El sabor siempre dulce de un viaje único

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El sabor siempre dulce de un viaje único

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Cuando cumplo los tres primeros meses en ruta me pongo en modo reflexivo y pienso en algunas de las conclusiones y consecuencias de llevar a cabo un viaje de larga duración y sin billete de regreso. Acostumbrado a disfrutar de los viajes en períodos más cortos es sencillo pecibir las diferencias más destacadas entre lo que había hecho antes y lo que estoy viviendo actualmente. Experimentar una aventura de larga duración me está proporcionando unas sensaciones nuevas y un modus operandi completamente distinto. Romper las cadenas del tiempo por una vez me ha regalado libertad y la posibilidad de asentar mejor los conocimientos que se presentan ante mis ojos día a día. Y es que esa es una de las cuestiones más importantes para quien se enfoca ante un viaje nuevo: aprender, absorber historias, imágenes, ruidos y escenas tan cotidianas como extraordinarias. Porque si hay algo que no se puede negar en esta vida es que viajar es el más eficaz método de aprendizaje que tenemos a nuestro alcance. Y hacerlo sin tener que correr, pudiendo cambiar el rumbo una y mil veces sobre la marcha, deteniéndose por puro placer, redondea al máximo esa vivencia a través de un mundo que no deja de hablar, aunque a veces no le escuchemos.

A continuación expongo una revisión de los sabores y sinsabores, que también los hay, de ese camino de Mochilero en América que estoy llevando a cabo en estos momentos.

FACTORES POSITIVOS

Es normal que cuando se tienen tres semanas para viajar, dos, una, o ni siquiera eso, el tiempo se tenga que optimizar de tal manera que sea aprovechado por completo. Uno puede realizar grandes esfuerzos sin apenas notar cansancio porque se dispone de fuerza y energía suficiente. Eso lleva a correr más de la cuenta, a no poderse detener tanto como uno quisiera o tener que hacer los tan odiosos como inevitables descartes en un país, una región o una ciudad.

En un viaje de larga duración como este trato de que impere la calma lo máximo posible. Si se tiene que correr se corre, pero sólo porque así lo quiero. Y es que cuando un lugar me gusta o simplemente me apetece estar tranquilo para leer, salir a cenar con otros colegas viajeros, o quedarme hablando con los lugareños, lo hago gustosamente a sabiendas de que no tiene porqué afectar a la ruta. Es más, creo que el camino en un viaje prolongado, a pesar de tener siempre una serie de directrices en la cabeza, avanza solo en función de las circunstancias, de un buen o mal consejo, de cómo uno se siente en ese momento. Quiero decir con esto que no hay que ser tan excesivos con un itinerario sino que éste debe hacerse con la mayor flexibilidad posible para no atarse a un tiempo que nos hemos quitado de encima decidiendo marchar sin billete de vuelta. No sería bueno encadenarse otra vez cuando no es necesario en absoluto.

Una vez se es flexible con los días o los lugares que se quiere conocer, se ha ganado mucho, por supuesto. Cometer los mismos errores en un viaje de cuatro, seis meses o un año, que en otro de dos semanas, sería no aprovechar las bondades de estar llevando a cabo algo como marcharse sin tiempo definido.

Una vez dejé afuera las prisas (normales en un primer momento simplemente por inercia) me centré más en estar bien conmigo mismo y, por supuesto, compartir la experiencia con la gente que me iba encontrando en el camino. ¡Están siendo tantos los amigos que están formando parte de esta ruta que no podría ni contarlos! Nunca pensé que iba a conocer a tantísima gente que, además, me estaría aportando muchísimas cosas. Toda clase de viajeros, y por supuesto los locales de cada país, están siendo los que se están ocupando de redondear las letras de mi diario imaginario de viaje. Creo que el mayor aporte de esta aventura está siendo precisamente la gente, algunos locos irrefrenables, otros más cautelosos, divertidos, pesimistas, optimistas, inquietos… pero todos con una historia detrás digna de escuchar.

No quiero dar nombres porque sería injusto para quienes no pudiera o no recordara mencionar, pero son muchas las personas con un peso específico e importante en este viaje. Algo ocurre con este tipo de aventuras que se estrechan lazos fortísimos con la gente que se conoce viajando. A veces más fuertes que con amigos que conoces de toda la vida. Y es que saberse en una misma circunstancia, aspirar e inspirar la solidaridad que hay entre viajeros, termina siendo vital para que en pocas horas se puedan encontrar amigos de verdad y, algunos de ellos, para siempre.

Tal y como comenté al principio, algo que me maravilla es el aprendizaje que estoy obteniendo de los lugares que voy visitando. Nunca pensé que fuera a diferenciar con claridad los acentos y expresiones propias de un argentino, un chileno, un uruguayo, un peruano o un boliviano. Pero es su Historia de ayer y de hoy la que me está haciendo abrir bien los ojos, encontrar unos lazos férreos con América Latina y reconocer los avatares más o menos sufridos por el continente desde que un 12 de octubre de 1492 vieran tierra las tres carabelas comandadas por Cristóbal Colón.

Aquí hay tanto de lo que aprender… las exploraciones de los primeros navegantes que marcharon sin saber lo que les depararía el Nuevo mundo, las costumbres (interrumpidas) de los indígenas, la Naturaleza exhuberante de tantos lugares, cómo vivieron los primeros colonos llegados de numerosos países, la sujección inherente de cada nación americana a los Imperios económicos del momento (ya fuera la España de Felipe II, la Inglaterra colonizadora del S. XIX o los Estados Unidos en la actualidad). Cada rincón es un mundo en el que se vive el hoy sin dejar de mirar el ayer. Así se desplegaron las hojas de los libros de Patagonia, de los Tehuelches, Yámanas, Onas, Mapuches o Aimaras, de las ballenas jorobadas, de la ganadería basada en llamas y alpacas, de los increíbles moáis de Isla de Pascua…

Un día es un capítulo nuevo de mil y una páginas que se pasan apenas mirando a los edificios, los paisajes, los monumentos o a los ojos de la gente. O incluso tomando un autobús local en los que hay sitio para treinta y van cincuenta. De ahí también se aprende…

Miro hacia atrás y me entra vértigo. Miro lo que tengo por delante y me late el corazón más fuerte (y no es por el mal de altura intrínseco a los países andinos). Mascando hojas de coca y escuchando una “morenada” boliviana trato de asimilar que estoy viviendo la experiencia más apasionante en mis más de diez años viajando.

FACTORES MENOS POSITIVOS PERO INEVITABLES

Pero que nadie piense que siempre se teje en hilos de oro. Para que una historia sea completa también ocurren contratiempos (enfermedad, retrasos, huelgas…), pero sobre todo se echa de menos… se echa mucho de menos. Caminar por tierras lejanas no quita tener en la cabeza y en el corazón a la gente que quiero y que desearía poder verla en estos momentos. ¿Cómo no voy a añorar a mi gente? Por supuesto, lo hago, cada día. Y también añoro esas pequeñas grandes cosas como salir a tomar algo con los amigos del barrio, conversar con mi familia o pasear de la mano de mi novia…

Y también pienso con nostalgia en cosas materiales a priori insignificantes como sentir la comodidad de mi cama (ya se sabe que como la cama de uno, no se duerme en ningún sitio), la comida de mi madre, esas tapitas maravillosas de mi tierra o quedarme leyendo en mi sofá favorito. Reconozco que hay algunas veces en las que me gustaría traspasar las fronteras del espacio y el tiempo y poder dormir en mi casa, aunque fuera unas horas.

Esas cosas que nos hacen sentir confortables y seguros siempre pesan a un lado, pero me bastar con leer las noticias o hablar con mis ex-compañeros de trabajo para ver que tampoco me estoy perdiendo grandes cosas en Madrid. Salvo, repito, mis maravillosas cotidianeidades en compañía de la gente a la que quiero.

Siento en ocasiones que necesito parar un poco, que las fuerzas no son las mismas que el primer día y tengo miedo de que deje de ilusionarme por las cosas. Pero eso nunca ocurre, la pasión sigue intacta y basta con disminuir el ritmo o detenerme para asimilar mejor lo que estoy viviendo. Quiero decir con esto que anímicamente la cabeza y el corazón sube y baja, como en la vida normal. Porque, ¿qué es la vida sino un viaje? Es entendible no estar con la moral al 100% en todo momento, ni aún haciendo lo que más te gusta hacer.

Escribo estas líneas apenas unas horas después de mi entrada a Perú. Cuzco me ha recibido exhultante y estoy realmente contento de poder iniciar una nueva fase tan ilusionante o más que las demás. Día a día sigo aprendiendo cosas nuevas, respirando nuevos olores, sumergiéndome en la realidad de un continente que me mantiene enganchado.

Siempre supe que Sudamérica merecía un viaje especial, algo distinto. Y eso estoy disfrutando en estos momentos, sin tener que pensar en el mañana y siendo dueño de mi tiempo. Por supuesto no todo es de color de rosa, ni es gracioso que te acribillen los chinches en un hotel de mala muerte de cuyo nombre no quiero ni puedo acordarme. Pero soy feliz… muy feliz, y soy consciente de que estoy viviendo una etapa tan increíble que sigo pellizcándome cada mañana para cerciorarme que no es un sueño.

Además sé que alguien muy importante para mí está muy cerca de incorporarse a este viaje… eso me da aún más fuerzas para seguir adelante (muy pronto os diré dónde). Siempre repito esos lemas de que que viajar es invertir en vida y que no quiero que me lo cuenten. Ahora mismo los valores de este viaje están en alza y no echan nada de menos a los majaderos de corbata, gomina y colonia barata que pretenden dominar nuestra existencia.

La sonrisa de la gente de verdad me ha hecho olvidarme de ellos y, por una vez, tomar las riendas de lo que sólo puedo hacerme cargo yo, mi propia vida.

Salud y viajes un lugar de Perú llamado… Cuzco

Sele

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* Recuerda que puedes seguir todos los pasos de este viaje en MOCHILERO EN AMÉRICA

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