Viaje a la Primera Guerra Mundial en el Norte de Francia IV - El rincón de Sele

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Viaje a la Primera Guerra Mundial en el Norte de Francia IV

En 1916 la Gran Guerra se había estancado y mover posiciones, aunque fueran unos pocos metros en Frente occidental, tenía consecuencias letales. Un invierno en las trincheras era convivir puerta a puerta con el frío y la lluvia incesante que convertía todo lo que tocaba en barro inmundo. La moral de los soldados que habían sobrevivido a los dos primeros años de contienda estaba por los suelos. Tras varios intentos fallidos por parte del ejército aliado compuesto por franceses y otras nacionalidades de la Commonwealth se empezó a maquinar el principio del fin de la guerra. Desgajar las líneas alemanas en le Chemin des Dames y forzar su retroceso dependería por completo de una tarea de distracción que se preparó a conciencia durante casi un año en la ciudad de Arras.

Cantera Wellington (Arras, Artois, Nord-Pas de Calais)

Durante la Batalla de Arras, en la primavera de 1917, el factor sorpresa llegaría a través de túneles excavados desde hacía varios meses por un equipo de zapadores neozelandeses expertos en minería. Más de 20.000 soldados saldrían del subsuelo como auténticos muertos vivientes para cercenar al ejército germano al otro lado de Arras. Únicamente de esa manera podrían darle un vuelco a una Primera Guerra Mundial que sólo en el norte de Francia se había llevado a más de un millón de víctimas.

Viene del tercer capítulo del viaje a la I Guerra Mundial en el Norte de Francia

Arras y la cantera Wellington, el principio del fin de la Gran Guerra

La ciudad de Arras (Arrás si la castellanizamos), capital del Artois y tan flamenca como Gante o Brujas, me recibe una tarde de verano con más nubes que claros. Vengo agotado de la Cresta de Vimy donde he podido observar in situ las trincheras canadienses en un bosque convertido en un auténtico queso suizo debido a la virulencia de las bombas que allí estallaron. La de Vimy, a un cuarto de hora de esta ciudad, formó parte también de la Gran Batalla de Arras, que se suponía quitaría más de un nudo a una guerra que no se movía de la atadura inacabable de trincheras con hedor a podrido.

Disparos de bala de la Primera Guerra Mundial en Nord-Pas de Calais (norte de Francia)

Arras, un joyero barroco-flamenco en el norte de Francia

Arras, habiendo sido una de las poblaciones más heridas durante la I Guerra Mundial en el Norte de Francia, no ofrece la impresión de haber sucumbido a una larga e intensa tormenta de bombas alemanas. Al contrario. Su fisonomía me lleva muy pronto a declarar para mis adentros que aquella era la ciudad más hermosa de cuantas había visto en el norte de Francia – con permiso de Lille. Una urbe cuyos habitantes proclaman orgullosos su sangre española. De hecho hasta bien entrado el siglo XVII Arras fue fiel a los monarcas españoles. Felipe II recibió aquí el apoyo de las provincias del sur de Flandes en el marco de la Guerra de los ochenta años (La Unión de Arras). Y esta sería una de sus grandes plazas fuertes.

Fachadas típicas de Arras, de estilo barroco-flamenco

Dejo las cosas en un hotelito pequeño en pleno centro, el típico establecimiento de la cadena francesa Ibis donde uno tiene la ventaja de saber siempre lo que se va a encontrar. Y comienzo a pasear por una ciudad que a todas luces me parece maravillosa, una absoluta desconocida. ¿Cómo no había oído hablar antes de esta hermosura? Arras posee un conjunto histórico-artístico barroco de primer orden que conserva los elementos que aglutinan esa región flamenca que va más allá de Bélgica para adentrarse tanto en el norte de Francia como en los Países Bajos. Arras es 100% Flandes en su versión gala. Aquí los ch´tis (que así se les conoce a los norteños) tienen la piel blanca de Van Eyck, adoran las patatas fritas sobre todas las cosas y hasta son capaces de mezclarlas en un plato de mejillones (moules).

Edificios de la Grand Place d'Arras (Nord-Pas de Calais, Francia)

Las dos grandes plazas de Arras

No tardo un segundo en admirar con pasión un conjunto urbano concentrado al abrigo de dos grandes plazas. La inmensa Grand Place se comunica por la Plaza de los Héroes por la elegante Rue de la Taillerie. En todo momento el respeto por la armonía arquitectónica se convierte en un baluarte estilístico. Clásicas fachadas flamencas estrechándose en la cúspide, en el caso de Arras redondeada con suma delicadeza, se apelotonan en orden permitiendo el uso kilométrico de galerías porticadas con las que mitigar los efectos de una lluvia que en el norte de Francia resulta, cuanto menos, insistente.

Fachadas de Arras en la Grand Place

La Grand Place se trata del mejor campo urbano posible para los ciudadanos de Arras (aunque desde la Edad Media fue sede de un gran mercado). Durante el verano ve cómo se organizan múltiples actividades estivales (vóley playa incluido) y en invierno se rellena con animados puestos navideños. Espacio para ello hay, no cabe duda, ya que su extensión es de nada menos que de 17.664 m² de superficie delimitada por 184 metros de largo y 96 de ancho.

Fachadas en la Grand Place de Arras (Norte de Francia)

Algo más pequeña es La Place des Héros d’Arras (Plaza de los Héroes) donde se sitúa el emblemático edificio municipal (L’hôtel de ville) y un largo campanario o beffroi, el auténtico icono de la ciudad. Dicha torre, propia localidades belgas y del note de Francia, está protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. El repicar de sus campanas no tuvo nunca que ver con el de los templos religiosos, sino como aviso en cuanto a incendios, guerras o acontecimientos importantes en la ciudad. El Beffroi corona un consistorio municipal que rompe con el barroco establecido en los 52 edificios de la plaza, ya que su estilo es más propio del gótico flamígero.

Plaza de los Héroes en Arras (Nord-Pas de Calais, norte de Francia)

En el empedrado de la plaza un tiovivo da vueltas sin detenerse. Bajo los pórticos algunos bares y estaminets típicos del norte de Francia empiezan a recibir clientes en busca de una cerveza fría. No me parece ver turistas o extranjero alguno. Me viene a la mente cómo días antes en Béthune un local me preguntó en castellano de Valladolid qué demonios hacía en el norte de Francia en pleno verano. Su incredulidad se basaba en que en región tan “poco estival” no entraba en los planes de muchos viajeros españoles. Tan sólo Lille se salvaba, según él, en este aspecto. Nord-Pas de Calais es en España una completa desconocida. De hecho reconozco que lo era para mí hasta engullir lecturas de la primera y segunda Guerra Mundial y empaparme de información durante este viaje por el Frente occidental.

Plaza de los Héroes (Arras, Nord-Pas de Calais)

Lo de Plaza de los Héroes recuerda la II Guerra Mundial precisamente, ya que aquí los alemanes sofocaron una revuelta de la resistencia asesinando a doscientos de sus miembros. Su nombre pesa todavía en esta plaza, la más hermosa de Arras, cuya piel conoce de primera mano lo que supone estar en primera línea de combate. Casi un 80% de la ciudad donde se refugió el ejército aliado durante entre 1914 y 1918 fue devorada por un sinfín de bombardeos desde posiciones germanas.

Fachadas de la Plaza de los Héroes de Arras (Nord-Pas de Calais, norte de Francia)

El Beffroi de Arras, Patrimonio de la Humanidad y mirador privilegiado

Desde lo alto del beffroi, al que se subo en ascensor tras adquirir un ticket de entrada en la Oficina de Turismo situado en el propio ayuntamiento, contemplo el finísimo trabajo de reconstrucción que devolvió el esplendor a Arras. En absoluto parece haber sufrido el ataque feroz de obuses y balas que acribillaron con saña la ciudad norteña. Desde el mirador de esta torre de 75 metros de altura aprecio los edificios flamencos como una sucesión de casitas de muñecas que parece puedo tocar con las manos. La propia Plaza de los Héroes así como la Grand Place o incluso la catedral de Saint-Vaast demuestran que se puede salir vivo del Apocalipsis. Arras, ese joyero barroco-flamenco, está más despierto que nunca.

Arras desde lo más alto del Beffroi o campanario (Norte de Francia)

Leyendo sobre la historia del beffroi anoto que fue finalizado en el año 1554 siguiendo los planos del arquitecto Jacques Le Caron, casualmente el responsable de la iglesia de Saint-Nazaire que había tenido la ocasión de visitar esa misma mañana. El esqueleto de este templo martirizado por las bombas y la metralla se mantiene ruinoso junto a Notre Dame de Lorette como recuerdo de los desastres ocasionados durante los intentos de asaltar esta colina durante la totalidad de la I Guerra Mundial.

Arras, una visita que da para mucho

Lo más interesante de Arras está entre las dos plazas así como en la Catedral neoclásica de Saint-Vaast, reconstruida también con mucho acierto. Todo se puede hacer a pie, ya que es una ciudad bastante pequeña. Y su oferta cultural la convierte en algo más que un bonito lugar. Llena de acontecimientos culturales durante todo el año puede presumir de tener un Museo de Bellas Artes con una extensa colección pictórica y escultórica con los mejores artistas franceses y flamencos. O algunos excelentes ejemplos de Art Decó en los barrios que no se decidieron reconstruir tal como se hizo en el casco viejo durante los años veinte. Y, si fuera poco, a las afueras de la ciudad (a unos 20 minutos caminando) existe una de las ciudadelas del ingeniero de Luis XIV, Vauban, responsable de la fortificación de las fronteras de Francia en sus cuatro costados. En sus muros exteriores los nazis aprovecharon a fusilar a los miembros de la resistencia capturados durante la II Guerra Mundial. Muy cerca, además, hay otro de esos cementerios de la Commonwealth con los he tenido la ocasión de cruzarme en incontables ocasiones durante este viaje.

Cementerio de la Commonwealth en Arras (Norte de Francia)

Sin salir del ayuntamiento descubro que, además de unos salones abovedados primorosos, se pueden visitar las galerías subterráneas que comunicaban la ciudad con las canteras donde desde la Edad Media se obtenía piedra caliza para la construcción de edificios. Esta faceta de Arras, con un subsuelo completamente excavado durante siglos fue precisamente el origen de una de esas ideas que pudieron cambiar para siempre el signo de la I Guerra Mundial y acercar la victoria al ejército aliado. Su aprovechamiento sería vital para uno de los capítulos más apasionantes de este conflicto que se había alargado más de lo previsto. Conviene recordar aquí pues un escenario esencial, la Cantera Wellington, a pocos kilómetros de donde me encontraba y en el cual tengo concertada una visita para el día siguiente.

Plaza de los héroes de Arras (Norte de Francia)

Mientras cae la tarde sobre Arras para dorar los edificios, esta vez sin nubes, paseo tras haber tenido la oportunidad de aprender más sobre la ciudad con Nicolas, un chaval de Tourcoing, a dos pasos de la frontera belga, quien trabaja en la organización de eventos en la ciudad y cuya madre de origen español le había enseñado a manejarse en castellano a duras penas. No parece acostumbrado a practicarlo en su trabajo por la nula presencia de españoles en Nord-Pas de Calais, así que entre los dos, hacemos un esfuerzo para mezclar palabras en español, inglés y francés y, de ese modo, entendernos.

El león, símbolo de la ciudad de Arras y de Flandes

Nos emplazamos para el nuevo día, aunque no me acompañará finalmente a la Cantera Wellington. Este es el último punto de este viaje por las cicatrices de la Primera Guerra Mundial. Y para llegar a él me hace falta el coche, ya que no está tan cerca como para ir caminando.

La Cantera Wellington y el ataque de los muertos vivientes

El porqué de la importancia de la Cantera Wellington en la I Guerra Mundial tiene que ver con la inoperancia de otras fases del conflicto y la plasmación de una maniobra de distracción cuya efectividad se presuponía segura. Durante los últimos meses de 1916 y los primeros de 1917 los mandos aliados aprovecharon la presencia de túneles de la Edad Media en el subsuelo de Arras para ampliarlos de tal manera que se pudiera llegar por ellos hasta las líneas enemigas. En esta misión resultaba esencial la pericia de los ingenieros y obreros neozelandeses, quienes debían ir uniendo galerías antiguas con túneles nuevos a través de excavaciones y la utilización de cargas explosivas a 20 metros bajo tierra.

Sele en la Cantera Wellingont (Arras)

El contraespionaje alemán, así como varios accidentes, retrasaron la misión pero no evitaron el propósito aliado. Este trabajo minucioso permitió que los neozelandeses (de ahí el nombre de Cantera Wellington) perforaran varios kilómetros en el subsuelo y tuvieran preparada en pocos meses una auténtica ciudad subterránea capaz de albergar a un total de 24.000 soldados. En de marzo de 1917 ya estaría todo preparado, aunque hubo que esperar hasta abril para obedecer órdenes definitivas.
Este ataque estratégico no era el principal de la operación. En realidad se preparaba un ataque fulminante al Chemin des Dames y desde Arras se pretendía distraer al ejército alemán (como se había intentado tiempo atrás en Fromelles) para mover piezas y asestar un golpe definitivo a sus aspiraciones invasoras.
Dentro de las galerías de roca calcárea a las que se accede a través de un ascensor (con un casco que imita al del ejército británico) se advierten todavía letreros que apuntan a las letrinas improvisadas. Algunas cavidades se convirtieron en bar, en hospital de primeros auxilios e incluso en altar donde se daban misas. Aquellas semanas de tensa espera se traducen en dibujos en las paredes, algunos de los cuales recogían los rostros de las esposas de los soldados.

Cantera Wellington (Arras, Norte de Francia)

De hecho los episodios vividos en la Cantera Wellington vienen perfectamente recogidos en algunas de las cartas de quienes construyeron los túneles o de quienes debían salir de allí con sus fusiles al campo de batalla. La correspondencia entre militares y familiares ha dado para auténtica literatura bélica. En estas misivas escritas con el corazón es donde se ve de verdad el miedo, la incertidumbre y el hastío de estos peones destinados a una muerte casi segura.
Caminar por aquellas galerías, apenas veinte metros por debajo de la superficie, me hace temblar. Y no de frío. Las explicaciones de este museo imprescindible de la I Guerra Mundial son tan detalladas que no cuesta imaginar la tensión de aquellos días de oscuridad en que más de 20.000 personas vivían hacinadas en penosas condiciones a sabiendas que lo que les esperaba fuera podía ser mucho peor.
De repente observo una de las rampas de salida, la número 10 de un total de 14. La palabra EXIT fue lo último que vieron millares de soldados que el 9 de abril de 1917 abandonaron su letargo subterráneo tras una explosión que abrió literalmente la tierra. Desde aquellas puertas improvisadas se puede decir vino la parte más compleja de la Batalla de Arras que tenía lugar en varios frentes. Imágenes de la época muestran un campo embarrado repleto de cadáveres. Eso, y el ruido ensordecedor de la artillería, supusieron para muchos el final a aquel infierno de nombre neozelandés.

Cantera Wellington (Arras, Artois, Nord-Pas de Calais)

Desde el subsuelo pregunto a la guía si de verdad aquella operación tan meditada sirvió para algo. Su respuesta fue un sí y un no. Sí que sirvió para mermar la moral de las tropas alemanas y aumentar un número de bajas inadmisible para ellos. Pero no para cumplir el objetivo final, que era acelerar el fin de la Gran Guerra. Los mandos británicos pensaron ilusos que en 48 horas todo estaría resuelto y que la estratagema de Arras derivaría en un armisticio definitivo que todos deseaban. Pero no fue así, hubo que esperar a 1918 para que el único que venciera en la I Guerra Mundial fuera el desgaste. Sólo en la Batalla de Arras más de 150.000 británicos perdieron la vida. A razón de 4000 bajas diarias. Una auténtica brutalidad que se pudo ver ya en Fromelles, Somme, Verdun y un largo etcétera de fracasos.

Soldado británico muerto en la I Guerra Mundial en el norte de Francia

¡Hasta pronto Nord-Pas de Calais!

Abandono las galerías de Wellington y tomo mi coche de regreso a Lille. Un tren me debía llevar a París para poder tomar un vuelo a Madrid desde Charles de Gaulle. Dejo atrás las trincheras, los búnkers, las miles de cruces de cementerios ya centenarios. Digo hasta pronto a Nord-Pas de Calais que me ha mostrado su cara más amarga, pero que era la que había venido a conocer.
Mientras conduzco en silencio llego a la conclusión de que la I Guerra Mundial cambió nuestro destino para siempre, que el trato de la Historia hacia este capítulo de 4 largos años ha sido un ejercicio global de subestimación e ignorancia. El siglo XX no comenzó el 1 de enero de 1900. Nada más lejos que la realidad. La humanidad cambió de siglo en 1914 mientras se quitaba el barro de los ojos y veía pasar un reguero de balas desde una infecta trinchera.

Muro con balas de la Primera Guerra Mundial en el norte de Francia

¿Y aprendería el mundo de esta catástrofe con más de 9 millones de víctimas e infinidad de ciudades destrozadas? La respuesta la tenía, como no, Winston Churchill, quien aseguró que con el Tratado de Versalles de 1919 no se firmaba una paz, sino un armisticio de veinte años.
Y ya se sabe cómo continuó esa historia…

FIN

Sele
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PD: No te pierdas el primer capítulola segunda parte o el tercer episodio de esta serie de artículos con los que estamos viajando juntos a lo que queda de la Gran Guerra en el Norte de Francia.

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