Los placeres de viajar a Laponia Sueca en invierno
Érase un lugar donde los bosques palidecen en invierno. Sus árboles, encargados de tapizar una foresta inabarcable, se cubren tanto de nieve que se les llega a calificar de auténticos centinelas del Ártico. Sólo les faltaría el escudo. Allí, el rumor de los ríos se detiene y los lagos entran en parálisis para volverse de cristal. Los alces y los renos perforan las alfombras blancas con huellas que reflejan la firmeza de sus pasos. Y durante la larga noche los cielos estrellados se iluminan con el fulgor de las auroras boreales, las cuales se encargan de dibujar arcos en el horizonte y de correr las cortinas verdes que ellas mismas elaboran de la nada. También danzan e incluso baten sus alas hasta su repentino desvanecimiento. Así es un invierno en Laponia Sueca, un devenir de imágenes fascinantes con las que lograr envolver el frío exterior dentro de paquetes de regalo de una navidad casi perpetua. Esa luz cálida al otro lado del cristal, una lámpara convertida en testigo de lo que acontece al otro lado en una de las regiones más salvajes y puras de Europa.
Viajar a Laponia Sueca en invierno es sinónimo de auroras boreales, de travesías en trineo, del crujiente sonido que se produce al pisar la nieve y de cascadas de hielo azul. De amaneceres y atardeceres que se rozan mientras el bosque juega contigo al escondite y tú te das cuenta de que has escogido el mejor lugar de todos para encontrarte.
De viaje a Laponia Sueca en invierno: Razones, sensaciones y momentos
Aún recuerdo nítido un viaje a Laponia Sueca en el corazón de su otoño boreal. Fue mi primera vez. Y la pienso como la primera salida internacional desde el comienzo de la pandemia del coronavirus. Aquello lo consideré todo un regalo. Nada menos que volver a sentir lo que implicaba el verbo viajar cuando nos habíamos empezado a acostumbrar a considerarla a ésta una palabra casi proscrita. Así que una vez entró el 2021 se planteó la posibilidad de retornar, de acudir a la llamada de las auroras boreales. Y, tras revisar fuentes fidedignas que pronosticaban actividad para finales de febrero y primeros de marzo de aquel año, nos embarcamos en la preparación de un viaje de autor doble. Dos grupos para dos semanas diferentes pero seguidas en el calendario. La ilusión de planificar y vivir un viaje en invierno en el norte de Suecia con muchos más atractivos a sumar las incomparables luces del norte. NOTA: En enero y febrero de 2022, así como en 2023 y en 2024 pudimos regresar nuevamente a este destino que se ha convertido ya no en un sueño sino en una bella tradición. .
Planteamos una ruta lo más flexible posible para adecuarnos a los días de mayor actividad solar de cara a poder observar auroras así como a la meteorología siempre cambiante y caprichosa. Y salieron viajes con un común denominador muy claro, pero que resultaron completamente distintos entre sí. Esa es una de las claves de viajar en invierno a Laponia Sueca (lo mismo diría de Laponia Noruega o Laponia finlandesa), que las condiciones nunca son iguales. En apenas unas horas puede cambiar por completo la postal de un paisaje, la temperatura u otros factores.
He aquí algunas razones para viajar en invierno a Laponia Sueca que, además, me sirven para rememorar los mejores instantes acaecidos durante distintos viajes al otro lado del Círculo Polar Ártico.
La extrañeza de pisar el mar helado en Luleå (y patinar con un trineo).
Luleå (pronúnciese algo así como Lúleo) es la ciudad más grande e importante de la provincia de Norrbotten (en castellano Norbotnia). En todo el municipio, que abarca ciudad y pueblos aledaños, viven alrededor de 70.000 personas. Su situación estratégica junto al Golfo de Botnia le convierte en un punto clave para el transporte marítimo en meses con clima más propicio, ya que se hiela durante los inviernos. No es un filón en cuanto a patrimonio histórico dentro de la ciudad, si bien atesora varias edificaciones interesantes en el entorno de la catedral, pero sus muchas islas y el muelle de casas rojas reconvertidas en cafés le confieren cierta personalidad. Nosotros lo utilizamos como punto de entrada al norte de Suecia (hay vuelos diarios con Estocolmo, así como comunicación por tren). En dicho muelle accedimos a pie a lo que durante meses es puro mar. E incluso tuvimos la oportunidad de patinar con un trineo de los de ir de pie por una carretera de hielo que cada invierno preparan para poder recorrer varios kilómetros y hacerse buenas rutas.
Gammelstad, el pueblo de casitas rojas enterrado en nieve.
Pertenece a Luleå pero se ubica a unos diez kilómetros del centro. De hecho Gammelstad explica el origen de dicha ciudad puesto que se estableció como núcleo poblacional antes de que ésta existiese (cuando el río era aún navegable). Se trata de la plasmación de un concepto de aldea-iglesia de los siglos XV, XVI y XVII que se ha congelado en el tiempo hasta ser declarada incluso Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1996. ¿Y en qué consiste eso de aldea-iglesia? A dicha cuestión procedo a continuación.
En aquel tiempo la iglesia permanecía abierta exclusivamente para los días de culto así como las distintas celebraciones religiosas. A ellas acudían numerosos fieles provenientes de pueblos no sólo de alrededor sino también de zonas más lejanas donde no existían templos cristianos. Dadas las dificultades por entonces de abarcar ciertas distancias así como de las complicadas condiciones climatológicas en estas latitudes, muchas personas no podían regresar a casa, por lo que debían pernoctar en las cabañas de madera que se fueron disponiendo alrededor hasta llegar incluso al medio millar.
De ese modo Gammelstad se erige como un pueblo encantador de casitas rojas que durante el verano está más que animado y florido, pero que en invierno se queda por completo enterrado en la nieve. Durante las ocasiones en que lo pudimos visitar, caminamos por sus callejuelas (todas ellas parten de su corazón espirtual, que es la iglesia) donde se superaba en algunos casos el medio metro de nieve.
Soy consciente de lo manido que está el término «pueblo de cuento». Pero si hay un pueblo de cuento en el norte de Suecia, ese es Gammelstad (del cual os recomiendo echar un ojo a esta selección de postales de cómo le afecta el invierno).
Jokkmokk, la puerta del Círculo Polar (y el legado sami).
Para llegar a Jokkmokk desde el sur hay que atravesar sí o sí la línea del Círculo Polar Ártico. ¿Y a quién no le gustan ese tipo de hitos geográficos? En mi caso me debo reconocer como un auténtico entusiasta de estas cosas. A escasos 15 kilómetros de la ciudad de Jokkmokk viniendo por la carretera 97 desde Luleå a la altura de Mattisudden hay una señal que recuerda a los viajeros que está atravesando dicha línea (pincha aquí para ver la ubicación exacta). Consta el espacio apenas de un cartel, las banderas suecas y del pueblo sami así como una construcción con forma de iglú que se tapona de nieve durante el invierno. Así como sitios suficientes para aparcar los vehículos y, cómo no, hacerse la foto de rigor.
Una vez en Jokkmokk se accede al corazón de la cultura sami. Aquí se celebra todos los inviernos (en el mes de febrero) un mercado con más de cuatrocientos años de historia. Se trata de un acontecimiento que reúne a ciudadanos de Escandinavia de la etnia sami y donde se comercia con productos locales y artesanía (hacen virguerías con las osamentas de los renos). Mercado que, por culpa de la pandemia, no se celebró en 2021 ni 2022 pero volvió con energías renovadas los años sucesivos (Más info en la web oficial).
Un atractivo esencial en todo viaje a Jokkmokk es su Ájtte o museo dedicado a la naturaleza de Laponia y a la historia y costumbres del pueblo sami. Probablemente no exista en los países nórdicos un espacio como este que cuente las particularidades de la cultura lapona. De igual modo, pasearse alrededor de la catedral o degustar la deliciosa pizza de reno y arándanos del restaurante Lilla Paradiset, regentado por un persa en la calle Sorgatan 28 (la principal) frente al supermercado Coop, siempre resulta un placer.
Experiencia sami
Un museo puede ayudarnos a conocer ciertas particularidades, historias y aparejos relacionados con el mundo sami, esa etnia indígena que lleva miles de años habitando esta parte del norte de Europa (Laponia Noruega, Laponia Sueca, Laponia Finlandesa y una parte de la península de Kola en Rusia). Pero, nada mejor que descubrir a su gente conociendo y compartiendo tiempo con una persona que lleva precisamente sangre sami y se siente orgullosa de ello. Es el caso de Anna, la cual vive con su familia en un bosque muy próximo a la línea del Círculo Polar Ártico, y con quienes está luchando para preservar y difundir las tradiciones legadas por sus ancestros. En el viaje de 2024 tuve la oportunidad de estar con ella y llevar a nuestro pequeño grupo de viajeros para sentarnos alrededor de la hoguera del lavvu (el tipi típico sami) y escuchar las bonitas historias y reflexiones que Anna deseó hacernos llegar. Incluyendo un yoik, el canto emocionado que conecta a la gente sami con la naturaleza que les rodea.
Anna, así como su marido y sus hijos, son propietarios de miles de renos que viven en bosques y montañas. Algunos de ellos los sacrifican para obtener carne, pieles y utensilios (antiguamente hasta los propios lavvus estaban elaborados con piel de reno, así como los cuchillos y numerosos objetos) como ha hecho esta etnia durante miles de años, aunque sólo los que necesitan para mantener económicamente a esta familia. Los más vulnerables o enfermos los tiene en un cercado junto a su casa y los curan y alimentan para volver a soltarlos en plena naturaleza. En el mes de mayo aproximadamente llevan a cabo una migración a lo más alto de las montañas de Laponia, mientras que a comienzos del invierno se realiza un censo en el que se pasan semanas buscando a sus manadas (ahora en motos de nieve, hasta hace no mucho iban en trineos tirados por perros).
Las horas que pasamos con Ana, dentro de su lavvu, dando de comer a los renos y escuchando todo lo que nos tenía que decir sobre lo que significa ser sami y la conexión tan arraigada con su entorno, fueron un absoluto regalo.
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Estampas invernales en el Parque Nacional Stora Sjöfallet
Entre Jokkmokk y Porjus surge el desvío a Stora Sjöfallet, uno de los parques nacionales más fotogénicos de Laponia, además protegido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Pasada la localidad de Vietas, una estrecha carretera bordea el Akkajaure, un inmenso lago interior con apariencia de fiordo donde las vistas del Monte Áhkká, uno de los colosos lapones y considerado sagrado por los sami desde hace miles de años, nutren la vista de quienes se aproximan hasta él. De dicho lago surgen islitas pobladas con árboles. Pero desde mediados de noviembre al mes de abril todo está sumido bajo el hielo y la nieve. Es entonces cuando los azules de las estalactitas de las cascadas congeladas o de las olas solidificadas por las bajas temperaturas mitigan ese blanqueamiento total.
Si bien el parque más conocido de Laponia Sueca es Abisko, por gozar de infraestructuras turísticas y ser famoso para la observación de auroras boreales, estoy de convencido de que Stora Sjöfallet goza de las mejores postales. Rivales, únicamente, con una vista aérea de los meandros de Sarek (hay salidas en helicóptero durante el verano) o de los adentros del valle de Tarfala desde Nikkaluokta.
A ese parque natural merece la pena ir todo el año, pero sin duda el invierno es una de las estaciones que mejor le sienta.
NOTA: En 2024 por fin pudimos quedarnos a dormir dentro del parque, en el Mountain Lodge, y acertamos de lleno. ¡Incluso pudimos ver auroras boreales la primera noche!
Ver bailar a la dama verde: Auroras boreales en Laponia Sueca
Probablemente sea para muchos el objetivo número uno a la hora de plantearse viajar a Laponia sueca durante el invierno el ir a salir a la búsqueda de las auroras boreales. Los escenarios para ver deslizarse las célebres luces del norte no son pocos, aunque tienen que darse ciertas condiciones para su aparición. Primero que haya previsión de las mismas debido a la actividad solar en la cual millones de partículas son atraídos a los polos magnéticos de la Tierra. Segundo, que el cielo se encuentre totalmente o en parte despejado, ya que si hay muchas nubes nos podemos ir olvidando. Tercero, y no menos importante, saber estar en el lugar idóneo en el momento adecuado. Por mucha actividad que haya (a partir de KP3 se pueden ver relativamente bien, aunque con un KP4 ó KP5 ya es para volverse locos) si no somos flexibles a la hora de podernos mover y esquivar zonas nubladas o con contaminación lumínica, no seremos capaces de disfrutar del baile de lo que para los sami es un sendero que comunica el mundo de los vivos con el de los muertos (Más información en consejos para ver y fotografiar auroras boreales). Eso siempre es lo mismo, estemos en Laponia Sueca, en Noruega, en Finlandia o en Alaska.
De ahí que poder contar con vehículo propio para moverse e invertir las horas que sean necesarias para buscar los mejores emplazamientos donde ver auroras boreales me parece algo esencial. En nuestro caso disponíamos de una furgoneta. A veces nos hizo falta viajar lejos para encontrar zonas despejadas y en otras apenas con salir de la ciudad nos fue suficiente.
Si bien a veces hay quien regresa a casa sin verlas (por eso recomiendo siempre pasarse varios días in situ y no arriesgar con una o dos noches), en nuestro caso nunca hemos vuelto de este destino sin verlas. La mejor ocasión tuvo lugar en el interior del Alttajärvi, un lago próximo a Kiruna completamente congelado. Y otra inolvidable en Jukkasjärvi, muy cerca de la antigua iglesia (a escasos dos minutos del Icehotel). Pero también pudimos observarlas en Abisko (con una noche mágica en el Lago Tornetrask), Nikkaluokta, a las afueras de Gällivare o en Storforsen, entre otros.
Una suerte poder vislumbrar el baile de estos inmensos dragones de luz sobre nuestras cabeza. ¡Menudo espectáculo!
Abisko con nieve durante el invierno lapón
Esta zona poblada de montañas y otros accidentes geográficos a un paso de la frontera con Noruega constituye una de las visitas imprescindibles en el norte de Suecia. A pesar de ser el parque nacional más pequeño del país, se ha ganado a pulso ser considerado por muchos un paraíso para el trekking, dado que es un punto importante de la Kungsleden o ruta del Rey, las actividades invernales (caminatas con raquetas, esquí de fondo, travesías en motos de nieve o trineo, etc.) y, por supuesto, el centro neurálgico de buena parte de las intentonas de los visitantes para contemplar de una vez por todas la aurora boreal. Tiene estadísticas de récord a este lado del Círculo Polar. Y no sólo en el Aurora Sky Station en las alturas (se llega a un observatorio/centro de interpretación en telesilla), sino a muchos kilómetros a la redonda. Sea en el gran lago Torneträsk, en las montañas Lapporten o en el último pueblo sueco antes de entrar a territorio noruego (Riksgränsen).
Quizás el elemento más reconocible de Abisko es su cañón donde el río Abiskojåkka desciende con una vehemencia inusitada. Caminar a su lado (hay pasarelas para hacerlo) siempre deja buenas estampas. Aunque cuando todo se congela a su alrededor e incluso se puede hacer escalada en cascadas de hielo, la postal es, a mi juicio, aún más sublime de lo que podamos imaginar antes de poner nuestros pies en el parque. E incluso se puede bajar caminando al lago y, durante el invierno, cuando la capa de hielo es suficientemente gruesa, vivir la sensación de andar sobre lo que meses más adelante es un lugar navegable.
Pero Abisko posee mucho más que el cañón y el mero hecho de arribar hasta él, ya sea desde Kiruna (ciudad base para muchos quienes visitamos Laponia Sueca en cualquier época del año) o desde Narvik (la localidad noruega más importante, que queda a poco más de una hora por carretera) trae consecuencias impredecibles. Ya sean manadas de renos atravesando un lago helado, suelos de cristal o icónicas casas de cuento iluminadas por la luminosidad inconmensurable del Ártico.
Muy cerca queda Björkliden, muy famoso por su estación de esquí desde donde se pueden obtener las mejores panorámicas tanto de Abisko como de las icónicas montañas de Lapporten.
Travesías en trineo de perros y en motos de nieve
Deslizarse por la nieve en trineo de perros, al igual que lo han hecho los sami o los inuits durante miles de años, es para muchos una de las mejores maneras de volver a ser niños de nuevo. Junto a la observación de auroras boreales, practicar mushing dibuja uno de los momentos más gozosos de quienes acuden a Laponia durante el invierno. Es imposible no avanzar en la travesía sin una sonrisa compañera a la vez que reconfortante. La vida se ve de otra manera a bordo de un trineo mientras cruzas un bosque.
Se trata, además, de una actividad para todos los públicos, tanto el infantil como el adulto o el senior. Muy segura, más tranquila y relajada de lo que la mayoría imagina.
Mucho más adrenalítico resulta subirse a una moto de nieve y dominar las planicies nevadas de Laponia a base de caballos de potencia. Basta un movimiento ínfimo sobre el acelerador para alcanzar una buena velocidad y disfrutar de una de las actividades invernales con mayor éxito en los países nórdicos.
¿Trineo o motonieve? Es la pregunta que se hacen no pocos visitantes. Mi consejo es, si es posible, no dejar de hacer ninguna de las dos. De hecho hay lugares donde se ofrece una ruta combinada de trineo de perros y moto de nieve que sale más a cuenta económicamente que si se hacen por separado. Con un lavvu (el tipo de vivienda tradicional sami muy similar al tipi) como parada intermedia donde calentarse junto a la hoguera y recuperarse con un té o un café en la mano.
Foto desde dron (Roberto López)
Avistamientos de fauna en Laponia Sueca: Safari invernal
Si sumamos los parques nacionales de la región de Laponia nos encontramos con una de las menores densidades de población no sólo de Escandinavia sino de Europa. Entre Muddus, Sarek, Padjelanta, Stora Sjöfallet y Abisko hay una extensísima región de bosques, montañas y valles con una densidad de población mínima que convierte a esta parte del país en uno de los territorios más salvajes de Europa. Con una cantidad de especies de mamíferos y aves que podríamos comparar con la mismísima Alaska (hay osos, alces, glotones, renos, etc.). De ahí que cada vez que uno se mueve por la zona, sea a pie o en su vehículo particular, existan buenas probabilidades de observar fauna. En invierno son las huellas la que pueden anticipar cualquier avistamiento.
Durante un viaje en invierno como el nuestro lo que más se pueden llegar a ver son los renos, tanto en pequeño número o en manadas tremendas. Y en todos los contextos posibles. Buscando vegetación bajo la nieve o arrancando líquenes en los troncos de los árboles, siendo agrupados por los pastores de la etnia sami o arrejuntados ante una poderosa ventisca.
Si bien, el herbívoro más grande e impresionante con el que toparse en Suecia, aunque tenga más complejidad hacerlo con respecto a los renos, es el alce. Hablamos de media tonelada de peso en un animal imponente. Y al cual, durante nuestra estancia en tierras laponas, pudimos ver en no pocas ocasiones, sobre todo en la ruta a Nikkaluokta, así como en Stora Sjöfallet o Abisko. Su alargado hocico y la peluda papada de los machos son parte de una silueta muy reconocible que las señales de tráfico se encargan de advertir a los conductores que conviene ir con cuidado, sobre todo de noche, porque pueden aparecer en cualquier momento.
Otras especies que se suelen avistar con frecuencia son liebres árticas, de gran tamaño y pelaje blanco, así como las perdices nivales, cuyo plumaje se confunde por completo con la nieve. En cuanto a osos, durante el invierno es prácticamente imposible, aunque Suecia tenga una de las mayores poblaciones a nivel mundial.
El gran hotel de hielo de Jukkasjärvi
Más de treinta y un años han pasado desde que se erigiese el primer hotel de hielo en Suecia. La localidad de Jukkasjärvi, a escasos quince minutos de Kiruna, ve cómo se levanta cada año desde cero un complejo de hielo con habitaciones completamente diferentes las unas con las otras. Todas ellas tematizadas y realizadas por artistas diferentes, son auténticas obras maestras. Dormir en una de estas joyas heladas de arte efímero cuesta entre 300€ y 2000€ en función de la suite elegida. Eso sí, para que luego digan, ninguna tiene cuarto de baño dentro. En el caso de no querer gastarse tanto dinero es posible alquilar una cabaña alrededor o realizar una visita por libre (cuyo coste oscila entre los 35€).
El hotel que se hace de cero viene a estar desde finales de noviembre/primeros de diciembre hasta bien entrado marzo. Pero desde hace algunos años existe una estructura permanente que funciona incluso en verano. Con habitaciones de diseño también y su propio icebar. A mí, que estas cosas no me suelen entusiasmar demasiado, reconozco que me gustó mucho dedicarle una visita.
A escasos minutos del hotel de hielo hay construcciones tradicionales de Laponia Sueca, así como una iglesia con más de cuatro siglos de antigüedad que recomiendo no perderse de ninguna manera. Junto a ella sí que hay algo prescindible, el Sámi Siida o Campamento Sami, un pequeño parque temático del pueblo sami que no vale ni la cuarta parte de lo que cuesta el precio de la entrada (alrededor de 22€). Una «turistada» de padre y muy señor mío.
Nikkaluokta, valle salvaje
Ya durante el otoño del 20 habíamos podido hacer una pequeña ruta de senderismo por Nikkaluokta, uno de los valles con mayor grandiosidad en la región de Laponia. Pero en invierno, cada año, lo escogemos para disfrutar de las vistas soberbias del área con el monte Kebnekaise (con 2097 metros, es el punto más elevado de toda Suecia) de fondo, así como para ponernos el traje de cazadores de auroras boreales.
A Nikkaluokta merece la pena venir en cualquier época del año. Y de cara a la observación de las míticas luces del norte, puede considerarse una fabulosa alternativa a la célebre Abisko.
Kiruna, centro de operaciones en una ciudad pintoresca «que se mueve»
Lo que Tromsø es a Noruega, lo es Kiruna a Suecia, una base idónea para salir a explorar Laponia. Se puede llegar en avión o en tren (desde el país vecino a través de Narvik o en un nocturno desde Estocolmo) y desde aquí partir a algunas de las maravillas del centro y norte de la región. Abisko queda apenas a una hora (hay comunicación incluso desde el propio aeropuerto) y tiene infraestructuras suficientes para hospedar al turismo que llega de todo el mundo,
Kiruna se traduce como una ciudad ligada por completo a sus minas de hierro (anheladas por el régimen nazi) que puede tildarse, por tanto, de carácter industrial. Pero tiene edificaciones que le llenan de color. Y no sólo puedo referirme a la catedral protestante con ciertas reminiscencias vikingas sino muchas casonas de madera pintadas de rojo, amarillo o incluso azul como en el barrio histórico de Hogalid. ¡Hasta la estación de bomberos es fotogénica! Si bien los planes en los próximos años es desplazar la ciudad de sitio con todas sus construcciones (catedral incluida) puesto que el terreno sobre el que se asienta se hunde debido a la gran actividad minera que afecta al lugar (pero de la que vive).
No se trata de Estocolmo, por supuesto, pero tiene cierta gracia. Y representa el mejor nudo de comunicaciones de Laponia Sueca. Aunque para la zona de los parques Mudus, Stora Sjofället o Sarek, puede resultar mejor hospedarse en Galliväre, Jokkmokk o en el entorno de dichos parques.
Storforsen, los rápidos más caudalosos de toda Europa
En el corazón de la majestuosa Laponia Sueca, envuelta en el manto blanco del invierno, aguarda un espectáculo natural incomparable: Storforsen, los rápidos más caudalosos en el continente europeo. En esta estación helada, la cascada se transforma en un escenario de belleza congelada, donde el rugido del agua se entremezcla con el silencio nevado, creando una experiencia verdaderamente mágica para los viajeros intrépidos que se aventuran a explorarla.
Al acercarse a Storforsen en invierno, se despiertan los sentidos al sonido ensordecedor del agua que se abre paso entre el hielo, creando esculturas naturales de cristales congelados que destellan bajo la luz del sol invernal. La cascada, con un ancho imponente, se convierte en un congelado telón de fondo que deja sin aliento a quienes tienen el privilegio de presenciarlo.
Explorar los senderos que serpentean alrededor de Storforsen en invierno es sumergirse en un paisaje de cuento de hadas, donde los árboles cubiertos de nieve crean un escenario digno de las más épicas leyendas nórdicas. Desde los miradores estratégicamente ubicados, se puede admirar la magnificencia de los rápidos congelados y la naturaleza salvaje que los rodea, ofreciendo vistas panorámicas que capturan la esencia misma de la Laponia Sueca en invierno.
Y si se tiene la suerte de pernoctar en el maravilloso Hotel Storforsen, con vistas a las cascadas, no se puede pedir más.
¿Habrá más viajes de autor para ver auroras boreales en Suecia?
Por supuesto. Después de seis viajes realizados desde la primera vez, claro que regresaremos. Para 2025 regresaremos por estos lares, aunque realizaremos una variación en el recorrido. Y es muy posible que pase como con los viajes anteriores al destino, que se agoten las plazas en horas. Así que si quieres irte adelantando no dudes en ponerte en contacto conmigo si quieres formar parte de futuras aventuras en la que cazar auroras boreales será uno de nuestros (muchos) objetivos.
Viajar, esa es la cuestión.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
3 Respuestas a “Los placeres de viajar a Laponia Sueca en invierno”
Hola .
Conoceis por la zona de Overtornea o cerca para hacer una experiencia de trineo de renos? Gracias
Hola!
No conozco esa zona. Supongo hablas ya de Finlandia, ¿verdad?
Saludos!
Sele
[…] ya con mucho mucho frío, pues un viaje a la Laponia Sueca este invierno tiene que ser perfecto. Podéis saber todos los detalles en el artículo de El Rincón de […]