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Última carta desde el Eje del bien

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Cuando estéis leyendo esta carta estaré de nuevo en casa. Un largísimo regreso marcó una interminable despedida a ese país llamado Irán con el que tantas veces había soñado y, estoy convencido, seguiré haciendo a partir de ahora. Aunque es cierto que los aeropuertos no son precisamente dependencias monacales en los que escribir de forma relajada, me gustaría desde uno o varios de ellos, dedicar esta última carta a un viaje inigualable, a una gente maravillosa.

Panorámica desde Kharanaq (Irán)

¿Qué decir de Persia? ¿Qué decir de esta aventura de veintiún días en el Eje del bien?

ÉRASE UN PAÍS LLAMADO IRÁN…

Lo primero es que viajar a Irán ha superado todas mis expectativas, y vaya si eran altas. Nunca he creído en ejes malignos ni en las etiquetas, o más bien estigmas, que en muchas ocasiones se le coloca a ciertos lugares. Por ese lado no he pasado de creer que me encontraría una cara y ver definitivamente otra. Estaba convencido que la hospitalidad persa tantas veces reflejada por grandes viajeros era cierta. Nunca conviene olvidar que la gente de la calle es una cosa y los dirigentes están al otro lado. No se puede calificar a un pueblo por un régimen, y más si es tan anacrónico y perjudicial como es el que hace de Irán una República Islámica desde 1979.

Isaac y yo en Meymand (Irán)

Como destino viajero Irán es un diez. Pocos países cuentan con tanta Historia a sus espaldas, con semejante Patrimonio arqueológico, cultural y artístico y, sobre todo, con la autenticidad de un ser inocente que no desea, ni mucho menos, verse inundado de noticias malditas que empapan los medios de comunicación de todo el planeta. Irán tiene muchos motivos para atraer la atención del turismo pero cuenta con una baza devastadoramente atractiva, la gente. El persa es tan de verdad que es capaz de quitarte la venda de los ojos en el primer minuto de viaje.

Tumba en Naqs-e Rostam (Irán)

Junto a Isaac, mi compañero de viaje, amigo y ahora hermano, he tenido la oportunidad de conocer lugares increíbles, rodeados de un halo de magia que va más allá de cualquier connotación relacionada con el arte. Algunos de ellos os los he podido contar a través de distintas postales que he podido mandar en estas jornadas de aventura en el Medio Oriente. Pero muchos otros se encuentran igualmente clavados en mi cabeza, en un corazón poco olvidadizo con quien le hace latir fuerte e irracionalmente. Y de los que espero iros hablando de ahora en adelante.

En los Kaluts (Irán)

Cúpulas celestes decorando el cielo de las ciudades, ruinas de miles de años languideciendo en cada atardecer, el aroma de una pipa de agua dibujando torbellinos en encantadoras casas de té, el espíritu de la Ruta de la Seda deambulando en bazares, caravasares y senderos sin asfaltar en mitad del desierto. Una sonrisa sincera esperándonos al otro lado de la puerta, mil conversaciones que están por empezar y nunca terminar… eso es Irán.

En la ciudadela de Rayen (Irán)

Tengo que decir que éste ha sido uno de los países en los que menos turismo he encontrado. Ya sea por la actualidad, los malditos y disuasorios visados requeridos, o porque muchos temen creerse que esto es Irak o Afganistán en tiempos de guerra, Irán no cuenta con demasiados visitantes. Al parece en tiempos del Shah, en los años 70, Persia fue un destino atractivo, abierto y más avanzado de lo que es ahora. Muchos viajeros lo escogían para bajar hacia la India o descubrir el aroma opiáceo de una Afganistán muy alejada de burkas, bombas y talibanes suicidas. Eran otros tiempos, el resto de la historia es de sobra conocida.

Reconozco que no siempre es fácil comprender y, sobre todo, asimilar, los porqués que obligan a muchas mujeres iraníes a llevar siempre un traje fantasmal color negro que rehuya miradas represoras. Ni que se ate la libertad de un pueblo a través de censuras y costumbres que sólo tienen que ver con la ceguera de un régimen de barbas blancas y turbantes oscuros que no mira más que por su propio (y radical) interés. Es cuestión de tiempo que figuras colosalmente monstruosas caigan para traer momentos mejores, mucho más prósperos. Y, aunque es complicado, los pasos de los últimos meses han vestido de optimismo un panorama imantado de negatividad, escarnio y verguenza. Desconozco si el talante del recién estrenado presidente Rohaní es cierto, pero in situ he comprobado que las esperanzas de los más escépticos pintan de otro color. El tiempo será el que nos diga si los avances se hacen con fundamento o si es un sendero engañoso con el que volver a emponzoñar de niebla las estrechas calles de muchas ciudades.

Cartel de Jomeini y Jamenei en Irán

Pero volvamos a hablar sólo de viajes, de la capacidad de la eterna sorpresa que requiere conocer Irán. No bastan ni una ni dos, ni tres semanas más que para hacerse a la idea de lo que nos espera en este país realmente grande. Venir es querer regresar, abrir los ojos para verificar que Isfahán es una de las ciudades más maravillosas que existen, que en los santuarios sagrados de Mashhad, Qom o Shiraz se viven escenas de otro tiempo mientras que te vuelves transparente a miradas que esperabas más hostiles. O que el Imperio persa, muchos siglos antes de Cristo levantaba construcciones imposibles dotándolas de un carácter sobrehumano. Persépolis, la legendaria Persépolis, es un viaje en sí misma a los orígenes de las civilizaciones en Oriente Próximo. Lo mismo Naqsh-e Rostam, una pequeña Petra que absolutamente nadie se espera y que deja con la boca abierta a todo el mundo. Después llega los tiempos de los Partos, los árabes, los timúridas de Asia Central y los safávidas que lograron abrir las puertas del arte más exquisito que se puede apreciar en todo el continente.

Puerta de la Mezquita del Shah (Isfahán, Irán)

Hablar de Irán es quedarse corto y dejar para el final oasis y desiertos de barro como el de los Kaluts o las montañas pobladas del norte que esfuman de un plumazo los tópicos que nos hablan de un país árido. Hablar de Irán es sentarse en el interior de una mezquita decorada totalmente de plata y espejos en los que se refleja la vida de la gente. O deambular por los mil y un caravasares abandonados en los que aún se puede escuchar el trasiego de las caravanas comandadas por mercaderes venidos de distintos rincones de Asia o Europa y que transmitieron tanta cultura o saberes como sedas, joyas o piedras preciosas.

Todoterreno en los Kaluts (Irán)

Que nadie me venga con el Eje del Mal. Quien se empeña en conocerte, en ayudarte desinteresadamente y entablar una conversación a trompicones con el idioma pero con un té calentito como aliado, no puede arrastrar una connotación tan inmerecida y populista. Os escribo, tras tres semanas descubriendo rincones y personas, mi última carta desde el Eje del bien antes de inmiscuirme en las rutinas de siempre y el calor confortable del hogar y la familia. Un viaje termina y otros se cuelan como los rayos de sol en los tragaluces de los bazares. Pero Irán seguirá conmigo, la vieja y la nueva Persia continuará llamando a la oración de mis sueños convertidos ahora en recuerdos subidos a lo alto de un minarete. No sé si lo conseguiré pero trataré de contaros muchas cosas de este país y, quien sabe, lograr echar una mano a esos viajeros que van a dar el paso de saltar a este corazón de Oriente Medio, a esos viajeros que aman Irán incluso antes de conocerla realmente.

En el Santuario de Imán Reza (Mashhad, Irán)

Me despido deseando a todo el mundo buenos vientos y mejores viajes.

Sele

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PD: Con internet funcionando a la perfección en mis equipos (la censura de los ayatolás no llega afortunadamente a España) vuelvo a dejarme ver por esas redes sociales como Twitter y Facebook que no he podido mantener en estos 21 días de viaje. Os he echado de menos pero reconozco que me ha venido bien desconectar y centrarme en lo verdaderamente importante. Eso sí, preparáos, que queda Irán para rato en El rincón de Sele. Lo descubriremos juntos, si os apetece. Sin olvidar que nuevos destinos empiezan a dejarse ver en el horizonte…

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