Improvisando una ruta bereber en el Atlas Medio de Marruecos
Cuando ya había estado observando las paredes más verticales y estrechas de las famosas Gargantas del Todra, dentro de mi viaje en solitario por Marruecos conduciendo una Kangoo alquilada, tuve la curiosidad de seguir un poco más la carretera desgastada y llena de baches que iba serpenteando de la misma forma que lo hacía el río. Cada metro que avanzaba, o mejor dicho, cada metro que me tocaba esquivar un boquete en un asfalto casi inexistente, me iba dando cuenta que ya me había salido de la parte más turística de la zona y me estaba metiendo donde ni yo mismo me esperaba. La carretera iba subiendo cada vez más hasta estar a una altura media de 1700 metros y quedarse un paisaje de montañas rojas y peladas, con brillo de las nieves del recién estrenado invierno. La fiebre de la última noche y el frío que había pasado en esa habitación sin calefacción del Hotel Jasmina le habían dado el relevo a la liberación de adrenalina y a la conciencia de que venía una bonita aventura por delante. La improvisación había vencido una vez más a la planificación. Por delante estaban por llegar las imágenes más auténticas e imborrables del que fuera mi primer viaje a Marruecos. Conduciendo por los caminos del Atlas Medio, extinguida del todo la cobertura de mi teléfono móvil, me animé a no seguir un rumbo fijo y quedarme en los detalles que me iría encontrando, y que serían muchos.
Realizar una ruta bereber entre montañas, pueblos de adobe y pastores con turbante me dio una nueva lección de que lo más apasionante de viajar es, además de aprender, es perderse y salirse de los caminos más trillados.
Esta es una de las zonas que aparecen en la selección de «20 lugares fascinantes que ver en Marruecos»
MAPA CON LA RUTA BEREBER
Para poder ir siguiendo la crónica de esta ruta y quien sabe si poder utilizarlo en alguna ocasión in situ, os muestro un mapa de los pasos que di con el coche aquel día partiendo de las Gargantas del Todra. Muchas veces estas localidades aparecen tan sólo en mapas muy detallados de Marruecos, que no son los que normalmente nos encontramos en las guías de viajes.
UN DÍA APASIONANTE EN EL MEDIO ATLAS MARROQUÍ
Las Gargantas del Todra son una sucesión de desfiladeros que rozan su máximo esplendor en un punto en el que las paredes de ambos márgenes del río parecen casi tocarse con las manos. Caminar por allí es como pasar por una caprichosa rendija de piedra, que es lo que muchos turistas van buscando. De hecho llegan hasta las paredes más estrechas, donde hay un par de hoteles, entre los cuales se encontraba en el que había pasado la noche sumergido entre mantas de un tacto desagradable a la par que incorregible. Es en esa parte donde se detienen los tours organizados, los buses y la mayoría de gente que quiere asomarse por primera vez a la zona. Merece la pena pero no es mucho más de lo que se ve en primera instancia.
Porque terminé pronto la visita, mucho antes de lo esperado, me animé a seguir el zigzag del Río Todra más adelante, hasta darme cuenta que lo que iba apareciendo por delante, unos paisajes escarpados que ni yo mismo me creía y en los que se respiraba una inmensa y ansiada soledad. Aquel año me había escapado de las tumultuosas y ruidosas celebraciones de fin de año para estar solo, para vivir mi primera aventura con la única compañía de la mochila en un país que deseaba visitar desde hacía mucho tiempo. En realidad no era la primera, ya que un año y medio antes me había quedado un par de semanas en los Balcanes en un viaje con amigos en el que nos alcanzó una guerra de por medio (la de Israel con Líbano en el verano de 2006) y no quise volverme a casa antes de tiempo. Entonces saboreé las mieles de viajar solo, en las que lo mejor está en la posibilidad de decidir lo que de verdad te va apeteciendo y de abrirte con más facilidad a la gente que te vas encontrando. No recomiendo una en concreto, sino que cada uno sopese las ventajas y los inconvenientes de viajar solo o acompañado y se vuelque en lo que el corazón le dicta en ese momento exacto de su vida. El mío me pedía hacerlo de esta manera… y precisamente en Marruecos, país al que volvería al menos una vez al año durante mucho tiempo. No obstante está entre mis preferidos.
A pesar de que el sendero por el que iba conduciendo era todo menos una carretera normal, me atreví más porque iba con una Renault Kangoo que había alquilado días antes en Ouarzazate, la primera ciudad de cierta importancia que uno se encuentra cruzando el Atlas por el puerto de Tizi-N’Tichka. Tenía una suspensión alta comparada con un vehículo más normal y podía hacer alguna gamberrada de más. En aquella ruta improvisada por el Medio Atlas me sirvió de mucho puesto que pude cruzar varios riachuelos con ella. De lo contrario me hubiera tenido que dar la vuelta en no pocas ocasiones. Realmente lo ideal es utilizar un todoterreno, que ofrece más posibilidades y puede trasladarte donde no lo hacen otros automóviles. Aunque me imagino que esas carreteras las arreglarán algún día, si es que no lo han hecho ya, rompiendo un poco de la magia de lugares que hoy en día no están muy comunicados con las grandes ciudades marroquíes.
Recuerdo que en uno de esos momentos en los que detuve el vehículo se aproximó hacia mí un pastor que venía caminando por las rocas de al otro lado del río. Llevaba anudado a la cabeza un turbante de color amarillo que contrarestaba la oscura fusión de dos cejas en una sola y un bigote prominente. Me contó que venía de estar largo tiempo con las cabras en un refugio en la montaña y que las llevaba a pastar a los bordes del río donde crecía algo de hierba, aunque no mucha. Todo chapurreando un francés imposible que no permitía una conversación mínimamente normal, ni por mi parte ni por la suya. Este bereber fue una de las primeras personas con que me encontré en el camino, pero no la única.
Se sobrevinieron escenas rurales de una autenticidad total. Era espectador de una vida que ha cambiado poco o nada en cientos de años, del ir a por agua al río, del pastoreo de quien lleva semanas sin dormir en el confort de una cama. Una de las muchas virtudes que tiene Marruecos es que aún te permite viajar en el tiempo, sacarte de golpe de la furia de una ciudad occidental para hacerte comprender que la magia de las personas y las cosas está en la sencillez. Son vidas sin envoltorios ni ornamentación extra, pero estoy seguro que no son vidas infelices de ninguna manera.
Estaba enamorado de aquellas estampas cotidianas con las que me iba cruzando por el camino. Un camino que rompió con la rutina de piedra de las gargantas que seguían el Río Todra y que pasó a abrirse a una agradable aldea bereber con casas de barro llamada Tamtattouchte. De fondo unas montañas peladas con huellas de las primeras nieves del invierno me oobsequiaban con una imagen de postal de un lugar que parecía no existir más que en mi imaginación. Estaba tan feliz de haber seguido esa carretera tan llena de baches en las que avanzaba a la velocidad de un caracol… Gracias a eso me había encontrado con un lugar bellísimo que no habría esperado conocer durante este primer viaje a Marruecos.
De Tamtattouchte sale un camino hacia las Gargantas del Dadès sólo apto con 4×4 y que no me pude plantear en ningún momento, aunque es una de las opciones más interesantes para ir hasta dicho lugar saliéndose de la confortabilidad de una carretera más o menos normal desde Tinehir o Boumalne du Dadès, mucho más próximos y mejor comunicados. Las casas de adobe eran la seña de identidad de esta y otras aldeas bereberes con las que me iría encontrando. Compañeras cromáticas de las montañas basadas en la sencillez y en las propiedades para salvaguardar el gélido invierno y los calurosos días de verano en Marruecos.
Me pregunté qué hacer, si seguir avanzando o dar la vuelta dando por concluida esta salida de tuerca. Aunque el mapa de carreteras que llevaba dejaba entrever que la ruta iba a ir empeorando e iba a ser difícil hacer un circuito circular como yo pretendía, me animé a continuar hacia delante, hacia Ait-Hani, y ya entonces decidiría. Un paisaje llano, pero bien vigilado por montañas a izquierda y derecha, me fue obsequiando de nuevo con imágenes cotidianas de los bereberes que viven de su actividad agrícola y ganadera. Tomé instantáneas que podían ser de otro tiempo. Una vez más la frase de que «Marruecos es el más cercano de los países lejanos» fue cobrando sentido.
Me crucé con unas muchachas llevando a la espalda una enorme «mochila» de ramas y hierbas que debía pesar muchísimo. Mirándolas bien a la cara me di cuenta que no eran más que unas niñas.
Llegué a la población de Ait-Hani, otra aldea bereber aún más solitaria que la anterior y, a primera vista, más pequeña. Ahí traté de «probar» la carretera a Imilchil y tras un recorrido lleno de baches y observar que la carretera estaba rota a partir de los 2km no pude hacer otra cosa que retroceder y pensar en los próximos pasos a dar.
La gente miraba con atención preguntándose entre ellos quién era y dónde demonios pretendía ir. Me recordaba a esa situación tan común en muchos de nuestros pueblos en España en los que aparece un forastero y los viejetes le observan desde que entra hasta que se va. Esto, entre otras cosas, indicaba que me estaba metiendo por sitios en los que no están demasiado acostumbrados a encontrarse con gente de fuera. Los turistas normalmente andan lejos de aquellos lares y son algunos viajeros en 4×4, en moto o en bicicleta quienes aparecen por allí en contadas ocasiones. Particularmente salvo algún todoterreno que pasó a toda velocidad no me encontré con nadie extranjero.
Los hombres cargaban las mulas para transportar el grano. Para ellos era un día más de trabajo. Para mí la ocasión perfecta para encontrarme con otra forma de ver la vida, de largarme por un tiempo, aunque fuera corto, de la rutina de un molesto invierno en Madrid. Estaba viviendo todo aquello con tanta ilusión, que pasados los años tengo claro que estaba apreciando el aroma potente de la libertad y lo auténtico que me empeñaría en buscar durante toda mi vida.
Avancé un poco más por esas carreteras de esa especie de «altiplano» en el Atlas. En cierto modo hay paisajes que años más tarde vería ciertamente similares en partes de Bolivia. O, por lo menos, a los que se dirigiría con razón o sin razón mi memoria para trasladarse a un país como Marruecos del que estoy profundamente enamorado.
Cuando no me fiaba del mapa y de si me estaba pasando de rosca demasiado me fijé en que había un diminuto motel de carretera en obras. Me detuve a preguntar a los albañiles si podía después retomar la carretera a Tinehir y Boumalme sin tener que dar la vuelta. Me dijeron que podía avanzar hasta los pueblos Assoul y Amellago para después volver hacia Goulmima por otra carretera, que sin ser buena, casi seguro podía pasarla con el vehículo que llevaba. Me alegré por no tener que dar la vuelta y así continuar la aventura, aunque no me gustó eso del «casi seguro» puesto que en el mapa venía que era aún peor que las que había hecho antes. Al final lo que iba a ser un minuto terminó durando mucho más tiempo puesto que Ahmed, que así se llamaba la persona que me preguntó, y los obreros que estaban trabajando en arreglar el motel, me invitaron a sentarme a la mesa con ellos y comer un delicioso tajine.
Antes de empezar con el almuerzo uno de los miembros de la cuadrilla del abañiles apareció con una jarra de agua caliente y una toalla, y nos ayudó a cada uno de nosotros a lavarnos las manos. Teníamos hambre y el plato del día, el Tajine de cordero, llenó una mesa redonda de plástico sobre las que nos acercamos todos. Charlamos sobre muchas cosas mientras empujábamos con pan la carne guisada a fuego lento en un recipiente de barro cocido. De hecho el pan era a la vez nuestro cuchillo y nuestro tenedor. Como si de unas tenazas se trataran, cada uno arrimábamos la carne y la patata a nuestro lado para no dejar nada en el cuenco. Por supuesto, éste se quedó vacío. Estaba todo realmente estupendo.
Aquella comida con Ahmed y los otros bereberes terminó con varios de ellos eructando como señal inequívoca de que habían quedado saciados. Me preguntaron muchas cosas, como a qué me dedicaba en mi país, si tenía esposa e hijos o qué me estaba pareciendo Marruecos. Familia, trabajo y, por supuesto, fútbol, entran dentro de muchas de las conversaciones que he tenido en mis viajes al país alauíta, en esa o en otras ocasiones. También me contaron experiencias de amigos y parientes suyos cruzando en patera el Estrecho de Gibraltar en busca de una vida mejor en España. Merece la pena escuchar los puntos de vista de quienes saben de verdad lo que supone embarcarse en un peligro semejante en el que las mafias sacan partido de su miedo.
Me despedí de Ahmed y la cuadrilla y continué avanzando, tal cual ellos me recomendaron, en busca de Assoul y Amellago. Les agradecí haberme recibido como uno más e invitado a comer con ellos. El pueblo bereber es tremendamente hospitalario y esa había sido una muestra más de su amabilidad. Integrarse con la gente local siempre lo he considerado básico para vivir una experiencia viajera mucho más íntegra.
Volví a la carretera, a la R-703 en busca de Assoul, la siguiente población después de Ait-Hani, a 37 km de donde me encontraba. Por el camino seguía teniendo la impresión de estar retrocediendo en el tiempo. No me importaba pasar del reloj o no tener cobertura en el móvil. No los necesitaba absolutamente para nada. Tenía cosas mejores en las que fijarme y en las que pensar en vez de estar pendiente de quienes día a día nos hacen sus esclavos.
Y de esa forma llegué a Assoul y entré al pueblo de Amellago, localidades anónimas que muy raras veces aparecen si quiera en un mapa detallado de Marruecos. Allí las antiquísimas ciudades fortificadas o ksour (en singular ksar), se adosan junto a las paredes de la montaña y a las bondades de pequeños oasis que emergen de la nada. Rincones suficientemente aislados y perdidos para parecerme geniales.
El paisaje volvió a ser escarpado y pedregoso, siguiendo de nuevo una margen fluvial. De hecho del agua de lluvia de los últimos días bajaban sin control de las montañas generando pequeñas riadas que cruzaban la carretera a toda velocidad. Las primeras no fueron demasiasiado incómodas, aunque sí en el momento en el que tenía que ir volviendo por la carretera hacia Goulmima, donde tenía que llegar de todas las maneras antes de que se hiciese de noche.
De repente, y como me temía, la carretera se terminó. Pasó a ser un camino de arena que cada vez tenía un dibujo menos definido. Gran parte de la misma estaba en obras pero allí no había trabajando absolutamente nadie. Fui más lentamente para procurar no comerme ninguna piedra con el coche pero el momento de tensión llegó cuando me topé con un riachuelo en mitad del camino. No sabía si arriesgarme a cruzarlo, si luego más adelante iba a ser peor, o si lo más conveniente era darme la vuelta, aunque necesitara de varias horas para desandar lo andado. A priori estaba dispuesto a hacerlo pero en esta ocasión si eché de menos tener cobertura móvil por si sucedía cualquier cosa.
Me encomendé a la Diosa Fortuna y a la suspensión de la Kangoo. Fui con una velocidad constante ni muy lenta ni muy rápida, puesto que no se veía bien el fondo, y pasé el escollo sin problemas. Aunque ahí no se fue mi temor puesto que la carretera estaba en un estado lamentable y no sabía si iba a ser el último riachuelo que se me iba a poner por delante. Ni yo mismo me imaginaría que años más tarde en el Sur de África eso apenas hubiese sido un charco, aunque para los todoterrenos. Este tipo de cosas no es bueno intentarlas con vehículos más normales. Un utilitario pequeño probablemente se hubiese quedado dentro del agua y a saber luego quién lo sacaba de ahí. El problema era, sobre todo, ir solo. A veces no todas son ventajas si suceden contratiempos de este tipo en otro país, en un lugar aislado y sin poder si quiera utilizar un teléfono para pedir ayuda.
A toro pasado, eso sí, las cosas se ven de otra manera. Aquel día liberé adrenalina como muy pocas veces. Para mí, en mi primera aventura completa en solitario, fue una aventura magnífica. Cada paso que avanzaba se convertía en un premio, en un grito al viento y en un cerrar de puños sin soltar demasiado el volante, no fuera a meterme en un socavón.
Llegada la tarde encontré la ansiada Goulmima (con un Ksar excepcional que tuve la suerte de visitar el día anterior) y por fín pude llegar a una carretera normal, la N10, la misma que llega hasta Ouarzazate, el punto en el que días más tarde debía devolver el coche alquilado. En este caso el asfalto, comparado con la ruta que venía de hacer, era como conducir por una alfombra persa. Aunque hubo tiempo para que surgieran otros inconvenientes, como la inminente llegada de la noche y, sobre todo, una tormenta de arena que redujo notablemente la visibilidad en carretera.
Durante bastante rato, hasta bien pasado Tinehir, tuve que limitar mucho la velocidad, puesto que no se veía demasiado claro lo que había enfrente. Además a esas horas, terminaban las respectivas jornadas laborales e iba la carretera llena de motoristas o gente en bicicleta sin luces sobre los que tenía que estar muy atento. Al igual que gente caminando por los arcenes que cruzaba «espontáneamente» de un lado al otro de la carretera con toda naturalidad. La llegada de la noche, probablemente, sea el momento en el que más cuidado hay que tener con el coche cuando uno se mueve por Marruecos. La poca iluminación y la forma un tanto anárquica en la que conducen muchos marroquíes hace que este aspecto sea importante a tener en cuenta. Hay quienes hablan también de los numerosísimos controles policiales. En mi caso siempre la policía me trató con mucha amabilidad y no tuve que soltar ninguna «mordida» o soborno de las que tanto se habla en el país. En ese aspecto reconozco que tuve suerte. Aunque tampoco me pasé de los límites de velocidad, así que me ahorré multas y fui con mayor seguridad.
Después de conducir un buen rato para buscar alojamiento a un precio lo más asequible posible terminé encontrando una habitación en un hostal en el corazón del Valle del Dadès. El pueblo se llamaba Ait Oudinar. No tardé en irme a dormir puesto que había pasado un día de no parar. Lo más curioso fue que cuando desperté a la mañana siguiente y me asomé por la ventana me encontré con que estaba cayendo una inmensa nevada en el valle. Observar las kasbahs cubiertas de nieve fue sin duda otra de las cosas que no me esperaba de este viaje a Marruecos.
Pero es que un viaje a la aventura por allí da para tanto…
Sele
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* Puedes ver un pequeño resumen de todo este viaje en Aventura en Marruecos I. Y una recopilación de sitios que no te puedes perder en el post «20 lugares fascinantes que ver en Marruecos»
11 Respuestas a “Improvisando una ruta bereber en el Atlas Medio de Marruecos”
¡Genial el relato! Deberíamos perdernos más a menudo cuando estamos de viaje. Personalmente visitar el Atlas marroquí es una asignatura pendiente que tengo…. pero hay tantas… ^__^
Qué gozada leer el relato tras la aventura hacker. Felicidades a todos por volver a recuperar tu blog. Me alegro!
¡¡Que pasada la Kasbah nevada!! Qué recuerdos de cuando fui, hay que volver para visitar lo que me falta. 😀
impresionante viaje e impresionante forma de viajar. Aventura y experiencia en su máxima expresión
Soberbio relato, Sele! como siempre
Bonita ruta. Muy transitada a partir de marzo durante primavera verano y otoño. Las mordidas ya desaparecieron, son parte de la historia de los viajeros y del desconocimiento.
Ke pasada tu hermoso turismo….todo estos lugare me gustaria conocer,,conosco un poco de Marrueco Casa Blanca,Fez,Marraques, Qarzazate Tineghir,Rabat…todo fue maravilloso me gusto mucho sus costumbre, el comer en el suelo, el cambiar los cubiertos por el pan,comer con las manos enpujado por el pan una travesia, todas su gente es hospitaliaria,son gente que le sacamos. el sonbrero super amable con los turista,quede encantada con Marrueco un dia volvere. A visitar esos lugares tan lindo que tu menciona,felicidades por tu turimo.
Muy interesante tu viaje. Es un viaje de aventura total, solo para quienes están preparados para ello. La improvisación es una excelente forma de obtener experiencias y disfrutar de la vida.
Me encanto tu aventura por un precioso país,como muchos,me encantaría poder hacerlo..tan cerca y tan lejos..soy canaria y parte de ese territorio también lo llevo en las venas ,la gran Tamazgha,enhorabuena por haber compartido tu aventura,tu relato ecepcional,(se me acabo la batería,y me cabree,imagínate) aunque tarde en descubrirte,enhorabuena por esa gran aventura,y magnífico relato.:). 🙂
Muchas gracias María, qué gusto leer tus palabras. Espero verte más por El rincón de Sele!!
Saludos desde Zambia!
Sele
Buenas ……… que envidía sana ………. tus comentarios y fotos me hacen viajar con solo cerrar los ojos.
Soy parecido a tí …….. me gusta viajar siguiendo lo que me dice mi intuición y el coche ; lo que pasa es que yo viajo por Galicia y Castilla y aún así encuentro pueblos perdidos y gente entrañable.
Hace tiempo fuímos a Tunez e hicimos una excursión programada de tres días por su desierto ……. como soy fotógrafo y muy curioso me quedé con las ganas de visitar muchos pueblecitos y de parar el 4×4 donde a mí me hubiera gustado …….. es lo malo de esas excursiones. Al Atlas de Marruecos iremos por libre, seguro que siguiendo tus consejos y la de otros viajeros de los que me gusten sus viajes .
Gracias por compartir todo tu viaje …………. te escribiré cuando me decida a hacer este viaje para pedirte consejos , así seguro que viajaré mas tranquilo.
[…] polvo en la ruta de las kasbahs, de tomar un té a la menta en Essaouira o conducir sin rumbo por los pueblos perdidos de los bereberes en Medio Atlas marroquí. Y por supuesto regresé a Marruecos enseguida. Lo fui haciendo año tras año, en algunos de ellos […]