En torno a un 5% del territorio armenio actual se encuentra sumergido en las aguas del lago Sevan, un auténtico mar de interior a 60 kilómetros al norte de la capital, Yerevan. Un paraíso lacustre al que los locales acuden a escapar de asfixiante calor estival y que por poco no se esfumó en la época soviética como sí sucedería con el denostado Mar de Aral en Asia Central. La idea de Stalin era secarlo, pero con su muerte los planes fueron, por fortuna, paralizados. De lo contrario se hubiese convertido en desierto este tesoro azulado que forma parte de la historia de un pequeño gran país llamado Armenia, la primera nación en oficializar el cristianismo y que cuenta con los templos más antiguos de la nueva religión en el continente europeo. Bordear su orilla fue uno de nuestros objetivos durante nuestro viaje a Armenia para encontrarnos con espléndidos monasterios reflejados en sus aguas así como con la mayor concentración existente de khachkars o cruces de piedra armenias labradas dentro de elaboradísimas estelas.
El lago Sevan consiste en un paréntesis a todo color en el corazón de Armenia. Un rincón privilegiado y a salvo donde el viento sopla frescura en un mapa azul desteñido por los verdes y amarillos de los líquenes que se aferran a los muros y las cruces levantadas hace ya demasiado tiempo. Leer artículo completo ➜