Uummannaq, una aventura en Groenlandia - El rincón de Sele

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Expedición Uummannaq, una aventura en el noroeste de Groenlandia

En Avannaata, la región o provincia noroeste de Groenlandia, la vida se mide en fiordos, glaciares que rompen en el mar y cientos de miles de icebergs navegando a la deriva. Sólo unas pocas casas de madera, el trasiego de los barcos de pesca y el vocerío de los perros de trineo, los cuales no ladran sino que aúllan como lobos domesticados que son, parecen los únicos elementos capaces de romper mínimamente ese collage de naturaleza en bruto. Si bien la más conocida sería la ciudad Ilulissat y la Bahía de Disko, existen otras zonas aún indómitas y remotas donde los visitantes extranjeros llegan a cuentagotas y donde se mantiene inherente la esencia de esa Groenlandia mítica e inabarcable. A Uummannaq, por ejemplo, se arriba en helicóptero. Una isla coronada por una montaña granítica en forma de corazón dominando el fiordo helado del mismo nombre. A continuación se multiplican otras islas con diminutos y solitarios asentamientos inuit o incluso pequeñas penínsulas con acantilados que superan los mil metros de altitud y donde juguetean las neblinas con el vuelo incesante del fulmar boreal y otras aves del Ártico. Es allí donde, atraídos por el magnetismo de una fotografía que llegó a nuestras manos durante una andadura groenlandesa anterior, decidimos llevar a cabo una expedición y deslizarnos por uno de los entornos más increíbles, solitarios y hermosos que hayamos visto hasta ahora.

Uummannaq (Groenlandia)

¿Cómo es la isla de Uummannaq? ¿Qué pudimos ver en ella? ¿A qué otros lugares del fiordo pudimos acceder en nuestra travesía? Os animo a leer más sobre un lugar hipnótico de Groenlandia en el cual ni la imaginación más atrevida parecería ser capaz de proyectar. Un viaje de autor, o más bien una exploración en toda regla, donde se superaron todas las expectativas.

La isla de Uummannaq, una montaña con forma de corazón en la Groenlandia más indómita

¿Cómo ir a un lugar que cuesta nombrar e incluso escribir con propiedad? Uummannaq, donde vocales y consonantes se duplican sin ton ni son, se puede considerar una completa desconocida. Había que irse a los libros de antiguos navegantes y exploradores del Ártico para atinar con este nombre que quiere decir «en forma de corazón» en lengua inuit, haciendo referencia a la montaña bajo la cual se extiende una población local y cuya cima recuerda levemente a tan esencial órgano animal. Para estas cosas, de todos modos, los inuit jamás se han complicado la vida. Los topónimos no son otra cosa que meras descripciones basadas en la más estricta literalidad. Uno de los mejores ejemplos es Quequertarsuaq cuyo significado es «isla grande» y que sirve para denominar a multitud de islas y asentamientos de la geografía groenlandesa. También hay infinidad de localizaciones llamadas Narsaq (Llanura), Narsarsuaq (Gran planicie) o Tasiusaq (Bahía como un lago) donde sus títulos explican a la perfección lo que son. Muy diferente a las denominaciones que hicieron los daneses cuando colonizaron la isla donde se llegaban a poner los nombres en función del ballenero de turno que estableciese allí su base. Como Jakobshavn (el puerto de Jakob), referido a un célebre comerciante venido de Dinamarca que mantuvo durante años su monopolio en tierras groenlandesas. O Claushavn, ahora Ilimanaq, que recordaba la presencia de un magnate de la grasa de ballena que vivió en la zona. Y qué decir de Godhavn, «el puerto de Dios».

Cartel de bienvenidos a Uummannaq (Groenlandia)

Hasta ese lugar llegaríamos en una expedición organizada por Roberto C. López y yo con la agencia X-Plore.

Llegada en helicóptero a la isla mágica de Uummannaq

Pero Uummannaq, nuestro destino soñado, nos lleva directamente al corazón, a la forma que la erosión ha dado a la montaña de mayor prominencia en estas latitudes, encargada de proteger de los vientos gélidos del norte a algo más de mil inuit que habitan la isla desde hace siglos. Y a la que, como adelanté antes, llegamos en helicóptero desde la ciudad de Ilulissat, otra de esas maravillas groenlandesas emplazadas a una bahía infestada de icebergs y témpanos de hielo. Allí habíamos hecho base durante un par de días, los cuales aprovechamos, por supuesto, para navegar entre los icebergs del fiordo helado (o sobrevolarlo en avioneta), salir a buscar ballenas u observar los derrumbes de la pared congelada del glaciar Eqi.

Iceberg en Ilulissat (Groenlandia)

Uummannaq se sitúa en línea recta dirección norte apenas a 162 kilómetros de Ilulissat. Pero esta humilde distancia supone una barrera que en ocasiones los icebergs y témpanos hacen infranqueable por mar, así como la gran cadena de montañas de la península de Nuussuaq si fuéramos por tierra, un campo de hielo en toda regla, separación física que convertiría cada kilómetro en millar de imposibles. De ahí que para llegar tuviésemos que tomar, en primer lugar, un vuelo a Qaarsut, municipio minúsculo con una pista de tierra para los aterrizajes de aviones no demasiado grandes. Y, una vez desde allí, subirnos a uno de los helicópteros que salen diariamente, si el clima es el idóneo, hacia la isla mágica. Porque ese es otro aspecto muy a tener en cuenta cuando se viaja a Groenlandia, el número de cancelaciones y retrasos aéreos están a la orden del día por las múltiples inclemencias meteorológicas que se suceden en esta parte del mundo. Cosas del Ártico. Si no fuese así, pues no sería Groenlandia, ¿no creéis?

Mapa de Uummannaq (Groenlandia)

Por tanto, el mero hecho de arribar a Uummannaq se convierte en la mayor de las aventuras. Para nosotros, comprobar cómo arrancaba el motor del avión a Qaarsut nos aportó cierta confianza. Aunque no sería la primera vez que volando por estas tierras tuviésemos que dar la vuelta por falta de visibilidad en el aeropuerto de destino. Pero éramos positivos y no iba a suceder. ¡Por nada del mundo! Al contrario, tendríamos un vuelo maravilloso de apenas cincuenta minutos donde vislumbraríamos los parajes acuáticos que habíamos divisado días antes en barco, las lenguas glaciales que proyectan la fiereza del Indlandsis, el desierto de hielo que cubre en torno al 80% del territorio groenlandés, y así como esas montañas de cimas vírgenes aún sin coronar en la península de Nuussuaq. Para, de pronto, poder admirar por primera vez el fiordo de Uummannaq, aunque a esa hora tenía una ligera capa de niebla que sólo dejaba adivinar determinadas cúspides.

Vistas desde el avión a Qaarsut (Groenlandia)

Aterrizar en Qaarsut nos hizo creernos por primera vez que era posible, que Uummannaq estaba ahí a un pequeño paso. De hecho, desde la ventanilla del avión ya vimos el helicóptero rojo de Air Greenland al que debíamos subirnos en minutos. Ni una brizna de viento, lo que jugaba a nuestro favor. Por lo que antes de darnos cuenta ya estábamos dentro de un aparato con hélices y diez plazas con grandes ventanales donde íbamos los unos frente a los otros. Aquellas caras, los nervios de todo el equipo, la risa contagiosa, nos hizo recordar aquellos «realities» de televisión donde los concursantes son arrojados al mar para llegar a una isla desierta. Pero aquello, ese sitio que era sólo para nosotros, no se trataba precisamente del Caribe.

Roberto y Javi en el helicóptero que une Uummannaq con Qaarsut en Groenlandia

Fueron diez minutos que marcaron la vida viajera (para bien) de todo el equipo de esta expedición. Roberto y yo, artífices de la aventura, recordábamos cómo nació este viaje a través de una foto sobre la que dirigimos nuestra obsesión enfermiza. Todos los demás, Mónica, Pilar, Laura, Javi, Asun, Begoña, Fran y Estrella, habían sabido leer entre líneas que hay trenes que no conviene perder porque una expedición así sólo se vive una vez. ¿Para qué ser mero lector o lectora de una historia épica cuando se puede ser protagonista? Al fin y al cabo, sólo estábamos cargados de decisiones que nos habían llevado a embarcarnos en una ilusión.

Helicóptero con el que pudimos viajar entre Qaarsut y Uummannaq en Groenlandia.

Esa ilusión no era otra que UUMMANNAQ, cuya silueta se dibujó rápidamente durante nuestra travesía aérea en helicóptero. Aquella mole granítica atrajo todas nuestras miradas y todos nuestros comentarios. Y, en efecto, era más increíble incluso de lo que las fotografías nos habían mostrado desde la primera vez que supimos de ella.

Imagen aérea de la isla de Uummannaq en Groenlandia

El helicóptero tardó apenas diez minutos desde Qaarsut. Y, casi sin darnos cuenta, ya estábamos en la isla con el equipaje en nuestras manos. Por un lado, teníamos vistas a una especie de puerto y un vertedero de metales. Mientras que, por el otro, disponíamos de un primer plano de la gran montaña en forma de corazón con 1170 metros sobre el nivel del mar que muchos aseguran como la más prominente del Ártico. Y de ese helipuerto convertido en el nudo que conecta de manera directa a la isla con el mundo, salimos con el objetivo de recorrer el que sería nuestro hogar durante los días venideros.

Imagen de Uummannaq en Groenlandia

Antes recibimos la bienvenida de nuestros contactos inuit, Paaluk, con quien habíamos preparado la expedición (tiene barco, que no es poco), así como la persona que nos daría hospedaje en la isla. Nos fueron asignadas tres cabañas para diez personas, dos de ellas muy próximas al centro del pueblo y la otra bastante más apartada, pero con unas vistas prodigiosas tanto de la montaña como del fiordo. Porque en Uummannaq no hay hotel como tal. Y ni falta que hace. Porque nada mejor que alojarse en una vivienda local, una de esas muchas casitas de madera que contrastan con vivos colores entre las rocas parduzcas sobre las que se asienta el municipio. Y que son parte de la experiencia de pasar un tiempo en la isla.

Nuestra casa en Uummannaq (Groenlandia)

Así es Uummannaq (Recorrido terrestre por la isla)

Podemos explicar Uummannaq como una isla en forma de lágrima de apenas seis kilómetros de norte a sur y tres kilómetros en su tramo menos angosto de este a oeste. Minúscula si la comparamos con otras islas vecinas (Agpat al norte o Storøen al oriente) pero, para los casi mil quinientos habitantes fijos de ésta, todo su universo. Hay población tan sólo en el último cuarto sur de la isla, puesto que en el centro se eleva la gran montaña que le da nombre, cuyas dos pequeñas cimas gustan de coquetear con el filo de las neblinas, de vez en cuando, se dedican a romper su silueta para envolverla de misterio. Le anteceden pequeñas lagunas tendentes a la congelación, las cuales tienen canalizaciones para proveer de agua potable a las casas. Se entiende, entonces, que la montaña sirve de muro de contención climática al pueblo, mientras que dichas lagunas aseguran la habitabilidad de toda la isla. Entre la prominente formación granítica y el norte sólo hay rocas y soledad. Ni tan siquiera existe un sendero para bordear Uummannaq.

Vista de Uummannaq desde el barco (Groenlandia)

El pueblo se concentra alrededor de un puerto principal, bastante pequeño, donde atracan sus embarcaciones los pescadores del fletán que sustenta la economía local, aunque las cabañas de colores rojo, azul, amarillo o incluso verde, se reparten a lo largo y ancho del tranquilo litoral sur. Como comenté anteriormente no hay hoteles en la isla. Ni restaurantes. Lo más parecido sólo sería el Cafémma, un diminuto café de horario indescifrable en pleno puerto donde ponen música, varios días a la semana preparan hamburguesas y perritos calientes, y en el cual algunos inuit acuden a calentar la garganta con alcohol y las manos con un par de tragaperras viejas con las que se les va parte de su salario. Por lo que para los visitantes la mejor opción son los tres o cuatro supermercados donde poder comprar algo que cocinar después en la casa en la que estén. O, siendo atrevidos, buscando a quien venda un fletán recién pescado que cocinar al horno o en la sartén. ¡Está delicioso!

Pescadores de Uummannaq (Groenlandia)

Sele en Uummannaq (Groenlandia)

Alrededor del puerto se concentran algunos edificios de cierto carácter histórico, como la conocida como casa del médico o el que sirve como museo desde el cual aprender sobre la isla y la cultura inuit en una visita corta pero entretenida y reconfortante. También donde se almacenaban y trataban las piezas de las ballenas cazadas en el fiordo. La iglesia de piedra constituye el faro dominical de los inuit, quienes abrazaron antaño el cristianismo con la llegada de los daneses, dejando atrás parte de sus creencias paganas. Un punto de encuentro donde a cada misa acude la gente con sus trajes tradicionales (de blanco los hombres, de rojo las mujeres con sus inconfundibles botas blancas y el pelaje de foca abrigando las extremidades inferiores) y se aprovecha a tener un poco de socialización. Junto a ella se extiende una pradera de hierba siempre verde donde emergen los restos bien conservados de las antiguas casas de turba (también conocidos como iglús de tierra), ahora convertidas en una especie en extinción, pero que durante siglos fueron los hogares cálidos y perfectamente aislados de las familias groenlandesas, elaboradas con el suelo y musgo de la tundra. En los noventa dejó de utilizarse la última casa de tundra de Uummannaq aunque, con suerte, se puede visitar tal como lo dejó su dueña, solicitándolo directamente en el museo local.

Casa de turba en Uummannaq (Groenlandia)

Si se camina por el lado sureste se puede llegar hasta un campo de fútbol de césped artificial con vistas directas a los icebergs. Hay vehículos privados y muchos taxis que llevan de una punta a otra a los ciudadanos de la isla. En invierno dicha labor la ejercen los perros de trineo y las motos de nieve. En cuanto a los cánidos, viven los veranos aguardando sofocados e impacientes la llegada del frío. Sólo sus aullidos y la entrega de comida cada tarde, donde predomina la carne de foca, solapa el tedio de la luz ininterrumpida del Sol de medianoche. Sin travesías que realizar, sólo viven esperando para acallar su letargo y salir de nuevo a la carrera pisando nieve.

Perro de trineo en Uummannaq. Al fondo la isla de Storoen (Groenlandia)

El primer día no teníamos prevista ninguna actividad de navegación. Sino de familiarización con la isla y llevar a cabo todo lo que pudieran permitirnos nuestros pies. Así que aprovechamos, por una parte, a rellenar las despensas de nuestras bucólicas cabañas con vistas. Y, por la otra, a buscar todo tipo de posiciones desde los que visitar el pueblo y retratar con nuestras cámaras la montaña mágica, que permanecía despejada por completo. Algo que, por cierto, no siempre sucede. De hecho, para el final de la tarde estaba previsto que se metiesen de lleno las nubes y tapasen por completo la montaña dejando, incluso, algo de nieve en la isla. Así que no estábamos para perder tiempo y sí para aprovechar el clima soleado con que nos había obsequiado la suerte.

Sele haciendo fotos en Uummannaq (Groenlandia)

Nos hicimos todos y cada uno de los senderos del sur de la isla. Los más elevados permitían jugar también con la perspectiva de las islas aledañas como Storøen y sus imponentes acantilados, mientras que si nos situábamos en la zona de los lagos de agua dulce podíamos centrarnos en los reflejos de la montaña. Aunque, con ciertos conocimientos, hasta el más pequeño de los charcos podría regalarnos imágenes espectaculares.

Reflejos de Uummannaq (Groenlandia)

A mal tiempo, buena cara (y con un buen pescado, mejor)

Los vaticinios del tiempo no fallaron en ningún caso. Y antes de las nueve de la noche, que al estar en verano el sol no se esconde ni un segundo y hay luminosidad a jornada completa, un tapiz grueso de niebla se abalanzó sobre la montaña hasta cerrar incluso la posibilidad de observar el mar, que lo teníamos a un palmo. Y, no sólo eso. También empezó a nevar de manera copiosa. Y consultando las predicciones meteorológicas del día siguiente, la duración prevista de la borrasca de nieve era de mínimo veinticuatro horas. Por lo que hablamos con Paaluk, con quien teníamos previsto hacer todas las salidas en barco durante la semana, para reorganizar nuestras excursiones y horarios.

Uummannaq en plena nevada

Por fortuna para un viaje de este tipo se antoja aconsejable guardar algunos días comodín para sortear de la mejor manera las posibles inclemencias del clima. A evitar, sobre todo, el viento fuerte, dado que se va en embarcaciones no demasiado grandes, así como las nieblas o las condiciones de baja visibilidad. Pero este grupo, a pesar de que la nevada fue in crescendo y asumíamos que en el segundo día en la isla no íbamos a poder hacer gran cosa, fue capaz de darle la vuelta a todo con la mejor actitud. ¡Estamos en el Ártico! Que haya nieve, aunque estuviéramos en pleno mes de junio, no podía hacer decaer los ánimos. Todo lo contrario, podríamos vivir en pleno verano groenlandés y con el sol de medianoche como aliado, una jornada invernal en una remota isla ártica.

Icebergs rompiéndose junto al litoral de la isla de Uummannaq (Groenlandia)

Salimos a caminar con la ventisca de nieve y en el pueblo, aprovechamos para visitar el museo local (precio 5€), un espacio pequeño pero acogedor y de lo más interesante, con objetos de uso cotidiano inuit, vestimentas con varios siglos de antigüedad, mapas, fotografías antiguas y huesos de animales que habitan en Groenlandia. Un auténtico libro abierto donde conocer algo más de la cultura inuit y las difíciles condiciones de vida del entorno en el que nos hallábamos. El fiordo de Uummannaq representa un paraíso natural salvaje e idílico a ojos de los viajeros, pero sólo quien vive en él se percata de la dureza de lo que supone residir en un territorio áspero, inhóspito y hostil como ese.

Museo de Uummannaq (Groenlandia)

Gozamos de la suerte de que una de las personas encargadas del museo nos deleitara con su voz y la percusión del clásico tambor de mano inuit con un par de canciones muy antiguas. Ninguno de nosotros se lo esperaba y representó un momento precioso dentro del viaje. Ella misma, a posteriori, nos abriría un par de puertas de las casas de tundra que sobreviven junto a la iglesia y, de ese modo, conocer más de cerca las condiciones de vida de la mayoría de los inuit antes de que levantaran las cabañas de madera que se ven ahora.

Mujer inuit de Uummanaq sosteniendo un tambor tradicional

Pero el plato fuerte no sería fuera sino dentro de una de las casas que teníamos alquiladas. La determinación de Begoña para conseguir que nos trajeran varios fletanes (halibut en inglés) recién pescados y la fabulosa mano para la cocina de Estrella, llevó a este equipo a sentirse en el mejor restaurante del Ártico. ¡Delicioso! Creo que no había disfrutado en toda mi vida tanto comiendo pescado. Tanto por su sabor como por la compañía de quienes habían congeniado incluso antes de tomar el primer avión. Al final terminaríamos agradeciendo disponer de una jornada en la cual tomarnos las cosas con cierta calma. Siempre viene bien poner los pies en el suelo. Y disfrutar de las cosas, a priori pequeñas, pero que hacen que un viaje sea inmenso. Como ver la nieve desde la ventana, disfrutar de la buena mesa y contar con un tiempo de reflexión con el que no siempre se cuenta.

Halibut al horno

EXCURSIONES EN EL FIORDO DE UUMMANNAQ (RUTAS DE NAVEGACIÓN)

Pero, por fortuna, sólo tendríamos un día con el clima revuelto. Porque las siguientes jornadas nos permitirían navegar en las mejores condiciones por el Fiordo de Uummannaq, plagado de icebergs en junio, pues cuenta con una decena de frentes glaciares que rompen en él, y conocer algunas de sus maravillas. Auténticos diamantes en bruto que no aparecen en guías, documentales y reportajes. Que la mayoría de groenlandeses y daneses apenas conocen y donde la llegada de visitantes extranjeros es realmente escasa. Lugares donde se percibe de manera patente que Groenlandia se trata de un territorio que humildemente pone en perspectiva la escala de la naturaleza frente a la presencia humana. Así como que aún existen lugares que desafían nuestra comprensión y nos invitan a contemplar la grandeza del mundo que habitamos, así como la necesidad imperiosa de preservarlos y legarlos a las generaciones futuras.

Iceberg en el fiordo de Uummannaq (Groenlandia)

De aquellos días en el barco de Paaluk y de su amigo, ya que la otra persona que iba a venir con nosotros no pudo salir con su embarcación del área de la Bahía de Disko por la acumulación de hielos y la niebla, cabe destacar algunos escenarios majestuosos del Fiordo de Uummannaq.

Qilakitsoq, la necrópolis de las momias inuit

Justo al sur de Ummannaq, en una playa que corresponde al área norte de la península de Nuussuaq, tuvo lugar uno de los hallazgos más importantes de la arqueología en el Ártico. En 1972, un grupo de cazadores inuit estaba explorando el área de Qilakitsoq cuando se encontraron con una sorprendente visión: tumbas de piedra y madera que emergían de la nieve. Dentro de estas tumbas se hallaron los cuerpos momificados de seis mujeres, dos hombres y dos niños, que datan aproximadamente del siglo XV. Estas momias habían sido preservadas por las bajas temperaturas y la sequedad del clima ártico. Fueron estudiadas y trasladadas al Museo Nacional de Groenlandia en la capital, Nuuk. Su excepcional estado de conservación permitió a los investigadores obtener una visión única de la vida en el pasado, incluyendo detalles sobre la vestimenta, utensilios y adornos de los antiguos inuit. También reveló prácticas funerarias interesantes, como la colocación de objetos personales y herramientas junto a los cuerpos.

Apenas veinte minutos de navegación requerimos para cruzar hacia la península y poner nuestros pies en Qilakitsoq, el lugar cuyas momias proporcionaron una valiosa ventana a la cultura y la vida cotidiana de los habitantes de la Groenlandia de hace varios siglos. Paaluk nos contó que aún se conservaban señales de algunas tumbas, pero ya sin momias ni restos óseos. Parte del grupo se desplazó con él para saber dónde se llevó a cabo el gran hallazgo arqueológico. Y, de repente, de la nieve emergió una perdiz nival con un sutil revoloteo que la hizo esfumarse de aquella porción de tierra salvaje.

Qilakitsoq (Groenlandia). Aquí se hallaron las famosas momias inuit

De esta necrópolis intuida lo mejor, quizás, es el trayecto. Y la visión de la isla de Uummannaq desde allí, donde surcaban las nieblas, ya muy leves, en la gran montaña en forma de corazón.

Equipo de la Expedición Uummannaq 2023 (Groenlandia)

El desierto de la isla de Storøen

Bordeamos por el costado sur de la asombrosa isla de Storøen, una sucesión de acantilados que superan los 900 metros de altitud carentes de oportunidad alguna de amarre. Isla deshabitada por completo, se mide precisamente en sus paredes verticales y en las nieves perpetuas en las cimas que atesora. Pero, si por algo sorprende esta isla rocosa desprovista de vegetación, es por su trazado oriental. El azufre y el hierro, muestras de la actividad volcánica un millón y medio de años antes, se anexionaron a la propia Storøen para pintar de amarrillo y ocre un auténtico desierto ártico.

El desierto de la isla de Storoen (Fiordo de Uummannaq, Groenlandia)

El contraste cromático de la tierra con los tonos azulados de los icebergs recreaban un paisaje que no nos parecía de este mundo. Una Groenlandia absolutamente inédita y vacía que se escapa por completo del imaginario de quienes soñamos durante tanto tiempo con visitar este territorio polar. Lugar en el cual anduvimos y aprovechamos incluso a hacer un picnic de lo más sencillo pero que, en semejante escenario, sentimos como un auténtico festín.

Sele en el desierto de la isla de Storoen (Fiordo de Uummannaq, Groenlandia)

El acantilado de las aves

Del curioso desierto de Storøen navegamos rumbo norte para colocarnos en el extremo occidental de una península sin nombre nacida desde el propio Indlandsis. Paaluk nos dijo que se trataba de un área de interés ornitológico, pues en una de sus paredes rocosas se concentraban los nidos de decenas de miles de ejemplares del fulmar boreal (Fulmarus Glacialis), una especie de ave marina que anida durante los veranos en los acantilados y que, al igual que otros como frailecillos, alcas y araos, se dispersan en mar abierto durante los largos inviernos. Pero a medida nos acercábamos, las expectativas fueron superadas. Y no por los fulmares precisamente sino, sobre todo, por cómo la imagen del acantilado se abalanzó de manera sorprendente sobre nosotros, con unas paredes que superaban los mil metros de altura las cuales parecían las puertas a un reino secreto.

Acantilados de las aves en el Fiordo de Uummannaq (Groenlandia)

Ante el abismo de un acantilado majestuoso, nuestro corazón sólo pudo encogerse bajo un silencio reverencial. La perspectiva humana se erigía sobre su insignificancia en este coloso. No éramos más que pequeños actores en un escenario épico cuyos ojos, llenos de asombro, se encargaban de recorrer cada hendidura y saliente imaginando viejas historias de viento, tiempo y soledad. Mi cabeza sólo parecía capaz de recrear en silencio algunas melodías de Ramin Djawadi, artífice de los temas musicales más reconocibles de la serie Juego de Tronos, pues aquella localización encajaba a la perfección en el ideario de George R. R. Martin descrito en «Canción de hielo y fuego», la saga de novelas adaptadas a posteriori para ser ya pura historia de la televisión.

Acantilados de las aves en el Fiordo de Uumnannaq (Groenlandia)

Pasado el tiempo de la expedición, no hago más que recrear en bucle ese instante en que al irnos aproximando al acantilado, éste se mostraba cada vez más descomunal. Unos minutos que, por sí solos, justificaban un viaje como este.

Asentamiento inuit de Saattut

El fiordo de Ummannaq no sólo lo habitan quienes residen en la isla. Quedan todavía unos pocos asentamientos de pequeño tamaño con algunas familias que viven casi como los inuit de antaño. Un buen ejemplo es Saattut, un islote situado al norte de Uummannaq y muy cerca de la gran isla deshabitada de Agpat, a la cual nos acercamos para poder visitar. Una pequeña fábrica de productos del mar y varias casas de colores repartidas sin camino asfaltado que las una (para eso están los quads, las motos de nieve o los trineos de perros en invierno) dan cabida a poco más de un centenar de personas. Precisamente en invierno, cuando el mar se congela, se reduce su aislamiento. El verano, al contrario, parece recrudecer las condiciones de aquellos inuit a quienes el hielo marino les ofrece diversas oportunidades.

Sele en Saattut (Groenlandia)

Subimos a la montaña más alta de Saattut para tener una mejor perspectiva de la isla. En el camino nos percatamos de un secadero donde permanecía colgada la carne del narval, ese cetáceo con un cuerno helicoidal que le sale de la frente, especie amenazada del Ártico que muchos conocen como «unicornios de mar» y que los inuit de la zona cazan cuando se abren paso sobre los corredores de hielo que se forman en el mar. Hasta entonces eso sería lo más cerca que estaríamos de este animal de aspecto mitológico que se sitúa tan sólo en determinadas regiones del Ártico, las más septentrionales y de más difícil acceso.

Costillares de narval secándose en Saattut (Groenlandia)

Ikerasak, el poblado inuit más pintoresco del fiordo de Uummannaq

La isla de Ikerasak es, junto a Uummannaq y Saattut, uno de los pocos espacios habitados del fiordo. En el extremo sureste del mismo, ya muy cerca de dos grandes lenguas glaciales de las cuales rebosan icebergs y témpanos de hielo en una cantidad importante, se alza otra montaña. A diferencia de la protuberancia granítica de la isla de Uummannaq, ésta es más estrecha y puntiaguda, una cresta sobresaliendo en la llanura. Y que sólo se aprecia de verdad una vez se llega, tras casi una hora de viaje por mar, colocándose en el improvisado puerto de este municipio.

Ikerasak (Fiordo de Uummanaq, Groenlandia)

La estampa de Ikerasak impacta de por sí, pero bajando del barco en su diminuto puerto no se ha hecho más que comenzar. Caminando por senderos embarrados es fácil toparse con perros de trineo, cierto aroma indescriptible a carne de foca así como calaveras de bueyes almizcleros secándose al sol dispuestos sin ton ni son. Los doscientos habitantes de la localidad se dedican eminentemente a la pesca. Y en buena parte también a la caza. De hecho, supimos que con los bueyes almizcleros se calcula un número determinado de los mismos, los cuales pastan en una península situada en el área más occidental del fiordo, y se sortean las licencias de caza entre quienes lo soliciten. Sólo se puede matar a ese número determinado. Ni uno más. Algo que para una familia significa contar con alimento que les servirá durante mucho tiempo así como poder aprovechar sus valiosas pieles, las mismas que ayudan a estos animales lanudos coetáneos del mamut a sobrevivir a las inclemencias del Ártico. Como visitantes, debo recalcar, que somos más partidarios de admirar y fotografiar a estos grandes mamíferos, por ejemplo en Kangerlussuaq, el mejor sitio de toda Groenlandia para contemplarlos en libertad. Pero, por supuesto, se entiende que en estas latitudes la caza es un modo de vida o, más bien, de supervivencia.

Cabeza de buey almizclero en Ikerasak (Fiordo de Uummannaq, Groenlandia)

Los habitantes de Ikerasak serían aquellos guardianes de tradiciones antiguas en el abrazo solitario, frío y áspero del Ártico. Los mismos que llevan la historia de su pueblo en sus ojos y sonrisas arrugadas en rostros curtidos por el viento y el sol. Sus historias, como los surcos tallados en el hielo, hablan de un modo de vida capaz de desafiar los elementos durante generaciones. Y mientras se disfruta tirando de los hilos que tejen su existencia, el rugido de los icebergs cercanos se mezcla con la melodía tranquila de la vida cotidiana.

Ikerasak (Fiordo de Uummannaq, Groenlandia)

Empezamos a ascender por un promontorio rocoso para asomarnos a otro de los brazos del fiordo y nos encontramos con una colección de hielos que parecía infinita e irrompible. Diamantes a la deriva capaces de atrapar la esencia del cielo, reflejando su azul profundo y las nubes encargadas de refugiarse en el escaso oxígeno atrapado durante miles de años. El aire respirable es nítido y fresco. Y el silencio, una sinfonía suave sólo quebrantada por el distante crujir de los hielos arrancados del glaciar madre para llevar a término su gran viaje.

Fiordo helado a su paso por Ikerasak (Groenlandia)

Aquella vista nos proporcionaba toda la belleza de un museo sin nombre de arte natural, donde cada iceberg nos narraba su propia historia de formación y transformación. Sintiéndonos intrusos afortunados en este reino de belleza frágil y sublime.

Sele y Roberto en Ikerasak (Fiordo de Uummannaq, Groenlandia)

Algo que también pudimos ver cómo se conserva en Ikerasak son algunas casas de turba que parecían abandonadas. Siempre estas construcciones me han parecido un ejemplo extraordinario de cómo los inuit aprovecharon los recursos disponibles en su entorno para crear estructuras funcionales y eficientes. Proporcionan un refugio cálido y seguro en medio de condiciones extremadamente adversas, permitiendo a las comunidades inuit sobrevivir y prosperar en un entorno tan desafiante. ¿Y cómo? En primer lugar, escogiendo un terreno adecuado y bien situado para evitar la acumulación de nieve. Después, cortando bloques de turba, una mezcla de musgo y suelo de la tundra, y apilándolos para formar las paredes (e incluso tejados). En el interior, pequeño para reducir la exposición al viento y ayudar a retener el calor durante el gélido invierno ártico, se disponía de pieles para hacer más cálido el espacio. Normalmente los techos los forraban con pieles de foca, por ejemplo, aunque podían encontrarse en la casa pieles de otros animales como caribúes, bueyes almizcleros y, por supuesto, osos polares.

Sele junto a una casa de turba en Ikerasak (Groenlandia)

Aunque, tal como comenté anteriormente, en la actualidad las casas de turba inuit han sido reemplazadas en gran medida por estructuras más modernas. Pero aún su legado perdura como un recordatorio del ingenio humano y la adaptabilidad de una cultura como la inuit u otros pueblos paleoesquimales del Ártico, los cuales ha vivido en armonía con la naturaleza durante miles de años y cuyas enseñanzas ya empiezan a verse en los libros de antropología (aprovecho desde aquí a recomendar «Poetas del Ártico» e «Inuits, cazadores del gran norte» escritos por Francesc Bailón, uno de los mayores expertos sobre la cultura inuit en España).

Pocos lugares encontramos en el viaje tan inspiradores para la fotografía que Ikerasak. Sin duda allí viviríamos algunos de los mejores momentos de la Expedición Uummannaq.

Reflejos en Ikerasak (Fiordo de Uummannaq, Groenlandia)

Navegación alrededor de la isla de Uummannaq bajo la luz del Sol de medianoche

El fin de fiesta de la expedición nos permitió bordear por completo la isla de Uummannaq y disfrutar en 360º de la hipnótica montaña y de las casas pintadas de vivos colores que caracterizan el que, para muchos de nosotros, se trataba uno de los lugares más especiales en los que habíamos estado en nuestra vida. Pero con el añadido de vislumbrar aquellos parajes mientras el sol se decidía por enésima vez a esconderse en el horizonte, aunque sin lograr su propósito. Porque durante los meses estivales éste parece olvidarse del deber de ponerse por completo. De ahí que los veranos árticos sean veranos con luz las 24 horas. Así que, en lugar de traer la noche, se encargaba de desparramar para nosotros un manto dorado sobre el paisaje glacial y las aguas serenas. Logrando, eso sí, que la noción del tiempo se desvaneciese de la mente. Como si su manera de romper la ley de la nocturnidad, nos permitiese conectar por unos instantes con una sensación única de eternidad.

Casas de Uummannaq (Groenlandia)

Sentados en la proa, arropados por el abrigo etéreo del sol de medianoche, mientras nos deleitábamos con semejante sinfonía de luz y sombras, fuimos conscientes de que sólo un día más tarde dejaríamos la isla y no volveríamos a ver en vivo y en directo nuestra montaña mágica en forma de corazón. Pero también de que Uummannaq jamás se iría de nosotros, formando parte para siempre de cuanto somos y seremos.

Sol de medianoche en Uummannaq (Groenlandia)

Regreso a casa

Un helicóptero nos sacó de la isla para ya, desde Qaarsut, hacer una breve escala en Ilulissat y aterrizar en Kangerlussuaq, la antigua base americana, para subir a la capa de hielo y otear en el horizonte bueyes almizcleros. Un día más tarde volaríamos a Copenhague para, 24 horas después, volver a España y convertir una historia de viajes, compañerismo y amistad en ese sueño al que recurrir en horas bajas. Como si tocar el cielo en ocasiones permitiese levantarse con más facilidad cuando se llega al suelo.

Equipo de la Expedición Uummannaq (Groenlandia)

Un sueño de tundra, icebergs y montañas en forma de corazón.

NOTA: Este escrito está dedicado a Mónica, Pilar, Laura, Javi, Asun, Begoña, Fran, Estrella y Roberto quienes, estoy seguro, siguen con Uummannaq incrustada en su cabeza.

Sele

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