Notas de un viaje a Armenia y Georgia - El rincón de Sele

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Carta desde el Cáucaso: Notas de un gran viaje a Armenia y Georgia

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Siempre he pensado que la clave para seguir enamorado de viajar es no perder bajo ningún concepto la capacidad de sorprenderse. No importan cuantos países llevamos metidos en la mochila, ni tan siquiera los mapas que hemos plegado en nuestros bolsillos. Sin sorpresa no hay ilusión, sin ilusión no hay emoción y sin emoción no hay viaje. Soy incapaz de verlo de otra manera. Mientras escribo estas líneas puedo contemplar desde la ventana las murallas de Tbilisi, la capital de Georgia, y cómo las luces de la noche se clavan en los tejados cónicos de las iglesias, así como en los coloridos balcones de madera de las casas. Me vienen a la cabeza muchos de esos instantes maravillosos que nos ha regalado hasta el último día la región del Cáucaso con Armenia o la propia Georgia como protagonistas de un idilio amoroso sin retorno.

Sele en Armenia

Descubrir el Cáucaso, la cuna de no pocas leyendas tan divinas como humanas, me ha permitido reabrir el mito de Jasón y los Argonautas, el secreto del fuego que Prometeo reveló al mundo bajo la ira de Zeus o los orígenes del cristianismo en las naciones que se atrevieron primero a proclamarla como religión oficial. Un viaje a Armenia y Georgia da, en realidad, para ponerse a saltar por la Historia y vanagloriarse de surcar valles y montañas mágicas recortadas por la silueta de monasterios milenarios desde los cuales uno llega a creer que existe en ellos un hilo directo con el mismísimo cielo, en sentido estricto y, por supuesto, figurado.

Armenia, un púlpito plegado a la sombra del Ararat

La primera parte del viaje estuvo focalizada en Armenia, un pequeño país a la sombra de una montaña bíblica que no puede tocar, como es el Monte Ararat, con la particularidad (y responsabilidad) de haber abrazado el cristianismo oficialmente antes que nadie (nada menos que en el año 301 de nuestra Era) y de haber visto cómo su gran reino se fue evaporando hasta quedarse diminuta y encajada en ese cruce de caminos de oriente y occidente llamado Cáucaso. Rodeada de naciones amigas como Georgia (norte) e Irán (sur) y de unos vecinos más incómodos como puede ser Turquía (oeste) y Azerbaiyán (este).

La iglesia más pequeña de Armenia

Los armenios viven tan apegados a su agitada historia que uno llega a entender cómo quienes viven fuera del país desde hace generaciones (parte de la llamada diáspora armenia) siguen siendo tan armenios como el que no se ha movido en su vida de Ereván. No importa si desde Nueva York, Varsovia, Kiev. La sangre de quienes se consideran descendientes directos de Noé, o más bien de su tataranieto Hayk (por eso los armenios llaman a su patria Hayastán), siempre brota para recordar que se trata uno de los pueblos más antiguos del mundo. Y así lo recuerdan los objetos expuestos en el completísimo Museo de Historia de Ereván o los muros ennegrecidos por las velas de esas iglesias y monasterios primitivos que se cuelgan de lugares imposibles, como si de esa manera se sintiesen más cerca de Dios.

Sele en una iglesia de Armenia

Ereván fue nuestra base predilecta para salir a recorrer el país. Armenia cuenta con un tamaño similar al de Galicia y. desde el corazón capitalino, gobernado por la silueta siempre nevada del mítico Ararat, es posible llegar a muchos rincones memorables del país (coche, guía local y alojamiento lo teníamos cerrado de antemano con Insòlit Viajes). Raro es el trayecto desde esta ciudad que supere las tres horas de duración. Y para llegar a eso hace falta buscar las fronteras más lejanas como Georgia, Irán o el estado no reconocido de Nagorno Karabaj por el que los armenios y los azeríes andan a la gresca desde los años ochenta (o más bien Turquía y Rusia, los auténticos cizañeros del Cáucaso).

Monasterio de Haghpat en Armenia

En Armenia la cosa va, sobre todo, del cristianismo más primitivo y original traducido en la construcción de pequeñas pero fabulosas iglesias y monasterios en los que se mantienen los rituales del primer milenio de nuestra Era. La visita a diversos templos religiosos, muchos de ellos protegidos por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, supone buena parte de los empeños de un viaje donde las connotaciones históricas y religiosas van siempre de la mano. Por ejemplo, en Echmiadzín, la ciudad más sagrada del país, se alza la catedral cristiana con mayor antigüedad del planeta así como los lugares de entierro de mártires idolatradas como Hripsime o Santa Gayane, huídas de Roma para encontrar la muerte más cruel en Armenia y ser, sin quererlo, la semilla que plantó para siempre en estas tierras el mensaje de Jesucristo.

Sele y Rebeca en Echmiadzín (Armenia)

Tuvimos la suerte de hacer un recorrido muy especial en coche por algunos de los monasterios y templos religiosos más emblemáticos de Armenia como pueden ser Khor Virap (en pleno Valle del Ararat y a la vista de la montaña mágica), Noravank (asomado a un cañón y dotado de una belleza arquitectónica sin parangón en el Cáucaso), Saghmosavank, Hovhannavank, Goshavank, Hairavank, Sevanavank, Geghard o Haghpat (al norte de Armenia y cerca de Georgia).

Khor Virap (Armenia)No te pierdas el escrito titulado «Una postal desde un lugar llamado Armenia»

Pero no todo fueron monasterios, ni mucho menos, ya que Armenia, aunque no presuma tanto de ello, goza de parajes naturales estupendos e incluso de un pequeño mar como es el Lago Sevan, donde las aguas abrazan el reflejo de las antiquísimas cruces de piedra (o Khachkars) en las que se explica la visión del mundo de los armenios en los últimos dos milenios. El viejo cementerio de Noraduz, con más de 800 cruces, ya espantó según la leyenda a las tropas de Tarmelán, que creyeron que aquellas formas dispuestas en vertical no eran otros que los escudos de un ejército que no podrían vencer.

Khachkars o cruces de piedra armenias en Noraduz

En el norte Dilijan, la Suiza armenia, nos mostró lo verde que este país puede llegar a ser cuando se aleja de las llanuras del Ararat. De hecho los osos, lobos o linces se esconden en la penumbra de unos bosques tan profundos como impenetrables. Desde allí hasta Haghpat, donde un monasterio de basalto que probablemente esté entre los más hermosos de Armenia rompe la bendita motononía de un paisaje montañoso, el pequeño país caucásico grita a los cuatro vientos que lo mejor está aún por descubrir.

Lago Parz (Armenia)

Armenia es una pequeña caja de música a la que dándole cuerda no dejan de salir canciones nuevas. Un país en el que la gente recibe al visitante con una sonrisa de verdad, no impostada, que se siente muy ligada a Europa y que llena de vitalidad sus calles los siete días de la semana, algo con lo que no nos ha costado sentirnos identificados (El Cáucaso es mucho más “mediterráneo” de lo que puede parecer). Los armenios aman la vida y no se limitan a verla pasar desde la ventana. Y se la comen a bocados… y a la barbacoa, el deporte nacional tan sólo superado por las conversaciones desgarradoras y hasta horas intempestivas de lo que fue (y será para siempre) la Gran Armenia, esa que se escapa a cientos de kilómetros de sus fronteras y que hace siglos llegó a dominar Asia Menor.

Sele jugando al fútbol con unos niños en Armenia

Ya podéis leer íntegro el reportaje HOJA DE RUTA DE UN VIAJE A ARMENIA en el que comentamos todos y cada uno de los lugares visitados durante los días que allí pasamos. Mapa detallado, historia, momentos y recomendaciones.

Georgia, en la variedad está el gusto

Algo más de la mitad del viaje estuvo dedicado a Georgia, un país más grande que Armenia (pero algo menor que Irlanda) y que, sin lugar a dudas, dará mucho que hablar (para bien) en los próximos años. Porque Georgia está dando los pasos necesarios para abrirse paso en las nuevas rutas turísticas, porque no deja de crecer sin serle infiel a su forma de ser y porque reconozco que tiene mucho más de lo que jamás hubiera imaginado.

Fortaleza de Khertvisi en Georgia

Georgia también adoptó el cristianismo de manera prematura (tres décadas más tarde que su país vecino), pero se nota más la influencia de otros pueblos y culturas a lo largo de su intensa historia. De hecho basta con pasearse entre las cúpulas de ladrillo que sobresalen de las casas de baño árabes de Abanotubani, en la vieja Tbilisi, para toparse con una mezquita decorada con azulejos como las que podemos encontrar en Persia o en algunos países de Asia Central (como, por ejemplo, Uzbekistán) y darse cuenta que Georgia es una esponja de influencias y saberes.  Un comodín de opciones coronado al norte por esa barrera natural llamada Cordillera del Cáucaso, donde los “cuatromiles” y “cincomiles” se escapan de las nubes cuando así lo desean. Es el corazón de la Transcaucasia, un espléndido accidente geográfico que dibuja los paisajes de la más europea de Asia Menor. Porque de eso uno sale de dudas rápido. Los georgianos son y se sienten más europeos que la Grand Place de Bruselas. No forman parte de la UE, pero sueñan con hacerlo algún día. Y tengo que reconocer que están haciendo esfuerzos sobrehumanos para conseguirlo. ¡Incluso conducen tan mal o peor que los italianos o los griegos! Aunque eso me temo que no se hace ni aposta.

Tbilisi, capital de Georgia

Al igual que Armenia, este país es uno de los más mediterráneos que hemos tenido ocasión de visitar. Da igual que su mar sea el Negro y que tenga más cerca el Caspio que la orilla oriental del Mediterráneo. Cuando uno choca su copa de cristal rellena de tinto o blanco rodeado de los viñedos de Kakheti (Que sería algo así como La Rioja georgiana), alarga la sobremesa hasta la tarde en una terraza a la sombra de unas parras o disfruta de las 24 horas en una Tbilisi que nunca duerme, se da cuenta de que Georgia tiene un pedacito de lo que muchos somos capaces de sentirnos.

Viñedos de Kakheti en Georgia

Si tuviera que definir a Georgia por lo que he visto estos días diría que se trata de un país profundamente variado, en la que unos pocos kilómetros son un universo en sí mismo y que dispone más maravillas monumentales y naturales de las que se pueden asumir en un solo viaje. Me vienen nombres salpicados con imágenes que no puedo evitar repetir en mi cabeza: Mtskheta, Vardzia, Alaverdi, Anaruri, Kazbegi, Svaneti, Kakheti, Signani…. Los grandes protagonistas junto a Tbilisi (o Tiflis) de una ruta fascinante por el país caucásico.

En Mtskheta nos asomamos a la confluencia de los dos ríos que mezclan sus aguas y colores en la que fuera la capital histórica de los georgianos. Y que sigue siendo, después de más de 1500 años, la más sagrada de este territorio. La figura de Santa Nino, quien predicó el Evangelio y da nombre a casi un tercio de las niñas de Georgia, nos persiguió en las alturas de Jvari o de la imponente catedral donde todo georgiano sería capaz de jurar que está enterrada la túnica de Cristo. Mtskheta es el centro del cristianismo ortodoxo del Cáucaso y tres de sus templos religiosos forman parte del Patrimonio de la Humanidad. Además queda a tiro de piedra de Tbilisi, apenas a 15 o 20 minutos en coche, lo que le hace una escapada perfecta desde la capital.

Sele y Rebeca en Mtskheta (Georgia)

En Gori perseguimos en su propia casa la figura escalofriante de un dictador llamado Josef Stalin (pocos saben que el puño de hierro en la URSS era georgiano), aunque lo que de verdad nos trajo aquí fue la cercana ciudad-cueva de Uplistsikhe, una de las tres “pequeñas Capadocias” con las que cuenta Georgia. Aunque la mayor de todas ellas se encuentra en Vardzia, al sur del país y cerca de la frontera turca. Una visita que llevaba esperando hacer desde que supe que existía este lugar cuando aún no había ni siquiera empezado a viajar. Y que nos recibió en el preludio de una tormenta que se pasó casi dos horas retumbando en las paredes de un cañón horadado por las cuevas y que que respira historia por todos sus costados.

Vardzia, la Capadocia de Georgia

En el centro-este de Georgia nos dejamos atrapar por los caprichos de Baco. Para los georgianos no existe mejor vino que el de la región de Kakheti. Para ellos quien no visita una bodega de la zona ni ha bebido nunca directamente de una tinaja enterrada en el suelo no puede decir que ha estado en Georgia. Así que nos dejamos llevar por la savia que sólo saben dar estos viñedos y agarramos un puntillo de esos que le hacen parecer a uno hasta gracioso. Tan bien lo debimos hacer con los brindis que incluso en Khareba, la bodega en la que estuvimos, nos enseñaron los secretos de cómo hacer pan o amasar con maestría los khinkalis, el plato nacional georgiano junto al khachapuri.

Probando vino de Georgia en la Bodega Khareba

Una de las mejores jornadas de todo el viaje la pasamos yendo a Kazbegi desde Tbilisi. Buscando el montañoso norte nos detuvimos en una fortaleza medieval sobre un lago de aguas verdes llamada Ananuri. Y pocas postales más certeras existen de Georgia que esa, os lo puedo asegurar.

Ananuri (Georgia)

Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando empezamos a ascender las estrechas carreteras que penetran mediante curvas y más curvas en la cordillera caucásica, el juego empezó a hacerse más divertido. En Stepansminda (o Kazbegi) nos vimos rodeados de picos nevados en una de las panorámicas 360º más fascinantes que existen en todo el país. Para llegar a una pequeña iglesia construida en roca sobre una cima, como si los monjes hubiesen querido tocar el cielo con las manos, tuvimos que recurrir a un vehículo 4×4 que nos subiese por caminos de barro que en ningún modo estuvieron pensados para la tracción mecánica.

Sele en Kazbegi (Georgia)

Aunque el Cáucaso, el verdadero Cáucaso, lo encontramos en la región más remota y aislada de Georgia. Y esa no es otra que Svaneti, un lugar perpetrado para no ser visto por ojos foráneos. Aquí viven los svans, pueblo que se vanagloria de no haber sido invadido jamás, de mantener una lengua propia que nada tiene que ver con el georgiano y de contar con más de 200 torres medievales en su territorio. Al parecer, las familias se refugiaban en estas torres cuando se sentían amenazadas por otros clanes o trataban de repeler los intentos de saqueos de quienes venían desde el otro lado de las montañas, en actual territorio ruso, para robarles lo que era suyo.

Mestia (Svaneti, Georgia)

Para llegar a Svaneti hizo falta un viaje de casi 10 horas en coche (y eso en Georgia, con lo kamikazes que son a la hora de conducir, equivale a 30) para tocar un paraíso indómito en el auténtico norte, un micromundo en el que sólo existen montañas, torreones y los parajes más extraordinarios de cuantos vimos en Transcaucasia. Creo que si pudiera elegir un lugar en todo el viaje, uno solo, me quedaría con la silueta de las torres de Mestia, el pueblo más importante de la región, mientras las nubes se revuelven entre montañas que superan los cuatro mil metros de altura.

Svaneti (Georgia)

Georgia la hemos conocido de mano de georgianos de sangre y corazón que aman esta tierra más que a nada en el mundo. Anfitriones, incluso amigos. Gente amable y desprendida como el bueno de Levan, quien se ha empeñado hasta el final en que conociéramos todos y cada uno de los platos de la gastronomía georgiana, que nos ha enseñado a pronunciar imposibles como Mtskheta o Uplistikhe y que ha hecho sentir Georgia como nuestra casa (Un gracias muy grande para él desde aquí).

Nuestro coche en Georgia

Ya podéis leer íntegro el reportaje HOJA DE RUTA DE UN VIAJE A GEORGIA en el que comentamos todos y cada uno de los lugares visitados durante los días que allí pasamos. Mapa detallado, historia, momentos y recomendaciones.

Queda mucho Cáucaso por contar…

Mientras las luces de la muralla de Tbilisi siguen reflejándose sobre nuestra ventana, siento que ya mismo se acaba una andadura que ha estado repleta de emociones y que he podido compartir con Rebeca, que ahora duerme a un par de metros de esta mesita. Guardo mi libreta viajera llena de anotaciones que deseo plasmar en este cuaderno de bitácora y de contaros un montón de cosas sobre este viaje a Armenia y Georgia que se apaga como las velas de aquellos monasterios perdidos. No lo dudéis, amigos, queda mucho Cáucaso por contar…

Sele en Georgia

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