Viaje a la Primera Guerra Mundial en el Norte de Francia II - El rincón de Sele

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Viaje a la Primera Guerra Mundial en el Norte de Francia II

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Algunos extractos de cartas enviadas durante la I Guerra Mundial desde las trincheras por los soldados a sus familias son demoledores, a la vez que ilustran a la perfección lo que pasaba por su mente. Encuentro especialmente significativo un texto que reza lo siguiente: “Papá. Aquí para que te evacuen hace falta reventar. Me gustaría que el Gobierno estuviera en el frente durante dos horas y vería lo que es esto. Me da igual si la carta pasa la censura, no es más que la verdad. Perdóname, no quiero que nos hablen de campo, del honor, porque yo lo llamo carnicería. Porque esta guerra no es más que un juego de masacre para nosotros en el que se nos lleva como vacas o corderos al matadero. Tu hijo desesperado por volver con vida.”Cementerio portugués en Nord-Pas de Calais (Norte de Francia)
Mientras sigo los caminos de la memoria en el frente que dividía en dos Nord-Pas de Calais, en el norte de Francia que limita con Bélgica, no soy capaz de dejar atrás una sensación extraña. Tengo una sensación amarga en la garganta cada vez que veo un nombre incrustado en una lápida o que la tierra permanece removida por el estallido de los obuses que entre 1914 y 1918 desolaron estos campos.

Viene del primer capítulo del viaje a la I Guerra Mundial en el Norte de Francia

Béthune, muerte y resurrección

Mientras aprendo más de la Gran Guerra desde el que fuera su terreno de juego me vienen a la mente todos aquellos jóvenes que en ningún momento hubieran podido suponer que se dirigían a una guerra del Siglo XX y no del XIX donde la supervivencia se convertía en un milagro e incluso en un suplicio si la muerte no se los llevaba pronto. En su mayoría adolescentes, eran enviados por las naciones que defendían las órdenes de aquellos por políticos de sofá y alta cuna que no se mancharían un ápice con el barro de las trincheras. Herbert Hoover, quien fuera el trigésimo primer presidente de los Estados Unidos, declaró que mientras los hombres mayores declaraban la guerra, eran los jóvenes quienes debían luchar y morir.

Placa conmemorativa de los caídos británicos en la I Guerra Mundial

En ambos lados de la Línea Hindenburg, que separaba las ambiciones de invasión germanas con el afán de resistir de un ejército aliado muy diverso con británicos, franceses, canadienses, indios, australianos, neozelandeses e incluso portugueses, se había llegado con la premisa de que sería una guerra corta, apenas un relámpago que pasaría de inmediato mediante un acuerdo entre naciones. El verdadero desgaste fue ver que pasaban los días, las semanas y los meses para convertirse en años de masacre, de enfermedades nacidas de aquellos lodazales en que se habían convertido las trincheras y los túneles. Años de tristeza, podredumbre y, sobre todo, desesperanza.

Érase una ciudad bombardeada llamada Béthune

Me dirijo a Béthune, una ciudad a 40 km de Lille que fue defendida por el ejército aliado y a la que nunca llegó la infantería alemana. No se puede decir lo mismo de sus bombas, que hicieron casi pleno en el municipio. Aquí me encuentro con uno de los ejemplos más evidentes de cómo la destrucción llegó también a los núcleos urbanos. La pobre Béthune, con un casco viejo flamenco que debió ser prodigioso (Conviene no olvidar que la región de Nord-Pas de Calais fue históricamente parte del Condado de Flandes) sufrió unos destrozos en aproximadamente el 90% de sus edificios (Otras como Lens quedaron arrasadas al 100%). Quienes lanzaron los obuses desde el otro lado ignoraron incluso la excepcional Grand Place de Béthune y no perdonaron la belleza de unos edificios que convertirían en un mar de escombros. Apenas dos o tres se salvaron milagrosamente, así como buena parte de su Beffroi o torreón-campanario de 47 metros, ya que estaba rodeado por unos edificios que lo protegieron como escudo natural.

Bethúne después de la I Guerra Mundial

Se puede decir que Béthune resurgió de sus cenizas. En los años veinte se llevó a cabo una minuciosa tarea de restauración para devolverle su esplendor, aunque también innovando con los estilos artísticos de entonces. El mejor ejemplo es la Grand Place, donde sigue mandando el gran torreón medieval (y que permite subir hasta la cúspide) pero en la que los responsables de su re-edificación se decantaron por un eclecticismo que dejaba a un extremo la arquitectura típica flamenca y al otro el mejor art déco visto en edificios civiles en esta parte del norte de Francia. Al final semejante conexión de estilos casa tan bien que ha devuelto al visitante la posibilidad de transitar por una ciudad agradable y tranquila, que no olvida su pasado pero que se aferra a su propio renacimiento.

Béthune (Norte de Francia)

Divisar todas y cada una de las fachadas de la Grand Place es asomarse a los trabajos de arquitectos como Jacques Alleman, Paul Dégaz y Léon Guthmann, quienes rediseñaron la ciudad sin olvidar su pasado. Y su impulso funcionó. Una hilera de casas estrechas con tejados a dos aguas son la novedad mientras que frente a ellas se ha dejado el estilo propio de la región. Es una parada obligada en todo viaje a Nord-Pas de Calais, ya sea buscando las huellas de la I Guerra Mundial en el norte de Francia o el pasado glorioso del Flandes francés.

Casas de Béthune (Norte de Francia)

A unos metros de la plaza sobresale la iglesia de ladrillo de Saint-Vaast, que nos deja uno de los torreones más altos de Francia, con 58 metros. El anterior templo religioso tampoco soportó las embestidas aéreas alemanas. Había sido mandado construir por el Emperador Carlos V en 1533 cuando Flandes era española, pero de ella tras la I Guerra Mundial no quedaron más que los cimientos. Toda venida abajo, como sucedería con la Grand Place, tuvo que resurgir de un modo diferente entre 1924 y 1927. Y si impresiona desde fuera, lo hace mucho más desde un interior luminoso, recargado y con un enorme órgano compuesto por más de 3000 tubos.

Iglesia de Saint-Vaast en Béthune (Norte de Francia)

Los caminos de la memoria me llevan a Richebourg y Neuve-Chapelle

Béthune es una seña de identidad de la esperanza que no terminó de ahogarse con la Gran Guerra, la muestra de que levantarse es causa-efecto de una actitud y un estado de ánimo. Para encontrar algo más de sus cicatrices conviene conducir un cuarto de hora sentido nordeste hasta Richebourg y volver a ese universo de césped, lápidas de color blanco inmaculado y el olor fresco de las flores típico de la época estival en esta región. Richebourg o Neuve-Chapelle me traen nuevas coordenadas en los caminos de la memoria que me dispongo a seguir.

Memorial indio de la I Guerra Mundial en Neuve-Chapelle (Norte de Francia)

Si bien es sencillo encontrarse en la carretera innumerables señales dirigiéndose a cementerios o monumentos conmemorativos de la I Guerra Mundial, en esta zona hay dos de imprescindible visita para continuar leyendo sobre una historia atroz. La primera es el Memorial Indio de Neuve-Chapelle y la segunda el más grande cementerio portugués que se puede encontrar en tierras galas. Ambos el ejemplo de tropas que vinieron a defender una causa muy lejos de sus hogares.

Un pedacito de la India en el norte de Francia

El Memorial Indio de Neuve-Chapelle es, como su propio nombre indica, un memorial, un lugar para el recuerdo. Aquí no hay nadie enterrado. Este monumento circular rememora con nombres, apellidos y sus cargos a los miles de soldados indios o nepalíes muertos o desaparecidos en la Gran Guerra. Sólo en las batallas que tuvieron lugar en los alrededores de Béthune perecieron más de 5.000. Enviados a Europa como aliados pertenecientes al Imperio Británico (en esa época India aún no era independiente sino una colonia), unos de manera forzosa y otros voluntarios, la supervivencia a un invierno en el norte de Francia en tan penosas condiciones era tan compleja como esquivar las balas o la metralla consecuente a una explosión.

Memorial indio de Neuve Chapelle (Norte de Francia)

Cuando traspaso la puerta del memorial indio me olvido por un instante de que me encuentro en territorio europeo. Aquellas cúpulas, aquel recinto circular, son capaces de trasladarme en un instante a lo que hace algunos años pude ver en India, aunque sin la presencia del universo infinito de dioses adorados en la religión hindú. Casualmente sólo un Dios está presente como reza una columna conmemorativa.

El cementerio portugués

Justo al otro lado, caminando apenas unos metros, se encuentra el cementerio portugués de Richebourg. Los caídos en distintas batallas de la Gran Guerra, sobre todo en la del Valle de Lys, donde varios errores de bulto condujeron a otra masacre, ocupan unas 1800 tumbas con el escudo portugués grabado en la piedra. El Corpo Expedicionario Portugues (CEP) llegó en 1917 al noroeste de Francia para apoyar a sus aliados británicos. Portugal no quería ser menos que nadie en el panorama internacional y según sus dirigentes, eran conveniente tener un apoyo poderoso para proteger sus colonias en África amenazadas por los alemanes. Pero el precio de participar en la I Guerra Mundial fue demasiado alto. Muchos de esos hombres convertidos en moneda de cambio por pura estrategia política yacen bajo el césped. En sus tumbas se puede leer “Morto de la Patria”.

Cementerio portugués de Richebourg (Norte de Francia)

Un pequeño santuario dedicado a la Virgen de Fátima mira a una hilera inacabable de sepulturas menos blancas y más gastadas por el tiempo que las de los británicos. Portugal, tan lejos y tan cerca a la vez. El viento apoyado por el recuerdo olvido entorna el fado más triste en este fragmento lusitano en el norte de Francia.

Cementerio portugués de Richebourg (Norte de Francia)

Quedan más pasos que dar en este camino que no termina…

El día se hace largo pero la luz de la tarde aún me devuelve la esperanza del verano. En un pequeño y acogedor Bed&Breakfast de Festubert (Les jardins de Paul), a diez minutos de Béthune, dejo mis bártulos y preparo las visitas del día siguiente. Me temo volveré al frente, conoceré por dentro trincheras que aún sobreviven y observaré con mis propios ojos las estelas de una destrucción que fue impasible con sus víctimas.
“Esta guerra sólo se sustenta sobre mentiras y traiciones. Ojalá se termine pronto” leo en una de las muchas frases recopiladas de las cartas de los soldados a sus familiares. Cierro los ojos doy vuelta sobre la cama pensando que probablemente su autor nunca la vio terminar. De hecho muy pocos lo lograron…

CONTINUARÁ…

Sele
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PD: No te pierdas el primer capítulo de esta serie de artículos con los que perseguiremos juntos las cicatrices de la Gran Guerra en el Norte de Francia.

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