Roma insólita: La cripta de los 4000 esqueletos de Via Veneto

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Roma insólita: La cripta de los 4000 esqueletos de Via Veneto

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Afortundamente hay aún demasiados lugares que valiendo mucho la pena se salen de las rutas marcadas y de las recomendaciones de las guías. Roma es una ciudad en la que ni diez viajes bastarían para escudriñar todos sus rincones porque siempre quedará algo fascinante que ver y por lo que regresar. Son pedacitos escondidos de esa Roma insólita, algunos de los cuales podrían ser el escenario perfecto para una película de terror. Porque mucha gente desconoce que en la mismísima Via Veneto se halla una cripta decorada con cádaveres y restos óseos de en torno a cuatro mil personas. Como si de una alegoría de la muerte se tratase la Iglesia de Santa María della Concezione dei Cappuccini posee uno de los osarios más escalofriantes de la capital italiana. Arte lúgubre repleto de símbolos macabros en un templo religioso que por fuera no llama precisamente la atención, pero que por dentro palpita de tenebrosidad. Una frase lapidaria advierte al visitante ya dentro de la cripta: «Aquello que vosotros sois, nosotros éramos; aquello que nosotros somos, vosotros seréis«. Un mensaje que tiene forma igualmente a través de seis capillas plagadas de huesos y cuerpos de frailes que son una pura metáfora de la muerte, de que la vida puede ser apenas el segundo que precede a la Eternidad.

Fraile capuchino de la Cripta de los Capuchinos (Iglesia de la Concepción, Roma)

Los frailes capuchinos, o mejor dicho sus cuerpos, se convierten en la encarnación del Tempus Fugit, en esa Roma que poco tiene que ver con la del Coliseo, las fuentes esplendorosas o las columnas que enmudecen cada tarde. Sin duda, una de las visitas más sobrecogedoras que se pueden hacer en la ciudad de las siete colinas.

Santa Maria della Concezione o la Iglesia capuchina de Santa María Concepción se encuentra en el número 27 de Via Veneto, a una distancia relativamente corta de Piazza di Spagna (500 m.) o Piazza Barberini (200 m.), es decir, nada de a las afueras o un rincón lejano y perdido de Roma sino en el puro centro histórico. Su fachada es tan sobria que no destaca en absoluto ni invita a entrar a unos viajeros ya acostumbrados a joyas arquitectónicas barrocas o renacentistas que pueblan la Città vecchia di Roma. En mi caso reconozco que no tenía ni la menor idea de su existencia pero paseando por Via Veneto en el otoño de 2007 (lee la Crónica de 3 días en Roma) cuando visité la ciudad junto a mi madre, nos dio por entrar sin más. Se sabe que en Italia la iglesia menos vistosa puede resultar una auténtica obra de arte, por lo que quizás por eso o quizás por el destino nos situamos en las puertas de este templo de los capuchinos.

Recuerdo un pasillo hacia el fondo donde ya se atisbaban algunas calaveras y una mujer que con rotundidad prohibía las fotografías a quienes íbamos entrando. Pero como nos ocurre a muchos bloggers de viajes la suma de las palabras prohibir y fotografiar nos produce el efecto contrario, azuzándonos un un gusanillo que inevitablemente nos provoca el disparar con la cámara a la más mínima oportunidad. Y más con lo que había ahí dentro, un lugar absolutamente macabro que da para más de mil imágenes. Pude obtener algunas fotos furtivas con las que años después poder ilustrar este artículo e invitar a los demás a conocer la más lúgubre de las criptas romanas.

La historia de este templo se remonta al primer tercio del Siglo XVII, cuando el Papa Urbano VIII (parte en el juicio inquisitorial a Galileo) encarga al arquitecto Antonio Casoni la construcción de un templo cristiano para los Frailes Capuchinos en la actual Via Veneto. Que encomendara levantar este edificio religioso se debió, sobre todo, a que su hermano Antonio Marcello Barberini (los Barberini fueron una de las familias más ricas y poderosas de Europa en aquel tiempo) era miembro de esta orden religiosa nacida de una escisión de los Padres Franciscanos. De esa forma en 1631 comienza a funcionar la Iglesia de Concepción, caracterizada por su barroco clásico sin demasiadas estridencias, aunque con algunas obras pictóricas interesantes (una de ellas atribuida al artista Caravaggio).

Pero por lo que se le conoce la iglesia no es por el interior más puramente ceremonial sino por su cripta. El propio Antonio Marcello Barberini, hermano del Pontífice, decide traer los restos de los frailes capuchinos que habían sido enterrados en el hasta entonces cementerio oficial de la orden, el de la Iglesia de Santa Croce e Bonaventura dei Lucchesi, y llevar a cabo una obra que simbolizara los conceptos de que la vida pasa deprisa y que tras la muerte existe la resurrección. Y todo ello realizado de una forma diferente, original, en el que los huesos y las calaveras fuesen el ornamento, la obra de arte que explicase el tempus fugit.

Actualización: Si bien antes acceder a la cripta se hacía de manera totalmente gratuita ahora están cobrando una entrada de 8,5€.

La cripta de los capuchinos es una especie de collage de fémures, tibias, costillas, cráneos, esqueletos e incluso momias ataviadas con sus hábitos. Es una escenificación inusual y lúgubre de la caducidad que nos acompaña a todos y cada uno de nosotros, como si las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre no fuesen letras sino los huesos de esas almas «que van a dar en la mar» de forma inevitable. En un corredor se rompen en la pared seis recovecos convertidos en seis capillas que contienen un mensaje teñido de muerte. Asomarse a cada una de ellas es llevar a cabo una lectura de los preceptos eclesiásticos de principio, fin y resurrección de una vida.

Los actores principales de este obituario arquitectónico son los propios frailes capuchinos que perecieron en un período de más de tres siglos (1528-1870). Se estima que en la cripta de los capuchinos de la Iglesia de la Concepción de Roma hay restos de en torno a cuatro mil miembros de la orden, incluidos familiares del Papa Urbano VIII además de niños pequeños cuyo origen se desconoce. ¿Quién diría que en la prestigiosa Via Veneto iba a haber semejante cantidad de cadáveres componiendo esta alegoría de la expiración?

Sonrientes y encorvados esqueletos con el hábito haciendo al monje y la cruz en las manos ofrecen un macabro saludo al visitante recordándoles que más tarde o más temprano se encontrarán en la misma situación. Reverencias funestas, tragicomedias teatralizadas en columnas de tibias, lámparas de caderas o brazos clavados en una pared, con los estigmas de Jesucristo y San Francisco simbolizando el origen fransciscano de los frailes Capuchinos. Sin duda esta cripta es como un enorme cuadro de Brueghel el viejo escenificando el triunfo de la muerte, aunque de forma concienzuda y milimetrada. Absolutamente nada queda expuesto al azar…

Poco a poco el corredor de los cuatro mil esqueletos enrarece la atmósfera y la llena de silencio. Como si la imposibilidad de hablar de los protagonistas de la cripta pesara sobre quienes observamos este espectáculo con cierta timidez. El ruido grotesco no existe, tan solo la delicadeza de unos zapatos caminando por el pasillo. De vez en cuando se escapa algún flash escabulléndose de la norma bien vigilada por la mujer de la entrada, salvo en mínimas ocasiones en los que parece distraída. Momento perfecto para atrapar instantes, eternos descansos que fulminan la vista.

La muerte explicada con la muerte, sin una sola palabra…. sólo las efigies y los cuerpos, sólo las osamentas y su colocación no improvisada frente a una pared encalada. Una cama de huesos ofrece reposo a quienes tumbados sujetan la cruz. Otros esperan de pie sostenidos en sus fríos nichos. Inexpresivos y siniestros especulan con un movimiento imposible de ver pero posible de imaginar. Pero la muerte no lo permite, les fija, les inmoviliza, y a los demás nos atemoriza con ser algún día lo mismo que ellos… un cuerpo vacío sin alma, sin energía, la nada más absoluta.

En el techo de una de las capillas aparece el retrato de la muerte con esa guadaña insaciable y maldita que por mucho que uno trate de esquivar, acaba alcanzando su presa más tarde o más temprano. En su otra mano la balanza de la justicia, la que decide finalmente si los pecados pesan más que las bondades o si el destino último es el cielo o el infierno. Se dice que en los templos religiosos cristianos la arquitectura, la escultura y los detalles componían la Biblia de los iletrados. En esta cripta uno lee todo el tiempo que las cosas van demasiado deprisa y que todos y cada uno de nosotros estabamos abocados a un mismo final.

Me reconozco amante de estos lugares sombríos, donde lo macabro se escribe con letras mayúsculas. Así catacumbas, cementerios, cámaras funerarias… cerca o lejos, atraen siempre mi atención porque lo considero como otra forma de conocer la cultura y la historia de un lugar. En realidad todas las civilizaciones miran a la muerte, pero de distinta manera. En este caso la idea del Fraile Barberini roza la tetricidad más absoluta mostrando su poderoso mensaje con lo que quedó de sus hermanos cuando las almas abandonaron el cuerpo. Caparazones de una vida pasada para ejemplificar un futuro común.

Y Roma, donde la Historia pesa mucho más que en casi cualquier ciudad del mundo, es el lugar ideal para perderse por ese tipo de rincones sorprendentes que uno ni se imaginaba que podían existir. A veces pensamos que hemos viajado (en pasado) a la ciudad de las siete colinas. Lo que quizás desconocemos es que aunque regresemos a nuestra casa nunca… nunca habremos abandonado Roma.

Viviendo en Madrid la capital italiana queda a apenas un paso. Son muchas las aerolíneas que a un coste para nada elevado nos pueden trasladar en un par de horas a la que sin duda ha sido, es y será una de las capitales del Planeta. La disponibilidad de oferta de alojamiento, ya sea en hoteles de mayor o menor categoría, de hostels o apartamentos como los que se pueden reservar en Oh-Rome, es tan amplia que la única dificultad que tendrá el viajero es en decidir qué ruta hacer en la ciudad. Ciertamente lo más duro está en hacer los descartes puesto que independientemente del tiempo de que dispongamos, nos quedarán muchas cosas que ver.

Por eso precisamente digo que ni nos marchamos del todo de Roma ni lo haremos mientras las ganas de conocer más siga intacta en nuestro afán viajero.

En este caso he tratado de reflejar un ejemplo del lado tétrico que también posee la ciudad. Pero estoy seguro que rascando un poco más se puede llegar a otros lugares sombríos que merezcan la pena. Aunque lo que nos espere tras la puerta sea un ejército de esqueletos.

En Via Veneto hay cuatro mil frailes formando un puzzle con sus restos. ¿Quién sabe qué más habrá ahí fuera?

Sele

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