La hipnosis del mapamundi

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La hipnosis del mapamundi

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Reconozco un efecto hipnótico cuando tengo un mapamundi frente a mí. Como un niño que observa con los ojos bien abiertos el escaparate de una juguetería en invierno, pierdo toda la presencia con un simple globo terráqueo o un mapa colgado de la pared. No lo puedo evitar. Los párpados se me congelan, el corazón se me acelera y la emoción me sobrelleva a un viaje para el que no necesito de aviones. ¡Cuántas vueltas al mundo habré dado desde la silla! ¡Qué de aventuras me aguardan con un ligero movimiento del dedo índice!  Y es que es algo que me sucede desde muy pequeño, cuando empezaba a aprender de los lugares que aparecían en la serie de dibujos animados «La vuelta al mundo de Willy Fog» y después los buscaba en cualquier libro de texto de mi hermana mayor. Hoy me reconozco un adicto a los mapamundis. Y no me refiero a coleccionarlos sino a leerlos con tanta dedicación como a un Best Seller. O más bien a devorarlos…

Sele señalando un mapamundi

Convencido estoy de que los mapas invitan a soñar al viajero, arrancándole de la realidad más inmediata, y transportándolo por los siete mares y por montañas imposibles en cuestión de segundos. Son imanes de la ilusión y la desesperanza de quien piensa que el mundo es demasiado bello, pero también demasiado grande.
Todos y cada uno de los globos terráqueos, de los atlas y de los planos poseen alma. El alma de quien los ve con la mirada entusiasta que se queda dentro de ellos para siempre. Fuente de atrapar sueños… materializador irrepetible de ideas.

¿Pero qué hay detrás de un mapamundi?

Detrás de un mapa colgado en la pared hay mucho más que un trozo de papel. Me he dado cuenta que tras ellos se encuentran un sinfín de viajes, algunos ya realizados y los más que están por llegar. La inocencia me lleva a trazar rutas imaginarias que creo que en un futuro serán experiencias vividas, nuevas gentes, el sonido de la naturaleza, el silencio de una habitación, una mochila llena… Y las que ya hemos hecho pasan lentamente sobre cada uno de los países como si de una galería de imágenes se tratara.
El otro día recuerdo tenía una conversación con unos amigos muy viajeros que me hablaban de Tristan da Cunha, un archipiélago que se encuentra en el Atlántico Sur y que tiene la particularidad de ser el «lugar habitado más remoto de la Tierra», ya que no existe ningún otro espacio poblado del mundo que tenga tan lejos un lugar con habitantes (siempre había pensado que lo era Isla de Pascua). Reconozco no sabía situarla en ese momento y en cuanto llegué a mi casa la busqué rápidamente en un mapa. Me quedé varios minutos mirando los minúsculos puntitos que representaban a las islas e imaginando cómo podía ser la vida allí y lo inaccesible de todas ellas (de hecho una de las islas de Tristan da Cunha se denomina Inaccesible Island). Después busqué en internet información de tan aislado lugar, y de ahí me hizo pasar de una web u otra, alimentándome de lo que horas antes no existía para mí. Ese viaje, como muchos otros, comenzó en un mapa, en la observación solitaria y silenciosa de un punto en mitad del océano.

Sele con un mapamundi

Y así me sucede con América del Sur y el sobrevolar constante a la Cordillera de los Andes para después bajar a la Antártida y, sin solución de continuidad, crear una brecha en África que recorra en zigzag todos los países desde Sudáfrica hasta Marruecos. Pestañeo un par de veces y separo mis dedos del continente negro para pensar si alguna vez mis pies pisarán un país tan cerrado como Arabia Saudí o si Uganda formará parte de una aventura más cercana que tardía. Me entra una tos repentina y me meto en China, en el desierto de Taklamakán y hago un reposo en el Gobi, donde sí estuve una vez. Una serie de imágenes de gers, camellos y nómadas montando a caballo aparecen dentro de este viaje imaginario. Pero pasa tan rápido que no me percato que ya estoy dentro del Ártico ruso tratando de cruzar de un salto el Estrecho de Bering y volver nuevamente al continente americano, pero al norte. Pienso en osos kodiak y en lobos aullando en Alaska. Pero antes de que la nieve me atrape viajo a Nueva York sin avión y me agarro a la antorcha de la Estatua de la libertad. Diviso el Océano Atlántico y me escapo a las islas del Caribe para tumbarme bajo un cocotero y beberme un mojito. Se pone a llover y tomo el barco más largo a Liverpool donde el sol se esconde bajo una canción de los Beatles. Y entonces….
Entonces despierto y me doy cuenta que he soñado sobre un mapa y que dentro de él se ha quedado el viaje más apasionante del mundo.

Sele con un globo terráqueo

Me pregunto, ¿os sucede lo mismo?. ¿Encontráis semejante poder de seducción en un simple trozo de papel? ¿Me habré vuelto loco ya sin remedio?

No cabe duda de que la hipnosis del mapamundi es un síntoma más de una enfermedad llamada ansia de viajar.

Salud y buenos viajes!!
Sele
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