Quiriguá y las estelas más grandes del mundo maya
Reconozco que jamás había oído hablar de Quiriguá hasta poco antes de emprender un viaje a Guatemala. Aprovechando que veníamos de la zona del lago Izabal y río Dulce nos dirigimos hacia el cartel de Patrimonio de la Humanidad UNESCO situado frente a la que es una de las ciudades mayas más interesantes y, sorprendentemente, menos conocidas que existen a pesar de contar con una característica única. Quiriguá, la ciudad del Motagua, ahora rodeada de fincas bananeras, levantó casi ocho siglos antes del descubrimiento de América las que se consideran las estelas más grandes del mundo maya.
Quiriguá, sin tener el tamaño de colosos como Tikal o Calakmul, fue una ciudad importante y respetada en el período clásico maya (200 dC – 900 dC). Copán, en la actual Honduras, absorbía el poder de las Tierras Bajas, aunque compartía con Quiriguá el dominio de las rutas comerciales entre el norte y el sur (Tierras altas y bajas) y, por supuesto, el Mar Caribe. De ese modo el curso del río Motagua, junto a esta ciudad, soportó el traslado en las embarcaciones del jade u obsidiana, entre muchos otros, con que se comerciaba en la red de caminos y rutas que comunicaban los distintos reinos o pueblos mayas.
Realmente Quiriguá se había acostumbrado a estar a la sombra de la próspera Copán, de quien era más bien un súbdito que una alianza entre iguales. La riqueza obtenida a través del comercio y los tributos recaudados permitieron precisamente a Copán desarrollar un estilo artístico inédito en el mundo maya, una expresión «muy barroca» en estatuas, paredes y casi cualquier elemento artístico modelado como la mantequilla en el pan. Pero la suerte de la ahora hondureña se acabó en el año 738 dC cuando el gobernante de Quiriguá K’ak’ Tiliw Chan Yopaat, más conocido como Cauac Cielo, dio un auténtico golpe de efecto capturando al Rey de Copán, Uaxaclajuun Ub’aah K’awiil, que se le conocía como «18 Conejo», el cual llevaba más de cuarenta años en el poder, y sacrificándole en la Gran Plaza. Cuenta la leyenda que ambos, muy aficionados al juego de pelota, se retaron, venciendo finalmente Cauac Cielo y reclamando su cabeza como compensación.
A partir de entonces la fortuna y la prosperidad llegó a orillas del Motagua y Quiriguá se convirtió en la ciudad más importante en las Tierras Bajas. Igualmente se contagió del estallido artístico de su derrotada vecina, llenándose de preciosos monumentos, pero sobre todo de estelas u obeliscos que recordaran la histórica victoria de Cauac Cielo sobre 18 Conejo. De ese modo cada Holtún (5 años) se fueron levantando dichas estelas con el rey vencedor sosteniendo la cabeza de su rival. Y, aunque en Quiriguá nunca hubo pirámides inmensas como en las Tierras Altas, quedarían a la posteridad las consideradas estelas más grandes (monumentos de una pieza) del universo maya.
Por eso una visita a Quiriguá no nos va a llevar a perdernos por la selva para adivinar estructuras piramidales en montículos, sino a contemplar la finura y megalomanía de un rey y sus descendientes que desearon se recordara para siempre el mayor triunfo de su Historia. Pero bien puedo asegurar que merece la pena, que no es Patrimonio de la Humanidad por azar, y que observar las grandes estelas de Quiriguá es uno de los mejores viajes que se pueden hacer a la cultura de un pueblo esencial en Mesoamérica. Los mayas no sólo son Chichen Itzá o un calendario que descuente los días que faltan para el fin del mundo. Va mucho más allá de todo eso. Ese elixir sagrado, el fundamento de la sabiduría maya, se sigue descubriendo en lo que nos queda de su mundo en Guatemala, México, Belice y un pedacito tanto de Honduras como de El Salvador.
Prácticamente todas las estelas de Quiriguá fueron hechas en vida del Rey Cauac Cielo. Imponentes y alargadas, con bajorrelieves que nos regalan una figura casi tridimensional del poderoso monarca, pueden llegar a recordar a la imaginería faraónica de Egipto. Aunque levemente uno cree ver un faraón en el gesto osco del Rey maya, es en realidad un reflejo de la estética precisa que ya se había visto en Copán. Incluso la figura de Cauac Cielo, además de siempre sostener la cabeza decapitada del Rey de Copán, posee en su vestimenta algunos elementos del uniforme que se utilizaba para el juego de pelota, lo que nos lleva a recordar la manera en que se cuenta derrotó a su rival. Dicen además los jeroglíficos ya transcritos que era un fantástico jugador de este curioso deporte en el que no era demasiado cierto eso de «lo importante es participar».
Elaboradas en piedra arenisca y con restos de pintura roja, que decían que era el color del sacrificio y posterior renovación, las estelas vuelven a estar de pie después de los trabajos de los arqueólogos que se iniciaron a partir del redescubrimiento de John Stephens en 1841. Ya no están al aire libre completamente con el objeto de evitar destrozos por la erosión o el vandalismo, y todas ellas están protegidas por un tejadillo y unas barras de seguridad que impiden tocar estos monumentos únicos. Porque existen estelas en prácticamente todas las ciudades mayas, pero ni una sola de ellas es comparable con las que podemos hallar en Quiriguá.
La reina de las estelas de Quiriguá es también con toda probabilidad el mayor monolito de América (nos olvidamos aquí de los moáis de Isla de Pascua, pertenecientes geográficamente a Polinesia pese a ser parte de Chile). La Estela E, en el centro de la plaza, mide 10´6 metros y pesa en torno a las 65 toneladas. De una sola pieza fue colocada allí en el año 770 y tiene de protagonista, cómo no, a Cauac Cielo. Una curiosidad sobre lo que suponen sus extraordinarias dimensiones trata de cómo en 1934 intentaron levantarla con cables de acero, pero éstos se terminaron rompiendo. Imaginemos, por lo tanto, cómo fueron erigidos estos monumentos conmemorativos hace más de trece siglos y, sobre todo, cómo fueron trasladados desde una cantera situada a unos cinco kilómetros de la plaza central.
La visita a esta ciudad maya rodeada de fincas bananeras que fueron propiedad de la poderosísima United Fruit Company la basamos, sobre todo, en la Gran Plaza Central para ir siguiendo estelas holtún a holtún hasta las últimas que son de los descendientes de Cauac Cielo, quienes no lograron mantener la estabilidad y fortaleza de un reino esfumado apenas sesenta años después de la victoria frente a Copán. Ésta volvería a brillar durante más tiempo, y aunque Quiriguá seguiría habitada las siguientes décadas llegó a abandonarse completamente, tal como sucedió con muchas otras que desaparecieron del mapa y se dejaron engullir por la Madre Naturaleza.
Además de la Gran Plaza nos encontramos con una estructura escalonada que llevaba hacia la acrópolis y el campo en el que se practicaba el Juego de pelota. Esa zona está aún viviendo excavaciones y trabajos de restauración en los edificios conservados, por lo que no se caracteriza por su vistosidad. Insisto en que lo más interesante de Quiriguá no está en su arquitectura ni sus dimensiones, a menos de un 5% de lo que puede ser la antigua Tikal. El secreto y los muchos porqués de esta ciudad maya a orillas del Motagua está en la grandiosidad y elaboración de sus esculturas y monolitos.
Y no sólo hablamos de estelas, puesto que uno se queda maravillado ante las dos grandes estructuras redondas conocidas como «zoomorfos» que igualmente de una pieza abarcan esculturas de animales reales y mitológicos con figuras de reyes deificados envueltos en las fauces de un jaguar o un cocodrilo. Nuevamente no podemos dejar de sorprendernos del detalle de cómo se pulieron estas rocas de arenisca de más de veinte toneladas y en un estado de conservación tal que nos hace preguntarnos si es cierto que ha pasado un larguísimo milenio por delante.
Magnífico como pocos es el Zoomorfo P, conocido como la gran tortuga, y que se sitúa junto a las escaleras que comunicaban con la acrópolis. Leer sus formas y dibujos esculpidos en la roca es todo un viaje a la imaginería maya y su manera de comprender no sólo nuestro mundo sino también el más allá. Por medio de símbolos estudiamos la historia y creencias de «un pueblo de pueblos» como fue este imperio del que aún se conservan lenguas, etnias y tradiciones.
INFORMACIÓN PRÁCTICA DE QUIRIGUÁ
-Quiriguá se encuentra dentro del municipio de Los Amates, en el Departamento de Izabal. Está al poco de salir del Lago Izbábal si venimos del norte por la carretera del Atlántico (CA-9 norte) a Ciudad de Guatemala. En el km 204 hay un desvío a una carretera secundaria por la que hay que avanzar tres kilómetros.
– El complejo arqueológico abre todos los días de la semana entre las 8:30 a las 16:30 horas. El precio es de 20 quetzales a locales (2€) y 80 quetzales a extranjeros (8€).
– Sea cual sea el día del año hay una gran cantidad de hormigas en la hierba por la que hay que pisar para ver las estelas, por lo que es preferible llevar pantalón largo (y calcetines bien subidos) y echarse algún repelente de insectos lo más fuerte posible para que no se te suban, algo que casi seguro termina sucediendo.
Quiriguá es, sin ninguna duda, el mejor complemento que podemos encontrar en un viaje arqueológico, geográfico y psicológico dentro del Universo Maya cuyo corazón late bien fuerte en Guatemala. No es Tikal, or supuesto, pero su importancia es básica para quienes deseamos conocer más de un pueblo que nunca dejará de existir…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
One Reply to “Quiriguá y las estelas más grandes del mundo maya”
Ahhhh su madreeee!!!!!!