Ruta en el desconocido sur de Arabia Saudí – (Guía de viaje)
Existe otra Arabia Saudí capaz de quebrantar todos los esquemas preconcebidos y deshacerse de los tópicos encargados de ensalzar únicamente inagotables paisajes desérticos rasgados por profundos wadis y extensos ríos de palmeras. Porque quien piense que Arabia es sólo desierto, se equivoca. Y, si no, basta echar la mirada al sur, entre las provincias de Najrán, Abha y Jizan, sobre todo las dos últimas, para encontrarnos con una faceta no tan conocida del país como son las elevadas montañas de Asir abrazadas por la vegetación y densas nieblas matutinas, las terrazas donde se cultiva café desde hace siglos o la presencia de otros grupos tribales como los qahtani u hombres de flores, sujetos a una tradición ancestral que va más allá de coronar sus cabezas con floridos y aromáticos tocados. Nace así una Arabia distópica y verde donde los babuinos se ponen a los pies carreteras de curvas retorcidas y cuestas imposibles, con edificios centenarios de barro o de piedra de varias plantas similares a los que se pueden hallar en Yemen. O un archipiélago como las Islas Farasan, bañadas por las aguas del Mar Rojo con densos manglares y aguas color turquesa donde el turismo aún no ha puesto sus pies ni se le espera a largo plazo.
Tras viajar por segunda vez en menos de un año al corazón del mundo árabe, pudimos llevar a cabo una ruta por el sur de Arabia Saudí y sorprendernos día a día con sus accidentados relieves, un enjambre costumbres atávicas, un valioso patrimonio histórico y un reguero de islas paradisíacas las cuales no han hallado aún su espacio en la pasarela de la popularidad y las redes sociales. Viajar al sur significó tocar con la yema de los dedos esa aura virginal de lo aún indómito y ser testigos de la pureza y autenticidad de lo que uno jamás se esperaría del Reino Saudita.
ÉRASE UNA VEZ EL SUR DE ARABIA SAUDÍ
Hagamos el ejercicio de dedicar unos pocos segundos a imaginar cómo es Arabia Saudí como destino turístico. No me equivoco si aparecen de manera inmediata secuencias de desiertos y ruinas arqueológicas de la Antigüedad, además, por su puesto, de los lugares religiosos a los cuales acuden a peregrinar millones de musulmanes de todo el mundo como son La Meca y Medina. Cierto es que las puertas de este país llevan muy poco tiempo abiertas para recibir los primeros visitantes de carácter no religioso deseosos por descubrir las muchas maravillas de un país repleto de posibilidades. Y ahí está precisamente el atractivo en estos momentos, el ser capaces de descubrir lo que aún no se ha masificado ni manchado. E incluso ir más allá de las rutas que empiezan o empezarán a ser habituales para visitar rincones todavía inéditos.
En estos primeros años de aperturismo turístico, los destinos más transitados del país serían Jeddah, metrópoli a orillas del Mar Rojo donde se fusiona la modernidad y tradición árabe, destinada a convertirse en una nueva Dubai dentro de apenas unos años, respetando un casco viejo fascinante. O la propia Al Ula, catapultada por una mezcla imbatible de paisaje y patrimonio histórico preislámico que justifican por sí solos un viaje a Arabia Saudí. También Riad, capital donde las siluetas de los rascacielos no quedan tan lejos de las ruinas de Diriyah, la cuna de la nación saudita.
Pero, entonces, llega de manera súbita el sur, donde aún casi nadie se digna a ir, destinado en soledad a despedazar los esquemas preconcebidos de un país el cual apenas ha empezado a deslizar el velo encargado de impedir que nadie le mirase a los ojos. Y ahí es donde entra la pasión de llegar a rincones nuevos aún indomables para no quedarse sólo en la superficie. Razón por la que en el segundo viaje de autor con destino Arabia Saudí, incluimos, además de los clásicos, un recorrido por las áreas más meridionales del país. Un sur/suroeste que no se parecía a esa Arabia que habíamos conocido unos meses antes y que transitaríamos tras clavar en el mapa determinados sitios que, esta vez, no podíamos perdernos bajo ningún concepto.
¿QUÉ VER EN EL SUR DE ARABIA SAUDÍ? LUGARES Y MOMENTOS ESENCIALES DE LA ARABIA MÁS INDÓMITA
Utilizamos Jeddah como puerta de entrada al país, gracias a los vuelos directos casi diarios con España (y con el visado ya concedido). Y, tras aclimatarnos veinticuatro horas en la ciudad saudí sin olvidarnos de dejarnos perder por los callejones del encantador barrio de Al Balad, tomamos un vuelo a la ciudad de Najrán de cara a iniciar nuestra andadura por el sur de Arabia Saudí.
Un recorrido que nos llevaría a disfrutar de algunos destinos/momentso fabulosos como los que indico a continuación:
Najrán, casas de barro, petroglifos y ruinas arqueológicas
A escasos kilómetros de la línea fronteriza de Yemen y con el desierto de Rub’ al-Khali en su costado oriental, Najrán se define como una ciudad de una gran riqueza histórica y cultural. Desde la miles de años atrás ha desempeñado un papel esencial en el desarrollo económico del territorio, pues su posición estratégica la sitúa como uno de los nudos de comunicaciones fundamentales de la milenaria ruta del incienso. La antigua Al-Ukhdood, hoy día un recinto arqueológico de gran extensión donde apenas ha salido a la luz un 10% de sus restos históricos, fue depositaria de la influencia de distintas civilizaciones y pueblos los cuales dejaron aquí su impronta.
Una de las visitas esenciales de Najrán está en el conjunto arqueológico Al-Ukhdood, el cual conserva los muros de piedra que flanqueaban el paso de las caravanas de incienso y otros productos de alto valor venidos de tierras extrañas como Socotra, el cuerno de África o incluso la India. En algunos se pueden atisbar serpientes en relieve y otros símbolos como manos grabadas e inscripciones de las distintas lenguas que aquí se utilizaban miles de años atrás.
A algo menos de una hora al norte de la ciudad pudimos acercarnos a un área extensa que fusiona rocas de arenisca con la lava solidificada de antiquísimos volcanes. Pero cuyo interés va más allá del aspecto meramente geológico. La conocida como Bir Hima se fundamenta como un importante sitio arqueológico que alberga una inabarcable y fascinante recopilación de petroglifos. O, lo que es lo mismo, grabados rupestres realizados con la técnica del piqueteado realizados durante la época preislámica. Estos dibujos se encuentran dispersos por las grandes rocas del área, revelando una rica herencia cultural que ofrece una ventana a la vida cotidiana de las antiguas civilizaciones que habitaron o transitaron la región, representando animales (camellos, oryx, cabras, etc.), figuras humanas, escenas de caza, pastoreo o ceremonias religiosas, proporcionando así valiosa información sobre la cultura, creencias y prácticas de estos pueblos.
Los petroglifos de Bir Hima, en los cuales aparecen inscripciones en distintas lenguas semíticas como el arameo o el nabateo, entre otras muchas, representan testimonios silenciosos de la conexión profunda que las antiguas poblaciones mantenían con su entorno natural. Dichos grabados no sirven únicamente como meras expresiones artísticas, sino también como registros históricos que ayudan a los arqueólogos y estudiosos a reconstruir la historia de la región. Hay más de cien yacimientos y más de seis mil ilustraciones localizadas, si bien la visita para neófitos no es fácil y se requiere de guía que te lleve a algunos de los petroglifos más característicos.
Ya en la ciudad, además de las mencionadas ruinas históricas de Al-Ukhdood (las cuales tienen adherido un museo), merece la pena salir a buscar esas construcciones de adobe estilo yemenita que todavía sobreviven. Arabia Saudí durante muchos años no prestó cuidado con el patrimonio y muchos de estos edificios de barro que parecen fortalezas desaparecieron dejando paso a edificaciones más modernas. Pero, por fortuna, aún sobreviven muchas de estas viviendas que eran habitadas por varias familias a la vez y que disponían de una torre elevada y espacio para los animales. Las hay por todas partes, unas en mejor estado que otras. Y, sin haber una ruta concreta de estas casas de barro, lo mejor es improvisar y adentrarse en estos refugios de la Najrán medieval que nos recuerda, además, que Yemen se encuentra a menos de una decena de kilómetros.
También quedan varios palacios, siendo el de Al-Aan uno de los más fotogénicos e interesantes de cara a una visita, pues muestra una edificación noble completamente levantada en barro, en la cual se ha utilizado el característico sistema de bloques tradicional de Najrán. Este método implica la construcción de las paredes en etapas sucesivas sobre una base de piedra, mientras que los techos están elaborados con madera, troncos y hojas de palma. El Palacio Al-Aan representa un ejemplo destacado de arquitectura típica de la zona, compuesto por cuatro pisos, cada uno destinado a una familia en particular. El conjunto está rodeado por una muralla equipada con varias torres circulares y rectangulares, diseñadas para salvaguardar tanto el palacio como sus áreas circundantes. Con elementos en su interior de carácter etnográfico que ayuda a entender las particularidades del hogar de un poderoso clan del siglo XVII en Najrán. Menos antiguo es el de Amarah, pues está datado en 1944, pero mantiene la esencia arquitectónica presente en la zona y es tremendamente fotogénico.
NOTA: Si volviera a Najrán iría al Janabi Market, un bazar muy popular para quienes estén interesados en ver y adquirir jambiya, la típica daga árabe decorada con inscripciones y que se guarda en un cinturón de cuero, el cual los locales en esta parte del país (y en Yemen) utilizan en bodas y eventos nacionales, considerándola una parte integral de sus tradiciones. Además, alberga una gran cantidad de tiendas que ofrecen productos fabricados en piel, objetos de plata, oro así como otros productos tradicionales.
Rijal Almaa, el pueblo en las Montañas de Asir más bonito de Arabia Saudí
El suroeste de Arabia Saudí se caracteriza por ser del todo montañoso y contar con un clima radicalmente distinto al del resto del país. Nos dimos cuenta enseguida nada más llegar a Abha, ciudad de doscientos mil habitantes situada entre macizos de más de dos mil metros de altitud, aunque Al Soudah se lleva la palma, pues supera por poco los tres mil metros sobre el nivel del mar. Abha se comprende como la puerta urbana al Parque Nacional de Asir, en el cual se antoja poder experimentar de muchas maneras de los sorprendentes paisajes de tan accidentada geografía. Y de unas curvas de infarto, aunque tampoco faltan miradores, para descubrir esa Arabia que rompe con todos los tópicos, pues se puede disfrutar de la silueta ondulada de las montañas, profundísimos y exuberantes wadis y un océano de nieblas contoneándose elegantemente por allí. Asir, por tanto, se mide como un jardín florido donde todas las rutas de trekking posibles están aún por hacer. Posee zonas tan salvajes que incluso de manera ocasional se deja ver el esquivo leopardo árabe, más pequeño que su hermano africano. Quienes jamás faltan a la cita son los babuinos, asiduos del continente africano pero presentes también en los montes de esta parte de Arabia y a los que conviene mirar en la distancia, pues tienen bastante mala uva y su fama como ladrones de guante blanco con las pertenencias de los demás no es exagerada, ni mucho menos.
Pero el objetivo número uno de quienes se dejan caer por Abha no es otro que viajar hasta el que se cree puede ser el pueblo más bonito de todo Arabia Saudí. Se trata de Rijal Almaa, a medio centenar kilómetros de esta ciudad, aunque se necesitan aproximadamente un par horas para llevar a cabo en coche un camino de vertiginosas curvas en las cuales entran ganas de parar todo el tiempo para disfrutar de los formidables escenarios de las montañas de Asir.
Este rincón pintoresco, enclavado en las montañas, no sólo captura la esencia de la belleza natural, sino que también resplandece con la riqueza de su patrimonio cultural. Rijal Almaa se explica bajo el manto de una arquitectura tradicional única, integrada por completo con el entorno montañoso que la circunda. Las casas piedra oscura, con sus intricados detalles y diseños geométricos en blanco, parecen ser parte orgánica del paisaje. La tradición, por tanto, se entrelaza con la naturaleza en un ejemplo de patrimonio portentoso que ahora mismo se postula para entrar en la prestigiosa lista del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en uno de sus próximos comités donde se estudian nuevas candidaturas.
Rijal Almaa o, más bien su casco histórico, vio partir a su último habitante hace poco más de una década. Razón por la cual se aprovechó a restaurar todo el conjunto urbano, establecer un interesante museo y constituir uno de los imanes con mayor magnetismo de cara a considerar a la provincia de Abha como un motivo más para viajar a Arabia Saudí. Lo mejor de la visita está en callejear por sus calles empedradas, acceder al museo, entrar a las antiguas viviendas y disfrutar de las pinturas donde la geometría y el color muestra una tradición pasada de madres a hijas, pues fueron siempre las mujeres quienes se volcaron en esta faceta de la rica artesanía local. Hay algunos cafés e incluso una tienda de souvenirs donde venden un helado de mango magnífico que no conviene dejar de probar.
Granja de abejas en Rijal Almaa
A tan sólo cinco minutos en coche al sur del conjunto histórico de Rijal Almaa, hay un rincón completamente inesperado donde poder conocer más sobre las abejas y la miel que se produce en esta zona de Arabia Saudí. Parece un lugar sacado del corazón de Europa, con molino de viento y noria, ideal para pasar un rato catando diversos tipos de mieles. Es lo menos saudita que uno puede encontrar en la península arábiga, pero sí da para darse una vuelta y disfrutar de un escenario florido y diferente. Eso sí, en el sitio para tener café no suelen tener café, por lo que no se recomiendan extremar las expectativas y tomárselo como un nuevo regate a los tópicos del Reino de Arabia Saudí.
Wadi Lajab y los hombres flor
Es sabido que muchos de los hombres de Arabia Saudí visten con asiduidad una túnica larga y ancha de algodón la cual llega hasta los tobillos llamada «thawb». Complementando esta vestimenta, llevan una «ghutra», el característico pañuelo cuadrado de algodón colocado en la cabeza y asegurado con cordones de diversos estilos. Dicho atuendo no sirve tan sólo como una expresión de su herencia cultural, sino que también proporciona protección contra el clima característico del país. Pero el sur de Arabia es atípico hasta para eso, pues el grupo tribal de los Qahtani, con presencia en las montañas de Asir, se salta por completo dicha moda para dejar paso a su traje tradicional de dos piezas, con camisa por encima, debajo la futa o falda típica que también se estila en Yemen, y siempre la yambija o daga a la vista en un grueso cinturón de cuero. Aunque lo que les añade un rasco característico es sin duda el tocado con el que coronan sus cabezas, elaborado con flores frescas y hierbas aromáticas, las cuales se encargan de preparar casi cada día, contribuyendo de ese modo a su identidad única dentro del amplio mosaico cultural de Arabia Saudita.
Sus flores forman parte de una tradición de más de dos milenios. Estas coloridas guirnaldas están confeccionadas con hierbas y flores, entre las que se incluyen caléndulas, jazmines y albahacas, así como otras muchas en función de la época del año. Si bien no hay demasiada documentación al respecto, existen diversas razones por las cuales los varones utilizan estos curiosos ornamentos. Algunos los utilizan por el mero hecho de lucirse y oler de la mejor manera posible, mientras que otros los emplean con supuestos propósitos medicinales, como para aliviar dolores de cabeza y algunas dolencias para las cuales estas flores serían un bálsamo. Aunque, lo que parece más claro, es que, hoy día, este grupo étnico que siempre habitó en aldeas remotas y aisladas de las montañas de Asir, así como en el norte de Yemen (la guerra les ha separado de sus hermanos yemenintas), utilizan sus tocados herbáceos por el orgullo de pertenencia y el arraigo a sus costumbres ancestrales.
Al Habala y otros pueblos próximos dentro de la región montañosa de Asir serían algunos de los lugares donde poder encontrarse fácilmente con estas personas. Pero a lo largo de un viaje a las provincias de Abha y Jizan, no resulta tan extraño toparse con los hombres flor. Y, aunque su fama es la de rudos y ajustar cuentas bajo sus propias leyes, suelen mostrar gran simpatía con los foráneos. Quizás porque se encuentran con muy pocos, ya que el sur sigue siendo el mapa en blanco de los viajeros y viajeras que visitan Arabia Saudí. Aún así, siempre merece la pena acercarse, saludarles y, en no pocas ocasiones, se mostrarán sonrientes y posarán para la foto sin pedir nada a cambio.
En nuestro caso tuvimos la suerte de verlos en múltiples ocasiones. Con ellos tuvimos precisamente un inolvidable encuentro en Wadi Lajab, un profundo cañón al cual accedimos en 4×4. Allí se mostraron sumamente afables con nosotros. No tanto con los babuinos que se acercaban en manada a robarles comida y a quienes «disuadían» por medio de escopetas de perdigones. Llegamos incluso a escucharles cantar o bailar en una jornada que habían aprovechado para acudir a refrescarse y comer juntos en las sombras de esta garganta de piedra.
Resulta muy interesante adentrarse en la cultura de los «hombres flor», personajes aguerridos que se abrazan a su tradición y que hasta los años noventa muy pocos foráneos habían podido fotografiar. Y los únicos a los que se le está permitido, por razones culturales, consumir las hojas de khat, las cuales contienen alcaloides que proporcionan efectos estimulantes, y que en Arabia está considerada una droga por su alto nivel de adicción y sus daños a largo plazo. Para el resto de la población saudí, o visitantes, se trataría un elemento prohibido cuyo consumo o tenencia implica un duro castigo de cárcel. Pero hasta eso ha llegado a mantener este curioso grupo tribal que presume de su linaje y que está sufriendo, como pocos, las consecuencias de la contienda del Yemen, pues han visto cerradas por completo la frontera con sus hermanos, también de flor.
Un café árabe de altura y con vistas al Yemen
En una aldea remota a escasos kilómetros del Yemen llamada Al Aeen pudimos realizar una visita a una granja donde cultivaban el apreciado café árabe. Para alcanzar este lugar (Torfa Farms for Khawlani Coffee) los vehículos todoterreno se tuvieron que aplicar de lo lindo, puesto que las pendientes de estos tramos no asfaltados tenían su complicación. Algunos, de hecho, sudaron gasoil, mientras que quienes ocupábamos los asientos de los coches, jaleábamos sin descanso a los conductores para proporcionarles aliento ante su pericia en cuanto a maniobraje y esfuerzo.
Pero todo esfuerzo mereció la pena. Porque nos llevaron con ellos a una Arabia distinta con paisajes vertiginosos de ondulados cultivos en terrazas, fuertes de piedra olvidados por el tiempo y la línea invisible con ese país, hasta hace no tanto hermano, como es la República de Yemen. Al Aeen y otras aldeas están habitadas igualmente por los hombres de flores, algunos de los cuales nos mostraron sus plantaciones de café. Cómo no, probando distintas versiones del oro líquido y alentándonos a comer con las manos de unos cuencos comunes una pasta hecha a través de ghee, una mantequilla clarificada a la que se ha dejado sólo la grasa, mezclada con dátiles machacados y miel. Un reconstituyente con el que resucitar al más hambriento del lugar.
Las vistas desde el cafetal nos parecieron maravillosas. De hecho, si lo hubiéramos sabido, nos hubiésemos quedado a dormir en aquella granja. Pero teníamos que partir a Jizan y la noche se nos iba a empezar a echar encima, por lo que nos despedimos de los trabajadores de la finca y volvimos a los vehículos a bajar, cual toboganes, la carretera de las cuestas imposibles.
Atardecer en Jizan
Jizan se trata de una ciudad portuaria de casi doscientos mil habitantes, aunque en crecimiento poblacional constante, en el extremo suroeste de Arabia Saudí. Asomada al Mar Rojo, al igual que otras muchas urbes sauditas, no cuenta con un casco viejo reconocible. Para explicar su fisionomía basta observar en un mapa largas avenidas, centros comerciales, modernas mezquitas y agradables paseos junto al litoral que los locales sólo transitan cuando está a punto de caer la noche y los rigores del clima son un tanto más benévolos. Nuestro interés pasaba por ser el lugar desde donde poder tomar un barco a las islas Farasan y poseer cierta infraestructura hotelera así como de restaurantes para recuperarnos de los días previos donde las opciones no eran múltiples precisamente.
Pasamos un viernes en Jizan. O, lo que es lo mismo, vivimos cómo en el día sagrado de los musulmanes aquello se había convertido en una ciudad fantasma. ¡Ni un alma en las calles! Al menos, hasta la llegada de la tarde, cuando todo se puso, de repente, hasta la bandera de familias que abandonaban el rezo y el hogar para despedirse del sol en La Corniche o paseo marítimo.
Antes habíamos podido pasear por el fuerte de Al Dosariyah, un fuerte otomano de comienzos del siglo XX levantado en una colina sobre otra construcción anterior mucho más antigua, desde donde podíamos contemplar a lo largo y ancho la ciudad de Jizan, así como los barcos de pesca o de carga transitaban por las aguas calmadas del Mar Rojo. Sin poder acceder a su interior, pues se está restaurando, coincidimos con algunas familias que paseaban en el momento en que el calor comenzaba a dar un respiro.
Lo mejor del día nos esperaba en la conocida como Heritage Village o Villa cultural de Jizan, un espacio con algunas construcciones típicas de las montañas de Jizan así como de las Islas Farasan donde coincidimos con espectáculos de canto y bailes típicos. Así como con un grupo numeroso de hombres flor con sus típicos tocados aromáticos y las dagas bien sujetas en los cinturones de cuero donde también aprovechaban a incluir sus teléfonos móviles. Y es que ser fieles a su cultura no quita para que no les apasione la tecnología y se comuniquen de una manera similar a nosotros, aunque todavía son más de recitar el Corán que de hacer bailes en Tik Tok. Tiempo al tiempo…
Jizan sirvió para recargarnos de energía y prepararnos para madrugar al día siguiente, pues faltaba nuestra última etapa del sur de Arabia Saudí, las islas Farasan. La razón por la que, en esta ocasión, habíamos diseñado una ruta diferente por un país que nos estaba tratando de maravilla.
Viaje a las desconocidas y fascinantes islas Farasan en el Mar Rojo
Érase un archipiélago de aguas turquesas, densos manglares y restos históricos con más de tres mil años de antigüedad que carece de toda popularidad y a las cuales no llegan visitantes extranjeros salvo contadas excepciones. Las islas Farasan, en el Mar Rojo y comunicadas apenas a hora y media de ferry desde Jizan, representan la cara menos conocida de Arabia Saudí. Como un contrapunto en su geografía, deslumbran en su propio varamiento a través de una planicie de arena, rocas y coral fosilizado donde lo mismo corren velozmente las gacelas arábigas que se dejan ver botes de pesca encargados de pintan de color una refugio costero de alto valor medioambiental.
Hoy día las Farasan continúan siendo un mito viviente sostenidas precisamente por el desconocimiento general. Alegatos de la erosión y las historias de civilizaciones antiguas o audaces mercaderes de perlas quienes hallaron aquí la gallina de los huevos de oro. Hoy, su ubicación estratégica en ese embudo marítimo y comercial que supone el costado sureste del Mar Rojo, fundamentan su protección, más allá de la pura ecología. Algunos de los islotes del archipiélago son yemenitas, por lo que quizás en estos tiempos de incertidumbre en esta parte del Medio Oriente se encuentre la la razón por la que aún apenas se hayan osado todavía en invertir y contar con la presencia de cierta infraestructura turística en el área. Lo que no quita que la tranquilidad en las islas sea máxima y los visitantes se encuentren seguros, aunque ministerios de exteriores de más de medio mundo desaconsejen los viajes a la zona.
¿Qué se puede hacer en las islas Farasan? Nosotros pasamos dos días completos en las islas donde nos dio tiempo a:
- Llevar a cabo una excusión en dos barcas pequeñas que nos permitió acceder a una entrada de mar en el extremo nororiental de la isla grande (Farasan) con un tupido bosque de manglares. Una cortapisa de color verde al monótono árido de las islas donde además viene a refugiarse centenares de pelícanos rosados (Pelecanus rufescens). Es posible entrar a esta zona navegando sólo cuando la marea es alta, por la que el horario de salida depende precisamente del ciclo de mareas. En nuestro caso, el amanecer se convirtió en nuestro aliado, por lo que pudimos disfrutar de la experiencia de adentrarnos en esta especie de laberinto verde que se sumerge en las aguas poco profundas. La mirada se entrelazaba en las raíces intrincadas de los manglares bajo un ambiente mágico y relajado. Dentro de aquel dosel vegetal, con la suave filtrándose por las hojas y el sobrevuelo constante de la aves, tuvimos la ocasión de experimentar uno de los momentos más bonitos del viaje a Arabia Saudí, el cual justificaba por sí solo nuestra travesía por el sur.
- Un safari en la isla grande para rastrear la presencia de las gacelas arábigas. Animales huidizos y saltarines que dotan a las Farasan de una faceta inesperada. En los 4×4 pudimos observar y fotografiar a estos pequeños antílopes, aunque también hubo tiempo para hacer un rastreo a pie por el suelo agrietado y blando de la reserva. Un lugar donde ya se ha intentado en varias ocasiones repoblar con oryx blanco pero cuyo programa no ha funcionado. Sí, por fortuna, en las gacelas, que vuelven a correr por las islas como hicieron siglos atrás. Ojo, porque en el área por donde merodean estos animales hay ruinas arqueológicas cuya antigüedad se estima en aproximadamente 3000 años.
- La mayor parte de las islas de este archipiélago están deshabitadas. Por lo que pedimos nos llevaran a la isla desierta más al sur de las Farasan, Dumsuk, un curioso islote en forma de corazón. Precisamente en la grieta que hacía que este lugar tuviera la forma del órgano vital, estuvimos dándonos un buen baño. Las aguas eran cristalinas, pudiendo permitirnos ver, incluso paseando por la orilla, varias mantarrayas en el agua con curiosas motas azuladas.
- En las islas Farasan se establecieron comerciantes que se hicieron muy ricos comerciando con las perlas que se hallaban en esta zona del Mar Rojo. Uno de los más conocidos fue el padre de Ahmed Minwer Al-Rifai, quien mandó construir casas tanto para él como para sus familiares. Viviendas que destacan por la belleza de sus diseños y el esplendor de sus intrincados ornamentos. Con paredes adornadas con finas decoraciones geométricas en yeso, que se extienden hasta los arcos de las ventanas. En el techo del salón principal se utilizó madera javanesa, importada y decorada con ornamentación geométrica de vivos colores. Aunque, lamentablemente, estas casas se encuentran en su mayor parte en un gran estado de deterioro, razón por la cual la máxima Autoridad General de Turismo y Antigüedades del país se ha comprometido a apostar por la rehabilitación de estos edificio y su uso. Ojalá no lleguen tarde.
Muy cerca de las casas de Al Rifai hay una vivienda del estilo habitada por el historiador nonagenario Ibrahim Moftah, quien se encarga de mostrar la casa a los huéspedes que le visitan, como fue nuestro caso. Además del valor arquitectónico del edificio, destaca la importante colección de antigüedades relacionadas con el archipiélago. Al señor Moftah, le gusta hablar sobre estas desconocidas islas que conoce perfectamente y que ha estudiado con profundidad. Aunque, aviso a navegantes, si vas con poco tiempo conviene saber que las disertaciones pueden prolongarse sine die si por él fuera.
- A pesar de la aridez que determina el territorio de las islas, a excepción de las ya mencionadas áreas de manglares, fue un acierto poder visitar la villa cultural de Farasan (Al Qassar Village), con un palmeral cultivado hace siglos aprovechando que el subsuelo del terreno es rico en acuíferos. Muchas personas se establecieron no ya siglos, sino miles de años atrás, aprovechando la disposición de agua dulce para consumo, así como para ejercer labores de agricultura y ganadería. Se están recuperando muchas de las casas, levantadas con piedra coralina, y representa una de las visitas más agradecidas que llevar a cabo en todo el archipiélago. Además, siempre a la sombra de las grandes palmeras de las Farasan. Un oasis con mayúsculas donde nadie contaría con ello.
Si bien otra opción siempre interesante fue la de salir a buscar rincones maravillosos con los 4×4, algo que nunca decepciona. Como isla Sadiq, al norte de la gran Farasan, con playas escondidas, parajes de manglares y finas lengua de arena que se pierden en las cristalinas aguas de la zona. Ya sólo cruzar su puente con la isla grande es toda una experiencia.
Sea como fuere, Islas Farasan justificó por completo nuestra apuesta por el sur de Arabia Saudí.
Y EL VIAJE CONTINUÓ EN EL NORTE…
El viaje continuó en áreas más septentrionales del país (Al Ula y Tabuk) donde, con la experiencia del año anterior, ya nos pudimos mover como pez en el agua y que nunca defrauda. Pero esa, es otra historia…
Agradecer infinitamente la presencia en este viaje de Anna y Núria, Bego y Fran, Pere y Carmen, Piluca, Ángeles, Núria, Montse o Charo, así como la amistad y apoyo de Roberto y el buen hacer de Ahmed, Faris y otros muchos compañeros del equipo saudí. Porque sin uno solo de ellos, el viaje no hubiera sido el mismo.
Más información de Arabia Saudí en la guía de lugares y en la recopilación de consejos prácticos para viajar a Arabia Saudí que podéis encontrar en El rincón de Sele, vuestro blog de viajes.
Sele
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