La pequeña isla de Ogoy, un dragón de piedra y hielo en el Lago Baikal
El Lago Baikal (Rusia) es tan inmenso que incluso dispone de sus propios mares con distintas denominaciones. Y de islas, muchas islas. Algunas como Olkhon, con bosques e incluso poblaciones en las mismas. Otras, en cambio, caracterizadas por un menor tamaño, viven solitarias, salvajes y aisladas. Sin puertos de amarre ni nadie que las mencione salvo antiquísimas leyendas buriatas que han pervivido hasta hoy día. Solas y moldeadas por los fríos vientos siberianos, el continuo oleaje del lago y sostenidas por nombres o apodos que se aproximan a las formas a las que recuerda su silueta. Una de las más atractivas y que mayor curiosidad logró despertar en mí fue la isla de Ogoy, la cual no alcanza ni siquiera los tres kilómetros de longitud y cuyo tramo más ancho mide unos seiscientos metros. Sería en realidad una más de cuantas posee el Baikal, pero su forma alargada y estilizada así como, sobre todo, el cabo que mira hacia el sur, parece estar representando a un dragón. Un dragón que da la sensación de navegar durante el estío y los comienzos del otoño, pero el cual, cuando arriban los duros inviernos que asolan el corazón de Siberia parece escupir hielo, congelando por completo las aguas del lago más profundo del planeta.
En Ogoy la roca del dragón se ha convertido en uno de los enclaves más mágicos y fotogénicos en el gran Lago Baikal. Una postal única e irrebatible, sobre todo en el largo periodo invernal, por la cual quienes aman la fotografía son capaces de perder la razón. Y con una estupa budista en los lomos esbeltos de esta isla rusa que no parece, en absoluto, terrenal.
La Expedición invernal al lago Baikal fue un viaje que tuve la oportunidad de realizar con lectores de este blog y amantes de los viajes singulares. Pero regresamos del 26 de febrero al 6 de marzo de 2022 y estamos a punto de cerrar el grupo. Aún quedan plazas. ¿Te quieres venirte? Pues fácil, ponte en contacto conmigo y te cuento todo.
La isla de Ogoy en el Lago Baikal: La roca del dragón y la estupa budista
Ogoy más que una isla es un islote. Vacío, despoblado, en perpetuo silencio. Varado en las aguas del Lago Baikal, ese gran mar de agua dulce en el centro de Rusia que si se encontrara vacío necesitaría más de dos años de todos los ríos del mundo regalando su caudal para poder ser llenado de nuevo. Frente a la costa oeste de la gran isla Olkhon, la más grande de cuantas posee el lago, y dentro del estrecho conocido como Maloe More (Малое Море), cuyo significado es «pequeño mar», emergen dispersos varios islotes rocosos, no sólo Ogoy. También están Izhilhey, Zamogoy, Oltrec o Khibin aprovechando este corredor acuático nacido del movimiento de las placas tectónicas que ocasionaron la irreversible separación de Olkhon de la orilla occidental del lago hace millones de años. Pero de todas ellas, quizás, la más sugerente y misteriosa es precisamente a la que deseo referirme hoy.
La denominación de Ogoy (Огóй) es una variación de la palabra uhaghi, que en la lengua de los buriatos (etnia que ocupó la zona desde antiguo) pretende expresar que se trata de una isla anhidra, es decir, «sin agua». Poco más se sabe, en realidad, de un lugar del que, al parecer, contara con pobladores en la misma, aunque quizás en algún momento pudo haber servido como refugio ocasional de cazadores, pescadores o nómadas de antaño. Su terreno árido, con vegetación baja o algunos arbustos, se resarce con los alerces de los costados, árboles pináceos sin la envergadura suficiente como para aportar sombra.
Lugar de paso en barco durante el periodo estival, bien desde Sakhyurta (más conocida como MRS, localidad con alojamientos turísticos de madera separada de la isla de Olkhon por unos pocos metros) o desde la propia Olkhon, no gozó nunca de la más mínima fama. Pero la construcción de una estupa en 2005 alentada por el Centro Budista de Moscú y, sobre todo, la viveza de algunos fotógrafos que encontraron en el cabo meridional del islote una formación rocosa extremadamente fotogénica durante el invierno se convirtieron en las claves de Ogoy como icono inconfundible del Baikal. Fueron publicadas increíbles imágenes, algunas de las cuales fueron valedoras de prestigiosos premios de fotografía a nivel nacional e internacional. Razón por la que ahora sea un lugar excepcional para quienes viajan buscando retratar la roca del dragón con todo helado alrededor.
Ascenso a la estupa budista de la isla Ogoy en el Lago Baikal
La etnia buriata siempre ha mantenido creencias chamanistas, al igual que otros muchos pueblos nómadas de Siberia. Pero antes incluso de que los cosacos rusos llegaran a la región este pueblo amoldó a la fe de sus ancestros la religión budista. Algo similar a lo sucedido en la vecina Mongolia, con su frontera norte situada a no demasiada distancia de las prístinas aguas del Lago Baikal, donde también asimilaron el budismo tibetano. No hay que olvidar tampoco que en la República de Buriatia, que se extiende desde el margen oriental del lago, a poco más de una veintena de kilómetros de la ciudad de Ulán-Udé se encuentra Ivolginsky Datsan, el conjunto monástico budista más importante de toda Rusia. El cual también visitaríamos durante nuestra expedición invernal al Lago Baikal.
La isla de Ogoy (no en Buriatia sino en el óblast de Irkutsk) cuenta en su punto más alto con una sencilla estupa blanca que recuerda la religión de alrededor de tres millones de rusos y que durante siglos tuvo en esta zona uno de sus principales baluartes siberianos. Mientras en el verano los turistas que llegan hasta la isla lo hacen desembarcando, durante el invierno pudimos iniciar la subida después de dejar aparcados los UAZ o furgonetas soviéticas todoterreno viniendo de Sakhyurta (MRS) por la mítica carretera de hielo que aprovecha el grosor de la capa que solidifica esta parte del Baikal y que dispone incluso de señales de tráfico (una de las muchas curiosidades que agrandan la leyenda del Lago Baikal).
En apenas diez o quince minutos nos vimos en la nívea estupa de Ogoy a la cual, como en todos los monumentos religiosos del budismo, se aconseja rodear en sentido de las manecillas del reloj. Y, a ser posible, sin hablar, concentrando la mente en pensamientos positivos. Según Elena, la guía rusa que viajaba con nosotros, debíamos aprovechar a enfocarnos en esas cosas que desearíamos poder cumplir algún día. Si entonces, a poco más de una semana que el coronavirus trajera al mundo por la calle de la amargura, nos hubiesen contado que deberíamos pasarnos varios meses en cuarentena y sin viajar, creo que no me hubiese importado dar cien vueltas en vez de tres. O mil si con eso me dicen que no íbamos a conocer lo que es el confinamiento.
Sobre las ramas aún desnudas de los alerces, los únicos árboles que crecen en esta pequeña isla, había anudadas cintas de colores. Representación simplificada en azul, blanco, rojo, verde, o amarillo de las miles de banderas de oración que se encuentran en naciones donde se profesa el budismo tibetano como Mongolia, Bután y, por supuesto, el Tíbet.
Las vistas de los hielos del Baikal desde la corta cima de Ogoy me parecieron formidables. Sin duda, esta isla se trata de un lugar especial, portador de una gran energía que, por una razón u otra, cuesta expresar con palabras. No me parece casual o azarosa, en absoluto, la elección de esta isla entre otras muchas del Baikal para alzar un símbolo sagrado como este.
La roca del dragón de hielo
Pero si hay una imagen sobrecogedora de la isla de Ogoy es la del cabo o roca dragón. Porque su extremo más meridional permite adivinar un dragón de piedra emergiendo de las aguas del lago. Criatura mitológica que parece posar con una majestuosidad suprema, casi inigualable, en el momento en que los rigores del invierno se ceban en especial con esta región del planeta. Temperaturas de veinte y treinta grados bajo cero (a veces incluso bajan más los termómetros) constantes durante semanas o meses se encargan de dejar el agua con una pátina de hielo de varios metros de espesor. Las transparencias del Baikal, cuyas aguas se sabe que poseen un índice de turbiedad mínimo, hacen el resto para que, entre grietas y burbujas detenidas en su último instante antes de desaparecer, permitan una estampa que cumple con el cien por cien de las expectativas. No es como esos sitios que parecen haber nacido en Instagram y decepcionan en directo. Lo que muestran todas aquellas fotos es lo que es. Ni más ni menos. ¡Cuánta belleza!
Los amaneceres y, sobre todo, los atardeceres que se suceden jornada a jornada en este lugar permiten recrearse con la cámara y el trípode. Pero prácticamente a cualquier hora del día la fotogenia del aclamado como Cabo dragón despeja cualquier duda. El asombro de los visitantes, quienes llegan en vetustas UAZ o incluso en aerodeslizadores los cuales se manejan en los hielos del Baikal mejor que un pez en el agua, es máximo.
Además, resulta aconsejable caminar por los costados de la roca para encontrar cuevas y estalactitas afiladas como lanzas de peón. Las paredes no están escarchadas sino, más bien, cristalizadas. La rugosidad propia de la roca porosa se vuelve tersa de repente. El tacto, casi metálico, de aquella montaña de nimio tamaño no se olvida. Ni tan siquiera con los guantes como escudo para el frío gélido propio de los meses de diciembre, enero, febrero y marzo.
Pero algo sucede que en rincones del mundo así no cabe esta sensación. Llega a ser imposible, aunque parezca difícil, percatarse de las temperaturas al límite. No existe el tiempo ni la manera de marcharse. Sencillamente no se puede.
El Lago Baikal y los abrazos congelados
Son muchas las razones por las que viajar al Lago Baikal en invierno. Y, probablemente, en la isla de Ogoy se encuentren todas ellas.
¿Te vienes conmigo a recorrer este lugar? ¡Apúntate!
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
2 Respuestas a “La pequeña isla de Ogoy, un dragón de piedra y hielo en el Lago Baikal”
Sele escribe muy bien, lo cuenta todo con pasión y su prosa es de la que da gusto leer , pero lo más importante es que lo que cuenta ese tal cual es en la realidad. Forme parte de ese grupo y doy fe. Fue un viaje increíble, he viajado mucho también y este me dejaba la boca abierta día a día. La isla es todavía más impresionante de como el la cuenta por increíble que os pueda parecer: las formas, las sombras, las luces, las cuevas, el hielo, el estar en la mitad de un lago helado, su pequeña cima con la estufa desde donde puedes ver el mar de hielo y sentir eso que muchos buscamos cuando hacemos un viaje: el sentirte en un lugar mágico…. todo. Un recuerdo inolvidable y como bien dice Sele, la isla es un lugar con una energía especial que es muy fácil de percibir.
El viaje impresionante, la isla en si misma: algo especial.
Gracias Pablo! Aún puedo veros a todos con nitidez subiendo la cuesta de la isla hasta llegar a ponernos a dar vueltas en la estupa. Fue uno de los días que más disfruté en el viaje.
Estoy deseando volver a encontrar esos lugares mágicos contigo. Muy pronto, estoy seguro.
Un abrazote!!!
Sele