Un fin de semana en el Sur de Cerdeña (Qué ver y hacer)

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Un fin de semana en el Sur de Cerdeña

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Cerdeña 2008 por ti.

P1080558 por ti.Cerdeña es, después de Sicilia, la isla más grande del Mar Mediterráneo. Se sitúa en el oeste de la península italiana, al sur de Córcega (Francia) y al norte de Túnez. Con una extensión de 24.000 metros cuadrados y 1.700.000 habitantes, esta región autónoma está en pleno auge turístico. Y no sólo por sus preciosas playas, sino también por su paisaje interior en ocasiones montañoso, sus pequeños pueblos, su exquisita gastronomía, el número de especies de aves que habitan allí y la enorme huella que los avatares históricos vividos han dejado para siempre. Eternamente invadida por fenicios, romanos, genoveses, pisanos, árabes, españoles (formó parte de la Gran Corona de Aragón) o saboyanos respectivamente, ha logrado mantener sus costumbres, mezclándolas con otras foráneas que le han dado una personalidad única y genuina. Incluso tiene su propia lengua, el sardo, que después del italiano es la más hablada en la isla.

Tras una escapada corta a la isla a continuación podéis leer un relato en el que a través de una experiencia personal explico qué ver y hacer en Cerdeña en un fin de semana. Todo mediante una entretenida ruta en coche por la isla.

Bien es cierto que sus primeros pobladores, los Nuraghi, han dejado restos prehistóricos salpicados por toda la región. Estas fortalezas y recintos funerarios son los más importantes atractivos para el turista que huye del famoso recurso del Sol y Playa.

P1080754Desde finales de el año 2007 Ryanair, la popular compañía de Bajo Coste, conectó la Isla (Cagliari y Alghero) con los Aeropuertos de Madrid Barajas y de Girona respectivamente. Momento ideal para encargar un nuevo weekend viajero y ver qué podía dar de sí la cosa. Se apuntaron dos amigas de mi último trabajo en el Ministerio de Asuntos Exteriores (Rebeca y Teresa), y confiaron en mí para que preparara el fin de semana en la región sarda. Los billetes a Cagliari se compraron a mediados de septiembre de 2007, por lo que hasta el 15 de febrero de 2008 había suficiente tiempo para pensar en otros asuntos. Aunque poco a poco fui leyéndome guías y consultando webs para hacerme un poco a la idea de lo que se podía hacer, sobre todo teniendo en cuenta de que iríamos allí en Temporada Baja.

La Isla de Cerdeña es demasiado grande para recorrerla por entero en un simple fin de semana. Y entre todas las opciones decidimos seleccionar su sección sur para movernos por ella de la mejor forma posible. Nada más llegar a Cagliari recogeríamos nuestro vehículo alquilado (bastante barato en temporada baja ya que pagamos un total de 52 euros por los tres días) y después de hacer noche en la capital sarda llevaríamos a cabo el plan diseñado y retocado hasta en el último instante. Aunque siempre hay cambios que se llevan a cabo estando en faena..

Antes de hablar del día a día del viaje permitidme que os muestre un mapa con el recorrido realizado desde el 15 al 17 de febrero de 2008:

Cagliari-Nora-Bahia Chia-Costa del Sud-Sant´Antioco-Calasetta-Carbonia-Monte Sirai-Iglesias-Arbus-Dunas de Piscinas-Cagliari

VIERNES 15 DE FEBRERO

El avión de Ryanair se posó a las 20:45 sobre la pista del Aeropuerto de Cagliari Elmas. Moderno y de escasas dimensiones, está situado a tan sólo 6 kilómetros de la ciudad. El transporte hasta la misma es tan rápido como asequible. Son muchos los autobuses públicos que en tan solo quince minutos dejan a los pasajeros en la Plaza Mateotti. Pero nosotros no íbamos a utilizar esa opción porque habíamos alquilado un coche por internet con la compañía Hertz. Utilizar un vehículo es la mejor manera de recorrer la Isla de Cerdeña, de internarse en sus playas y en los lugares más recogidos y escondidos donde poder encontrarse con la naturaleza, con solitarios pueblos o con ruinas de épocas inmemoriales. El precio con que lo conseguimos (52 euros, a 18 por cabeza) era más que competitivo como para desaprovechar la ocasión. Un Peugeot 207 Gasolina fue nuestro fiel compañero de viaje, con el cual hicimos varios cientos de kilómetros en ese corte sur sardo que habíamos seleccionado.

Aprovechando la temporada baja y la escasez casi absoluta de turismo en la Isla, nos hicimos con un buen hotel en Cagliari, donde pasaríamos la primera noche: Un Holiday Inn de 4 estrellas que nos cobró 105 euros (a dividir entre tres) por una enorme habitación triple y un desayuno de lujo. No queda cerca del centro de la ciudad, pero teniendo coche no era problema.

Entre que salimos del Aeropuerto y dejamos nuestras cosas allí se nos hizo algo tarde, pero no fue óbice para marchar un rato a Cagliari para dar una vuelta aprovechando que era viernes y que en una noche con una temperatura más que agradable podía haber algo de vida en la ciudad. En diez minutos nos encontrábamos en la Via Roma, la Avenida paralela al puerto decorada con bellos edificios porticados y desde la cual crece a lo alto su barrio histórico. Nuestra primera incursión en la ciudad de Casteddu (así se dice en el lenguaje sardo) nos hizo sacar una serie de conclusiones: Son infinitas las callejuelas empinadas inevitables para alcanzar el corazón de la ciudad (Barrio de Castello), en invierno no es precisamente una de las capitales más marchosas de Europa, y está llena de Gelaterias (Heladerías) con un género sublime del que dan ganas de no dejar nada.
Este acercamiento se vería refrendado durante el domingo a partir del mediodía cuando le dedicamos no pocas horas para hacer una visita más formal y adecuada. Por lo menos ya sabíamos por dónde echarle mano.

La madrugada se nos vino encima para volver al hotel, el cual entre unas cosas y otras nos costó dar con él. En parte gracias a la penosa señalización de las carreteras, signo inequívoco y rutinario de Cerdeña al que hay que acostumbrarse muy mucho cuando se utiliza un automóvil.

SÁBADO 16 DE FEBRERO

Pusimos el despertador bastante temprano para que a las chicas les diera tiempo a poner en solfa su coquetería y arreglarse cuanto fuera necesario. Lo que uno tarda cinco minutos, otras necesitan una hora. Para lo que no sobró el tiempo fue para disfrutar de un desayuno completo y variado. Cuando voy a un hotel de los considerados «buenos» me encanta ponerme las botas porque nunca se sabe cuándo se va a comer después. Los tres acabamos más que saciados para salir de allí y comenzar nuestra jornada viajera de sábado.

Nos subimos al Peugeot y nos surtimos de música para el trayecto. Venía bien algo fuerte, que espabilara… El CD 2 de la Gira del Milenio de los insuperables Héroes del Silencio marcó el ritmo y la sonoridad de los primeros instantes en ruta. Una Avalancha musical para el camino alrededor de la costa. Y es que tomamos la carretera nº195 sentido Pula, donde a un par de kilómetros se encontraba nuestro primer objetivo: Nora. Se tarda poco más de media hora en llegar hasta allí, suficientes para darnos tantear el mix paisajístico de Cerdeña, la cual alterna el bosque y la montaña con kilómetros y kilómetros de playas. Particularidad aparte la conforman sus salinas y marismas donde en otoño e invierno anidan numerosas especies de aves provenientes de África. Flamencos, en mayor medida, además de cormonanes, cigüeñelas o ánades, son tan sólo una parte de la cantidad de ejemplares migratorios que atraen tanto a observadores como a científicos.

P1080527Los restos de Nora, una ciudad milenaria fundada por los fenicios 900 años antes del nacimiento de Cristo y ocupada durante largo tiempo por los romanos, es actualmente una lengua de arena y tierra bañada por el agua a ambos lados. Se dice que gran parte de la ciudad se la tragó el mar, dejando sumergidos numerosos restos que es posible se hayan perdido para siempre. Pero nos son pocas las ruinas de lo que queda hoy en día y es visitable por algo más de 5 euros por persona. Un teatro romano, antiguas residencias patricias, termas, cloacas y varios templos que conservan los suelos teselados propios de los mosaicos, resisten el paso y el peso de los siglos y milenios que poco a poco desgastan la piedra con que se levantaron. En lo alto de una colina denominada Capo di Pula se yergue desde el Siglo XVII una Torre de vigilancia española (Torre del Coltelazzo), otro vestigio que da fe del paso de los muchos pueblos que pasaron por la Isla de Cerdeña.

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Saliendo de nuevo a Pula y continuando la Carretera 195 en dirección sur, llegamos en veinte minutos a Bahía Chia P1080592(Baia Chia), compuesta por anchas y largas playas de arena blanca y agua clara en un espacio rodeado de montes recubiertos de pinos. En breve es posible que se convierta en Reserva Natural para evitar la continua inversión inmobiliaria empeñada en construir lo más cerca de la playa. Se extiende durante varios kilómetros desde la Torre di Chia hasta el Cabo Spartivento (uno de los límites de la Costa del Sud) para jugar con un paisaje en ocasiones rocoso y en otras diáfano. Nosotros antes de meternos a una de las playas pasamos por una marisma en que caminaban los elegantes flamencos rosas, a los que tratamos de retratar con éxito relativo. Ya cercanos al mar jugueteamos un rato con la arena y yo me puse a saltar para conseguir una foto en el aire. Tonterías mías que me dan por hacer en cada viaje…

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P1080600Como he dicho en el párrafo interior, el Cabo Spartivento es uno de los límites de la Costa del Sud, que trae una de las mejores y más animadas carreteras panorámicas que ascienden y rodean acantilados de impresión en cuyos fondos se esconden playas y calas, en ocasiones semejantes a las que vemos en las postales caribeñas. El agua calmada y de color turquesa hace transparentarse a la finísima arena blanca. De vez en cuando se otea un velero o un yate con bandera italiana, que se acerca solitario a las rocas a la espera del estío para tener compañía. Porque es en invierno cuando uno puede ver la costa totalmente despoblada. Una de las ventajas de la temporada baja, aunque está claro que más nos hubiera gustado darnos un buen baño en alguna de las muchas playas de esa región sarda.

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La mañana estaba saliendo a pedir de boca. Teresa, Rebeca y yo estábamos pasando una jornada sabadera fuera de lo normal, con un sol apuntando fuerte, un cielo sin apenas nubes y una temperatura más que agradable. Los proyectos y expectativas de los tres, una vez nos separamos de nuestro respectivo entorno de trabajo, son a cada cual más distinta. Y qué mejor que un viaje para ponernos al día de nuestra vida y milagros.

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Entrar a Sant´Antioco es entrar a una isla dentro de otra isla. Separada apenas por un par de kilómetros (superables en carretera desde hace décadas) de la Gran Cerdeña, tuvo como primeros pobladores a los fenicios, que convirtieron al principal pueblo (también llamado Sant´Antioco) en un importante puerto del Mediterráneo. Al igual que el resto de Cerdeña, su riqueza en cuanto a minerales, sirvió como punto de extracción y comercio con otros P1080620pueblos del entorno. Los Cartagineses también aprovecharon este aspecto hasta su derrota con Roma, que pasó a hacerse el dominador en exclusiva hasta su caída. Ya en la Edad Media y tras numerosas invasiones y saqueos perdió gran parte de su importancia. Su esplendor de la antigüedad es visible a través de restos tanto a la entrada por carretera a la Isla (Ruinas de un puente romano) como en las necrópolis romanas y cartaginesas visibles en el pueblo de Sant´Antioco, aunque cuando fuimos nos encontramos todo cerrado. Pocas almas callejeras en otro punto sardo cuyo corazón debe latir con fuerza en verano pero que se apaga en invierno, dejando el lento trasiego de los despreocupados paisanos. El pueblo no difiere mucho en arquitectura a muchos de los exisentes en España. Se nota nuestra impronta incluso en la siesta, que en Cerdeña es algo más que una institución. De dos a cuatro es complicado encontrarse con gente en la calle. Allí deben ser como las que decía Camilo José Cela… «Siestas de pijama y orinal».

P1080621Nos fuimos a comer a Calasetta, el segundo pueblo en importancia de la Isla de Sant´Antioco. Desde su puerto salen ferries a la vecina Isla de San Pietro, uno de los reductos sardos en que todavía se habla el genovés, un dialecto de la lengua ligur, que ya sólo practican (y cada vez menos) los más mayores. Calasetta estaba igual o más vacío que Sant´Antioco pueblo, pero al menos pudimos localizar un sitio para comer próximo al puerto. Un consejo: Allí hay que seguir mucho los horarios del almuerzo si se quieren encontrar los restaurantes abiertos. De 12:30 a 14:00 es hora punta. Era algo más tarde que las dos, pero el simpático camarero decidió hacer una excepción, aunque sólo podíamos elegir pizza en el menú. Perfecto porque era lo que teníamos pensado pedir… Y en absoluto nos defraudaron tanto por calidad como por precio. Cerdeña es mucho más barata que el resto de Italia, y sobre todo que esas ciudades turísticas clave como Roma, Florencia o Venecia donde te cobran un riñón por cualquier cosa.

Después de la comida y la sobremesa junto al mar decidimos seguir con nuestro itinerario, por lo que salimos de la P1080626Isla como pudimos siguiendo las deficientísimas indicaciones existentes que merecen capítulo aparte. En febrero a las seis ya se hace de noche, por lo que debíamos aprovechar al máximo y no demorarnos si queríamos continuar con los planes que teníamos. Nuestro siguiente objetivo, más testimonial que otra cosa, fue Carbonia (ciudad del carbón debido a su condición minera), una ciudad fundada por Benito Mussolini en el 1936. Hoy en día es uno de los mejores ejemplos de lo que se ha venido a llamar «Arquitectura fascista», aunque los gobiernos posteriores han hecho lo posible para que así no sea. Su carácter de antaño se ve reflejado sobre todo en la Piazza Roma donde se aprecian edificios y construcciones grotescas como por ejemplo el campanario de la Iglesia de San Ponziano y la Torre cívica, que otrora albergara la Casa del Fascio. También son típicas de la Arquitectura fascista esas avenidas anchas tan ideal es para hacer desfiles. Es curioso el afán megalómano de los dictadores tanto de una acera como de la otra. No hay más que ir a Rusia o a las muchas Repúblicas ex-soviéticas para comprobarlo.

P1080632A Carbonia le dedicamos muy poco tiempo porque en realidad nos llevó más la curiosidad que sus atractivos turísticos (posee un Museo Arqueológico y otro de fósiles). Muy cercano a esta ciudad (carretera SS126) hay un lugar que sí merece la atención de todos: El Monte Sirai. Es un parque arqueológico de la época fenicia bastante preparado para el turismo (parece casi un Parque temático) que encontramos cerrado (de octubre a mayo abre hasta las cinco, el resto del año a las ocho), aunque fue sencillo saltar al otro lado de la valla para al menos hacernos una idea del mismo. Sólo por las vistas del paisaje verde del interior de Cerdeña y del mar al otro lado donde se distinguen tanto Sant´Antioco como San Pietro vale la pena subir hasta allí. Y si además a uno de gusta la Arqueología y la Historia más antigua, mucho mejor. Son abundantísimos los restos del campamento militar fenicio (S. VII A.C.) y de la Necrópolis posterior de origen cartaginés donde hay una docena de tumbas subterráneas. Los restos milenarios ocupan casi toda la cima del monte, y eso que aún faltan mucho por excavar..

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Para salir de allí y llegar a Iglesias por la propia carretera 126 hacia el norte utilizamos algo menos de media hora. Ya nos olvidamos por tanto del mar y la costa y nos adentramos en un paisaje a cada paso más montañoso. No me preguntéis la razón, pero siempre pensé que Cerdeña era una tierra mucho más árida, y nos llevamos los tres una gran sorpresa al ver que hay abuntande vegetación, coloreada con las muchas flores que se adelantaron a la llegada de la primavera.

Es palpable su antigua actividad minera por los muchos edificios abandonados que van saliendo por el camino. Iglesias fue un centro minero de suma importancia en el Siglo XIX y principios del XX (sin olvidarse del esplendor romano), aunque su fundación como ciudad viene de mucho antes. Villa Ecclesiae, que pasó a llamarse Iglesias con la llegada de los españoles, se levantó en el  Siglo XIII. En la época incluso acuñó moneda propia, señal inequívoca del prestigio de un lugar del que aún quedan resto de su esplendor.

P1080651De los pueblos y villas que visitamos, y sin contar la capital Cagliari, podemos decir que Iglesias conserva en mayor medida su monumentalidad visible en las fachadas de sus edificios, como por ejemplo los existentes en la concurrida Corso Matteoti, peatonal y comercial.

Su Catedral (Santa Clara) de estilo románico, es bastante modesta y se ubica en una pequeñísima plaza en que los niños juegan al fútbol y los viejos se reúnen para contarse batallitas. Además de otros templos religiosos como San Francesco y de restos de la muralla medieval son protagonistas las viviendas más céntricas, que tienen como particular su balconada hecha en hierro forjado. En lo alto el Castello di Salvaterra se asoma desde 1284 para coronar la ciudad de 30000 habitantes.

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Se hizo pronto de noche y aún debíamos ir en coche a Arbus, un pueblo situado más allá de las montañas donde habíamos contratado una habitación. Con el cansancio que llevábamos encima nos vino bien un capuccino previo al último trayecto del sábado. Con la confusión lógica debida a la señalización, logramos salir de Iglesias para subir un puerto de montaña en plena oscuridad. Curvas, curvas y más curvas ascendían y descendían consecutivamente en una carretera en la que había que poner mil ojos, sobre todo cuando algún vehículo sardo le daba por emular a Fernando Alonso. Ojito, que conducen a toda máquina…

En el camino hubo mucha sorna con el rutinario miedo de Rebeca a las carreteras chungas, que se vio aumentado cuando nada más y nada menos que tres burros se nos pusieron en el medio de la calzada. Afortunadamente no pasó nada, pero con una velocidad mayor nos los hubiéramos tragado. Puede que dedicáramos algo más de una hora en alcanzar Arbus, una aldea en mitad de la montaña, donde se encontraba el Bed&Breakfast que habíamos reservado por internet (Profumo di Mirto). La triple (con baño compartido) nos salió a 22 euros por persona, y era una casa típica de pueblo regentada por un tal Samuele y su madre, ambos dignos de un capítulo de la Hora Chanante. Un simpático joven ataviado con unas gafas tipo Torrente, nos obsequió con un poco de licor de Mirto (bayas azuladas de un arbusto propio de la Europa meridional y del Norte de África) que es muy típico allí. Con lo que nos nos pudo ayudar fue con encontrar un sitio para cenar, que costó lo suyo. Cuando habíamos recorrido el pueblo (absolutamente vacío) y estábamos a punto de rendirnos dimos con el único restaurante que tenía sus puertas abiertas (Sa Lolla). Un par de horas más tarde pusimos fin a una etapa que nos había dejado baldados. Había que descansar en el pueblo fantasma donde parecía que nosotros éramos los únicos visitantes.

DOMINGO 17 DE FEBRERO

Nuestro plan para el domingo estaba por pulir. Había 3 cosas que queríamos hacer: Ir a las «Dunas de Piscinas», una zona natural junto al mar, visitar Su Nuraxi donde hay uno de los más grandes Nuraghis de la isla, y pasar las últimas horas en Cagliari, y más concretamente en su tradicional Barrio de Castello. Pero las distancias entre esos lugares eran quizás demasiadas para hacer las cosas bien. Además Samuele no nos alentó demasiado no recomendándonos ir a Piscinas (se pronuncia pishinas) con un vehículo que no fuera de suspensión alta porque no hay carretera asfaltada para llegar hasta allí. Hay una parte en que se convierte en un camino de arena lleno de baches que pueden no venirle demasiado bien a un coche pequeño como el que teníamos. Pero aún así fuimos, y más después de haberme metido ya en muchos «caminos de cabras» a lo largo de mi vida. Si había cruzado más de un río en Marruecos con una Kangoo, esto no podía ser para tanto.

Nada más salir de la casa para coger el coche nos dimos cuenta de dónde estábamos. Lo digo porque habíamos llegado allí de noche y no nos habíamos percatado de que estábamos en un lugar asombroso. Rodeados de montañas y de poblados bosques que más parecían los de Asturias o Galicia, que de lo que nos podíamos imaginar de Cerdeña.

Para ir a Piscinas hay que seguir las señales en dirección Ingurtosu, un antigua aldea minera cuyos edificios están P1080662practicamente abandonados. Los kilómetros que separan a este «despoblado» del mar son en sí un museo al aire libre en el que se van cercando ruinosas viviendas, raíles desgastados y excavaciones que se quedaron sin terminar. El esqueleto de un gran bloque construido en la piedra es capaz de sugerir cualquier portada de película de terror. Ideal para los expedicionarios con linterna que gustan de pasar miedo en espacios oscuros y tenebrosos. Porque es como si los más de mil mineros que llegaron a habitar la zona se hubiesen marchado corriendo y dejando todo tal cual. Las carretillas oxidadas, las chimeneas a punto de caerse, las torres desde las cuales los capataces vigilaban a sus trabajadores. Un mundo minero de otros tiempos visible hasta el final del camino que lleva a las insólitas y extrañas Dunas de Piscinas.

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El acceso a las mismas pasado Ingurtosu es complicado pero no tanto como nos lo había pintado el bueno de Samuele. El camino de tierra sí que tiene baches y diversos obstáculos, pero son superables con cualquier tipo de vehículo si se va con cuidado. El enebral que tiñe el monte de verde va cambiando a medida que uno se va acercando al mar. Sorprende ver de repente enormes dunas que parecen provenir del mismo Sáhara si no fuera por los espesos arbustos (llamados maquis) que las decoran. Algunas llegan a los 50 metros de altura y flanquean la improvisada pista de arena hasta llegar a la playa. Tan sólo hay un pequeñísimo edificio hotelero (Hotel le Dune), que formó parte en el Siglo XIX del entramado minero presente en todas partes. Sobre la arena y sujetos perennemente sobre unos raíles desgastados que llegan hasta el mar, se sostienen varias carretillas que jamás volverán a descargar material sobre los barcos que en su día ocupaban esa zona de la conocida como Costa Verde.

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Piscinas es un lugar más que especial. Hoy en día es harto complicado encontrarse en Europa una playa de más de 11 P1080681kilómetros de largo, de aguas cristalinas, rodeadas de un entorno natural cambiante como es el de las dunas moldeadas por el viento, sin apartamentos, chalets o tiendas de souvenirs. Como mucho aún quedan los evocadores restos de un tiempo ya agotado que no hacen más que otorgar un encanto diferente. Si uno se sube a lo alto de las dunas aprecia cientos, qué digo, miles de huellas de diversos animales que se ven libres para moverse por allí sin ser molestados. Se dice incluso que algunas Tortugas Marinas (la especie conocida como Tortuga Boba: Caretta Caretta) anidan por considerarlo un lugar seguro para sus huevos. Aunque su presencia debe ser casi casi milagrosa teniendo en cuenta que en el periodo estival se llevan a cabo excursiones por la zona y bastantes personas se quedan allí. Y bien es sabido que cualquier luz durante la noche (hay un hotel como he dicho antes) las ahuyenta haciéndoles buscar otro lugar más seguro (que cada vez son más escasos).

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En fin, las Dunas de Piscinas son un punto que recomiendo a todos aquellos enamorados de la tranquilidad y la naturaleza.

Para salir de allí y continuar con nuestro itinerario hubo que retornar de nuevo a Arbus, practicamente pasando de nuevo por el Bed&Breakfast donde pasamos la noche. Entre Arbus y Gùspini está por medio el Monte Arcuentu, en el cual después de descenderlo en el coche se aprecia un paisaje llano completamente distinto. Ya en Gùspini veríamos cómo llegar a Barrùmini (Su Nuraxi). Pero nos confundimos más de una vez en la carretera y no atinamos en varios intentos. Así que sabiendo que íbamos limitados de tiempo, dimos media vuelta y desechamos la opción del Nuraghi, marchando a Cagliari para dedicarle más tiempo. A ritmo de Estopa tomamos la Carretera 131, una Autovía bastante buena para lo que habíamos visto hasta ahora. Dejamos el Peugeot aparcado en el Puerto de Cagliari, a dos pasos de P1080698la Via Roma, la Avenida principal de la ciudad sobre la que emerge la ciudad hacia arriba. Es un Bulevar muy concurrido con elegantes y llamativos edificios porticados del Siglo XIX. Bajo sus arcos hay numerosas tiendas, cafés, ristorantes y trattorias propias de un lugar con claro sentido comercial y de paseo. La otra avenida de cierta importancia es el Largo Carlo Felice, que se toma desde la propia Via Roma, pero nosotros escogimos una callejuela cualquiera para internarnos y ascender hasta lo alto de Cagliari para buscar el alma de la città, que no es otro que el Barrio de Castello. Este barrio es el recuerdo de la antigua ciudadela medieval construida por pisanos y aragoneses, y son varios los restos que rememoran su época en que sirvió como fortificación como por ejemplo las murallas que la rodean y sobre todo las tres torres de vigía del Siglo XIV que se conservan: La del Águila, la del Elefante y la de San Pancracio. Nosotros penetramos en el Castello a partir de la del Elefante, llamada así por tener una estatuilla de dicho animal. Curiosamente esta torre aún tiene intacto el mecanismo de la puerta, algo difícil de ver hoy en día.

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En el Barrio de Castello se aprecia el desgaste cotidiano y encantador de muchas ciudades italianas. Antiguas casas aristocráticas con la pintura gastada dan sombra a estrechas calles empedradas. El lugar se abre en un punto muy concreto como es el Bastión de San Remy (Bastione San Remy), que hace de balcón aprovechando las murallas españolas. Desde aquí las vistas de la ciudad y del puerto son sencillamente insuperables, y es por eso que reúne no sólo a los típicos turistas sino también a los propios ciudadanos que lo eligen como un lugar ideal para pasar una mañana o una tarde tranquila. Tiene más carácter de Plaza que la propia Piazza Palazzo en que se encuentra la Catedral de Santa Maria de Cagliari y su vecino Palacio Arzobispal. Al ser la hora de comer y estar todo cerrado estuvimos buscando un buen restaurante en el Barrio para darnos un buen homenaje gastronómico, que había ganas. Y lo encontramos… junto a la Torre del Elefante. Su nombre: Cafe´ sotto la Torre. Entramos por casualidad para ver el menú y acabamos disfrutando de una entretenida velada por 20 € por persona. Los tres tomamos de primero penne con salsa ricci (que son algo así como macarrones con salsa de erizo de mar), y de segundo Teresa y yo no nos resistimos a probar un buen filete de carne de caballo, algo más dulce y tierna que la de ternera. Rebeca en cambio degustó la carne de jabalí con salsa de tomate y ajo. Buenísimo todo…y cerrado con un capuccino con crema y chocolate que nos mantendría en pie durante las horas que nos restaban en Cagliari.

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Con el estómago lleno continuamos nuestro paseo por el Castello, aunque debimos esperar a las cinco para que abrieran la Catedral, que a pesar de su origen medieval (la erigieron los pisanos en el Siglo XI), ha sufrido infinitos cambios y restauraciones que se aprecian en la fachada románica. En el interior predomina mucho más el estilo barroco, sobre todo bajo el altar en que se encuentra una preciosa cripta donde yacen los cuerpos de varios príncipes saboyanos y de los más recordados Arzobispos que ha tenido la Isla.

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En el extremo norte del Castello, opuesto totalmente al Bastione San Remy, la Plaza del Arsenal en que se yergue la Torre de San Pancracio, se encuentra la Citadella dei Musei. Un complejo museístico en el interior de un antiguo edificio militar (el que servía como arsenal Real) que alberga colecciones artísticas e históricas de la Isla de Cerdeña. Se juntan alrededor de un patio el Museo Arqueológico (con numerosas piezas de la ciudad fenicia de Nora), la Pinacoteca Nacional y el Museo de Arte Oriental Stefano Cardu.

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Ya fuera del Castello, continuando en dirección norte quedan restos arqueológicos como un antiguo anfiteatro romano excavado en la roca y un enorme Jardín Botánico, además de varias Necrópolis y Tumbas subterráneas.

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Cagliari no es precisamente la ciudad más bella de Italia, pero sí tiene suficiente para echarle un día entero desde primera hora de la mañana hasta la última de la noche. A nosotros fueron unas cuantas cosas las que nos quedaron cosas por ver allí, pero nuestra jornada se tuvo que interrumpir en cuanto el sol se escondió bajo el mar. Debíamos volver al coche para recargarlo de gasolina y devolverlo al Aeropuerto sano y salvo.

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Con un retraso de una hora sobre lo previsto nuestro vuelo Ryanair aterrizó en Madrid bajo una manta de agua que asolaba minutos antes de la medianoche del domingo. Se había terminado nuestra Historia sarda bajo el lluvioso cielo madrileño. Habría que esperar al siguiente viaje de fin de semana viajero que tendría lugar quince días después… Dublín.

Cierro este capítulo mandando un beso tanto a Rebeca como a Teresa con las que me reí como hacía tiempo.

Ciao amig@s!

José Miguel Redondo (Sele)

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