Viaje al Sur de África en 4x4 (4): El Okavango en mokoro

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Viaje al Sur de África en 4×4 (4): El Okavango en mokoro

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 5 de agosto: EL SILENCIO SALVAJE DEL MOKORO

Madrugamos para estar a las 8:30 en el Old Bridge Backpackers de Maun, hora y lugar donde estábamos emplazados para comenzar nuestra incursión acuática al Delta del Okavango. Allí nos esperaba un camión descubierto por los laterales, preparado para safaris terrestres, que sería el que nos trasladara hasta la orilla de uno de los canales. En el camping nos proveyeron de la comida pic-nic, aunque no estaba incluida la bebida. Ya nos habían avisado que el agua debíamos traerla nosotros. Y para una excursión de 8 horas de duración en un día soleado, no llevar agua hubiera sido un incómodo descuido.

El camión-safari nos dejó en la cabecera de un canal bastante caudaloso y allí nos pidieron que subiéramos a una enorme lancha motora para adentrarnos al comienzo del parque, a una parte ya alejada suficientemente de la población y así utilizar por fín las canoas.

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A TODA MECHA EN LANCHA

El traslado en lancha fue tremendamente divertido. En muchos tramos alcanzaba velocidades considerables y las curvas las tomaba como si estuviera participando en un Gran Premio de Fórmula 1. Cada vez que lo hacía gritábamos un oooooooohhhhhhhh que secundaba sus bruscos movimientos. La sensación de soltar adrenalina compensó el frío que calaba los huesos y algún que otro bote en el que nos teníamos que agarrar con fuerza a lo que tuviéramos más cerca.

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La vegetación en ambas orillas del canal era exhuberante, recordándome en ciertos momentos al Parque Nacional P1070797Tortuguero de Costa Rica. Junto a nosotros sobrevolaban garzas y cormoranes buscando un lugar apropiado para pescar. A los lados la concentración de cabañas tradicionales fue disipándose cada vez más para dar paso a una naturaleza cada vez más virgen, de insólita belleza. Nos íbamos aproximando a nuestro destino cuando nos dimos un buen susto después de que por muy poco no pasáramos por encima de un hipopótamo, que salió repentinamente del agua y que se salvó por un pelo. Bueno, y nosotros también nos salvamos, porque un choque frontal con una bestia que pesa más de una tonelada podía habernos causado un serio problema. Chema había visto cómo salían burbujas del agua y cuando avisó de la salida del hipopótamo, íbamos directos irremediablemente hacia él. Pero el animal fue más rápido que nosotros reaccionando velozmente para abandonar el agua de un salto que le llevó hasta la orilla. Aquella fue una demostración evidente de que los hipopótamos no son para nada lentos al contrario de lo que mucha gente piensa por su gran peso y su aspecto bonachón. Siempre he dicho que las apariencias engañan…

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UN MOKORO PARA CADA DOS

La lancha se detuvo a los veinte minutos de su partida y su conductor nos guió a través del bosque hasta llegar a un termitero bastante grande donde permanecían apoyados hombres, mujeres y niños. Éstos nos observaban con suma curiosidad, como extrañados de vernos allí, aunque esta sería posiblemente una escena que se tiene que repetir prácticamente a diario. Nos señalaron hacia la orilla donde había otra gente esperándonos con cuatro canoas varadas, donde debíamos colocarnos de dos en dos.

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Las canoas utilizadas para surcar el Delta del Okavango reciben el nombre de Mokoros. Con ese término uno se refiere a esta clase de embarcaciones realizadas normalmente con el tronco de la kigelia africana, un árbol muy popular en el Sur de África, al que ahuecan y dan forma para poder transitar las aguas del Delta. La tradición de surcar el Okavango en mokoro proviene de la etnia Bayei, que se trasladó a la región tres siglos antes y que comenzó a utilizar dicho medio de transporte para la caza y la pesca. Pero es desde principios de los ochenta cuando los usos se modificaron y sus tripulantes pasaron a ser viajeros, biólogos o personal de las productoras que acudían a filmar a la fauna para la creación de documentales. Hoy en día en Botswana son muchos los operadores los que ofrecen esta posibilidad que acerca el Delta del Okavango a otros públicos más diversificados que los que tenían en origen.

En aquella hilera de mokoros sólo había sitio para nosotros, puesto que eran cuatro y nos dijeron que debíamos ir dos en cada uno de ellos. La base donde debíamos sentarnos estaba encharcada, pero no íbamos a ir al ras de la madera sino que tenían provistos pequeños asientos de plástico para poner encima y así ir más cómodos y aislarnos mejor del agua.

Nos fuimos ubicando en nuestros resectivos mokoros. Alberto y Bernon, Chema y Pilar, Juanra y Ana, Rebeca y yo éramos los ocupantes de las cuatro canoas. Cada una de ellas tenía un conductor asignado y su respectivo palo tamaño pértiga con el que dirigir la suya.

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COMIENZA LA RUTA POR EL DELTA

En cinco minutos aproximadamente comenzamos a navegar por los canales. Y a diferencia de otras ocasiones en que había montado en canoa, no llevaba delante ningún remero ni nada parecido. Es detrás donde se pone la persona en cuestión que maneja el mokoro, quien de pie, hace palanca con el palo en la tierra y con mucha fuerza va moviendo la embarcación. Las aguas del delta del Okavango no son para nada profundas, y en aquella zona en que estábamos era complicado tener más de metro y medio de profundidad, por lo que era relativamente sencillo clavar este peculiar «timón», aunque no tanto hacerlo repetidamente durante horas. Sólo con brazos fuertes y una larga experiencia es posible hacer diariamente esos recorridos.

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El mokoro en que íbamos Rebeca y yo se inundaba con suma facilidad, teniendo que detenernos cada pocos minutos para poder achicar agua. Se notaba que debía haber grietas que permitían que se calara sobre todo la parte donde trabajaba nuestro guía. Un detalle más que demostraba la vulnerabilidad de una embarcación estrecha que te hace estar navegando con el agua casi al ras, y donde un movimiento más o menos fuerte puede voltearla. Y no es porque en el delta las aguas sean bravas. Todo lo contrario, parece como si estuvieran detenidas en el tiempo y ni el viento pudiera perturbar su quietud. Pero después de escuchar temibles historias de cocodrilos e hipopótamos, que atacaron los mokoros con turistas dentro, era para al menos pensar en que en medio de aquella inmensidad, eres una presa fácil.

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Casualmente unos meses antes en esa misma zona hubo un grave accidente en el que un hipopótamo partió P1070813«literalmente» con la boca un mokoro matando en el acto a uno de sus ocupantes. Unos dicen que les confundieron con un cocodrilo, dada la forma larga y estrecha de la canoa, y otros piensan que la agresividad se debió al odio irreconciliable que profesan a los seres humanos, a quienes consideran la mayor amenaza de todas. No hay que olvidar que no hasta hace mucho en toda África habitaba esta especie y que en actualmente han visto reducida su población a ciertas regiones del continente africano.  Y todo por culpa del hombre. Sin duda tienen motivos para temernos y sentirse amenazados.
Aún así tampoco quiero meter miedo y jamás voy a dejar de recomendar llevar a cabo esta apasionante actividad de navegar en mokoro. Se realiza cada día y han sido muy pocos los casos en que ha habido problemas.

Y es que realmente surcar las aguas del Delta del Okavango en estas primitivas embarcaciones es la mejor forma de disfrutar de este fenómeno natural, de tener unas horas de completo silencio y de simplemente contemplar la bella composición de los nenúfares que se dibujan en el agua. Cada metro que se va avanzando va comportando escenas y paisajes aún más sorprendentes.

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Pero si hay algo que impresiona es la voracidad de un silencio perfecto que logra sobrecogerte y replantearte por unos momentos dónde estás y qué es lo que estás haciendo. El Delta del Okavango representa tanto para los amantes de la Naturaleza que se termina convirtiendo en un objetivo, una meta irrenunciable. Y pensar en ello sentado en una canoa, yendo cada vez más hacia dentro sin saber qué va a acontecer al minuto siguiente es una sensación indescriptiblemente extraña.

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Los mokoros fueron avanzando durante al menos un par de horas antes de acometer la primera parada. Atravesando sospechosos juncos, surcando en hilera partiendo la extensa capa de los delicados nenúfares en flor, fuimos a detenernos a un islote pequeño que tenía huellas bastante recientes de elefante, pero que en ese momento no tenía nada vivo a la vista.

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Nosotros íbamos mirando concienzudamente hacia todos los lados, utilizando los prismáticos en muchas ocasiones y respetando ese silencio tan importante para evitar que la fauna del Delta se alejara de nosotros. Pero durante aquel tramo no hubo demasiada suerte y tuvimos que conformarnos con disfrutar del paisaje y la calma, que no es poco. Deseábamos con mucha fuerza y con una ilusión fuera de toda duda el poder ver asomar el cuello de una jirafa, o divisar, quien sabe, a un león acudiendo a la orilla a beber. Aún debíamos confiar en la Naturaleza, que se presenta cuando ella lo desea, y que con paciencia se termina dejando ver. Y nos sobraba confianza, tesón y sobre todo determinación.

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ATENCIÓN, MÁS ADELANTE CREO QUE HAY UNA MANADA DE…

Fue poco después cuando los patrones de los mokoros empezaron a hablar entre ellos señalando algo más adelante que no éramos capaces de ver. Cuando les preguntamos nos respondieron en voz baja que estaban prácticamente convencidos de que no demasiado lejos había elefantes. Como se reían entre ellos pensamos que se podía tratar de una broma, pero continuaron haciéndose indicaciones y asegurando que cada vez veían más claro a uno, dos, tres e incluso cuatro elefantes. Ellos iban de pie, por lo que tenían ventaja respecto a nosotros, pero no hubo que esperar demasiado tiempo para que con nuestros prismáticos corroborábamos que había algo allí que aún teníamos a cierta distancia, pero que estábamos en camino para ponernos lo más cerca posible.

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Las sospechas se fueron convirtiendo en certeza apenas un par de minutos después. Había una manada de aproximadamente siete elefantes juntos y mucho más cerca, en un lateral, permanecía totalmente quieto uno solo al que apenas se le veía la cabeza. Hierático, observaba nuestro liviano paso con los mokoros conducidos a golpe de pértiga. Pero no fue hacia él donde nuestros amigos no llevaron. Querían aproximarnos al lugar en que estaban todos los demás. A una distancia prudencial podía ser una fantástica oportunidad de observar nítidamente a estos paquidermos de grandísimas dimensiones, para muchos los verdaderos Reyes de la Selva. Aseveración, por cierto, que apoyo al cien por cien.

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Parecía que notaban nuestra presencia porque se separaron de la orilla para quedarse en otra charca que había a unos veinte o treinta metros más lejos de donde finalmente terminamos desembarcando. Esa distancia parecía adecuada aunque no insalvable en el caso en que a estos les diera por acercarse peligrosamente. Y es que si un elefante enfadado es peligroso y capaz de superar los 40 km/h, era mejor no imaginarse los efectos de siete.

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Después de dejar los mokoros «aparcados» en el barro nos subimos a un montículo en absoluto silencio (vital si no se quiere molestar a la fauna) para observar mejor a nuestros primeros ejemplares pertenecientes a la célebre lista de Big Five y sacar totas las fotografías posibles. Estaban dispuestos en tres zonas distintas: En el centro había cinco, y uno de ellos era el más grande de la manada. A su izquierda otro en solitario, lo mismo que a su derecha. Y esos eran los que estaban en nuestro campo de visión, porque más allá de los matorrales podía haber algunos más.

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…ELEFANTES, LOS VERDADEROS REYES DE LA SELVA (UN POCO DE TEORÍA)

Éste era uno de los animales que más ganas tenía de ver en libertad. Porque antes había tenido la oportunidad de montar uno en la India, pero no tiene comparación alguna disfrutar de su libre albedrío en la Naturaleza. Me gustan especialmente y me sigue pareciendo admirable que existan animales de semejantes dimensiones, que impresionan a primera vista se mire donde se mire.

El elefante africano es el mamífero terrestre de mayor tamaño que existe, superando con regularidad los tres metros de altura, los siete de longitud y las cinco toneladas de peso (5000 kilos!!). Su distintivo, además de las grandes orejas, es esa trompa que utiliza para capturar el alimento gracias a unos lóbulos con los que puede agarrar ramas o hierbajos, ya que son animales herbívoros. De alguna forma deben suplir la carencia de un cuello suficientemente largo como para alcanzar su comida con agilidad. Los largos colmillos que sobresalen a ambos lados de la boca supone la mayor razón para vivir amenazados por el hombre, y es que el marfil ha sido siempre un material muy codiciado.
El desgaste de sus colmillos se agrava tanto a su vejez, que cuando los pierden tienen serias dificultades para comer, y mueren. Suelen vivir una media de 60-70 años, aunque en cautividad y con las atenciones apropiadas pueden llegar a superar los 100.

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Dejadme que os presente una serie de particularidades asombrosas de los elefantes con las que aprender a conocerlos, admirarlos y respetarlos más:

– Comen diariamente una media de 200 kg de vegetación y beben más de 160 litros de agua, razón por la que siempre buscan los lugares húmedos.

– La famosa expresión de «memoria de elefante» tiene cierto sentido ya que llegan a reconocerse los unos a los otros aunque no se hayan visto en años.

– Se habla siempre del mito del «cementerio de elefantes» y es algo no demasiado real. Lo que ocurre cuando se hacen viejos es que requieren de más agua de lo normal y se pueden retirar a pasar sus últimos días cerca de las charcas. Es por ello que hay más probabilidad de encontrarse esqueletos en zonas de concentración de aguas. Lo que sí es curioso es su forma de tratar a los cadáveres de su especie, y es que suelen honrar los restos rodeándolos e incluso tocándolos con la trompa, cosa que no hacen con ningún otro animal muerto.

– El embarazo de las hembras es el más largo que se conoce, durando nada menos que 22 meses (¿Os imagináis casi dos años de gestación?). Tiempo para crear un bebé de 100 kilos de peso… que puede seguir a la manada a los pocos días de nacer después de la orden expresa de la matriarca (la hembra de más edad) a sus acompañantes para que reanuden la marcha con normalidad.

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A pesar de haber sido representado en los dibujos animados de Disney como un animal bonachón, no hay que fiarse una vez más de las apariencias. Y es que es probablemente junto a los hipopótamos sean los animales que más problemas generen. Son muy agresivos cuando se sienten amenazados por cualquier motivo, y este estado de alteración se logra alcanzar con cierta facilidad. Esto en muchas ocasiones se debe a que no tienen la mejor de las visiones posibles, con esos ojillos en los laterales, y en que los movimientos bruscos que se realizan próximos a ellos les ponen muy nerviosos. El mito del miedo a los ratones tiene sentido si se entiende que no les gusta tener algo de frente que se mueve rápidamente y que no llegan a ver bien. A pesar de ser el animal más fuerte de África, han tenido problemas con leones que se atreven con las crías, y con los cazadores furtivos, motivos por los cuales se sienten estresados, expresando su agresividad con peligrosas y veloces cargas. Se han dado muchos casos en que han provocado serios destrozos a vehículos que hacían safari, y lo que es peor, a las personas. Un mes antes de nuestro viaje una viajera española falleció en Zambia después de ser alcanzada por los miembros de una manada (ver noticia).

Cuando se tiene en frente un elefante o varios hay que ser ante todo precavidos y procurar ni acercarse ni hacer ruido que les moleste, por muy tranquilos que se les vea en ese momento. Hay alguna que otra señal que advierte que están nerviosos, como los constantes movimientos de las orejas, que berreen o que tengan la trompa levantada (señal inequívoca de que se están en alerta). Cuando ya tienen la trompa desplegada contra su pecho el peligro de ataque es inminente. Y cinco mil kilos corriendo a 40 kilómetros por hora contra tí no debe ser plato de buen gusto.

Los expertos hablan de un truco con el que se pueden tener más posibilidades de sobrevivir cuando un elefante se dirija corriendo hacia alguien. Y este consiste en NO CORRER EN LINEA RECTA delante de ellos, sino haciendo círculos o movimientos en zigzag con los que se les puede despistar debido a su escasa visión. Al contrario que con otros animales no es demasiado recomendable subirse a un árbol, a no ser que sea uno grande (tipo baobab o acacia), porque son capaces de tirarlo abajo.

Pero vamos, que no tiene por qué llegar la sangre al río ni morirse de miedo por estas cosas que cuento. Estoy hablando de los extremos. En un viaje de este tipo basta simplemente con mantener una prudencia que se antoja imprescindible si se disfrutar de la Naturaleza y no padecerla.

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Desde el lugar en que estábamos no parecía que los elefantes estuvieran alterados en absoluto. Tan sólo comían hierba, bebían agua y chapoteaban sobre los charcos produciendo un fortísimo sonido. Cada paso era un tremendo golpe sobre el agua que resonaba como si hubiera una explosión. Únicamente con escucharlos, ver cómo se movían, cómo agarraban el alimento, nos conformábamos. Su presencia fue motivo suficiente como para no irnos de allí hasta que terminaran marchándose ellos. Fueron unos momentos que disfrutamos muchísimo, y es que no todos los días se tiene la suerte de observar placidamente a siete elefantes juntos desenvolviéndose con naturalidad absoluta. Aunque aún nos quedaban tantas cosas por ver que aquellas hermosas escenas se podían superar todavía, y con creces.

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Primer Big Five. Ya nos quedaban cuatro.

PIC-NIC BAJO LOS ÁRBOLES

Retornamos a los mokoros dejando atrás a los elefantes y en fila india surcamos nuevamente las aguas durante algunos minutos para ir a buscar un lugar tranquilo donde poder almorzar. Las bolsas con comida estaban hechas para un descanso planificado en tierra firme tras varias horas navegando por el Delta.

Después de «aparcar» las embarcaciones los patronos nos guiaron hacia una pequeña explanada rodeada de árboles, portando los sillines de plástico que estábamos utilizando durante el día. En el inicio del camino Chema observó a un escorpión salir de su agujero, el mismo donde se terminó escondiendo después de que le tocara con un palo para ver su reacción. A pesar de lo que pudiera parecer, tal y como nos dijeron ellos, este era sin duda un sitio «seguro» para almorzar tranquilamente las hamburguesas y la fruta que nos habían preparado en el camping de Maun donde habíamos contratado la excursión. Entrecomillo lo de «seguro».

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Las personas que estaban haciendo de guías y conductores de las canoas no llevaban absolutamente nada de comida, por lo que todos y cada uno de nosotros compartimos nuestro alimento con ellos. Y debían llevar hambre porque no se les ocurrió rechazar ninguno de nuestro ofrecimientos. Les preguntabas si querían manzana y extendían rápidamente la mano esperando a que se la dieras. Para nosotros no hubo ningún inconveniente en darles parte de nuestra comida. Y más teniendo en cuenta lo cansado y pesado que debe ser manejar los mokoros durante horas.

UN PEQUEÑO SAFARI A PIE

En el centro de la explanada habían posado aposta el cráneo de un búfalo, que según ellos habían encontrado unos metros más allá en un lugar donde había restos óseos de este otro miembro destacado de los Big Five. Después de jugar un rato con la cornamenta y de hacer una prueba con el escorpión (meterlo en una caja con un grillo y ver cómo le clavava el aguijón en milésimas de segundo) apareció otro chico que al parecer nos iba a acompañar a hacer una especie de safari a pie de 40-60 minutos por allí.

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Así que nos levantamos y salimos de la zona de árboles hasta llegar a una planicie sin apenas vegetación y cuyos P1070929únicos salientes eran los largos y estrechos termiteros que no faltaban en ninguna parte. En voz baja las dos personas que iban con nosotros nos explicaron las normas: Caminar en fila entre ellos procurando no romperla en ningún momento (al parecer un depredador no se animaría a atacar posicionados de esa forma), no hablar alto con objeto de no ahuyentar a los posibles animales que estuvieran por allí (regla básica en todo safari) y seguir a rajatabla sus instrucciones si algo ocurría. Hablando con uno de ellos a título personal me dijo una frase que nunca se me olvidaría: «Si véis un león no salgáis corriendo. Si lo hacéis estáis perdidos. No os separéis de nosotros y no os pasará nada«. Qué fácil es decirlo porque no quería imaginarme esa difícil situación. Predecir la reacción de cada uno en momentos críticos es realmente imposible.

Nada más comenzar nos mostraron los huesos del búfalo al que pertenecía la calavera que había estado presidiendo la comida. Según ellos había sido devorado por unos leones, una historia que nunca sabremos si la contaron para meternos miedo, para agrandar el momento o simplemente era algo cierto, que se lo habían cargado unos simpáticos felinos que pasaron por donde nosotros lo estábamos haciendo en ese momento.

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Ciertamente las dos de la tarde, con un sol de justicia, no eran las mejores horas para acometer un safari. La mayor parte de la actividad de la fauna suele desarrollarse por las noches, sobre todo por parte de los depredadores, que aprovechan la oscuridad para salir de caza. Pero ni mucho menos había que descartar la presencia de cualquiera de los mamíferos que habitan en el Delta del Okavango porque una cosa es la tendencia normal y otra muy distinta el instinto de especies depredadoras que no entienden de horarios y que cuando tienen hambre salen de caza.
Lo que sí es compartido por todos es que los mejores momentos para ir de safari son al amanecer y al atardecer. 

Nos mostraron también algunos boquetes en el suelo realizados por los osos hormigueros (también nocturnos) y las madrigueras terrestres de las hienas (idem de idem), de las cuales no tenía ni la menor idea que se escondían bajo la tierra que ellas mismas excavaban.

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No necesitamos mucho más tiempo para comprobar que de fondo había una amplia manada de cebras. No estaban del todo cerca pero las veíamos bien. Hacia ellas se dirigía un saltarín impala, gozando de la seguridad que dan las grandes explanadas donde a los depredadores les cuesta más pasar inadvertidos cuando van de caza. Es por ello que normalmente se las encuentre en grupo en las llanuras. Sólo de esa forma podrían huir en caso de ataque.

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A ojo apreciamos que la manada se comprendía de al menos treinta ejemplares, un número alto cuando una media normal podría estar configurada entre las cinco y veinte cebras. A estos grupos se les suele denominar «harenes» debido a que hay varias hembras en torno a un semental, el jefe de la manada, que es capaz de enfrentarse a sus enemigos disuadiéndoles mientras los demás huyen. Y es que las cebras no son tan frágiles como muchos pueden pensar. A testarudas no las gana nadie, y si no lo mejor es que no os perdáis este video que lleva años dándo vueltas por la red donde una de ellas es capaz de salvarse de las fauces de una leona.

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Todas las cebras estaban de pie colocadas de dos en dos. Poco a poco, cada pareja, fue colocando su cabeza en el lomo de la otra, y viceversa. A pesar de nuestro pensamiento inicial de que esos eran gestos «amorosos» entre ellas, supe más tarde que esta se trata de un comportamiento defensivo que se realiza entre dos y que no tienen porque ser parejas macho-hembra. Con ello pueden estar tranquilas porque se aseguran siempre una visión de 360 grados con lo que evitan despistarse ante el peligro.

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La gran manada de cebras y el impala solitario serían los únicos animales que nos encontraríamos en aquel recorrido circular bajo aquel sol abrasador. Tan sólo algunas huellas y la charca de fango donde los elefantes solían ir temprano para impregnarse de barro y frenar las picaduras de los mosquitos sobre sus pieles gruesas. Poco más.

Las recomendaciones de ir en fila india y en silencio fueron cada vez más difíciles de mantener, y finalmente el safari terrestre perdió todo su sentido. Ni los guías tenían confianza en que hubiera algo más por allí y no hicimos más que regresar al lugar donde habíamos comido y esperar unos treinta minutos hasta regresar de nuevo a los mokoros y navegar más tiempo por el Delta.

UN TIEMPO DE ASUETO BASTANTE ENTRETENIDO

Tener parado a un grupo bastante hiperactivo supone que siempre sucedan cosas. Porque Chema por ejemplo no sabe estarse quieto (algunos le llaman Adrenalito) y sus ideas de bombero-torero suelen animar a que los demás le sigan. La tropelía de la jornada consistió en subirse a los mokoros por cuenta propia, darse unas vueltecitas y, por supuesto, no salir indemnes. Porque no requirieron de mucho esfuerzo para calar y hundir una de las canoas, a la que dejaron bien fresquita para la vuelta. Afortunadamente los guías no se lo tomaron para nada a mal. A ellos mientras no les partiéramos los palos con que hacen palanca en el fondo del agua, lo demás les daba igual.

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Pero no fue lo único que sucedió en ese tiempo. Y es que antes de volver a montar en los mokoros Rebeca me pidió que la acompañara detrás de cualquier arbusto para poder hacer pis. Entonces nos fuimos los dos hasta un sitio donde era imposible que nadie mirara. Le dije «Si quieres hazlo aquí, en este matorral. Vamos, que yo te tapo» y cuando la pobre ya estaba a punto de ponerse al asunto hubo algo que nos dejó helados. Nada más y nada menos que una cobra en posición de alerta, con su caperuza desplegada y sacando su lengua bífida, provocando un ruido que fue por el que nos dimos cuenta que estaba allí. La mitad de su cuerpo, de color similar a los hierbajos secos, estaba levantado y sus ojos nos miraron a apenas un metro de distancia. La boca abierta, sus dientes a la vista y ese sonido que no consigo olvidar. Fue tan sólo un instante porque nos echamos para atrás rápidamente y cuando grité avisando a los demás que vinieran deprisa, la cobra abandonó su actitud desafiante para reptar velozmente hacia un termitero donde ya la perdimos de vista de forma definitiva.

Digamos que aquella fue una de esas experiencias que las cuentas y no te crees que te hayan sucedido a tí. No pensaba ni por asomo que hubiera cobras en África (siempre las identifiqué con el continente asiático, aunque por lo visto estaba equivocado) y después de que el guía guía del mokoro nos confirmara que su veneno puede llegar a ser mortal (inyectan una neurotoxina que te bloquea los impulsos nerviosos afectando al sistema respiratorio y provocando la muerte). Hay una variante de cobra en África que son las «escupidoras», las cuales te proyectan el veneno buscando los ojos y dejándote ciego temporal o permanentemente. La verdad es que en tan pocos segundos fuimos incapaces de distinguir la clase específica de este peligroso reptil, pero sabiendo que por allí merodea toda clase de serpientes venenosas como por ejemplo, la mamba negra, eso era lo de menos. Otro motivo más para extremar las precauciones y no tomarse África a broma.

LENTO Y PLÁCIDO REGRESO AL PUNTO DE PARTIDA

Pasadas las tres de la tarde continuamos nuestra travesía por el Delta en los mokoros. Con el Sol apretando más que nunca, y cansados como íbamos, la marcha fue lo más tranquila posible. Con el agua al ras de la canoa, que comenzaba a entrar donde yo tenía apoyadas las piernas, siempre daba la impresión de que eso se podía hundir. Pero a nuestro guía no parecía preocuparle en absoluto, por lo que tampoco le dimos más historia al asunto. Preferimos disfrutar del más hermoso de los silencios únicamente importunado por el sonido puro del agua.

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Se estaba tan a gusto que hubo quien se durmió profundamente. Como por ejemplo el amigo Bernon, que no necesita de gran cosa para rendirse al sueño (Le he llegado a ver quedarse dormido en una oficina de correos en Estocolmo mientras empaquetábamos unos cuernos de reno…). Sin duda que aquella del Okavango sería una de las siestas más dulces de su vida. Alberto fue otro que abandonó el mundo terrenal. A los demás, en cambio, nos fue imposible dejarnos llevar por el Dios Morfeo, y continuamos con el relajante ritmo de los mokoros que surcaban aquellas aguas que parecían paralizadas.

Realmente aquella excursión de ocho horas por el Delta del Okavango fue lo bastante completa como para calificarla de sumamente satisfactoria. Sólo es posible comprender su magnitud de la forma en que lo estábamos haciendo. Desde arriba en avioneta y desde sus aguas en los tradicionales mokoros. Por tierra aún faltaba hacerlo por el Coto Moremi, paraíso de la fauna africana, y de facto, parte del fantástico Delta. Pero para ello tan sólo había que esperar unas pocas horas. Mientras tanto seguimos calando nuestros pies en una canoa donde se colaba cada vez más agua y disfrutando del último tramo de un recorrido que sólo puede tildarse de espectacular.

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Cuando pasado el tiempo regresamos al punto en que iniciamos la excursión de los mokoros, estuvimos esperando junto a un termitero a que nos llevaran en lancha hasta el Old Bridge Backpackers de Maun donde habíamos contratado el servicio. Al menos nos invitaron a unos refrescos muy fríos que nos saciaron la sed que teníamos.

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Sin entender aún por qué, el regreso al Camping fue escalonado, haciéndolo por separado en tres grupos/lanchas diferentes. Sólo sé que cuando nos encontramos de nuevo había un chico de Getafe (Madrid) que parecía unirse a la expedición porque había venido hasta allí utilizando el transporte público y no tenía otra forma de llegar a Moremi que no fuera acoplándose a un grupo que le llevara hasta allí.

A pesar de las apreturas se aceptó que viniera hasta Moremi, aunque a sabiendas de que nosotros no teníamos permiso para dormir allí esa noche y que íbamos un tanto a la aventura (Sólo teníamos pagadas las entradas de la mañana siguiente). Pero había algo que él no sabía y que le terminó por desaconsejar venirse en nuestros coches esa misma tarde que teníamos pensado partir hacia Moremi. Y es que no tenía ni siquiera reservado el acceso al Parque. Así que finalmente tuvo que quedarse para poder ir a la mañana siguiente a la Oficina de la DWNP de Maun y allí tramitar los permisos de entrada.

RUMBO INDECISO AL COTO MOREMI

Quienes debíamos salir cuanto antes si no queríamos que nos pillara la noche éramos nosotros por lo que sin más dilación nos montamos en los coches para dirigirnos en dirección norte, ¿al interior de Moremi?, ¿hasta la puerta de entrada?. Esas cuestiones se unirían al ¿Pero dónde dormiremos esta noche?, ¿Nos van a permitir quedarnos?, ¿Nos van a dejar pasar a esas horas?, ¿No es un poco peligroso conducir por aquí de noche?. Preguntas, preguntas y más preguntas. Las respuestas tan sólo vendrían marcadas por el destino, el azar o la locura de quienes no deseaban conocer las palabras «imposible» o «peligro». Unos con más reservas que otros, pero todos queríamos aventurarnos más allá de quién sabe dónde…

La distancia total hasta el punto mínimo que nos habíamos planteado llegar, que no era otro que la Puerta Sur del Coto de Moremi, era de 94 kilómetros. Pero en Maun ya se habían terminado las carreteras de buen asfalto y en esta ocasión la conducción tuvo que ser en caminos extremadamente polvorientos en un área despoblada por el hombre. A ambos lados de la carretera tan sólo había un tupido bosque, por lo que cada metro que avanzábamos nos sentíamos un poco más en la boca del lobo (quizá sería más apropiado decir en la boca del león). Donde estábamos no podía ser nada extraño cruzarnos con cualquier cosa, y para que eso no sucediera en plena noche, con el peligro que ello conlleva, debíamos tratar de ir algo más deprisa.

Así de primeras se nos había ido por completo la cobertura del teléfono móvil, algo que conocíamos de antemano, ya que habíamos leído que desde Maun hasta prácticamente llegar a Kasane (al final del Chobe) las comunicaciones móviles pasaban a mejor vida. Así que si hay un tramo en el que rezar para que nada le ocurra a los coches es ese: Maun-Moremi-Chobe. El más complejo, el que más se interna en la Naturaleza del Sur africano, pero también el que más posibilidades ofrece al viajero para ver animales.

Atardecía en el bosque bajo una espesa bruma que no sabíamos al principio si en realidad se trataba del polvo que levantaban los coches en el camino. Pero deteniendo los vehículos nos dimos cuenta de que esa poca visibilidad no era exclusiva de la carretera por la que estábamos circulando. Otra razón más para extremar las precauciones y disminuir la velocidad.

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Once kilómetros pasada la pequeña villa de Shorobe nos encontramos con un Veterinary Check Point, un lugar de paso donde se controlan las idas y venidas de vehículos, y que tratan de prevenir no sólo la circulación de animales sino también tener más controlados en la medida de lo posible a los cazadores furtivos que siguen sesgando las valiosísimas vidas de la fauna de Botswana. Estos check point se ven a lo largo y ancho del país, en el que parece que está empezando a prevalecer una conciencia más ecológica y respetuosa con el medio ambiente.

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Poco después de este control la carretera presentó una bifurcación que no dejaba lugar a dudas: Moremi Game Reserve a la izquierda y Chobe National Park a la derecha. Tomamos obviamente el camino de la izquierda, desde el cual teníamos ya tan sólo 36 kilómetros hasta la ansiada y enigmática Puerta Sur del Moremi (digo enigmática porque no sabíamos si la íbamos a poder cruzar). La luz cada vez era más escasa pero todavía contábamos con algo de tiempo para disfrutar de una mayor visibilidad, a pesar de aquella bruma de la que hablaba párrafos atrás.

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Reconozco que la totalidad de los miembros de esta aventura en 4×4 estábamos expectantes ante lo que pudiéramos encontrarnos a un lado u otro del camino. Éramos totalmente conscientes de que era cuestión de tiempo y de azar poder avistar cualquier animal, que siempre se deja ver más a esas horas en que el Sol inicia su rutinaria retirada por el horizonte. Simplemente había que estar muy atentos y fijarse en cada detalle que el bosque nos ofrecía en sus cuatro costados. Y la que cumplió dicho precepto con matrícula de honor fue Pilar, que advirtió con sumo entusiasmo el primer premio de aquella tarde: «¡¡Chicos, parad, una jirafa, a la izquierda…a la izquierda!!» Precisamente aquel había sido el animal que ella había confesado tener más ganas de ver en vivo y en directo. Y ahí estaba, comiendo de la copa de un árbol, aunque al observar que nos acercábamos a pie se alejó de forma prudencial unos metros más hacia atrás. Otra vez habíamos cometido el error de hacer demasiado ruido, y dicho defecto debíamos pulirlo para disfrutar más de la cercanía de los animales.

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Ante nosotros la especie terrestre de mayor altura (entre 4´5 y 5´5 metros, con un peso aproximado de una P1070967tonelada), aquella que los romanos bautizaron como Camello-leopardo por las similitudes que venían con ambos en forma y color respectivamente (incluso su nombre científico es Giraffa camelopardalis). Su característico a la vez que llamativo cuello largo con el que poder llegar a alcanzar su alimento de las cotas más altas. Y esa mirada que nos dedicó de absoluta ternura. No obstante la jirafa hasta que llega a hacerse adulta (algo que sólo consiguen entre un 20 y un 50 por ciento de los ejemplares que nacen) es absolutamente vulnerable a los ataques de los fieros depredadores que habitan también en su espacio, por lo que es normal que se sintiera inquieta con nuestra presencia. Por esa delicadeza que transmite, por su extraña forma de correr, de rumiar, de no pasar desapercibida en un entorno tan hostil, por esas formas tan originales, fue quizás la jirafa uno de los animales con el que más nos emocionaríamos. Y fue aquella la primera, sorprendentemente solitaria cuando siempre pacen en grupo, pero no la última de aquel viaje tan fascinante que estábamos viviendo. 

Después de observar a la jirafa y de ver que junto al coche caminaba despacio un bicho-palo, que si no nos hubiéramos fijado bien lo habríamos pisado como a una rama cualquiera, continuamos aquel sendero arenoso que ya nos advertía en sus señales de tráfico que TUVIÉRAMOS CUIDADO CON LOS ELEFANTES. Y es que no es extraño que aparezcan de la nada y crucen por la carretera como si nada.

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DE CÓMO ENTRAMOS A MOREMI DE NOCHE HASTA QUE LOS RANGERS NOS ECHARON

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Al cabo de un rato llegamos a la Entrada Sur del Coto de Moremi. En la Puerta, supuestamente de vigilancia y control del tránsito de vehículos, no había absolutamente nadie. Tan sólo en un cartel advertía de los horarios y de otros preceptos importantes:

+ APERTURA Y CIERRE DE ABRIL A SEPTIEMBRE (INVIERNO AUSTRAL): 6:00-18:30
+ APERTURA Y CIERRE DE OCTUBRE A MARZO (VERANO AUSTRAL): 05:30-19:00
+ FUERA DE ESOS HORARIOS ESTÁ TERMINANTEMENTE PROHIBIDO CIRCULAR POR EL PARQUE.
+ SÓLO SE PERMITE LA ENTRADA CON LOS PERMISOS YA RESERVADOS
+ SÓLO SE PERMITE LA ACAMPADA EN LOS CAMPINGS DESIGNADOS

Y después de ver todo eso resumo nuestra situación:

+ ERA DE NOCHE YA BIEN PASADAS LAS 18:30.
+ NUESTRO PERMISO DE ENTRADA ERA VÁLIDO PARA EL DÍA SIGUIENTE (6 DE AGOSTO) A PARTIR DE LAS 6:00.
+ NO TENÍAMOS RESERVADO NINGÚN CAMPING EN EL INTERIOR DEL PARQUE (TAMPOCO FUERA DEL MISMO)

Cualquier persona en su sano juicio hubiera buscado alguno de los campings del exterior lo más cercano posible a la Puerta Sur de Moremi. Pero nosotros no estábamos por la labor y cometimos la imprudencia decidida mayoritariamente (que no al 100%) de intentar llegar al Third Bridge Campsite, al que le calculamos había entre 40 y 50 kilómetros aproximadamente. El no tener reserva lo compensaríamos diciendo que nos habíamos perdido y que era demasiado tarde como para marcharnos en medio de la noche, algo prohibido y totalmente desaconsejable  por cualquier responsable que trabaje en el Parque. Esa era nuestra excusa y con ella debíamos ser firmes. Por muy equivocados que estuviéramos la decisión estaba tomada por lo que comenzamos la conducción por un terreno mucho menos uniforme que los que habíamos ido hasta el momento, sin apenas señalización y con un mapa bastante incompleto como el que teníamos.

La oscuridad era total y hubo que sortear zonas encharcadas, árboles caídos y permanecer muy atentos a los posibles cruces de animales en un camino tremendamente estrecho. En más de una ocasión tuvimos de frente la luz de unos ojos penetrantes que observaban con curiosidad a los incautos que estábamos inmersos en un rally nocturno directo a las entrañas de una de las mayores reservas de fauna del Planeta.

Seguíamos viejas rodadas y tratábamos de sortear (mejor dicho, trataban de sortear en esta ocasión Chema y Bernon, erigidos como expertos conductores) los muchos baches con que nos íbamos encontrando a cada paso. Los 40 ó 50 kilómetros que debíamos realizar no parecía que se fuesen a cubrir en el tiempo prudencial que habíamos imaginado dadas las características del terreno. Llevando 40 minutos apenas habíamos hecho 12 kilómetros y los coches estaban sufriendo (y consumiendo combustible) más de lo que estaba planeado. Había tensión debido a la incertidumbre de los senderos que estábamos eligiendo y los walkie talkies echaban humo de recomendaciones al coche que iba detrás: «Cuidado con el bache, árbol caído a la derecha, acelera que hay mucha arena y nos podemos quedar!» eran algunas de las muchas frases que se fueron transmitiendo por aquellos cacharros a pilas que nos salvaron de más de una. Era como hacer un Rally pero sin circuito, ni mapas, ni cámaras, ni público. Nadie sabía que estábamos allí dentro y no teníamos ni un móvil para llamar por si algo sucedía. Es más, estábamos quebrantando las Leyes de Botswana, y todo por la cabezonería de seguir unos planes que tenían muchos riesgos de no salir bien.

Todos desde el coche nos imaginábamos que si los seres humanos tuviéramos visión nocturna, nos hubiésemos dado cuenta de que allí había muchos animales en plena vorágine. Cazando, comiendo, durmiendo, huyendo de sus enemigos…observándonos. De vez en cuando nos deteníamos en lo que presentíamos eran explanadas donde podía haber cualquier cosa. Y cuando me refiero a cualquier cosa me refiero a leones, elefantes, rinocerontes, leopardos, hienas, guepardos, perros salvajes…

Justo en una de esas explanadas llegó uno de los momentos más críticos de la noche. Y es que el camino se interrumpía por una gran cantidad de agua de la que veíamos dónde comenzaba pero no dónde terminaba. Las rodadas se detenían allí y no veíamos rastro de otras, bien porque no estábamos en un lugar correcto o bien porque la iluminación no era lo más adecuada posible. Con todo lo que llevábamos avanzado sólo había dos soluciones: Dar marcha atrás, volver a la puerta Sur y retomar Moremi «legalmente» a la mañana siguiente; o tratar de cubrir con los coches esa distancia indeterminada a través del agua para continuar nuestra senda. ¿Qué creéis que se escogió? La respuesta la encontraréis utilizando vuestra parte del cerebro más incauta e irresponsable.

El coche en el que íbamos Chema, Pilar, Rebeca y yo fue el primero en tratar de pasar aquel humedal. La opción de quedarnos atrancados allí a esas horas de la noche no la queríamos ni imaginar, por lo que tan sólo contábamos con la pericia del conductor, la benevolencia del sendero (que no fuera tan malo como pensábamos), la suerte y con que Dios quisiera que pasásemos.
La tensión era palpable, el vello de punta, las pulsaciones fuera de tono, cuatro corazones latiendo con fuerza, los puños cerrados y nada que decir. Chema pisa el acelerador, sostiende el volante con firmeza e inicia la marcha por el agua con un leve zigzag, izquierda, derecha, sin prisa pero sin pausa, diez segundos, vemos el final y salimos del pantanal que había inundado el camino!! Los cuatro gritamos como si hubiésemos ganado la Final de la Copa de Europa de fútbol. Lo habíamos conseguido. Pero aún faltaba un coche, el conducido por Bernon y en el que además estaban Juanra, Ana y Alberto.

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Nos bajamos de nuestro Land Rover para seguir en directo cómo ellos también fueron capaces de solventar el incómodo sendero sin problema alguno. Pasara lo que pasara no parecía que hubiera nadie que pudiera con nosotros. Habíamos sufrido en aquellos minutos de incertidumbre pero nos sentíamos seguros de poder continuar. Deseábamos que no hubiera más tramos como aquel, pero eso era algo que debíamos comprobar por nosotros mismos. Lo que sí teníamos claro es que estaba siendo muy complicado y la misión de llegar al Third Bridge Campsite, a mitad de camino bien de la puerta sur como de la norte (es el corazón del Moremi) iba a ser cuestión de echarle más tiempo del imaginado.

Pero la autoconfianza, la adrenalina a flor de piel y el «no nos podrán parar» se esfumaron de un plumazo cuando poco después de continuar conduciendo apareció un gigantesco 4×4 que nos hizo detenernos al instante. De él bajó un gigantón barbudo al que apodamos Hulk Hogan, que era uno de los rangers del Moremi, el cual de una forma u otra nos había pillado con las manos en la masa. Estaba enfadadísimo y sus gestos hablaban por él más que su desgarrado inglés con el que nos tachó de locos estúpidos que estaban cometiendo literalmente un delito. No se creyó nuestras «caritas de inocencia» justificándole que habíamos pinchado una rueda y que se nos había hecho tarde mientras íbamos al Third Bridge Campsite. Espetó que no le importaba un carajo que hubiésemos pinchado y que estaba terminantemente prohibido circular por el interior del parque pasadas las seis y media de la tarde, además de dejarnos muy claro que aún faltaban más de tres horas para llegar a ese camping. La verdad que ver a semejante tipo gritarnos a un palmo de la cara nos imponía demasiado, y más cuando amenazó con meternos en la cárcel de Kasane si nos volvía a ver por allí esa noche. Ante semejante perla lo mejor era agachar la cabeza, asumir las culpas y volver a la Puerta Sur como niños buenos. Total, tenía toda la razón del mundo, era evidente.

Hulk Hogan circuló detrás nuestro durante un tiempo para asegurarse que íbamos directos a la salida. Cualquiera se daba la vuelta… Y es que si lo hacíamos nos esperaba una sucia celda de una cárcel de Botswana, algo que no entraba en nuestros planes vacacionales de aquel mes de agosto.
Pero no fue el gruñón de Hulk el que provocó que detuviéramos de nuevo el Land Rover. Algo mucho más grande se interpuso entre el camino de regreso y nosotros, una manada de elefantes a los que no les hizo ninguna gracia que les enfocáramos las luces del coche. Así que contáramos de primeras podía aproximadamente ocho a no demasiada distancia de los coches. Nos quedamos paralizados durante unos segundos hasta que varios de ellos emitieron sus berridos trompeteros característicos (al sonido que provocan con su trompa se le conoce como «barrito») que se nos clavaron en los oídos como alfileres. Rápido, vámonos de aquí! gritamos a la vez que se pisaban con fuerza los aceleradores, no fuera a ser que les diera por hacer unas cargas poco amigables. Eso sí que podía suponer el final de las vacaciones, haciendo incluso buena la idea del ranger de encarcelárnos por incautos.

No fue la última vez que detuvimos el vehículo en la agitada noche del Moremi, ya que nos topamos con un ejemplar de caracal (Lince africano) cuya mirada nos desafió en mitad del camino. Considerado como uno de los felinos más veloces y escurridizos del mundo, reconocimos que era algo más que un gato grandullón gracias a sus largas orejas de pincel. Depredador de caza menor, el caracal permanece activo por la noche, característica común de los carnívoros que pueblan la sabana africana. Verdaderamente fue una auténtica sorpresa encontrarnos con este animal, algo que no parece nada fácil según los expertos en la fauna del continente.

A PESAR DE LOS PESARES, ENCONTRAMOS UN LUGAR PARA DORMIR

Sin camping, ni Moremi, ni nada que se le pareciera nos vimos a las puertas del parque decidiendo qué era lo que íbamos a hacer. Teníamos una opción a unos 28 kilómetros de allí, el Kazikini Community Camp, cuyo cartel habíamos visto a la ida, y que ya nos habían recomendado en la Oficina de la DWNP de Maun si queríamos utilizar el pase de un día del Moremi sin tener que pasar la noche en su interior. En realidad era lo único que teníamos factible, por lo que no hubo mucho que decidir.

Ni cien metros habíamos avanzado cuando a lo lejos unos ojos se dirigían hacia nosotros. Paramos para ver qué era aquella extraña figura que se aproximaba de forma veloz. Él ó ella o lo que demonios fuera no parecía asustarse de tener al frente un coche. La verdad que la noche estaba dando para mucho y ya sólo esperábamos que aquella carrera kamikaze finalizaba para saber a ciencia cierta qué era aquello.

El animal se detuvo a dos metros del morro del coche y nos miró con una bastante curiosidad. Abrimos el techo del Land Rover para asomarnos mejor y poder tomarle una foto. Sus orejas redondeadas, su gesto agrio y las manchas en su piel fueron definitivas para comprobar que lo que había corrido hasta nosotros era una sonriente hiena, que no aguantó más tiempo la luz de los faros para internarse al bosque sin que nos diera tiempo a nada. Los ocho que tuvimos ocasión de verla desde el interior del coche no dábamos crédito a todo lo sucedido hasta ese momento y ya simplemente pensamos en qué es lo que sería lo siguiente. De una forma u otra cada día superaba al anterior… y esto acababa de comenzar.

Llegamos pasadas las once de la noche al Kazikini Community Camp, donde tan sólo había dos o tres todoterrenos con la tienda de campaña adosada al techo. La iluminación era escasa y tan sólo pudimos preguntar si podíamos quedarnos allí a dos hombres que estaban sentados junto a un fuego. Estos se limitaron a asentir mientras pedían que bajásemos la voz. De fondo confundimos a alguien que estaba roncando con un bicho escondido en un árbol. La escena fue bastante cómica. Cada ronquido parecía un rugido y yo ya no sabía dónde mirar. Hasta que por fín me di cuenta que aquel ruido tan «salvaje» salía del interior de una de las tiendas de campaña.

En resumen, nos quedamos allí a dormir y ya por la mañana se ocuparían de cobrarnos nuestra estancia. Chemita P1070986preparó nuevamente una deliciosa cacerolada de espaguettis con salchichas (El Plato del viaje) con el que saciar nuestros estómagos. Entre plato y plato nos percatamos de que nuestra infructuosa incursión al Moremi había mermado seriamente el nivel de combustible de los Land Rover y llegamos a la conclusión de que si queríamos llegar a Kasane sin sorpresas del tipo «nos hemos quedado tirados por no llevar suficiente gasolina» era necesario hacer algo. Se decidió entonces llenar un coche con las dos garrafas que teníamos y al otro llevársele de madrugada, a eso de las cuatro, a una gasolinera de Maun. De esa forma ambos coches tendrían suficiente combustible como para hacer el Moremi y el Chobe sin preocupación alguna al respecto. No convenía arriesgarse con ese tema porque podía suponer un grave impedimento a nuestras aspiraciones.

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Después de cenar y vaciar correctamente las garrafas nos fuimos a nuestros respectivos sacos de dormir para despedir de forma definitiva un día mágico que tuvo de todo. Pero es que en aquel viaje estábamos escribiendo de nuestro puño y letra un libro de Aventuras que por momentos era complicado asimilar que fuera de verdad. Aunque hubo alguien que una vez dijo que la realidad siempre superaba a la ficción.

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