La Selva negra y algo más... (Viaje a la Selva Negra)

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La Selva Negra y algo más…

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Selva Negra 2007 por ti.

El nombre de nuestro nuevo destino se remonta a la época del Imperio romano en que denominaban Silva Nigra a una inmensa región boscosa que formaba parte de las lindes de los temidos bárbaros con los que batallaron hasta la extenuación. La impenetrabilidad y la oscuridad propia de una excesiva población de abetos eran características que definían una frontera demasiado complicada de acceder. Aunque lo hicieron, ya que en algunos lugares hay rastro de su paso. Esta vasta zona forestal es un enorme macizo montañoso ubicado en el suroeste alemán, más concretamente en el Estado de Baden-Würtemberg. Comienza en el mismo punto en que coinciden las fronteras de 3 países como Alemania, Suiza y Francia (quizá la ciudad helvética de Basilea sea su inicio), y asciende 160 kilómetros al norte (Karlsruhe). Su anchura es relativa, ya que en unas partes supera los 60 km y en otras apenas llega a los 30.

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Hoy en día es la región germana en que más se ha desarrollado la idea de turismo ecológico que tan en boga se ha puesto últimamente. Allí los verdísimos bosques están bañados al mismo tiempo por impetuosos ríos, pintorescos lagos, y en ocasiones cubiertos de la blanca nieve. Pero no sólo posee un carácter eminentemente natural ya que la Selva Negra (Schwarzwald en alemán) ha conservado su cultura y tradición de siglos reflejado en la arquitectura de sus ciudades y pueblos, en su gastronomía e incluso en la forma de ver la vida que tienen los alemanes oriundos de este lugar que basa cientos de cuentos que tantas veces hemos oído de pequeños antes de dormir. Por tanto podemos mezclar en una sóla idea términos como Naturaleza pura, blancas cumbres, casitas de madera, esquí, alojamiento rural, costumbres de antaño, neblina, relojes de cuco y cestas llenas de cerezas con las que elaborar una deliciosa tarta. La Selva Negra es eso y mucho más.

Junto a mi amigo Pablo, compañero en mis últimas visitas a tierras portuguesas, preparé un itinerario para el Puente de la Constitución, una serie de días festivos en que medio Madrid se vacía para hacer un descanso previo a la Navidad. Y para realizarlo con éxito me hice con lo siguiente:

* Billetes de ida y vuelta a la ciudad suiza de Basilea (Con Easyjet)
* Coche de alquiler para movernos por la Selva Negra, concretamente un Opel Astra.
* Información y consejos de utilidad obtenidos en guías, páginas web, blogs y foros. Documentarse es vital.
* Reserva de los hoteles para todos los días excepto el último, en que dormiríamos en la casa de un amigo que tengo en Olten (Suiza)

Con todo eso ya sólo debíamos encomendarnos a la suerte y dejarnos llevar por unos días de carretera y manta por parajes inimaginables. Y debajo de estas líneas podréis encontrar una imagen del recorrido realizado, en el que se ahondó lo máximo posible en las excelencias de la Selva Negra. Y como dice el título de este post… en «algo más», que se vio reflejado en una incursión sorpresa a Estrasburgo y en un pueblo del norte suizo llamado Olten, donde puedo presumir de tener buenos amigos.

Mapa con el recorrido por la Selva Negra por ti.

Recorrido por la Selva Negra (pincha sobre el mapa para ampliar): Basilea (Suiza)-Freiburg (Alemania)-Schauinsland-Todtnau-Titisee-Triberg-Schonach-Schiltach-Alpirsbach-Lossburg-Freudenstadt-Schwarzwaldhochstrasse (carretera de la Alta Selva Negra)-Allerheiligen-Mummelsee-Baden Baden-Estrasburgo (Francia)-Olten (Suiza)-Basilea (Suiza)

A partir de aquí podréis leer una crónica-resumen de lo acontecido durante el viaje. Sentaos un rato, subios al avión con nosotros y venid a dar un paseo virtual por una región bañada por la sugestiva niebla en la que el tiempo tan sólo se mide por los hipnóticos tic-tac de los relojes de cuco. Willkommen!!

MIÉRCOLES 5 DE DICIEMBRE

Los comienzos siempre son difíciles, y más cuando uno depende de la seriedad y responsabilidad (escasas ambas) de las Compañías aéreas. Un restraso en el vuelo Easyjet Madrid-Basel nos hizo temer hasta el último momento el llegar o no llegar a coger el coche que teníamos alquilado ya que la oficina cerraba a las once de la noche. Finalmente nos esperaron (cargándonos 30 euros) aunque con una sorpresa, ya que nos habían dado un coche automático cuando habíamos solicitado de antemano y por escrito que nos dieran uno «manual». Lamentablemente, según la gente de la compañía no tenían más coches, por lo que la dependienta se marchó con una sonrisa y nos dejó allí un tanto pasmados.

Puede parecer fácil conducir un coche automático, pero cuando uno está acostumbrado a llevar un automóvil manual durante casi diez años, la cosa no es tan sencilla. La palanca de cambios tenía distintas letras y números de arriba a abajo que tuvimos que interpretar: P, R, N, D, 1, 2 y 3. Obviamente no había embrague, porque eso es particularidad de los coches manuales. Así que en el frío y solitario parking del Aeropuerto hicimos pruebas en el Opel Astra que nos habían dado para poderlo sacar de ahí con seguridad y trasladarnos por autopista a Freiburg. Poco a poco me fui haciendo con el coche y comprendiendo cómo funcionaba, aunque lo más complicado era quitarse de la cabeza las manías a las que uno está acostumbrado.

Después de no pocas vueltas por el Aeropuerto decidimos salir y buscar la salida a la Autopista A5 alemana. Cruzamos la frontera y bien pasada la una de la madrugada, con una ligera lluvia, habíamos cubierto los 60 kilómetros que separan Freiburg de Basel. Nuestro hotel (Intercity Hotel) lo encontramos enseguida ya que se alza visible en la misma Estación de Trenes. Dejamos el Opel en un aparcamiento subterráneo y rápidamente accedimos a nuestra limpia y moderna habitación para dormirnos lo antes posible, ya que se nos presentaba una jornada intensa. La clave estaba en aprovechar las horas de luz, más escasas de lo normal en la época invernal. Amanecía pasadas las ocho y se hacía de noche en torno a las cuatro y media.

JUEVES 6 DE DICIEMBRE

Una eléctrica y chillona alarma de móvil nos puso en pie minutos antes de las ocho de la mañana. Ya había algo de luz, correspondiente a un incipiente amanecer que apenas se dejaba ver por los nubarrones que cubrían el cielo de Friburgo. Al menos no llueve – le dije a Pablo. Fuera no hacía demasiado frío, sobre todo para estar en el mes de diciembre. Con una guía en la mano y la cámara de fotos preparada para tomar las imágenes que fueran necesarias, comenzamos nuestra caminata hacia el interior de Freiburg, una ciudad universitaria con mucha vida y con un casco histórico más que atractivo. Como suele ser normal en las urbes alemanas, lo más interesante en cuanto a visitas es el Altstadt (casco antiguo). En Freiburg el centro histórico más destacable lo marca la Münsterplatz, que es como se conoce a la Plaza de la Catedral. De ahí la ciudad se abre en encantadoras callejuelas cuyos edificios sin mácula no parecen haber sido testigos de una cruel contienda que no entendió jamás de cosas hermosas.

P1060592Para ir a ese punto desde la Estación tomamos la Eisenbahnstrasse, la cual seguimos todo recto. Sin movernos de dirección accedimos a lo que parecía el comienzo del barrio antiguo, que es la calle previa a la Plaza del Ayuntamiento (Rathausplatz), decorada minuciosamente de efectos navideños acertadísimos que la engalanaban hasta las más altas cotas.

Este lugar posee dos Ayuntamientos (el viejo y el nuevo) realmente bellos. El Nuevo (Neues Rathaus) es más pequeño y de color rojo. El viejo, quizás es el más llamativo y el que confiere de gran carácter a la Plaza. En la misma, un mercado de Navidad atraía la atención de numerosos paseantes que se dejaban envolver por la proximidad de unas fechas mágicas.

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Pasado este lugar continuamos nuestro camino y atravesamos la que sin duda es la principal arteria de la ciudad, no sólo en comercios sino también en comunicaciones, ya que casi todas las lineas de tranvía pasan por allí. Me estoy refieriendo a la Kaiser-Joseph-Strasse, siempre poblada de ciudadanos yendo de un lado para el otro. La Martinstor (Torre de San Martín), uno de los emblemas de la ciudad, la dejamos a la derecha, no sin antes dejarnos fotografiar por unas amables alemanas deseosas de practicar su castellano con nosotros.

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P1060619Hay unos cuantos detalles de Freiburg que se deben tener en cuenta porque son sencillos de vislubrar. El primero tiene que ver con la existencia de regueros o riachuelillos en muchas de las calles peatonales. Allí reciben el nombre de Bächle y su función originaria era la de transportar agua no potable, aprovechando los frescos manantiales de las montañas aledañas.

Hoy en día son el recuerdo de épocas pasadas y para muchos turistas, sobre todo en el estío, sirven para mojar sus molidos y cansados pies. Es algo muy curioso porque es un sistema que yo tan sólo había visto anteriomente en algunos pueblecitos de la Comarca de la Vera en Extremadura. Que se conserve en una ciudad es algo realmente admirable.

El otro detalle tiene que ver con la limpieza de las calles. Es complicado encontrarse un papel en el suelo o un graffiti ensuciando la pared de una vivienda, que seguro tendrá un color (entre las muchas tonalidades existentes) espléndido.

Y otra de las cosas fáciles de encontrar son pequeñas placas doradas en el suelo que nos llevan a recordar que allí vivió gente que fue deportada a los Campos de Exterminio nazis en una época ya pasada pero ni mucho menos olvidada. Practicamente en todas se puede leer un nombre aterrador: Auschwitz. En esos momentos que leía dichas placas me llegaba a la mente mi visita meses antes a este lugar próximo a Cracovia, donde aún es posible respirar el miedo, el sufrimiento y también el odio y la maldad más inhumana.

P1060640Después de cruzar unas coloridas y ornamentadas calles por fin nos encontramos de frente con la majestática Catedral rodeada de una animadísima Plaza del Mercado (Markplatz) en que se vendían frutas, verduras, embutidos y riquezas varias de la excelsa gastronomía selvanegral. La Münster, que es como se le llama a la Catedral, de muros rojizos se yergue algo más de 100 metros apuntando a lo más alto del cielo germano.

El pórtico adivina la belleza de un edificio cuyo interior alberga tesoros convertidos en vidrieras capaces de convertir la luz en un laberinto de colores.

Una de las cosas más interesantes que se puede hacer allí es subir las escaleras del campanario (1,50 €, 1€ con carnet P1060606de estudiante) y obtener una preciosa panorámica de 360º de la ciudad.
Es asombrosa la cercanía del bosque y la montaña que nos recordaron vivamente que nos encontrábamos en la frondosa Selva Negra. Arquitectónicamente nada escapó a nuestra vista, aunque por encima de todo destacan las Torres que en su día formaron parte del recinto amurallado que  rodeaba Friburgo. La Martinstor anteriomente mencionada y la Schwabentor, espigada puerta del Siglo XIII, nos llevó a imaginar el esplendoroso medievo. Mirando hacia la Estación de Trenes distinguíamos nuestro hotel, y fijándonos más allá tuvimos la oportunidad de apreciar Los Vosgos franceses. Era escasísima la distancia que nos separaba del país galo, en lo que es una región de gran riqueza cultural: La Alsacia. Otra ruta digna de prepararse algún día (Vaya, son tantas…)

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Pero en la Münsterplatz además de la Catedral y los múltiples puestecillos destacan algunos edificios convenientemente restaurados como por ejemplo el que en su día tuvo la función de «granero» y distinguido por su fachada escalonada. Más espectacular a mi gusto es la «casa barroca» construida por Christian Wentzinger en 1761 y que hoy alberga un museo de historia municipal. Es claramente visible por su color que parece haber sido obtenido de la arcilla, además de unas hermosas esculturas en su frontal.

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P1060624De esta casa barroca sale una callejuela que por muy poco supera el metro de anchura. Tomamos la misma para ir a la Agustinerplatz, donde estaban restaurando el Museo de Arte Medieval.

Friburgo parece salida de un cuento de hadas, y más cuando te encuentras el canal que caracteriza al Barrio de los Pescadores. Subiendo más allá de dicho canal llegamos a la Schwabentor, que como antes comenté es una de las Puertas/Torres más representativas de la ciudad (la otra es la Martinstor, más al sur, en la Kaiser-Joseph Strasse). Muy cercana a la primera, hay un montículo arbolado que sirve de parque en cuyos adentros se alza una pequeña fortaleza de origen francés (Schlossberg).

Lonely Planet, además de otras guías, recomiendan su ascenso si se quieren apreciar unas vistas maravillosas. Nosotros comenzamos la faena pero cuando llevábamos buen un rato y veíamos que no alcanzábamos la cúspide, nos pensamos más de una vez si continuar. La respuesta la tuvimos cuando vimos a un señor perfectamente equipado para hacer una marcha de montaña. Vaya, nos impuso un poco y creo que para llegar hasta lo más alto de la atalaya se necesita mucho más tiempo de lo que teníamos previsto invertir. Aún así, a media altura se aprecia la totalidad de una hermosa ciudad rodeada de naturaleza y en el que sobresalen elementos suficientes como para darle una muy buena nota y mi más sincera recomendación a todos los viajeros.

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Nos adentramos de nuevo en un Freiburgo cada vez más animado, mezclándonos en las calles rebosantes de juventud, alegría y cómo no….»buenos alimentos». Fue en la Plaza de la Catedral donde nos dimos un homenaje en cuanto a comida a muy buen precio. Los puestecillos de salchichas y hamburguesas (las buenas, las tradicionales) son la mejor opción para los pequeños bolsillos y los grandes estómagos. Además los refrescos y cervezas de mucho más tamaño y más baratos que en España. Vaya, eso sí que son botellas.

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P1060649Volvimos a la Kaiser-Joseph Strasse, donde había un impresionante atasco de tranvías, ya que es el único transporte público que pasa por allí. Infinitas tiendas y franquicias conocidos por todos copaban ambos lados hasta llegar a la Torre de San Martín, la cual se cruza por abajo. Dirigiéndonos a la derecha de la misma, accedimos al barrio universitario, cuyos edificios reformados aún tienen huellas de tiros y metralla sufridos en la II Guerra Mundial. No hay más que fijarse en sus rojizos muros para darse cuenta. Hoy en día es un lugar ajardinado lleno de vida y bicicletas en que la gente joven (multitud de Erasmus) va y viene.

Después de más tiempo caminando, observando y fotografiando, decidimos ir al coche para continuar nuestro viaje. El siguiente objetivo era llegar al Lago Titisee donde pasaríamos la noche. Se encontraba al este, a treinta kilómetros tomando la carretera número 31. Pero quisimos «meternos en harina» y llegar al mismo dando un rodeo. Con un mapa en una mano y la guía en la otra, acordamos ir por otra carretera más solitaria atravesando la montaña y así pudiendo comprobar con nuestros ojos los excitantes paisajes que bañan la Selva Negra. Al fin y al cabo eso es lo más interesante de la región…

Con una señalización ejemplar, comenzamos nuestro ascenso al Schauinsland, un monte de 1284 metros donde a media altura jugueteaban las nubes. Lo normal es subirlo en funicular, pero este mismo se encontraba cerrado, por lo que penetramos en la sinuosa y estrecha carretera desde la que se veía un Paraíso en toda regla. Schauinsland es P1060655conocido como «el Monte de Friburgo», y es allí donde van a pasar un día de campo muchos de sus ciudadanos, los cuales cambian el asfalto por la pureza del cielo en un abrir y cerrar de ojos. El termómetro del coche fue bajando grado a grado hasta quedarnos aproximadamente a 0º. La excesiva humedad evitaba que descendiera mucho más, pero por el contrario el frío era más dañino, de ese que te cala los huesos. Dejamos el coche en el arcén y caminamos por los solitarios y silenciosos senderos teñidos del ocre de la tierra y las hojas. La niebla favorecía un entorno en el que perderse puede llegar a ser más fácil de lo que uno piensa. De fondo los verdes valles salpicados de granjas y casonas de antaño cuyas chimeneas despredían el humo de las imperecederas hogueras que dan algo más que calor. Rabia no poder haber tomado demasiadas fotos debido a la neblina y a los nubarrones que tapaban y descubrían a su antojo las maravillas que os estoy contando.

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A pesar de ser poco más tarde de la una, la luz ya había descendido notablemente. Se notaba que estábamos acariciando el invierno, un período oscuro y frío que se acentúa a medida que se asciende a latitudes más altas. Es por ello que tomamos el coche para no entretenernos demasiado, no fuera a ser que se nos hiciera de noche antes de llegar al Lago.

Seguimos, por tanto, nuestro serpenteo por valles y colinas, dejando atrás inolvidables panorámicas en las que me hubiera detenido una y otra vez para tomar fotografías. Es difícil evitar el clic de la cámara, con la que trato de reflejar lo que mis ojos ven.

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La primera población de relativa importancia una vez cruzado el Puerto de montaña fue Todtnau, una Estación P1060666Climática de poco más de 5000 habitantes donde se fundó el primer club de esquí de Alemania. Debido a las altas temperaturas para la época en que nos encontrábamos, los remontes y telesillas, justo en frente del pueblo, estaban parados, esperando que llegaran tiempos mejores que atrajeran a los muchos amantes del esquí tanto del país como de otros lugares del mundo.

El pueblo en sí, aparte de silencio no tiene demasiados atractivos. Quizá la iglesia de dos torres con cúpula en forma de cebolla, que parece mezclarse con el frondoso bosque que surge a sus espaldas. En las afueras, las cascadas de Todtnauer, forman el mejor de los museos naturales de la zona.

Continuamos por la carretera 317 en dirección al Lago Titisee, aunque antes de llegar nos esperaba otro de esos P1060675ascensos montañosos que quitan el hipo. El monte Feldberg (1419 metros) es el punto más alto de la Selva Negra. Allí no fue extraño encontrarnos con la nieve y con una temperatura de -3º en la que unos esquiaban y otros hacían snow con sus coloridas tablas. Las laderas brillaban blanquecinas cuya única mácula la conformaban los pinos y abetos de un aspecto más navideño imposible. Sería una de las dos ocasiones en que Pablo y yo asistiéramos a un paisaje totalmente invernal. Y a la cabeza me vino ese espléndido viaje a Finlandiahecho un año antes en cuyas lindes más árticas disfrutamos de la nieve a lo grande.

No a muchos kilómetros, y después de perdernos un par de veces, llegamos finalmente a Titisee, cuyo lago del mismo nombre es uno de los destinos más concurridos en períodos estivales. Nos alojamos en un Hotel familiar de carácter rural y tradicional llamado Seebachstüble, situado apenas a 300 metros del Lago. Muy en plan casita de caperucita roja, tiene un ambiente bastante tranquilo y acogedor, ideal para relajarse un fin de semana y huir de las preocupaciones. No quedaba ni una hora para que se hiciera de noche, así que abandonamos la habitación nada más soltar el equipaje. Fuimos directos al lago, en cuyo borde los hoteles y casitas de alquiler brillaban con los adornos navideños. Apenas había turistas, esos pequeños locos que se les ocurre acudir allí en los albores del invierno…

Titisee, con sus 2 kilómetros de largo y 700 metros de ancho, es el Lago Natural más grande de los que hay en la Selva Negra. Su nombre recuerda al Emperador Tito, que pasó por allí con la Legión romana dos mil años antes. Dos milenios después, allí estábamos Pablo y yo, los cuales asistimos al cierre de luces sobre las gélidas aguas en que chapoteaban cisnes y patos que siempre dan un toque de elegancia. Aunque el frío, la humedad, el viento y el gris del cielo no ayudaban demasiado.

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Comimos Kebab en un restaurante turco cercano a la orilla, uno de los pocos que abrían sus puertas en esas fechas. Los estómagos vacíos agradecieron el alimento, aunque también lo hicieron nuestras escasas cuentas corrientes que se veían beneficiadas de tal elección. Después de comer, caminamos rodeando el lago viendo cómo las oscuridad se ciñó sobre nosotros de la misma forma que una incipiente lluvia que no nos abandonaría ni un segundo hasta el día siguiente.

Lo malo de hacerse de noche tan pronto en un lugar tan solitario es que limita bastante el «qué hacer», aunque sí nos proporcionó una tranquilidad que venía bien para librarnos del stress de la ciudad que está con nosotros todo el año. Habíamos dormido pocas horas y venía bien tener tanto tiempo para descansar mucho antes de comenzar la segunda etapa de altura en el viaje. Porque el plan, si el tiempo no lo impedía demasiado, prometía y mucho.

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VIERNES 7 DE DICIEMBRE

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P1060703La lluvia no había cesado ni un solo segundo en toda la noche. El agua golpeó al suelo de la terraza e incluso a la ventana, apoyado por un viento que hacía muy difícil nuestra salida prevista para las ocho y media de la mañana. Nos lo tomamos con calma y bajamos a desayunar al buffet libre del hotel, bien dispuesto y cargado para coger energías. Un mapa de carreteras encima de la mesa sirvió para que puntilleáramos nuestros objetivos del día en que iríamos en dirección norte atravesando el corazón más salvaje de la Selva Negra.
Un grupo de españoles se sentó en la mesa de al lado y se tomaban con resignación el tiempo horrible que hacía esa misma mañana. No parecía que se fueran a mover demasiado del hotel.

Aún así yo tenía fe en mi habitual suerte con la meteorología. Vaya, hasta logré tener un día azul y soleado en Londres un mes antes… Esto no se nos podía escapar por nada del mundo. Y como si mis deseos fueran órdenes, la lluvia se detuvo por primera vez en más de 15 horas nada más introducir las maletas en el coche. Ni Pablo ni yo cabíamos de asombro. Era una pequeña tregua, un guiño que no pensábamos desaprovechar. Pusimos pues la Banda Sonora que escuchamos hasta la saciedad (El disco de Mika). Y he aquí nuestras visitas del día con algunos comentarios al respecto:

TRIBERG: En el corazón de la Selva Negra, esta población de 6000 habitantes constituye uno de los baluartes más importantes, sino el que más, en lo que a fabricación y venta de Relojes de Cuco se refiere. Este invento que cuenta con varios siglos de antigüedad es uno de los Patrimonios de los que más se vanaglorian en estos parajes. El soniquete cu-cu se ha convertido en un Arte por el que se paga, y mucho. Pero Triberg no sólo vive de la mecánica pendular de estos aparatos ya que el paso del río Gutach ofrece un espectáculo natural digno de toda visita. Me refiero a su magistral Cascada, cuyos siete escalones constituyen el mayor salto de agua del país. Nada más y nada menos que 163 metros.

Para entrar a verlas hay que pagar, aunque cuando fuimos nosotros no existía ni siquiera esa posibilidad, ya que durante algunos períodos del año, conscientes de las grandes lluvias y el poderoso viento, cierran los trails o P1060732senderos. Pero ya que estábamos allí no podíamos marcharnos sin más. Así que aprovechamos un pequeño roto en la valla de protección e hicimos el camino conscientes de que era algo no permitido. Fuimos siguiendo el cauce del río bajando una pendiente que podía resultar agotadora en su vuelta, sobre todo. Con una humedad superlativa terminamos llegando a una serie de puentes en que poder ver la espumosa y salvaje cascada en su fortísimo paso. Estábamos solos presenciando, escuchando y sintiendo (porque salpicaba agua) la furia del Gutach. Por muchas fotos que hiciera, no supe reflejar de la mejor forma posible lo que estaba viendo en ese momento. Y tengo que reconocer que ese mínimo quebranto de la norma resultó ser una de las cosas más acertadas que pudimos hacer. Pablo se acordó mucho de sus hermanos, curtidos en mil batallas por senderos y montañas como buenos amantes del senderismo que son. Esa caída de agua no se ve en cualquier parte, no cabe duda.

Como he mencionado antes, el regreso fue más que duro. La empinadísma cuesta que llevaba hasta el coche nos dejó realmente valdados. Ya casi al final se puso a llover copiosamente. Menos mal que nos había respetado allí abajo en la Cascada porque sino hubiéramos tenido caladas hasta las entrañas.

P1060743Después del exhuberante Wassefälle (salto de agua en alemán) nos fuimos al propio Triberg, rodeado de 3 montañas como indica su nombre, y dejamos el coche frente al Ayuntamiento (hay que pagar por estacionar) situado en la Calle principal (Haupstrasse). Esta misma atraviesa el pueblo, dividiéndolo en dos partes. Desde aquí caminando se pueden ver los atractivos de este lugar, que en mayor o menor medida son las tiendas de relojes. En una de ellas hay más de mil aparatos y cuenta con uno enorme en su fachada (aunque no el más grande, para eso tuvimos que movernos más). Estuve mirando modelos y precios pero no me animé a comprar ninguno porque para empezar a hablar (y siendo mecánico no electrónico) hay que superar los 150 euros. Los hay más baratos, es cierto, pero no llegan a la suela de los zapatos de otros muchos que representan fenomenalmente caserones de la Selva Negra. Allí es un negocio, y al parecer, se paga bien.

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En Triberg se encuentra el Museo de la Selva Negra (2,50 € con Student Card), en el cual se explican perfectamente las particularidades de una región con mucha tradición y carácter. El funcionamiento de los relojes, la vestimenta típica, los curiosos sombreos Bollen, una enorme maqueta del tren que recorre numerosos pueblos de la zona, una gran colección de minerales obtenidos en algunas de las minas selvanegrales… No está mal si se quiere aprender la Cultura y la Historia del lugar.

SCHONACH: Rival de la vecina Triberg por casi todo, aunque más por el tamaño y la grandiosidad de sus Relojes de Cuco. Presumen de tener «el más grande» de todos. Una verdad a medias porque ese título se lo ha quitado otro situado en Schonachbach, a la salida de Triberg en dirección Hornberg. En el momento en que llegamos a este pueblo la lluvia se tornó en diluvio…

SCHONACHBACH: En la carretera B33, nada más salir de Triberg hay un estrecho desvío a otra de esas tiendas que como reclamo han construído un Reloj de Cuco en su fachada. Aparece en el Libro de los Guinness como «el más grande del mundo», por lo que se ha convertido en reclamo turístico y «negocio» debido a las oleadas de autobuses que aparcan en los aledaños para verlo y si se puede, comprar algo.

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SCHILTACH: Justo cuando llegamos allí se detuvo el fortísimo aguacero que nos había impedido pararnos en P1060767otros pueblos de interés como Gutach, Haslach o Wolfach. Y creo que fue una señal del destino que nos había dejado lo mejor del día para este punto. Porque Schiltach tiene todos los ingredientes que forman parte de un pueblo de cuento. Todas y cada una de las casas tienen entramado de madera. Sus tejados en pico se alzan hacia el cielo al igual que los bosques tapizados con millones de abetos entre los cuales la niebla hacía amago de unirse a la fiesta.

Esta población enmarcada en el valle del Río Kinzig refleja a la perfección los estereotipos de una aldea típica de la Selva Negra.

Arquitectura tradicional, silencio, aire puro, naturaleza a raudales…y cómo no unos mercadillos de ropa, adornos navideños y buena gastronomía. Fue aquí, sentados próximos al puente por el que pasa el río Kinzig, donde decidimos comer algo. Y para colmo el cielo pintó las nubes de azul…trayéndonos el tan ansiado Sol que llevaba unos días escondido.

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Además de todas y cada una de las viviendas tradicionales no hay que perderse la Marktplatz (Plaza del Mercado) ubicada en cuesta donde se yergue el escalonado Ayuntamiento del Siglo XVI y una pequeña fuente.

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Pasear por Schiltach es volver a la Edad Media o a los libros escritos por un tal Andersen, Perrault, o para germanizar un poco más el tema, por los hermanos Grimm… Sin duda un lugar marcado con una x en el que se pone falta por no asistir.

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ALPIRSBACH: A tal sólo 15 kilómetros al norte de Schiltach hay una población de 7000 habitantes cuyo origen proviene de un convento con casi mil años de antigüedad. El Klosterkirche St Benedict es uno de los lugares más P1060791visitados de la Selva Negra, a pesar de sus caprichosos horarios que impidieron nuestra visita. Según Lonely Panet abre diariamente de 10:00 a 17:30 desde mediados de abril hasta noviembre, de 10:00 a 16:30 de mediados de marzo a mediados de abril y de 13:30 a 15:30 los miércoles, sábados y domigos desde noviembre hasta bien entrado marzo. Nosotros estábamos a viernes 7 de diciembre por lo que no nos ajustamos a ninguna de estas franjas. Fue una pena, porque además de la fábrica de cerveza aledaña (que elabora la Alpirsbacher Klosterbräu), es el único punto de interés del pueblo. Es reconocible el convento por su color rojizo y la torre de tejadillo escalonado, cuyas campanas llevan casi un milenio repicando. Su interior gótico aparece en muchos libros de arte, que se centran tanto en la sacristía del Siglo XIII como en el Claustro, los cuales hacen que valga la pena detenerse en este lugar.

LOSSBURG: El lugar escogido para dejar nuestros bártulos y hospedarnos en el Landhotel Bären, uno de los P1060794hoteles mejor recomendados en la red de redes. No hace falta más que mirar su fachada cubierta de entramados de madera para darnos cuenta de que nos encontramos en una antigua casa que tiene más de 400 años. Un lujo en el que quizá le falla su cercanía a la carretera principal.

El motivo de su elección vino en gran parte por quedar próximo a otra de las ciudades más importantes de la región: Freudenstadt, a la que acudimos por la noche para pasear, cenar y tomar algo en una tradicional Biergarten (cervecería).

Por lo demás Lossburg es un sitio de paso que apenas cuenta con atractivos.

FREUDENSTADT: Con algo más de 23.000 habitantes capitaliza el distrito del mismo nombre. Esta ciudad es otro de los puntos clave de la Selva Negra, ya que de ella pasan las principales carreteras turísticas de la región, entre ellas la utilizaríamos de enlace para ir a Baden-Baden.

Freudenstadt fue un proyecto del Duque Federico I de Württemberg, que encargó a su arquitecto Heinrich Schickhardt, el cual tras un estudio milimetrado de las italianas Roma y sobre todo Bolonia, diseñó una estructura P1060796de calles en forma de tela de araña. Su esplendor no pasó de principios del Siglo XVI, pero al menos ha conservado su corazón, que es la Plaza del Mercado justo en el centro de la ciudad. Como curiosidad hay que decir que esta es la más grande de toda Alemania, la cual está incluso cortada por dos carreteras. A los lados soportales con arcadas de imitación renacentista, en el centro «La Casa de la ciudad», en el suroeste una iglesia P1060800evangélica, y en el nordeste el Ayuntamiento. Aunque lo que más impresiona es ubicarse en el centro de la Plaza y ver la cantidad de espacio que hay. En el momento en que nosotros fuimos había montado un mercadillo navideño y no pocas casetas vendiendo vino caliente, salchichas o productos típicos de la tierra. Había especial animación tanto allí como en las calles. Y sobre todo en uno de los locales más concurridos de la ciudad, la Turmbräu, una cervecería tradicional que a la noche se convierte en improvisada discoteca. No pudimos evitar tomarnos algo allí y comprobar el alboroto y gentío de la juventud que se metía las jarras de cerveza de dos en dos. Aprovechamos incluso para cenar antes de volver a nuestro hotel de Lossburg cruzando el oscuro bosque en el que había que dar las luces largas del coche para poder ver algo.

SÁBADO 8 DE DICIEMBRE

El sábado fue una de las «etapas cumbre» del viaje. Un recorrido que tendría un poco de todo y con un color netamente internacional. No es que estuviera previsto de antemano pero debido a la situación geográfica del lugar en que nos encontrábamos llegamos a tocar 3 países en un solo día. Aún así el punto clave estaba marcado para la mañana cuando hiciéramos el trayecto que une Freudenstadt con Baden-Baden. Seguiríamos para conseguirlo la Schwarzwaldhochstrasse o, para que nos entendamos todos, la Carretera de la Alta Selva Negra.

P1060811Este tramo perteneciente a la B-500 tiene una longitud aproximada de 65 kilómetros entre los puntos recientemente mencionados. Fue la primera carretera turística de Alemania. Los parajes que atraviesa gozan de un gran atractivo ideal para los que buscan paisajes de ensueño y una buena dosis de naturaleza. Lo ideal es ir tomando desvíos para acudir a algunos de los muchos destinos accesibles desde dicha carretera, aunque es el tiempo que se tenga el que determina el recorrido final. Aunque ya se sabe que lo mejor es disfrutar de la conducción a través de ese mar de montañas en la que te sientes único, solitario y un poquito más viajero.

Desde Freudenstadt hacen falta unos pocos kilómetros para tomar la célebre carretera, previo paso por Kniebis, P1060818un puerto de montaña con estación de esquí en el que ya pudimos dar cuenta de una notable bajada de temperaturas que se acercaron a los -4º. La tierra varió sus tonos verdes a otros cada vez más blancos y la escasa lluvia se endureció para regalarnos una buena nevada. Por contra una niebla cegadora nos hizo disminuir bastante la velocidad e incluso detenernos en una vía de servicio (las hay a cada kilómetro) donde juguetear con la nieve y presenciar un bellísimo manto blanco cubriendo el paisaje.

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Con un poco menos de neblina avanzamos de forma directamente proporcional a la bajada de los grados. El ordenador del coche nos P1060831alarmaba del peligro del hielo, por lo que convenía ir más atento al volante si cabe. Tan sólo la música proveniente del Radio-CD del coche (Mika y su Take it easy) competía con el repicar suave e incesante de los copos de nieve sobre el cristal delantero. Aunque ésta puso su fin en cuanto hicimos el primer desvío a la izquierda, no a demasiados kilómetros del comienzo de la pintoresca Schwarzwaldhochstrasse. Nos dirigimos a otro de esos lugares salpicados por el misterio y por el incuestionable paso del tiempo, más que nunca reflejado en el antiguo Convento de Allerheiligen. Ya con el camino de 15 minutos por una estrechísima carretera descendiendo la montaña todo había valido la pena. Pero lo mejor fue nuestro paso solitario por las ruinas del Siglo XI mezcladas simbióticamente con la salvaje vegetación ofreciendo una imagen más que válida para una historia de terror. Niebla, soledad, las piedras de una antigua abadía, bosque, y el veloz paso del río Lierbach segando el valle hacen de este un lugar especial que rememora viejas Leyendas. Caminando a un rato de allí hay otro de esos Saltos de Agua que tanto se prodigan en el suroeste alemán, aunque para acudir allí no tuvimos tiempo.

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Retrocedimos el paso e hicimos lo propio con nuestro vehículo para proseguir el tramo de la carretera P1060840panorámica que tiene fin en Baden-Baden. La neblina no permitió observar con detenimiento (además de fotografiar convenientemente) las diversas panorámicas naturales a un lado y a otro de la carretera.

Ni el propio Lago Mummelsee era visible en su totalidad teniéndonos que conformar con caminar firmes sobre la nieve para bordear su orilla. Tuvo que ser muchos kilómetros más adelante, ya en sentido bajada cuando la nieve y la espesura desaparecieran dando paso a la animada campiña que precede a Baden-Baden, nuestro último destino de la Selva Negra.

Baden-Baden, de no más de 55.000 habitantes, sigue viviendo de su esplendoroso pasado aristocrático. La conocida «ciudad de los Balnearios», que aprovecha las valiosísimas propiedades de sus aguas termales, fue sede del estío y el descanso de personajes muy importantes e influyentes como el Zar Alejandro o la Reina Victoria de Inglaterra. Aunque fueron los romanos los primeros en poner en marcha la que sería proclamada «capital del verano en Europa» gracias a la construcción de unas Termas. El Siglo XIX, palpable a cada centímetro de la ciudad, atrajo a la nobleza y a la más acaudalada burguesía que se acomodó en lujosos edificios, mansiones y palacetes. Pero con ellos llegaron las tiendas y comercios de categoría, y Baden-Baden se amoldó a esta nueva forma de vida ostentosa y nada discreta. Balnearios, hoteles, teatros, un prestigioso Casino e incluso un hipódromo donde apostar fuerte fueron algunos de los nuevos añadidos que siguen siendo claves en esta localidad selvanegral.

P1060848En esta ciudad no cabe hablar de monumentos y de «imprescindibles». Si se va en busca de ésto, Baden-Baden no es el lugar indicado. Pero sí lo es si se quiere disfrutar de su agitada vida comercial o en cambio buscar «momentos de relax» en alguno de sus muchos Balnearios. El más clásico y célebre queda próximo a la coqueta Marktplatz, justo detrás de la Iglesia principal (Stifskirche).

Su nombre es Friedrichsbach y si su fachada exterior renacentista goza de una notable elegancia, deberíais imaginar su interior que parece sacado de un anuncio de televisión. Piscinas con columnas, salas de masajes… muy en plan Budapest.

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Pero el rincón del relax que más nos llamó la atención fue Las Termas de Caracalla, de un estilo mucho más moderno pero a su vez sorprendente y asequible. Nos arrepentimos una y mil veces de no haber probado su piscina de agua caliente al aire libre y saber lo que es darse un buen baño con el frío que hacía fuera. Para la próxima no se nos escapa.

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El casco antiguo no llega ni de lejos al de otras ciudades alemanas, pero no deja de ser interesante callejear en sentido subida al Castillo Nuevo (Neues Schloss), convertido en un lujoso hotel. Gran vida tiene la Leopolstplatz y perfecto para pasear es la Lichtentaler Alle, paralela al río. Y para tocar un poco más el glamour con las manos conviene echar un vistazo al Casino, el cual requiere entrar con chaqueta y corbata (en el caso de los hombres, por supuesto). A su lado un precioso pabellón (Trinkhalle) en cuyo pórtico descansan espléndidos frescos que repasan la Leyenda y tradición de la ciudad. En su interior está la Oficina de Turismo, como siempre útil para hacerse con material o hacer reservas de hoteles/balnearios.

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Comimos en la feria navideña que se encontraba enfrente del Casino. Para no variar…salchicha alemana. Creo que si nuestra visita dura unos días más terminamos con todo el negocio…

Con todo eso estábamos listos para tomar la Autopista A-5 y detenernos en algún punto antes de pasar a Suiza. Mi idea inicial pasaba por Gengenbach, un precioso pueblo de la cuenca del Kinzig bastante accesible desde la carretera. Las imágenes que había visto en revistas y guías eran un anzuelo demasiado apetecible. Pero más lo fue la improvisada acción de cruzar el Rhin y dar un buen paseo por la ciudad francesa de Estrasburgo. Desconocía totalmente qué es lo que me iba a encontrar en la capital alsaciana, pero no podía ser demasiado malo por no pocas opiniones positivas de otros viajeros con los que había tratado anteriormente.

No voy a hablar demasiado de Estrasburgo porque ni mucho menos le dedicamos el tiempo que merecía, pero sí P1060877comentaré que nos centramos en el entorno de la Catedral de Nuestra Señora (Notre-Dame), cuya aguja apunta a más de 140 metros de puro gótico. Sin duda fue el más hermoso e imponente monumento que tuvimos ocasión de ver en el viaje.

El Rosetón es realmente impactante. Su entorno absolutamente peatonal y recubierto de preciosas casitas con entramados de madera estaba gozando de la visita de miles de turistas y ciudadanos animados por la decoración y sus numerosos mercadillos tradicionales navideños.

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Estrasburgo es una ciudad especial, y no sólo por su abundantísima oferta cultural y patrimonial, sino también P1060883por su agitada Historia en que ha pertenecido tanto a Francia como a la vecina Alemania. Un tira y afloja que duró hasta la finalización de la II Guerra Mundial en que finalmente el país galo se llevó el gato al agua. Aprovechando tran grave contienda se ha declarado a esta ciudad como la ideal para representar la reconciliación y la unión de dos países.

El Rhin afortunadamente no sirve más para separar dos conceptos, dos ideas enfrentadas. Hoy en día tanto el río como esta bella ciudad son el emblema de una Europa unida más allá de problemas tenidos tiempo atrás. Es por ello que sirve de sede para muchas instituciones de la UE (Unión Europea) como pueden ser el Parlamento, el Eurocuerpo, la Europol, etc..

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Fueron unas horas inolvidables recorriendo algunas de las calles y plazas más importantes de su casco antiguo, ubicado en una isla rodeada de aguas fluviales. Tampoco fue para olvidar nuestro estúpido despiste al no recordar con exactitud dónde habíamos aparcado el coche, llegando incluso a pensar que se lo había llevado la grúa. Finalmente y después de muchas vueltas solucionamos el error de cálculo en el que estábamos sumidos y acabamos encontrando nuestro vehículo en cuyo maletero descansaban las maletas.

Cruzamos de nuevo el Rhin y nos pusimos en marcha para, esta vez sí, bajar a Suiza, y más concretamente a la pequeña ciudad de Olten, capital del Cantón de Solothurn donde tengo buenos amigos. Allí íbamos a pasar la noche, en la casa de Ilia, una de las personas que conocí en mi último viaje a Suiza, que muy amablemente nos ofreció su salón como improvisada habitación.

Durante casi dos horas previas a nuestra entrada a Suiza recorrimos la espléndida A-5 en la que corroboramos la excelente calidad de las autopistas alemanas, en las cuales no hay límite de velocidad en muchos de sus tramos. Y el porcentaje de accidentes de tráfico es notablemente inferior al de muchos países del mundo (sobre todo a España). Eso da mucho que pensar en torno a qué es lo que falla, si los conductores solamente o las penosas infraestructuras. En el término medio está la virtud, creo yo.

Traspasamos la frontera con Suiza (por Basilea) y en tres cuartos de hora llegamos a nuestro objetivo. En la gasolinera de Olten nos fue a buscar el propio Ilia para llevarnos a su casa. Esa noche sirvió para conocer a más buena gente como Patricio, un chaval nacido en Suiza, que ha vivido hasta hace poco en Alicante y que se siente español por los cuatro costados. Con él vimos un partido del Real Madrid y nos tomamos algo en el Centro Gallego, uno de esos reductos que quedan de los muchos emigrantes que décadas atrás se vieron en la obligación de buscar una vida mejor.

El día se nos dio bastante bien, aunque nos fuimos a dormir con la pena de pensar que la cosa se iba a acabar pronto. Al menos nos quedaba pasar la mañana del domingo en Basilea..

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DOMINGO 9 DE DICIEMBRE

Durante la noche no había parado un segundo de llover, y por la mañana la cosa tampoco parecía tener demasiada pinta de cambiar. Los nubarrones, de una espesura superlativa, aún tenían mucho trabajo por delante. A nosotros no nos quedaba otra que volvernos a encomendar al cielo. Los 45 minutos que separan Olten de Basilea nos mostraron las escultóricas montañas y los bucólicos valles que siembran el largo y el ancho de Suiza.

Pero una vez más la magia y la suerte se alió con nosotros. Porque fue dejar nuestro coche aparcado en la ciudad y detenerse el aguacero totalmente, dando paso incluso a un azul celeste que se asomaba livianamente sobre nuestras cabezas. De nuevo tregua meteorológica (y van muchas este año) y todo preparado para pasar la mañana en nuestro último destino del viaje. Las campanas de la Catedral repicaron fuertemente para dar las nueve de la mañana y reclamar la presencia de sus feligreses.

P1060899Basilea, de 200000 habitantes ha sido históricamente un núcleo de gran importancia tanto por ser el último tramo navegable del Todopoderoso Rhin como por su situación estratégica, que como sabemos tiene que ver con ser linde tanto de Francia como de Alemania. Su Universidad ha sido siempre una de las más prestigiosas de Europa, contando en sus filas con un ilustre profesorado. No hay que olvidar que aquí impartieron sus clases personajes claves de la Historia del Pensamiento como Erasmo de Rotterdam o Friedrich Nietzsche. Hoy en día el personaje más célebre de Basilea no tiene que ver mucho con el Humanismo o la Filosofía. Y es que Roger Federer, el mejor tenista de todos los tiempos se ha convertido en el emblema de la ciudad suiza, aunque vive en las afueras en una pequeñísima aldea.

Lo primero que hicimos fue dejarnos llevar por las campanas provenientes de la Catedral, en la cual siempre se P1060906intuye que está lo mejor y desde la cual se accede a las maravillas presentes o no en el casco histórico. La propia Plaza en que se encuentra el más importante templo religioso se ubica justo a la ribera del río. La Catedral de color rosáceo y aspecto de fortaleza nos mostraba de nuevo el andamiaje presente en todos y cada uno de los monumentos más representativos de cada ciudad. Parece hecho aposta, vaya. La Catedral de Viena, la de Milán, la de Friburgo, la Iglesia de San Matyas de Budapest…todas con las fachadas o las torres tapadas con antiestéticos hierros y lonas.

P1060908La Münsterplatz de Basilea es totalmente diferente a otras de Suiza o incluso de Alemania, no sólo por estar a orillas de un río sino también por su dibujo o incluso por el tipo uniforme de caserones que la acompañan.

A calma y tranquilidad, y más en domingo, era imposible superarla. Tan sólo un barrendero interrumpió el silencio al darse cuenta que éramos españoles. Un emigrante que llegó a Suiza en los 70 y que conserva a la perfección su acentazo gallego. Nos comentó que los suizos ya no eran tan limpios como antes mientras mostraba los restos de un improvisado botellón. Esto antes era imposible verlo – nos dijo como si acabara de regresar de las Rías Bajas.

Basilea no es la ciudad más bonita de Suiza, de eso no cabe duda, pero tiene numerosas calles cuyas casas no rompen un ápice con una fina y elegante armonía imperante en el país. Curiosas son sus persianas de madera, a cada cual de un color y con marquitas de corazones que ya se han hecho típicas de este lugar. Sus monumentos más importantes (ubicados casi todos en «La Gran Basilea», ribera izquierda) son por este orden: El Ayuntamiento, la Catedral, la Spalentor y la Torre-Monasterio de Sant Alban.

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El Ayuntamiento (Rathaus) ubicado en la ajetreada Marktplatz es posiblemente el edificio más destacado y en el que se recrea mejor la época medieval. Tanto por fuera como por dentro, sus muros rojizos con dibujos que muestran motivos de aquel tiempo, es palpable una vuelta a la Alta Edad Media gracias a una mezcla entre gótico tardío del XVI y neogótico del XX. Domina totalmente el paisaje urbano repleto de tranvías, tiendas de chocolate y joyerías varias.

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La Catedral (Münster) de la que he hablado anteriormente, tiene su origen en la primera mitad del Siglo XI. Muy recomendable su claustro aunque más aún es subir a la torre por unos tres francos y divisar en varias etapas tanto la ciudad como la forma que toma el río. Las sugestivas gárgolas os acompañarán en las terrazas abiertas y sin protección desde las cuales se pueden tomar espléndidas fotografías. Como dato hay que decir que aquí está enterrado Erasmo de Rotterdam.

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La Spalentor es una de las Puertas-Torres-Fortalezas por las que antiguamente se accedía a la ciudad. Muy próxima al área de la Universidad cuenta con las calles más pintorescas de Basilea.

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La Puerta de San Alban ya coge un tanto lejano y separado del centro de la ciudad, pero sí merece detenerse un rato en el corazón de un barrio medieval que también servía de entrada a la ciudad suiza.

Pero en Basilea no son los monumentos las estrellas invitadas. Lo son, además de sus silenciosas y pulcras callejuelas, sus museos que rondan la treintena. Cabe destacar los siguientes: Historia, Arte Antiguo y Arte Moderno, perfectamente indicados.

Antes hablé de la Gran Basilea, que ocupa la mayor parte del mapa. Pero en la ribera derecha (separada en el centro por el Mitttlere Rheinbrücke, un antiguo puente de madera que ya no lo es aunque conserva su capilla medieval) también es posible observar la armonía a la que me refería en un primer momento. Quizás sea el paseo por la orilla del río lo que más llame la atención de los visitantes, ya que desde allí las vistas son sencillamente preciosas.

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Fueron muchas las horas que nos pasamos Pablo y yo recorriendo los entresijos de esta ciudad tan peculiar que según por donde se vaya se accede a un país o a otro. Pero todo se acaba en esta vida y pronto nos vimos obligados a devolver el coche en el Aeropuerto (lleno de gasolina), cuya llegada es un tanto liosa. Y es que el Euroairport de Basel, al estar dividido en 3 países, tiene un poco de jaleo. Para ir a la parte suiza nos tuvimos que meter en Francia. Yo tampoco lo entiendo pero al parecer es así. Por ello tomaros el tiempo suficiente si lleváis coche. Seguid las indicaciones y todo irá bien.

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Y así se puso fin a otro viaje más en el que aprendimos lo que pudimos de una zona en la que se pueden hacer uno y mil circuitos. Ciudades históricas, pueblos con encanto, montañas nevadas, bosques cerrados, carreteras idóneas para conducir, buena comida… son algunos de los cebos para volver a caer por la Selva Negra…y muchos sitios más que quedan cerca.

Un diez de nuevo!! Espero que os haya gustado.

Muchas gracias por entrar a este espacio y Feliz 2008!!

José Miguel Redondo (Sele)

75 Respuestas a “La Selva Negra y algo más…”

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