Ruta por tierra de Shanghai a Lhasa: Camino al Tíbet - El rincón de Sele

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Ruta por tierra entre Shanghái y Lhasa: El largo camino al Tíbet

“Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca, pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento». Esta frase del memorable poema de Cavafis, aplicable tanto a los viajes como a muchas de las facetas de nuestra vida, procuro llevarla conmigo a todas partes. Siempre he pensado que la meta está lo lejos que tú quieras que esté y que, en muchas ocasiones, para saborearla aún más hay que detenerse lo que sea necesario y aprender de la senda o sendas que te lleven a ella. El largo camino al Tíbet lo inicié realmente muchos años antes de poner los pies en Lhasa. Primero a través de la literatura, después dando pasos con la imaginación y dejándome llevar por los pormenores del viejo Reino de los Himalayas de los que me iba empapando. Después, tras varias andaduras por China fui casi tocándolo con la yema de los dedos (como en Shangri-La, en el pequeño Tíbet de Yunnan). Y en la vez que por fin emprendí el viaje definitivo, traté de que el recorrido también fuese lento, que el Palacio de Potala se hiciese esperar. Dar un salto no era opción. De ahí que la llegada al Tíbet desde Shanghái vino precedida de diversas vivencias dignas de recordar.

Templo de la Fortuna en las Montañas Cangyan (Hebei, China), parte de nuestra ruta por tierra entre Shanghai (China) y Lhasa (Tíbet)

En la ruta por tierra entre Shanghái y Lhasa se sucedieron rascacielos futuristas, una noche en un monasterio zen, una villa medieval de piedra y un templo sostenido por un puente. Así como un ejército con miles de guerreros de terracota, un mar de interior sagrado en Qinghai, un monasterio gelugpa que no dejaba de recibir a devotos peregrinos arrastrándose literalmente por el suelo y un tren al que dicen de las nubes con el que atravesar la meseta tibetana. Todo antes de acariciar el Palacio de Potala, la Ítaca de mis sueños. 

LLEGAR AL TÍBET ENTRANDO DESDE CHINA: UN VIAJE DENTRO DE OTRO

¿Entrar al Tíbet desde Nepal o desde China? ¿En tren o en avión? Estas cuestiones, de las que ya hablé con cierto detenimiento en 60 consejos para viajar al Tíbet publicado en este cuaderno de bitácora, son preguntas que, sin duda, formaron parte de la preparación de este viaje. Siempre tuve muy claro que cuando tuviera la suerte de viajar al Tíbet sería entrando por China y, una vez allí, no hacerlo en avión. Por muchas razones, pero, sobre todo, por la posibilidad de irse aclimatando a la altura poco a poco (algo que haríamos en la provincia de Qinghai) y de recorrer, quién sabe, algunos de los senderos que formaron parte de alguna de las muchas rutas comerciales que profundizaron en el lejano oriente durante siglos. También seguí con mucho interés el estreno del tren transtibetano (o tren de las nubes) en 2006 que unía por ferrocarril Lhasa con ciudades como Pekín o Shanghái.

Tibetano en Lhasa (Tíbet)

Junto a mi buen amigo y compañero de viajes, Isaac de Chavetas, emprendí por fin este sueño tibetano cocinado a fuego lento. Y ambos fuimos partidarios de las ideas de no apresurarnos para llegar al Tíbet, entrar por China, esquivar el avión (al menos en la ida, porque para regresar nos daba igual) así como entretenernos lo suficiente para disfrutar de este recorrido terrestre. Por supuesto que nos subiríamos al tren de las nubes, pero no en Pekín ni Shanghái, que tiene una duración de 48 horas, sino en Xining (24 horas de ruta), la capital de la región de Qinghai, la cual, sin ser parte de la Región Autónoma del Tíbet, es tibetana hasta la médula (historia, cultura, lengua, religión, etc.) y donde podríamos probar vivir entre 2500 y 4000 metros durante unos días para que, de esa forma, Lhasa no se convirtiera en un dolor de cabeza por el temido mal de altura (está situada a 3650 metros de altitud).

Sele e Isaac en el monasterio Kumbum (Qinghai, China)

¿POR QUÉ NO DECIDIMOS VIAJAR AL TÍBET DESDE NEPAL? ¿NI EN AVIÓN?

 

Las rutas a Lhasa desde Katmandú (Nepal) por la carretera de la amistad no permiten una aclimatación coherente. Se pasa en muy poco tiempo de los 1400 metros sobre el nivel del mar a los que se encuentra la capital nepalí a una constante de 4000-5200 metros por los que ronda esta carretera y cuya cumbre está en el Campo Base Norte del Everest. En avión sucede algo similar desde Pekín o Shanghái, donde el contraste es mucho más fuerte (tanto como los precios que no bajan de 600-700 euros). Le teníamos demasiado respeto al mal de altura como para jugárnosla. Y, por supuesto, queríamos vivir unas cuantas experiencias antes de llegar a Lhasa.

HOJA DE RUTA DE SHANGHAI A LHASA

Desde que partiéramos de Madrid (viajamos hasta Shanghái vía Helsinki con la aerolínea Finnair, una de las que más presencia y frecuencias tiene en China) y llegásemos a Lhasa pasó poco más de una semana. En nuestro mano a mano con Irene de Youlan Tours, logramos que no sólo nos gestionara los permisos de entrada al Tíbet o los difíciles billetes de tren a Lhasa (así como de todos los trayectos ferroviarios desde Shanghái) sino algunas cosas muy particulares dentro de China como poder pernoctar en un monasterio budista y conocer la vida de los monjes desde dentro, arribar a unas montañas sagradas que son escenario de la película «Tigre y Dragón» de Ang Lee, visitar un pequeño y pintoresco pueblo medieval al que el turismo aún no ha aterrizado o poder ver ondear la primera hilera de banderas de color junto al lago Qinghai, el más grande de China y sagrado para los tibetanos.

Tibetana en Kumbum (Qinghai, China)

Mapa con los lugares que formaron parte del recorrido entre Shanghai y Lhasa

El recorrido definitivo entre Shanghái y Lhasa (por tierra) quedó de la siguiente manera:

Lugares visitados (por este orden): SHANGHAI- Shijiazhuang – Templo Bailin – Yujia (villa medieval) – Montañas Cangyan (Tigre y dragón) – Xi’an – Xining – Monasterio Kumbum – Paso de Riyue – Lago Qinghai – Xining (Aquí tomamos el tren transtibetano) – LHASA (Tíbet)

Rincones y experiencias en el largo camino al Tíbet (Detalle de cada lugar)

Shanghái, punto de partida hacia el Tíbet

A China había que entrar por algún sitio, nos daba igual incluso por dónde. Nos hubiésemos decantado seguramente por Xi’an (nuestra opción favorita) o por Chengdú (la capital de Sichuan tiene el Centro de cría y conservación del oso panda gigante y sirve de base para visitar, por ejemplo, el gran buda gigante de Leshan), pero por precio y frecuencias (Finnair empezaba sus rutas a Xi’an pocas semanas después) decidimos entrar finalmente por Shanghái. No sólo se trata de una ciudad excitante y que cabalga hacia el futuro de manera continua sino también un buen nudo de comunicaciones para partir hacia donde deseásemos dentro de China. Desde que tuve ocasión de conocerla una década antes cuando hice con mis amigos del barrio la ruta del tren transmongoliano (menudo mes más increíble atravesando Rusia, Mongolia y China) se me quedó grabada con una nitidez que me permitía rememorar una y otra vez la perspectiva de Pudong (el futuro de la ciudad) desde el Bund (el pasado colonial de la ciudad).

Sele en el Bund de Shanghái

Dado que teníamos otros propósitos en la ruta, aquí pasamos un día hasta tomar de noche un tren de alta velocidad hacia la impronunciable Shijiazhuang (aprox 1100 kilómetros). Así que dedicamos las horas con las que contamos para dar una vuelta por el elegante y cosmopolita barrio francés, pasear por el Bund y de nuevo vivir una de las panorámicas de rascacielos más imponentes del planeta.

Algo más lejos del centro empezamos con el primero de los muchos templos budistas que visitaríamos en el viaje (ya perdí la cuenta). Menos popular que el templo de Buda de jade, el templo Longhua o del dragón, era un hervidero de devotos que estaban celebrando en este centro religioso una jornada muy importante en China, el día de los muertos (Festival Qingming), tras haber pasado 15 lunas desde el equinoccio de primavera. Una jornada en la que los chinos acuden en masa a los cementerios y a los templos, queman incienso, rezan por sus seres queridos y queman «papeles que representan dinero» (conocido como dinero fantasma). En Longhua no había aquel día quien no llevara a cabo esta curiosa tradición.

Pagoda del templo del dragón de Shanghái (China)

Para la tarde habíamos cerrado (gracias nuevamente a Irene de Youlan Tours) un paseo en sidecar por el casco histórico de Shanghái, pero sobrevino una lluvia torrencial y tuvimos que cancelarlo. Afortunadamente sí nos dio tiempo a conocer el Jardín Yuyuan. Unos jardines mandados construir por un funcionario rico en el siglo XVI, los cuales fueron el regalo a la mujer de su vida, su madre. Aquel se trata lugar que no tiene nada que envidiar a los de los emperadores de la Dinastía Ming en sus palacios de recreo. Y una visita altamente recomendable.

Jardín Yuyuan de Shanghái (China)

Fuimos con tiempo suficiente a la Estación Central de Shanghái para evitar complicaciones y no arriesgarnos con los probables controles de seguridad (son muchos pero se pasan rápido). Ya de noche nos subiríamos a nuestro tren a Shijiazhuang donde teníamos reservado un pequeño camarote de dos camas y baño. Una noche en la que recordé que no llevar consigo papel higiénico antes de tomar un tren chino es siempre una decisión equivocada…

Shijiazhuang, capital de Hebei

Entre Shanghái y Shijiazhuang (en chino 石家庄市) hay algo más de 1000 kilómetros dirección norte. La capital de Hebei, con más de 10 millones de habitantes, repleta de fábricas y de edificios de una altura demencial, no tenía nada que nos interesara salvo su posición para llevar a cabo algunas actividades en una de las provincias más desconocidas de China, a pesar de su escasa distancia (y ejemplar comunicación) con una ciudad como Pekín (aprox 2 horas en tren desde la capital). Shijiazhuang, que no terminaré de pronunciarla bien en la vida, era, en definitiva, el trampolín a cosas mejores. Aunque eso sí, el desayunazo que nos pegamos en el Hotel Intercontinental, en pleno centro de la ciudad, hizo merecedora toda una noche de tren para llegar hasta allí. Hasta entonces no sabía lo que era un buffet-desayuno de verdad.

Torre de televisión en Shijiazhuang (China)

Mientras esperábamos la llegada de la guía que nos llevaría en coche al monasterio Bailin, donde íbamos a pasar la noche, aprovechamos para pasear por el Century Park, junto a la fotogénica torre de televisión, y ver a los locales practicando tai chi, a pesar del viento que hacía aquella mañana. También entramos a un mercado de alimentación a curiosear y tomar unas cuantas fotos. Siempre he dicho que una ciudad o incluso un país, se mide en lo que sucede dentro de sus mercados. ¡Nunca falla!

Escena en el mercado de Shijiazhuang

Nuestro paso por Shijiazhuang sería, por tanto, testimonial. Lo bueno empezaba justo después.

Monasterio Bailin, el día que convivimos con monjes zen

El porqué de Shijiazhuang se explicaba con un lugar situado a 50 km de esta ciudad. En el distrito de Zhaoxian destaca por encima de todo el monasterio Bailin, un centro religioso zen con más de 1500 años de antigüedad que, además, es de los pocos que permiten que algunos de los visitantes pernocten en sus instalaciones. Esa era precisamente nuestra intención, vivir un monasterio budista chino desde dentro, contemplar a los monjes en sus rezos y rituales así como pasar la noche en uno de los monumentos más bellos de Hebei cuando los turistas se hubieran marchado. Cosas así no se viven todos los días y para nuestro camino al Tíbet (aunque allí la rama budista es muy diferente a la zen) deseábamos comprender y sentir la religiosidad zen así como la tradición monástica que ha pervivido tras una dura y prolongada revolución comunista en China.

Sele entrando al Monasterio Bailin (China)

Nuestra habitación era humilde, no en cuanto a tamaño (espaciosa para 4 literas y baño privado) sino en lo básico de la misma. Sabíamos que no estábamos precisamente en un Marriott y que no dispondríamos ni de cama king size sino, más bien, de auténticas tablas de esas que cuando despiertas tu espalda amanece cantando por bulerías. La última vez que alguien le había metido mano con la limpieza todavía Siddharta, el Buda histórico, vivía como un príncipe y no sabía qué era eso de meditar. Pero para nosotros aquella experiencia no tenía nada que ver con dormir en un hotel sino con saber cómo funciona un monasterio por dentro, por lo que no nos importaba lo más mínimo cómo era o dejaba de ser nuestro cuarto. Un lugar que, aunque no se llegue a pernoctar en él, merece una prolongada visita.

Monasterio Bailin (China)

Su pagoda octogonal de la Dinastía Yuan (siglo XIII) con aproximadamente 40 metros de altitud repartidos en 7 pisos es el corazón del conjunto religioso y por el mismo los feligreses dan vueltas con las palmas de las manos unidas en una oración constante. Alrededor sobreviven algunos de los cipreses plantados cientos de años atrás y cuyos troncos se han suavizado como la seda por el paso de millones de manos de devotos que encuentran en Bailin los oídos que escuchan sus plegarias.

Pagoda del monasterio Bailin (China)

Detrás de la pagoda emergen un pabellón tras otro. Algunos de los cuales conocimos durante el rezo de los monjes con el pelo rapado al cero y ataviados con sus características túnicas grises. Nos sentimos auténticos privilegiados, sobre todo cuando la noche se tiñó de azul oscuro y el monasterio se quedó a solas y en absoluto silencio o, sobre todo, cuando fuimos testigos de una ceremonia de tambores, campanas y cánticos religiosos que se repetían una y otra vez en la torre de la campana. Un escenario al que caímos por casualidad y del que formamos parte junto a monjes y unos pocos feligreses en el una ceremonia que duró algo más de media hora. Allí la música de la campana y de tambores que provenían de una planta más arriba, acompañada de mantras pronunciados por un monje a toda velocidad marcaba las veces que debíamos arrodillarnos ante una figura dorada de Buda. Ahí terminaría una jornada tan emocionante como agotadora pero de la que saldríamos fortalecidos ante lo que nos esperaba en las semanas sucesivas.

Monje zen en el monasterio Bailin (China)

Curiosa, cuanto menos, también había sido antes la cena en una especie de pupitres largos en la que no está permitido hablar y en la que a quien se deja algo de comida (su cocina es vegana) en el plato se le amenaza con un golpe de vara en las manos, como en los colegios severos de los tiempos de nuestros padres y abuelos.

Yujia, una aldea de piedra única en Hebei

A 80 km al oeste de Shijiazhuang (nosotros tardaríamos algo más de 60 minutos desde el monasterio Bailin) se encuentra una aldea de casas de piedra que goza de protección a nivel nacional. Yujia es única en su especie en Hebei y una rarísima excepción en territorio chino. Un entramado de calles, templos y portones de piedra, con teatro incluido, que todavía sigue estando habitado y que, a pesar de todo el turismo local que se mueve en China, parece haber sido descubierto por muy poca gente. A lo largo de la mañana que duró nuestro recorrido por Yujia pudimos ver no más de una veintena de turistas, todos ellos chinos y ninguno extranjero. Algo que para quien conoce China sabe que hoy día es casi un milagro. Y que conviene aprovechar.

Yujia, la aldea de piedra

Yujia se halla en el distrito de Jingxing. Su nombre viene a significar algo así como «la aldea de la familia «Yu», que hace referencia a un jefe militar de la Dinastía Ming que vivió a finales del siglo XV y fue mandado ejecutar por el emperador. Sus descendientes levantaron este pueblo que a día de hoy conserva más de 4000 casas de piedra (hay cerca de 2000 habitantes) y un pavimento también de piedra repartido en 4 kilómetros realmente laberínticos.

Aldea de piedra de Yujia (Hebei, China)

Su puerta de acceso, con varias capillas interiores, merece la pena ser estudiada con detenimiento. Sobreviven algunos templos y, como comenté antes, un escenario teatral que ha vivido miles de actuaciones a lo largo de su historia. Resulta un paseo agradable a través de la Historia y con una inédita naturalidad que en China poco a poco se está perdiendo. Un reguero de banderolas de colores nos acompañó en este viaje temporal que reconozco me dejó un estupendo sabor de boca.

Templo en Yujia (Hebei, China)

Montañas Cangyan y el templo-puente de la película Tigre y Dragón

Navegando en internet para buscar localizaciones en Hebei que pudieran ser interesantes e incluir en nuestra ruta, encontramos que en Cangyanshan 苍岩山 o Montañas Cangyan, apenas a 30 km al sur de Yujia (algo más de 70 de Shijiazhuang) se situaba uno de los escenarios más hermosos de la película dirigida por Ang Lee «Tigre y dragón», ganadora de 4 Oscars de Hollywood y con unas imágenes fascinantes. Al principio vimos una hilera de templos sobre una montaña pero, sobre todo, lo que nos dejó alucinados fue la imagen impactante de un templo-puente que unía los dos márgenes de un cañón de piedra. ¡A ese lugar tenemos que ir como sea! – dijimos ambos. Y entonces lo incluimos en la ruta en coche para aquel día que acordamos con Youlan Tours, que se había encargado de proveernos de vehículo y guía para movernos por Hebei.

Montañas Cangyan (Hebei, China)

En este recinto religioso igualmente desconocido para el turismo extranjero (sí para el turismo local y, sobre todo, de índole religiosa) y que demuestra que aún queda «China profunda» para rato, hicimos una marcha por un escenario utilizado no sólo para «Tigre y dragón» sino para otras muchas películas filmadas en el país asiático. Para ahorrar tiempo, dado que el sendero alcanzaba una altura considerable, subimos al punto más alto en teleférico, lo que nos sirvió para hacernos una composición de lugar, admira semejante ubicación y ya después volver a la base bajando escaleras. Algo que nos pudo llevar alrededor de las 3 horas.

Monte Cangyan (Hebei, China)

Un largo estrecho sendero de piedra nos llevó por un desfiladero en el que iban surgiendo templos, algunos muy antiguos y otros recién construidos, y una marcha de peregrinos. Todo perfumado con el humo del incienso y acompañados por el ruido reiterativo de los rezos de los peregrinos que se detenían en cada capilla y en cada figura.

Sele e Isaac en las montañas Cangyan (Hebei, China)

Al final del camino, tras serpentear por los acantilados en una agradable, aunque calurosa, caminata, llegamos hasta la postal que nos había llevado hasta allí. Uniendo ambas paredes de una profunda garganta rocosa se ubica el templo-puente de la Fortuna (o Fuqing). El lugar inmortalizado en el cine cuenta con varias estructuras o edificios, pero destaca sobremanera el pabellón convertido en puente (Quialou) y que recuerda la importancia religiosa del lugar que, según la tradición, llevó a la hija de un importante emperador hace más de 1400 años a servir al budismo como monja. La princesa Nanyang acudía allí a llevar sus ofrendas a Buda y para los chinos es venerada como una auténtica deidad.

Monte Cangyan (Hebei, China)

Este pabellón sobre un templo-puente a 52 metros de altitud ha sido una de las sorpresas más gratas que me he llevado en todos mis viajes a China. Sin duda el largo camino al Tíbet nos llevó por derroteros realmente inesperados.

Templo-puente en el Monte Cangyan (Hebei, China)

Por la tarde regresamos a Shijiazhuang para tomar en su modernísima estación de ferrocarriles uno de los trenes bala o de alta velocidad para viajar con ciertas comodidades hasta Xi’an en tan sólo 4 horas (para hacer en torno a 800 km), algo absolutamente impensable unos pocos años antes en que los trayectos eran eternos incluso en distancias ridículas. China no deja de expandir sus comunicaciones y de un año para el otro las cosas cambian y los tiempos se reducen de manera notable. El número de trenes bala y rutas disponibles no deja de crecer y de convertir en obsoleta cualquier guía de viaje que se precie.

Xi’an, principio y final de la ruta de la seda. Tumba de los guerreros de terracota

Hay nombres de ciudades que te embaucan a seguir tus sueños viajeros más profundos. Para mí Xi’an (en chino mandarín 西安) siempre fue uno de ellos. Ya había estado en el considerado como extremo oriental de la ruta de la seda una década antes (en el viaje transmongoliano de 2015), pero esta vez no sólo tuve tiempo de disfrutarla como merecía sino de empaparme de muchas de las cosas que entonces no tuve ocasión de apreciar. Con un crecimiento brutal y muchos cambios, sí. Pero la esencia de la que considero mi ciudad preferida en toda China, continúa latente tanto dentro como fuera de la imponente muralla que abraza una ciudad a la que la palabra milenaria se le queda incluso pequeña.

Templo pequeño de la Oca Salvaje en Xi'an (China)

Nos hospedamos en un hotel junto a la torre de la campana (de hecho éste se llama Bell Tower Hotel Xi’an), es decir, en pleno centro. Y aunque la primera noche sólo tuvimos un rato para reponer fuerzas cenando en un restaurante de cocina musulmana que ofrecía los mejores dumplings de la ciudad (Muslim Yang Dumpling Restaurant) hubo tiempo para hacer bastantes  visitas y vivir estupendas experiencias en la ciudad conocida por dar nombre a uno de los más increíbles hallazgos arqueológicos de la Historia. A bote pronto me vienen a la cabeza algunos momentazos como:

  • Dar un paseo en bicicleta sobre la muralla del siglo XIV (Dinastía Ming) que rodea el centro histórico. No toda, por supuesto, ya que cuenta con nada menos que 14 kilómetros. A primera hora, antes de que el calor apriete, siempre es una buena idea.

Sele e Isaac pedaleando en la muralla de Xian (China)

  • Visitar el bazar del barrio musulmán y entrar a la antigua mezquita que no tiene que ver con las que se ven en Oriente Medio, Turquía o el norte de África puesto que sigue los cánones de los templos budistas o taoístas chinos. La gran mezquita de Xi’an, de mediados del siglo VIII, está considerada como la pequeña Meca del Lejano Oriente y su visita es más que recomendable. Además tuvimos la fortuna de coincidir con una reunión de la comunidad islámica en el patio principal de la misma, lo que nos permitió contemplarla más viva que nunca (la gente fue muy simpática con nosotros y pudimos hacer todas las fotos que quisimos).

Gran Mezquita de Xi'an (China)

  • Entrar a las pagodas de la oca salvaje (la mayor y la menor), excelentes ejemplos de la arquitectura china de la Dinastía Tang (siglo VIII) cuyo estilo se exportó a otros rincones del imperio (en Dali – Yunnan -, por ejemplo). Quizás de pagoda pequeña sea la que más me llamó la atención, aunque es recomendable visitar ambas.

Sele en la Pagoda mayor de la oca salvaje (Xian, China)

  • Transitar el barrio musulmán por la noche y observar cómo cambia de manera radical en una hilera inacabable de puestos callejeros donde preparan la comida al momento. Huimin Jie, a un costado del bazar, es el epicentro de todo esto.

Mercado de Xian por la noche (China)

  • Admirar miles de guerreros de terracota en uno de los yacimientos arqueológicos de importancia mundial. Pero eso, amigos, merece un apartado exclusivo… (a continuación).

Entrada al museo de los guerreros de terracota en Xian (China)

LOS GUERREROS DE XI’AN, PROBABLEMENTE EL MAYOR HALLAZGO ARQUEOLÓGICO DEL SIGLO XX

 

¿Qué hacían miles y miles de guerreros de terracota a tamaño real junto a la tumba del emperador Qin Shi Huang? ¿Cuál era su significado? ¿Cuántos hay realmente? A principios del siglo II antes de Cristo a unos 30 km de Xi’an fueron enterrados más de 8000 guerreros de terracota completamente diferentes los unos de los otros, ordenados por sus cargos militares, armados e incluso algunos a caballo. Todavía la tecnología no ha permitido acceder a la tumba del gran emperador pero el hallazgo en los años 70 del ejército de terracota destinado a acompañar a su líder en la otra vida ha llevado al mundo a poder admirar en tres grandes fosas un resultado increíble que se mece entre los epítetos justificadamente exagerados e infinidad de preguntas sin respuesta.

 

Guerreros de terracota en Xi'an (China)

 

La visita al museo de los guerreros de terracota es, sin discusión, la excusa perfecta (que no la única) para viajar a Xi’an, al menos, una vez en la vida. En mi caso ha sido la segunda que, aunque con muchos más visitantes que en la primera, pude saborear en mayor medida. La fosa número 1 es la más grande y mejor conservadas, pero las otras 2 permiten observar cómo fueron encontrados muchos de los guerreros, e incluso las rampas de la época que sirvieron para depositarlos. Un edificio aledaño muestra, además, un par de carruajes de bronce profusamente labrados que muestran el avance artístico de la China de aquel tiempo.

 

Guerrero de terracota en Xi'an (China)

El fin de fiesta lo tuvimos en el barrio musulmán en su versión nocturna. A la mañana siguiente había que madrugar puesto que íbamos a iniciar la última fase del largo camino al Tíbet en lo que históricamente fue parte de la región durante mucho tiempo: Xining.

Xining, capital de Qinghai y puente al Tíbet

La provincia china de Qinghai es parte de lo que se conoce como Tíbet histórico y cultural. Al igual que sucede con otras áreas chinas, mantiene la cultura tibetana, la lengua, la religión y múltiples lazos históricos nutridos por tradiciones ancestrales. Pero no forma parte de facto de la actual Región Autónoma del Tíbet. Se trata de una zona que no requiere permisos aparte (como sí sucede en la Región Autónoma) y que, además, sirve de enlace idóneo para viajar a Lhasa en el tren de las nubes. Xining 西宁市, la ciudad más poblada de la ancha meseta tibetana, se encuentra a 2270 metros sobre el nivel del mar y, por tanto, viene bien para eso de la aclimatación a la altura con el objeto de estar más preparados antes de dar el salto definitivo al Tíbet.

Xining (Qinghai, China)

Xining fue nuestra base para 3 días y 2 noches en los que no sólo visitaríamos algunos rincones de la ciudad (donde conviven etnias como la tibetana o la hui, estos últimos musulmanes) sino en que además realizaríamos rutas a lugares de gran interés como pueden ser el monasterio Kumbum o el mítico Lago Qinghai, el más grande de China y considerado sagrado por los tibetanos.

Xining, punto de partida ideal para el tren de las nubes a Lhasa

 

Para viajar al Tíbet en el famoso tren de las nubes uno puede subirse a su vagón en ciudades como Shanghái o Pekín. Incluso en Xi’an. Pero Xining puede ser el mejor punto de partida posible para este viaje en ferrocarril por varias razones. Por un lado es aquí donde empiezan a verse y disfrutarse de los vastos paisajes de la meseta tibetana, la duración del trayecto es de una sola jornada (dos tarda desde Pekín o Shanghái en el que además es un tren no demasiado confortable puede hacerse algo pesado el viaje) y además facilita la aclimatación a la altura (la media en Tíbet es de 4000 metros y hay tramos en la ruta del tren de las nubes en las que supera los 5000). Además hay lugares para visitar en la zona que hacen que pasar un tiempo en la zona merezca la pena.

 

Niño de la etnia hui en la gran mezquita de Xining (China)

Xining, que formara parte de uno de los trazos norteños de la ruta de la seda, es hoy una de esas nuevas megalópolis repletas de rascacielos y muy amiga de recibir las clásicas tormentas de arena provenientes de la meseta tibetana o incluso de la uigur Sinkiang. Cuenta con buenos restaurantes y cafés, un barrio musulmán interesante para deambular por él, muy poco turismo extranjero y, su estrella, una gran mezquita con más de 600 años de antigüedad como es la de Dongguan. Llegar hasta este monumento religioso en la hora de la oración cuando el sol empezaba a deshacerse en el horizonte, siempre es toda una suerte.

Mezquita Dongguan en Xining (China)

Monasterio Kumbum, un centro de peregrinaje tibetano

Aproximadamente a una treintena de kilómetros de Xining se encuentra uno de los lugares religiosos más importantes y sagrados para la religión tibetana. En Kumbum (también llamado Ta’er) nació en 1357 Je Tsongkhapa, el fundador de la secta gelugpa (la de los gorros amarillos, con bastante poder y presencia en Tíbet) y en su honor se levantó este conjunto al que acuden miles de peregrinos cada año. Algo que apreciamos nada más arribar al monumento cuando a su alrededor vimos no pocos peregrinos que se desplazaban de una manera tan particular como ingrata. Caminaban varios pasos, se arrodillaban, se tumbaban y extendían los brazos para tocar el suelo con la frente, incorporándose enseguida para repetir la misma acción una y otra vez. Un avance entre la penitencia y la devoción desbordada que observamos por primera vez en Kumbum pero que sería una constante en Lhasa y en todas esas koras que se hacen en territorio tibetano. Allí nos dimos cuenta de que la religiosidad de los tibetanos superaba todo lo que habíamos visto hasta entonces.

Monje en el monasterio Kumbum (China)

Cabe recordar que este monasterio, que llego a acoger a más de 3000 monjes (ahora hay algo más de 600), nació alrededor de una pequeña y humilde pagoda que conmemoraba tan importante nacimiento. Hoy día se puede visitar una macroestructura repleta de pabellones, templos, capillas y grandes patios con un destacado patrimonio artístico completamente «vivo». Y digo lo de vivo porque la religiosidad del lugar es palpable en muchos ricones, en el sonido chirriante de las ruedas de oración, los rezos e incluso uno de los momentos más interesantes de cada jornada como es el momento en el que los monjes inician sus famosos debates.

Monasterio Kumbum (China)

 Los debates de los monjes tibetanos, un entrenamiento hacia la convicción

Dentro de las largos días de los monjes tibetanos (que muchas veces tienen su inicio a las 3 de la madrugada) hay una actividad destinada a ayudar a los estudiantes a cerciorarse aún más sobre sus entendimientos y poder cerrarlos en certezas inamovibles. De ahí que, normalmente de 2 en 2, aunque en grupos grandes divididos según edades, uno se sienta y otro se queda de pie. Quien permanece sentado está, en realidad, desafiando a su compañero por medio de incisivas preguntas con las que busca asegurar que el otro pueda defender su postura a pesar de sacar a la luz las posibles inconsistencias en sus respuestas.

 

Debate de los monjes en el monasterio Kumbum (Qinghai, China)

 

Con esta actividad se busca desarrollar una conciencia a través de la convicción. Primero se toma una postura y el compañero de debate (la persona que está sentada) le ofrece distintos puntos de vista. En definitiva, le reta. Si éste es capaz de defender su postura frente a cualquier objeción y lima toda inconsistencia, evitando contradecirse a sí mismo, logrará tener lo que se conoce como convicción total, algo que en sentido religioso permite despejar todas las dudas y perseguir un camino concreto.

 

Monasterio Kumbum (China)

 

En algunos templos tibetanos (el más famoso es el de Sera) es posible asistir a estos debates. También en Kumbum a primera hora de la tarde, siempre respetando con riguroso silencio y educación lo que forma parte del aprendizaje de los monjes.

El paso de Riyue: Las montañas del Sol y la Luna

Hace más de 1300 años fue acordado el matrimonio entre la princesa china Wencheng (hija de un emperador de la Dinastía Tang) y el Songtsan Gampo, fundador del Imperio tibetano y quien había unificado un territorio sumamente poderoso. Tanto China, que en ese momento tenía su capital en Xi’an, como el Tíbet se beneficiaron por completo del acuerdo. Momento en el cual el budismo se incorporó a los dominios gobernados por Songtsan Gampo y nacería el templo Jokhang en Lhasa, que hoy día sigue siendo vernerado en primer lugar por ser «la semilla» budista en este gran reino. De ahí que la princesa Wencheng, venida de China, sea querida no sólo como un elemento histórico esencial para el Tíbet sino como la diosa de la misericordia en el budismo tibetano.

Sele en Riyue (templos del Sol y la luna en Qinghai, China)

El viaje de Wencheng al Tíbet se recuerda en las montañas del Sol y la Luna (Riyue), un lugar situado a una altitud de 3399 metros y en el que se observa la expansión de la vasta llanura tibetana. Si bien no nos acompañó la luz debido a una tormenta de arena que tuvo lugar la noche anterior, pudimos visitar los pequeños templos del sol y la luna (no son antiguos) y ver ondear miles de banderas de colores en un lugar en el que los pastores de yaks se las veían crudas por culpa del viento feroz que tiende a azotar aquellas montañas.

A orillas del Qinghai, el lago más grande de China

Desde Riyue, en apenas una hora, nos acercamos a la orilla del lago Qinghai. Aún envuelto en la bruma arenosa y en la aridez del final del invierno, muy lejos de las verdes praderas que tanto recuerdan a las de la estepa mongola. De hecho aquí la mezcla cultural, étnica y religiosa lleva tanto a Mongolia como al Tíbet. Lugares del mundo emparentados en muchos aspectos y con el Qinghai dentro de sus hitos naturales más sagrados. De ahí que hubiera un montón de banderolas de colores y esté implícita la noción religiosa en todo momento.

Sele e Isaac en el Lago Qinghai (China)

En Qinghai se suele visitar la isla de los pájaros, lugar de paso de múltiples aves migratorias, aunque no tuvimos tiempo para ello. También es sabida de pequeñas islas con pequeñas comunidades monásticas a las cuales no han llegado aún los extranjeros debido a las normas estrictas en las mismas. Ir a Qinghai fue, pasa nosotros, algo simbólico, el precedente dentro de la meseta tibetana de cara a un viaje que llevábamos mucho tiempo esperando. Lhasa estaba más cerca. Esa misma tarde retornamos a Xining para subirnos al tren de las nubes y, por fin, entrar a la Región Autónoma del Tíbet.

Colocando banderolas de colores a orillas del lago Qinghai (China)

El tren de las nubes de Xining a Lhasa: Fin de un largo camino e inicio de otro

Hace aproximadamente una década se estrenó una de las obras de ingeniería ferroviaria más complicadas y, a su vez, admiradas en el mundo. La posibilidad de llevar el ferrocarril a Lhasa y unirlo con importantes ciudades chinas requería de tecnología y superar pruebas no logradas hasta entonces. No era sencillo, ni mucho menos, llevar un tren a lugares que sobrepasaran los 5000 metros, pero se hizo. De ahí que al tren transtibetano se le conociera como «tren de las nubes» y completara las opciones de llegar al Tíbet existentes como el avión o la famosa carretera de la amistad que le une con Nepal. El éxito de este tren es tal que conseguir billetes se ha convertido en una quimera, de ahí que recurriéramos nuevamente a la ayuda de Youlan Tours no sólo para conseguir los permisos de entrada al Tíbet sino también el modo de llegar a Lhasa en este flamante medio de transporte. Y aunque lo hicimos con suficiente antelación, llegamos a caer Isaac y yo en camarotes diferentes, aunque conseguimos lo importante, la última llave para conseguir nuestro sueño.

Tren a Lhasa desde Xining

Partimos de la estación de Xining para iniciar un trayecto de algo más de 20 horas de duración, sentados en camarotes de cuatro camas (y un solo enchufe), con posibilidad de pedir oxígeno en el caso que fuese necesario, y atravesando las llanuras de la meseta tibetana pasando por ríos helados, rebaños de cientos de yaks y de fondo picos nevados. Éramos los únicos extranjeros occidentales en aquel tren, donde la lengua inglesa brillaba por su ausencia incluso en la carta del vagón-restaurante que, a la postre, terminó convirtiéndose en nuestra oficina sobre raíles. Eso sí, nos dio tiempo a hacer amistades, aunque fuera hablando a gestos. La comunicación no tiene sólo que ver con el lenguaje hablado o escrito. Al menos eso siempre he creído.

Sele en el tren de las nubes a Lhasa (Tíbet)

ALGUNAS PARTICULARIDADES DEL TREN DE LAS NUBES O LHASA EXPRESS TRAIN (Fragmento obtenido de la guía de 60 consejos prácticos para viajar al Tíbet)

  • Hay camarotes con cuatro camas tipo litera (ni uno solo de dos) a las que llaman “blandas” (Soft Sleeper Cabin), otros de seis camas más duras (Hard Sleeper Cabin), aunque con puerta corredera, sí como otra versión semejante pero sin puertas ni separación. La demanda de plazas es tal que a veces incluso es complejo que te den dos sitios en el mismo camarote.

Camarote del tren transtibetano (Tren al Tíbet)

  • El espacio para el equipaje es mínimo y si se lleva una maleta grande no quedará más remedio que meterla también en la cama.
  • Si bien se dice que es un tren que va presurizado como un avión, realmente no es así (vimos ventanas abiertas, por ejemplo en los baños, y entraba aire en las puertas de entrada y salida). También es cierto que los vagones se van oxigenando de manera automática y existe en cada camarote una especie de surtidor de oxígeno para quien lo pase peor y lo necesite. Siempre va, como mínimo, un médico chino a bordo. Lógico si tenemos en cuenta de que hay muchas horas en las que no se baja de los 4500 metros de alitud sobre el nivel del mar.
  • El vagón restaurante tiene el menú en chino, por lo que sería conviene llevar un traductor o diccionario chino-español descargado en el teléfono móvil, dado que es complicadísimo encontrar allí a alguien con nociones mínimas de inglés que te ayude. El traductor fotográfico de Google (a través de una imagen identifica las palabras) funciona de una manera bastante aceptable, pero es necesario que llevarlo descargado de antemano.

Sele en el vagón restaurante del tren de las nubes al Tíbet (tren transtibetano)

  • Las vistas de la meseta tibetana son muy sugerentes. Ríos helados, praderas repetas de yaks, pequeños pueblos con casas típicas tibetanas… Eso sí, la mejor parte con diferencia está en las dos o tres últimas horas previas a la llegada a Lhasa, cuando se ven las montañas más de cerca.
  • Hay un solo enchufe por camarote. Se encuentra bajo la mesa, próximo a la cama inferior de la derecha. También hay enchufes en los pasillos junto a una especie de banquetas reclinables. El tren no dispone de wifi, pero si se lleva un router portátil es posible encontrar red a menudo. Si bien es una red extremadamente lenta y puntual.
  • Hay que llevar y mostrar los permisos de entrada al Tíbet. Sin ellos no lograrás, si quiera, subirte al tren. Los pueden pedir de nuevo en cualquier momento del trayecto. Los revisan con una minuciosidad, a mi juicio, exagerada.

 

Sele en el tren de las nubes al Tíbet (Transtibetano)

Llegada a Lhasa. En busca de un nuevo Ítaca.

Sin la más mínima presencia del temido mal de altura pasamos la prueba en el tren de las nubes (la aclimatación previa en Qinghai fue clave, así como beber mucha agua) terminamos aquel largo trayecto en ferrocarril. Llegamos a Lhasa, la capital del Tíbet. Toda la vida esperando este momento y por fin podíamos tocarlo con la yema de los dedos. Tras registrarnos en la estación (enésima vez que sacamos los permisos y los pasaportes) y dejar las cosas en el hotel nos fuimos caminando hacia ese rincón tibetano que siempre había despertado nuestras ganas de viajar hasta aquí. Lo adivináis, ¿verdad? Por supuesto me estoy refiriendo al Palacio de Potala, el mayor emblema del antiguo reino del Tíbet. Llegamos justo para la hora azul, cuando el sol se había escondido lo suficiente bajo un horizonte de pobladas montañas y el cielo no se resignaba a ennegrecer. La iluminación era perfecta. Todo lo era, en realidad. Allí estábamos los dos, admirando el que probablemente sea uno de los edificios más bellos de todo el planeta. Terminaba el largo viaje hacia Lhasa y comenzaba otro que buscaba descubrir aquellos lugares (y momentos) que convierten al Tíbet en un destino realmente único.

Sele e Isaac frente al Palacio de Potala (Lhasa, Tíbet)

Lhasa había sido nuestra Ítaca, pero justo en ese instante Ítaca se desplazó a varios cientos de kilómetros. Nada menos que al Monte Everest, el punto de mayor altitud del planeta. Y si nos encontrábamos frescos como una rosa a 3650 metros de altitud, ¿por qué no íbamos a estarlo a 5200 metros cuando arribáramos al Campo Base Norte del Everest? Porque ese se había convertido en nuestro gran objetivo. Pero, como en todo y parafraseando de nuevo al admirado Kavafis, el camino fue «rico, largo en experiencias, en conocimiento».

Lee más sobre lo que sucedió más adelante en: Mejores momentos de un viaje al Tíbet

¡¡Feliz camino a Ítaca, viajer@s!!

Sele

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6 Respuestas a “Ruta por tierra entre Shanghái y Lhasa: El largo camino al Tíbet”

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