Fervor, lágrimas y oro en Mashhad
Hay ocasiones y, sobre todo, hay lugares en los que no habla tu cabeza sino tu corazón. Rincones en los que sólo hay paso al sentimiento y a que la emoción se exteriorice con un agrandar de pupilas, unos brazos erizados y un trago de saliva que irrumpe ese silencio de voz dormida. Son momentos en los que pronunciar palabra rompe la magia, en los que sólo conviene observar lo que uno tiene alrededor y tratar de asimilarlo. Algo así me sucedió en Mashhad, en el Santuario de Imam Reza, el lugar más sagrado del chiísimo en Irán que visitan millones de peregrinos y fieles cada año. Lo que se vive dentro del que está entre los complejos religiosos más grandes del mundo musulmán, superando el medio millón de metros cuadrados, no se comprende ni con prosa ni recargada verborrea. Son cosas que no se pueden explicar, que son tan emocionales e intangibles que sólo valdría estar ahí dentro para entenderlo. Da igual si el viajero es musulmán, cristiano, budista o ateo concienciado. En aquel lugar se respira un fervor que pone la piel de gallina, que es digno de ver y que en mi corta vida viajera ha marcado un antes y un después.
La visita al Mausoleo del octavo imam en Mashhad nos llevó a mezclarnos entre ríos de multitud para estar junto a la tumba más sagrada de Persia y quedarnos sin palabras ante un espacio levantado con fervor, lágrimas y oro.
MASHHAD, UN IMPRESCINDIBLE EN TODO VIAJE A IRÁN
En Irán la religión predominante es el Islam, y para ser más exactos la rama chíita duodecimana, que se diferencia de la mayoría sunita en el Planeta (un 85% de los musulmanes) en que la línea de sucesión de Mahoma la marca Alí, (su primo y yerno, ya que estaba casado con Fátima, hija del profeta) y a través de él distintos imanes que se transmitían su poder de forma hereditaria. Imán Reza, el octavo de todos ellos, fue envenenado por un califa en Mashhad hace más de mil doscientos años. Desde entonces su tumba es el lugar más sagrado del país para los chiítas, y la de su hermana Fátima Ma’sumah en Qom el segundo.
Mashhad es una ciudad nacida para la peregrinación. Con las fronteras de Afganistán y Turkmenistán demasiado cerca (es el enlace más utilizado para cruzar a estos países) ha crecido hasta ser la segunda más poblada de Irán sólo después de la inabarcable Teherán. El conocido turismo religioso ha sido clave para posicionarse y debido a ello es probablemente la ciudad con más infraestructura hotelera del país. Incluso cuenta con un gran aeropuerto que enlaza numerosos destinos tanto fuera como dentro de Persia.
Durante nuestro viaje a Irán dejamos a Mashhad prácticamente para el final. Dado nuestro recorrido y su situación más alejada decidimos dedicarle dos días casi al término de nuestra ruta. Sin nada preparado, ni siquiera el alojamiento, llegamos en un bus desde Kerman que se nos hizo eterno (era la víspera de la fiesta del cordero y había pocas plazas aéreas) y nos hospedamos en un apartamento cuyo nombre era Ilia Aparments y que me sería bien difícil situar en un mapa hoy día. Recuerdo que se encontraba en un callejón que daba a la avenida principal (la que va al Santuario), y el monumento estaba a 10-15 minutos a pie. Era una habitación desastrosa, tipo club de alterne de los 80, más cutre imposible, pero no había otra cosa. Pagamos 14€ por persona y nos quedaríamos allí una noche. Reamente no nos importaba dónde dormir sino salir cuanto antes a ver el lugar religioso más importante de Irán.
PEREGRINOS ES MASHHAD
Una avenida relativamente moderna, repleta de tiendas y hoteles, agitada como pocas habíamos visto en el país, dejaba que se asomara a lo lejos una cúpula dorada. Hacia allí nos dirigíamos, al Haram-e Razavi, que es como se conoce a este vastísimo complejo religioso que cuenta con una extensión no comparable a ninguna otra mezquita o mausoleo (en metros cuadrados tiene más que La Meca) y que es capaz de albergar a cientos de miles de personas en su interior, repartidos en patios, mezquitas, salas de oración y unos exteriores en los que conviven fieles durante toda la jornada.
Cuando caminábamos hacia el lugar nos acompañaba una larga fila de mujeres de negro, muchas solas pero casi siempre en familia, con los maridos, los hijos, las madres o los abuelos. Acudir al Haram es todo un acontecimiento, un precepto de obligado cumplimiento para los chiítas de Persia y los países de alrededor. Pero si normalmente aquello es un hervidero, a dos días exactos de la Fiesta del Cordero, Mashhad tenía colgado el cartel de «no hay más habitaciones» en prácticamente todos sus alojamientos. Por eso habíamos acabado en un apartamento de mala muerte con las ventanas rotas, una cama de hierro que roncaba sola y un sofá que parecía lo habían traído de la calle. Nos consolábamos en que no seríamos los únicos en tener esa «suerte».
Haríamos ese recorrido nada menos que en tres ocasiones. Una nada más llegar a la ciudad, otra por la noche y otra al día siguiente por la mañana. Queríamos absorber los distintos momentos del Santuario y la tumba de Imam Reza, pasar el tiempo que hiciera falta, sentarnos en sus patios, mezclarnos con la gente, observar y, no sólo eso, vivir la experiencia mística de quienes bajaban la calle con nosotros como si fuese una riada imparable.
Hay distintos accesos y nosotros entramos por el principal, el que surgía del final de la calle Imam Reza. Antes de poder entrar tuvimos que dejar las cámaras en una taquilla gratuita. Sabíamos que estaba prohibido pasar con cámaras de foto o vídeo, pero aún así lo intentamos. Y como no fue posible nos guardaron la mochila mientras duraba la visita. Por fortuna no consideran cámara o vídeo a los teléfonos móviles, por lo que todavía teníamos oportunidad de retratar lo que pudiésemos de aquel lugar. Los propios iraníes hacían lo propio en este u otros lugares sagrados a los que no se podía tomar fotos con una cámara. Por otro lado éramos conscientes también que los que no eran fieles al Islam sólo podían pasar a los patios circundantes y no acceder al corazón del Haram, y mucho menos a la tumba del octavo Imam. En realidad lo habíamos leído y nos lo habían dicho, pero tampoco vimos in situ indicaciones para ello y dado que íbamos solos y no llamábamos demasiado la atención, trataríamos de ver todo lo que pudiéramos y entrar caminando, si era posible, hasta la tumba que cubría una cúpula de oro macizo que ya habíamos observado desde lejos.
Recuerdo como nunca el momento en el que entramos al primero de los patios, al Gran Razavi, con una extensión increíble y unos largos minaretes dándonos la espalda. A partir de ahí tanto Isaac como yo dejamos de hablar. No pronunciamos apenas una sola palabra. Caminábamos guiados por la gente, el instinto y esa cúpula dorada que cada vez teníamos más cerca. No hablábamos para no levantar sospechas, para que no nos vieran como extraños. Pero…¡qué ilusos! Allí nadie se fijaba en tí. Había miles de personas y la gente estaba a lo suyo, con su familia y tenía cosas mejores que hacer que fijarse en dos foráneos. Ni una pizca de hostilidad. De hecho a los vigilantes se les reconocía por llevar plumeros de color verde de los de limpiar las lámparas… Y digo bien, plumeros. Ese era su arma para evitar alguna cámara indiscreta (o mejor dicho, móvil indiscreto) grabando donde no se tenía que hacer. Aún así, muchos se retrataban sin ningún problema ni pudor. Teníamos más vergüenza nosotros que ellos, que se tomaban aquella visita como lo que era, una fiesta, algo inolvidable en su vida y de lo que querían tener recuerdo fotográfico, aunque fuera a través de su teléfono móvil.
No teníamos todas con nosotros de poder llegar hasta la tumba así que seguimos avanzando en silencio. Accedimos por un pasillo que nos dejó en un patio mucho más pequeño y uno de los más hermosos del complejo. Se denominaba el Patio Al-Quds (Al Quds en árabe significa Jerusalén) porque tenía una réplica a menor escala de la famosa Cúpula de la Roca de Jerusalén. Frente a ella la gran Mezquita Azim-e Gozhar Shad coronada por una inmensa cúpula de color azul turquesa tan propia de Persia o de la Asia Central gobernada por Tamerlán. Realmente el Haram de Mashhad aglutina lo mejor de la arquitectura y arte persa, severamente influenciado por ese estilo timúrida que todavía podemos observar en países como Uzbekistán, corazón de la ruta de la seda.
No teníamos palabras. Los gestos y miradas hablaban por nosotros. La delicadeza de cada trazo, de cada desliz caligráfico, nos hacía no pronunciar palabra. Las miradas hablaban por nosotros. Aquel lugar era un conjunto inigualable de mezquitas, mausoleos y edificos religiosos con lo más preciado del arte islámico. Un museo de museos. Bueno, no, me equivoco. En Mashhad comprendí que en el mundo aún quedan lugares de verdad que no son museos, que son realidades históricas vividas en pleno Siglo XXI. Quizás algún día, dentro de décadas o siglos, alguien visitará el Santuario de Imam Reza como lo hacemos ahora con el Escorial o la Mezquita de Córdoba, con audioguía y sin un resto de vida en su interior. No será lo mismo. Porque lo de Mashhad no es sólo arte… es algo que está muy vivo y se mueve. Puro sentimiento envuelto en una coraza de azulejo y oro.
Aunque teníamos otras opciones para continuar, seguimos yendo al grano, acercándonos lo más posible a la tumba de Imam Reza. Ya andábamos por lo que nos habían contado no era accesible a los «infieles». La cúpula dorada la teníamos frente a nosotros en un patio de unas dimensiones semejantes al anterior. Ya no quedaban más paredes que nos cerraran el paso, la siguiente puerta entraba directamente al corazón del mausoleo, a la tumba del octavo imam venerado por los chiítas. La gente caminaba más despacio, tras aquellos muros surgían cristales y espejos desde el suelo hasta el techo. Era un lugar deslumbrante, absolutamente fabuloso. Íbamos tras una multitud que tocaba y besaba las puertas, que se ponía la mano en el corazón cuando sabía su cercanía a la última morada de Ali Reza, asesinado por envenenamiento por un califa. Por inercia hacíamos los mismos gestos, seguíamos los mismos pasos de los peregrinos que dejaban asomar sus primeras lágrimas y las palabras Allahu Akbar, que quieren decir «Alá es grande», las cuales empezaban a ser un canto unísono.
Una tumba de oro y cristales verdes era el foco de atención de todo el mundo. Allí no cabía un alfiler. Todos se apresuraban a alcanzar la tumba y tocarla, abrazarse a ella, besarla, gritar… y llorar. El fervor de la gente me hacía tragar saliva y sentir cómo el corazón palpitaba cada vez más rápido. Por mucho que tratara de comprenderlo no encontraba en mi vida algo que me generase esa locura. La fe de esas personas estaba por encima de cualquier otra escena religiosa que hubiese visto jamás. Eran lamentos de corazón, una felicidad mezclada con pasión que los ojos de alguien de fuera como yo, o como Isaac, veían desde el otro lado de la barrera. Me siento absolutamente incapaz de poder explicar aquellos gestos, aquellos ojos lagrimando, aquellas manos temblorosas, aquel rumor constante.
Nuestro paso por la tumba (y volveríamos dos veces más) era a cámara lenta, con la nebulosa y el eco que sólo tienen los sueños. Entre empujones y voces de lamento y alegría a partes iguales traspasamos la sala sagrada embadurnada de espejos y reflejos, con la cúpula más brillante que había visto en mucho tiempo. Con una alfombra como sendero deslizamos nuestros pies descalzos hasta el final de un edificio que volvía a salir a un patio inmenso en el que son sentamos para, esta vez sí, hablar entre nosotros y disparar sensaciones tan calientes que todavía eran acompañadas de nuestros latidos. Aún vibrando el pecho y con las pupilas dilatadas por lo que acabábamos de ver y vivir, nos sentimos las personas más afortunadas del mundo. Mashhad era, en ese momento, el centro del Planeta, el centro de nuestro universo compuesto de viajes, sensaciones y emociones. Éramos conscientes que no íbamos a ser capaces de hilar una descripción lógica e inteligible hacia los demás, que aquella vivencia se cosía con algo más allá de lo comprensible y narrable. Mashhad era nuestra a partir de entonces.
Muchas familias se fueron sentando a nuestro lado. Probablemente llevaban horas y no se iban a mover hasta bien entrada la noche. A nuestro alrededor teníamos una auténtica obra de arte, con minaretes de oro, una cúpulas mayúscula, puertas con azulejos azules engarzados en dibujos y motivos caligráficos maravillosos e imposibles. Pero el secreto del Haram no era ese, que también, sino la gente, la verdad de unos corazones fieles a una Fe. Creámoslo o no, muchas de esas personas reflejaban felicidad e ilusión, la alegría de haber llegado al templo con el que llevaban soñando toda su vida.
Nos levantamos y dimos un rodeo al complejo para llegar a un patio repleto, Enquelab (que significa Revolución), con la postal más típica, precisa y preciosa del Mausoleo de Imam Reza. Allí no cabía un alma, y era el momento más «flojo» del día. Lo que iba a darse allí por la noche no tendría nada que ver. Por eso nos marchamos lentamente del santuario y emplazamos a que se ocultara el sol para regresar y verlo iluminado, con alguno de los actos religiosos previstos para la víspera de la Fiesta del Cordero, cuando Mashhad se preparaba para recibir a más de un millón de viajeros.
LA NOCHE EN EL SANTUARIO SAGRADO
No sería tan fácil entrar por la noche como unas horas antes. La «marea negra» de chaddors, velos, turbantes y barbas pobladas se multiplicaría varias veces entre sí. Era difícil dar un paso sin chocarse los unos con los otros. El magnetismo de la tumba del Imán asesinado era mucho más fuerte. Toda esa gente que venía con nosotros se preparaba para una ceremonia de varias horas. De hecho ya se escuchaban por megafonía los cantos de un clérigo chií que no ocultaba su llanto en múltiples ocasiones. Lo más impactante era ver cómo cientos, qué digo… miles, de personas imitaban su pesar y dejaban asomar unos ojos llenos de lágrimas que regaban sus mejillas. No teníamos ni la menor idea de qué es lo que estaba diciendo, pero parecía estar haciendo mella en ellos, derrumbándoles, echándoles al suelo. ¿Era verdad o una interpretación teatral? Desde fuera lo veíamos tan fuerte que nos parecía exagerado. Como si fuera más creyente quien más se retorciera ante las aseveraciones del clérigo que no detenía su lectura y sus lamentos.
Repetimos la ruta paso por paso. La sala de la tumba era un hervidero en el que no se podía estar. Los padres alzaban a sus hijos pequeños para que tuviesen la oportunidad de tocar el manoseado sepulcro dorado. Había una auténtica batalla para avanzar tan sólo un paso. Aquello parecía el salto de la reja en la Romería del Rocío, un sinfín incomprensible de sentimientos, de vitoreos y alzas a Dios. Ciertamente llegaba a agobiar, hacía pensar que allí no cabía nadie más y que el goteo de gente que no dejaba de inundar la sala de la tumba podía llegar a ser peligroso. Y era sólo la parte de los hombres, ya que una especie de mampara separaba la mitad de la tumba para la zona exclusiva de la mujeres. La segregación en los edificios religiosos, salvo en patios y exteriores, es una de las normas que se pusieron en marcha tras las Revolución islámica de Jomeini. Hombres con hombres y mujeres con mujeres. Juntos pero nunca revueltos en lugares públicos.
Pero donde pudimos pasar más de una hora fue en el patio Enquelab, que si de día es majestuoso por la noche es de los lugares más hermosos que pueda haber en Irán. Las luces de oro, las banderillas y las puertas dignas de la mejor de las mezquitas del mundo, pura filigrana persa, eran el escenario desde el que miles de personas lloraban como si fuese el funeral del hijo único. El clérigo no descansaba de su lectura ni dos segundos seguidos. Y palabra a palabra, quejido a quejido, el santuario de Imám Reza se convertía en un hervidero de dolor y de lágrimas. Supimos que uno de los pasajes que estaba leyendo se trataba del martirio de Hussein en Kerbala (dentro de la actual Iraq), capítulo que los chiítas llevan clavado en su pena desde hace más de un milenio y por el cual todos los años muchos fieles se manifiestan en la fiesta de la Ashura ensangrentando su cuerpo a golpes y flagelos con los que hacer penitencia de una muerte que les separó aún más de sus hermanos sunitas.
Volvimos a pensar en los templos muertos o en desuso que fueron historia mucho tiempo atrás y que uno tiene que leer mucho para hacerse una composición mental de qué se trataban. Lo de Mashhad no era así. No era Luxor, Karnak ni el patio de columnas de Persépolis. Haram-e-Razavi es un monumento vivo a la religión islámica, con reacciones y pasiones que sólo pueden verse superadas en unos pocos como La Meca, Medina, Kerbala o Najaf. Nada más…
Retumbaban los gritos de tristeza, mientras que los niños pequeños correteaban en los espacios libres del patio como si la cosa no fuera con ellos. Y nosotros nos erigíamos como meros espectadores a los que le costaba sobremanera hilar una frase medianamente coherente con la que describir todo lo que sucedía a nuestro alrededor. La luna brillaba, pero menos que la cúpula de oro iluminada, o los minaretes, también de oro macizo que teñían el cielo nocturno de un fulgor infinito.
Entonces vino perder la noción del tiempo, volver a escuchar aquel clérigo de tristes sentencias, mezclarnos en aquella marea de religiosidad tan fuerte como los portones de piedra y azulejo por los que habíamos entrado. No quisimos dar un paso más allá, sino quedarnos para tocar con las manos las milésimas de segundo de algo que no podíamos ni debíamos olvidar. Tengo muy fresca aquella noche, como si fuese hoy mismo. Cada vez que pienso en ello, cada vez que pienso en Mashhad, soy capaz de explicar la razón por la que viajar me mantiene con vida…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
* Recuerda que puedes leer los distintos apartados de la Guía práctica del viaje a Irán con información relativa a:
– RUTA REALIZADA (LUGARES QUÉ VER EN IRÁN)
– ALOJAMIENTO (HOTELES EN IRÁN)
– MEDIOS DE TRANSPORTE EN IRÁN (TRAYECTOS, COSTES, ETC..)
* Mi gran amigo Isaac también ha publicado un montón de cosas de Irán en su blog Chavetas.es
9 Respuestas a “Fervor, lágrimas y oro en Mashhad”
Extraordinario post, Sele. Nosotros pudimos visitar los mausoleos de Qom y Shiraz, los 2o y 3o más importantes, pero Masahd nos quedaba fuera de ruta (solo tuvimos 10 días).
Fotos preciosas. Desde luego, hay veces que estos móviles valen su peso en oro!
Gracias Sele por tus consejos para viajar a Irán. Gracias a ello puse la ciudad de Mashhad como un imprescindible durante mis vacaciones, y resultó ser un lugar de lo más inspirador.
¡Un abrazo!
Después de leer tu relato, sin duda vamos a incluir Mashhad en nuestra ruta por Iran.
Gracias por hacérnoslo vivir de esa manera tan emotiva
Gracias Iñaki!
Te aseguro que no te arrepentirás. Mashhad es un lugar increíble, de lágrima fácil.
Un fuerte abrazo,
Sele
Qué recuerdos me ha traído leerte Sele. Es un lugar con una espiritualidad tan profunda que es difícil de entender si no se vive, pero tus palabras transmiten a la perfección la intensidad del lugar.
Fue la primera ciudad que visité en Irán, todo un aterrizaje espiritual, maravilloso.
Yo iba un poco más camuflada que vosotros, que llevaba chador (eso si, al menos blanco de florecitas).
Un abrazote!
Gracias por tu comentario, Clara.
Sin duda sólo se puede entender ese lugar si se ve en primera persona.
Un besazo!
Sele
[…] mil y una noches como Isfahán o Yazd, santuarios históricos (e hipnóticos) que siguen vivos en Mashhad, Qom o Shiraz, y desiertos fabulosos y, a la vez, desconocidos como los Kaluts en el sudeste. Sin […]
[…] y no, como se dice muchas veces, el chador. Éste sólo se utiliza en lugares muy sagrados como Mashhad, Qom y en alguno de los mausoleos más importantes. No hace falta comprárselo porque para los […]
[…] Mashhad alberga el Santuario de Imam Reza y su tumba. El que fuera el octavo imam o sucesor de Mahoma para la rama chiíta del Islam, murió envenenado precisamente en la ciudad persa allá por el siglo IX de nuestra Era. Y su culto se refleja en uno de los complejos religiosos más inmensos del mundo musulmán. De hecho el de Mashhad se trata de “La Meca” de Persia, un lugar al que los iraníes deben peregrinar al menos una vez en la vida puesto que está establecido como el monumento más sagrado del chiísimo en este país. Y eso en Irán, os lo aseguro, es decir mucho. […]