Las noches azules de Praga - El rincón de Sele

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Las noches azules de Praga

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En Praga las noches de verano son sencillamente sublimes. Cuando se agotan los rayos de sol y se acerca la noche el cielo no llega a oscurecerse del todo hasta pasado un rato. Ese intervalo de tiempo los colores que uno ve son azulados, y ese escenario exquisito es el que se cierne sobre la capital de República Checa. Durante mi último viaje al país cada vez que llegaba la noche a Praga, más tarde de lo normal al encontrarnos en las postrimerías solsticio de verano, me dedicaba a contemplar su cielo. Presenciaba lo que venían a ser las noches azules de Praga, un hálito de luz que deja un Sol recién perdido y que tiñe de índigo un panorama urbano hermoso en rotundidad.

Imagen noche azul de Praga desde el Puente de Carlos

Uno de mis objetivos fue perseguir con pasión las noches azules de Praga. Con la cámara fotográfica preparada cuando llegaba la hora, me perdía en sus calles y principales monumentos buscando congelar aquellos instantes vestidos de azul.

Siendo finales de junio la “hora azul” teñía de encanto Praga pasadas las nueve y media de la noche. Y se prolongaba hasta pasadas las diez y cuarto. Lo anterior era un atardecer descomunal y lo posterior un cielo nocturno negro y estrellado, si las nubes no lo impedían, al que estamos acostumbrados.

De ese modo ya iba con la cámara lista y, muy importante, un trípode con el que asegurar la estabilidad y nitidez en fotografías que requieren de un tiempo de exposición mucho mayor. Y, por supuesto, me solía ubicar en las cercanías del Puente de Carlos y allí comenzaba a buscar imágenes para retratar. Aunque otro día  me sorprendió la hora azul en uno de los balcones del barrio del castillo, desde donde tuve la suerte de captar parte del barrio de Malá Strana (al otro lado del río Moldava, contrapuesto a Staré Město o ciudad vieja) languideciendo sutilmente al abrazo de las colinas.

Barrio de Malá Strana de Praga por la noche

Minutos antes anduve por la zona de la Catedral de San Vito, con su gótico retorciéndose bajo un cielo deslumbrante e incapaz de oscurecer del todo pese a que el Sol se había puesto hacía ya tiempo. Además de la fortuna de  que a esas horas ya se había marchado la multitud de turistas que hasta eso de las seis de la tarde inundan la zona más histórica de Praga. Aquel momento era único, con un silencio abrumador, y la dama más elegante de la ciudad perfectamente dispuesta para lucir con sus mejores galas.

Cadedral de Praga por la noche

El barrio del castillo, teñido de azul añil su halo celeste, se convirtió en lo que siempre había querido vivir en la perla checa. El entorno es tan especial y su magia es tan potente que uno disfruta incluso de los pasos contados que rebotan disimuladamente sobre el suelo empedrado.

Basílica de San Jorge (Barrio del castillo de Praga)

Pero es, con seguridad, en torno al Puente de Carlos donde más disfruté de los halagos al destino que me brindaron las noches azules de Praga. Las torres góticas de los extremos eran los tronos de un séquito de figuras de piedra que pasaban a cobrar vida. Era como si en aquel instante toda aquella hilera de santos, reyes y caballeros alzaran sus rostros para sonreir a la confusión de unos colores que nos hacían soñar a todos quienes allí nos encontrábamos.

Imagen nocturna del Puente de Carlos (Praga)

Escultura en el Puente de Carlos por la noche

El conocido por los checos como Karlův most y convertido en soporte de millones de pasos acompasados hacia la ciudad vieja o hacia la ciudad de Malá Strana (el sentido es indiferente mientras se camine sobre el puente) burla el río Moldava desde 1357, en tiempos del Emperador Carlos IV que diera lustro al Sacro Imperio Romano Germánico y fuera uno de los reyes bohemios más recordados por la Historia. Quizás ni él mismo se hubiera imaginado que no sólo aquel sería el más importante nudo de comunicaciones de Praga durante siglos sino también el símbolo de la fortuna de ser una de las ciudades más hermosas que quedan en el mundo.

Imagen tomada desde el Puente de Carlos

Un caballero con espada desafía cada noche la corriente del Moldava y protege a los paseantes y a las filas en paralelo de personajes santos y menos santos que se olvidan de su condición pétrea para creerse de carne y hueso, como toda la gente que les observa.

Caballero con espada en el Puente de Carlos

De fondo, tras las cúpulas de iglesias majestuosas como San Nicolás (mi preferida en Praga, con diferencia), o los torreones medievales, zarpa hacia los océanos de la noche no sólo la catedral sino el barrio del castillo al completo. Parece que se fueran a marchar bien lejos pero cuando desaparece el hechizo de los cielos azules termina echando su ancla de nuevo sobre el río para quedarse para siempre en la capital de la República Checa.

Barrio del castillo de Praga

Con mi cámara como aliada también marchaba por las calles de la ciudad vieja, transitadas como cada día de cada verano en Praga. Un sendero iluminado serpenteaba los edificios como si un dragón alado hubiese surcado los aires dejando su poderosa estela.

Una calle de la ciudad vieja de Praga por la noche

Cuando llegaba a la Plaza del barrio viejo y me situaba junto al reloj astronómico en el que dormían las figuras que cada hora cautivan y advierten con la danza del tiempo y de la muerte, se despedía lentamente aquel halo azulado sobre los campanarios gemelos de la iglesia del Týn. Allí todas las noches terminaba el hechizo iniciado tras la puesta del Sol y dejaba paso a las luces de las estrellas, la luna y los delicados edificios rompían a llorar hasta la llegada de un nuevo día.

Plaza de la ciudad vieja de Praga por la noche

Después me devolvía a mi habitación para asimilar toda la magia de aquellos instantes y comenzar a escribir este artículo a una ciudad que me golpeó suavemente años después de verla y enamorarme la primera vez de sus ojos azules, que no negros.

Sele

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