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El genio que convertía Niza en pompas de jabón

En el reciente viaje a la Costa Azul uno de nuestros destinos visitados fue la ciudad de Niza. Había estado una década antes pero apenas recordaba vagamente sus playas de piedra y los hoteles blancos del Promenade des anglais, el suculento y animado paseo marítimo. En esta ocasión nos dejamos llevar también por la Vieille ville, el casco viejo de la ciudad en el que el encanto acaricia cada plaza y cada calle. Navegar por los callejones de piedra con contraventanas pintadas de Mediterráneo es algo así como tomar un atajo a mundos de fantasía e imaginación. En uno de ellos un joven ataviado con gorra y camisa a cuadros divertía a los paseantes fabricando gigantescas pompas de jabón. Todos, absolutamente todos los que pasábamos junto a él, volvíamos a ser niños y a mirar las cosas con otro prisma, el de las burbujas que distorsionaban la realidad y dibujaban tiernas sonrisas.

Pompa de jabón en Niza

A este maestro anónimo, al creador de las pompas de jabón que aquel día convertía a Niza una ciudad si cabe más amable, van dedicadas estas fotografías con las que detener para siempre y compartir con los demás un momento que para mí fue especial.

Desconozco su nombre, qué es lo que había venido a hacer a Niza ni cómo aprendió a crear aquellas enormes burbujas con dos palos estrechos unidos por un doble cordón. Aquel chico apareció de la nada haciéndose rápidamente con todos los niños que paseaban junto a sus padres sin ocultar la sorpresa de ver cómo una pompa iba tras ellos. La sesión de hipnosis del maestro que convertía Niza en pompas de jabón fue general y no hubo quien no se detuviera a admirar su labor o a observar la calle desde la mirilla de aquellas burbujas transparentes.

Haciendo pompas de jabón en Niza

Cada pompa era caprichosa, variaba de tamaño o de dirección, pudiendo recorrer la calle al ras de la gente o salir disparada hacia los tejados de la ciudad vieja. Y lo mejor era cuando dejaba que los niños lo hiciesen solos, fueran ellos los constructores de aquel mundo inminente de capa fina que nacía una y otra vez después de mojar las varillas de madera en un cubo de plástico. Algunos pequeños tenían incluso miedo de explotar las pompas de jabón, como si fuere igual  de letal que quemar un cuadro de Van Gogh a medio hacer en un caballete. Otros, en cambio, las perseguían para ver cómo se esfumaban en un microsegundo, como cuando un globo se encuentra con una inoportuna punta de alfiler.

Haciendo pompas de jabón en Niza

Los viajes, y por supuesto la vida, están compuestos de instantes muy pequeños que la memoria se ocupa de engrandecer. Y a veces en lo más sencillo, en lo que no te esperas, está la salsa de todo. Esos momentos, esos instantes viajeros, vuelven envueltos en la mochila y no se despegan de tí jamás. En Niza los guardamos nada menos que en el interior de pompas de jabón de distintas formas que atrajeron nuestra atención hasta el punto de paralizar el tiempo.

Haciendo pompas de jabón en Niza

Los buenos momentos que deberíamos vivir en cámara lenta son como las escenas con que nos obsequió el genio de las burbujas en Niza, la cuales nacían para terminar explotando en el aire, en plena calle. Tenían un final evidente pero el tiempo que duraban había que aprovecharlo y saborearlo. Despacio, atrapándolo con las manos, suspirando para que avanzara y no se rompiera nunca aquella calle de alma provenzal y aires de la vecina Italia…

Haciendo pompas de jabón en Niza

El mundo, la vida… un viaje no es más que una pompa de jabón que desea volar y se resiste a desaparecer.

Pompa de jabón en la vieja Niza

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