Viaje a Japón y las 2 Coreas: Capítulo 8
13 de Julio: EL DESEMBARCO DE BUSAN
Tres horas…únicamente tres horas en ferry separan Japón de la Península de Corea desde sus extremos más próximos. Aunque quizás la palabra ferry no sea la más adecuada porque el conocido como Beetle, que une el Puerto Internacional de Fukuoka/Hakata (Japón) con el de Busan (Corea del Sur), es más bien un Hydrofoil (Hidroalas pasándolo al castellano). La diferencia de un Hydrofoil con la de un barco normal y corriente está en puede elevar su casco para tomar velocidad debido a que posee unas «alas» en su base que lo sustentan y que no ofrecen tanta resistencia con las olas del mar como si no las llevara. Al quedar sumergidas tan sólo las hélices y el timón de dirección puede alcanzar velocidades superiores a los de una embarcación normal. Concretamente el Beetle, que navega entre 80 y 90 kilómetros por hora, invierte una tercera parte del tiempo que utilizan otros medios de transporte marítimos que cubren un recorrido similar. Sin duda es la forma más rápida y sencilla de cruzar al otro lado.
La embarcación pertenece a la extensa red de Japan Rail, pero lamentablemente no es válido el JR Pass por lo que hay que «pasar por caja» en cualquier caso. Es facilísimo reservar por internet a través de su web http://www.jrbeetle.co.jp/english/index.html donde se explican perfectamente los pasos que hay que dar, además de horarios y distintas tarifas. No hay nada que difiera a la adquisición de cualquier billete por la red: Escoger fecha y hora de salida, datos de contacto, tarjeta de crédito… y ya tienes tu reserva. Lo único que restaría es acudir una hora antes al Puerto de Fukuoka/Hakata una hora antes de zarpar para convalidar la reserva y adquirir físicamente el billete.
El número de salidas del Beetle depende del día en cuestión. Lo normal son cuatro, aunque hay fines de semana en que puede incrementarse a seis debido al la gran demanda que tiene. Y el precio, 13000 yenes la ida (24000 ida y vuelta). Utilizando un poco la picaresca os contaré un truco que a mí personalmente me sirvió cuando adquirí mi billete de ida. Cuando estás rellenando la reserva te permite escoger entre varias tarifas en función de si eres adulto, niño o estudiante. Los dos últimos obtienen un descuento y se queda en 10400 yenes el precio final. Yo me arriesgué y puse que era estudiante, y nadie, absolutamente nadie, me pidió absolutamente nada que lo demostrara. Rebajita al canto, que nunca viene mal.
Aquella mañana de domingo el cielo estaba cubierto de nubes muy espesas y se anunciaban lluvias. Mi pacto con el buen tiempo debía renovarse en otro país diferente. Me conformaba con que fuera el mismo que había tenido en Japón, casi carente de los cotidianos aguaceros veraniegos.
Momentos antes de subir al Hydrofoil fui a la Oficina de cambio de la terminal para hacerme con moneda coreana (Won). Fue entonces cuando me encontré con la desagradable sorpresa de que no admitían euros. Sólo dólares y yenes. Afortunadamente tenía guardados unos cuantos dólares por si acaso, los justos para aguantar un par de días, antes de los cuales debería tirar de tarjeta o acudir a una casa de cambio que sí aceptara la moneda europea.
Una vez ubicado en mi asiento del ferry me fijé en tres detalles concretamente. El primero, que debía llevar puesto el cinturón de seguridad durante el viaje. El segundo, que yo era el único occidental que había en todo el barco. Y el tercero, que había más griterío de lo normal por parte de los pasajeros, en su mayoría coreanos. Me vino a la mente España donde se habla (y yo el primero) en un tono bastante elevado. En otro momento no lo hubiera notado, pero después de dos semanas en Japón me había acostumbrado a silencios más que escrupulosos. Y los coreanos poco o nada tienen que ver con los japoneses. Bueno, ni ellos ni cualquier habitante del Planeta Tierra.
El «vuelo» del Beelte por encima del agua se me pasó más que rápido. En el tiempo que duró el trayecto (menos de 3 horas) estuve «empollándome» las dos guías que llevaba de Corea del Sur. Una era la de Lonely Planet (Korea, 7ª ed. 2007) en inglés, ya que no existía en ese momento la traducción al español. Sin ser gran cosa me pareció nuevamente útil por su practicidad y por incluir también un capítulo de Corea del Norte. La otra guía era «Corea del Sur» de Miraguano Ediciones escrita por Ernesto de Laurentis en 2002. Demasiado básica y algo caducada, la verdad, aunque fue la única encontré en castellano. No penséis que había mucha más bibliografía disponible en las librerías que consulté. La información tanto en papel como digital es escasa si la comparamos con otros países del entorno como China o Japón. Dificultad extra a la hora de contratar los hoteles o preparar un itinerario ambicioso fuera de la capital, Seúl.
Aunque tampoco iba con demasiado tiempo (1 semana) como para extenderme mucho más allá. En principio tenía planteado visitar Busan (a donde me dirigía en el ferry), el área de Gyeongju (conocida como la Kyoto coreana por su amplio Patrimonio Histórico, Artístico y Religioso) y Seúl. El viernes 18 de julio estaba reservado, si nada ni nadie lo impedía, para cruzar la Zona Desmilitarizada y penetrar a la hermética Corea del Norte. La opción de una visita express al Templo de Haeinsa o a la Fortaleza de Suwon dependería del tiempo que me restara.
A las oscuras nubes que empañaban el cielo se sumó una espesa bruma que emborronaba los altos y pálidos edificios que anunciaban nuestra llegada a tierras coreanas. Necesitábamos acercarnos más para poder apreciar con más claridad la densa metrópoli del considerado como Primer Puerto y Segunda Ciudad en importancia y población de Corea del Sur. Esa fue mi primera imagen del país, la de una aglomeración exagerada de edificios altos, y en su mayoría de color blanco, asomándose al mar. Y un puerto gigantesco repleto de barcos pesqueros, también de mercancías, y grandes grúas azules cargando y descargando sin descanso. La Ciudad Metropolitana Autónoma de Busan, con cerca de cuatro millones de habitantes, está escalando paso a paso para ser más cosmopolita, más internacional y acortar la ya de por sí alargada sombra de Seúl. Su condición portuaria a gran escala en este punto del suroeste de la Península de Corea ha permitido la absorción de influencias provenientes de otros países. Y eso se nota, tanto por fuera como por dentro.
Tras descender del barco y moverme por la terminal, pasando los clásicos controles de seguridad, fui percibiendo poco a poco que me encontraba en un lugar bien diferente del que provenía y que los Konichiwa, Arigato o los Irasshaimase (hola, gracias y bienvenido en japonés) habían pasado a mejor vida. Si el japonés parecía difícil, el coreano es una locura infinitamente impronunciable. Las señoritas de la Oficina de Turismo me estuvieron enseñando algunas palabras en su idioma que me costó mucho memorizar. Menos mal que la información que me pasaron, así mapas como la recomendación de una ruta asequible para las pocas horas que iba a estar en Busan, estaba íntegramente en inglés. De lo contrario, con esa escritura de ideogramas de trazos redondeados, no hubiera tenido nada que hacer.
Con la amable ayuda de la gente de la Oficina de Turismo pude diseccionar a grandes rasgos lo que iba a hacer, es decir, un plan para el tiempo que iba a estar en Busan. Tenía reservado para esa noche y la siguiente un Hotel en Gyeongju, por lo que debía contar con el desplazamiento a dicha ciudad, y por tanto, con que mi tiempo aquí iba a estar bastante limitado. No pretendía conocer Busan en profundidad pero sí comenzar con buen pie mi entrada al nuevo país y absorber cuanto antes su forma de ser. No iba a ser fácil, no creáis.
Las señoritas de la Oficina de Turismo me recomendaron el Downtown, una zona que se puede recorrer fácilmente caminando, y que cuenta con un amplísimo Mercado de Pescado (Jagalchi Fish Market), que tenía muchas ganas de conocer, y que a la postre sería uno de los lugares que más me impresionaran durante mi periplo oriental. Pero antes de eso debía solucionar mi partida posterior a Gyeongju y, por supuesto, debía deshacerme por unas horas de la maleta para poder hacer un breve circuito por las calles de Busan. A la puerta de la Terminal de Ferrys tomé un autobús lanzadera a la Estación de trenes de Busan, muy moderna, por cierto. Por fuera parece un Estadio de Fútbol 5 Estrellas, aunque doy fe de que salen trenes a raudales y que no se dan patadas a ningún balón. A lo que se dan patadas, y no pocas precisamente, es a la lengua inglesa. Pudieron volverme loco en los trámites de conseguir mi pase de trenes de una semana (KR Pass) o en lograr endosar mi maleta a una consigna inexistente. Yo que pensaba que los japoneses sabían poco inglés y me encuentro con que, en comparación con los coreanos, son dignos sucesores de William Shakespeare. Nivel cero, o como decía aquel, «cero patatero». Aunque como siempre, en estos casos, gesticulando se entiende la gente. Simplemente se necesita más tiempo para hacerlo.
El KR Pass es, al igual que en Japón el Japan Rail Pass o en Europa el Interrail, el salvoconducto para poder tomar trenes de forma ilimitada durante un período de 3, 7, 5 ó 10 días. Se puede adquirir a un buen precio a través de su página de internet (http://www.korail.go.kr/kr_pass.jsp) donde te proporcionan el voucher o reserva, que se debe llevar al stand de Korail de cualquier estación coreana medianamente importante para que lo validen y te entreguen el billete definitivo. El funcionamiento es más o menos similar al del JR Pass, con la excepción de que en éste se requiere hacer siempre reserva previa del trayecto que desees realizar. Otra cosa es si compensa o no, teniendo en cuenta que la red de ferrocarriles coreana no es ni demasiado extensa, ni demasiado moderna, ni demasiado cara. Y Corea no es Rusia o China en lo que a tamaño se refiere, por lo que los trayectos no son demasiado largos. A mí personalmente, que hice pocos viajes en tren por el país, no me salió demasiado a cuenta.
Mapa ferroviario de Corea del Sur
Respecto a la maleta, estaba en las mismas que en Japón. Las taquillas automáticas parecían las de los pitufos y la mía no cabía, me pusiera como me pusiera. Y la consigna…bien gracias. Tuve que encomendarme a la piedad de los trabajadores de la Oficina de Turismo, que se ofrecieron a guardármela hasta las seis de la tarde, más o menos la hora en que debía estar allí para tomar el tren que acababa de reservar para ir a Gyeongju, vía Daegu.
Libre, sin cargas pesadas, salí fuera de la Estación para poder tomar la línea 1 de metro, que cruza de norte a sur la ciudad. La adquisición de tickets se hace a través de máquinas automáticas, donde hay que introducir 1000 wones por un trayecto de ida. En ese momento 1000 wones eran equivalentes aproximadamente a 60 céntimos de euro (1 dólar). La cotización de la moneda se mueve como el viento por lo que no hay que tomar al pie de la letra estas equivalencias. Yo siempre hablo de mi experiencia durante el mes de julio de 2008. De lo de más adelante…todo depende.
Del suburbano de Busan lo que más me llamó la atención fue ver que en cada estación había más de una estantería de cristal con máscaras anti-gas. ¿Acaso se debe a medidas de prevención ante un ataque químico? No hay que olvidar que Corea del Sur está técnicamente en Guerra con Corea del Norte desde hace más de cincuenta años. Simplemente hay un armisticio, un alto el fuego. Y el Tío Sam está en medio para que éste no se rompa. Las relaciones entre ambos países se calientan unas veces y se enfrían otras. Lo que está claro es que el peligro sigue ahí.
El mercado de pescado de Jagalchi tiene una parada propia de metro (Jagalchi, Línea 1) pero yo me bajé una antes (Nampo-dong) para ir caminando tranquilamente hacia allí y perderme por los callejones donde no había ni un solo turista. La casi total ausencia de turismo es uno de los puntos más fuertes con los que cuenta Corea. Allí eres un forastero en toda regla y en ocasiones la gente te mira como si hubiera visto un fantasma.
Los primeros establecimientos de comercio de pescado seco, vendido al peso en sacos o colgado en los tenderetes, indicaban que me encontraba en el vastísimo área de Jagalchi. La mezcla de olores, cada vez más fuertes, fue llevándome hacia la Lonja más importante de la Península de Corea. Jagalchi, desde la antigüedad ha sido un mercado callejero a orillas del mar, pero fue a partir de los años cincuenta cuando comenzó a hacerse grande. El edificio de la lonja, moderno y de importantes dimensiones, es el verdadero corazón de este barrio. A su alrededor, decenas de kioscos atendidos principalmente por señoras ya talluditas, calentaban el pescado en grandes ollas para ofrecer como almuerzo a quien lo deseara. Fue complicado distinguir lo que allí se preparaba, pero cuando accedí al interior del edificio de la lonja, pude hacerme una idea…de que no iba a saberlo jamás.
La lonja, a primera vista, puede considerarse como una acumulación de pescaderías alineadas unas detrás de las otras. Suelo mojado, olor fortísimo, balanzas y pesos, señoras haciendo la compra… Hasta ahí todo normal. Sólo hace falta dar un par de pasos para darse cuenta de que éste no es un mercado corriente. ¿Dónde está la diferencia principal? Pues en que el género que venden está vivito y coleando. Infinidad de especies acuáticas, muchas de las que desconocía totalmente que existieran, se encuentran apiladas en acuarios de cristal o cubos de agua, dispuestas para ser vendidas en el acto. Ya sea marisco, ya sea pulpo o calamar, ya sean peces grandes o pequeños, todos están vivos.
En ocasiones dan un salto para escapar de los cubos y se revuelven en el suelo donde no tardan demasiado en ser agarrados por el encargado de turno para devolverlos a su sitio.
Nunca había visto tantos peces juntos, de tantas clases y formas diferentes. Unas las criaturas marinas que jamás faltaban de los stands eran los grotescos gusanos de mar, de color rosáceo y cabeza gruesa. Con forma indiscutiblemente fálica y del tamaño de una salchicha, quizás algo más grandes, se retuercen los unos con los otros mientras abren y cierran sus rajadas boquillas. A primera y última vista resultan repugnantes. Más de una vez me produjeron arcadas de sólo imaginar que alguien se los comía…crudos. Porque es así como van directos a la mesa. A los coreanos también les fascina el pescado crudo. Aunque no es lo mismo comer lonchas de salmón que estos asquerosos gusanos que por su forma no tuve más remedio que bautizarlos con el nombre de «Pollas de agua». Ruego disculpéis la vulgaridad, pero no se me ocurría otra cosa. Bon apetit!!
La venta de los productos se llevaba a cabo de la siguiente forma. El comprador o la compradora de turno señalaba lo que quería llevarse a casa y la persona que atendía la tienda cogía el género con la mano, o bien con un enganche con red si fuera más de uno o fuera de tamaño grande. Lo pesaba en una balanza (mientras el pez o lo que fuera daba saltos) y les decía el precio. Si no lo querían lo devolvía a su acuario. Si, en cambio, estaban conformes, lo introducía en un cubo con agua y preguntaba si deseaban algo más. Así hasta que escogieran todo lo que necesitaban llevarse. Era el turno entonces de tomar un pez tras otro, subirlo a una mesita, agarrar el cuchillo y zas!! Sin cabeza o en lonchas a la bolsa, que si un won por aquí que si su pedido por allá… Y aquí paz y después gloria.
Me pasé casi una hora en la lonja fotografiando o filmando múltiples escenas, sumamente cotidianas para los habitantes de Busán, pero demasiado extrañas e impactantes para mi. Una de las veces un viejo vendedor que sonreía al verme hacer fotos tomó con su mano una «pollita de agua» y me la ofreció. Al negarme la agarró como si de una pistola se tratara, apuntó hacia la pared, apretó…y disparó un chorrazo de agua impresionante. El humor que no falte, vaya.
Fuera de la lonja el mercado Jagalchi se extiende muchas calles más allá. Fue entonces cuando vi cortar los tentáculos de un pulpo vivo y ofrecerlo para probar en una mesita. Leí que una vez un chaval se asfixió por el efecto ventosa en la garganta. Esta sí que es una forma original de morir y lo demás son tonterías.
A medida que se avanza el mercado se diversifica en otros productos alimenticios, ya sea verduras, carnes o frutas. Las condiciones no son las más higiénicas que uno pueda encontrarse. En cuanto escuché los primeros escupitajos al suelo asumí que la «desjaponización» iba a ser complicada. Con este concepto de «desjaponización» que me acabo de inventar me refiero a la capacidad para no olvidarse uno de que ya no está en Japón y que las costumbres cambian. Es decir, pasar de la pulcritud y el silencio a las gárgaras antes de escupir o al bullicio exacerbado, choca un poco. Por lo menos durante las primeras horas.
Me encontré con muchísimas tiendas que vendían productos exóticos de índole curativa o incluso afrodisíaca. Tortugas o sapos secos, polvo de huesos de nosequé animal o tripas de serpientes que quitan el dolor intestinal son algunos de los ejemplos con los que me topé paseando por Jagalchi. Se ve que aún tienen bastante peso las creencias más antiguas y tradicionales a este lado de Oriente porque el género se vende como rosquillas.
Realmente me encanta ir a los mercados de otros países. Dicen mucho del lugar en que están. Es el pueblo llano y la vida en estado puro. Allí se junta la idiosincrasia de una Nación. Se percibe la cotidianeidad más auténtica, el sentir de la gente, sus costumbres y maneras.
Y en Busan no será por mercados porque se cuentan por decenas. Muchos de ellos están incluso bajo tierra, en largos pasajes y pasadizos accesibles desde el metro o desde los túneles que cruzan de un lado al otro de la calle.
En Nampo-dong hay varias avenidas comerciales donde se multiplican las tiendas de ropa de marca. Muchas de las firmas internacionales más importantes tienen su sitio en este área tumultuosa y llena de jóvenes. Si no fuera por los luminosos de caracteres orientales cualquiera diría que es un barrio completamente occidental. Cierto es que si se callejea un poco, los mercados (como el de Gukje) vuelven a ser de corte tradicional.
Después de comer en un Pizza Hut subí por medio de unas escaleras mecánicas al Parque Yongdusan (traducido como «Parque de la cabeza de Dragón») donde se encuentra la Busan Tower. Es una torre de telecomunicaciones de 118 metros a la que se puede acceder y subir a lo más alto (3500 Won) y que, por supuesto, no quise perderme. El efecto panorámico a través de sus cristaleras es tremendo porque si de por sí la torre es alta hay que tener en cuenta que está construida sobre una de las colinas de la ciudad. Es el mejor lugar para apreciar la extrema densidad urbanística de Busan, las nuevas construcciones que se están llevando a cabo y la actividad de un Puerto con un elevado tráfico marítimo.
En la planta baja, además de tiendas de artesanía, había una interesante exposición de fotografía cuyo tema de interés eran los Lugares declarados Patrimonio de la Humanidad. Imágenes bellísimas de algunos sitios que había visto en persona y de otros muchos que sueño con conocer algún día como, por ejemplo, Angkor-wat en Camboya.
La tarde fue tranquila, más bien de paseo. Tenía un sueño que me caía y ya tenía ganas de tomar el tren a Gyeongju. Había madrugado bastante y llevaba una pateada buena como para que me apeteciera ver más cosas. Una hora antes ya estaba en la Estación de Busan donde me conecté un rato a internet. Por fin llego el momento de estrenar el KR Pass y montar en mi primer tren coreano. Para ir a Gyeongju tuve que hacer escala en otra ciudad de grandes dimensiones como es Daegu (la tercera del país). Por tanto, Busan-Daegu en un tren de alta velocidad (KTX) que tarda aproximadamente una hora y Daegu-Gyeongju en un tren bastante lento que cubre una distancia menor que la anterior pero en el mismo tiempo. En total, entre trayectos y escalas, dos horas y media en las que, por cierto, no paró de llover. Respecto a la calidad de los trenes coreanos diré que el KTX, considerado como el escalafón más alto en ferrocarriles nacionales, me pareció que estaba muy alejado de la comodidad, el silencio, el espacio y la velocidad de los shinkansen nipones. Pero es que en este caso las comparaciones son odiosas. Del «tren de segunda» qué voy a decir, que es de segunda… La desjaponización debía seguir su curso porque estaba de un quisquilloso realmente insoportable.
Ya de noche llegué a Gyeongju, cuyas calles estaban absolutamente desangeladas además de oscuras. Mi hotel estaba próximo a la Bus Express Terminal, por lo que su comunicación con la Estación de trenes era buena y constante. No tardé mucho en tomar un autobús metropolitano que me dejó en 5 minutos casi a la puerta del Hotel que había reservado por internet, el Gyeongju Park Tourist Hotel. No parecía que tuvieran muchos más clientes aparte de mí, pero casi mejor, porque así pude disfrutar en silencio de mi amplia y tranquila habitación individual que por tener tenía hasta un ordenador (Precio: 80000 W.). Había un par de supermercados justo al lado, por lo que me hice con la cena por muy pocos wones, y aproveché para comprar una tarjeta telefónica, que salió bien a cuenta por todo lo que pude hablar con ella. Es la opción más económica para llamar a casa. El móvil sólo debería utilizarse para SMS y emergencias porque el minuto se paga como el oro.
En Gyeongju no había nada de vida a esas horas. Más que una ciudad me pareció un pueblo grande que apenas tiene opciones nocturnas. Y para no engañarnos, tampoco tenía demasiadas ganas de moverme de la habitación. El lunes me esperaba otro día en la antigua capital del Reino Silla (Shilla) que conforma una de las zonas más esplendorosas de la Península de Corea. Un destino imprescindible que merecía su tiempo.
14 de Julio: GYEONGJU Y LOS TÚMULOS VERDES DEL REINO SILLA
«Un museo sin muros ni puertas» o «El Kyoto coreano» son algunos de los lemas más escuchados en torno a la ciudad de Gyeongju y al extenso área que la rodea. Ningún otro lugar en Corea dispone de tanto Patrimonio cultural e histórico, e incluso religioso. Este aspecto está inevitablemente relacionado con su glorioso pasado como ilustre capital del Reino Silla durante aproximadamente mil años. El Reino Silla junto al Goguryeo y el Baekje forman parte de uno de los períodos más importantes de la Historia de Corea, conocido como el de los «Tres Reinos», y que abarcó el primer milenio de nuestra Era. Fueron tres estandartes que controlaron la Península de Corea y algunas regiones manchurianas (en la actual China). En principio el Reino Goguryeo era el más fuerte y amplio, y con suficiente poder para engullir sin problemas a los otros dos. Pero fue el Reino Silla quien se llevó el gato al agua por su aperturismo ante las influencias extranjeras representadas por el gigantesco Imperio Tang (China) con el que, innegablemente, poseía unas magníficas relaciones. Estas influencias tanto religiosas (velocísima entrada de la religión budista) como culturales fueron importantes para la creación de una alianza entre ambos, lo que provocó que los tres Reinos se fusionaran en uno (año 669) y se iniciara el período Silla Unificada que duró hasta el año 935 cuando sucumbió ante la Dinastía Koryŏ (de donde procede el nombre de Corea).
Silla Unificada fue una época dorada en la que Gyeongju (llamada Sŏrabŏl) vivió un momento esplendoroso que tuvo reflejo en el levantamiento de importantes templos, palacios, pagodas y decenas mausoleos reales, muchos de los cuales han llegado hasta nosotros. Algunos de éstos, como el Templo Bulguksa, la Gruta Seokguram o el conjunto arquitectónico existente en el Monte Namsan fueron declarados no hace demasiado tiempo Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO. Por su dilatada historia, por la gran cantidad de monumentos que dispone, por sus verdes paisajes que terminan en el mar e incluso por autoproclamarse la más importante reserva espiritual y cultural del país, es un lugar que debe estar incluido sin cortapisas en toda planificación de un viaje a Corea del Sur. No conocer Gyeongju supone no conocer lo que es Corea.
Como he dicho anteriormente, Gyeongju no es tan sólo una ciudad. Es más bien una región bastante amplia que, obviamente cuenta con su distrito metropolitano, pero que está bañada por innumerables aldeas. Esto supone que los monumentos estén sumamente dispersos, lo que implica una incomodidad extra para visitarlos. La existencia de varias áreas de interés provoca que se necesite más tiempo del normal. Y los medios de transporte existentes, eminentemente autobuses, son más limitados de lo que uno desearía.
Es por ello que acudí a informarme a la Oficina de Turismo que hay en la Estación de autobuses. Las personas que me atendieron me regalaron un mapa, una guía y me indicaron las cosas más importantes que ver y, sobre todo, cómo llegar hasta ellas. Entre sus sugerencias y mis planes previos elaboramos los itinerarios para cada uno de los dos días completos (lunes y martes) que pasaría en la ciudad. Para el primero de ellos invertiría mi tiempo primeramente en los lugares Patrimonio de la Humanidad, Bulguksa y Seokguram, que están más alejados y tienen más limitaciones horarias. Y ya después de comer me dedicaría a recorrer la ciudad con sus principales atractivos, entre los que destacan los sorprendentes y abundantes túmulos reales o el Observatorio astronómico más antiguo de oriente. Para el martes dejaría otros lugares importantes como el Templo Golgulsa, cabecera del Sunmudo (arte marcial zen proveniente de las enseñanzas de los monjes budistas en esta parte de Corea) y Yangdong, una aldea tradicional coreana con viviendas que cuentan con varios siglos de antigüedad. Obviamente es una parte minúscula de todo lo que tiene Gyeongju para ofrecer al viajero, pero pienso que es suficientemente interesante y atractiva como para captar la esencia de «la capital espiritual de Corea del Sur».
Vayamos entonces por partes a describir aquellos parajes que me hicieron soñar aquel lunes tan caluroso como nublado en Gyeongju.
EL TEMPLO BULGUKSA Y LA GRUTA SEOKGURAM
Mientras Bulguksa se ubica en las faldas del Monte Tohamsan, la célebre gruta Seokguram se encuentra más próxima a su cima. Pero ambas, bañadas por la caprichosa varita de la UNESCO y su Lista del Patrimonio mundial, suelen tratarse como «uno» en la bibliografía existente sobre Corea del Sur tanto en papel como en formato digital. Siempre que se busque Bulguksa aparecerá también Seokguram, y al revés también. Un dúo sagrado con el que comprender la importancia religiosa y arquitectónica de Gyeongju en el conjunto del país. Y son también el ejemplo claro de la dispersión monumental de la región, porque se encuentran a más de 16 kilómetros de la ciudad propiamente dicha. Cae sobre su propio peso que el conocimiento referente a los medios de transporte con los que acceder a los mismos es esencial.
Desde la Estación de trenes o desde la misma terminal de buses (donde yo me encontraba) hay que esperar la llegada de alguno de los autobuses que van dirección Bulguksa. Se puede tomar indistintamente cualquiera de los que pertenezcan a las líneas 10, 11, 101 ó 102 (precio 1500 Wones), que pasan con una periodicidad tan irregular como desconcertante. Aún así son suficientes como para no tener que esperar demasiado en la parada. Mi viaje hacia Bulguksa duró aproximadamente 40 minutos, quizás demasiados para 16 km. Un trayecto en el que la potencia del aire acondicionado me pareció criminal. Los incisivos chorros de aire gélido cayendo sin piedad sobre mi camiseta empapada de sudor (fuera hacía un calor bestial) eran un alegato a favor de enganchar un catarro o un resfriado de impresión. Era como abrir las puertas a la enfermedad y decirle «entra, soy todo tuyo».
Agradecí al cielo haber llegado a Bulguksa sin haberme convertido en un cubito de hielo. Cuando descendí por la escalera hacia un vacío parking próximo a las taquillas del complejo me dio un ostiazo nuevamente el calor y todo volvió a la normalidad. A pocos metros de la puerta de entrada al recinto me hice con mi ticket por 4000 Wones e inicié mi visita al templo que más me gustó de toda Corea del Sur, un lugar fascinante, el delirio arquitectónico de antiguos genios que muestran cómo el esplendor del Reino Silla fue cierta.
A pesar de existir desde el año 528 cuando fue mandado construir en el reinado de Beopheung, tuvieron que pasar más de dos siglos para convertirse en lo más parecido a lo que podemos encontrar ahora. Kim Daesong, eminente Primer Ministro del Reino Silla, encargó el diseño de una estructura de terrazas perfectamente dispuestas sobre la ladera del Tohamsan, las cuales, así como los elementos con los que cuentan, están ordenadas siguiendo antiguos cánones geománticos. Con esto queremos decir que los arquitectos que intervinieron en la construcción del monumento interpretaron el fluir de las corrientes de energías vitales para llevar la perfecta armonía al espacio donde se ubica el Templo de la Tierra de Buda («Bulguk» significa Tierra de Buda y «Sa», templo).
La primera terraza, que de forma magnífica se asoma a la montaña, sirve de acceso al Templo propiamente dicho. Para pasar del «mundo material» a «la Tierra de Buda» (Bulguk) era necesario cruzar los denominados «puentes», que realmente son escaleras con balaustrada, las cuales esconden un sinfín de sentido y simbolismo, ambos cotidianos en la arquitectura budista. La escalera principal, cerrada al público para su conservación, tiene 33 escalones, los cuales aluden a los pasos que se necesitan para alcanzar la sabiduría. Está dividida en dos partes, una inferior con 17 peldaños (Puente de nubes azules, que simboliza la juventud), y otra superior con 16 (Puente de nubes blancas, que simboliza la vejez). No es el único «puente sagrado» por el que acceder al complejo, pero sí el más célebre, por lo cual está declarado por sí solo como «Tesoro Nacional».
Probablemente la primera terraza con los mencionados «puentes» represente la imagen más fotografiada y repetida de Bulguksa, aunque es tan sólo el principio de un conjunto de maravillas que parece no tener fin. Porque ya dentro de «la tierra de Buda» es posible sentir la espiritualidad y la energía de este lugar en cualquiera de sus patios. El Patio del Pabellón Daeungjeon, de seguro el más hermoso, posee una peculiaridad de la que casi ningún templo goza. Esta es, sin duda, la posesión de dos pagodas de piedra (en Corea estas torretas sagradas son mayoritariamente de material pétreo, a diferencia de las japonesas o chinas, donde prevalece la madera) cuando lo normal es que haya una o ninguna. Si se mira de cara al Pabellón Daeungjeon, se encuentra la Pagoda Seokgatap a la derecha y la Pagoda Dabotap a la izquierda. Seokgatap, la más austera, tiene tres niveles descansando sobre su base con una proporción tan decreciente como armónica (4:3:2) en sus 8´2 metros de altura, coronados por ocho piedras que representan a una flor de loto.
Dabotap, en cambio, posee toda la ornamentación que no tiene Seokgatap, que la convierte, con sus 10´4 metros de altura en tres niveles, también coronados por una flor de loto, en un «ejemplar único» en la Península de Corea. Ambas, según se refleja en los estudios existentes, se complementan representando la Naturaleza de Buda y del mundo en general. Seokgatap, la más simple, simboliza la masculinidad y la brevedad de la ascensión espiritual. Dabotap es toda feminidad y, por tanto, complejidad. Sorprende, cuanto menos, que desde antiguo se interprete lo femenino con lo complejo y lo masculino con lo más simple, lo más sencillo. Estoy completamente seguro que muchas mujeres estarán diciendo al leer esto «¿Ves? Si es que tengo razón». Bueno, no seré yo quien inicie en esta ocasión una guerra de sexos.
Daeungjeon, pequeño edificio que alberga al «Buda Terrestre», así como los pasillos porticados y, en realidad, todos y cada uno de los santuarios y construcciones de Bulguksa, poseen una decoración pictórica en sus paredes y techumbres que deleitan tanto al viajero estudioso y refinado como al que no le interesa demasiado el arte.
La madera policromada con infinidad de motivos, tanto florales como figurativos, se extiende a lo largo y ancho del Templo, diferencia reseñable con la mayor parte de los templos que visité en Japón días atrás. En Bulguksa hay guerreros en las puertas, dragones en las techumbres, y un sinfín de flores y ornatos geométricos que embellecen y enriquecen, aún más si cabe, el mejor ejemplo existente de la lucidez y la inspiración del Arte durante Reino milenario como el Silla.
Es posible que estuviera cerca de dos horas en Bulguksa, aunque el tiempo pasara casi sin darme cuenta. Son más los patios, los edificios, los rincones escondidos, los jardines y los lugares panorámicos de los que uno se imagina. Asistí a los relajantes rezos de los monjes así como a las sempiternas advertencias de los vigilantes y trabajadores del templo recordándome que no podía tomar imágenes ni de las ceremonias ni de los interiores de cualquiera de los pabellones. Son muy escrupulosos en ese tema y hay que procurar respetarlo, aunque reconozco que se me disparó «accidentalmente» la cámara en alguna ocasión. ¿Cómo? ¿Que no me creéis? Una de dos, o miento demasiado mal o vosotros me conocéis demasiado bien.
Si a Bulguksa lo evaluaba con un Sobresaliente próximo a la Matrícula de Honor, había que proceder para hacer lo propio con su «hermana pequeña», la Gruta Seokguram, también Patrimonio de la Humanidad, y de la que tantas imágenes había visto en las últimas horas. Para ir hasta ella tuve que esperar bastantes minutos para tomar el autobús lanzadera que comunica Bulguksa con la célebre gruta. Es el autobús número 12 el que CADA HORA hace el trayecto de ida y vuelta por las sinuosas curvas del esbelto y frondoso monte Tohamsan. La duración es de aproximadamente 15 minutos y los horarios se cumplen afortunadamente a rajatabla, por lo que conviene informarse en la misma parada sobre cuáles son las horas a las que sale cada autobús. No vaya a tocar esperar 60 minutos más por entretenerse con la foto tardía de turno. En realidad el del transporte es uno de los inconvenientes más destacados en un área tan extenso y de enorme dispersión monumental como es Gyeongju. Y no es por la la red de autobuses, que no es tan mala dentro de lo que cabe, sino por la cantidad de tiempo que se pierde en los desplazamientos. Para muestra el bus lanzadera de Bulguksa a Seogkuram, que pasa tan sólo cada hora para unir dos de los monumentos más valiosos a la vez que visitados tanto en Gyeongju como en Corea del Sur, y que guardan una distancia de aproximadamente cuatro kilómetros. Esto es, obviamente, una contrariedad para el viajero, cuyo sino es tener siempre el tiempo justo. De esa forma es normal que se requieran de bastantes días para conocer Gyeongju a conciencia.
Seokguram, cuya entrada me supuso otros 4000 Wones a mis ya de por sí delicadas arcas, guarda especial relación con Bulguksa. Al igual que el Templo de la Tierra Pura su construcción vino marcada por los designios del Primer Ministro Kim Daesong. Si Bulguksa se levantó para honrar a sus padres de la vida presente, Seokguram era objeto de la conmemoración de los padres de su vida anterior. Ésta es una pequeña cueva artificial oculta tras las paredes de la montaña donde se yerguen magníficas esculturas de granito de Buda, diez de sus discípulos, dos Bodhisattvas, además de otras divinidades y guardianes. La figura de Buda es probablemente una de las más finas, elaboradas y carismáticas de las encontradas en el continente asiático. Por eso está considerada como una pieza maestra y única del arte budista, razón que explica su inclusión en la lista del Patrimonio mundial.
Para llegar hasta la gruta tuve que caminar por un sendero de tierra entre la densidad de árboles y matorrales que apenas dejaban penetrar la luz del sol. Al cabo de diez minutos descubrí entre la niebla y la bruma pequeñas construcciones de madera de colores, siendo la más alta la que alberga y protege las esculturas. Por una de las entradas laterales accedí a un pequeño pasillo desde el cual se puede observar el recinto sagrado a través de unos cristales cuya función se explica por la necesidad de preservar el lugar, que ya recibió demasiados daños a lo largo de los siglos. La estructura se compone primeramente de una antecámara rectangular de la que sale un estrecho pasillo decorado con figuras en bajo relieve, antecedente de la cámara principal de planta circular y techo abovedado en cuyo centro se encuentra sentado la estatua principal, un Buda de 3 metros y medio de altura. Sentado sobre un basamento y esculpido en granito, este Buda transmite sencillez, serenidad y paz con sólo contemplar su mirada y su gesto. Aunque el Buda sin el Todo que le acompaña no lograría dicha función. El séquito de divinidades, guardianes y Bodhisattvas conforman el Universo del Budismo, un sosegado paseo de ida y vuelta al Nirvana…
Tengo que reconocer que las dimensiones del monumento son inferiores a las que yo imaginaba. Quizás eso y el signo más que evidente de los trabajos de restauración llevados a cabo aquí fueron motivos por los que no fui hechizado totalmente por este lugar del que, probablemente, esperaba más. Expectativas demasiado altas suelen poner sobre la mesa todo un cúmulo de realidades. Entre los dos tesoros Patrimonio de la Humanidad me quedo, sin duda alguna, con Bulguksa. Aunque cierto es que Seokguram le complementa a la perfección. De una forma u otra llevan siendo cómplices desde hace más de doce siglos y eso es un peso que sobrepasa expectativas, opiniones y un autobús cada hora con el aire condicionado apuntando sobre la nuca.
LA METRÓPOLI DE GYEONGJU COMO SEPULCRO DE UN REINO MILENARIO
Primero el bus lanzadera de Seokguram a Bulguksa y después el bus de la línea 10 fueron los medios que utilicé para retornar a la ciudad de Gyeongju, a la Terminal de autobuses que se encontraba junto a mi hotel. Llegué dispuesto a almorzar allí mismo pero el hotel aquel día no servía comidas. Me recomendaron ir caminando durante unos 15 minutos hasta la parte trasera del Parque de los Túmulos (Daereungwon), corazón histórico y funerario del Reino Silla, donde podía tener varias alternativas gastronómicas. Próximo a la entrada que cuenta con aparcamiento encontré una hilera de restaurantes, en su mayoría chinos, donde no había ni un solitario comensal. Así que escogí al azar uno de ellos, pedí mesa y comí mientras en el exterior se desataba un aguacero mayúsculo, que si tardo un par de minutos más, me hubiera puesto como una sopa. Pero debía ser «lluvia inteligente» y dirigida porque fue pagar la cuenta y terminar de una forma tan inmediata como llegó. Siempre dije que en mis sueños he debido firmar un pacto con el Dios de la Meteorología, porque tengo demasiada suerte en ese tema. Eso sí, el día que se evapore mi suerte, no habrá quien me impida sufrir un tifón o un huracán. Y si no, al tiempo.
A primera vista la ciudad de Gyeongju puede parecer tan anodina como desquiciante. Nada más lejos que la realidad. Únicamente hace falta rebuscar un poco para darse cuenta de que aún conserva rasgos de su antiguo poder político, cultural y religioso. Digamos que su esplendor se ha convertido un ser durmiente localizado en mil y un rincones de su ondulante geografía. Tan ondulante como los muchos túmulos de los monarcas del Reino Silla que se encuentran dispersos no sólo en la ciudad, sino en muchos puntos de la región. Lo que parecen sencillos parques ajardinados con montículos cubiertos por la hierba son realmente tumbas reales con más de mil años de antigüedad. Los hay en todas partes, aunque ninguno tan grande y completo como el Parque Daereungwon, que cuenta con nada más y nada menos que 23 túmulos, uno de los cuales está abierto al público (Cheonmachong). La entrada cuesta 1500 wones, precio que pagué muy gustosamente, porque disfruté enormemente la soledad de este lugar en que apenas me hicieron compañía las ardillas.
Los montículos de hierba dan la impresión de ser eso, simples montículos, absolutamente naturales. Pero en este caso fiarse de las apariencias no es lo más acertado. Porque cada uno de los altozanos esconden los restos de antiguos monarcas enterrados junto a sus armas y tesoros. La comparación con los monumentos funerarios egipcios es odiosa, pero no hay duda de que las similitudes están ahí. La concepción de que después de la muerte hay viaje al más allá y que es necesario ser enterrado con los bienes materiales es una creencia muy repetida en la Historia de las Civilizaciones. Esto es visible en la Cheonmachong, la única tumba visitable de Daereungwon. Conocida como el túmulo del Caballo Blanco Volador, por la pintura del animal mitológico encontrada en el interior del montículo, fue excavada en 1970. En el descubrimiento aparecieron miles de objetos de lujo, que en su mayoría fueron llevados al Museo de Gyeongju.
Daereungwon no es, ni mucho menos, el único parque de Túmulos de la ciudad, aunque sí el más grande. Sumergidas en medio de la metrópolis sucumben las praderas de tonos verdísimos cuyas planicies se ven interrumpidas de forma repentina por las regias ondulaciones. Y cierto es que se han convertido en el santo y seña del Downtown de Gyeongju. Peculiares son, claro está.
Después del parque, caminando por un sendero pintado de verdes y florecidas praderas, se llega al más antiguo observatorio astronómico del continente asiático. Cheomseongdae, que en coreano viene a significar «Torre para observar las estrellas», fue construido durante el reinado de la Reina Seondeok (632-647 DC). La contemplación del cielo estrellado podía tener razones de índole meteorológico, y es que con las estrellas se podían determinar predicciones, solsticios o equinoccios. Esta estructura cilíndrica de 9,17 metros de altura se ha conservado intactamente a pesar de los 14 siglos con que cuentan sus muros, apilados simétrica y simbólicamente. Las 362 piedras que lo componen serían un claro reflejo de los días del año lunar, los 27 niveles representarían a Seondeok, la 27ª Reina de Silla… y así un largo etcétera. Son muchos los estudios y muchas las elucubraciones al respecto. Aunque lo mejor es verlo en persona pagando un precio simbólico de 500 Wones, que no llegan ni a medio euro.
El siguiente objetivo, también accesible a pie, fue el Estanque Anapji (Anapji Pond), resto ajardinado del ya extinto Palacio Banwolseong, desde el que gobernó gran número de Reyes y Reinas de Silla. De lo que siglos atrás fue un magnífico centro de poder, hoy día apenas quedan cimientos y piedras desperdigadas en la pradera aledaña. Casi anexo a las ruinas se ubica en un buen estado de conservación un bonito estanque artificial con pequeñas isletas y tres edificios de madera con las clásicas líneas orientales, cuyo reflejo en el agua dibuja una escena digna de retratarse en las clásicas pinturas paisajistas que decoran tantos templos antiguos. El Rey Munmu allá por el siglo VI DC quiso que su castillo albergara un Jardín con vegetación exótica traída de muchos de los rincones de Asia, así como que sirviera de morada para diversas y variopintas especies animales. Algo así como un Paraíso justo a las puertas de su gran castillo. Valió la pena rodear el viejo estanque e imaginarlo repleto de fieras y plantas tan raras como exuberantes. Por 1000 Wones pienso que es un sitio suficientemente interesante y hermoso para no perdérselo.
Dando un rodeo para volver al observatorio y al frondoso e inquietante bosque de Gyerim pude comprobar cómo los agricultores trabajaban sin pausa en sus cultivos.
Iban todos y todas ataviados con sombreros de paja que les cubrían casi hasta los ojos. Imagen bucólica de un campo absolutamente verde en el que brota con asombrosa facilidad toda clase de flores de colores. Había momentos que no sabía si me encontraba en la Provenza francesa o en la Toscana.
A las puertas del Observatorio Cheomseongdae tuve una larga e interesante conversación con una pareja de australianos con los que ya me había encontrado en Bulguksa. Hablamos de lo sorprendente que era no encontrarse con turistas extranjeros en un lugar tan bonito. Y es que ellos eran los únicos que había visto en todo el día. Mejor para nosotros, no cabe duda.
Atardecía levemente y el cielo comenzó su juego de ensombrecer las casas y dejar que los salientes de los tejados se encorven hasta encontrarse con él. Apenas un alma en la calle y los lugares de interés turístico clausurando sus puertas a la espera de un nuevo día. Aunque no todos lo hicieron porque entreabierta la puerta de una antiquísima escuela confucionista aproveché para entrar y moverme libremente por sus instalaciones. Lo que estaba haciendo no era del todo permitido, ya que el cartel de cerrado era bastante clarificador, pero ya puestos qué más daba colarse adentro. Setecientos años tallados en madera donde aprender e impartir la doctrina de Confucio escondidos en un pequeño a la vez que hermoso barrio de Gyeongju. Llegué por pura casualidad, incluso desconociendo su existencia. Pasaba por allí, pero vaya si mereció la pena…
El Parque Noseodong también rebosaba de montículos funerarios, aunque no tantos como en Daereungwon. Había niños jugando al fútbol, parejas sentadas en la hierba… Está claro que es un parque, pero conviene no olvidar que es un cementerio, un terreno cubierto por pequeños y ondulantes mausoleos de Reyes del pasado. Llevan más de mil años haciendo compañía a los coreanos vecinos de la capital espiritual y cultural de Corea del Sur. Pero en Gyeongju están acostumbrados a caminar entre retales de una Historia tan firme como gloriosa.
A mi llegada al hotel me conecté a internet para echar un ojo a e-mails y a las últimas noticias acaecidas en el mundo. Con especial interés advertí una noticia destacada que sin duda podía afectar bastante a lo que me restaba de viaje. Una turista había sido tiroteada en el Monte Kumgang (Montaña Diamante) que, junto al área de Kaesong, era considerado el único acceso posible a Corea del Norte. Al parecer esta mujer de 53 años, que viajaba bajo el auspicio de Hyundai Asan (organizadora de los tours), como yo debía hacer el viernes 18 de julio, se había saltado sin querer el perímetro de seguridad. Ante los gritos de los soldados se asustó y echó a correr, por lo que fue tiroteada por un miembro de la milicia norcoreana, siéndole sesgada la vida de forma instantánea. Si ya de por sí la relación entre el Sur y el Norte es mala, este hecho «accidental» considerado por unos, y «criminal» por otros, reabría ya de por sí unas heridas demasiado profundas. Y según los periódicos en su edición online, los tours de Hyundai Asan en la Montaña Diamante quedaban suspendidos hasta que se llevara a cabo una concienzuda investigación y se esclarecieran los hechos. Pero la colaboración de los norcoreanos no se esperaba por ningún lado por lo que las cosas se ponían difíciles. El Ministro de la Unificación de Corea, así como el Presidente de la Nación, declararon que si no se mantenía la seguridad de quienes viajaran a Corea del Norte en dichos tours (Kaesong y Kumgang), se terminarían estos viajes al otro lado de la frontera. En resumen: Mi paso al Norte (Tour de Kaesong) corría serio peligro. Debía llamar a la gente de Gonsee (los intermediarios con Hyundai Asan, con sede en Seúl) a la mañana siguiente. Necesitaba conocer si el viernes iba a tener la posibilidad de cruzar la zona desmilitarizada para pasar a uno de los países más cerrados e inaccesibles del Planeta. La cuestión pendía de un hilo a punto de romperse…
Sele
3 Respuestas a “Viaje a Japón y las 2 Coreas: Capítulo 8”
Simplemente impresionante!
me gustaria saber donde puedo encontrar el libro en español de las cronicas de la vida de la reina seon deok realmente he visto los 62 capitulos de la pelicula historica qeen seon deok ,esta pelicula me impacto, quisiera verificar algunas interrogantes que me quedado, en que pagina weeb encuentro este libro ,es por esa busqueda que por casualidad he entrado a esta pagina ,por lo que he leido es una historia de la vida real y me dio tristeza el final ,la reina seon deok, el general yu shin existieron y todos losm demas personajes existieron gracias desde peru, lima distrito de comas america del sur saludos
Hola Dina,
Si te digo la verdad desconozco dónde puedes encontrar el libro en español. De hecho no lo conozco y haciendo una ligera búsqueda no lo he encontrado…
Ya me contarás!
Un saludo,
Sele