatarme el habla, elevar mi ritmo cardíaco, ponerme la carne de gallina e incluso los ojos vidriosos. Que cuando lo tengo delante el sosiego se convierte en una conmoción casi incontrolable y el mero hecho de llegar hasta allí justifica todos los esfuerzos empleados para hacerlo. El sentido de viajar se impulsa gracias a la belleza del mundo, capaz de regalar momentos de incuestionable emoción. Pero no son tantos los lugares GRANDIOSOS con mayúsculas. Sólo unos pocos, en función de cada persona, logran transmitir esa sensación de felicidad no contenida y vulnerabilidad ante un empequeñecimiento progresivo del «Yo» para ser tan sólo una pieza ínfima de un puzzle casi infinito. Y eso es algo que vi nítidamente reflejado en Borobudur.

Porque Borobudur logró emocionarme como pocos. El monumento budista más grande del mundo, levantado sobre una colina del centro de Java hace más de un milenio,  contiene todos los elementos que lo elevan a las cotas más altas de la Belleza y la Pureza, del Arte visto como la representación de lo intangible, de una idea que muestra cómo llegar al último estado de la perfección, cómo alcanzar el Nirvana.

Aquel 7 de julio de 2010 anduvimos por el Camino a la Verdad última, viajamos a través de distintas etapas del Ser Humano cinceladas delicadamente en la piedra por los artesanos celestiales. Borobudur, donde estuvimos desde primera hora de la mañana, dio paso después a otro lugar de Java más remoto situado en las alturas, Dieng Plateau, donde la Tierra late a ritmo de volcán y de fumarolas con un humo continuo y agua hirviente buscando la superficie.

LA HOJA DE RUTA

Con más razón que nunca había que madrugar más de la cuenta. Los planes lo exigían porque eran bastante ambiciosos. Aunque el templo de Borobudur (a 40 km) estaba encaminado a ser el sumo protagonista, teníamos interés en llegar un poco más allá, a la Meseta de Dieng (a 100 km más), donde sabíamos no iba a haber ni la décima parte de turistas y en la que estábamos dispuestos a dejarnos sorprender por un área menos conocida pero realmente recomendable. Para llegar a estos lugares y, sobre todo, poder invertir el tiempo suficiente, no podíamos remolonear de más. De hecho nos levantamos a las cuatro y cuarto de la mañana puesto que quince minutos después vendría a buscarnos el conductor con el que habíamo ido a Prambanan el día anterior.

A Borobudur sería fácil y rápido llegar, sobre todo a esas horas en las que Yogya se estaba empezando a despertar y aún no había demasiado tráfico. Pero lo de Dieng iba a ser arena de otro costal puesto que la carretera que se dirige hacia allí es penosa a más no poder y uno puede aspirar a hacer cerca de 25 kilómetros en una hora. Afortunadamente todo esfuerzo tiene su recompensa.

A pesar de ser todavía de noche Yogya comenzaba su ritmo diario tal y como pudimos ver desde la ventanilla del coche, un vehículo diferente al que habíamos utilizado para Prambanan. Los mercados de abastos ya se habían puesto en pie, con sus productos iniciando un ciclo largo que pasaría de un lugar a otro hasta llegar finalmente a su consumidor final. La fruta y el pescado fresco se vendían al por mayor desde las propias furgonetas, aunque no era lo único con lo que se comerciaba a pie de calle. Las bicicletas, las motos y los becaks imprimían ritmo a una metrópoli aún en penumbra.

COCHES CON CONDUCTOR EN JAVA, BALI O LOMBOK (Y LA POSIBILIDAD DE RESERVAR POR ADELANTADO)

La isla de Java es uno de esos destinos en Indonesia donde viene muy bien contar con un coche con conductor para aprovechar al máximo la estancia en la isla. Afortunadamente existe una joven empresa española llamada Routive que se encarga de poner en contacto a los viajeros con conductores profesionales tanto de habla hispana como inglesa. Y no sólo en Java, sino también en Bali o Lombok.

En este caso lo más positivo es poder contar con un conductor de total garantía (podéis elegir que hable castellano o inglés con cierta fluidez) y una empresa que está al otro lado y te da soporte durante todo tu viaje. La gente de Routive puede echaros un cable a la hora de preparar un itinerario lógico, proveeros de un conductor que ha pasado un proceso de selección y, si hubiera algún problema, pueden cambiar de chófer y vehículo de manera inmediata.

Sele en un coche en Bali

Ideal para hacer destinos como Borobudur, Prambanan o Semarang (de cara a tomar el vuelo a Borneo para ver los orangutanes) desde Yogyakarta

El precio por día (válido hasta siete personas) incluye la disposición disponer de conductor hasta diez horas con gasolina y aparcamientos incluidos. También ofrecen la posibilidad de hacer rutas de media jornada a un precio realmente competitivo (y así aprovechar la piscina del hotel o darse un buen masaje)

Sus rutas son 100% personalizadas así que tenéis total libertad para elegir dónde queréis que os recojan, a qué hora, lo que queréis ver, dónde comer, etc.. Es ideal también para el que no tenga muy claro el recorrido y prefiera que le den recomendaciones tanto previamente como sobre la marcha.

Más información en www.routive.com

NOTA: Son muy majetes, te contestan enseguida el correo y te ayudan muchísimo a planificar tu estancia en Bali, Java o Lombok. De verdad, os los recomiendo.

La distancia de Yogyakarta a Borobudur es de unos 40 kilómetros que, sin tráfico, hicimos en algo más de tres cuartos de hora. Casi inapreciables gotas de luz se proyectaban a las palmeras que había a uno y otro lado de la carretera junto a líneas de niebla muy tenues pero muy normales en estos lares en los que aún huele a selva profunda y húmeda. De hecho cuando llegamos al dormido mercado a la vez que parking de Borobudur y nos aproximamos a la puerta de acceso al complejo, aún cerrada, absorbimos las mismas esencias que yo ya había probado en otras junglas, como por ejemplo la de Costa Rica.

HORARIOS Y PRECIOS DE BOROBUDUR

El conductor había dejado su coche en un todavía vacío parking repleto de puestos aún cerrados. Salvo uno en el que pudimos comprar algo de bebida y unas galletas de desayuno. Rebeca y yo fuimos los primeros en acercarnos a las puertas de acceso a la «Taquilla de Extranjeros», ya que al igual que en Prambanan, los indonesios pasan por una caja diferente y desembolsan una cantidad mucho menor que la que necesita depositar uno de fuera. Faltaban cerca de quince minutos para que se abrieran dichas puertas por lo que aprovechamos para desayunar tranquilamente.

El horario de Borobudur va desde las seis de la mañana hasta aproximadamente las seis de la tarde, aunque ya a las cinco comienza a desalojarse para que cuando sea de noche quede completamente vacío de turistas. Es uno de los monumentos más visitados tanto de Indonesia como del Sudeste Asiático, por lo que se puede lograr una intimidad relativa en los primeros momentos de apertura y los últimos del cierre. El resto del tiempo está completamente lleno de gente, sea el día que sea. Aunque julio y agosto son meses predilectos para que esto rebose mucho más de la cuenta.

Los precios de acceso a Borobudur para extranjeros son de 15 dólares la entrada de adultos y 8 dólares la de estudiantes con carnet que lo acredite. En mi caso conseguí hacerme con la más barata gracias a una tarjeta que no tenía nada que ver con el mundo estudiantil pero que justifiqué como la universitaria normal y corriente en España. Y como en Prambanan, coló sin el menor atisbo de duda. Y como premio, supongo que por pagar un precio de turista, nos invitaron tomar un té y a que nos lleváramos alguna que otra botella de agua.

En el momento en que el reloj dio las seis en punto de la mañana debíamos estar allí en torno a quince personas. Pero el goteo iba a ser incesante, por lo que no dudamos en aprovechar la coyuntura y disfrutar de un Borobudur más tranquilo que el que habría a horas más tardías. La ocasión la merecía.

LA NIEBLA, PRIMER TELÓN DE UN MONUMENTO HISTÓRICO

Nos encaminamos bajo una ligerísima capa de niebla hacia algo que era, como decía al inicio del capítulo, GRANDIOSO con mayúsculas. Un lugar especial incapaz de dejar indiferente a cualquier viajero que se precie. Alrededor olía a jungla, sonabaP1140952 a jungla…  y caminábamos como si estuviésemos a punto de ser nosotros quienes fuéramos a hacer un hallazgo que ya había llegado realmente doscientos años antes. Y es que sería Sir Thomas Stamford Raffles, Gobernador Británico en Java y fundador de la colonia de Singapur, quien en el año 1814 se atribuyera el descubrimiento de lo que se conocía en Java como Candi Borobudur. Aunque en realidad lo que hizo Raffles fue mandar a un ingenieron holandés llamado H.C. Cornellius a que le reportara si era verdad lo que le habían contado al respecto a un inmenso templo en una colina rodeada de selva. Sería este, junto a otros hombres, quien se encontraría de lleno con un Borobudur cubierto de vegetación y tapado por varias capas de ceniza volcánica.

P1140954Durante dos meses se ocuparía de limpiarlo profundamente antes de llevar sus primeros informes al Gobernador. A partir de ese momento en que Raffles haría propaganda deldescubrimiento, el control del templo daría vueltas con otros Gobiernos (Java, así como gran parte de Indonesia pasaría a ser colonia holandesa) y otros personajes que lograrían mantener el templo como estaba (hubo quien propuso desmontarlo y llevar las piezas a un museo) e incluso restaurarlo, tarea más difícil de lo que parecía porque peligró su estructura por pequeños derrumbes y, sobre todo, por los clásicos terremotos que asolaban año tras año a la isla. Imposible pero cierto, Borobudur permaneció intacto, y eso que ha soportado incluso algún que otro atentado terrorista. Estaba destinado a soportar los ataques de la Naturaleza y los del propio Ser Humano. Podemos decir que el templo tenía suerte, tenía flor.

Pero es inevitable preguntarse, ¿Y qué es exactamente Borobudur?, ¿Cuál fue su función?, ¿Por qué razón cautivó y sigue cautivando a todo el que lo visita? He aquí algunas pistas de lo que se conoce, lo que se presume y lo que se desconoce de un lugar fascinante.

ÉRASE UN MANDALA, ÉRASE UN CAMINO…

P1150047Se calcula que Borobudur fue construido en torno al año 800 D.C. durante el reinado de la Dinastía Saliendra, los cuales fueron grandes impulsores del Budismo. Durante algo más de siete décadas se trasladaron cerca de dos millones de bloques de piedras a una colina, para después ser esculpidos in situ bajo estrictos patrones sólo explicables por medio del Universo Budista. Etimológicamente Borobudur quiere decir algo así como «Monasterio budista de la montaña» y pretendió ser una representación terrenal de las historias, los valores y parámetros de la religión de Siddhartha Gautama, Buda. Y vaya si lo consiguieron, puesto que el inmenso monumento posee todos los elementos necesarios para comprender de arriba a abajo la filosofía y creencias del budismo de la época.

Visto desde abajo Borobudur es una inmensa stupa, relicario que simboliza el camino a la iluminación, levantado a través de varios niveles y compuesto por numerosas stupas más pequeñas. Pero visto desde el aire, es un perfecto mandala de piedra, es decir, el diagrama que representa la totalidad del cosmos (círculo dentro de un cuadrado). El templo de la montaña es probablemente lo más cercano y perfecto que existe a un Universo tridimensional.

Borobudur, el mandala arquitectónico, se compone de nueve plataformas superpuestas y decrecientes (cuadrangulares y circulares) que corresponden a las tres etapas necesarias para alcanzar el Nirvana:

  • 1ª plataforma-base (forma cuadrada): Kamadhatu o el mundo de los deseos. La vida terrenal, en la que nos dejamos envolver por necesidades materiales y mundanas.
  • 2ª a 6ª plataforma (forma cuadrada): Rupadhatu  o el mundo de las formas. La vida de Buda y la posibilidad de ir ascendiendo a través del ciclo de reencarnaciones.
  • 7ª a 9ª plataforma (forma circular): Arupadhatu o el mundo de las no-formas. Se han soltado las cadenas con lo terrenal y se ha obtenido, por tanto, la liberación. En la stupa principal, en su último extremo, se ha logrado alcanzar el Nirvana.

En cada una una de las plataformas cuadrangulares, por las que se va accediendo a través de escaleras al norte, sur, este y oeste (los puntos cardinales abiertos son básicos para desarrollar un mandala), hay dispuestos algo más de 2600 paneles en relieve que tienen que narran escenas totalmente acordes a cada uno de los «mundos» a los que pertenecen. Al igual que 504 estatuas de Buda, resguardadas en nichos. En el caso de las plataformas circulares, lo que hay son estupas con forma de campana, y los Budas se encuentran en el interior de cada una de ellas.

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El monumento está dispuesto para que ir recorriendo todas y cada una de las galerías de cada plataforma hasta llegar a la última stupa. De esa forma los peregrinos caminarían aproximadamente 5 kilómetros en el sentido de las agujas del reloj en las que leyendo cada una de las esculturas en relieve y cubriendo etapas llegarían simbólicamente al culmen de la perfecta vida de un budista.

CAMINANDO A TRAVÉS DE LAS PLATAFORMAS CUADRANGULARES

Nosotros fuimos siguiendo la ruta de los peregrinos desde la base hasta la cúspide rodeando el monumento a cada nivel en el sentido que marca la tradición. El comienzo nos lleva al los aspectos más mundanos de la vida, al apego a lo material y el desapego a lo espiritual. El Kamadhatu es el día a día de cualquier ser humano amarrado al mundo de los deseos.

 

A primera hora de la mañana no éramos muchos los que iniciábamos la marcha en Borobudur. Nos extrañó que la mayor parte de los turistas se saltaran el recorrido lógico y se encaminaran directamente a la estupa de arriba sin acometer los pasos necesarios con los que se logra ascender «física y metafísicamente» al final. Pienso con firmeza que el templo se «comprende» mejor en su totalidad si se hace poco a poco, atando cabos en un ensablaje realmente perfecto.

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Superada la base cuadramos el nivel uno, el dos, el tres… Estábamos en el mundo de las formas, en el que el proceso de P1140964liberación comienza. Los relieves, con un sentido narrativo sensacional, tratan de ser ejemplificantes. Gran parte del camino es un recorrido escultórico a través de la vida de Buda, de sus distintas encarnaciones. Son capítulos que un peregrino de la época comprendería con sólo observar las piedras. Si se dice que en el cristianismo los conjuntos escultóricos y pinturas de catedrales e inglesia forman la Biblia de los iletrados, Borobudur es la perfecta plasmación física de todos los aspectos de la religión budista, incluida la misión que tienen encomendadas las almas para deshacerse de una vez por todas del sufrimiento relacionado con las necesidades materiales.

Cada panel es la hoja de un libro, por lo que a cada paso que se da en las galerías uno se empapa de un concepto diferente, de una idea secundaria que sumada una con otra lleva a la idea principal, al Nirvana. Aunque para llegar hasta allí es necesario nada menos que 5 kilómetros de superación.

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Haber llegado a Borobudur con el amanecer fue un rotundo acierto. Gracias a evitar a las masas (que pueden llegarse a contar por miles) tuvimos la fortuna de seguir el sendero de forma relajada, disfrutando del Arte y las formas que se nos iban desplegando en pleno silencio, importunado únicamente por el sonido de la naturaleza que rodea al conjunto.

El Rupadhatu tiene un sentido puramente aleccionador. Sus esculturas tratan de demostrar qué es lo que no se debe hacer y que si se actúa de forma inadecuada el alma tomará forma de un ser inferior en la otra vida. Mientras que si uno obedece a lo que sí se debe hacer y se actúa en consonancia con las encomiendas del Budismo, el alma prosperará y ascenderá otro nivel. Esta es una idea que de forma abstracta se repite en gran parte de las religiones del mundo. Si nos olvidamos de las reencarnaciones, a nadie nos debe chocar esta sucesión de: Bueno-premio, Malo-castigo… cielo, infierno. De una forma u otra cada religión es una misma idea dentro de un envoltorio diferente.

Continuamos el ascenso a través de las plataformas cuadrangulares en las que todo permanecía relativamente igual, no había variaciones demasiado reseñables. Por supuesto, siempre el siguiente nivel es de menor tamaño que el anterior. Eso por supuesto afecta al número de estatuas de Buda que observan al visitante desde sus nichos. Así en las plataformas cuadradas 2ª-6ª, es decir, en el Rupadhatu hay un total de 432 figuras repartidas de abajo a arriba de la siguiente manera: 104-104-88-72-64, quedando entonces 72 en los niveles circulares.

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Lamentablemente de las 504 estatuas de Buda, unas 300 están mutiladas por culpa de saqueadores y cazatesoros que seP1140991 encontraron con un auténtico museo al aire libre cuando los Cornellius y sus hombres, enviados por Raffles, dejaron totalmente al descubierto el templo después de siglos de abandono bajo un denso manto de ceniza volcánica y matorrales. Sobrevivieron durante mucho tiempo aunque el re-descubrimiento (nunca se dejó de tener constancia de su existencia) no sólo tuvo consecuencias positivias. Hoy día muchas de ellas están decapitadas, pero sigue siendo un número importantísimo de figuras intactas colocadas en sus nichos o stupas correspondientes.

Uno de los detalles que se nos pasaron por alto en el momento de la visita tiene que ver precisamente con dichas estatuas. Nos pareció que todas eran exactamente idénticas, sentadas de una misma manera, con las piernas cruzadas. Pero a P1140983mi vuelta, para profundizar más sobre el tema consulté el blog del peruano Carlos Zeballos, Mi Moleskine Arquitectónico, donde había un monográfico espléndido que había realizado al respecto (como todos los que tiene). En él supe que en realidad no todos los Budas de Borobudur son iguales, sino que hay variaciones entre unos y otros en la posición de sus manos. En función de dónde estén situadas estas estatuas (sentido norte, sur, este u oeste), las manos representarán distintos estados de meditación. Este es otro ejemplo que deja claro que las personas que diseñaron el «Monasterio Budista de la montaña» no dejaron ni un solo detalle al azar.

Además de los Budas y de las figuras esculpidas en relieve son visibles en Borobudur otro tipo de criaturas, más monstruosas, como las que dan forma a los caños que desagüan cuando hay lluvias, las cuales son abundantes en esta región. Algo así como las gárgolas de las Catedrales son estos seres esculpidos en las esquinas denominados makaras, los cuales están situados en todas las esquinas de los niveles existentes. Sin ellos todo se hubiera venido abajo porque no hubieran soportado la más mínima inundación.

Es complicado caer en la cuenta de todos los detalles del templo, pero es sencillo apreciar su armonía e incluso su energía, caminando por sus largos corredores mientras la niebla se va disipando lentamente para demostrar que el entorno natural es otra de sus virtudes.

Durante nuestro «peregrinaje» tuve la sensación constante de que Borobudur lograba transmitirme mucha Paz, como si fuera una máquina hecha en piedra para hacer meditar y reflexionar al que va. Aquel viaje virtual al Nirvana se estaba convirtiendo en un sendero de sensaciones y sentimientos que afloraban al igual que lo hacía un Sol cada vez menos tímido.

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En ese momento ya estábamos listos para ascender al siguiente nivel…

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BIENVENIDOS AL MUNDO DE LAS NO-FORMAS

Otras escaleras nos llevaron a iniciar el camino a través de las plataformas circulares, las tres últimas de Borobudur, y así abandonar los pasillos del mundo de las formas. Nos encontrábamos en el Arupadhatu, el lugar que representa la liberación definitiva de las necesidades materiales, condición imprescindible para alcanzar el Nirvana. La estructura y la decoración del templo en este último nivel constituye un cambio radical respecto a los dos niveles inferiores. Otra etapa, otro Borobudur…

En esta parte se agrupan stupas perforadas formando un círculo concéntrico que abraza el punto central y definitivo, la stupa mayor.

Los paneles con relieves dejan de existir para mostrarnos únicamente 72 stupas distribuidas en 32, 24 y 16 en las que son las tres últimas plataformas. No hay que olvidar que la stupa es el elemento primordial dentro de la arquitectura budista, por lo que se entiende que los últimos movimientos que deben hacer los peregrinos consistirán en rodear de izquierda a derecha y de abajo a arriba estas construcciones que recuerdan bastante a las campanas.

Salvo la última y más grande, las 72 stupas estaban preparadas para contener figuras de Buda en su interior. Aunque algunas han desaparecido, es posible ver aún bastantes en el interior de las mismas a través de las incisiones, bien cuadrangulares o bien romboidales, por las que uno puede asomarse si así desea.

Una de las imágenes más fotogénicas de Borobudur se encuentra en una stupa que se ha partido por la mitad, dejando al descubierto uno de estos hermosos Budas en piedra.

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Aunque es bien complicado no encontrar lugares donde poder tomar cientos de fotos de lo que puede considerarse una aunténtica maravilla para todo aquel que le guste la fotografía. No hay más que mirar a un lado u otro y encontrará algo digno de inmortalizar, como el mar de stupas con la verde selva como telón de fondo.

Al final es la sencillez la que hace aún mayor esa Grandiosidad de la que hablaba en un principio. La parafernalia y el afán detallista se termina a los pies de la stupa principal, que definitivamente premia al peregrino con un Nirvana de preciosas vistas. Un regalo que se puede disfrutar mejor acudiendo a primeras horas de la mañana, con una temperatura más benévola y una menor presencia de turistas.

De eso quería hablar ahora, de la gente y, sobre todo, de esas casualidades que nos hacen ver que, en realidad, no vivimos en un mundo tan grande ni que estamos tan lejos, por muchos miles de kilómetros que recorramos. En la cúspide del Templo de Borobudur viví una de estas situaciones curiosas y difíciles de olvidar que corroboran esta teoría. Debía haber no más de quince o veinte personas dentro de esas tres últimas plataformas circulares. Pero entre ellas, apostados sobre la stupa principal, me pareció ver a dos españoles, chico y chica, charlando con unos niños. Su inglés les delataba. Pasamos por delante suyo y les saludamos con un «Bueeenas» característico. En ese instante él le hizo una señal a ella y me pareció escucharle decir en voz baja algo así como «Ese es Sele», algo que me preguntaría directamente justo después. Sin casi creérmelo le respondí que sí, que era yo. En ese momento iniciamos una conversación con ambos. Sus nombres, Ángel y Bea. Él era lector y buen conocedor de lo que se cocía en www.elrincondesele.com y por eso me había reconocido. Además demostró que eso era así porque se sabía el número exacto de países en los que había estado y se había leído en varias ocasiones algunos de los relatos de la web como por ejemplo el del Transiberiano o el de la Costa Oeste de USA. Recordó a Rebeca además que fue parte de este último.

Tengo que reconocer que me sorprendió mucho esta situación. Encontrarme a un buen lector de mis crónicas viajeras a tantos miles de kilómetros fue algo que, sin ser la primera vez, me ruborizó y alegró a partes iguales. Sinceramente fue un orgullo y, más aún, cuando resultó ser gente tan simpática y agradable con la que compartimos unos minutos realmente especiales en un lugar como en el que estábamos.

BOROBUDUR VISTO DESDE ABAJO

Nos despedimos de quienes habían sido nuestra «sorpresa» de la cima del templo y permanecimos allí sentado un rato más cuando comenzó a aparecer mucha más gente que ya copaba las plataformas superiores. Se repitieron de nuevo las escenas que habíamos vivido en Prambanan cuando un buen número de indonesios nos pidieron en múltiples ocasiones que nos tomáramos una fotografía con ellos. Nos hicieron más fotos que a los Budas de piedra utilizando incluso los teléfonos móviles. Lo que se salió de madre fue cuando nos echaron a los niños (bebés incluidos) en brazos para que posáramos con ellos. Nos colocaban a los pequeños como si fuesen muñecos. Alguno de ellos no se nos cayó rodando por las escaleras de milagro. Pero el afán porque se los sostuviésemos para la foto fue tan grande que no tuvimos más remedio que prolongar unas sonrisas de anuncio de pasta de dientes y dedicar la mejor de nuestras poses a la causa.

Ya se sabe que todo lo que sube tiene que bajar, y eso fue precisamente lo que hubo que hacer una vez finalizado nuestra peregrinación virtual al Nirvana en aquel Mandala gigante de piedra. Cierto es que Borobudur se aprecia en toda su magnitud caminando a través de sus galerías, observando sus relieves, budas y stupas casi a quemarropa. Pero para hacerse una idea de la excelencia del monumento conviene también alejarse de la base y, en la distancia, obtener una panorámica de lo que a todas luces es la Gran Pirámide del Sudeste Asiático.

Es entonces cuando los Budas te empequeñecen con la mirada, transmitiendo serenidad y constancia en sus ejercicios de meditación. Como si un día hubieran sido monjes y un hechizo les hubiera petrificado dejándoles tal y como se les puede ver ahora. Quien sabe si el volcán, siempre ambiguo con Borobudur por abandonarlo primero y resguardarlo después con su manto de ceniza, es el único en conocer la verdad.

He aquí un video tomado desde abajo:

Sería el momento entonces de hacer lo más difícil, marcharse del lugar y echar la vista atrás por penúltima vez, porque siempre queda un último vuelco, casi furtivo, con el que decir adiós definitivamente. Aunque no me resigno a no regresar a Borobudur y recordarlo únicamente a través de estas líneas. De una forma u otra tengo toda una vida para hacer el camino al Nirvana.

RUMBO A DIENG: TRES HORAS PARA CIEN KILÓMETROS

¿Cien kilómetros en tres horas? – le preguntamos a nuestro conductor que nos esperaba medio dormido dentro del coche. Eran las nueve de la mañana y hasta mediodía, siendo optimistas, no llegaríamos hasta Dieng Plateau tal y como nos acababa de contar el buen hombre  tras nuestro paso por Borobudur. En ningún momento habíamos pensado que era necesario tanto tiempo de trayecto, pero puesto que habíamos madrugado suficientemente, sí vimos conveniente ir hasta allá puesto que queríamos ver otra faceta de Java menos conocida que las que habíamos estado hasta el momento.

Que tardáramos tanto en llegar a Dieng desde Borobudur se explica con que la hasta el momento confortable carretera que habíamos tomado para llegar al Templo de la Montaña se convirtió más adelante en un infierno de curvas, cuestas, baches y badenes utilizado por otros coches, motocicletas, camiones e incluso carros tirados por bueyes que hacen tremendamente lento el camino. Aquel fue un trayecto en el que no faltaron conductores kamikaze, adelantamientos en los que nos vimos obligados a cerrar los ojos y rezar, o giros bruscos con los que esquivar profundos socavones.

Afortunadamente también vivimos el lado más positivo, que no fue otro que disfrutar de unos paisajes impresionantes, muy verdes, con arrozales por todas partes y deliciosas escenas de la vida rural en el centro de Java. Pasamos por aldeas de otro tiempo con bulliciosos mercados o nos cruzamos con campesinos portando el típico «sombrero chino» que dirigían a los patos y al ganado al campo. La vida rural es, en realidad, la mayoritaria en Indonesia, y son estas imágenes campestres las verdaderamente cotidianas en las 18000 islas.

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En Wonosobo, la población más grande antes de llegar a Dieng viniendo desde Borobudur o Yogyakarta, y base para muchos viajeros, advertimos un cartel que indicaba que faltaban 26 kilómetros para llegar a nuestro destino. Una distancia que no parecía ser demasiado grande pero que requirió de nada menos que una hora de viaje sentido subida. Es a partir de Wonosobo cuando da inicio el ascenso por carretera a la montaña, ya que Dieng es un altiplano situado a  2093 metros de altitud. Y fue en el momento exacto en que dejamos atrás dicho pueblo cuando el cielo azul nos abandonó para dejarnos a expensas de unos grotescos nubarrones grises y, lo que era peor aún, una fortísima lluvia que no dejaba apenas visibilidad en el cristal delantero. Daba la impresión de que en vez de subir al un altiplano, nos adentrábamos de lleno en Mordor y que más arriba nos esperaba el malvado Sauron con toda su furia.

P1150070Tuvimos que abonar una tasa de acceso a Dieng de 9000 rupias cada uno poco después de comenzar a subir. Las gotas de lluvia, que más bien parecían piedras, provocaron incluso el abandono masivo de sus labores a los campesinos, quienes trataban de resguardarse a duras penas de aquella tormenta. Para colmo apareció también la niebla. Desde el coche se escuchó una pregunta: ¿Adónde demonios vamos con este temporal? No podiamos hacer más que encomendarnos a la buena suerte y a que lo que iba in crescendo nos diera una tregua cuando llegáramos. Aunque era pedir demasiado. Nos detuvimos a mitad de camino para contemplar una panorámica que en condiciones normales debía ser maravillosa pero que en ese momento era tan sólo una imagen borrosa de un valle.

Yo mismo dudé si se nos iba a torcer Dieng Plateau y si no hubiera sido mejor haber escogido otro destino a hacer después de Borobudur. Había oído hablar muy bien de este lugar pero qué podíamos hacer si no dejaba de llover. Esperar la suerte, nada más.

RAZONES POR LAS QUE DIENG ES TAN ESPECIAL

La apuesta por Dieng se había puesto sobre la mesa por distintos motivos, pero sobre todo por ser un lugar diferente. Situada en plena montaña, esta altiplanicie es consecuencia de la inquietud de los volcanes, que ya se sabe en Indonesia son especialmente juguetones, una especie de caldera humeante que se confunde con las neblinas casi permanentes que se agarran con fuerza a los cerros. La piedra se abre para hervir como si fuera una colección de chimeneas que rebrotan todo el calor del subsuelo.

Y para más inri, inmersos en este paisaje hostil mucho más húmedo y fresco que el del resto del territorio javanés, se encuentran antiquísimos templos hinduístas, levantados tiempo antes que Prambanan o Borobudur, que se cuentan por centenares.

Por sus montañas y cráteres, por sus lagos, por sus construcciones milenarias, por sus fumarolas y, sobre todo, por ser otra Java bien distinta, Dieng estaba encaminada a ser una de las revelaciones del viaje. Por lo menos si el tiempo no impedía que así fuera.

PACIENCIA Y UN POCO DE FE

Cuando llegamos a Dieng (pueblo) siguió jarreando de lo lindo. Eran chuzos de punta los que caían, haciendo imposible cualquier mínima posibilidad de hacer alguna ruta. Por lo menos hasta que aminorara un poco la intensidad de la lluvia. El conductor se detuvo en un pequeño aparcamiento rodeado de tiendas donde estaba uno de los accesos al Complejo Arjuna, poseedor de los principales templos de la meseta. Nos compró una entrada a cada uno (20.000 Rupias/pers., incluyendo el Cráter de Sikidang) pero no había valiente que saliera fuera con la que estaba cayendo.

No nos quedó más opción que esperar dentro del coche a que escampara, algo que haríamos durante un buen rato. Aunque sí aprovechamos el tiempo en conseguir en una tienda que había junto al aparcamiento unos paraguas de alquiler» por 5000 rupias cada uno. Poco después, cuando dábamos casi por perdido Dieng, disminuyó la intensidad de la lluvia y aprovechamos para salir por fín a aprovechar el tiempo con el que contábamos. No fuera a regresar el Diluvio Universal.

EL COMPLEJO ARJUNA

Dieng deriva de Di-Hyang, que quiere decir «Morada de los Dioses», nombre que explica el valor sagrado de la meseta en la que residió un elevado número de sacerdotes hinduístas dispersos en los cerca de 400 templos existentes durante los últimos siglos del primer milenio. Al igual que sucedería con muchos de los lugares sagrados de Java, sucumbieron ante un abandono repentino y prolongado que los expertos tratan de achacar precisamente a los volcanes y terremotos, que incidieron severamente a que la mayor parte de los habitantes del centro de la isla se marcharan bien lejos. Aunque sería precisamente este hecho el que una vez más sirviera para que monumentos antiquísimos como los existentes en Dieng, permanezcan en pie hoy en día en un estado de conservación espectacular. El complejo Arjuna es un claro ejemplo de ello (Entrada= 20.000 Rupias).

Los cinco templos de Arjuna son shivaístas, aunque sus nombres (añadidos con posterioridad) sean meros caprichos relacionados con la Mitología y el Epicismo del Mahabharata (Srikandi, Sembadra, Semar, Puntadewa y Arjuna), una de las mayores epopeyas del Hinduísmo. Todos ellos están bien comunicados por medio de senderos, aunque eché en falta algún que otro cartel o panel con información de cada uno, sobre todo porque no logramos identificarlos ni si quiera por los nombres, que sólo conocíamos a través de la guía Lonely Planet.

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Su aspecto y, sobre todo, su tamaño, poco o nada tienen que ver con Prambanan y Compañía. Los templos del Complejo Arjuna son bastante más pequeños y casi carentes de los ornamentos si los comparamos con éstos. No son, por tanto, inmensas construcciones repletas de relieves ni nada parecido. Esa no fue la intención de sus arquitectos y menos de los monjes que los habitaron. En realidad se pretendió que fueran conjuntos armónicos a la vez que prácticos para servir a la escasa población de la Meseta de Dieng. Es por ello que sus dimensiones son ciertamente discretas, que no quiere decir que estos templos dejen de ser hermosos. En absoluto, porque sin duda lo son.

La lluvia siguió con nosotros pero a un nivel menor al que habíamos soportado minutos antes. Además, con aquellos paraguas alquilados de colorines que más bien se asemejaban a sombrillas de playa, no había gota de agua que llegara hasta nosotros. Aunque era bien seguro que no debimos pasar demasiado desapercibidos.

En realidad la lluvia y la niebla de las montañas pegaban mucho con el entorno que nos rodeaba. Eran elementos idóneos para construir una atmósfera de misterio bastante evocadora. Los oscuros templos hinduístas eran una extensión más del carácter poco benigno de la meteorología a más de 2000 metros sobre el nivel del mar cuyo parecido con la de Yogyakarta es inexistente.

En Arjuna se entra por un lado y se sale por otro, justo donde se encuentra otro pequeño templo llamado Candi Gatutkaca, lugar en el que nos subimos de nuevo al coche para continuar una hoja de ruta que habíamos diseñado rápido y corriendo.

CANDI BIMA

De camino al cráter Sikidang, apenas un kilómetro después del Complejo Arjuna, nos detuvimos unos instantes en un pequeño templo de tres plantas llamado Candi Bima. La particularidad existente en sus ocho metros de altura tiene que ver con un conjunto interesante de cabezas humanas esculpidas (kudus) en las paredes. Es un ejemplo único en Java.

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Por acceder a dicho templo no pagamos nada. Es simplemente una parada a destacar antes de llegar a lo que de verdad nos impactó tanto a Rebeca como a mí en Dieng… Kawah Sikidang.

KAWAH SIKIDANG: FUMAROLAS, AZUFRE Y AGUA HIRVIENDO

Kawah en lengua indonesia significa Cráter. Dieng está repleto de ellos, por lo que Sikidang es tan sólo uno más dentro de este colador que separa el altiplano de un subsuelo de confusa estabilidad.  Los carteles de PELIGRO advierten que hay que andar con cuidado por la zona, sobre todo cuando se está junto al cráter, en el que si uno cayera no quedarían ni los huesos por recoger. (Acceso con entrada combinada «Arjuna Complex + Sikidang» por 20.000 Rupias).

Pero Sikidang no es únicamente su cráter. Porque alrededor quiebran la piedra incesantes fumarolas que actúan como chimeneas por las que respira la caldera que hay bajo los pies del que camina por allí. Parece una estampa del averno donde el humo y el hedor a azufre brotan por doquier. El suelo no está quieto un solo instante.

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Aquel espectro volcánico y humeante nos pareció sencillamente espectacular, la demostración de que la Tierra nos tiene en un puño y que en una milésima de segundo podría acabar con nosotros. Indonesia, levantado sobre un círculo de fuego, es propensa en el exceso a erupciones y terremotos, muchos de ellos causantes de desastres naturales y humanos que aún se recuerdan.

Nos fuimos acercando al cráter, del que salía una columna de humo impresionante, y mientras lo hacíamos escuchamos con nitidez el sonido del agua hirviendo. Y digo escuchamos porque no lo veíamos. Era el ruido que se transmitía bajo algunos pequeños agujeros que había junto a las rocas. Había que mirar bien dónde pisábamos, no fuéramos a tener un escurrir tonto en que lo mínimo que podía pasar era ponernos perdidos de azufre y oler a gato muerto. Lo demás prefería no imaginarlo. Y escurrirse no era complicado porque no paraba de llover y estaba todo mojado.

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Rebeca posó para una foto junto a un cartel de peligro como si estuviese al lado de una columna romana. Muy pancha y muy tranquila con el cráter de fondo.

Pero poco más adelante me esperó a que fuera yo quien se comiese de lleno el humo de olor apestoso y comprobar si se veía algo más allá. Ciertamente tenía mucha curiosidad en acercarme al límite, aunque para ello tuviese que aguantar la respiración como si estuviera bajo el agua. La pestilencia del cráter era inaguantable, pero el viento lo proyectaba directamente a la cara, dejando apenas visible el camino. Hasta que me coloqué en una posición más idónea y pude saber qué era lo que dejaba ver aquel agujero.

 ¡Agua hirviendo! El interior del cráter era una verdadera caldera donde el agua burbujeaba y explosionaba con más potencia cada cuatro o cinco segundos. Era la representación fiel de la hediondez. ¿A cuántos grados estará el agua? me preguntaba mientras las gotas de lluvia caían cada vez con más fuerza sobre mi ridículo paraguas de colores. Fui a por Rebeca a que viera por ella misma aquella olla caliente antes de marcharnos a otra parte porque regresaba un nuevo diluvio imparable.

¡Dieng se inunda, Dieng se quema! Sin duda, un lugar apasionante y por el que estaba valiendo la pena el largo trayecto hasta allí.

Nos cubrimos junto a un mercado tradicional de especias y frutas que había junto al aparcamiento. Era el único sitio, además del coche, donde podíamos estar tranquilamente sin empaparnos. Aunque esto no supondría esfuerzo alguno puesto que es sabida mi afición por ver lo que se cuece en los mercados corrientes y molientes de las ciudades y los pueblos del mundo, que de una forma u otra son el espejo de una región. Y donde siempre se pueden atrapar fotografías ciertamente interesantes de esa normalidad tan llamativa para nosotros.

TELAGA WARNA, EL LAGO TURQUESA

La lluvia volvía a las andadas y no estaba la cosa para hacerse un trekking o una ruta a pie en la que no nos empapáramos. Llegaba la hora de comer y no queríamos marcharnos sin tachar de la lista de objetivos el lago más hermoso de toda la meseta, Telaga Warna, por lo que apretamos los dientes ante el aguacero y salimos para ir hasta su orilla y contemplar su color turquesa. Pagamos una entrada de 9000 Rp. y le dimos un rodeo casi completo al lago, a pesar de los pesares.

Telaga Warna es en realidad un cráter cubierto de agua en el cual el azufre es el causante de los colores que se forman, principalmente una mezcla de azul, verde y amarillo. Que haya material sufúreo y ciertas zonas en las que se asoma una tímida capa de humo explica que no sea apto para el baño.

Nos tomamos unas fotos con unos indonesios que insistieron en ello y nos fuimos para el coche. Era imposible caminar mínimamente tranquilos porque era demasiada el agua que estaba cayendo. Y no tenía pinta de parar viendo las nubes cerradas que volaban casi al ras de las montañas.

Nos paramos a la entrada del Complejo Arjuna a devolver los paraguas y abandonamos Dieng para marcharnos a comer a Wonosobo, al que tardamos una hora en llegar, durante la cual nos quedamos totalmente traspuestos. Empezábamos a pagar habernos levantado a las cuatro de la mañana.

DIENG-WONOSOBO-YOGYAKARTA

En total tres horas y cuarenta y cinco minutos para hacer el recorrido de vuelta a Yogya. Sin contar, por supuesto, el tiempo invertido en comer en un restaurante de Wonosobo algo mediocre con comida más mediocre todavía y unos precios para nada indonesios (50.000 Rp.). El Krishna Corner, que así se llamaba, no permanecerá demasiado tiempo en nuestros recuerdos, ya que tuvimos más suerte en otros lugares con platos más agradecidos.

Lo que no olvidaremos serán los paisajes durante el camino y que regresó el buen tiempo en cuanto pisamos Yogyakarta, ya de noche, con las estrellas en todo su esplendor.

Dejamos cerrado el coche a Semarang para el día siguiente a horas también tempranas (400.000 Rp.), ya que a las 11:40 salía nuestro avión dirección Pangkalan Bun, es decir, dirección Borneo.

Ya en el hotel nos despedimos de nuestros amigos madrileños Tirso, Nieves y Oto, quienes ya habían solucionado sus problemas logísticos. Y conocimos a una pareja de navarros que iban a hacer Java, Sulawesi y Bali. Lo más curioso es que la mujer me reconoció al rato de estar hablando con ellos. Sabía del Rincón de Sele y de mi participación en el Foro Lonely Planet. Otro mundo dentro de un pañuelo…

Dimos una vuelta por Malioboro Street y cenamos algo de pollo frito antes de irnos a la cama y dormir como unos benditos. A las cinco de la mañana nos iría a buscar el coche que nos tenía que llevar al Aeropuerto de Semarang.

Esa noche soñé con el rumor de la selva, con una larga travesía en barca, con unos traviesos orangutanes trepando por los árboles… Un sueño destinado a ser pura realidad en pocas horas. Iniciábamos una fase de tres días que podría calificar de insuperables. Aún se me eriza el vello de pensarlo. Dejad que os cuente qué sucedió en el Borneo indonesio…

CONTINUARÁ…

Sele

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