Cuando todo esto termine - El rincón de Sele

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Cuando todo esto termine

Son días grises. De incertidumbre, preguntas, sobreinformación y hastío. De rutinas milimetradas en las distintas dependencias de una casa que no deja de menguar. Justo en unas horas debía estar subido en un avión dirección El Salvador para un viaje que ya un año atrás me vi obligado a postergar por un maldito mosquito africano que me contagió un virus. La paradoja, digna de paranoia, nos lleva, en realidad, a estar viviendo todos un confinamiento en el hogar con el objetivo común de no colapsar los hospitales, que no dan ya para más, y evitar un posible contagio. No sólo por nosotros mismos sino, sobre todo, por nuestros seres queridos, nuestros mayores quienes sufren el COVID-19 con una virulencia desatada y a quienes entre todos debemos proteger. Es lo menos que podemos hacer por ellos.

La luz se cuela entre las nubes más borrosas (Fotografía tomada en el Lago Petén Itzá, Guatemala)

Cada jornada viene cargada de noticias nefastas. Los datos de contagios y fallecidos se multiplican y los temores aumentan día tras día. Salgo un instante a tirar la basura con tantas precauciones que parezco que voy de expedición al averno y me da la sensación de que las calles están envenenadas, como si en vez de coronavirus pareciese que hubiera radioactividad ahí fuera. Vuelvo a casa rápido, me lavo las manos con extrema dedicación y conversando, de repente, encuentro un punto de luz en este túnel oscuro donde parecemos haber sido arrojados. Y coincide que esa luz siempre esté al final de una frase que comienza con «cuando todo esto termine»… 

No puedo evitar aferrarme a esa secuencia de palabras como a un clavo ardiendo. Representa un hálito de esperanza, de determinación y de vida. Un día más es, en realidad, un día menos para ver finiquitada esta situación. Desde mi búnker del barrio de Hortaleza me asomo a la ventana, el único respiradero homologado de una vivienda pequeña sin balcón, y observo cada mañana grandes bandadas de pájaros. Se trata de gaviotas recorriendo su sendero de corrientes de aire con una puntualidad pasmosa. Y pienso que cuando todo esto termine, volaré como ellas, aunque no resulte necesario batir alas. Libertad que me llevará, por fin, a abrazar a los miembros de mi familia que se han convertido en píxeles de una pantalla de teléfono móvil. A estrechar la mano con los amigos que más añoro. A columpiar en el parque al pequeño Unai, nuestro pequeño héroe durante la cuarentena (porque su alegría es oxígeno para nosotros) y, por supuesto, a volver a practicar ese verbo que representa todo para mí: VIAJAR.

Unai corriendo en el castillo de Manzanares El Real (Madrid)

En días como hoy, cuando el pasillo pasa a ser autopista, la cocina el restaurante, el salón el punto de encuentro y de juegos, el baño el spa y el dormitorio un modesto hotelito a pie de calle, resulta necesario aferrarse a las noticias positivas, tanto procedentes del exterior como de nuestros micromundos hogareños, a los sueños y, en definitiva, a la esperanza. Todos ellos son alimento y salud (mental) de cara a este paréntesis a nivel casi planetario.

Figuras traídas de Indonesia

Porque, sin duda, el mundo de los humanos ha temblado. Se está estremeciendo ahora mismo. Es la metáfora de un edificio en construcción con los cimientos dañados que afectará al resultado final si no ponemos todos de nuestra parte. En efecto, mucho está abocado a cambiar a partir de ahora y para siempre. Esta pandemia es la Guerra Mundial que varias generaciones jamás imaginamos que viviríamos, aunque el enemigo en esta ocasión es invisible. Las trincheras las ponemos nosotros y él se agarra a la ignominia y a la falta de responsabilidad de quienes le subestiman. Y por ahora vence en todas las batallas, aunque en la línea de fuego está repleta de valientes que revertirán esta situación. No exenta de lo que vaticinaría Churchill décadas atrás ante la madre de las contiendas: SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS.

Trincheras de la I Guerra Mundial

No es momento de echar en cara lo que no se ha hecho bien. Ni ponerse la camiseta ideológica como si fuera la de tu equipo de fútbol. Ahora no. Tiempo habrá para que vuelen los reproches como afiladas estrellas ninja en una película de Bruce Lee. De pedir responsabilidades a quienes debieron haber escuchado a los expertos y haber previsto la peor de las situaciones. O a quienes no cumplieron sus cometidos. Ahora lo que procede es empujar entre todos para arrinconar y derrotar a ese maldito coronavirus. ¿Cómo? Salvo esa primera barrera de lucha, inteligencia, valentía y tesón que ponen los profesionales de la salud o los muchos colectivos sin los cuales no tendríamos sustento durante el confinamiento, la inmensa mayoría de la población sólo ayuda quedándose en casa y saliendo lo mínimo e imprescindible para aplanar esa curva que en estos momentos parece un cohete.

Oseznos jugando en una playa de Lake Clark (Alaska)

No me duelen prendas en reconocer y asumir que yo también subestimé al bicho, que caí en la trampa del «eso no llegará nunca» y «pero si no es tan dañino, es como una gripe». Realmente lamento haberme indignado con quienes consideré alarmistas que daban pábulo a un elemento que consideraba multiplicado sin motivo por los medios de comunicación. Estúpido de mí. «Esta vez, amigo Sele, la intuición no ha sido tu arma…»

Sele en Bagan (Myanmar)

Ahora me veo, como cada mañana, aporreando el teclado frente a la ventana de donde surgen esas bandadas de gaviotas garabateando las nubes, y no me creo lo que está pasando. Sé que vienen días y semanas durísimas y que profesionalmente esto es un mazazo continuo. Pero me alivia esa ilusión y necesidad de contar viajes, poder mostrar esos lugares que nos están esperando ahí fuera cuando todo esto termine. Tengo la sensación, aunque estos días entra por este blog menos gente de lo que resulta habitual (en torno a un 70% menos), de que los creadores de contenidos y narradores de historias tenemos la obligación de poder inspirar y entretener a todas esas personas que han tenido a bien entrar a nuestro hogar virtual. Este rincón viajero es suyo precisamente. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Escribir es terapia para mí y si logro que lo sea para un solo lector, aunque sea por unos segundos, habrá merecido la pena el esfuerzo.

Niño en Praia Pesqueira (Viajar a Santo Tomé y Príncipe)

Cuando todo esto termine volveremos a brindar, a saltar, a abrazarnos, a contarnos los chistes a la cara y secarnos las lágrimas con manos ajenas desprovistas de guantes. Cuando todo esto termine volveremos a besar otros labios, a correr sin rumbo, a contemplar las maravillas de la naturaleza. Cuando todo esto termine nos esperan horas de juegos, de terrazas en la calle, de sol y la brisa acariciando la piel, de música a deshoras y olor a lavanda. De acunar la mirada con las olas del mar y sumergirnos en el agua fresca sin medir las horas.

Atardecer en Myanmar

Cuando todo esto termine los sueños estarán más cerca. Y habremos aprendido de una experiencia que, de manera inevitable, nos acompañará para siempre.

Sele en una cueva de hielo en el Lago Baikal

Nunca se está preparado para vivir algo así. Pero…. ¡Ay cuando todo esto termine!

Sele

27 Respuestas a “Cuando todo esto termine”

  • […] Vivimos tiempos de difícil digestión. Época que nos están poniendo a prueba como humanos, sin distinción de clases. Y en estos momentos, a pesar de todo, la letanía que más se escucha es “cuando esto acabe…”. Runrún que puede inspirar los mejores deseos para ese instante, con bellas palabras como las de José Miguel Redondo (Seles) en su artículo Cuando todo esto termine […]

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