Un paseo en blanco y negro en el Cementerio de la Recoleta
Cuando viajo a una ciudad, donde quiera que esté, trato de incluir en la ruta una visita a algún cementerio interesante. En las grandes capitales no falta su camposanto de notables, de gente que se quiso ir de este mundo en la opulencia de grandes panteones y estatuas de mármol, como si fuese un último suspiro al viento de quién fue y cómo vivió. Detrás de cada tumba, desde la más trabajada a la más sencilla, caminan distintas historias que se juntan en un mismo desenlace, la afilada guadaña de lo verdaderamente inevitable. De mis viajes por el mundo, uno de los cementerios más hermosos y curiosos en los que he estado es el célebre Cementerio de la Recoleta de Buenos Aires, donde florecen las figuras y los detalles dentro de un océano de sepulturas grises y silenciosas. En realidad caminar entre los estrechos callejones de la Recoleta es llevar a cabo un viaje a la otra Buenos Aires, donde el glamour de los cafés, los teatros y librerías de viejo se traslada al arte voluptuoso y sentido de quienes nunca serán olvidados mientras sus nombres forjados en hierro se sostengan en la pared de un sepulcro. En este lugar los tangos o milongas no se bailan, languidecen solos en todas y cada una de las rejas que esconden la historia de una vida apagada.
Dado que la del Cementerio de la Recoleta es una visita imprescindible en Buenos Aires, me gustaría diésemos juntos un paseo por el más bello de los camposantos de Sudamérica y a la vez descubramos algunas de sus imágenes más curiosas. Sin color, en blanco y negro, que es la única forma en la que sé apreciar lugares como este…
Sobre el cementerio de la Recoleta
El nombre de Recoleta proviene de la presencia de los monjes recoletos en la zona, una segregación reformista franciscana, quienes fundaron allí mismo un monasterio y una iglesia dedicada a la Virgen del Pilar. Justo tras ellos un tímido cementerio que apenas era una gota de agua de lo que se puede ver actualmente. En el siglo XIX, con la llegada de epidemias devastadoras a la ciudad como el cólera y la fiebre amarilla, las familias más pudientes de barrios como San Telmo se trasladaron a vivir a Recoleta levantando grandes casas. De esa forma se convirtió en poco tiempo en una de las áreas más privilegiadas de Buenos Aires. Hoy día probablemente el metro cuadrado de una vivienda en Recoleta sea de los más caros de la ciudad bonaerense.
Pero por lo que es conocido el barrio, fuera incluso de Sudamérica, es por el cementerio que queda justo a las espaldas tanto del monasterio como de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, esta última conservada como una de las mejores joyas coloniales de toda Argentina. Es en 1822, en pleno mandato del Presidente argentino Bernardino Rivadavia, que ante la reciente independencia del país quería «liberar a Buenos Aires de su pasado español», cuando le encarga a su Jefe de obras públicas de la ciudad, un francés llamado Prosper Catelin, diseñar un cementerio como pudiera ser el de una ciudad europea como París. La influencia fue evidente y de ese modo la capital argentina pudo tener su propio Père-Lachaise, bajo mi punto de vista, en una versión mejorada de manera notable.
Durante décadas, sobre todo entre finales del siglo XIX y principios del XX, altos mandatarios del país, artistas y familias acaudaladas tuvieron su sepultura en el Cementerio de la Recoleta. Le fue encargado a grandes artesanos no sólo de Argentina sino de todo el mundo la realización de panteones y estatuas que hoy podrían ser el fondo de un bellísimo Museo de Historia del Arte. Uno de los escultores más insignes de la estatutaria fúnebre, el italiano Giulio Monteverde (el cual tiene una de sus mejores obras en un panteón del cementerio de San Isidro en Madrid, el Ángel de Monteverde), dejó allí mismo una huella imborrable en forma de Cristo muerto tallado en mármol de la forma sublime a la que solía acostumbrar con sus trabajos.
Aunque quizás la tumba más conocida y visitada en el Cementerio de la Recoleta es la de Eva Duarte, más conocida como Evita Perón, son muchos más los personajes sobre los que se sostiene la Historia de Argentina de los dos últimos siglos. Algunos ejemplos que a muchos argentinos le son familiares y que me vienen ahora a la cabeza son las sepulturas de la esposa del General San Martín, o Vicente López, autor del Himno nacional, los hermanos Dorrego, Bartolomé Mitre, Dalmacio Vélez Sársfield quien escribió el Código Civil argentino, el que fuera presidente Don Nicolás Avellaneda, el Premio Nobel de Química D. Luis Federico Leloir, y un largo etcétera de ex-presidentes, diplomáticos, militares, escritores, científicos, actores e incluso futbolistas que descansaron por última vez (y para siempre) en este camposanto.
Este «otro Buenos Aires» fue una de las cosas que no me quise perder por nada del mundo cuando inicié mi viaje de Mochilero en América precisamente en la capital argentina. No tengo duda alguna de que el cementerio de la Recoleta está entre los que más merecen la pena de los que he visto por el mundo. Hacerle una visita es obligado para comprender la ciudad y quedarse con un número de detalles admirables que son capaces de trasladarte a otra dimensión de una de las urbes más grandes del Planeta.
El acceso al cementerio es gratuito y, aunque hay visitas guiadas varias veces al día, preferí dejar mapas o anotaciones y simplemente salir a perderme entre galerías y túmulos de enorme personalidad. Quise hacer un primer acercamiento al anonimato de lápidas y a la expresividad supina de las esculturas que pueblan el camposanto en gran densidad. Alguna vez he escuchado que es el cementerio con más estatuas del mundo. Y creo que es verdad…
Caminando por el cementerio de la Recoleta de la mano del ilustre ausente
Es curioso que Jorge Luis Borges, uno de los grandes astros de la literatura del siglo XX, quien deseó hacer de este lugar su última morada, fuese enterrado finalmente en la ciudad suiza de Ginebra. En 1923, en su obra poética «Fervor de Buenos Aires», le había dedicado un sentido poema al cementerio del barrio en el que tantos años vivió y del que afirmó era «el lugar de su ceniza». A través del poema del ilustre que le falta a la Recoleta, pero que está presente en alma por todas y cada una de sus galerías, os propongo caminemos juntos para descubrir las escenas y fantasmas de piedra que fui hallando por los callejones del camposanto bonaerense.
«Convencidos de caducidad por tantas nobles certidumbres del polvo, nos demoramos y bajamos la voz entre las lentas filas de panteones, cuya retórica de sombra y de mármol promete o prefigura la deseable dignidad de haber muerto.»
Más de 50.000 metros cuadrados dividen finamente una telaraña de avenidas y galerías en los que los panteones y mausoleos dan sombra al mismísimo silencio. Si no se lleva mapa lo mejor es fiarse del instinto y salir a perderse, ya que la recompensa será mucho más gozosa. Después no será tan complicado dar casualmente, o al encontrarse grupos de personas con guía, con las tumbas ilustres que hay en el cementerio. Además hay que tener muy claro que es imposible verlo todo, percatarse una infinidad de detalles. No bastarían ni cien paseos por la Recoleta para observar todas las miradas, los angelotes de mármol, la riqueza de cada bóveda (hay más de 4.000) o el diseño nada inocente de una simple vidriera llena de polvo.
El campanario de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar nos sirve de brújula entre un tumulto de sepulcros y figuras simbólicas situadas entre dos mundos. Cuando me sentía perdido en la maraña de callejones del cementerio buscaba aquella torre como único faro de ese puerto hacia la otra vida en el que miles ya habían partido hace tiempo.
«Bellos son los sepulcros, el desnudo latín y las trabadas fechas fatales, la conjunción del mármol y de la flor y las plazuelas con frescura de patio y los muchos ayeres de la historia hoy detenida y única.»
Lo bello de cada mausoleo y de cada tumba, es tanto el arte exquisito como la simbología que esconde. Una mirada, un gesto, una cruz entre las manos… el llanto de quien echó mucho de menos y no encontró jamás consuelo a su tristeza. Todo ello envuelto en la estela del trabajo delicado de las manos de el artesano que realizó estas obras con la única signatura de la Eternidad.
«Equivocamos esa paz con la muerte y creemos anhelar nuestro fin y anhelamos el sueño y la indiferencia. Vibrante en las espadas y en la pasión y dormida en la hiedra, sólo la vida existe.»
Cavilo y me desoriento en querer saber más. Ellos, las figuras que sobresalen de las tumbas, hacen revolverse a mi cerebro con interrogantes sin respuesta. ¿Cómo se marchó aquel hombre del bigote que yace tumbado? ¿Por qué una mujer viste con el mármol de un traje de novia junto a su lápida? ¿Cómo se llamaba el perro que acompañó fielmente a su ama hasta el final? ¿En qué guerra venció y perdió aquel soldado uniformado en bronce? ¿A quien enseña a leer quien parece una maestra enfundada en una capa centenaria? Cada imagen corresponde a una y mil historias al mismo tiempo, muchas de las cuales se esconderán bajo tierra para siempre. El mundo no llegará nunca a ellas, simplemente hipotetizará sin saber con certeza los porqués de ciertas cosas.
«El espacio y el tiempo son normas suyas, son instrumentos mágicos del alma, y cuando ésta se apague, se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte, como al cesar la luz caduca el simulacro de los espejos que ya la tarde fue apagando.»
Ángeles batiendo o cerrando sus alas para proteger un alma nuevo, para ser los custodios de un sendero que va hacia otra vida que nada tiene que ver con esta. El cementerio de la Recoleta está repleto de estatuas de ángeles, algunos de ellos de una laboriosidad sublime como la de un niño con alas que sestea sentado en un panteón. Porque hay rostros más hieráticos e inexpresivos, pero algunos como los de ese niño ángel reflejan un realismo y una pureza muy difícil de tallar sobre la piedra.
Los Ángeles de la guarda emergen en incontables ocasiones de encima de las bóvedas o de las tumbas sobre las que no apartan la mirada. Su factura es tan prodigiosa que son parte de la seña de identidad de la Recoleta. Muchos de ellos fueron traídos por barco desde España o Italia, o realizados en la propia Buenos Aires por emigrantes o descendientes de estos. No tengo duda de que es el mejor museo al aire libre con el que cuenta la ciudad. Un viaje metafórico a los siglos XIX y XX de un barrio que acogió a la flor y nata de las andanzas de una bandera albiceleste.
«Sombra benigna de los árboles, viento con pájaros que sobre las ramas ondea, alma que se dispersa entre otras almas, fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser, milagro incomprensible, aunque su imaginaria repetición infame con horror nuestros días.»
«Estas cosas pensé en la Recoleta, en el lugar de mi ceniza.»
Así terminó su poema «La Recoleta» el ilustre ausente del cementerio, Borges. Y con él… o sin él, uno puede hacer un viaje distinto en cada ocasión en la que cruce la puerta de entrada de la calle Junín 1760. Recomiendo tener los ojos bien abiertos y dejarse llevar. Que el destino sea el único guía.
OTROS CEMENTERIOS EN EL MUNDO QUE MERECEN LA PENA UNA VISITA
+ Cementerio de Père-Lachaise de París.
+ Cementerio de los Placeres de Lisboa.
+ Cementerio de San Isidro de Madrid.
+ Cementerio de Chauchilla (Perú) y sus tumbas a cielo abierto.
Información práctica (Horarios, cómo llegar, visitas guiadas..)
Pero si uno no quiere guiarse únicamente por el destino y requiere un guía turístico que conozca vericuetos, historietas y la ubicación exacta de muchas tumbas ilustres (la más visitada es la de Eva Perón, aunque no la más rimbombante en decoración), debe saber que se puede hacer un recorrido de esta manera… y además gratis. El cementerio de la Recoleta abre todos los días del año de 8:00 a 17:45 horas, aunque las visitas guiadas que parten de Junín nº1760 (entrada principal junto a la Iglesia de Nª Sra del Pilar) se pueden hacer de martes a domingo. En castellano hay hasta cuatro visitas diarias con los siguientes horarios: 9:30, 11:00, 14:00 y 16:00. Y que nadie se olvide por mucho que le digan lo contrario: Son GRATIS.
Se puede llegar en los siguientes autobuses urbanos (o colectivos): 5, 10, 17, 37, 38, 39, 41, 59, 60, 61, 62, 67, 75, 92, 93, 95, 101, 102, 106, 108, 110, 124, 130, 152. En mi caso a la vuelta me di un buen paseo caminando hasta Plaza de Mayo, pero requiere un tiempo importante… que merece la pena.
Mi Buenos Aires querido, mi punto de partida para recorrer un continente, el lugar al que llamé hogar nada más aterrizar en él… Siempre dará para que cuente historias y rincones que me enamoraron. Como este de Recoleta…
Sele
+ En Twitter @elrincondesele
PD: No te pierdas todos los relatos sobre Argentina publicados en este blog. Y, si te gusta el turismo de cementerios, échale un ojo a estos reportajes dedicados a camposantos del mundo.
13 Respuestas a “Un paseo en blanco y negro en el Cementerio de la Recoleta”
Pero qué envidia me das, tío… De siempre Argentina es un país que he querido visitar y aún no he podido hacerlo, y sin duda este cementerio está en la agenda (por ahora tendrá que seguir esperando, porque me voy por tercera vez a mi querido Méjico…) Cierto que recuerda un poco al cementerio de Père Lachaise, pero ése ya lo conozco (y ya me ronda hace tiempo la idea de dedicarle un artículo). Sin duda un estupendo punto de partida para tu viaje, quedo a la espera de los siguientes capítulos.
Un saludo.
Es impresionante las esculturas que se pueden ver en Recoleta, y las sobre todo las historias que se escuchan. Como tu dices, quedan en la mente algunas preguntas sin respuesta sobre la gente retratada en las esculturas..
Por otra parte, a mi se me hizo raro ver que un cementerio es un lugar tan turístico!
Aprovecho para decirte que hace tiempo que leo tu blog (un par de años ya) y que me parece muy lindo!
Acabo de crear el mío también, comenzaré a escribir en mi próximo viaje, por si quieres echarle un vistazo!
http://americadesuranorte.blogspot.com
un abrazo!
Buena elección la del blanco y negro para esas imágenes llenas de emoción. Ya sabes que los cementerios nos llaman, tienen ése algo especial que nos «obliga» a visitarlos siempre que viajamos, y está claro que éste que nos traes lo tiene en altas dosis 🙂
Tomamos buena nota de la información y trataremos de descubrir todas esas tumbas y estatuas 🙂
Nosotros compartimos contigo el gusto por visitar cementerios, son lugares sorprendentes, con manifestación artísticas de primera nivel y con un montón de historias detrás de cada lápida. Nos gustó mucho tu post sobre los cementerios de Madrid, pero este también nos ha encantado! 🙂
Nada de autobuses.
Salir de Recoleta por Avda Libertador hasta Plaza Mayo. Con in agradable y merecido descanso en el paeque tras plaza San Martin, con vistas a la Torre de los Ingleses.
Las fotos espectaculares Sele!! Se ve que es precioso.
Te doy las gracias por hacer que camine a tu lado, con cada palabra que ponías me sentía dentro y caminaba contigo, has sabido transmitir excelentemente todo lo que sentiste allí.
Buenos Aires es la ciudad que más me gustaría visitar en estos momentos, pero tengo la sensación que viviré allí alguna temporada. Soy un enamorado del otro Buenos Aires, el teatro, café, tango…
Como siempre es un placer leer a Borges.
Jesús Martínez
Vero4travel
Yo tampoco me pierdo nunca los cementerios, creo que casi te pueden decir más de un lugar que muchas otras cosas… A ver si puedo visitar el de La Recoleta algún día, me has enseñado un poco su historia que no la conocía 😉
¡Que nostalgia que me dio de mi país! Ahora, viviendo en España y habiendo recorrido tantos lugares, me parece increíble no haber conocido mi país, ni siquiera el Cementerio de Recoleta! Pero este año sigo tus pasos, y allá voy.
Por cierto, ya que te lo has preguntado, supiste la historia de esa escultura de la joven junto a su perro? Aquí va: la joven dama y el perro eran compañeros inseparables, amigos fuertemente unidos. Pero lamentablemente la vida (o la muerte) suelen tener nuestros destinos planeados y en esta historia la tragedia aguardaba a la vuelta de la esquina. Los colegas solo se habían separado cuando, luego de su casamiento, la joven partió a su luna de miel (en Suiza, si no me equivoco). Allí, mientras se encontraba en el hotel, la sorprendió una avalancha de nieve que se tragó el edificio. La novia murió ahogada entre su propia ropa. Cuenta la leyenda que en ese mismo instante, al otro lado del océano, también abandonaba este mundo su amigo fiel.
Muchas gracias por tu aportación. La historia de la joven junto a su perro la desconocía.
Un fuerte abrazo!
Sele
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