¿Y si de repente apareciera una manada de leones?
La temporada seca había dejado exhausto al canal de Savuti en Botswana. Los animales que todavía seguían por la zona tenían que conformarse con una cantidad cada vez menor de charcos en los que el agua era más bien lodo. Habíamos pasado el mediodía y hacía calor, mucho calor. Demasiado para seguir de safari en nuestro 4×4, pero se nos había echado el tiempo encima buscando a una pareja de guepardos que sólo nos dejaron huellas frescas en la arena y poco más. Y entonces, cuando mirábamos la hora para regresar a nuestro campamento móvil nos encontramos con un búfalo solitario agazapado en un charco minúsculo en el que apenas quedaba agua. Era el único ser vivo en aquel canal con el que se había cebado la sequía. Nos detuvimos frente a él mientras que uno de nosotros preguntó en alto “¿Y si de repente apareciera una manada de leones?”.
Sin saberlo estaba naciendo una de las escenas de naturaleza más auténticas, impactantes y crueles que viviríamos nunca en África. Porque el búfalo no estaba solo. Un grupo de leones hambrientos le estaban aguardando tras los arbustos. Aquello era una trampa de la que jamás podría escapar. Y de la que nosotros seríamos testigos de excepción.
Leones cazan búfalo en Botswana
Una leona caminó lentamente sin quitarle la vista a su presa. Parecía que sólo estaba ella, y el bóvido ante un huir o morir matando se decidió por esta última opción. Es sabido que cuando un búfalo está solo es que probablemente haya sido expulsado de la manada, algo corriente en los miembros de mayor edad que pueden hacer más vulnerables a sus grupos. Y por ello cuando son apartados se vuelven más peligrosos, puesto que para ellos las amenazas se multiplican. Su reacción fue la de invocar la suerte y golpear a la leona lo más fuerte posible. Si la dejaba malherida podría escapar de aquel canal conocido en Botswana por ser un imán para los grandes depredadores.
Tras una embestida con más intención que éxito el búfalo se percató de que allí había más de una leona y de que acababa de cometer un error que probablemente le costaría la vida. A ésta le acompañaban los demás miembros de la manada, con varios leones jóvenes esperando poner en marcha las enseñanzas sobre caza que les había impartido su madre. En nuestro vehículo nadie daba crédito a lo que estaba sucediendo y nos adelantamos hasta buscar una posición privilegiada para ser testigos fotográficos y videográficos de la considerada “una aguja en un pajar” en todo safari. Presenciar una escena de caza sucede en tan pocas ocasiones que hay quien lleva muchos años haciendo este tipo de viajes y se ha venido de vacío.
Un total de nueve leones acorralaron al búfalo, cuya mirada expresaba tanto terror que era como si fuera consciente de que no existía otro final que morir devorado. Y que lo que le quedaba por vivir era muy duro. Pero no lo pondría fácil y los leones sabían que una cornada podía dejarlos malheridos, así que siguieron la estrategia del desgaste. Mientras uno daba un salto para subírsele a la espalda y así morder buscando dañar la columna los demás le atacaban por detrás incidiendo en sus partes sensibles. El búfalo no dejaba de dar vueltas y de intentar defender su posición cada vez más complicada. Nuestro guía de Mopane, el gran Willie, no quitaba ojo a lo que estaba sucediendo. Mientras los demás fotografiábamos y filmábamos el momento.
Recuerdo el sonido de las hiperventilación y las lágrimas de mis compañeras de todoterreno tanto como los gritos del búfalo cuando recibía un mordisco en su piel de acero. Mi amigo Isaac no paraba de grabar un solo segundo. Y yo no dejaba de disparar con la cámara aunque la carga de las baterías bajaba por momentos. Teníamos la escena que a escasos tres metros de nuestro coche y allí no había nadie más que nosotros. Aquello era como formar parte de un documental en vivo y en directo.
No resultaba fácil tirar al búfalo puesto que éste se resistía estoicamente. Si existía una sola oportunidad para él ésta era mantenerse en pie ante una verdadera máquina de matar basada en la fuerza, la voracidad y una proporción de nueve contra uno. Además de los cuernos y la potencia de sus embistes, el mejor arma del búfalo era la resistencia. Sólo a base de mordiscos no podrían con él. El cuerpo de un búfalo tiene un grado de dureza extraordinaria y no bastarían colmillos y garras para quitarle la vida.
La insistencia del león subido a su lomo para debilitarle, así como de sus compañeros incidiendo en sus partes traseras forzaron lo que parecía inevitable. El búfalo cayó al suelo y aquella manada se abalanzó sobre él como si no hubiera otro objetivo en este mundo. Nunca podré quitarme de la mente aquellos ojos opacos en los que se reflejaba el miedo. Ni los sollozos haciendo eco en las paredes del canal seco de Savuti convertido aquel mediodía en una auténtica trampa mortífera.
Willie gritaba “No chance! There is no chance!” refiriéndose en inglés a que al búfalo le quedaban cero posibilidades de sobrevivir, que nunca superaría esa posición de esfinge que trataba de incorporarse con más insistencia que resultados. Las fieras buscaron atravesar su pelaje con unos colmillos que, aunque parecían cuchillos, no lograban su propósito. La carne de acero del búfalo requería de paciencia, de una agonía que se amplificaba en gritos de impotencia. No había en el suelo una sola gota de sangre, algo que parecía milagroso. Lo tenían, pero no podían con él. Todavía…
Entre todos hicieron fuerza para tumbarlo de costado. Y lo consiguieron. Era la posición a la que querían llegar. Unos le atacarían en sus partes blandas mientras que otros seguirían horadándole el lomo en busca de incapacitar cualquier amago de levantarse. En la cabeza de quienes estábamos presenciando aquella escena de caza sólo pasaba una cosa. Que el búfalo no tardara demasiado en morir, que su sufrimiento se detuviese. Aunque ser devorado vivo podía alargarse hasta lo inimaginable.
De repente, mientras los leones se repartían su piel herida y los alaridos continuaban a la máxima potencia, surgió un elemento que se ocuparía de finiquitar el asunto. Uno de ellos se dirigió hacia el hocico del búfalo y lo apretó con toda la fuerza posible. Boca contra boca con un solo objetivo, asfixiar a su presa y rematar un trabajo que se estaba prolongando demasiado.
El león sostuvo el hocico con tanta energía que le impedía respirar al animal. No le soltó un solo segundo, mientras sus compañeros de manada empezaban a buscar dónde empezar a irle abriendo. El búfalo respondió con una coz que le hizo retroceder a uno de ellos varios metros. Le propinó tal golpe que le hizo una herida que dejaba ver el músculo en una de sus patas. Los minutos, que parecían durar horas, tenían como banda sonora los gritos de sufrimiento de la presa capturada, los rugidos atemorizadores de los leones y los sollozos que se sucedían en nuestro coche.
Doce minutos. Ese es el tiempo en que tardó aquel búfalo en morir asfixiado desde que saliera inocentemente del último charco de su vida. Pero el león que le había impedido respirar no se movió un solo centímetro pasado un rato de su último estertor. Los demás se retiraron a beber agua y a tumbarse exhaustos a la fresca del pequeño lodazal. Algunos machos jóvenes incluso se pusieron a jugar, demostrando el júbilo de haber matado una presa suficientemente grande para alimentarse toda la manada durante varias días. Esa misma mañana habían visto a su padre haberse comido a un impala y no dejarle a los demás ni los huesos. Tardarían en lanzar el aviso al macho dominante, conscientes de que les quedaba trabajo por delante. Y es que todavía debían abrir al animal, cosa que no parecía ser fácil.
Una vez muerto el búfalo el grupo que estaba en el 4×4 se calmó y empezó a asimilar lo que acababa de ver. Los corazones habían latido demasiado fuerte y a algunos todavía nos temblaban las piernas de los nervios. Particularmente sabía si reír o llorar, por lo que seguí tirando fotografías. Isaac tampoco dejó de grabar un solo instante.
Los leones se repartieron el trabajo. De uno en uno o máximo de dos en dos se fueron ocupando de levantar la piel para dar cuanto antes con el aparato digestivo. Les llevaría tiempo romper los músculos y dar definitivamente con el peritoneo que envolvía los órganos del animal. Se iban turnando cada varios minutos para poder ir a beber agua y tumbarse a la sombra. El calor a esas horas se hacía insoportable.
Óscar y Reyes, los médicos que venían en nuestro coche, nos fueron informando de todos los pasos que iban dando los leones. Los colmillos se convirtieron en afilados bisturís de una disección sumamente meditada. Nos avisaron con precisión de lo que estaba sucediendo y sucedería, como si aquel coche se hubiera convertido en una clase de anatomía de cualquier Facultad de Veterinaria y nosotros fuésemos sus alumnos.
El búfalo fue siendo vaciado de órganos y vísceras. Al rato una hedionda montaña de estiércol quedó al frente de todos nosotros. Las imágenes se volvieron entonces aún más desagradables y el clic de la cámara de fotos fue sonando cada vez menos. Allí quedaría una labor que llevaría aún muchas horas. Probablemente aparecieran las hienas como ya lo estaban haciendo los chacales que esperaban pacientemente su turno a varios metros de la escena. Los buitres empezaron a planear por encima de nosotros. Está claro que no hay nada más atractivo en la sabana que el olor a carne fresca…
Nos marchamos buscando el campamento y nos emplazamos para regresar unas horas más tarde a ver qué es lo que nos encontrábamos. Ya cerca del alba otros coches de safari descubrieron el lugar y se quedaron a fotografiar cómo comían varios leones mientras las hembras llamaban al gran macho entre aullidos. Al líder de la manada, después de dormitar durante casi toda la jornada, sólo le quedaría llegar “a mesa puesta” y llevarse las mejores partes de una presa que había caído ante nueve de los suyos.
A la mañana siguiente los leones no se habían movido del sitio. El gran macho había hecho acto de presencia durante la noche y al búfalo le faltaban los ojos y la piel de la cara. Era apenas un fantasma que menos de veinticuatro horas antes habíamos visto con vida. Pero su sino, una vez apartado de la manada, no había sido otro que morir para que otros siguieran viviendo. Aquella había sido una lección magistral del verdadero significado del ciclo de la vida en la naturaleza.
Y entonces me vino a la mente la pregunta que salía de nuestro 4×4 el día anterior. “¿Y si de repente apareciera una manada de leones?” No cabe duda de que habíamos obtenido la respuesta…
Si aún no has visto el vídeo completo de los leones cazando un búfalo en Botswana no te lo pierdas. Haz clic en la imagen para verlo de manera íntegra.
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
3 Respuestas a “¿Y si de repente apareciera una manada de leones?”
No sé si emociona o me asusta… las imágenes hablan por si solas, no queda duda, pero vivir algo tan de cerca debe poner a prueba el nivel de aguante emocional de más de uno… Un saludo y a seguir con estas pedazo de aventuras!
Que fuerte… estas cosas si te agradezco sin envidiar Sele… me imagino la adrenalina…!
[…] en aquel terraplén del canal de Savuti donde se desarrolló toda la acción. A su vez realizamos un extensísimo reportaje fotográfico de la caza de los leones al pobre búfalo, que ya ha visto la luz en nuestros respectivos blogs. Imágenes, en movimiento o fijas, que […]