Diario de la Expedición Kamal al Desierto en Egipto VI: El valle rojo
La Expedición Kamal atraviesa con los 4×4 la meseta de Gilf Kebir (Egipto) utilizando un corredor natural denominado Aqaba Pass que fue un elemento estratégico durante la segunda guerra mundial. De ese modo logramos subir con los coches a los puntos más elevados de Egipto como el Memorial Samir Lama y disfrutar de unas vistas maravillosas de distintos wadis.
Entramos a Wadi Hamra, apodado el valle rojo por el color de su arena. Un paisaje marciano en el que además de aferrarse las acacias sobreviven restos de quienes lo habitaron en tiempos prehistóricos dejando a la vista algunos de sus utensilios y obras artísticas grabadas en la roca.
22 de marzo de 2014: Día 10º
Son las siete de la tarde y nuestro campamento al borde de las dunas que nacen en la entrada (o la salida en nuestro caso) de Wadi Hamra, en el extremo noroccidental de Gilf Kebir, empieza a verse gobernado por el aire frío mitigado por una tímida hoguera sobre la que están preparando té. El atardecer tumbado en la cresta de una duna ha sido especialmente emotivo, sobre todo cuando la arena se ha vuelto puro oro en los útlimos compases de un sol que se ha ido ocultando en el horizonte.
Durante la jornada de hoy los protagonistas han sido por un lado los vehículos que han tenido que emplearse a fondo para ascender tramos imposibles con una arena que a una persona le hundiría prácticamente hasta las rodillas. Y por el otro las magníficas vistas que hemos tenido la fortuna de tener en los puntos más altos de la meseta de Gilf Kebir. De hecho el límite ha sido el punto más elevado del país.
Subiendo las cimas de Egipto desde el Aqaba Pass
Creía que ayer habíamos subido suficiente en el paso de Aqaba pero me equivocaba. Aún quedaba mucho más desnivel que salvar para alcanzar Wadi Hamra. En algunos momentos hemos tenido que hacer el camino andando para aligerar los coches, aunque en otros la pericia de los conductores y, sobre todo, nuestro querido Mohammed de Bahariya, ha bastado para cumplir los objetivos. Hacer las cosas poco a poco, colaborar entre todos y mantener la calma es la base necesaria para este tipo de rutas llenas de obstáculos. Pero la cohesión del grupo expedicionario es tal que da la sensación que llevamos juntos en el desierto varios meses.
Si no me equivoco somos unas once nacionalidades en la expedición, y con la normal creación de subrgrupos, hacemos todos un buen equipo. Muy complementario y, tengo que decir, que el conocimiento de cada uno me está aportando muchas enseñanzas. En este tipo de aventuras me gusta mucho escuchar. A Andrés y sus consejos en fotografía, al Profesor Hassan y su capacidad de ver donde otros no lo hacen, a Mohammed y su lenguaje a la hora de conducir con prudencia pero con auténtica raza, a las palabras de árabe que me intenta enseñar Islam en el asiento de al lado, a los noruegos quienes en una acacia tortolis ven algo más que un árbol y se emocionan al hallar una flor en el desierto… Aunque mi gran maestro está siendo el desierto, el silencio y los colores que juegan durante las distintas horas del día.
La recopilación de panorámicas fabulosas desde las alturas que me llevo hoy no podré soltarlas nunca de mi memoria. La planicie rodeada de lejanas montañas o ese gran cañón que nos hemos encontrado hoy en el punto conocido como Samir Lama me han hecho suspirar profundamente de alegría.
Me cuesta asimilar que estos paisajes sean tan desconocidos y que en los diez días que llevamos de viaje no nos hayamos encontrado con nadie. Nos han contado al respecto que esta es zona militar y que como hay que solicitar permisos no es fácil que venga gente por aquí, salvo en expediciones como la nuestra o grupos organizados. De forma independiente es absolutamente imposible realizar este viaje, ya que aunque vaya uno solo con un conductor contratado en El Kharga o Bahariya es necesario llevar escolta policial. Este no es el Egipto de los cruceros por el Nilo y los grupos de turistas llegando a primera hora de la mañana a Abu Simbel. El Desierto Líbico se rige por otras normas.
Wadi Hamra: El valle rojo de Gilf el Kebir
Hemos llegado a Wadi Hamra en cuanto los vehículos han rodado por una bajada de arena naranja, casi roja, que contrastaba con la palidez de las rocas de arenisca que vestían las montañas. Sobre el que sería el lecho de un ancho río han crecido algunas acacias y plantas espinosas que requieren poco agua para sobrevivir y que conforman un punto en el que la vida se despliega cuando la dificultad es máxima en semejantes condiciones.
Wadi Hamra es hermoso, pero no tanto como Wadi Sura. Aunque también sobresale la expresión artística e incluso más práctica de los hombres que habitaron el valle. En las rocas destaca la presencia de jirafas y otro tipo de mamíferos grabados en unas ocasiones con cierta minuciosidad y en otras como meros bocetos. Basta con caminar un poco por tu cuenta y verás con facilidad los cuernos de un oryx, las patas espigadas de una gacela o los cuellos largos de las jirafas con las manchas bien repartidas en todo su cuerpo.
Cuando llevamos tantos días persiguiendo representaciones artísticas rupestres ya ha dejado de impresionar lo que no se salga de la excepcionalidad. Pero eso nunca falta. Lo más curioso hoy ha sido encontrar al borde del lecho seco de un río varios utensilios de los moradores de Wadi Hamra hace más de seis mil años. Se trataba de tres o más aparejos de piedra utilizados para moler el grano u otras semillas. Y se encontraban colocados perfectamente, como si ayer mismo alguien hubiese estado cocinando allí mismo. Gilf Kebir, Jebel Uweinat y, en definitiva, el desierto Líbico, es lo más parecido a un parque temático (y real) de la prehistoria que he visto en mi vida.
Hemos tardado cerca de cuarenta minutos en salir de Wadi Hamra, con un calor bastante sofocante, para ponernos junto a las dunas que harán de suave colchón esta noche. Quizás sea una señal de que tenemos dos días por delante para cruzar el Gran Mar de Arena (Great Sand Sea) y comprobar cómo van los coches por aquí. Un nuevo reto para los 4×4 acostumbrados a todo y, por supuesto, para nosotros, que presenciaremos otro tipo de desierto, el mismo que tenemos desde siempre en nuestra cabeza y llevamos soñando desde niños.
Deseo que llegue mañana para perseguir la ondulación sucesiva de las dunas y volver a sentir que la inmensidad nos vigila a quienes no somos más que un grano de arena en un desierto infinito. ¡Que la Expedición Kamal siga su curso!
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
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