Viaje a Japón y las 2 Coreas: Capítulo 1
27-29 de junio: ESTO PARECE QUE EMPIEZA…
Mis casi dos días de «escala voluntaria» en París me permitieron disfrutar tranquilamente y conocer un poco mejor la ciudad del Sena antes de subirme en el Aeropuerto Charles de Gaulle a ese avión de JAL que en 13 horas me dejaría en la ciudad de Nagoya. Fue en ese mismo avión donde se cambió el chip de raíz para darme de bruces con el País del Sol Naciente. Pura tecnología, palillos para la comida y curiosas miradas rasgadas hacia a mí como uno de los pocos occidentales que allí se encontraban. La aventura no había hecho más que empezar..
Del pulcro y nublado Aeropuerto de Nagoya me sorprendió que a pesar de haber tanta gente, se oía menos ruido del normal. Más bien había silencio, limpieza, y orden, mucho orden. Las indicaciones gestuales de las femeninas policías con sombrero de bombín fueron suficientes para coger el metro (Línea Meitetsu) que en 30 minutos me dejara en la Estación de Trenes, donde debía validar mi Japan Rail Pass y reservar mi primer tren bala (Shinkansen) con dirección a Tokyo. En la Oficina de JR (siglas de la compañía Japan Rail) conseguía mi salvoconducto para moverme veloz por el país nipón, y en una ventanilla de reservas reservé un asiento para salir en media hora hacia su capital. En realidad no es necesario reservar, ya que hay varios vagones en que te puedes subir y tomar un sitio, pero si se tiene tiempo no está de más hacerlo, y más en temporada alta. La propia Estación de Nagoya estaba atestada de gente que iba de un lado para el otro, pero era como si con un mando a distancia se le hubiera bajado el volumen a la gente. Numerosos trajes y corbatas se cruzaban a escasos centímetros pero nunca se veía que chocaran entre ellos. Orden en la multitud, algo usual en Japón.
Mi primer Shinkansen llegó a eso de las dos y media de la tarde, cumpliendo estrictamente con la premisa de la puntualidad, virtud inequívoca de la que me aprovecharía durante los quince días que duraría mi estancia en el país. Los asientos están tan separados entre sí que te permiten estirar las piernas, la gente habla poco o nada, y el ruido que origina el tren es mínimo. Si a eso le sumamos la velocidad (que puede llegar a 300 km/h), es comprensible que se pueda disfrutar de un viaje cómodo en el que en menos de tres horas uno se planta en Tokyo. Llovía bastante, y es que nos encontrábamos en plena temporada de lluvias. Había que ir haciéndose a la idea de que el agua me acompañaría durante todo el viaje. Ni por asomo podía imaginar que los chaparrones y las tormentas se engancharían mínimamente a mi mochila para vivir uno de los veranos más secos a este lado de Asia. Librarse de las lluvias torrenciales en pleno julio se puede considerar casi un milagro.
En la Estación de Tokyo, mastodóntica, tomé mi primer metro (Yamanote Line) para ir a mi hotel ubicado en la zona de Ueno. Como el JR Pass no se puede introducir en los tornos, tan sólo hay que enseñárselo a uno de los vigilantes que siempre están a izquierda o derecha de los mismos, para que con una sonrisa y una reverencia, permita el paso a los usuarios, siempre extranjeros, del mismo.
Ueno es una zona bastante tranquila si la comparamos con los barrios de Shinjuku, Shibuya, Ginza y otros muchos centros comerciales, financieros o de ocio que atestan la ciudad más poblada del mundo. Es conocida por un bonito parque y por contar con una importante Estación de trenes y metro. Mi hotel estaba caminando a 10 minutos de la misma. Su nombre Oak Hotel, sencillo, limpio, confortable y con internet gratuito. La habitación individual era más que pequeña, minúscula, algo muy común en los alojamientos japoneses. Suelen tener espacio para dejar la maleta, la cama y poco más. El baño, que parecía de plástico, y con una bañera corta pero bastante alta, se encontraba en unas condiciones de higiene excelentes. En ese tema los nipones pueden presumir, y mucho, ya que son muy concienzudos con lo que es la limpieza.
Nada más dejar mi maleta me bajé a llamar por teléfono a Hiroto, un amiguete de Couchsurfing con quien había contactado para salir por las noches y que me enseñara el Tokyo más festivo y de ocio. Para las visitas de la mañana y la tarde me bastaba yo mismo. Quedamos a las nueve de la noche en una estación de metro llamada Eidan Narimasu (que me costó Dios y ayuda entender y encontrar..), ya que en esa zona vivía una amigo suyo que organizaba una fiesta de despedida a una chica inglesa que volvía a casa el día siguiente. Yo estaba derrotado por no haber dormido nada en el avión y por los efectos del jet lag, pero no había venido a Japón a dormir, así que me pegué una buena ducha y marché para allá, no sin antes preguntar cómo y dónde podía ver la final de la Eurocopa en que España se ja jugaba con Alemania. Me hablaron de un bar perdido cerca de la Estación, pero era complicado encontrarlo, más teniendo en cuenta que explicar algo a un japonés en inglés es misión imposible.
Esta incipiente y solitaria experiencia en el Metro de Tokyo tuvo algo de dudas y pérdidas, como suele ser normal la primera vez. Si véis un mapa del suburbano, comprenderéis por qué. Muchas de las líneas son privadas y para comprar tickets hay que irse a «descifrar» las máquinas expendedoras (que en grandes ciudades suelen tener opciones de idioma en inglés), en un principio confusas pero que acaban pareciendo muy lógicas. Cada destino tiene un precio en yenes que se suele ver en un cartel que está encima de dichas maquinitas, una vez vista la tarifa se selecciona un ticket individual con ese mismo precio, metes el dinero y hecho. Luego hay que pasar por los tornos, que están abiertos, echando antes el ticket a un gran agujero (que aminora atascos ya que no hay que atinar con el billete). Y luego saber coger el tren preciso en un sentido u otro. Sorprende a primera vista que hay pantallas de cristal que protegen los andenes de suicidas, ya que al parecer en Japón hay un índice de autodecesos realmente elevado.
Los vagones van repletos de publicidad de todo tipo, y no pocas pantallas de televisión que te indican por dónde va el tren. Sentarse y observar a la gente es una clase magistral de «Sociedad y cultura japonesa «. Unos con mascarillas anticontagio, otros leyendo manga y hentai (porno manga), otros jugueteando con sus móviles y sus Ipods, y la mayoría….durmiendo. En ningún otro sitio del mundo he visto tanta gente dormir profundamente en el metro. De pie, con posturas incómodas, con las cabezas hacia abajo, hacia un lado…pero profundamente. La mayoría vuelven de trabajar, y es sabido que este es un país en el que se trabaja a destajo. Y la vestimenta de la gente joven eso es cosa aparte, ya hablaré de los Coz Plays y las Gothic Lolitas en otra ocasión.
Me confundí de parada y acabé Dios sabe dónde. Lo que más me costó fue preguntar dónde me encontraba en ese momento ya que enseñar un mapa y preguntar «Where am I?» no sirve de nada. Habían desaparecido las letras del alfabeto latino para dejar únicamente al incomprensible Kanji japonés. Me subí a otro tren, me la jugué y acerté…por fin llegué. Di un toque a Hiroto, que en cinco minutos se presentó con su paraguas transparente (allí casi todos lo son) y una camiseta amarilla que jamás se quitó mientras estuve en Tokyo. Es un personaje bastante simpático, que ha salido varias veces de Japón y es algo que se nota.
Llovía a raudales en el pequeño barrio universitario con viviendas de poca altura. La casa de su amigo estaba muy cerca de la estación y allí nos estaban esperando. Me quité los zapatos para entrar al apartamento y allí estaban ellos. Además del colega de Hiroto, había tres chicas, una inglesa, otra japonesa y otra coreana. Celebraban que la chica inglesa, que estaba liada con el amigo de Hiroto, se volvía a su Ipswich Town natal. Cocinaron un plato típico japonés, tan típico como la empanada gallega en España, el Okonomiyaki, que por cierto, estaba delicioso. Posamos en mil fotos con los palillos, vimos videos frikis de youtube, y hablamos de nuestros respectivos países (Japón, Inglaterra, Corea y España). Fue una velada agradable llena de preguntas y respuestas en un inglés sorprendentemente bueno para ser escuchado en Japón. Con interés les pedí que me mostraran cómo eran los móviles japos, con conexión ultrarápida a internet, y que me dijeran a qué hora salía el último metro hacia Ueno. Allí internet es rápido, bonito, barato, para todos y en todas partes.
Me llevaron a una sala de recreativos donde para entrar teníamos que envolver los mojados paraguas en una especie de bolsa de plástico que tenía la función de «condón» para evitar que cayera agua donde no debía. Nos tomamos friki fotos en una máquina donde salía música y luego permitía maquear nuestros caretos. También una partida a la última versión de House of the Dead permitió sacar a Hiroto & Friend su lado más sádico con la metralleta. Sea la hora que sea, siempre hay gente jugando a las máquinas…
Tomé mi último metro con Hiroto y la chica japonesa, y estaba que me caía del sueño. Necesitaba dormir como fuera, pero estaba inquieto porque quería ver el partido de España, que se disputaba cerca de las 4 de la mañana. Para una final que la Selección jugaba en los últimos 24 años… no podía perdérmela. En cuanto me metí en la cama caí como un saco y se me olvidaron todos mis afanes futbolísticos. Pero algo me despertó a ciertas horas de madrugada y me llevó a encender la tele a probar suerte y… ¡bingo! ¡echaban la final!. Un minuto después, un gol de Torres resonaba en el silencioso hotel de Tokyo donde yo era el único español. ¡Qué contraste con cómo debían estar las ciudades españolas en ese momento!. Baño histórico a Alemania y un título que será imposible de olvidar. Me acordé mucho de mis amigos del barrio, que estarían viéndolo en la calle con una tele enganchada por alargador a una de las casas. Tradición made in Diamante, Aluche. Fin del partido, y a dormir de nuevo, que me esperaba un día intenso.
30 de junio: TOKYO ES SIMPLEMENTE OTRA COSA…
Hay veces en que en las ciudades grandes me desespero antes de «atacarlas» (valga el símil montañero) porque me cuesta mucho decidir por dónde empezar. Esto puede ser aún más flagrante en una superpoblada ciudad como Tokyo, que puedes vivir en ella y no conocer más que una pequeña parte. Parece no acabarse nunca, es realmente un lugar inabarcable. Es por ello, que uno debe seleccionar convenientemente los lugares más importante e ir a éstos en función de las ganas que se tengan, del tiempo que haga, de los horarios de apertura y cierre, y un sinfín de aspectos a tener en cuenta. Por mucho que se quiera, no se puede ver todo. Si se tiene claro esto y los highlights que no se quieren perder, lo mejor es enganchar un mapa y hacer un recorrido más o menos razonable. Eso sí, paliza segura sea lo que sea..
Yo para comenzar me decanté por Asakusa (a 3 paradas de Ueno en la Ginza Line), el distrito más espiritual y religioso de la ciudad. A este lado del río Sumida se yerguen importantes templos tanto budistas como sintoístas, siendo el más importante de todos ellos Senso-ji. El templo más visitado de Tokyo fue construido en el Siglo VI d.C y dedicado a la Diosa Kannon, después de que según la Leyenda unos pescadores se encontraran la estatua de dicha Diosa en el río, y volviera siempre a ellos por mucho que la dejaran donde estaba.
La primera puerta de acceso al Sensoji (Kaminarimon) está escoltada por dos fieros guardianes como en otros muchos templos del budismo (dientes afilados, armas, grandes músculos y una mirada de muy mala uva). A partir de ahí se pasa por un callejón comercial (Nakamise) que cuando yo fui estaba repleto de turistas comprando recuerdos made in Japan. Es todo muy colorido, aunque prevalece siempre el rojo. Color mucho más visible cuando se llega a la segunda puerta, Hozomon (del tesoro), que tras cruzarla permite ver el verdadero corazón del templo. De frente está el edificio principal que escolta la vieja estatua, y a la derecha una preciosa pagoda de 5 plantas. En el patio, una gran olla de la que salía un intenso humo proveniente de las barras de incienso, decoradas con la esvástica, símbolo muy presente a lo largo de la Historia del budismo y que se encuentra incontables estatuas y templos de Asia. Mujeres con kimono atraían el humo hacia sí mismas poco antes de llegar ante el altar del edificio principal del templo, que guarda aquella estatua de Kannon que encontraron los pescadores siglos atrás y donde feligreses y turistas se juntan a la par, unos haciendo reverencias y soltando limosnas, y otros haciendo fotos. El lugar es demasiado visitado para mi gusto, incluso me parece un poco agobiante. Pero el conjunto de pabellones, jardines y estatuas de Buda es realmente bonito y vale la pena conocerlo. Junto a este lugar hay además un pequeño y coqueto santuario sintoísta (Asakusa jinja) por el que no está de más pasarse antes de volver por los callejones repletos de tiendas. Es curioso para un occidental con tradición religiosa «monoteísta» ver como la mayoría de los japoneses comparten ambas religiones, Budismo y Sintoísmo. El Budismo, que penetró desde China y Corea, es más moderno y más enfocado a la espiritualidad y al más allá. El Sintoísmo o Sinto, en cambio, se ocupa más de la adoración de los espíritus de la Naturaleza, es decir, de los Dioses del arroz, de los árboles, de las montañas, del Sol, etc. a quienes rezan en Santuarios y altares a veces juntos, a veces separados de los templos budistas. Esta religión es originaria de Japón y ha sido allí donde se ha ido moldeando la lo largo de la agitada historia nipona. De carácter animista con las deidades de la Naturaleza, se caracteriza por su símbolo más presente, la Torii o Puerta de entrada a los templos formada por dos columnas sosteniendo dos travesaños paralelos, que separa el mundo profano del sagrado y que puede estar hecha de madera o de metal, y en la mayoría de ocasiones suele ser roja.
Hay una frase que resume lo que ambas creencias suponen a los japoneses: «Nacen sintoístas y mueren budistas». Así es fácil comprender cómo allí la gente prefiere el sinto para los ritos bautismales o matrimoniales y en cambio dejan el budismo para los funerarios.
Si en Asakusa late un corazón milenario y tradicional, no hay más que hacer unas cuantas paradas de metro para llegar al corazón comercial e hiperconsumista, Ginza. Este distrito impacta nada más salir del metro donde la cartelería indica cientos, miles de restaurantes, boutiques o Grandes Almacenes. Una mirada desde los bajos del edificio San´ai te lleva al Tokyo de las tiendas, del tráfico, de infinidad de japoneses cruzando en orden y silencio los pasos de cebra en diagonal. En su mayoría van trajeados y arreglados, aunque no es difícil toparse con alguna Coz-play (que visten como los comic manga) o incluso con un monje mendigo, ataviado con ropajes del templo, sombrero de paja y haciendo sonar una campanilla mientras camina despacio por las ajetreadas calles del lugar. Ciudad de contrastes donde las haya.
Como tenía hambre me fijé en varios restaurantes antes de decantarme por uno en concreto. Es muy curioso cómo exponen réplicas de cera de todos sus platos para así no complicarse la vida con el idioma. Llegas, señalas lo que te gusta y te lo traen. De esa forma ellos no se vuelven locos con el inglés y tú no sufres por hacerte entender. Rápido y sencillo. En el Restaurante que entré me topé con dos parejas de Valencia con los que acabé comiendo y compartiendo una agradable tertulia cuya temática no podía ser otra que Japón y los japoneses. Lo típico, lo educados que son, lo limpio que está todo sin haber papeleras por la calle, lo dormidos que van en el metro… Llevábamos un día y era normal que todo nos sorprendiera. Vaya, y aún no habíamos visto nada…
Con estos valencianos fue con quien recorrí algunas calles de Ginza. Mientras las chicas buscaban una enorme tienda de Hello Kitty, los chicos queríamos ver algún centro comercial dedicado a la Tecnología. Y qué mejor que el Edificio Sony para ir planta por planta y disfrutar de las últimas novedades en Imagen y Sonido. El detector de sonrisas en las cámaras, que te hace una foto automática cuando te ríes, nos dejó bastante descolocados. Aunque no más que la resolución de las televisiones, que mostraban un nivel y una calidad nunca vistas hasta ahora. Había una sala entera de ordenadores Sony Vaio, de todas las clases, colores y diseños, que al igual que otros artilugios tenían un precio mucho más competitivo que en España. En resumen, la tecnología japonesa no es un mito, es una realidad tan clara como la imagen que proyectaban las pantallas panorámicas que estaban a la venta. Y si se ve y se vende en Ginza, qué sería de Akihabara, el distrito tecnológico por antonomasia…
Para la tarde tenía pensado ir al Palacio Imperial y Jardines, muy cerca de la Tokyo Station, y donde se puede esquivar el bullicio de la ciudad en un parque tan cuidado como sólo puede hacerse en Japón. Cuando rodeé las murallas y llegué a una de las puertas de entrada, los vigilantes me dijeron que LOS LUNES CIERRA, por lo que no tuve más remedio que dejarlo para otro día.
Tomé el metro y me fui en dirección sur para ascender a la Tokyo Tower, con un diseño bastante similar al de la parisina Torre Eiffel, pero con unos 8 metros más (333 m. en total) y de color rojo y blanco. Aunque cuando me dirigí hacia ella me llevé una gran sorpresa al pasar por un templo budista del Siglo XIV que no tiene tanta fama en papeles y guías de la ciudad. Me estoy refiriendo al Zojoji Temple, donde al estar muy cerca de la hora de cierre (las cinco de la tarde) me lo encontré practicamente vacío y pude asistir en solitario a una breve ceremonia. 5 sacerdotes repetían una y otra vez sus cantos a Buda, combinándolo con el toque de una especie de tambor. No era la primera vez que lo veía, ya que había estado en Mongolia y China tres años antes, pero por ello no dejó de impresionarme.
Por fuera, para ir al cementerio, recorrí un largo pasillo con estatuillas Jizo de piedra, vestidas con baberos, con gorros de lana en la cabeza y molinillos de viento junto a ellos. Representan a los niños no-natos, aquellos que murieron dentro de sus madres y cuyas vidas se perdieron antes de ver la luz. Silencio roto por el viento que mueve los molinillos de unas figuras que despiertan la ternura y el recuerdo de quienes nunca tuvieron una oportunidad.
Un lugar que conmueve, y que tan sólo está a unos metros de la mencionada Torre de Tokyo, a la que no dudé en subir hasta lo alto para observar cómo Tokyo nunca termina y cómo ni en un día medianamente despejado era posible ver el Monte Fuji (en verano es harto complicado). El ascensor, con luz y sonido made in Japan, y una ascensorista con bombín y vestido de la Nancy que te habla y te sonríe como si la comprendieras… te lleva a darte cuenta de la grandeza de una ciudad inmensa donde diariamente se mueven millones de personas.
Los dos observatorios donde echar una mirada 360º de la Big City no son lo único que posee la Torre, ni mucho menos.. Hay restaurantes, museos (uno de ellos de los Record Guinness), un gigantesco acuario, varias salas recreativas y un montón de tiendas. La verdad es que tienen un buen tinglado montado allí dentro.
A la salida de la torre, caminando hacia la Estación, miles de trabajadores con trajes oscuros y corbata recorrían las calles en busca de un medio de transporte para volver a casa. La marea humana regresaba a sus hogares en fila y callados, permitiendo escuchar tan sólo el tacón de sus zapatos golpeando sobre el asfalto con una sincronización militar. En la calle ya olía a ramen (tallarines) y a sushi en los muchos bares y restaurantes que esperaban a su clientela con una sonrisa de oreja a oreja y con el Irasshaimase (Bienvenido en japonés) tan fácil de escuchar una y otra vez al entrar a cualquier parte.
Tomé un abarrotado metro hacia Ueno, sin empujadores (ya que su campo de actuación es por la mañana), pero sí con los «vagones rosas» donde en las horas punta de la ida y la vuelta del trabajo sólo pueden subirse mujeres. La razón, los muchos casos de sobones (chikan en japonés) que se aprovechan de las apreturas para tocar el culo a las señoritas. Con los espacios antichikan, una fémina puede asegurarse de que un cobarde salido mental no le va a molestar lo más mínimo.
Ya en Ueno, antes de subirme a duchar al hotel, reservé mi asiento para los próximos trenes que debía tomar. Así ya podía conocer de primera mano los horarios (que coinciden a rajatabla con los de la web Hyperdia) y asegurarme un asiento. Las oficinas de reservas de JR se encuentran muy fácilmente ya que se distinguen con una señal verde donde hay dibujado un muñecote sentado (Ver imagen tras este párrafo). En apenas dos minutos tenía mi reserva a Nikko para el día siguiente (vía Utsunomiya), así como el Shinkansen a Kyoto para el jueves a las siete de la tarde. Para Kamakura y Yokohama (plan del miércoles) no necesitaba reservar ya que es el mismo metro el que lleva a ambos lugares en apenas 40 minutos. Para saber estas cosas no está de más acercarse a estos puestos de JR y así tener las cosas más clarar a la hora de planificar tu viaje.
En el hotel aproveché para llamar a Hiroto y concretar hora y lugar exacto de quedada para la noche. Decidimos vernos a eso de las nueve en la estación de Shibuya («juntos a la estatua de un perro» me dijo), a sabiendas de que me iba a costar encontrarle entre la multitud. Antes me bajaría a cenar a un restaurante especializado en tempura, que es como se le llama a la técnica de fritura rápida japonesa aplicable a las verduras y al marisco. Por aproximadamente 800 yenes (ni 5 euros) cené un menú amplio y variado con bebida incluida (te rellenan tu vaso de te frío cuando lo terminas). Para que luego digan que Japón es caro.
Tal y como preveía, encontrar a Hiroto en Shibuya era como buscar una aguja en un pajar. Al parecer la estatua del perrito es conocida y punto de referencia para quedar en la zona, pero nadie logró entenderme cuando hablaba de «The Dog». Si hubiera dicho «Hachiko», quizás hubiera tenido más suerte. Éste fue el fidelísimo can que a la muerte de su amo le fue a esperar todos y cada uno de sus días a la Estación. Ahí estaba Hiroto con su camiseta amarilla y sin mosquearse por haber llegado 30 minutos tarde. Es difícil que esta gente pierda los nervios por cualquier cosa. Yo personalmente odio la impuntualidad y reconozco que hubiera estado un tanto impaciente con la mirada puesta en el reloj.
Pero vaya, cuando uno sale de la estación y se encuentra con el paisaje urbano lumínico, de neón y de gigantescas pantallas publicitarias, no puede hacer otra cosa que mirar alrededor y soltar un «¡maaaadre mía!» ante semejante espectáculo. Es la imagen que uno tiene de Tokyo, pero que no acaba de creerse. Difícil de olvidar es el momento en que atravesé por primera vez Scramble Kousuten, del que puede decirse que es el cruce más concurrido del mundo. 4 semáforos y cuatro pasos de cebra, dos rectos y dos diagonales. La gente se amontona en la acera esperando para cruzar. De repente la luz indica a los vehículos que deben detenerse y una cantidad ingente de personas (cientos en cada paso) cruzan de un lado al otro en un silencio que abruma. Se dice que aproximadamente 1 millón de personas al día utilizan Scramble Kousuten. Alrededor, una luz exagerada sale de los edificios y de las cinco pantallas donde se emiten videos y publicidad. Aquí fue rodada una importante escena de la película Lost in Translation en que Bill Murray y Scarlett Johannson se mezclan en la marea humana y se dedican unas palabras que aún no he conseguido descifrar. Debo decir que fue ese filme el que me metió el virus Tokyo en el cuerpo. Y aún lo tengo, porque tanto esta ciudad como la totalidad del país se te queda en la sangre. Un lugar en el que nunca dejas de sorprenderte y de aprender lo diferentes que somos a uno y otro lado del Planeta.
Shibuya es un área en la que siempre hay gente, sea el día que sea y sea la hora que sea. Yo temía ver menos ambientillo en la calle por ser lunes, pero finalmente no fue así. Los bares, restaurantes, salas de máquinas y bares de copas estaban hasta los topes. Y eso que no había muchos extranjeros.. Estarían en Roppongi, el barrio de marcha más guiri de Tokyo.
Nos tomamos unas rondas de sake y cervezas en un local en que estaban repitiendo por la televisión el triunfo de España ante Alemania en la Eurocopa. Quienes veían que era español me estrechaban la mano con un «Congratulations!!» y me aseguraban que iban con nosotros en la Final. Cuando la camarera preguntó si queríamos comer algo para compartir con la bebida, yo me pedí unas alitas de pollo e Hiroto pidió…¡¡judías verdes!!. Y es que allí las judías verdes (de soja) cocidas y con sal son las «tapas» favoritas de muchos japoneses. Su nombre, por si alguien va y las quiere pedir, es Edamame. Sin duda es gracioso verles chupar la judía y absorber los «pipos» como si se estuvieran comiendo cacahuetes. Nunca pensé que las judías y la cerveza podían combinarse de ninguna de las maneras.
El sake estaba bueno, e incluso me chispó más de la cuenta para lo que tomé. Quizás nos pasamos con los Kampai (la palabra que dicen cuando brindan). Esta bebida alcohólica preparada a base de infusión de arroz puede considerarse como la «bebida nacional de Japón». Es protagonista de eventos, cenas, brindis e incluso oraciones religiosas sintoístas, ya que es muy usual ver ofrendas de sake en sus coloridos altares. Por cierto, antes de que se me olvide, no se os ocurra decir «chin chin» al chocar las copas. En España puede ser muy común para brindar, pero en Japón tiene un significado un tanto fálico. Si lo hacéis como yo, las risas alrededor están garantizadas.
Para bajar un poco el efecto del sake, Hiroto me llevó a un bar típico japonés, sin turista alguno y sin menú en inglés, que se encontraba en la planta baja de un edificio. Nos tomamos una buena ración de yakitoris, que no son otra cosa que nuestro «pinchos», aunque con todo tipo de carne. Fue difícil ocultar mi cara de asco cuando me tocó probar el de hígado.. Pero bueno, en general el sitio estaba bien. Me chocó ver que cada mesa contaba con un timbre adosado. Allí eso de pedir a gritos con el clásico «jefeee!!» no se lleva. Se da al botón y en apenas unos segundos aparece el aplicado camarero. Mi «segunda» cena de la noche fue todo un éxito. Un local que si no se va a conciencia, no se encuentra. Allí como son tantos, se aprovechan todas y cada una de las plantas de los edificios, por lo que la noción occidental de comercios y bares a pie de calle, puede no ser lo normal.
Lo estábamos pasando de maravilla en Shibuya. Como he dicho antes, es un museo «en vivo» de urbanidad japonesa. Yo, animado, le pregunté a Hiroto dónde podíamos ir para seguir disfrutando de la noche. Me preguntó si me gustaba el karaoke…y os podéis imaginar cuál fue la respuesta (O no). Por supuesto que sí!!. A los japos les gusta cantar más que a un tonto un mechero, y las Salas de Karaoke tienen un éxito demencial. Total, es un invento suyo, y lo explotan al máximo. Además no tienen nada que ver con las que tenemos en España, ya que no es un pub donde se canta sólo si se toma un copazo. Allí son lugares con salas privadas de dos, cinco, diez, veinte personas o las que sean, que contratan su espacio para cantar entre amigos. Con su tele y su aparato de karaoke, y una libreta electrónica parecida a una Blackberry donde elegir los títulos que «destrozar». Por 300 yenes cada uno (1,80 €) alquilamos una sala por 30 minutos. Allí escogimos varias canciones en inglés (en español sólo estaba Bisbal y Enrique Iglesias) y nos dejamos la voz muy malamente. Tanto que alguno que pasó por allí debió pensar que estábamos arrancándonos la piel a tiras.
Lo bueno también de estos sitios es que incluyen la bebida y puedes llamar por teléfono a recepción para que te suban tu consumición. El karaoke es una de las mejores maneras de vivir Japón, de ser uno más y de sentirse Bill Murray en Lost in Translation. Pido perdón a Axl Rose (Guns N´ Roses), a los hermanos Gallagher (Oasis), a Damon Albarn (Blur) y a quienes hayamos podido ofender con nuestros graznidos. Al menos estábamos cerrados y no hubo testigos…
Después del karaoke miramos en el móvil de Hiroto el último metro a Ueno y me marché si no quería terminar en un Manga Kissa (Cibercafés donde se puede pasar la noche) esperando el primero de la mañana. La Shibuya Experience había sido un éxito rotundo. Nos emplazamos para dentro de dos días para ir a Shinjuku, donde también se puede vivir el trasiego y la fiesta a ritmo de música electrónica y de sake para brindar. Buenas noches y hasta mañana!
1 de julio: LEGADO DE LA ANTIGÜEDAD EN NIKKO. LEGADO DEL FUTURO EN ODAIBA
A 140 kilómetros de Tokyo, de la multitud, los rascacielos y las luces, existe un lugar de verdes montañas donde yacen temlos, santuarios y mausoleos de gran riqueza histórica y arquitectónica. Fue casi 1300 años atrás en el tiempo cuando cuenta la Leyenda que un sacerdote budista llamado Shodo Shonin llegó a Nikko cruzando el río sobre el lomo de dos serpientes que se tranformaron en un puente. Tras decidir establecerse allí y construir el primer templo, se sacralizó todo un área de Naturaleza virgen que siglo a siglo fue creciendo. Aunque no sólo vivió de la espiritualidad y la devoción a Buda y a los Dioses Sinto. Porque fue el shogun Tokuwaga Ieyasu (los shogunes tenían el rango militar más elevado y se podía decir que eran Gobernadores del Japón a servicio del Emperador) quien decidió mandar construir allí mismo su mausoleo. Desde ese momento el importante clan Tokuwaga, que marcó los designios militares, civiles y políticos del Imperio desde el año 1600 hasta el último tercio del Siglo XIX, erigió importantes lugares que han llegado hasta nosotros en un estado fantástico. Dos de sus santuarios-mausoleos (Toshogu y Taiyuinbyo) son reflejo de la grandeza y el poder que quiso transmitir dicho clan. Y alrededor, inmersos en la frondosidad del bosque, muchos templos y símbolos religiosos, alertan al visitante de que se está internando en un paraíso exhuberante, milenario, lleno de secretos, de historia, y de una belleza impoluta. Este conjunto arquitectónico forma parte de la exclusiva Lista del Patrimonio de la Humanidad que elabora la UNESCO, razón por la que atrae turistas a raudales, sobre todo en días festivos y fines de semana.
Y para no llegar demasiado tarde y juntarme con el excesivo turismo local que se da en Japón, madrugué para tomar mi Shinkansen de JR a Utsunomiya (50 minutos) donde apenas tuve que esperar cinco minutos para subirme al tren local de la Nikko Line que en 40 minutos aproximadamente me dejó en la pequeña y bonita estación de Nikko (la más antigua de Japón, diseñada por Frank Lloyd Wright). Como el área de templos y santuarios está un par de kilómetros sentido subida, esperé al autobús (220 yenes) que deja a los visitantes a las puertas del Rinno-Ji, ya en el núcleo en que está todo lo que hay que ver. Aún así preferí empezar ordenadamente y marché primero a las orillas del río Daiya, el mismo que cruzó aquel monje sobre el lomo de las dos serpientes, y donde queda uno de los puentes con más encanto de todo Japón, el Shinkyo. De madera y rojo, su arco deja paso al río que separa dos montes a cada cual más poblado con densa vegetación.
Ya en Sannai, que es cómo se conoce al área monumental, si uno va por orden, se debe comenzar por Rinno-ji, sus jardines y museo. Allí mismo es posible comprar una entrada combinada (aprox 1200 yenes) válida para todos los templos y santuarios exceptuando algunos puntos concretos como la Sala del Dragón o la Torre del Tesoro en Toshogu, que llevan entrada aparte. El jardín, aunque pequeño, me gustó mucho, sobre todo mi primera experiencia con las carpas japonesas, de varios colores, que sacaban la cabeza del agua e incluso se dejaban tocar. A partir de ese momento las bauticé como «los peces mutantes» e incluso grabé un video para que las veáis. Son curiosísimas, con caritas de pena, abriendo la boca y esperando que les eches comida.
El Templo de Rinno-ji es una joyita, sobre todo en su interior donde reposan tres magníficas estatuas de Buda (Pabellón de los 3 Budas, que contienen a Buda Amida, Kannon Senju de 1000 brazos y Kannon Bato, con cabeza de caballo). Desgraciadamente, como en la mayoría de los sitios, es muy usual que prohiban realizar fotografías. Son muy reacios a que se pueda sacar fotos de los interiores, por lo que muchas veces me tuve que aguantar (otras no, si es que no estaban atentos).
Rinno-ji fue aquel primer templo que fundó el monje Shodo Shonin cuando llegó a Nikko, y cuenta con pabellones rojos de gran belleza.
Aunque aún no había visto nada. Todavía faltaba por entrar al primer mausoleo, el santuario Toshogu que construyó el nieto de Tokuwaga Ieyasu en honor a su abuelo (cumpliendo los designios del shogun que escogió este lugar). Es probablemente uno de los lugares más bonitos que he visitado en mi vida, aunque reconozco que fue bastante incómodo compartir la visita con un sinfín de grupos de niños de colegio, correctamente uniformados y con sus gorrillas en la cabeza. La tropa superaba con creces la centena, y ya os podéis imaginar lo que es tener tal cantidad de críos visitando un monumento… jaleo asegurado.
Pero la grandiosidad de Toshogu no fue eclipsada en absoluto por los peques excursionistas que hacían temblar el suelo cuando corrían en manada. Porque como he dicho, este santuario es algo excepcional. Más de 15000 personas trabajaron durante 2 años para llevar a cabo un proyecto que superó las expectativas iniciales. La decoración de sus pabellones es excelsa y nos recuerda ese horror vacui (miedo al vacío) de las grandes catedrales góticas de la Europa medieval donde todo, absolutamente todo está ocupado por motivos florales y estatuas. A Toshogu se accede por una Torii de granito (puerta Shinto). A su derecha hay una pagoda de 5 plantas de 1650, cada una de las cuales representa a uno de los cinco elementos. Más adelante dos figuras que imprimen temor (Nio) flanquean la puerta Niomon, desde donde caminé al segundo patio donde pude apreciar lo magnífico que es todo el conjunto.
Allí mismo está uno de los edificios principales, el Establo Sagrado, que custodia un caballo regalado por el Gobierno de Nueva Zelanda, en cuyos frisos aparecen los 3 monos sabios, que se tapan con las manos los oídos, la boca y los ojos respectivamente («no oye, no habla, no ve»). Según se dice, la sabiduría es la suma de «No escuchar maldades», «No decir maldades» y «No ver maldades».
Pero los monos no son los únicos motivos animales que ornamentan el Santuario, ya que es posible ver elefantes de dudoso parecido con la realidad o aves. Y si no, no hay más que irse a la Puerta Yomeimon, la más espectacular de todas, para ver cómo la madera policromada está profusamente decorada por bestias. Sus columnas fueron talladas de arriba a abajo para no cabrear a los Dioses por haber logrado la perfección. Yomeimon da paso al tercer patio donde se accede a los santuarios del Shogun y a la torre del Tesoro que guarda sus cenizas desde hace 400 años. Esto último se encuentra fuera del propio Toshogu y para llegar hay que subir largas y empinadas escaleras de piedra. El calor era agobiante y pegajoso. Menos mal que estos japos están en todo y han puesto una vending machine que suministra refrescos de té verde, que vienen de miedo para quitar la sed.
Sorpresa la mía cuando marchándome de Toshogu me crucé con tres españoles (padre, madre e hija) a quienes conocía virtualmente gracias a internet. Maria Teresa (Dakar en el foro Lonely Planet y con un blog viajero muy interesante) y familia (Josep Maria y Patricia)me reconocieron al instante, y es que sabíamos que coincíamos en fechas en este viaje. Ambos tenemos nuestras respectivas páginas enlazadas, y de una forma u otra sabíamos mucho el uno del otro en lo que a «curriculum viajero» se refiere. Maria Teresa es una viajera nata que ha contagiado su pasión a la familia y se mueven por el mundo todo lo que pueden. Y para mí fue un verdadero honor conocerles en persona. Bajo la mirada atenta de los turistas japoneses mantuvimos una grata conversación, hablando de ésta y otras aventuras que dan para mucho. El momento quedó inmortalizado bajo una instantánea en que saludamos a la cámara poniendo los dedos en uve, algo que los japoneses hacen en el 100% de sus fotografías. Y si no, fijaros cuando veáis algún turista de Japón, o incluso en las muchas series de dibujos animados en que se repite dicha uve una y otra vez.
Ellos venían del otro santuario/mausoleo, Taiyuinbyo, que en este caso es el reposo de las cenizas Tokugawa Iemitsu, el shogun que mandó construir Togoshu para su abuelo. No superó la excelencia de éste, pero ni mucho menos se quedó corto. Sus dimensiones son más reducidas, y logró integrarse en el paisaje en absoluta armonía. No sé si fue que ya no había críos excursionistas montando alboroto, pero lo encontré más íntimo, más recogido, más tranquilo. Nada más traspasar la Puerta Niomon, flanqueada por los dos fieros guerreros que custodian el lugar, hay en torno a 150 faroles de piedra, que son donaciones de señores feudales a lo largo de los siglos. Aunque para fieros los 4 dioses de la Puerta Nitenmon, ya pasada la preciosa fuente de granito con un dragón pintado. Delante los Dioses Komoku y Jikoku, detrás el Dios verde del Viento y el Dios Rojo del Trueno. Gestos atemorizantes que contrastan con otras figuaras del Budismo mucho más amables. Tengo curiosidad por aprender más de esta religión. Tienen un bestiario que ni el de Tolkien en el Señor de los Anillos. Las dependencias sacras se encuentran detrás del patio, desde Haiden hasta el Honden, que permanece cerrado al público y que es el último destino de las cenizas del que fue uno de los shogunes menos aperturistas de la Historia de Japón.
Como nexo de ambos santuarios y casi formando parte de los mismos está Futara-san, sintoísta y con una torii de bronce bastante grande. Entre éste, Rinno-ji, Toshogu y Taiyuinbyo uno tiene fácilmente para toda una mañana. Así que en cuanto salí de este último pregunté por un sitio para comer y me recomendaron un restaurante que estaba a apenas 200 metros y donde me sirvieron un delicioso plato de pollo con curry (siempre acompañado de arroz) donde continué mejorando mi técnica con los palillos. A mi lado una familia sorbía con saña sus tallarines. Tan «agradable melodía» está totalmente aceptada en Japón. Allí es lo más normal, y es más, alegan que con lo que queman, no queda más remedio que hacerlo.
En la información que algunas guías dan de Nikko se habla de un lugar conocido como Abismo de Kanmangafuchi (también se puede leer Ganman-ga-fuchi), situado a unos 20 minutos siguiendo el río desde el puente rojo (Shinkyo) sentido norte hasta cruzar otro puente (Kanman). Fui hasta allí para seguir el rastro que los regueros de lava de una antiquísima erupción del Monte Nantai provocaron en el terreno formando Pozas de agua consideradas sagradas por los budistas. Di un paseo milenario por el bosque dejando a un lado dichas pozas y al otro un elevado conjunto de Jizos, que en este caso no representan a los niños perdidos como en Zojoji. Estos Boddhisatvas son protectores de los niños, las mujeres y los viajeros, y van también ataviados con gorros de lana y baberos de color rojo. De un mayor tamaño se alinean en torno a los 70, aunque dice la Leyenda que son incontables porque unos aparecen de la nada y otros desaparecen sin motivo. Incluso uno de ellos sonríe porque es imposible llevar la cuenta. En aquel paseo sólo estaba yo. Bueno, y los inquietantes Jizos poseedores de una mirada tan serena como firme.
Y de allí me marché, atravesando un viejo cementerio donde el musgo roba el gris de las lápidas y las figuras de Buda, y se escucha el ímpetu de las camaleónicas aguas del río Daiya que chocan contra las rocas para tornar del azul celeste al transparente o al verde según van pasando. El «abismo Kanmangafuchi» fue toda una sorpresa que no hizo más que regalarme un momento de magia a mi visita a Nikko, donde hay muchos más atractivos de los que pude ver aquel día. Pero Tokyo me llamaba y algo me decía que me esperaba algo grande allí. Quién iba a imaginar que en el tren de vuelta me iba a volver junto a Maria Teresa y su familia, que irremediablemente habíamos caído rendidos ante el embrujo de Japón. Fueron ellos quienes me hablaron de Odaiba, la Isla artificial que se baña en la Bahía de Tokyo y desde la cual gozaron de un precioso atardecer en la jornada anterior. Ni yo mismo pensé que horas después estaría allí presenciando la mejor panorámica posible de la capital japonesa y preguntándome a mí mismo cómo una ciudad moderna podía esconder tanta belleza, tanta magia, tanta vida.
Ya sólo hacer el trayecto a Odaiba (ver video) es lo suficientemente fascinante para llevar a cabo el viaje hasta allí. En la Yamanote Line, la estación a la que hay que ir es Shimbashi, uno de los extremos del barrio de Ginza. En Shimbashi se toma un tren sin conductor de la conocida línea Yurikamome, que corta en dos un entorno que se va adentrando poco a poco al futuro. A mi lado una Gothic Lolita, con su clásica indumentaria de muñeca de porcelana con motivos victorianos. Esta clase de personajes o tribus urbanas «made in Japan» son todo un show, y es bastante fácil encontrarse con ellos.
Pasamos a la isla con el monoraíl por el Rainbow Bridge (Puente Arcoiris). Se le llama así porque según en que estación se esté, su color es diferente. Se ha convertido en todo un símbolo de Tokyo, al igual que pueda ser el Golden Gate en San Francisco o el Brooklyn Bridge en Nueva York. Me bajé en la Estación de Odaiba y busqué velozmente un lugar en altura para no perderme el atardecer que estaba a punto de comenzar. Me subí a lo alto de un centro comercial, entrando por la escalera de emergencia a la terracita de un restaurante desde donde pude retratar el más que impactante espectáculo visual, que mejoraba a cada segundo. Terminé quedándome allí a cenar, observando la iluminación de los barcos, del puente, de los rascacielos del fondo y de la Tokyo Tower que iba tomando forma y color. Las fotos hablan por sí solas, y por ello expongo aquí mi favorita. Una imagen vale más que mil palabras, aunque transmitir el sentir de ese momento, es algo tan difícil que me temo que quedará para mí, en mi retina y en mi corazón. Es inevitable no echar de menos a la gente con la que se querrían compartir estos momentos únicos.
Odaiba hoy en día es un lugar de entretenimiento y compras, con decenas de centros comerciales y áreas temáticas (un edificio Sega, un centro acuático, salas recreativas, parques de atracciones y hasta una especie de playa…). El edificio más ilustre y estrambótico es la Sede de Fuji TV, diseñada por Kenzo y que cuenta con un observatorio en forma de bola donde disfrutar de bellísimas panorámicas de la city. Las escaleras mecánicas, con luz y sonido ambiente, son lo más friki que te puedas echar a la cara. Pero qué le vamos a hacer, en Japón lo normal es lo que no se lleva.
Terminé mi día, o mejor dicho, mi noche, en el Barrio de Ginza, cuyas luces cegadoras me llevaron una vez más a ese Tokyo que se resiste a bajar la guardia, a mirar hacia atrás y a detener sus pasos. Qué ciudad!!
Para el día siguiente tenía planeado ir a otro lugar tan místico o más que Nikko, Kamakura, que fue capital del Imperio entre 1185 y 1333 y que guarda numerosos templos y santuarios, además de un Buda de bronce de 14 metros al que se puede llegar por el bosque haciendo la llamada Ruta del Daibutsu. Si había tiempo, le dedicaría la tarde a Yokohama para ir a su distrito más futurista (Minato Mirai). Y de noche, Hiroto me esperaría en Shinjuku para seguir conociendo ese Tokyo oculto que cae sorbito a sorbito en vasos repletos de sake. KAMPAI!!
Sele
* Podéis ver y descargar las fotos correspondientes a este capítulo en mi Álbum de Flickr.
9 Respuestas a “Viaje a Japón y las 2 Coreas: Capítulo 1”
Me encantó tu relato 🙂 muy interesante. Voy a poner en mi blog algunas de tus fotos espero que no te moleste, es que quiero que mis lectores se fascinen con las mismas cosas que yo.
Hola nos vamos 3 semanas a japon del 22 de marzo al 11 de abril y tenemos dudas de si es factible combinarlo con filipinas, ya que nos apetecía combinarlo con alguna playa paradisíaca. Aunque se encarece el viaje en 400€ por persona, te paso los dos itinerarios y me dices opinión vale.?
22 vuelo
23 llegada a tokio a las 17,30
24 tokio
25 tokio
26 tokio-kamakura-tokio
27 tokio-nikko-tokio
28 tokio-kanazawa
29 kanazawa-shirakawago-takayam
30 takayama-kioto
31 kioto
1 kioto-nara-kioto
2 kioto
3 kioto-hiroshima-miyajima-osaka
4 osaka- manila (llegada a las 17)
5 manila-busuanga (llegada a las 10)
6 busuanga playa de coron
7 busuanga
8 busuanga (salida a las 15) manila (llegada a las 16)
9 manila (sailda a las 7) osaka-tokio
10 tokio y salida a dubai a las 22 h
El itinerario de solo japon seria:
22 vuelo
23 llegada a tokio
24 tokio
25 tokio
26 tokio
27 tokio- kamakura-tokio
28 tokio-nikko-tokio
29 tokio-kioto
30 kioto
1 kioto-okayama-hiroshima
2 hiroshima-mijayima-kioto
3 kioto
4 kioto-koyasan-kioto
5 kioto-takayama
6 takayama-shirakawago-kanazawa
7 kanazawa-tokio
8 tokio-5 lagos-tokio
9 tokio-nagano-matsumoto-tokio
10 tokio y vuelo a dubai a las 22
Y esas serían las propuestas iniciales. Qué opinas Sele?
Enhorabuena por tu blog me ayuda mucho en todos mis viajes. Soy superfan tuya!
Gracias por adelantado
Hola Sonia. Encantado de saludarte!
Ambas rutas están cojonudas. De la primera sólo me chirría ese día que pasáis de Kioto a Hiroshima, haciendo también Miyajima y durmiendo en Osaka. Lo veo demasiada paliza. Ese día lo dividiría en 2 y añadiría SÍ O SÍ el castillo de Himeji, a mitad de camino. Himeji + Hiroshima (1 día) y luego Miyajima y dormir en Osaka (otro día).
¿Y sobre lo de la isla para evitar tantas escalas no has pensado is a Okinawa? ME han hablado super bien de esta. Y seguirías en Japón, una Japón menos conocida con buenas playas. Sólo es una idea.
Ya me contarás qué haces finalmente. Cuanta con mi ayuda cuando lo necesites 😉
Un saludo!!
Sele
Hola Sele!
Primero de todo, decirte que yo también soy muy fan tuyo, y que no hay viaje que haga sin pasar primero por tu blog, porque me ayuda muchísimo.
Ahora me estoy tratando de organizar uno a Japón para la próxima semana santa, y tengo muchas dudas sobre qué ver y cuándo hacerlo. Tengo claro que Tokio (ciudad a la que llego y de la que parto) y Kioto van a pivotar el viaje, pero son sólo 9 días completos y principalmente tengo miedo de, por ejemplo, dar por hecho que dividiendo las pernoctaciones sólo entre Tokio y Kioto puedo abarcar lo máximo posible, cuando en realidad hay cosas que debo ver y que puedo aprovechar para hacerlo en los trayectos…
Ya te digo, estoy hecho un lío. ¿Cómo lo organizarías tú?
Para más datos:
18/03: vuelo a Tokio
Del 19 al 27 son días completos
28/03: vuelta a Bcn desde Narita a las 14h
Un fuerte abrazo!
Fran
Hola Fran,
La verdad que te agradezco mucho tus palabras. Eso de que entres al blog antes de uno de tus viajes es muy halagador 😉
Sobre lo que me preguntas. Vas 9 días y cuando pillaste el vuelo sabías que te tocaba ver lo justo e imprescindible. Japón da para mucho más. Pero tranquilo, creo que puedes hacer cosas interesantes.
Tokyo y Kioto te van a llevar casi todo, pero puedes intercalar cosas. Por ejemplo, te aconsejo que en la parte de Tokyo vayas a Nikko (imprescindible, excursión de 1 día volviendo a dormir a Tokyo) y Kamakura (lo puedes incluir con Yokohama y volver a Tokio por la tarde). Y cuando hagas Kioto incluyas el santuario de Fushimi Inari (está cerquísima) la ciudad de NARA, que fuera capital antes que la propia Kioto.
No sé si vas a pillar el Japan Rail Pass. Si lo haces, fácil porque te plantas de Tokyo a Kioto en un pispás. Y ahí, si te sobra medio día te haría una recomendación… CASTILLO DE HIMEJI. A Himeji se puede llegar en tren bala desde Kioto en aprox una hora. Y es el castillo más bonito de la ciudad.
Te paso un plan aproximado en el que te da mucho tiempo a ver las principales, y saltar a otros sitios:
1º día TOKYO
2º día TOKYO
3º día NIKKO-TOKYO
4º día KAMAKURA-TOKYO
5º día TOKYO
6º día VIAJE A KYOTO TEMPRANO (VISITA A KYOTO)
7º día VISITA A KYOTO
8º día KYOTO – NARA POR LA MAÑANA Y FUSHIMI INARI POR LA TARDE (pero no muy tarde, que no anochezca)
9º día KYOTO – HIMEJI – TOKYO (y ya para casa)
Ya me dirás qué te parece, pero creo que es una opción en la que puedes optimizar un montón tu viaje.
Espero haberte ayudado, Fran.
Un fuerte abrazo,
Sele
Hola Sele,
Muchísimas gracias por tu ayuda, me ha resultado de gran utilidad para organizarme!
Cogeré el JR pass, y supongo que tardaré un par de días en activarlo desde mi llegada, ya que cogeré el de 7 días y me interesa más ir y venir de Kioto que no durante los primeros días para moverme por Tokio.
Lo dicho, muchas gracias por todo!
Abrazo,
Fran
Siempre he querido visitar otro continente, conocer gente nueva, nuevas culturas, aprender historias, y eso ess lo que hare con mi viaje a Japon, he estado planeandolo desde hace algun tiempo ya y este año viajare, gracias por su post fue de gran ayuda para planear mejor las cosas, saludos jeje
[…] me mostró muchas más caras de Bangkok. Porque esta ciudad es, cuando quiere, lo mejor de Tokyo, de Shanghai e incluso de Manhattan, pero sin perder en absoluto su toque satay. Basta con admirar […]
[…] Para quienes no nos volvemos locos con este tipo de cosas lo mejor del MBK se convierte su última planta (la que tiene sala de cine) donde hay gran variedad de restaurantes asiáticos, sobre todo japoneses, con todas las especialidades que te podrías encontrar en una ajetreada calle de Tokyo. […]