Los reflejos azules de Samarkanda I: El Registán

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Los reflejos azules de Samarkanda I

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No tiene mar pero es azul. Las olas son las curvas de las cúpulas que brillan en el horizonte de la ciudad con mayor esplendor de la Ruta de la Seda. Susurrar Samarkanda es homenajear al más mítico y hermoso de los nombres que un lugar puede poseer. El camino de los viajeros siempre se detiene aquí, en el Universo del conquistador Tamerlán, en la encrucijada de culturas, de saberes, de lenguas venidas de aquí y de allá… Las corrientes de Oriente y Occidente confluyen en una ciudad mecida por la seda y las palabras de los más grandes. Cuando Alejandro Magno la vio por primera vez dijo: «Todo lo que había oído sobre Samarkanda es verdad, excepto que es mas hermosa de lo que había imaginado». Y eso que aún no existía el Registán, ni Bibi Khanum, ni Gur-e-Amir ni tantas joyas timúridas que resplandecen robándole protagonismo al mismo cielo.

Samarkanda no es sólo un lugar físico. Representa como ninguna la migración del saber a todos los confines del mundo. Hubo un momento en que todas las ideas confluían en ella, en su Plaza…el Registán. Superviviente de mil y una contiendas, siempre resguardó sus tesoros incluso de la sovietización express a la que fue sometida, al igual que tuvieron que hacer otras en Uzbekistán. Nadie osó robarle al mundo el alma aún nómada que se posa en los azulejos turquesas que consiguen hipnotizarte con sus destellos. Samarkanda es Leyenda. Y no tiene mar, pero es azul…

AFRASIAB, MARAKANDA, SAMARKANDA Y САМАРКАНД

Recientemente se celebraban los 2750 años de la fundación de la ciudad, por lo menos el tiempo del que los historiadores tienen constancia de que Samarkanda estuviera habitada, siendo por lo tanto uno de los lugares poblados de forma continuada más antiguos del mundo. Nada menos que ocho siglos antes de que naciera Jesucristo, Afrasiab era una ciudad amurallada sobre una colina emplazada en el extremo norte de la actual Samarkanda y de la que se presupone fue tan próspera como poderosa. Sus yacimientos arqueológicos siguen sorprendiendo a los historiadores y es que, además de ser considerado el lugar de enterramiento del profeta Daniel, se encontraron, entre otras cosas, las primeras piezas de un juego tan popular como el ajedrez. Más adelante estuvo bajo el poder de los Aqueménidas, siendo una satrapía persa, hasta que en el 329 a.C. Alejandro Magno la conquistara sin tener apenas resistencia. Ya entonces la fama de Marakanda, que era como la conocían los helenos, traspasaba fronteras.

El Macedonio fue uno sólo uno de los muchos Imperios, Reinos o Khanatos de los que formaría parte Samarkanda, una de las ciudades más pobladas del mundo durante siglos y más siglos. Por ejemplo, los Sasánidas (II Imperio Persa), sobre todo, forjaron allí parte de su Leyenda. Pero las conquistas de los árabes, recién nacido el Islam, dieron el toque musulmán a la ciudad, no soltándose esa faceta islámica hasta su interrupcción por parte de los soviéticos en el Siglo XX.

Su situación intermedia en la Ruta de la Seda (prácticamente está a mitad de camin0) la hizo crecer aún más posicionándola como una de las paradas más importantes. En el año 751 cuando los musulmanes abbasíes derrotaron al ejército chino a orillas del Río Talas (actual Kirguizistán) hicieron prisioneros a dos artesanos del papel quienes les confesaron el secreto de su fabricación con tal de obtener la compasión de sus captores. Eso supuso que en Samarkanda se erigiera la primera fábrica de papel fuera de la lejana China y que desde ahí pudiera transmitirse la técnica tanto a Europa como a todo Oriente Medio e incluso al Norte de África. Fue un paso importantísimo a nivel global, similar al de la invención de la imprenta.

Pero a los ayubbíes les sucedieron los turcos (de distintas partes), los persas samaníes, los corasmios (Reino Khorezm)… y así llegaron hasta primer tercio del Siglo XIII cuando los sanguinarios mongoles asolaron la ciudad a las órdenes de Genghis Khan, cuyo afán expansionista llegaría a tocar las puertas de Europa. Los incendios y saqueos rompieron Samarkanda de arriba a abajo, pero décadas después volvió a resurgir como el Ave Fénix recibiendo a viajeros como Marco Polo o Ibn Battuta. El de Tánger escribiría sobre ésta que se trataba de «una de las más grandes y más perfectamente hermosas ciudades del mundo». Todos coincidían en alabarla, tanto antes como después de que fuera arrasada por los mongoles.

El año clave para comprender Samarkanda en todas sus vertientes es 1370, cuando el conquistador turco-mongol Amir Timur, más conocido como Tamerlán, decide que Samarkanda sea la capital de su enorme Imperio. Y algo más que eso… el Centro del Mundo. No se equivocaba porque no sólo en pleno siglo XIV era uno de los mayores nudos de comunicaciones del Planeta, sino también porque agrupó lo mejor de la cultura venida de Europa, de Persia, de India o de China. Y la capital del mundo requería de la flor y nata en arquitectos y artesanos de todo el Imperio para levantar al sur de Afrasiab la ciudad más hermosa en toda Asia Central. Fue entonces, tanto en vida de Tamerlán como con sus sucesores (por ejemplo con su nieto el monarca y astrónomo Ulugh Beg), cuando el Arte vivió también su particular período timúrida, levantándose mezquitas, madrasas, bazares, palacios y plazas como la del Registán. Un estilo único y muy reconocible que rozó la excelencia con el azul de las cúpulas, la combinación equilibrada de azulejos con diseños imposibles, grandes portones, y todo tipo de detalles que muestran la riqueza artística de monumentos inigualables. Un español, Ruy González de Clavijo, visitó a Tamerlán en 1404, un año antes de morir éste, y se quedó prendado de una Samarkanda que en ese momento contaba con unos ciento cincuenta mil habitantes (De este personaje olvidado hablaré más pronto que tarde). Una de las sentencias recogida en sus crónicas dice lo siguiente:

«…el Señor avía gran voluntad de enoblecer esta ciudat, ca en cuantas tierras él fue e conquistó, de tantas fizo levar gente que poblasen en esta ciudat e en su tierra, señaladamente de maestros de todas artes».

Y aunque la Dinastía Timúrida pasó a mejor vida, las maravillas se mantuvieron con gobernantes que fueron y vinieron en los siglos sucesivos. Con los rusos la ciudad se apagó para ser una urbe soviética más, pero afortunadamente hoy podemos disfrutar de lugares extraordinarios que se han conservado y que son Patrimonio de la Humanidad.

¿ES SAMARKANDA UNA CIUDAD SOVIÉTICA?

A la pregunta de si es Samarkanda una ciudad soviética contestaré un «sí pero no». Me explico. La ciudad que enmudeció a los Alejandro Magno, Marco Polo y compañía pudo ser una bonita plasmación de las Mil y una noches, pero actualmente, tras distintos conflictos y su conversión en parte de la URSS, es un ejemplo de la Rusificación de un período de aproximadamente ocho décadas en que la planta de la ciudad fue otra. Largas avenidas, edificios impersonales y horrendos, tráfico, grandes parques… distan mucho de una ciudad que muchos presuponen es de callejones estrechos, arcos entre las casas, ventanucos de madera y numerosos minaretes llamando a la oración cinco veces al día. El que acuda a Samarkanda con esa imagen en la cabeza es probable que pueda llevarse una pequeña decepción.

Ya me lo advirtió personalmente el periodista y viajero Paco Nadal, diciéndome copa de vino en mano en un bar madrileño del barrio de La Latina: «Si viajas a Uzbekistán por Samarkanda, quizás no encuentres lo que buscas. Lo que uno se espera de todo aquello está en realidad en Bukhara y Khiva». Y lo comprendí en parte cuando fui a la celebérrima ciudad uzbeka y me di cuenta que no es una metrópolis que enamore a nadie. Con un pero… Tiene probablemente los monumentos más grandiosos e impactantes no sólo del país sino de Asia Central. Y eso, junto a la Historia que hay alrededor de Samarkanda, es tanto o más de lo que uno puede aimilar en un simple vistazo.

Quiero decir con esto que al igual que sucede en muchas ciudades asiáticas, y pongo por ejemplo a Agra (ciudad India donde se encuentra el Taj Mahal), es un lugar poco vistoso pero con unos tesoros realmente inigualables. Las ciudades de las mil y una noches están en Bukhara y Khiva, pero Samarkanda reúne monumentos que dejan con la boca abierta y que justifican uno y todos los viajes a la lejana Uzbekistán.

Espero haber explicado lo mejor posible ese «sí pero no» al que me refería al inicio de este epígrafe.

RECORRIENDO EL CORAZÓN DE LA RUTA DE LA SEDA

Si se habla de la Ruta de la Seda es inevitable que aparezca el nombre de Samarkanda. Son muchas las ciudades que desde Roma o Constantinopla (puntos de partida occidentales) hasta Xi´an, en China, forman parte de esta ruta que vio traspasar fronteras en camello y caballos a toda clase de mercancías (incluso de seres humanos). Pero ninguna es tan conocida como Samarkanda. El espíritu de los miles de kilómetros que surcan Europa y Asia de este a oeste vive instalado en este lugar, por tanto no existe viaje posible a Uzbekistán sin quedarse a conocerla. En nuestro caso fue nuestra primera parada tras escapar de la bizarra capital del país, Tashkent, pasando allí un par de días bien aprovechados en los que tratamos de visitar sus rincones más importantes.

He aquí un mapa con los lugares que no quisimos perdernos y que recomiendo indiscutiblemente:

Dado que nos alojamos en el Hotel Asia Samarkand (doble 70$, para más info sobre alojamiento consultar la Guía práctica de Uzbekistán), por su ubicación espléndida a cinco minutos caminando del Registán, se puede considerar a esta Plaza la base de todas nuestras incursiones por la ciudad. Es posible hacer caminando los trayectos entre la misma y los demás monumentos o lugares emblemáticos que visitamos, aunque entre los dos extremos (póngase Gur e-Amir y Shah-i-Zinda) puede ser conveniente subirse a un coche privado que por 3000-5000 UZS (1-2€) te llevará a cualquier lado con sólo levantar el dedo índice.

+ El primer día nos centramos en el Registán, la Mezquita de Bibi Khanum y el bazar que hay junto a ésta. El Registán es quizás el complejo monumental más importante de Samarkanda (y probablemente de Uzbekistán) y le dedicamos bastante tiempo. Sin duda se lo merece porque es el centro exacto de la Ruta de la Seda. Recurrimos a él en no pocas ocasiones porque conviene ver sus cambios de color en función de en qué posición se encuentre el Sol, subir clandestinamente a uno de sus minaretes, o simplemente dejarse llevar…

+ El segundo día, desde muy temprano nos fuimos caminando hasta Gur-e-Amir, el magnífico Mausoleo de Tamerlán, pasando por el de Ruhabad, uno de los más antiguos de la ciudad. Ya desde allí en coche nos dirigimos hasta la mejor guinda posible de Samarkanda, Shah-i-Zinda, una inmensa necrópolis que contiene algunos de los ejemplos más valiosos de arte timúrida que hay en el mundo. Dado que estuvimos danzando desde las siete de la mañana, a la hora de comer nos trasladamos hasta Shakhrisabz, donde nació Tamerlán, para quedarnos unas horas «en el lado sur de las montañas».

A continuación profundizaré sobre los lugares visitados para sumergirnos en la belleza sin igual de los monumentos de Samarkanda. Y empezaremos en el más emblemático de todos, el Registán.

EL REGISTÁN: LA PLAZA DEL MUNDO

Cuando llegamos a Samarkanda procedentes de la caótica y extravagante Tashkent no hicimos más que dejar las mochilas en el hotel y salir caminando hacia el Registán. El lugar más emblemático no sólo del país sino de Asia Central lo vi por primera vez muchos años antes en un documental de la Ruta de la Seda que echaban en la televisión. Fue un amor a primera vista, un amor de esos que decimos platónicos, que idolatramos profundamente y que, en la mayoría de las ocasiones, nos parece un sueño casi inalcanzable. Pero en los viajes no hay nada imposible y ese afán por poner mis pies sobre una de las plazas más impresionantes del mundo, por no decir que la más, se subía a la mochila año tras año hasta que por fín pudimos embarcarnos en esta aventura uzbeka. Su significado y esa ensoñación casi infantil me aceleraron el corazón cuando nos acercamos a la Plaza desde uno de los laterales.

Pero quisimos hacer las cosas bien. No íbamos a entrar por cualquier parte. Lo haríamos por el acceso principal, el que permite tener una visión global del Registán. Quería que tuviéramos esa primera imagen paralizante tal y como lo había soñado tantas veces. Por tanto nos pusimos en nuestro sitio y… allí estaba «La Plaza», ese espacio rodeado de tres enormes madrasas con puertas imponentes, piel de azulejo, minaretes extraordinarios y cúpulas de color azul turquesa. Y la sensación de encontrarnos ante uno de los lugares más extraordinarios que habíamos visto en nuestras vidas…

Registán en persa quiere decir «lugar de arena», teniendo quizás que ver con que fuera levantado sobre un río seco. No se proyectó desde el principio tal como lo vemos ahora sino que se inició con la construcción de la primera madrasa en tiempos de Ulugh Beg (1420). Ésta (la de la izquierda si se mira desde la posición de la imagen anterior) acogió a numerosos alumnos de Astronomía, Ciencias, Filosofía y Teología. La impronta del propio Ulugh Beg, más conocido por su afán de querer comprender el cosmos que por su forma de gobernar, la podemos ver en las estrellas que tiene plasmadas en su fachada.

El portal de ésta y las demás madrasas del mismo tipo se le conoce como Pishtak, constituyéndose como elemento realmente típico de la arquitectura islámica persa. Al igual que los dos alminares a ambos lados, profusamente decorados con elementos pictóricos esquemáticos además de algunas frases perfectamente caligrafiadas. A uno de ellos se puede subir de forma clandestina, es decir, sobornando al guardia de seguridad con aproximadamente 3000 UZS. Nosotros lo hicimos en compañía de un hongkonés, aunque el estado de las escaleras era un tanto precario y tan sólo pudimos asomarnos arriba de uno en uno. Lo recomiendo para el que quiera tomar fotografías panorámicas del Registán y de algunos de los monumentos más importantes de Samarkanda.

Y si no se quiere subir al minarete basta con entrar al patio principal de la madrasa, de una disposición semejante a las que se pueden ver en Uzbekistán. Como si fuese un claustro de un monasterio, las celdas de los estudiantes se abren en dos plantas a un patio realmente luminoso. Aunque hay una particularidad que llama la atención cuando se visitan los monumentos religiosos en tierras uzbekas, que ya no tienen la función para la que fueron construidos. Debido a la falta de libertad religiosa cuando el país era una República Soviética, las habitaciones de los que antes estudiaban el Corán se han vaciado y actualmente se utilizan como tiendas de artesanía y souvenirs. Es un poco extraño, como si hubiesen dejado el caparazón pero se hubiese marchado muy lejos lo que había dentro. Aunque es cuestión de acostumbrarse, porque ya digo que en Uzbekistán el Islam no tiene ni la décima parte del calado que tenía antes de que llegaran los rusos.

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Es asombroso irse percatando de los detalles, de las filigranas que nutren azulejos y celosías, en los colores de una composición privilegiada…

Y seguimos desgranando el Registán. En este caso mirando la madrasa gemela que hay justo al frente de la de Ulugh Beg. Se la conoce como Shir Dor y su fachada parece una copia casi exacta a la anterior, aunque fue levantada dos siglos después (aproximadamente 1630) por el Gobernador Yalangtush. Y donde sorprenden los dos leones del pishtak que se saltan todas las normas islámicas de no dibujar animales y personas en edificios religiosos. A pesar de ser considerada una herejía se mantuvo de forma incomprensible, quien sabe si como un guiño a las creencias que había en estas tierras antes de que llegara la religión musulmana, aunque probablemente tenga que ver con una simbología cuyo significado se ha perdido.

Lo que sí se cumplió a rajatabla es el precepto coránico que prohibe levantar dos lugares exactmente iguales, como si fuese uno un espejo del otro. Y es que, aunque la Madrasa de Ulugh Beg y Shir Dor tienen un cierto parecido, no son, ni mucho menos, exactas. En muchos motivos que aparecen en la fachada así como en la aparición de dos pequeñas cúpulas que añaden aún más simetría al edificio. Además de los leones, por supuesto. Aunque lo que es difícil es que alguien que no conozca su historia se de cuenta de que entre una y otra hay doscientos años de diferencia. Sea como fuere, lo mejor es gozar de una visión extraordinaria de algo inenarrable.

Justo detrás de esta madrasa hay un pequeño zoco cerrado (Chorsu) que nos recuerda que allí también hubo un mercado.

Rebeca y yo estábamos atónitos porque nos sentíamos en un lugar clave para comprender el mundo. ¿Cuántos viajeros durante siglos se detuvieron en el mismo lugar que nosotros? Fueron tantos los que venidos de muy lejos tuvieron su momento de emoción en el Registán (también en el sentido negativo, ya que al parecer se utilizó también para las ejecuciones públicas) que uno se pone a pensar en dar marcha atrás en una fictícia máquina del tiempo para ver lo que allí se vivía.

Me imaginaba el Registán como un escenario en el que día a día iban apareciendo forasteros, mercaderes con sus cargas en camello, diplomáticos tratando de buscarle una comparación posible con sus lugares de origen, niños con la cara sucia jugando entre puestos callejeros, soldados con cimitarras enfundadas en sus ropajes… toda una algarabía en la que se mezclaban lenguas, colores de piel, ojos rasgados y redondos. Veía sacos con especias apoyados en la pared y percibía cierto olor a comida recién hecha. Un lugar en el que sin saberlo se transmitía información a más velocidad de la que nos pudiéramos imaginar. Un cúmulo de saberes en un solo espacio, en la Plaza del Registán, en Samarkanda.

A continuación podéis ver uno de los vídeos que grabé desde el acceso principal del Registán, en un escenario que estaban preparando para los actos del vigésimo aniversario de la Declaración de la Independencia de Uzbekistán:

Pero aún queda por hablar de otra madrasa, la que se tiene de frente nada más acceder al Registán: Madrasa Tillya Kari. Construida muy poco después de la segunda, Shir Dor, es el complemento perfecto para lograr la armonía que se pretendía para la Plaza. Es bastante más alargada que las otras dos y cuenta con una sóla cúpula. Lo que no faltan son los motivos celestes y florales que se repiten de forma constante.

Por dentro, un patio mayor que las otras madrasas, albergaba también tiendas en las propias celdas. Y sus ocupantes nos fueron invitando a entrar a cada una de ellas, identificando rápidamente que éramos españoles y utilizando algunas palabras en castellano para atraer nuestra atención.

Puedo asegurar que en dos días pudimos pasarnos por el Registán lo menos en cinco ocasiones. Los rayos de Sol inciden de distinta forma en las tres madrasas, modificando este escenario de sueños, y por ello es recomendable venir varias veces. Incluso por la noche se convierte en un lugar mágico gracias a su iluminación tenue, suficiente para apreciar los colores y la grandiosidad de la que durante mucho tiempo fue «La Plaza del mundo».

Unos cuantos datos prácticos y consejos: El precio de la entrada a turistas extranjeros es de 11650 UZS (no llega a 4€). Es la propia policía la que «invita» a subir al minarete (no pagar nunca más de 3000 UZS) e incluso ofrece cambiar dinero con la tasa del mercado negro. Nosotros nos hicimos allí mismo con un taco de fajos de como los que en su día ya mostré a través de un vídeo bastante divertido. Y algo gamberro… hay siempre una puerta abierta sin vigilancia entre Shir Dor y Tillya Kari, y es facilísimo colarse. No digo más. Ah, sí, en la carretera que hay detrás del Registán suele haber parados un buen número de «taxis» piratas. Si se quiere negociar alguna ruta para un viaje privado lo mejor es hacerlo ahí para poder discutir el precio con varios de ellos y que compitan entre ellos para bajar la cifra a pagar.

Es conocida la frase de «todos los caminos llevan a Roma». Pero cuando se comprende el significado de la Ruta de la Seda es fácil cambiarla por la de «todos los caminos llevan al Registán de Samarkanda». Porque ciertamente eran miles los senderos imaginarios que se trazaban atravesando este punto en concreto.

Lo mejor de todo es que Samarkanda no es solamente el Registán, pero de eso hablaremos en un nuevo relato que sirva para complementar nuestra experiencia en la ciudad con el nombre más hermoso del mundo.

Una ciudad que no tiene mar, pero es azul…

Sele

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PD: ¿Quieres leer la segunda parte de «Los reflejos azules de Samarkanda»? Continuamos dándole forma a esta ciudad mágica.

PD2: Recuerda que la ruta que hicimos en Uzbekistán, los alojamientos, transportes, consejos y el índice de los relatos/artículos que tengan que ver con este viaje lo puedes consultar en:

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