Érase una vez en India la aldea de El Libro de la Selva
Érase una vez en India la aldea de los hombres, el lugar donde Mowgli regresara después de ser criado en la naturaleza por una manada de lobos y aprender a comunicarse con los animales. La historia de El Libro de la Selva está presente en los tupidos bosques del sur de Madhya Pradesh, con Kanha y Bandhavgarh, así como Pench, como máximos exponentes con los que contextualizar esta recopilación de cuentos que publicara en 1894 el británico Rudyard Kipling y después fuera llevada al cine por Disney en 1967. El temible Shere Kahn, el gran tigre de Bengala, y su descendencia siguen dejándose ver ocasionalmente en la espesura del que siempre fue su territorio. Y algunos pueblos que no han cambiado nada en siglos sobreviven a las puertas de la jungla. Como aquella aldea sin nombre que encontramos al borde de Kanha en la que el azar nos detuvo para contemplar cómo la vida sigue igual en una de las zonas rurales más auténticas y sorprendentes de toda India .
Un pueblo anónimo disfrazado de blanco y azul salió a nuestro encuentro una tarde cualquiera. Y aquella podía ser la aldea de los hombres que imaginara Kipling porque tenía todos los ingredientes para ser su escenario.
El pueblo de El Libro de la Selva en India
No sabría situar exactamente el lugar. Sólo que se encontraba muy próximo a los bosques de la Reserva de Tigres de Kanha, uno de esos lugares donde todavía se escucha el rugido del felino más grande del planeta. Precisamente observar la mirada del tigre de Bengala era nuestro objetivo durante aquel viaje. Pero a lo largo de un difícil camino aprendimos a mirar más allá de las huellas del depredador al que todavía muchos apodan «devorador de hombres» y nos gustaba detenernos en esas aldeas bucólicas en las que todavía se le teme al tigre porque éste vive a sus puertas y se aparece con frecuencia.
Desde nuestro vehículo las escenas campestres se sucedían una tras otra. Habían pasado bastantes horas desde que abandonáramos Bandhavgarh. La ventanilla era demasiado pequeña como para respirar el aroma de una India muy diferente a la que se conoce de Agra, Benarés, Delhi o Jaipur. El sur de Madhya Pradesh es un paréntesis que entremezcla bosques y campiña, hectáreas de jungla cerrada con trigales y vastos arrozales que beben de un monzón que se ensaña especialmente con estas tierras durante los meses de julio y agosto. Mercados improvisados a pie de carretera, las vacas (cómo no) campando a sus anchas por doquier, y ni un papel en el suelo. La pulcritud de esta parte del país es tal que se podría beber agua del grifo de cualquier casa, que no está contaminada.
Sorprendidos por la belleza de las casas y granjas, muchas teñidas de azul, y de una atmósfera tan relajada, decidimos bajarnos del coche para visitar in situ una aldea cualquiera y saciar nuestra curiosidad. Y esa aldea sin nombre se convirtió realmente en algo que nos visitara a nosotros. Una larga calle azul nos llevó imantados hacia una casa donde pastaban los bueyes en su patio a media tarde. En ese momento nuestra soledad se terminó porque empezaron a acercarse niños que nos miraban como si no hubiesen visto a un extranjero en su vida, que alucinaban con nuestras cámaras fotográficas y con los vídeos que hacíamos. Pero, a diferencia de las zonas turísticas de India, respetaban por completo nuestro espacio y su timidez se convirtió en una frontera que fue disminuyendo de manera paulatina.
Allí nadie hablaba lo más mínimo de inglés. Ni tan si quiera el clásico «Which country?» que muchos aprenden desde niños para arrancarte tu país de origen. Simplemente sonreían, gozaban de ver sus rostros fotografiados y nos acompañaban a las distintas áreas de un pueblo que no debía llegar al centenar de habitantes. Las cuadras donde bebe el ganado, los espacios para lavar la ropa, un improvisado mercado de frutas y verduras a punto de echar el cierre, así como granjas y más granjas a las que no le faltaba un detalle, se fueron sucediendo en una andadura a la que se fueron uniendo cada vez más personas. No sólo niños, sino también mujeres, hombres adultos y ancianos sin un solo diente se fusionaron en una experiencia que nos devolvió a la autenticidad en India de la que reconozco en ocasiones mi corazón se había alejado.
No hubo quien no se quisiera tomar una foto con nosotros. El mero hecho de verse reflejados en las pantallas de cristal líquido era suficiente para sonreír y ruborizarse, daba igual si tenían cinco años o noventa. Estamos convencidos, aunque no lo sabían, que nos dirigíamos a Kanha para ver en libertad a ese gran felino con el que no siempre se han llevado demasiado bien. Pero con el que tienen que aprender a convivir, cada uno en su espacio.
Repasa nuestro último viaje a India en 10 momentazos como éste y conoce los lugares e instantes que nos robaron el corazón.
Un pueblo a las puertas de la morada del tigre
Es sabido que en las junglas de Madhya Pradesh, allá donde deambula el tigre libremente en parques como Kanha y Bandhavgarh, nacen las historias que Rudyard Kipling nos contó en El libro de la Selva. El asilvestrado niño Mowgli criado por una familia de lobos y educado por el oso Balú, así como sus amigos los animales del bosque con los que podía hablar o el gran antagonista, Shere Khan, un malvado tigre de Bengala cojo, son los protagonistas de un cuento que muchos nos aprendimos de memoria desde bien pequeños. Cuando el escritor británico elaboró esta preciosa recopilación de cuentos fantásticos se basó en lo que había conocido de las selvas de esa zona concreta de la India. Hoy en pleno siglo XXI Madhya Pradesh sigue teniendo una relación de amor-odio con el tigre, pero el tiempo le está dando la razón al felino y sus defensores dado que su supervivencia está permitiendo el desarrollo de las áreas colindantes a los parques y reservas dentro del turismo de naturaleza sostenible. Hoy pocos dudan que Kanha, Bandhavgarh, Pench o Panna son escenarios ideales para realizar safaris fotográficos y ver a los últimos tigres en libertad. Pero, por supuesto, en «las aldeas de los hombres» que aparecen en El Libro de la Selva aún se teme al Shere Khan de turno.
De hecho nos contaron algunos lugareños de ésta y otras aldeas próximas a Kanha que más de una noche se habían cruzado por el camino al «fantasma de piel naranja y rayas negras». Pero éste, casi siempre, se marchaba por donde había venido. Sus ojos brillantes y su fama de carnicero han traído multitud de historias y leyendas de los «devoradores de hombres», pero tras desaparecer prácticamente a mediados del siglo XX son ellos quien tiene miedo del hombre, de los demonios con escopeta que lo ven como el auténtico enemigo o venden su patrimonio natural al Diablo para terminar en un herbolario chino donde se sirve como exótico y costoso afrodisíaco. Muchos alegan defender su ganado, como sucede con el lobo en Europa, pero se niegan a reconocer que limitaron el hábitat del tigre hasta la extenuación. Por fortuna, poco a poco, se está recuperando la población del tigre en India, quizás porque el turismo ha demostrado que vale más un tigre vivo que cien muertos. Y así muchos tipos que hace décadas lo cazaban como sucediera en Botswana, Sudáfrica o Kenia, se han convertido en guías y naturalistas que ahora lo protegen con uñas y dientes. Ha sido una reconciliación paulatina, para la que aún hace falta mucho trabajo y concienciación, pero que está siendo positiva para una gran mayoría que aboga por la supervivencia del animal nacional indio.
Este es el primer tigre que fotografiamos en Bandhavgarh (Madhya Pradesh, India). Si quieres ver cómo nos fue con los tigres de Bengala pincha aquí.
En aquella aldea anónima supimos cómo se vive a las puertas de la morada del tigre y cómo en las zonas rurales sigue manteniéndose la esencia de la India de siempre, lo más valioso de un país que unas veces amo con locura y otras me desespera. Aquella tarde de marzo, Víctor y yo, con nuestras flamantes y sudadas camisetas negras de Comando Piraña, y un par de cámaras, saboreamos el alma de un pueblo que pudiera ser la aldea de los hombres de El Libro de la Selva y cuyo nombre Mr Kipling se llevó a la tumba. Lo que tengo claro es que lo vivimos como si así fuera y que particularmente me sirvió para reconciliarme definitivamente con un país al que echaba demasiado de menos aunque me negara a reconocerlo.
La ley de la selva, nunca ordena algo sin tener motivos para ello. Frase de»El libro de la Selva». Rudyard Kipling.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
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5 Respuestas a “Érase una vez en India la aldea de El Libro de la Selva”
El tigre de Bengala en la India es verdaderamente Sagrado y venerado!!! es tan preciado por ser considerado como el vehículo de la deidad hindú “Maa Durga”, junto a otros animales como la Vaca, el elefante y el Mono la cultura Hindú construye su estructura ideológica creyente.
Qué gozada de artículo, lo hemos disfrutado muchísimo. Sin duda, India es un país repleto de cultura, tradición e historia que, ¡sólo te puede enamorar! Enhorabuena por el post!
gracias por todo👧👧👧👧👧💔💔💔💔💔
jajajajajajjajajjjaajjaajajjajajajajaja
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