El Museo del oro en Bogotá, fulgor y lágrimas de América
Hubo un tiempo en América en el que el oro no poseía valor económico sino sagrado. Los nativos americanos pensaban que eran las lágrimas que se le escapaban al Sol cayendo sobre la tierra y, por tanto, siendo un mensaje lanzado a los hombres y a otras criaturas de la Naturaleza. Muchas de las culturas que poblaban el continente americano eran conocedoras de este material y lo utilizaban como ornamentación y reliquia con la que contentar a los entes divinos y, por ende, a las figuras importantes que regían los designios de los pueblos. Su brillo cubría estatuíllas, bastones e incluso doraba algunos de los edificios sagrados. Era un símbolo de tal sacralidad que se utilizaba incluso en las trepanaciones por considerársele incorrompible y portador de energía suficiente para curar a las personas. El oro careció siempre de valor monetario hasta la llegada de la conquista, cuando recibió una mirada exclusivamente occidental y fue objeto de saqueos y de la más absoluta desnaturalización del Nuevo Mundo. Desde entonces en todas partes prevalece el afán más puramente económico del oro, creciendo su cotización día a día, pero quedan lugares en los que aún se conserva parte de ese espíritu y donde podemos observar numerosísimas piezas salvadas de ser fundidas o vendidas al mejor postor. Es el caso del Museo del oro que hay en Bogotá, que posee una de las mejores colecciones de oro prehispánico que se conocen en el mundo. Fue una de las visitas en la capital colombiana que más nos impresionaron porque no se trata de un museo cualquiera sino de uno de los mejores, con diferencia, de toda Sudamérica.
Porque tras las vitrinas pudimos apreciar el oro desde un punto de vista más relacionado con la belleza y su significado original. Un destello que ha dado fulgor y lágrimas a un continente, a todos sus pueblos. Allá donde las cosas pueden disfrutarse visualmente, por su estética, por ser parte del Arte y la Historia de un mundo muchas veces cegado por la codicia.
Pedro Cieza de León, Cronista español de las Indias que, entre otras cosas, fue el primero en hablar de las Líneas de Nazca, y con el que hemos conocido mucho de los inicios de la conquista dijo refiriéndose al Perú (aunque lo podemos extrapolar a muchísimos pueblos de América):
“… por las faldas de esta cordillera se han hallado grandes mineros de plata y oro… y en todo el reino del Perú; y si hubiera quien lo sacase, hay oro y plata que sacar para siempre jamás; porque en las sierras y en los llanos y en los ríos, y en todas partes que caven y busquen, hallarán plata y oro”.
Honor, poder, riqueza, un enlace con la Naturaleza y sus espíritus, eso era el oro. Para los incas constituía la materialización de Inti, el Dios del Sol, y por ello utilizaron cantidades ingentes de este material para ceremonias o construcciones de corte sagrado. Al cabo de los siglos éste salió en bandada en galeones de los que se aprovechó no sólo el Imperio de los Austrias o el Borbónico sino también los banqueros o prestamistas alemanes, los piratas ingleses o los mercaderes de toda Europa. El escritor uruguayo Eduardo Galeano explica muy bien en su obra «Las venas abiertas de América Latina» que la prosperidad del continente europeo (y de Occidente) se debe, gran parte, a los réditos económicos salidos de las minas, a la obtención de trabajo gratuito a través de los esclavos y a la fundición de la plata y el oro que poseían los indígenas. Ha pasado ya mucho tiempo desde el inicio de la conquista y posterior colonización. Pero hoy, en pleno Siglo XXI, son otros perros con los mismos collares (los de la codicia) quienes manejan los designios del sur y el centro de un continente riquísimo en recursos. Unos son vecinos y hablan inglés, mientras que otros son corruptos de adopción, pero la propuesta es prácticamente la misma, alejar al pueblo de lo que le pertenece.
Por eso cuando uno entra a un museo como el de Bogotá se da cuenta que probablemente el Dorado no existió como tal (durante mucho tiempo se creyó en Colombia), sino que pudo ser una metáfora de los tesoros que pueblos como el Tayrona, Muisca, Zenú, Quimaya, Tolima, Urabá, Chocó, etc… lograron poner a buen recaudo de forma más o menos azarosa. Aquí se custodian y exhiben casi cuarenta mil objetos de oro, al igual que cerámicas o estatuas de piedra como las halladas en San Agustín. Se trata de un paseo por la Historia de Colombia y América a través del legado de quienes trabajaron en realizar verdaderas obras de arte (sin ese propósito) desconociendo que más adelante serían ambicionadas por fríos banqueros, expoliadores o piratas sin escrúpulos.
El Museo del Oro de Bogotá se encuentra en el Parque de Santander, en la carrera 6ª esquina de la calle 16, es decir, muy cerca del centro histórico (La Candelaria) y bien comunicado con los distintos transportes urbanos. Una caja blanca destaca entre todos los edificios… es el museo que abre cada día sus puertas de martes a sábado de 9:00 a 19:00 y los domingos de 10:00 a 17:00, cerrando únicamente los lunes. Los precios son más que asequibles, 3000 pesos colombianos (aprox 1´30€), pero si uno quiere hacerlo totalmente gratis tan sólo debe esperar al domingo cuando es día de puertas abiertas y no se cobra entrada alguna al visitante. Nuestra visita precisamente coincidió en domingo con lo que nos salvamos de pagar pero no de una aglomeración tremenda de turistas, sobre todo locales. Probablemente si lo hubiésemos sabido quizás nos hubiésemos decantado por ir entre semana, pagando los 3000 pesos, pero estando más tranquilos por no haber tanta gente.
La visita al Museo del oro se divide en distintas áreas temáticas con las que ir haciendo un viaje a los distintos puntos de vista con los que conocer mejor a los muchos pueblos prehispánicos que habitaban la actual Colombia, aunque cierto es que puede ser extensible a otras muchas culturas indígenas:
* PISO 1º: EL TRABAJO DE LOS METALES: Detrás de cualquier objeto exhibido en las vitrinas, desde un simple anillo a un casco ceremonial, nace un proceso previo de búsqueda, selección y trabajo con el mismo. Son labores que van por delante de cualquier connotación artística o simbólica. Lugares de extracción, modos de tallado, herramientas… que fueron importantes para los nativos que realizaron o admiraron las distintas obras de orfebrería que han llegado hasta nosotros. Cómo trabajaron el oro los muiscas o los tayrona a través de herramientas, ejemplos o vídeos.
* PISO 2º: LA GENTE Y EL ORO EN LA COLOMBIA PREHISPÁNICA: Paseo por la mayoría de los pueblos indígenas que habitaron la actual Colombia y su relación con los objetos que fabricaban. Aquí el oro no es el único protagonista de la exposición, ni mucho menos, ya que uno se va adentrando a Nariño, a Tumaco, Calima o Tierradentro a través de su historia, los restos funerarios rescatados o las piedras talladas. Aquí uno va palpando las culturas una a una, desde la particularidad hasta la generalidad en ciertas costumbres o maneras de enfrentarse a la vida.
* PISO 3º: COSMOLOGÍA Y SIMBOLISMO: Una de las partes más interesantes del museo es tratar de averiguar no el cómo o el dónde sino los porqués que rodean a las piezas de orfebrería expuestas tras el cristal de un modo que parezcan estar flotando en el interior de la sala. En esta parte del museo uno se acerca a la mirada del universo que tenían quienes le conferían esa importancia sacra a las figuras o a los ornamentos con los que ataviaban a sus señores, a sus muertos o a sí mismos. El chamanismo o la intervención de la magia en esa relación con el cielo, la tierra, la Naturaleza o los Dioses, todas relacionadas dentro de un mismo conjunto, se viste de oro en bastones, figuritas, narigueras o máscaras destinadas a tocar la Eternidad.
* LA OFRENDA: En la misma planta tercera una puerta corrediza se abre y se cierra cada cierto tiempo para darle un sentido al común de los pueblos que diseñaron y utilizaron todos estas obras de orfebrería. Aquí se mezclan las distintas culturas a través de los objetos que las unen. El visitante se coloca en el medio de una sala circular y se deja llevar por las luces, los sonidos y el fulgor más puro que se despliega tanto en las paredes de cristal como en el suelo. Podría decir que allí logré ver El Dorado, allí me di cuenta que el tesoro no encontrado por los conquistadores y sus herederos tiene que ver con el saber de las gentes y su propio universo.
* PISO 4º: EL EXPLORATORIO: El área más puramente intercativa del museo y donde uno trata de meterse en la piel de los arqueólogos o investigadores dentro de una excavación. Vídeos, maquetas, mapas o dibujos en una visión más educativa en la que los niños y no tan niños pueden irse haciendo a la idea de la necesidad de proteger el Patrimonio no sólo de un país sino de todo el mundo. La herencia de la Historia es el mejor manual de instrucciones que poseemos los seres humanos que navegamos en los inicios del Siglo XXI.
Necesitamos algo más de dos horas para visitar este museo, aunque el lugar puede dar para bastante más. Hay otros Museos del oro en Colombia (por ejemplo en Cartagena de Indias y al que también fuimos) pero este nos pareció uno de lo más completos, más interesantes y mejor explicados. La propuesta de observar el oro con otro pensamiento que no sea con el que aún la mayoría de la gente es capaz de concebir es la baza principal de una de las mejores opciones culturales que se dan en Bogotá (la otra es la que se vive con Botero en un museo gratuito situado en La Candelaria).
Ahora dejo paso a las imágenes de algunas de las maravillas que pudimos disfrutar en el Museo del oro de Bogotá. No harán falta, ni mucho menos, las palabras que las acompañen ya que por sí mismas son capaces de hablarnos y expresarnos mucho más de lo que cualquiera nos atrevamos a hacer.
Esa inspiración, ese goce que nos saca de la materialidad de las cosas y nos muestra muchos porqués, es razón suficiente para no saltarse una visita al Museo del Oro de Bogotá. Quizás allí están el fulgor y las lágrimas de América. Y un horizonte al que mirar con optimismo…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
3 Respuestas a “El Museo del oro en Bogotá, fulgor y lágrimas de América”
¡Bellísimo post! Cuentas perfectamente y con las palabras justas el antes y después del valor del oro: de cultural y casi sagrado a algo banal por lo que destrozar un pueblo.
Apunto en mi agenda este museo.
¡Gracias!
Anna
¡Un post muy muy completo! ¡Muchísimas gracias! ¿Sabías que también hay un Museo del Oro en Perú y otro en Costa Rica?
Pues sí que lo has explicado bien…
Yo, recuerdo haber entrado en Perú en algún museo, no del oro, pero sí en los que explicaban las bases de las culturas preincaicas y sus ídolos… Son lugares verdaderamente curiosos e interesantes.
También me apunto éste que comentas.
Un saludo 😉